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SOMOS VIEJOS

Por Francisco A. Catalá Oliveras Especial para CLARIDAD

Hace unos días me sorprendí tarareando – exageraría si dijera cantando – una vieja canción de Armando Manzanero titulada “Somos Novios”. Lo curioso es que en mi desafortunada versión confundí la letra y en lugar de “somos novios” dije “somos viejos”. Ignoro que interpretación podrían darle los psicoanalistas al error o “acto fallido”, pero sinceramente creo que no responde a nada de carácter personal sino a la lectura de una noticia reciente en la que se señala que Puerto Rico es uno de los países más envejecidos del mundo.

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Según la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL) se proyecta que para el año 2035 – dentro de doce (12) años – Puerto Rico será el primer país de esta región en el que el estrato de las personas de 60 años o más excederá el 35% de su población. Otro informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) destaca que en el año 2021 Puerto Rico quedó en séptimo lugar con la mayor proporción de habitantes de 65 años o más al comparársele con todos los países del mundo.

Definitivamente, el gazapo de “somos viejos” en mi tarareo está justificado. Se está experimentando un acelerado proceso de envejecimiento demográfico. Esta rapidez no resulta sorprendente a la luz del masivo flujo emigratorio traducido en una extraordinaria reducción del total de la población: de cerca de 3.8 millones de habitantes hace apenas unos trece (13) años a alrededor de 3.2 millones en la actualidad. Puesto que los emigrantes son eminentemente jóvenes – en edad no solo productiva laboralmente sino reproductiva biológicamente – y entre los que se quedan abundan los “adultos mayores”, como se estila decir ahora, se tiene como resultado descensos en las tasas de natalidad e incrementos en las de mortalidad. De hecho, durante los últimos seis años en Puerto Rico han nacido menos personas de las que han muerto.

La emigración no solo acelera la inversión de la pirámide poblacional – aumentan los estratos que corresponden a los “adultos mayores” y se reducen los de los “adultos jóvenes” y los de los niños –; también crea vacíos en el mercado laboral. Por ejemplo, continuamente se cita la reducción de los trabajadores de la salud, empezando por médicos y personal de enfermería, a la misma vez que se hace patente la necesidad de sus servicios para una población crecientemente envejecida. ¿Qué se hace? Justo lo que no se debe hacer: pasar por alto las innumerables quejas de proveedores y pacientes relacionadas con los explotadores planes médicos, cuya propaganda manipuladora llega a extremos grotescos, e ignorar el imperativo de instituir un seguro nacional de salud.

Otro “fenómeno” dramático – en este caso ubicado en el otro extremo de la pirámide – lo revela la alteración de la población estudiantil. La matrícula en las escuelas públicas, que hasta no hace mucho superaba los 700,000 estudiantes, es hoy poco más de 200,000. Lo peor es que, aparte de los bolsillos de excelencia de rigor –que deberían servir de modelos a imitar --, no parece haber mejoría en los indicadores académicos. ¿Cómo se ha respondido ante tal cuadro? Que se sepa la única política que se ha llevado a cabo es el cierre desordenado de escuelas o, más bien, su abandono, puesto que ni siquiera se han planificado usos alternos. Y claro, los abultados presupuestos del Departamento de Educación se usan como evidencia del compromiso con la enseñanza cuando en realidad las prioridades han sido otras: alimentar a una burocracia politizada y beneficiar al enjambre de contratistas privados, locales y extranjeros, que como buitres medran en torno a los fondos públicos. Por eso las transferencias federales desaparecen, se cuelan como agua entre los dedos… Ni hay una política educativa efectiva ni, mucho menos, una filosofía coherente que la inspire. Pero valga retornar al tema de los “adultos mayores”.

Puerto Rico se caracteriza por una baja participación laboral, es decir, el grueso de su población no participa en el trabajo de la economía formal. Hay mucha dependencia, mucha gente “en Babia” y en la economía informal o, dejando a un lado a la actividad criminal, en lo que suele denominarse “chiripeo”. El hecho es que todos, independientemente de a qué clasificación pertenezcan, envejecen. Por lo tanto, se está acumulando un problema mayúsculo de carencia de seguridad social. ¿Qué se está haciendo al respecto? ¿Existe una política para incentivar la formalización de las actividades socialmente beneficiosas de la economía informal? La gran paradoja es que de lo único que se habla es de la liquidación de los sistemas de retiro de los empleados públicos, sumando así más inseguridad a la ya existente.

Tal vez lo peor de todo es que cuando los jóvenes se van y los viejos se quedan se amplía la distancia entre unos y otros. Aumentan los hogares aislados, unipersonales. Esto significa soledad, el convencimiento de estar alejado de la interacción social regular. Abundan, cuando disponen de los medios,, los abuelos y las abuelas “en línea”.

Durante los años primaverales se atisba el futuro, se forjan promesas; en los años otoñales el horizonte luce muy cercano, cobran vida las visiones retrospectivas. Esto es natural. Pero si la alteración drástica de la estructura demográfica llegara al extremo de evaporar promesas, de desquiciar la interacción social y de oscurecer la visión de futuro de forma generalizada, entonces el país correría el riesgo de desdibujarse. ¿Qué se puede hacer? Al menos en parte ya está dicho. Y lo que se ha dicho, y tanto más, es justo lo que no se ha estado haciendo… No se le pueden pedir peras al olmo. ¿Qué se puede esperar de administraciones gubernamentales – una tras otra -- que se ahogan en una piscina de Rincón, que no saben manejar un zoológico en Mayagüez, que quiebran a un monopolio de energía eléctrica, que por razones ideológicas prefieren la individualización del riesgo en lugar de la seguridad colectiva de los planes de pensiones de beneficio definido, que ahogan al gobierno en una crisis fiscal, que saquean las arcas públicas en aras de beneficios privados, que corrompen todo lo que tocan, que alegremente se someten al dictamen imperial…? No está mal tararear las canciones de Manzanero – se lo recomiendo --, pero, además, hay que liberarse del manto de política podrida que cobija al país para así poder iniciar el necesario cambio de rumbo.

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