3 minute read
LA POLÍTICA DE LA HUMILDAD Y LAS ALIANZAS
Por Félix Córdova Iturregui Especial para En Rojo
Puerto Rico vive bajo una vergonzosa dictadura. La dictadura se apoya en la subordinación colonial y ha sido acogida con acentuada docilidad por los principales sectores empresariales del país. El dictado directo, descarnado, de Estados Unidos sobre su colonia se ha impuesto como resultado de la política neoliberal adoptada por los dos partidos gobernantes. Hace décadas la dominación colonial logró la aceptación en la conciencia de grandes sectores de nuestra sociedad como si coincidieran sus intereses con los intereses generales de la sociedad puertorriqueña. Estados Unidos proyectó ante el mundo que había resuelto el problema colonial. Con colaboración local organizó un simulacro de autonomía y libertad, imponiéndole una nueva máscara a su colonia.
Advertisement
La política neoliberal, como expresión de la voracidad del gran capital, ha desmantelado la máscara del coloniaje, dejándolo al desnudo. Esta ruptura ha sido resultado de la severa crisis económica y política que vive Puerto Rico.Frente a la dictadura del esperpento congresional, llamado Junta de Control Fiscal, es algo bueno hablar de alianzas de nuevas fuerzas políticas. Es todavía mejor observar la evidente preocupación del bipartidismo al discutir el tema. La reacción agresiva, teñida de irracionalismo, de destacados dirigentes PNP-PPD al referirse a la alianza PIP-MVC debe levantar banderas de alerta.
Son signos evidentes de lo que será la próxima campaña electoral. Podemos esperar una jornada virulenta, verbalmente violenta, sucia, con un objetivo concreto: arrasar y nivelar todo vuelo de ilusión de cambio social, todo impulso de esperanza en la construcción de una mejor sociedad, para equipararlo a ese mundo mediocre de pobreza repartida y sin aliento democrático del neoliberalismo capitalista imperante. ¿Cuáles serán los procedimientos? Reducir lo nuevo y esperanzador a lo viejo conocido, degradar el impulso de elevación hacia la participación democràtica con el viejo lastre del miedo, y derrotar el aliento de liberación con el mal aliento de la dependecia.
Ante la dictadura es bueno hablar de alianzas para derrotar el bloque bipartidista y su política elitista, de privilegios de pequeñas minorías. Esa es la política de la arrogancia. El bipartidismo - dos partidos y una misma política neoliberal - tiene dos caras abiertamente conflictivas: riqueza para una minoría y pobreza para la mayoría del país. Esta política bifronte, permeada de corrupcción, enriquece una cúpula del bipartidismo mientras socava las condiciones de vida de los sectores laborales y comunitarios. La alianza es necesaria porque la política neoliberal no va a cambiar. El bipartidismo padece de una adicción incurable al dinero, al capital. No va a retroceder. El binomio PNP-PPD seguirá en descenso electoral. Su política es estructuralmente arrogante y los separa decisivamente de la mayoría del país. No es reformable.
Ahora bien, frente a la arrogancia bipartita no es una alternativa la vieja arrogancia histórica de un independentismo históricamente minoritario, perseguido y acorralado por la anterior hegemonía imperial. Ya esa hegemonía está en crisis, desvestida de sus viejos atributos, como está toda la sociedad puertorriqueña. Hace falta ahora una política firme, pero de humildad, de acercamiento al pueblo, una política apoyada en la investigación colectiva, de oídos abiertos y de lucha consecuente desde la posición de los sectores golpeados y empobrecidos. Esta política de cercanía con los humildes, pero valiente y rigurosa, debe aprender a negociar, no con el enemigo, sino a negociar en el interior del pueblo trabajador, explotado, oprimido, mayoritario, desde la vida sencilla de las comunidades. La alianza debe conllevar la adopción por parte de las organizaciones de una posición capaz de abarcar los más amplios sectores de la población. Y negociar requiere madurez, hondura de entendimiento, generosidad de espíritu y el abandono de la superficie extendida de la autosuficiencia y de la arrogancia.
La política de la humildad podría ser poderosa si se teje con las aspiraciones de la comunidad maltratada. Si logra hilar su programa con la voz y las necesidades de los que han sufrido la exclusión neoliberal. La nueva información que hace falta oír y organizar, el gran diálogo que podría articularla, exige de una enorme apertura y flexibilidad. La política de la humildad debe ser un camino de contactos y de madurez en el interior de las fuerzas de transformación social, la política de mayor profundidad comunitaria. Podría enlazar las aspiraciones de los sectores asalariados con las más amplias necesidades de nuestras comunidades. Si la esperanza llegara a entretejer los caminos del pueblo, su programa imantaría a otros sectores oscilantes y propensos a moverse con menor autonomía. Podría componer el gran lienzo, diverso y heterogéneo, de un nuevo país y derrotar la política apolillada de la dictadura colonial existente.