LA MÁQUINA ABUSADORA Cómo dejar de ser víctimas
apuntes de la UCO
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El siguiente texto se fue hilando a los largo de los encuentros de la Universidad de la Concha (UCO), de manera colectiva y con la intención de interpelar nuestras prácticas. Partimos de cuestionar todas las respuestas que teníamos ante la evidencia de que no hemos logrado lo que queremos: vivir en una sociedad en la que no exista violencia contra las mujeres. Con ese objetivo, construimos un espacio para reflexionar juntas. Nos costó mucho sostenerlo y hacerlo producir en la dirección que necesitábamos. El resultado son estas páginas escritas desde nuestros cuerpos y experiencias, con un deseo: que sean útiles para nuestros espacios de trabajo colectivo. Ojalá así sea.
Universidad de la Concha, feminismo explícito, (UCO) es un espacio creado y sostenido por la cooperativa de trabajo lavaca, coordinado por la periodista Claudia Acuña y la psicóloga Susana García, responsables de garantizar la producción colectiva. Todas y cada una de las mujeres que formaron parte de los encuentros -realizados mensualmente a lo largo de dos años- son autoras de este texto, pero agradecemos especialmente al grupo que se comprometió de manera permanente a transitar por un camino nuevo y, por momentos, desconcertante. A sus lágrimas y risas les debemos esto.
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El grupo está vivo y abierto”, dirá S. en el momento de conectarnos con los ojos cerrados y las manos enlazadas, unas a otras, para darnos la bienvenida a este nuevo ciclo de UCO, en el que nos proponemos interrogarnos sobre un tema: el abuso. Tratamos, entre todas e interpelándonos para romper moldes, de identificar la máquina abusiva: sus componentes. Algunas de las piezas clave que logramos identificar: • El abuso tiene un cómplice silenciador: es un sistema compuesto por un abusador, un abusado y silenciadores familiares y sociales. • Lo que está silenciado, se oculta porque funciona. Es un funcionamiento perverso, enfermo, pero eficaz: funciona. ¿Qué lo hace funcionar?
1. La trama de subestimación y mentira. 2. La lástima, la conmiseración y la vergüenza.
3. La des-socialización: la mujer-víctima es una figura egocéntrica, muy centrada en sí misma, que no ha podido ni ha sabido establecer conexiones con su época y su sociedad. Atrapada en un círculo doméstico, no pudo ni supo establecer relaciones entre lo biográfico y lo sistémico. Ese desamparo social es clave: es lo que le permite al abusador completar ese vacío, llenarlo. Ese desamparo social es el que convierte a la mujer-víctima en la niña-víctima. El sistema abusador infantiliza. 4. Una caricia es revitalizante para quien conoce una caricia, pero para quien solo conoce maltrato, es extraño a ese lenguaje vincular. Cualquier otra forma de vínculo genera incertidumbre: es otra forma de vida, desconocida o ajena. Es difícil imaginarse algo desconocido y mucho más aventurarse a vivirlo. ¿Es
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más cómodo, más seguro o simplemente inimaginable otra forma de vivir? ¿Es ajeno a la víctima pensar cómo sería la vida sin abuso? ¿El sistema abusador arrasa con el imaginario o con el deseo de cambio? 5. La identidad de víctima, en un mundo desvalorizante, es una identidad. Trabajamos entonces con los estereotipos de un sistema abusador: el pornográfico. Cada una, en pareja, con un mazo de cartas que armamos especialmente. Son 14 figuras que cada pareja tiene que valuar, de mayor a menor Analizando lo que así surge, tratamos de definir, luego, el sistema pornográfico: • Lo porno es el mecanismo cultural mediante el cual el mercado transforma en cosa a las mujeres. • El sistema abusador cosifica. • Lo porno es “lo carne”: lo que hace consumible a la mujer. • “Lo carne” también opera como un mecanismo disciplinador de las mujeres. Les indica lo “deseable”, lo “rentable”, lo “cotizable” según la mirada del varón. Construye una jerarquía cuyo propósito es la desvalorización de la mujer real y entroniza a la mujer construida. La mujer es así consumida, pero también convertida en consumidora (de relaciones y de tecnologías: botox, siliconas, cremas, hormonas, etc.). • Lo pornográfico es lo transgénico: la ciencia al servicio del mercado para fabricar productos de consumo y consumidores de productos. Así este cuerpomercancía representa el cuerpo de la insatisfacción y el dolor permanente. Un cuerpo enfermo que necesita consumir productos de la ciencia médica para sanarse, para normalizarse: seguir la norma del varón. • Un cuerpo que se siente así es un cuerpo sin esperanza: no espera nada de sí mis-
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mo, por sí mismo. La máquina abusadora del mercado funciona en base a esta insatisfacción, basada en un cuerpo que siempre está en falta. Y esa falta está señalada desde una pornográfica intervención social, cultural, biopolítica. ¿Por qué es tan eficiente esta máquina que pornografía nuestra vida? ¿Qué beneficios obtenemos de ella? Confesamos algunos: • • • •
Atención Protección Favores Miradas
Tuvimos que ahondar durante toda la tarde para que apareciera otra palabra inquietante: control. ¿Qué controla la víctima? Un camino posible para encontrar una respuesta es este texto de la feminista boliviana María Galindo:
Ninguna mujer nace para víctima Por regla general, las víctimas no son éticamente superiores a sus verdugos, lo que les hace parecer moralmente mejores y vuelve creíble su clamor es el hecho de que, por ser débiles, tienen menos oportunidades de cometer crueldad. Zigmunt Bauman “Como mujer conozco cada esquina de la palabra víctima, cada rinconcito, cada milímetro de su sentido. La víctima no es una persona o un grupo. La víctima es una fosa, es un lugar donde acurrucarse, es un lugar donde hundirse y, sobre todo, es un lugar donde sentirse acogido no por su dolor, no por la injusticia que como víctima sufres, sino por el irónicamente cómodo convencimiento de que
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siendo víctima, no eres responsable de lo que vives: simplemente lo sufres. La víctima es ese lugar donde vas adquiriendo un entrenamiento para sacarle al sufrimiento la satisfacción de ser inocente, de ser tutelada y de ser impotente para cambiar nada. La víctima y la victimización son lugares cómodos que te garantizan no tener que ver ni analizar. Como mujer y como feminista conozco ese terreno porque justamente la victimización de nuestra situación es el lugar donde históricamente y hoy en día estamos estancadas. Ser víctimas nos impide tomar la rienda de nuestro propio destino, nos impide sacar del dolor fuerza y rebeldía. Por eso pusimos tanto empeño en labrar una cuerda que nos permita conectar nuestro dolor y nuestras denuncias con formas de construcción de dignidad, de pensamiento, de rebeldía y alegría en la libertad. Ese lugar de víctima lo compartimos las mujeres con otros sujetos sociales sujetados por opresiones y humillaciones. Lesbianas y maricones, indígenas y pobres: todos y todas logran vislumbrarse a sí mismos y a sí mismas como víctimas. En nuestra historia social y política reciente uno de los primeros sujetos capaces de madurar y de superar ese lugar de víctimas han sido los indígenas. Capaces de crear otro espejo social que no sea el de la simple víctima, han buscado mecanismos para repensarse a sí mismos. Aportaron, desde ese gran esfuerzo, esperanza para todos y todas. Aportaron claves fundamentales que nos dicen claramente que es desde la capacidad de repensarse y de ponerse en cuestión que puedes hallar una salida esperanzadora y digna para la condición de víctima. Y sobre todo para dejar de serlo. Ese esfuerzo se materializó en un cambio del tono político y social. Putas, lesbianas, maricones y pobres comenzaron a hablarnos de otra manera y de otras cosas. Hoy ese tono se está yendo al despeñadero.
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El camino de regreso a la condición de víctima es más áspero que el camino de salida. El camino de regreso a la condición de víctima es conservador y distorsionarte. El camino de regreso a la fosa de la victimización nos dice que todo lo que venga de la víctima se justifica tan solo y únicamente porque de allí viene, despojándolo al sujeto de la posibilidad ética de reinventar las relaciones sociales. El camino de regreso a la fosa de victimización reduce todo al testimonio de sufrimiento, como si ese testimonio de por sí justificara todo lo que desde allí sale. ¿Cómo desviarse de ese regreso a la tumba de la historia? La única esperanza para no regresar a la tumba de la victimización es hacer el esfuerzo político de ponerse en cuestión a sí mismos por segunda vez, buscando con ojos de águila sus propios errores y verlos y, con garras de águila, aprenderlos al vuelo rápidamente, decididamente”.
1. Lo indecible M. cuenta que en su barrio sufrieron un episodio que la dejó angustiada y preocupada: los vecinos quemaron y saquearon una casa, vengando una supuesta violación. La acusación nunca fue corroborada y, lo que más la perturbó, no volvió a hablarse del tema. No saben, no sabe, cómo abordarlo. Sí corren rumores… decires que no salen a la luz, todavía. Le comentamos que sucedió un episodio idéntico en Florencio Varela: un ataque a la casa de referentes de un movimiento social, bajo la misma acusación de un abuso, que desató la quema y el saqueo de la vivienda por parte de una horda alentada por el grupo de narcos que trata de dominar el barrio. M. recuerda entonces que entre los atacantes había muchos relacionados con la transa. Los casos se unen entonces en una postal que parecía indescifrable. C. cuenta que hace años y en Bonn, Alemania, escuchó a una periodista colombia-
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na describir cómo operó el narcotráfico para desintegrar la resistencia social. El primer paso fue el descrédito de la organización territorial a partir de “la vergüenza social”. En aquel momento se sorprendió al escuchar el término “vergüenza social”, pero lo recuerda ahora, a partir de estos casos y propone que intentemos describir cómo opera la máquina capaz de transformar una comunidad en una horda. Intentamos el siguiente recorrido:
El chisme Es el portal. Por allí se ingresa al proceso de destrucción de lo colectivo. Es un ingreso fácil y cómodo: cualquier cosa puede decirse, cualquiera, si no se tiene delante a la o las personas de las que se dirá lo que se quiera. Sin embargo, no es cualquier cosa lo que el chisme expresa. El chisme no está relacionado con la verdad, pero sí con lo verdadero. En primer lugar, expresa un sentir. Permite, además, descargar emociones socialmente reprochables: envidias, mezquindades, rivalidades, competencias, rencores, limitaciones, comparaciones, instintos. Pregunta: ¿Dónde, sino a través del chisme, tienen cabida esos sentimientos humanos? Nuestras organizaciones pretenden estándares morales y éticos que los combaten,
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negándolos. Pero allí están, viven en nosotras tanto como en nuestras construcciones y no hay espacio donde siquiera comenzar a reconocerlos y, mucho menos, hablarlos. Lo dicho en el espacio del chisme nunca es igual a lo expresado en la conversación cara a cara y, mucho menos, asamblearia, comunitaria. En un espacio se maquilla con justificaciones o argumentaciones: se racionaliza. En otro, es puro sentir. Pregunta: ¿Hay espacio en nuestras construcciones para expresar lo que sentimos? Incluso lo malo, lo bajo, lo horrible, lo indecible. Pregunta: Cuando nos proponemos “tomar la palabra”, ¿estamos incluyendo la reflexión sobre la importancia de la relación entre “la palabra” y “el espacio”? Dónde se dicen las cosas es vital. Lo que en un determinado lugar la palabra construye, en otro lo destruye. El chisme es pura palabra destructiva. El chisme es una de las caras del sometimiento porque la propia voz queda en la sombra, apunta S. De eso, entonces, se trata la ocupación femenina del espacio público con voz propia: de aprender a hablar, pero también de aprender dónde hacerlo. Buscamos, perseguimos y alentamos la palabra propia en el espacio público y comunitario.
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En la página anterior, mujeres de Famatina, en el encuentro de la UCO. De espaldas y con culote de disfraz, María Kusmuk compartiendo su trabajo.
Apunta M.: “Y en lo privado también, con un sentido constructivo ¿conspirativo? para mejor organizarnos”. Pregunta: ¿Qué relación hay entre el “tomar la palabra” y la “vergüenza social”? Hablamos de reconocer ese “qué dirán” que tanto tememos. Hablamos de aceptar el primitivo lugar del cual partimos: los modales que se cultivan en los sótanos a los que nos han confinado durante tantos, tantos años. El chisme es una herramienta femenina de control social. Es nuestra tarea, entonces, clausurarla.
Lo verdadero El chisme expresa un sentimiento verdadero, pero también una información verdadera. No importa que sea verdad: parte de algo que existe. De un conflicto reprimido, silenciado y negado. Apunta M.: “Y de una situación de injusticia no resuelta. Y de años de no reaccionar. Tal vez, en un proceso de construcción comunitaria, podría ser el primer escalón para destapar las palabras, unido a la reflexión de para qué, con quién y contra quiénes. Tomar el chisme como la semilla de una palabra
que dice lo que nos pasa, por más horrible que sea lo dicho, y que nos permite llevar eso a otro ámbito para hacer algo para transformarlo”. En los dos casos de quema y saqueo la existencia de abusos infantiles en esos barrios es verdad. Todos lo saben y por eso es posible atribuírselo a cualquiera. En ninguno de esos dos barrios se encontraron maneras de romper los silencios sociales que facilitan y toleran esos abusos. Y mucho menos, detenerlos. El abuso infantil no es cualquier verdad: es un escandaloso dato de la sociedad actual del que nadie se hace cargo. Es la impunidad misma que atraviesa todas las clases sociales, pero fundamentalmente, somete a las más pobres. Recordamos juntas un dato: en los muchos años de trabajo junto a mujeres en situación de explotación sexual no hemos encontrado ni una sola mujer que no haya sufrido abuso sexual infantil. Recordamos, también, que hace unos días compartimos con la hermana Martha Pelloni, en Goya, Corrientes, una charla en la que le preguntamos, justamente a ella, que hace décadas trabaja estos temas: ¿alguna vez encontraste una mujer prostituta que no haya sido abusada de niña? “Es cierto: nunca”, advirtió la hermana.
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Es cierto: no conocemos a todas las mujeres explotadas sexualmente en Argentina, pero sí a unas cientos. La hermana Pelloni, muchas más. Que todas las que conocemos -nosotras y la hermana Pelloni- compartan ese punto de partida de violencia sexual es, en sí mismo, un dato. ¿Qué nos dice ese dato? • Que la puerta de entrada a la prostitución es el abuso sexual infantil, el más impune y silenciado de los delitos. • Que la escala de casos, así como su nivel de impunidad, revelan que se trata de una violencia sistémica e institucional. • Que en la mayoría de los casos, estas niñas y niños son abusados por un familiar o pariente. • Que, por lo tanto, la puerta de ingreso a eso que ahora llaman “trata” es la institución familiar: la familia es la escena del crimen de la violencia sexual impune. Las operaciones de la cultura “narco”, entonces, se basan en su conocimiento experto de estos bajos instintos sociales impunes, porque de ellos se alimenta. Los conoce, domina y maneja, porque son su mercado y mercancía. No es extraño, entonces, que sepa cómo usarlos para encender hogueras.
Lo fácil y lo difícil El chisme tiene un don: produce lengua. Crea conversación. Hace fácil decir lo indecible. Lo difícil es decirle al otro, y mucho más a la otra, cara a cara, cómo nos afectó: qué produjo, removió y alteró, hasta qué oscuras profundidades nos arrastró con ese gesto, esa palabra o esa acción. Pregunta: ¿Cómo decírselo? Hay que buscar las palabras exactas, el tono correcto, el equilibrio perdido. Nada de eso requiere el chisme.
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J. M. habla de la sabiduría oriental, de buscarle racionalidad al primitivo sentimiento. C. cuenta que su hijo escuchó una perorata sobre la cultura oriental, que desarmó con una sola frase: “No conozco a ninguna china que no sea muy obediente y creo que eso a vos no te conviene”. Nos reímos. C. dice que es mejor hablar, de cualquier manera y en cualquier tono, que callar. J. M. corrige: no es mejor, hay que saberlo; pero callar sí que es peor. S. cuenta que su hijo Nico también le dio una lección. La escuchaba quejarse de otra persona y la detuvo con una pregunta: “¿Vas a decírselo también a ella? Porque si no se lo vas a decir, no quiero escucharte”. Encontramos así una hipótesis para parar la máquina del chisme: la Doctrina Nico. • Hablar con una amiga acerca de lo que sentí cuando una persona hizo, me hizo o nos hizo algo. • Que esa amiga nos aliente a enfrentar a esa persona, que nos acompañe si lo necesitamos. • Que no haya cuarta.
La diferencia Hacemos arder hogares y vecinos. Quemamos espacios comunitarios que nos ha costado mucho crear y sostener. En lugar de organizarnos para hacer justicia, terminar con la impunidad o aclarar un chisme, según sea el caso, optamos por destruir el espacio, como si esa fuera la única manera de encontrarle una salida al mal-estar, al conflicto. Parece más fácil hacer lo más difícil: convertir a la comunidad en una horda. Parece también que estos son los tiempos que nos tocan. Pregunta: ¿Qué diferencia hay entre estas hogueras
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La historiadora Andrea Andújar compartió su investigación sobre las mujeres militantes. Julieta Colomer, sus fotografías de la Mesa de Escrache.
y los escraches? “El trabajo en la comunidad”, responde J., que fue impulsora de la Mesa de Escrache, una herramienta de referencia en la lucha contra la impunidad. El escrache, cuenta J., no era la puerta de entrada, sino el final de un largo proceso de construcción de la condena social que perseguía la Mesa de Escrache. Meses de trabajo en cada barrio construían el contexto necesario para que todos los vecinos supieran lo que iban a hacer y por qué. Volanteadas, charlas en las escuelas y centros culturales, debates en las plazas, radio abierta, carteles, volantes, explicaciones a cada vecino, difusión en cada comercio: toda una conversación se establecía previamente y a cielo abierto, donde se compartía la información sobre las acusaciones, los datos sobre el genocida, las causas judiciales, el nombre de las víctimas, su testimonios. Recién después de haber agotado todas las instancias informativas del barrio, se anunciaba la fecha y la hora del escrache. El barrio entero estaba preparado, sabía por qué y, si estaba de acuerdo, acompañaba. La simplificación del escrache a la ceremonia de marchar hasta la puerta de la casa del genocida es, simplemente, una comprobación de cómo los medios comerciales de comunicación no acompañaron este proce-
so imprescindible para lograr el fin de la impunidad y lograr, finalmente, los juicios que hoy se están llevando en los tribunales. Ninguno dio cuenta de otra cosa porque estuvo ajeno a toda la construcción, a toda la batalla social, que implicó mucho más que una marcha, sino y fundamentalmente, un trabajo cotidiano y territorial que es lo que ha quedado invisibilizado. Ocultar esta parte fundamental es, precisamente, lo que diferencia un proceso de cambio social de una horda. Hablamos también, dice G., de las mujeres de los policías acusados de hacer desaparecer a Daniel Solano: acamparon en Choele Choel a una cuadra de donde estaba el padre del chico desaparecido, con pañuelos como los de las Madres de Plaza de Mayo, y consignas que parecen parodias de las de los organismos de derechos humanos. Hablamos de una época que nos desafía a prestar atención a los detalles y a señalarlos. El principal, decimos, es que el verdadero relato lo construyen los hechos: el cómo. Y el para qué.
Violencia ¿Cómo no quedar mala cuando te pasa algo malo? Mal en el sentido horrible de la palabra.
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Cuando abusan de vos siendo niña, como a P. Cuando te pegan tres tiros por la espalda, como a P. Cuando matan de un navajazo en el ojo a tu cuñado de 17 años, como a G. Cuando desaparecen a tu papá y a tus tíos, como a J. P. dice que siempre trata de ver todo el panorama, la situación que llevó a esa persona a hacer eso. Salir del ego, del por qué a mí, entender el contexto, ver al victimario como a una víctima para no victimizarse. Está hablando de cómo perdonó a su papá abusador. Está hablando de cómo perdonó a un sicario de 15 años. G. dice que trató de ver el sistema: de cómo un chico de 17 años mata a otro chico de 17 años en ese Comodoro Rivadavia capaz de convertir a un adolescente en fiolo, transa y asesino. J. dice otra cosa: la consigna de H.I.J.O.S. fue “Ni olvido ni perdón: justicia”. Quienes integran H.I.J.O.S. no perdo-
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nan, no reconcilian, no olvidan. Así construyeron el fin de la impunidad. ¿Lo logró P.? ¿Lo logró G.? No cada una, no cada caso: lo que nos preguntamos es cómo, a partir de esas experiencias concretas, logramos encontrar una manera de parar la máquina abusadora que representan estos casos. “Quizá sea bueno que tengas bronca”, le dice J. a P. “Tener rabia, tener bronca, es lo que te lleva a organizarte con otros para destrabar, desarmar la trama de impunidad - sigue J.-. Me parece respetable que P. haya podido perdonar a su abusador: eso es lo que la convierte en una persona distinta, mejor. Pero lo que le pido es que esa mirada panorámica incluya otro ángulo: que piense su caso en el contexto de todos los casos, en lo sistémico si se quiere, para seguir la línea de pensamiento que nos propusimos hoy. Que piense que lo que ella vivió, lo viven muchas mujeres. Y que sienta rabia por eso. Entonces,
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esa rabia es la que puede conducir a que, junto con otras mujeres, con muchas otras mujeres, se construya el fin de la impunidad, se construya la justicia”. R. cita un artículo del psicólogo Carlos Sluski, donde cuenta el caso de tres pacientes abusadas: una torturada por la dictadura, otra sometida sexualmente, otra violada durante un asalto. Cada una había elaborado ese trauma de una manera completamente diferente. Y cada una, señala el psicólogo, tenía razón. Dice R.: “No hay una manera de sanar, hay tantas maneras como experiencias, dolores, sentidos y puntos de vista existan. Darle lugar a que cada uno elija dónde poner lo que le hace bien y lo que hace mal es correr el eje de lo que a nosotros nos parece que esa persona debería hacer. Y dejarla hacer, sin dejar de estar a su lado, acompañándola sin juzgar”. S. -que en cada encuentro nos señala y enseña a diferenciar entre “pensar” y “sentir”-, apunta sobre el artículo de Sluski: “Acuerdo con este texto, que está en sintonía con lo que les planteaba acerca del sentir. Acá es clarísimo cómo, ante situaciones de abusos graves, una persona sintió una profunda pena, otra compasión, otra rabia. Y es más: lo que describe el terapeuta es el comienzo de un camino de sanación, donde seguramente esas emociones -si no son reprimidas, ni juzgadas- darán lugar a otras. Este es un plano del problema que no excluye la respuesta política. Por eso hablaba de tomar la palabra en los distintos espacios:
Íntimo: me sincero conmigo y ante un otro en el que confío y respeto y por el que me siento comprendida y respetada Comunitario: en el sentido profundo de la palabra comunidad, allí dónde encuentro pertenencia, aun en la diferencia. Ahí se cocina todo: es la alquimia de la pena, la rabia, la compasión. Creo que solo así se arma una unidad de coraje para dar respuesta. Nueva-
mente acá la sinceridad es condición irrenunciable. Este es el momento en el que dónde hablar, a quién, qué hablar, es crucial para mí.
Social/Político: juntxs pasamos a la acción que libera, transforma, arranca, desmaleza, hace justicia, construye condena social”. Luego S. nos prepara a todas una sesión especial: boca abajo y boca arriba, cada una recibe una imposición de manos grupal. ¿Toque eutónico? Quizá: lo que sentimos fue el fluir, lo que recibimos fue la energía que necesitábamos para seguir. Después de compartir la torta de chocolate que preparó G., M. nos entrega el bello cuadro que pintó con la leyenda: “Y entonces lo que entre y salga de nuestras sagradas conchasbocascorazones, nos libre y vuele con furia y ternura”. M. aclara: “Yo elegí poner la palabra conchasbocascorazones, así todo junto, porque somos todas las partes juntas, y nada de lo que entra o sale de la boca no entra o sale de nuestra concha o corazón”. “Furia y ternura”, repite J. M., hilvanando la mejor conclusión de nuestra jornada.
2. El poder de la conversación C. nos propone conocer la obra de la artista Suzanne Lacy, una californiana formada por la cultura pacifista en plena guerra de Vietnam, potente feminista que se caracteriza por tener una obra de fuerte intervención social. Los trabajos de Suzanne Lacy se centran en el ámbito político y el espacio público. Ya
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Suzanne Lacy, artista feminista, nacida en Los Ángeles: sus acciones callejeras buscan la participación, pero también motorizar cambios sociales.
desde sus inicios en Los Ángeles, a finales de los 60, prefiguró muchos temas presentes en los debates actuales, buscando siempre el compromiso en su público y un rol activo del artista en la creación de las políticas públicas. Los temas sobre los que siempre ha reflexionado en sus proyectos giran en torno a cuestiones de sexo, raza y clase. Lacy fue pionera en mostrar los estragos que producía la cultura mediática al estimular la violencia machista. Lo hizo a través de acciones artísticas: instalaciones crudas y sin atenuantes visuales ni conceptuales. La reflexión sobre el cuerpo femenino y su inserción en los espacios público y privado es otra parte esencial de su trabajo artístico y comunitario. Desde sus comienzos trabaja con organizaciones sociales para desarrollar estrategias de intervención política en su ciudad, a través del arte y la acción en el espacio público. Un solo ejemplo: durante 20 años mantuvo una acción en la puerta de las escuelas secundarias más violentas de su ciudad, con la finalidad de estimular la creación artística de los varones y contrarrestar así la formación machista que recibían por parte de las instituciones educativas y mediáticas. Así define su trabajo:
• “El arte político de activismo no es producto de una simple inspiración o de una bien intencionada y afortunada disposición de ideas. Se compone, también, de un análisis social y de una estrategia de participación de la gente”. • “El o la artista pueden usar su entendimiento sobre el poder de las imágenes para comunicar información, emoción e ideología”. • “Además pueden brindarnos una crítica de la cultura popular y de sus imágenes o situaciones sociales presentes o pasadas”. • “Deben aspirar a que su trabajo pueda inspirar al público a actuar en defensa de una causa”. • “También deben compartir su experiencia, no para servir de modelo, sino de impulso para otras artistas y activistas.” Vemos algunos ejemplos de sus acciones:
1. El duelo y la rabia Los Ángeles, 13 de diciembre de 1977 La acción fue motivada por el asesinato de 10 mujeres, que en la prensa se conocieron como producto de El Asesino de las Laderas.
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Lacy analizó este caso como una típica construcción mediática: los medios ficcionalizaban la cruel verdad del femicidio creando un culpable con nombre de novela, logrando así invisibilizar sus razones sistémicas. ¿Cuáles son los ingredientes de esta nota?, se preguntó Lacy. Esta pregunta fue el punto de partida del trabajo en talleres que realizó con organizaciones sociales, que luego formaron parte de la acción. La performance consistió en la llegada de un coche fúnebre a la puerta de la sede municipal. De allí bajaron 10 mujeres vestidas de negro. En las escalinatas hay un coro de mujeres vestidas de rojo que sostienen dos pancartas: “En memoria de nuestras hermanas” y “Mujeres volvamos a luchar”. Cada mujer de negro se para delante del micrófono, dice un nombre (que es el nombre de una de las asesinadas) y lo que motivó su crimen: “Fui asesinada por la violencia machista”. “Fui asesinada por la violencia mediática contra las mujeres”. “Fui asesinada por el Estado que no defiende los derechos de las mujeres”. Y así hasta completar los diez nombres y las diez causas. Al terminar cada presentación, el coro grita las dos consignas. Y la mujer que preside el coro coloca un manto rojo sobre los hombros de la testimoniante: representa el abrazo y la invitación a luchar, la rabia sobre el luto. Desde esta, su primera performance, Lacy incorpora a sus acciones a organizaciones sociales, pero también a funcionarios. Le interesa que frente a las mujeres organizadas y con demandas concretas, pongan la cara, hablen y escuchen. Para ella esto es parte de la performance: ver en escena, en esa escena concreta, a un responsable de las políticas públicas. El que sea y pueda conseguir. El burócrata forma así parte de su obra tanto como la escenografía elegida, que siempre es institucional. Su arte político es
de intervención e interpelación directa a la institución. Señala al sistema. Es su forma de eludir lo que más le preocupa del discurso que denuncia la violencia sistémica: la victimización, que se construye cada vez que el tema se reduce a la denuncia a lo biográfico: “a mí me pasó esto”. Lacy valora el testimonio. Asegura que resulta indispensable para construir el mensaje público que desnude estas violencias sistémicas, pero su método para eludir la victimización es claro:
1. Siempre recurre a la multiplicación de testimonios. En esta primera acción tomó 10. En las siguientes, nunca menos de 400. Lograr esa escala es imposible sin dos recursos que considera indispensables: tiempo y trabajo con organizaciones sociales. 2. Parte del testimonio particular, específico (yo, fulana) y generaliza el motivo. Así la víctima no es víctima, sino sobreviviente. Y el sistema es el victimario.
2. Tres semanas de mayo Los Ángeles 1977 La acción consistió en colocar un mapa gigante de la ciudad en la pared de la municipalidad. Delante, varias mesas con datos de los casos de violencia contra las mujeres ocurridos en las tres semanas de mayo a la que alude el título. Cada persona escribe un dato en un papel (violación, golpiza, asesinato, acoso, etc.) y coloca en el mapa el tipo de crimen, con su ubicación concreta. En tanto, en esa misma vereda se organizan grupos de charlas, clases de defensa personal o performances teatrales, como la que muestra la foto que ilustra la tapa de este cuadernillo: la sociedad poniendo vendas en los ojos de las mujeres para invisibilizar esta violencia. Cuando la cartografía está completa, desde allí parte el grupo que señala en cada lugar de la ciudad el tipo de crimen cometido contra las mujeres.
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3. Silver Action Museo Tate Modern de Londres. Febrero 2012 430 mujeres conversando, de a cuatro por mesa, armando una damero espectacular. Son todas activistas feministas mayores de 65 años. La puesta consiste en 3 performances. La primera: ellas de negro, todas con la cabeza blanca por las canas, apoyan sus manos en la mesa. Luego habla una, las otras 3 escuchan. Y cambian esos roles hasta completar la rueda. No hay guión previo. El público forma un círculo alrededor del damero de mesas. Escucha el murmullo que forma ese coro de veteranas. Luego, tres se levantan. Queda una. En cada mesa se sienta con ella un joven varón de menos de 25 años, con una laptop. El joven escucha, la veterana habla. Le está contando su participación en una acción en defensa de sus derechos, aquella que considere más importante. Tampoco hay guión previo. En cada mesa sucede lo mismo: un muchacho, una veterana, una laptop. En una se está contando cómo se organizó el campamento de mujeres contra la instalación de una base norteamericana en 1981; en otra se está contando la huelga de operarias de la fábrica Ford por igual salario que los hombres, en 1969. Cada testimonio se reproduce en las múltiples pantallas que rodean la escena central, alrededor del damero de mesas, al mismo tiempo que cada joven tipea.
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Quedan así y a la vista los recuerdos de luchas, resistencias y desafíos colectivos, narrados a escala humana, cotidiana, por estas protagonistas de pequeños-enormes cambios. La historia oral de la Historia. Por último, las mujeres juntas, todas, arman en otra enorme pared una línea del tiempo: queda así graficada de manera simple y contundente la historia del feminismo contemporáneo. El arte de Lacy es claro: expone la máquina que genera el cambio social. Esa máquina que se activa cada vez que hay mujeres charlando en una mesa, de a cuatro. Muchas mesas, muchas mujeres, un tema: qué podemos hacer juntas para estar mejor. Eso es la maravillosa máquina que activa revoluciones imposibles. Y las concreta. Es interesante lo que nos señala Lacy con esta acción: el poder revolucionario de la conversación. Eso es exactamente lo que diluye el chisme: sentarse a hablar de otras, de otros, en lugar de conversar sobre nosotras, sobre lo que juntas podemos hacer, desactiva la capacidad de acción, dispersa el poder de cambio. También señala otro factor clave: el escenario de las batallas mediáticas contemporáneas. Los medios no están invitados a esa mesa: se meten. Interfieren en la conversación tratando de imponer en nuestras bocas sus propias palabras y en nuestras cabezas sus propios
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De izquierda a derecha, las obras de Lacy: El duelo y la rabia, Tres semanas de mayo, Silver Action y El cuerpo tatuado.
intereses. Eso que por costumbre llamamos “agenda” es, ni más ni menos, el menú fijo que se impone en la mesa y que nos obliga a pensar que las cosas son así y los cambios, imposibles de ser llevados a cabo por nosotras mismas. También es esa la intención de las oenegés que se proponen dominar cómo se habla: dictan una gramática (“género” en lugar de machismo o patriarcado; “trata” en lugar de explotación sexual) con la intención de diluir la radicalidad y el poder de transformación que tiene la palabra socialmente construida. Lacy nos recuerda así que todo cambio es un cambio de tema.
4. El cuerpo tatuado Museo Reina Sofía. Octubre de 2010 Tres años llevó montar este proyecto que denuncia la violencia machista en España, un país donde este tipo de crímenes constituye la primera causa de muerte de mujeres. Lacy explica muy meticulosamente su método en un video que resume este trabajo: articular con artistas locales y movimientos sociales, involucrar a funcionarios, oenegés y periodistas, trabajar el tema en talleres con adolescentes, utilizar el espacio del Mu-
seo para convocar y sensibilizar y preparar a la audiencia para el gran cierre: una manifestación callejera. Todo esto lo zurció a partir de un solo elemento: la máscara. Fue resultado de escuchar los testimonios de las mujeres que conoció en las casas de acogida, refugios que les daban temporalmente protección a mujeres golpeadas y amenazadas por sus parejas. Todas tenían miedo y le solicitaban anonimato por temor a las represalias. Sus vidas, todavía, estaban en peligro. Lacy decidió que si ellas no podían dar la cara, nadie podía darla. Eso implicó que cualquiera relacionado con la muestra debía llevar máscara: público, participantes, funcionarios, expositores. Las organizaciones sociales locales fueron las responsables de recoger 400 testimonios de mujeres que sufrieron violencia machista. El grupo Toxic Lesbian la conectó con una escuela secundaria de los suburbios de Madrid, donde varias de sus activistas eran docentes. A través de ellas logró que durante un año trabajaran en la selección de párrafos de esos testimonios, que luego escribirían en las máscaras (durante la exhibición en el Museo Reina Sofía de Madrid las y los estudiantes tuvieron un lugar para escribir las máscaras, tarea a la que podía sumarse el público presente). Estas máscaras estaban desti-
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nadas para la movilización final. Durante la muestra, Lacy aprovechó su poder de convocatoria y prestigio para convocar a un workshop entre funcionarios, oenegés y periodistas. El tema: ¿cómo evitar la victimización? Ese taller se filmó y se proyectó en pantalla gigante durante todo el tiempo de la muestra. Todos los participantes fueron invitados, una vez presentados y “escrachados”, a colocarse las máscaras. En tanto, en una pantalla lindera se proyectaba el trabajo de una videasta local, que fue la encargada de filmar los testimonios de las sobrevivientes, que hilvanados en un sinfín de 400 mujeres con máscaras desnudaban el estado de las cosas: la cruel realidad. La muestra fue un gran centro de activación de la movilización que se realizó en sincronía con el Día Contra la Violencia, en la Puerta del Sol. Un gran cartel le devolvía la gramática feminista a esta batalla: “Día contra la Violencia Machista”. Más de 3.000 personas con máscaras que llevaban escrito a mano el testimonio que la sociedad necesitaba ver y el sistema intentó invisibilizar en toda su magnitud escucharon las voces de las perfomances que, a la manera de El duelo y la rabia, zurcían una vez más lo biográfico hasta bordar lo sistémico. Los carteles, escritos a manos, solo proclamaban una consigna: “Juntas, podemos”.
Hablando de lo nuestro Al ver los videos de las intervenciones de Lacy y al escuchar cómo fueron construidas, se abre una catarata de relatos sobre cómo, en los últimos tiempos, hemos tenido que enfrentar en nuestras organizaciones una serie de intervenciones tendientes a debilitar la radicalidad de nuestras prácticas. Programas estatales y oenegés han tomado consignas y discursos para presentar campañas que han logrado acumular subsidios y recursos sociales, sin lograr ningún impacto
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en la situación que supuestamente pretendían cambiar o remediar. Hablamos, entonces, de una situación de abuso: someter a nuestras organizaciones y acciones, ya sea porque pretendieron interferirlas, cooptarlas, dividirlas o, si no lo lograban, romperlas, excluirlas y desvalorizarlas. Tratamos de reconocer en qué consistió esta operación de la máquina abusadora, partiendo de situaciones y ejemplos muy concretos, hasta que logramos identificar las concordancias: ¿qué la hizo posible? Palabras que brotan: • Cinismo • Competencia • Envidia ¿Qué esconden estas palabras tan recurrentes en el universo femenino?
Cinismo: J. intenta un ejemplo. Un intelectual –John Holloway- escribe un libro y lanza una consigna atractiva: “Cambiar el mundo sin tomar el poder”. Luego, diferentes operaciones (y operadores) intentan asimilar esa consigna a la experiencia zapatista. La operación cínica no se reduce a señalar: “el zapatismo quiere cambiar el mundo sin tomar el poder” ( lo cual es bien diferente a afirmar: “el zapatismo quiere crear poder”). Lo cínico es hacer equivalente el hablar con el hacer, la mera construcción de discurso con la práctica social. Así, se logra desvirtuar esa práctica y, al mismo tiempo, desvirtuar la palabra. Como todo sistema abusivo, en una sola operación y a la vez, destruye, enmudece y destituye, al quitarle potencia y radicalidad a todo aquello que representa una posibilidad de cambio. Competencia: P. dice que se trata de una operación de poder. Pone el ejemplo de amigas golpeadas o compañeras prostituidas, que se muestran como ganadoras cuando han conseguido “tener” algo: un celular, un par de zapatos costoso. Esos
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símbolos del “tener” se convierten en trofeos de “poder”. Se ostentan y, así, desafían a otras a mostrar más. La competencia aparece como el único sistema posible para obtener algún tipo de reconocimiento social. P. entiende, entonces, que para esas mujeres -como para muchas organizaciones- el poder es entendido como un escenario: un lugar donde los otros no ven. S. agrega: donde lo que se ve es pura imagen. Donde no importa cómo se es, sino cómo nos ven. El Poder como mero photoshop. El Poder como marketing publicitario: quiero que me compren. El Saber o Conocimiento como capacidad para vender discursos. C. cita “las pasiones tristes” de las que hablaba el filósofo Spinoza: aquellas que estimulan que veas en el otro un rival, imprescindibles para mantener la capacidad del amo de controlarnos. Las pasiones alegres aumentan nuestra potencia; las tristes la disminuyen, alertaba Spinoza
Envidia: S. intenta una definición: “La envidia se asienta sobre la base de comparar lo mejor tuyo con lo peor mío”. L. dice que es una forma de odio, pero un odio que surge porque se compara algo o alguien con un modelo, una orden o un orden establecido. ¿Qué se compara? La capacidad de otra/o de hacer algo distinto desnuda nuestra propia incapacidad, señala nuestra falta, lo que nos falta, lo que no puedo. La envidia es una forma de odio que no se queda en el sentir: actúa. ¿Cómo? Destruyendo. No busca lo que otra/o tiene, sino que la otra/o no lo tenga. ¿Es odio o es rencor?, se pregunta S. Es odio y es rencor, responde L. Son sentimientos generados en función de un modelo previo, un patrón. La envidia surge así como reveladora de relaciones humanas basadas en la pura su-
pervivencia. Es depredadora: busca devastar otras posibilidades de ser y de actuar fuera del sistema abusador, que no sean las posibles de alcanzar por mí, desde mis actuales circunstancias.
3. Una puerta Estamos en círculo, leyendo en voz alta estos textos, corrigiéndolos, completándolos, pensando en quienes los leerán luego. Si les serán útiles, interesantes, pertinentes. ¿Para qué? “Para nuestras prácticas. Para nuestros día a día”, señala M. “Creamos este espacio para pensar todo de nuevo: hasta cómo abrir una puerta. Porque las puertas están todas pensadas para que nos lleven a otro lado de aquel al que queremos ir”, sigue M. Creamos este espacio desde adentro de la máquina abusiva. Pusimos el cuerpo y todo lo que aprendimos en nuestras prácticas y colectivos para intentar reflexionar juntas, desde nuestras propias dificultades y desde nuestra propia víctima. Diciendo: yo soy mujer, yo soy víctima de violencia abusiva. Todas y cada una lo fuimos y lo seguimos siendo, pero en algún punto logramos fre-
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nar a esa máquina porque estamos acá, juntas, pensando en cómo destruirla. Escribimos, entonces, para aprender a abrir la puerta que nos lleve del abuso a la vida sin él. Todas, desde hace mucho tiempo, estuvimos abriendo las puertas equivocadas. Lo sabemos porque las abrimos. Lo sabemos porque ya vimos a dónde nos conducen y no es ahí a donde queremos ir. Sabemos que la puerta de la víctima conduce a la mujer abusada a la “actitud pobrecita” . Sabemos que esa actitud la debilita. Y sabemos algo peor: el discurso de la víctima nos convierte en público que escucha así, una y otra vez, la voz del abusador. Es cierto que hay que escuchar a la víctima, reconocerla y que se reconozca en cuanto tal, pero no es menos cierto que buscamos, trabajamos y luchamos para que salga del pozo de la victimización y que es nuestra tarea encontrar esa salida. Pero, ¿cuál es? Intentamos, entonces, entrar al tema por otro lado. Hablamos de la víctima, de lo que hace y dice, no hace y no dice, pero nunca hablamos de lo que nosotras hacemos y decimos cuando la escuchamos. Porque si podemos cambiar algo ya, es eso: la escucha. ¿Cómo escuchamos a la víctima? No estamos hablando, simplemente, de si nos colocamos en lugar superior, salvador, o de no-víctima. Estamos hablando del momento mismo, del acto de escuchar. Repetimos: ¿Cómo escuchamos a la víctima? La pregunta recién encontró una respuesta en el siguiente encuentro. M. nos cuenta que se llevó esa tarea para responderla en el jardín maternal donde trabaja, en un barrio periférico, empobrecido, violentado. La encontró cuando una niña de 4 años comenzó a llorar a los gritos en la puerta del jardín. No quería entrar. Pataleaba, gritaba, lloraba.
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M. nos cuenta que prestó especial atención a lo que hacían y decían las maestras, todas muy atentas y sensibles ante casos como estos. “No llores. No llores”, le decían a la nena. Se lo decía una maestra, la mamá, otra maestra, la portera, otra mamá. “No llores. No llores”. Es cierto: siempre es desequilibrante que un niño llore, pensó. La mamá le muestra a la nena un paquete de galletitas. La maestra le da un caramelo. Se lo ofrecen a cambio de que deje de llorar. Decidió intervenir. Les dijo a la madre y a las maestras, con la intención de que la nena la escuche: “Si ella se quiere quedar acá y llorar, que lo haga. Yo me voy a sentar en el piso, al lado de ella, por si necesita algo”. Y se sentó en el piso, nomás. La nena siguió llorando. M. nos cuenta que estuvo así un larguísimo rato, hasta que la niña se acercó a ella y la abrazó. Ahí en el piso, interrumpiendo el paso de aquellos que querían entrar o salir del jardín. “Y me pareció bien: esa nena estaba llegando a un lugar que no era su casa y nos estaba comunicando así que algo doloroso le estaba sucediendo. Lo correcto es que el jardín se detenga ante esto. Lo correcto es que el mundo se detenga ante esto. No podemos seguir como si nada pasara y pedirle a ella que pare de llorar, porque para una niña de 4 años llorar es hablar. Cuando me abrazó le dije: ¿sabés quién soy yo? Soy tu compañera de llanto”. Cuando una mujer abusada llora, llora esa niña sin lenguaje ni voz propia. Seamos sus compañeras de llanto. No lloramos con ella: la sostenemos. Públicamente, deteniendo el paso de quienes quieren continuar como si nada pasara. Y nos quedamos así, a su lado, firmes, atentas, pendientes, alertas, mientras suel-
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ta sus lágrimas, hasta que esas lágrimas se conviertan en palabras, y las palabras en voz propia y la voz propia en grito colectivo. Esa es nuestra puerta.
4. Soltar y sostener D. nos recibe hoy con una clase sobre el funcionamiento de nuestro cuerpo. Comienza así el desfile de hormonas de nombres mágicos que producen milagros. La descripción de la fábrica de la vida. Un ejemplo: La menstruación es un proceso muy complicado en el que intervienen diferentes hormonas, órganos y el cerebro. Otro: El ciclo sexual femenino es un ciclo bi-
fásico, es decir, está compuesto por dos etapas:
1. la fase ovárica 2. la fase uterina. Fase ovárica: El elemento fundamental es el folículo. Su desarrollo y maduración presenta tres características generales: • Selectividad: el folículo destinado a ovular procede de una población de folículos en crecimiento que, a su vez, provienen de una masa de folículos primordiales en reposo, formada durante el desarrollo embrionario y fetal. • Continuidad: la puesta en marcha del desarrollo folicular es un proceso continuo,
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hasta que las reservas estén exhaustas. • Regularidad: el desarrollo folicular es un proceso regular y ordenado, con un índice constante de folículos que abandonan el pool, en una unidad de tiempo. Esto significa que el ovario es un sistema regulado y coordinado, de manera que el inicio del crecimiento folicular se realiza en intervalos de tiempo regulares y constantes.
contracciones y el tono del músculo uterino. Esta segunda mitad del ciclo dura siempre 14 días. Si el óvulo no ha sido fecundado, todas las hormonas juntas provocan el desprendimiento de la mucosa y el flujo de sangre con el fin de empezar un nuevo ciclo. En este juego hormonal, cada glándula depende de una o varias glándulas: es un sistema complejo y en red. Por ejemplo:
Fase uterina:
• La hipófisis es estimulada por el hipotálamo. ¿Cómo? No se ha determinado mucho aún. • El hipotálamo depende, a su vez, del sistema nervioso central. • La hipófisis, a su vez, estimula a los ovarios, pero también a las glándulas suprarrenales y los riñones, entre otras cosas. • Las hormonas segregadas por los ovarios ejercen un retroefecto para alertar a la hipófisis, como para tenerla al tanto y avisarle de cuándo cambiar la orden, según se haya fecundado o no el óvulo.
Las distintas estructuras que forman el útero se hallan sometidas a la influencia de las hormonas ováricas. Las modificaciones más importantes se producen en el endometrio y, en forma menor, en el miometrio. Bajo la acción sucesiva de estrógenos y progesterona producidos por el ovario, la mucosa endometrial experimenta cambios cíclicos en su estrato funcional que se diferencian en tres etapas: • Proliferativa o estrogénica: del día 5 al 13 día del ciclo. • Secretora o progestacional: del día 14 al 29 del ciclo. • Menstrual o de disgregación : del día 1 al 4 del ciclo. La primera fase del ciclo dura entre 7 y 18 días, según la duración de la menstruación. A partir de ahí, comienza la secreción de LH (luteinoestimulina), segregada por la hipófisis. Cuando llega a su punto más alto de producción, se produce la ovulación, es decir, la salida del óvulo fuera del ovario y el comienzo de su viaje por las trompas. La LH es también responsable del cuerpo amarillo del ovario y favorece la secreción de las progesteronas, las hormonas que dominan la segunda mitad del ciclo. Las progesteronas tienen la función de transformar las mucosas y hacerlas acogedoras para una eventual fecundación y desarrollo del óvulo. También hacen posible que se sostenga el embarazo, al inhibir las
Muchas cosas despierta en nosotras esta descripción técnica, biológica, de nuestro funcionamiento hormonal. La principal: tomar conciencia de la delicada fortaleza de esa máquina, su sincronía exquisita, pero también y fundamentalmente, su profunda relación con un sistema productivo que no hace cálculos especulativos para crear y sostener vida, que luego “suelta”, pone a andar por sí y con los demás. La regularidad del ciclo es lo que ha originado que se lo llame “regla”, algo que fascinaba a los aruntas australianos, pueblo que confesaba abiertamente su envidia al ritmo sangrante de las mujeres, porque era una demostración de su cercanía con el misterio de la vida. En otras culturas originarias se consideraba que el período menstrual le otorgaba a la mujer una inteligencia y juicio extraordinarios, que le permitían desen-
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trañar los más profundos misterios humanos. Las muchachas apaches, por ejemplo, se pintaban la cara para indicar qué días estaban poseídas por la diosa de la fertilidad. En las tribus de Camerún también: se teñían toda la cara de rojo. Las dayaks de Borneo, de blanco. También hay culturas originarias que atribuyen el sangrado a una herida, producida por un animal. Y otras, que consideran la sangre menstrual como una impureza: las mujeres menstruantes no pueden participar de las ceremonias religiosas. Incluso, en diversas culturas africanas se prohíbe a la mujer dormir con un hombre durante su período, porque podría “robarle la masculinidad”. Suponemos que se tratan de culturas muy ligadas a la subsistencia, que penalizan así la no reproducción, como si la sangre menstrual derramada disminuyera el potencial sanguíneo de la comunidad. Otros ejemplos criminalizadores de la menstruación: • Los judíos negros de Etiopía disponen de “casas de sangre” donde las mujeres se retiran durante 7 días, tiempo que consideran suficiente para aislarlas durante su menstruación. Las llaman “Casas de la Maldición”. • Los indios mondurucus de Brasil recluían a las mujeres menstruantes en una celda y toda la comunidad debía arrancarles un pelo, mientras durara el encierro. • Las chiriguanas de los Andes bolivianos debían permanecer encerradas todo el primer año menstrual, a oscuras, de cara a la pared y sin hablar con nadie. Se consideraba que este era un período de “purificación”. • Los yaraibama las obligaban a cerrar los ojos cada vez que se cruzaban con alguien; los indios delawares directamente se los vendaban. • Plinio El Viejo (II a.c./IV d.c.), en su tratado Naturalitis Historia, advertía sobre los
peligros de la mujer menstruante: podía convertir el vino en vinagre, romper espejos, estropear el hierro y el cuero, nublar los cielos, volver estériles los campos, hacer caer frutas de los árboles, matar abejas y producir abortos en los animales. Si los perros lamían la sangre menstrual contraían rabia.
Lo bueno de lo malo • Aristóteles creía que el flujo menstrual era el que fecundaba al semen. • En Baviera, los campesinos utilizaban pañuelos con sangre menstrual como amuletos. • Leonardo Da Vinci conectaba las mamas con el útero: la sangre menstrual era la leche materna no utilizada. • En Francia, en el siglo 17, se consideraba que la sangre menstrual era ideal para apagar incendios. También para curar la epilepsia y los dolores rebeldes. Con el tiempo llegaron los trabajos de investigadores que identificaron en la sangre menstrual una sustancia que consideraron tóxica y por eso la bautizaron “menotoxina”. En 1952 la comunidad científica se alarmó cuando conoció los resultados de George y Olive Smith, de la Universidad de Harvard –a quienes se les imputa haber acuñado el término “menotoxina”–, cuando tras inyectar con sangre menstrual a varios animales, estos murieron: los científicos concluyeron que las creencias folclóricas de diversos pueblos eran ciertas y que el fluido era un poderoso exterminador. Más tarde, múltiples investigaciones lo desmintieron. ¿La brutalidad de estos científicos justificó muchas de estas conductas brutales y discriminatorias? Seguramente. Y con notable éxito: hoy todavía se puede encontrar esa misma concepción en su-
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puestas enciclopedias online. Por ejemplo: en el Diccionario Ilustrado de Términos Médicos aparece la siguiente definición: “Menotoxina: sustancia tóxica existente en la sangre y secreciones corporales femeninas durante la menstruación”. Las investigaciones más recientes revelaron exactamente lo contrario. Estudios de la Escuela de Medicina del Instituto de Investigación en Biocomunicaciones en Wichita, Estados Unidos, y de la Universidad de Keio, en Japón, publicados en The Journal of Translational Medicine, han descubierto que a partir del flujo menstrual pueden desarrollarse células similares a las células madre para fines médicos. Por medio del cultivo de sólo cinco mililitros de sangre menstrual consiguieron células cardíacas. Los resultados de la investigación indican que podrían producirse a gran escala y proporcionar una alternativa a los métodos actuales de uso de la médula ósea y del cordón umbilical. La despenalización de la menstruación llega recién cuando la industria farmacéutica encontró una forma de convertirla en producto. Hay un blog de feministas chilenas que lo explica así: “Una razón por la cual es tan desconocido el proceso de la menstruación sana, es que la investigación se enfoca siempre en los problemas que algunas mujeres sufren durante la menstruación y en buscar medicamentos que los alivien y no en el proceso en sí. Da mucho que pensar que la menstruación tenga valoraciones tan negativas. La menstruación, en sí, es neutra de significados culturales, pero por sus obvias conexiones con la fertilidad tiene el potencial para ser un fenómeno muy celebrado en las sociedades humanas, sin embargo no lo es. ¿Por qué? Hay muchas teorías, pero preferimos enfocarnos en el hecho de que es mal vista y que esta valoración pesa en la relación de las mujeres
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con su propio cuerpo, y en el hecho de que esta valoración puede cambiar”. Proponen, entonces, reflexionar sobre cómo el mito de la toxicidad de la sangre menstrual no cesó, sino mutó: su derivado moderno es el mito de la suciedad menstrual. “El mito de la suciedad es mantenido con grandes ganancias por la industria de la higiene femenina, quienes han elevado los estándares de ‘frescura’ exigibles, para incrementar sus ganancias mostrando la menstruación como una crisis higiénica. El mito de la suciedad se refuerza y se hace realidad en los productos menstruales que son desechables, como las toallas higiénicas y los tampones, que desde su aspecto ´médico´ que nos recuerda a la gasa blanca. La contaminación que provoca esta industria es muy real: las 10.000 toallas higiénicas que una mujer usa durante todo el tiempo que menstrúa terminan en los basureros, y los tampones que se van por los inodoros terminan en el mar. Además, los tampones y toallas desechables contienen dioxina, que es un residuo del cloro que se usa en el blanqueamiento de las materias primas, un químico que se acumula en el cuerpo al ser absorbido por las paredes de la vagina”. Es interesante la interpretación que hace en su libro Mujer, una geografía íntima, la periodista Natalie Angier, ganadora del Premio Pulitzer: el cuerpo humano no realiza ninguna operación inútil. Entonces, ¿por qué desperdicia cada mes esa cantidad de sangre, células y epitelios? Angier encuentra una respuesta: la vida no ahorra. El cuerpo femenino fabrica lo mejor, lo óptimo. Y si no lo usa, lo degrada. Y vuelve a generar todo lo necesario en las condiciones necesarias. Es otro paradigma: el de la eficacia. Es decir, la capacidad para obtener un resultado determinado. Un paradigma diferente al de la eficiencia, que expresa la relación entre los recursos utilizados y los logros obtenidos.
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Así, el cuerpo femenino desafía la lógica capitalista todos los meses. ¿Por qué? Porque puede. Puede sostener y puede soltar. ¿Y la menopausia? J. M. nos dice que la vida sin menarca es un momento en el que podemos pensar que la vida es algo más que traer hijos al mundo. Es un momento en el que podemos entender a la maternidad como algo colectivo. Es un momento para comprender que nuestra tarea es seguir pariendo el mundo. Y criar mundos, muchos mundos. ¿Por qué? Buscamos las respuestas a partir de otros bordes. Los prohibidos, los vergonzantes, los menos pensados. S. describe los síntomas de la menopausia: incontinencia y estreñimiento. Soltamos pis. Sostenemos caca. Jugamos con estas vergüenzas de la vida sin menstruación. Nos meamos de risa, dice S. ¿Vamos a dejar de reírnos por eso? Nos cuesta cada vez que nuestro intestino se mueva al ritmo que necesitamos. ¿Vamos a retener mierda por eso? En la menopausia, el cuerpo nos desafía a construir por nosotras mismas la sintonía de sostener y soltar. Ya no es automática, orgánica, “natural”. La tenemos que aprender, hacer conciente, ejercitar. S. nos habla entonces de la importancia de realizar ejercicios que ayuden a fortalecer el suelo pélvico. ¿Suelo pélvico? Así se denomina el sistema de músculos y ligamentos que sostienen la vagina, la vejiga y el recto. No es un sistema rígido, sino dinámico, que se adapta permanentemente a nuestros movimientos. Podemos fortalecerlo haciendo un ejercicio sencillo: contraer y soltar la vagina. Sostener y soltar reaparece, entonces,
como una de las claves del funcionamiento vital de nuestros cuerpos. Sostener y soltar para criar mundos. Muchos. S. nos invita a ejercitarlo grupalmente. La música nos anima: suena el tema Gozar hasta que me ausente, de Paloma del Cerro. Una a una, nos vamos soltando sobre los brazos del grupo que nos sostiene. Avanzamos bailando rítmicamente, levantando en brazos a cada una por vez, sonriendo, mientras cada compañera se deja llevar por nosotras, con los ojos cerrados. Increíblemente, no hay peso. Increíblemente, no hay miedo. Hay confianza y alegría, dos fuerzas capaces de transportarnos a donde deseamos, con quien querramos.
(Post Data) Cuando este primer cuadernillo de la UCO fue leído por cada una de sus autoras, nos llegó el siguiente mensaje de J. M., que se estaba preparando para reparar su corazón en un quirófano: “Queridas compañeras de adentro y de afuera de las prisiones en las que algunas estamos: hoy las recordé -como a veces recuerdo los instantes vividos, las miradas, movimientos y voces que fueron haciéndose amados-, ahí en la tierra UCO de la Pachamama. Me doy cuenta de que me constituyen como mis tejidos regados por el líquido que va por mis venas; navego por ellas, por la tierra que soy con ustedes, en esta deriva en que vamos, volvemos y vamos y vamos. Si en julio resucito, vendrá lo inesperado. Ese es mi proyecto. Y ustedes son parte de él”.
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