Manzana 038 digital

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Revista de Literatura, creación, estudios literarios y crítica

LA MIRADA El haikubano de Jorge Braulio Rodríguez: el hakuin que vino del poniente Fernando Cid Lucas

Poesía e imagen. Una perspectiva histórica Rafael de Cózar

Biografía Pública Confieso que he pensado... Bernd DIETZ

Narrativa La república de las cometas

Mario Cuenca Sandoval

6 cuentos

Ana Patricia Moya

Traducción 23 (fragmentos de alguien)

38 Diciembre 2014

Antonio Bux

Libros

Lección magistral

Luis Alberto de Cuenca

Los turistas ciegos

José Luis Amaro

Nombre entre nombres Jacobo Cortines


Edita

La Manzana Poética Apartado de Correos, 3199 14080 Córdoba Depósito Legal: 1663-2002 ISSN: 1887-7184 lamanzana@lamanzanapoetica.info www.lamanzanapoetica.info

Dirigen

Bernd Dietz Francisco Gálvez

Comité Asesor

Rafael Álvarez Merlo Juan José Lanz María Rosal Luis García Jambrina Esther Sánchez-Pardo Pablo García Casado José Antonio Gurpegui Juan M. Molina Damiani Balbina Prior José Antonio Ponferrada

Críticos y colaboradores

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Maquetación Rafael Ruiz

La Asoc. Ctral. La Manzana Poética y el Comité Asesor de esta revista no se hacen responsables de las opiniones y pensamiento expresados por sus colaboradores.


Revista de Literatura, creaci贸n, estudios literarios y cr铆tica

38 - Diciembre 2014


Delegaciรณn de Cultura Esta publicaciรณn estรก subvencionada por el Excmo. Ayuntamiento de Cรณrdoba. Delegaciรณn de Cultura.


Sumario

LA MIRADA – El haikubano de Jorge Braulio Rodríguez: el hakuin que vino del poniente Fernando CID LUCAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 – Poesía e imagen. Una perspectiva histórica Rafael de CÓZAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Biografía Pública – Confieso que he pensado... Bernd DIETZ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43 Narrativa – La república de las cometas Mario CUENCA SANDOVAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 – 6 cuentos Ana Patricia MOYA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 Traducción – 23 (fragmentos de alguien) Antonio BUX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 Libros – Lección magistral Luis Alberto de CUENCA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 – Los turistas ciegos José Luis AMARO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122 – Nombre entre nombres Jacobo CORTINES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128



LA MIRADA El haikubano de Jorge Braulio Rodríguez: el hakuin que vino del poniente Fernando CID LUCAS

AEO. Universidad Autónoma de Madrid

Poesía e imagen. Una perspectiva histórica Rafael de CÓZAR

Universidad de Sevilla



La mirada

EL HAIKUBANO DE JORGE BRAULIO RODRÍGUEZ: EL HAKUIN QUE VINO DEL PONIENTE Fernando Cid Lucas AEO. Universidad Autónoma de Madrid

Introducción Algo tendrá de bueno lo que se universaliza y suscita admiración aquí o allá; aquello que surge sin pretensión alguna de propagarse, pero que, por sus virtudes ingénitas, consigue viajar, extenderse como un manto de lava o de nieve, flanqueando sus fronteras primigenias e, incluso, sus propias líneas definitorias. Tal es el caso que ahora nos ocupa: primero, al tratar sobre una estrofa que se ha tornado ya universal, el haiku, que tras la apertura de Japón (con su rotunda Reinstauración Meiji) conoció una imparable propagación en las letras de varios países, tales como los EE.UU, Inglaterra y en diversos puntos de Latinoamérica también, en donde colaboraría de forma notable en el nacimiento del interesante movimiento modernista; y, luego, con un autor, Jorge Braulio Rodríguez, que aparece en el panorama haikuistico mundial con una interesante voz propia, poco estudiada hasta ahora, pero reflexiva y consciente, lo mismo que cada una de sus composiciones. Mas, vayamos ahora por partes. En efecto, nada más iniciarse el aludido Modernismo, con sus llamadas directas a las estéticas del Lejano Oriente, el haiku supo granjearse la simpatía de autores señeros, como José Juan Tablada en expresión en castellano o de Guilherme de Andrade e Almeida en portugués. Un germen poético que rápido se propagó por países y por poetas, arraigando con gusto, y que alcanzó a las vanguardias, a varios miembros de la denominada “Generación del 27” española e, incluso, a autores de difícil filiación, como el genial autor argentino Jorge Luis Borges.1 1. Véase para esto el libro de: AULLÓN DE HARO, Pedro, El jaiku en España, Madrid, Hiperión, 2003.


n.º 38 - Diciembre 2014 El haiku cubano. Una breve panorámica Sin salir de Latinoamérica hemos de hacer escala en la hermosa Cuba, una tierra rica en tradición oral, en literatura, en música que se ramifica en multitud de variantes. Tal vez por eso –y por la innata inclinación de sus gentes hacia el canto, el declamado de versos o la misma ejecución musical o la contemplación y deleite de su naturaleza– una estrofa que tiene tanto de espontáneo haya radicado de forma tan fructífera allí, sin que chirríe en los poetas que se han ocupado con plena dedicación a su estudio y escritura. Siguiendo este discurso, Milagros Ginebra Aguilar, en su esclarecedor ensayo titulado Puentes cordiales, nos dice, con acierto, en mi opinión: […] “nuestros escritores [cubanos] se han recreado en la observación de la naturaleza. Los motivos del movimiento de los animales, la explosión de verde, la claridad del cielo, el ímpetu de nuestras flores, –si no las más bellas, de las más exóticas,– han sido inspiración literaria en estos cuatro siglos.2” […] Así, se percibe –a la luz que desprende la todopoderosa red de redes y por alguna publicación impresa a la que he podido tener acceso recientemente3– un verdadero interés (crítico y compositivo) y una continua atención hacia esta estrofa mínima capaz de perseguir el mismo satori con sus solas diecisiete sílabas, trasladándonos instantáneas de la exuberante naturaleza cubana o de la vida cotidiana en sus calles y sus plazas. Sin duda, toda una delicia para el lector. Es la del haiku en Cuba una tradición que algunos estudiosos han remontado, incluso, al propio padre de las letras cubanas, José Martí, un autor que –si bien, parece probado que no conoció textos poéticos de autores japoneses de primera mano– tuvo acceso a cierta bibliografía concerniente a Japón (en especial a su arte y a su estética). Uno de los poemas de Martí en donde se ha vislumbrado esta imbricación japonista es el número XXX de su libro titulado, precisamente, Versos sencillos, del que extractamos la siguiente estrofa: Rojo como el desierto, salió el sol al horizonte y alumbró un esclavo muerto.4 2. En: http://www.arquidiocesisdelahabana.org/contens/publica/ceah%20Vivarium/suplementos/puentes/conten/ haicu.html 3. Por ejemplo: FEIJÓO, Samuel, “Asuntos del Haikú”, Crítica Lírica (II), La Habana, Letras Cubanas, 1984. 4. En: http://www.poeticas.com.ar/Biblioteca/Versos_sencillos/Poemario/XXX.html

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PRÓLOGO

Y escribo “precisamente” porque el haiku es, desde sus inicios, un verso sencillo, ya sea mostrándose así desde su primera lectura o luego de flanquear su inocente apariencia y topar con conceptos filosóficos o cosmogónicos. Pero, por encima de todo, son preciosistas poemas-estampas capaces de suscitar, con pasmosa genialidad, la imagen justa creada con sus pocas palabras. Ahora es tiempo de recurrir a uno de los maestros japoneses, Uejima Onitsura, para defender tal teoría: Día de primavera; gorriones en el jardín bañándose en arena.5 Y a la vera de esta pequeña joya poetística hecha en Japón ubico esta otra, escrita por el habanero José Manuel Rodríguez: en un recodo de ásperas paredes tres caracoles6 Evidentemente, analizando los tres poemas en su conjunto, la primera temática, aun en su concreción léxica, no se ajusta a las otras dos. Me explico. Mientras que el poema de Martí quiere ser, conscientemente, una estampa de denuncia, los poemas de Onitsura y de Rodríguez nos quieren trasplantar a cualquier jardincillo en donde estos pequeños habitantes de la madre naturaleza podrían campar a sus anchas, para mayor disfrute de los averiguadores ojos de los hakuin. Sin embargo, sí hay en ambos lados del planeta una vertiente del haiku dedicada a la reflexión filosófica, a cavilaciones sobre el lugar que ocupa el hombre en la creación, a la trascendencia humana… y no deja de ser asombroso que esta estrofa mínima fragüe con sus pocas sílabas pensamientos tan complejos; tal es el caso del escrito por la joven promesa cubana Maite López Pino: Aunque esté el sol viven en la sombras de lo que nunca será7 5. 6. 7.

En: RODRÍGUEZ-IZQUIERDO, Fernando, El haiku japonés. Historia y traducción, Madrid, Hiperión, 1994, p. 296. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/2010/09/ En: http://mibrujula.blogcip.cu/cultura/2011/04/haiku-cubano/

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n.º 38 - Diciembre 2014 Un haiku de corte filosófico, sin duda, que se significa más allá del hakuin, que se proyecta en lo universal y que no deja de tener ciertas concomitancias (salvando las distancias) con otras composiciones niponas que han sido comentadas en más de una ocasión, como la que sigue, obra de la famosa poetisa Chiyo-ni: La luna llena no importa a donde vaya, el cielo me es ajeno8 Volviendo a los autores cubanos que comenzaron la estela del haiku en estas tierras caribeñas, inapelables son los trabajos como poeta de Eliseo Diego (1920-1994), Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo” y autor de muy buenos poemas, tal vez no haikus en stricto sensu, tal vez senryū, tal vez mezcla de greguería, de aforismo, de audacia lírica… mas, como en otros tantísimos ejemplos, siempre encontraremos en ellos el latido del observador agudo, de quien pasa por la naturaleza escudriñándola, tomando nota en su interior para alumbrar luego, sobre el papel, lo que ésta proporciona al poeta. Leamos sino esta composición de Diego: Un pájaro en lo alto, en lo más fino del árbol alto…9 O este otro, de Sinecio Verdecia Díaz, conmovedor y plástico donde los haya. Una composición que, además de sus cualidades de evocación gráfica, llega a estimularnos, incluso, el olfato, con una poética de lo cotidiano que hace inmensa su recatadísima sencillez: tarde nublada mi vecino ciego fríe pescado10 Todos estos poemas son partícipes de una verdadera progresión hacia el infinito, que ha dado lugar en Cuba a un movimiento haikuista intere8. En: HAYA, Vicente, Haiku-dô: el haiku como camino espiritual, Barcelona, Kairós, 2007, p. 100. 9. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/los-blandos-hilos-3/ 10. En: http://concursointernacionaldehaiku.blogspot.com.es/

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PRÓLOGO

sante, merecedor de un estudio pormenorizado de autores que ameritarían un lugar de honor en el panorama universal de compositores de esta estrofa, que sorprenden por su exhibición de autenticidad y, del mismo modo, de su estrecha ligazón con el corazón (=kokoro) de la poesía nipona. Así, volviendo a recurrir a los blogs cubanos que tienen como protagonista a la estrofa nipona, podremos encontrar verdaderos hallazgos literarios, como la serie de diez senryūs escritos por Joaquín Gálvez, que son adagios, librecreacionismo y juego con el barro de la poesía japonesa fundido con el apotegma y el sentir cubano. Una interesante mezcla de corazón mestizo, como es la misma isla: Para Emilio Ichikawa

I El laberinto: ah, su insólita ruta es su salida.

II No tengo patria, pero habito en tus senos… No hay fronteras. III Creo en el Cielo –no en su divinidad–, en su símbolo. IV Una gaviota vuela sobre mi voz. Roza el mar: mi poema. V El vino no salva pero, como un salmo, es luz provisora. VI En un segundo sí cabe el infinito de toda vida.

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n.º 38 - Diciembre 2014 VII El tiempo existe porque existe el hombre: su atroz conciencia. VIII Calderón, sólo en sueño, la vida es, al fin, un sueño. IX Lector, mi e-mail es jagalvez@msn.com ¿Se lee aún haiku? X Léase o no haiku, aún gozo este juego de lo infinito.11 El (largo) camino recorrido por Jorge Braulio Rodríguez Profesor titular de Historia del Arte en el Instituto Superior de Arte en La Habana, autor de artículos teóricos, gran divulgador del haiku dentro y fuera de su patria, Jorge Braulio Rodríguez (1950- ) aparece en el panorama haikuistico mundial como un autor con voz propia, algo que ya han percibido varios críticos dedicados al estudio de esta estrofa; una voz en la que creer como depositaria del saber y de los hallazgos logrados por los autores nipones clásicos, que ha sabido enriquecer con sus conocimientos sobre la poesía latinoamericana (amén de los de arte, que también ha sabido conjugar a la perfección con la poesía). Además de esto, y en términos de composición, Rodríguez ha sabido percatarse de esa sutil diferencia –sutil en Occidente, rotunda en Japón– entre lo que es un haiku y un senryū. Una diferencia sustancial para la crítica nipona y único ámbito otorgado para los “no japoneses” por los teóricos más puristas del País del Sol Naciente.12

11. En:http://www.nuevaondacuba.com/2011/12/haikus.html 12. Véanse, por ejemplo, las afirmaciones del profesor Haruo Shirane en la página: http://www.haikupoet.com/ definitions/beyond_the_haiku_moment.html

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PRÓLOGO

Sin embargo, Rodríguez admira y estudia por igual el haiku y el senryū, sin categorizar, sin desterrar a este último del canon; sino que, me atrevo a decir, como pocos ha ahondado en sus virtudes sin inútiles comparaciones. Así, en su blog, verdadero punto de comunión entre el Oriente y Occidente, hay espacio para unos y para otros, logrando un buen lugar de encuentro y de debate. El mismo Rodríguez ha firmado espléndidos senryūs, que –como ha asegurado el profesor Haruo Shirane– “se enfocan en la condición humana y en circunstancias sociales, frecuentemente de forma satírica o chistosa13”; tal es el caso que sigue: mientras restaura el manto de la virgen, canta un bolero14 Y el poema está acompañado, como otras tantas composiciones suyas, con una fotografía que “complementa” la lectura del haiku, o acaso es el haiku el que sea el complemento de la ilustración, ante la hermosura de alguna de ellas. En cualquier caso, Jorge Braulio Rodríguez, en su más que recomendable blog, ha conseguido una perfecta harmonía entre palabra e imagen, lo que, por otra parte, debe ser el haiga o haiku acompañado de una pequeña ilustración hecha a tinta. Al igual que los kanjis del poema, también los trazos de la ilustración remarcan una profunda indagación en lo cotidiano.15 Al hilo de esta plasticidad que describimos, Rodríguez ha escrito y publicado haikus que, aun sin el componente visual, siguen resultando verdaderamente evocadores, ágiles para el lector, como si fuesen gotas de agua cristalina cayendo por una superficie de pizarra lisa, sin que encuentren obstáculos para que la recorra, dejando, empero, su hermosa huella espontánea: flores sin nombre la lluvia las desprende pétalo a pétalo16

13. En: http://haikunversaciones.files.wordpress.com/2012/05/mc3a1s-allc3a1-del-momento-haiku-haruo-shirane. pdf 14. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/tag/senryu/ 15. Para saber más sobre esta harmoniosa conjunción entre palabra e imagen, véase el libro de: ADDISS, Stephen, Haiga: Takebe Sōchō and the Haiku-Painting Tradition, Richmond, University of Richmond, 1995. 16. Disponible en: http://www.elrincondelhaiku.org/int_piz_061hai.php

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n.º 38 - Diciembre 2014 Traslado aquí un haiku hermoso, descriptivo, agudo como pocos, del que el experto José María Bermejo ha dicho que: “En la mejor tradición del haiku japonés expresa un gran sentido plástico. Pienso en Buson –pintor y poeta– y en sus haikus más sutiles, […] el misterio de esas flores sin nombre que la lluvia va arrancando.17” Y serían otros tantos más quienes hablarían del eco, de la impronta japonesa en el cubano, lo que nos demuestra que Rodríguez es un poeta preocupado por guardar cierta fidelidad a la poética interior del haiku, un escritor que ha acudido a las fuentes primigenias y trabaja, conscientemente, con el caudal recogido por quienes originaron tan universal estrofa. Lean sino: tiembla una rama en el agua: su sombra sobre la orilla18 Una visión de lo pequeño hecha por quien escudriña la naturaleza con una lente amplificadora, que nos lleva a la poética de Issa, el cantor de lo minúsculo, quien elevó a la condición de poetizable a los pajarillos y a los insectos; y quien nos dejó haikus que recogen instantáneas tomadas en los sitios más íntimos, recoletos y, a la vez, siempre accesibles para cualquiera que quiera deleitarse con la inmensidad de lo pequeño: Bajo la flor de té juegan al escondite los gorriones…19 Prosiguiendo con la preceptiva en los haikus de Rodríguez, tal vez uno de sus elementos más destacados haya sido el empeño por transmitir (empleando el castellano y no los kanjis, que tanto de pintura tienen) la imbricación inherente al haiku de palabra e imagen. Gracias a la indagación de esta vía Rodríguez ha logrado poemas que poseen el don de recrear en nuestra mente, y al instante, la fotografía hecha con esas pocas palabras. El que sigue es sólo un ejemplo, un poema que mereció el galardón de mejor haiku descriptivo en el I Concurso Internacional de Haiku, organizado por 17. Disponible en: http://www.elrincondelhaiku.org/int_piz_061hai.php 18. Disponible en: http://www.elrincondelhaiku.org/int_piz_061hai.php 19. En: RODRÍGUEZ-IZQUIERDO, Fernando, El haiku japonés. Historia y traducción, Madrid, Hiperión, 1994, p. 352.

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PRÓLOGO

la Facultad de Derecho de la Universidad de Castilla La Mancha (España) en 2006: cielo sin nubes limpia sus viejos zancos el saltimbanqui20 Circunscritos a este mismo concurso –dicho sea de paso, todo un cenáculo de autores proveniente de diferentes puntos del planeta– encontramos dos haikus más. Una pequeña aportación que vuelve a ser testigo de la aludida voz propia de Rodríguez. Dos haikus que, desde la marca cubana, nos llevan al aludido Kobayashi Issa y a la contemplación de las pequeñas cosas, de los ímprobos esfuerzos de los insectos, que se muestran a solas en sus quehaceres, pero que son también parte del vasto universo, sin que lo sepan éstos, como en un nomológico fluir vital: sólo una avispa construyendo el panal y ahora dos … talla un brillante pedacito de col la bibijagua* *Atta insularis: Hormiga grande muy voraz21

No hay apenas nada en estas pocas palabras; su autor las ha desnudado, conscientemente, de toda puntuación. Sólo están dos avispas y una bibijagua y, sin embargo, están los esfuerzos de los animalillos, artífices de algo que les supera en envergadura y peso, como signos de lo posible hecho desde la completa humildad de sus cuerpos que, sin embargo, han dado origen a efímeros monumentos a la perseverancia, a esa constancia y a ese trabajo que también premia el budismo como parte del camino hacia el satori. Sin perder de vista la unión entre el haiku y la patria de Rodríguez, la ligazón que ha formulado entre la estrofa nipona y Cuba está hecha en 20. Disponible en la web: http://concursointernacionaldehaiku.blogspot.com.es/ 21. La aclaración también está hecha por el propio autor de los poemas.

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n.º 38 - Diciembre 2014 varias de sus composiciones empleando como protagonistas a animales (a su naturaleza, en definitiva) autóctonos de la isla caribeña, signos de identidad inmejorables, ya que, a fin de cuentas, son esas pequeñas diferencias las que marcan la idiosincrasia de los países. El que sigue, es un hermoso ejemplo de lo que decimos: fresco nocturno la rana platanera está cantando22 Tal vez –elucubro ahora– quiera ser éste un homenaje a la rana más universal del universo haiku, la que produce el ruido del agua en el poema de Bashō, que tanta repercusión ha tenido en composiciones de dentro y de fuera de Japón. Otro humilde motivo haikuistico es el de la flor de durazno (o melocotonero), de aroma delicado y presente en multitud de cuentos y leyendas de Extremo Oriente y en narraciones más cercanas a nosotros, como icono, casi, de las etapas mitológicas23. En un poema de Rodríguez comparte espacio con la más directa cotidianidad, desacralizado y profano: flor de durazno el olor a ungüento en sus espaldas24 Y casi para finalizar me permito trasladar aquí dos variaciones sobre el mismo tema: dos haikus de corte feísta que se enclavan, asimismo, en el seno de la naturaleza; pero no en la belleza que extasía al observador, no en su abundancia, sino en sus miserias, en las resultas de la vida, del nacimiento de la vida; como proclama de que esta parte, menos vistosa y hasta desagradable, también forma parte de la otra: Mierda en las hojas. Abandonaron el nido los zunzunes. … 22. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/2011/01/ 23. No olvidemos, por ejemplo, que uno de los héroes más famosos del extenso folclore japonés, Momotarō, nació del interior de un melocotón mágico. 24. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/2011/02/14/

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PRÓLOGO

Mierda en las hojas que le dan sombra al nido abandonado.25 En ambos casos, el poeta no canta al pájaro, sino a su paso vital por el nido (necesario para conformar la realidad de éste); no es el motivo del poema el ave joven que deja el propio nido, que comienza su etapa adulta, que abre sus alas, sino las resultas de su etapa como polluelo y su marca fecal en el árbol que lo albergó. Este análisis “diferente” de la realidad me lleva a hilarlo con las francas reflexiones budistas del tipo zen, que, por ejemplo, al observar el alimento antes de ingerirlo evocan ya el detrito que generará el cuerpo humano. Una parte que, siendo honestos, no se entiende sin la otra, como el ying y el yang: complementos opuestos de una misma naturaleza. Coda: reflexiones para un futuro Comenzábamos este artículo hablando de universalidad, de valores que traspasan fronteras… y con ellos también querría terminar ahora, refiriéndome a la voz de un poeta que ha buscado la profundidad del haiku y sus valores para expresarse. Un poeta que bien podría servir de guía o mentor a las nuevas generaciones de hakuins, vengan de donde vengan. Si se habla en los libros y en artículos referentes a este asunto de los seguidores o de las escuelas de Bashō o Buson, pienso en lo enriquecedora que resultaría y el bien que haría a nuestra aldea global el surgimiento de una escuela de escritores de haikus guiadas por la pluma sincera de Rodríguez, un hombre que ha puesto su mente y su corazón al servicio de esa poesía desprovista de todo artificio, pura y honesta, que alcanza todas las cosas, inconmensurables y diminutas, que están dentro del haiku.

25. En: http://jorgebraulio.wordpress.com/2011/05/

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n.º 38 - Diciembre 2014 BIBLIOGRAFÍA BLYTH, Reginald Horace, A History of Haiku, Tokyo, Hokuseido, 1968. BROWER, Gary L., “The Japanese Haiku in Hispanic poetry”, Monumenta Nipponica, vol. XIXII, n.º 1-2, 1968, pp. 187-189. COSTA, Philippe, Petit manuel pour écrire des haïku, Arles, Éditions Picquier Poche, 2011. EBARA, Taizō, Haikaishi no kenkyū, Ōsaka, Hoshino Shoten, 1949. HAYA SEGOVIA, Vicente, El espacio interior del haiku, Barcelona, Shinden Ediciones, 2004. HAYA SEGOVIA, Vicente, Haiku-dô. El haiku como camino espiritual, Barcelona, Kairós, 2007. RODRÍGUEZ-IZQUIERDO, Fernando, El haiku japonés. Historia y traducción, Madrid, Hiperión, 1999.

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La mirada

POESÍA E IMAGEN. UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA Rafael de Cózar Universidad de Sevilla

En esencia los movimientos literarios de vanguardia y de la poesía experimental suponen esfuerzos por potenciar al extremo las posibilidades sonoras o visuales del idioma. De hecho ya la poesía discursiva, medida y rimada, representa forzar artificialmente la sonoridad del poema, así como la disposición de versos, rompiendo la linealidad, de modo que, sólo con ese artificio se suponga que es poesía. Pero resulta evidente que a lo largo de la historia encontramos momentos, autores y textos que perecen partir de una similar concepción de lo literario, por lo que bastaría con una serie de poemas visuales y sonoros antiguos, para resumir nuestra intervención, y que sea el oyente quien saque sus conclusiones. Algunos de esos antiguos ejemplos, si ahora aplazamos los nombres de sus autores y fechas, fácilmente podríamos situarlos entre Dadá y la poesía fonética de la segunda mitad del siglo XX, como también sucede con los caligramas antiguos y modernos. Sirvan de muestra algunos fragmentos poéticos: A lo mismo Algualete, hejo Del Señor Alà Ha, ha, ha. Haz, vuesa merc Zulame y zalà, Ha, ha, ha. Bailà, Mahamu, bailà Falala lailà Taña el zambral la jauenà Falala lailà Que el amor del neio me matà

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n.º 38 - Diciembre 2014 1. Aungue entre el Mulae il vaquilio Nacer en este pajar O estrellas mentir, o estar Califa, vos chequetilio 2. Choton, no loiga el cochillo De quel Herodo, marfuz, Que maniana hasta el cruz En sangre estarás vermejo. Algualefe, helo Del señor Alà Ha, ha, ha. 1. Se del terano nemego Oles vozanzed, el rabia. Roncon tener io en Arabia Con el pasa e con el hego. 2. Le ester xeque. Se conmengo. Andar, monteca, seniora. Mel vos e serua madora Comeras senior el vejo Alguelete, hejo Sel Señor Alà. Ha, ha, ha.1 en misma línea incluimos este fragmento que lleva el juego al extremo: SOLDADO Ouirirín quin paz. GRACIOSO Quirirín quin paz. SOLDADO Ouirirín quin puz. GRACIOSO Quirirín quin puz. SOLDADO Aquí el buz. 1.

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Fragmento de Luis de Góngora, hacia 1615, en el tomo II del manuscrito de sus Obras.


La Mirada

GRACIOSO Aquí el buz. SOLDADO Aquí el baz. GRACIOSO Aquí el baz. SOLDADO Tras. GRACIOSO Tras. SOLDADO. Tris. GRACIOSO Tris. SOLDADO Tros. GRACIOSO Tros. SOLDADO Trus. GRACIOSO Trus. SOLDADO Quirilín quin paz, quirilín quin puz.2 O bien este otro; Como el fasgo cendal de la pandurga remurmucia la pínola plateca, así el chungo del gran Perrontereca con la garcha cuesquina s’apreturga Diquilón el sinfurcio flamenurga,
 con carrucios de ardor en la testeca;
 y en limpornia simpla y con merleca, 
se amacoplan Segrís y Trampalurga..3 En la misma línea está este fragmento: Ahora que los ladros perran, ahora que los cantos gallan, ahora que albando la toca las altas suenan campanas y que los rebuznos burran y que los gorjeos pájaran y que los silbos serenen y que los gruños marranan, y que la aurorada rosa los extensos doros campa perlando líquidas viertas 2. 3.

Calderón de la Barca: El Dragoncillo, E. Rodriguez y A Tordera, Calderón de la Barca. Entremeses, jácaras y mojigangas. Madrid, Castalia, 1982 pp. 273-274, del soneto “Camelania espeluficia”, del madrileño nacido en 1860 Juan Pérez Zúñiga:

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n.º 38 - Diciembre 2014 cual yo lágrimo derramas, yo friando de tirito si bien el abrasa almada vengo a suspirar mis lanzos ventano de tus debajas4. Los cuatro ejemplos que presentamos pertenecen respectivamente a Góngora, Calderón de la Barca y Juan Pérez Zúñiga y José Manuel Marroquín, textos que no distan demasiado de este que pertenece al canto VII de Altazor, la obra de Vicente Huidobro. Al aia aia ia ia ia aia ui Tralalí Lali lalá urulario Lalilá Rimbibolam lam lam Uiaya zollonario lalilá Monlutrella monluztrella lalolú Montresol y mandotrina Ai ai Montesur en lasurido Montesol Lusponsedo solinario Aururaro ulisamento lalilá Ylarca murllonía Hormajauma marijauda Mitradente Mitrapausa Mitralonga Matrisola matriola Olamina olasica lalilá 4.

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fragmento del poeta romántico colombiano José Manuel Marroquín, que hubiera podido escribir Carlos Edmundo de Ory, creador del Postismo, en 1945.


La Mirada

Isonauta Olandera uruaro Ia ia campanuso compasedo Tralalá Aí ai mareciente y eternauta Aruaru Como ya viene a ser más o menos conocido, el análisis comparado de los experimentos poéticos de la vanguardia, desde el Cubismo hasta las diversas líneas de la poesía experimental, visual o sonora, que se suceden desde la segunda guerra mundial, guardan a veces curiosas similitudes con muchos de los que hasta el siglo XIX venían llamándose artificios extravagantes, fórmulas difíciles, rarezas literarias, juegos de ingenio, y que suponen toda una retórica y poética, rechazadas casi siempre, salvo excepciones, por los teóricos en sus tratados, algunos de los cuales las denominan abiertamente puerilidades literarias. El manierismo literario y el siglo de Oro, e incluso la penetración del barroquismo en el siglo XVIII, son etapas de especial cultivo de estas fórmulas, pero lo cierto es que, como ya señalamos, ha habido autores a lo largo de toda la historia que los han desarrollado incluso desde las raíces grecolatinas. Mi libro Poesía e imagen, hoy ya bastante extendido y todavía descargable de la red, demostraba que la preocupación formalista, la experimentación y el juego con el lenguaje, arrancan en occidente del siglo IV a.C., ofreciendo ejemplos desde el periodo helenístico hasta hoy, a veces con escasas variaciones. Por citar un ejemplo, el “texnopaegnia griego”, denominado “Carmina figurata” por los latinos, ha tenido continuidad hasta Apollinaire, ahora definidos como caligramas, evidenciando incluso que, a menudo, se realizaron como tributo a los antecedentes grecolatinos, y no cabe duda de que esta y otras fórmulas son mucho más antiguas que la mayoría de las estrofas tradicionales. Como mi citado estudio es aún de fácil acceso, no me parece lógico hacer una síntesis de esas raíces pues una antología mínima valdría para confirmar lo expuesto. Más interesante me parece abordar ahora algunas cuestiones básicas sobre las relaciones de la poesía experimental de hoy con esos antecedentes, pues muchos poetas experimentales actuales desconocían y desconocen a la mayoría de esos juegos formales, algunos de muy difícil acceso, por lo que cabe pensar entonces que muchos llegaron a esas coincidencias de forma natural, al experimentar con los sonidos, o las imágenes.

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n.º 38 - Diciembre 2014 Parece lógico que si un autor investiga en sus extremos las posibilidades sonoras del lenguaje, o bien pretende potenciar la visualidad y los aspectos gráficos de la escritura, pudiera terminar en similares planteamientos que los que le preceden, sin tener un conocimiento de ellos. En otros casos, como el de Apollinaire, que sí conocía las raíces del caligrama, comprendería que era un momento apropiado para retomar esa línea, precisamente cuando se iniciaba el predominio del mundo de la imagen, el formalismo estético y la disolución de las fronteras entre las artes. Dejando de lado ahora la vanguardia y profundizando en la historia de aquellas antiguas fórmulas difíciles, parece evidente que suelen abundar más en ciertos periodos y se cultivan menos en otros, a la vez que, cuando tienen cierta aceptación, los practican tanto los grandes poetas, como los menores. Y el caso es que esas etapas de mayor frecuencia, o de menor desarrollo parecen seguir ciertas pautas que se repiten en la historia, de modo que una postura surge en oposición a la otra, como rechazo de la anterior, si bien hablamos de predominio de una actitud en cierta época y de rechazo en otra, ya que a menudo se superponen. Tal vez la cuestión resulte más fácil, aunque lo simplifiquemos, si aceptamos en principio, en el plano teórico, dos líneas de fuerza fundamentales, una que tiende a reflejar, a dejar constancia más o menos fiel de la realidad, y otra que tiende más bien hacia el lenguaje como base de una estética, lo que también podemos definir como arte de comunicación frente al arte como expresión, es decir, el autor que fundamentalmente busca comunicarse con sus lectores, o bien el que se interesa sobretodo por la creación en sí misma. En sus polos extremos estarían el arte figurativo y el arte abstracto, pero hablamos siempre de líneas teóricas, o impulsos predominantes hacia una u otra postura, ya que las posibilidades son muchas entre ambas. De hecho tendemos a considerar a la vanguardia en el ámbito del arte abstracto y al realismo en el dominio del figurativo, pero lo cierto es que si observamos la poesía experimental de las últimas décadas, que suele situarse bajo el campo de las vanguardias, muestra claramente líneas figurativas y líneas que apuntan a la abstracción. No cabe duda de que si un autor tiene cierta aspiración utilitaria del arte y pretende ofrecer a través de su obra una visión de la realidad y del mundo que le rodea, su preocupación fundamental será el contenido y que este se transmita a un público en algún sentido extenso. Pero si el artista no cree en la capacidad informativa del arte, y opta plenamente por las claves

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estéticas, no es extraño que se refugie preferentemente en las formas, aún sabiendo que el público será minoritario. En este caso la creación se mueve en la auto-remuneración y el propio placer de la creación. Realismo frente a simbolismo, arte figurativo frente a arte abstracto, como fuerzas relativamente antagónicas, tienen curiosamente (y hablamos de predominio) unas épocas bastante marcadas, pero lo curioso es que las llamadas rarezas literarias, los poemas difíciles y las extravagancias parecen responder a estas mismas pautas. Aunque la diversidad sea siempre un elemento difuminador de los antagonismos. La propia evolución de los movimientos a lo largo de la historia puede servirnos para aclarar esta cuestión. Ateniéndonos a las rarezas y extravagancias literarias, observamos que se producen sobre todo en el periodo final de la cultura griega, es decir, el periodo helenístico, o en la latinidad tardía, desde el siglo IV (d. C.) al X. Vuelven a revitalizarse a fines de la Edad Media, antes del Renacimiento y después del mismo, con el manierismo y el barroco. Se frenan en el Neoclasicismo y reaparecen con los románticos. Con el realismo se llega a la máxima penetración de la realidad en el arte, pues ya no se trata tanto de la verosimilitud como de la realidad misma, casi al modo de crónica histórica y social. Tras el radical realismo decimonónico vendrá ese radical antirealismo que llamamos vanguardia. La conclusión parece evidente: a los periodos que están cerca del concepto del clasicismo, en Grecia, Roma, Renacimiento, o Neoclasicismo, con evidentes puntos de conexión entre sí, siguen los periodos anticlásicos, aunque estos en el fondo también se conectan con los antecedentes en su línea, es decir, que ambas tendencias tienen sus puntos en común con las que le anteceden. Ya en el siglo XX, a la primera vanguardia sigue en los años treinta la rehumanización y el neorrealismo, que predominará en España hasta los años sesenta, en que surge la influencia del “nouveau roman” y la novela y la poesía experimental de los setenta. Aceptando obviamente que la cuestión es más compleja, y no tan esquemática como aquí la presentamos, resulta curioso que estas fórmulas literarias más raras, menos figurativas, se den en los periodos de decadencia de un sistema, en la etapa final de una cultura y un modelo social. Así vemos que n los momentos iniciales de la cultura griega, o la cultura latina, se está construyendo un sistema, y el arte colabora en levantarlo, en reafirmarlo. Una vez asentado y normalizado, el artista perece buscar algo más y reacciona contra ese papel utilitario del arte.

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n.º 38 - Diciembre 2014 La revolución industrial, ya desde el siglo XVIII y sobre todo en el XIX va a suponer una profunda y radical transformación del mundo. El artista se ve abocado a reflejar ese cambiante mundo, casi como cronista, historiador, sociólogo, psicólogo, más que como creador. Cuando el sistema empieza a estabilizarse, los creadores optan en buen número, como hicieron los simbolistas, en encerrarse en el arte y sus mecanismos, abriendo el paso a la vanguardia, pero el Crack de 1929, que conmocionó al mundo occidental en todos los sentidos, deriva a los artistas hacia la rehumanización y hacia los problemas de su tiempo. Por tanto, son a veces razones históricas, y hechos concretos, los que determinan cambios en el enfoque de lo literario. La invención de la imprenta, por ejemplo, conlleva la disminución drástica de algunas fórmulas como los caligramas, laberintos y, sobre todo el códice profusamente ilustrado, los antecedentes de actual libro-objeto, que roza el ámbito de la escultura. En el mismo sentido, la imprenta moderna, ya desde el “art-nouveau”, con las nuevas técnicas, hoy ya revolucionarias, ha permitido la recuperación del libro ilustrado, incluyendo los coloridos códices manuscritos medievales. La era digital y la informática explican el auge de la poesía visual desde hace poco más de 30 años. Incluso el arte prehistórico, que en realidad no es arte, sino rito, magia y religión, puede observarse también desde esta tensión entre figuración-nofiguración, pues es evidente que en el paleolítico, en que predomina el nomadismo, el arte tiende a reflejar ese cambiante mundo con cierto detalle, mientras en el neolítico, en que predomina el asentamiento estable, el arte tiene al simbolismo, a la abstracción. Pero la cuestión básica, que a veces olvidamos, es que si, por ejemplo el Renacimiento supone evidentemente la revitalización de la cultura clásica grecolatina, también saca a la luz esa otra literatura de las rarezas literarias, de modo que a fines del siglo XVI se recogen también en las poéticas y retóricas. El referente grecolatino ha sido siempre importante para las dos líneas, incluso hasta el neoclasicismo del siglo XVIII. De hecho las lenguas que proceden del latín tuvieron como base la gramática latina, pero también la retórica y la poética, y así lo vemos, por ejemplo, en las fórmulas artificiosas del “trovar clus” de la lírica provenzal. En todo caso cada época tiene sus peculiaridades y la vanguardia, en su conjunto, aunque guarde contactos y coincidencias con el pasado en forzar el idioma hacia la visualidad, o la sonoridad, es un fenómeno nuevo y representativo de la modernidad.

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No comparto la idea de que los grandes genios del arte saquen de sí y sean los responsables de los impulsos renovadores que hacen que el arte evolucione, sino más bien la genialidad consiste en adivinar las claves que se están insinuando ya en su tiempo y apuntan a la renovación. Más complejo es determinar si forzar la musicalidad del idioma, incluso hasta salirse de él, como hacen los futuristas, los dadaístas, el Postismo español de 1945, o el grupo OULIPO francés, de los años sesenta, tienen claras conexiones con las fórmulas antiguas que hicieron algo parecido. Revisando la historia de las fórmulas artificiosas que parten de bases similares a los juegos formales de la vanguardia, ya encontrábamos algunas de ellas que han mantenido un esquema básico similar en todas las épocas. El caligrama es un ejemplo que llega hasta las puertas del siglo XX, con la misma base de construir un objeto más o menos reconocible a partir de la escritura, es decir, poema visual figurativo, lo que vemos en Apollinaire, Huidobro, o Guillermo de Torre, pero ya con el futurismo se tiende a la abstracción. Cada época, sin embargo, parece dedicar mayor atención a unas fórmulas en detrimento de otras. En la tardía latinidad, aunque se practica el caligrama tradicional, abunda más el que aparece inserto en un “laberinto” o “pentacróstico figurado”, como los de Rabano Mauro del siglo IX, fórmula tendrá auge de nuevo desde el siglo XVI.

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n.º 38 - Diciembre 2014 Laberinto de Rabano Mauro, autor del renacimiento Carolingio, en el siglo IX. También en las culturas orientales, tal vez con más razón, los caligramas han sido frecuentes y muy elaborados:

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Cada una de esas f贸rmulas que van desde el acr贸stico y sus variantes, o el laberinto, el lipograma, el cent贸n (collage de versos), el poema retr贸-

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n.º 38 - Diciembre 2014 grado (legible de derecha a izquierda y a la inversa), hoy conocido como palíndromo, los letreados, los emblemas y enigmas, así como las otras fórmulas de la visualidad y la sonoridad, cada una de ellas con sus requisitos básicos, recogidos en las poéticas, se producen en diversa proporción en cada época, según las modas. Por ejemplo el lipograma (texto en que no se usa una determinada letra), cultivado en Grecia y Roma, tiene cierto auge en España en el siglo XVII, país en que la fórmula del caligrama sin embargo no ha tenido el cultivo que en otros países. Celedonio Junco de la Vega (alias Martín de San Martín) escribió cinco sonetos en los que suprimió en cada uno de ellos una de las cinco vocales. (s XIX) Oriundo de Matamoros, Tamaulipas, nació el 23 de octubre de 1863. SONETO SIN LA A El sol en el cenit tiene esplendores tiene hermosos crepúsculos el cielo; el ruiseñor sus trinos y su vuelo; corriente el río, el céfiro rumores. Tiene el iris sus múltiples colores, todo intenso dolor tiene consuelo; tienen mujeres mil, pechos de hielo y el pomposo vergel tiene sus flores. Tienen sus religiones los creyentes, tiene mucho de feo ser beodo, tiene poco de pulcro decir mientes, todo lo tiene el que lo tiene todo y tiene veinte mil inconvenientes el escribir sonetos de este modo. El emblema, poema y dibujo que lo ilustra, es fórmula ligada a la imprenta, con su etapa de esplendor en los siglos XVI y XVII, que sólo en el XX guarda cierta relación con el cuadro con su poema alusivo. El retrógrado o palíndromo, importante en latín y en provenzal, y menos en el castellano medieval, ha cobrado enorme difusión en España durante la primera década del siglo XXI. Auténtico collage es este “Centón” de Lope de Vega: parte primera de Rimas humanas, soneto 112. Indica los lugares exactos donde encontrar los versos de Ariosto, Camoens, Petrarca, Tasso, Horacio, El Serafino, Gar-

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cilaso, que le han servido para elaborar este soneto, auténtico collage que es, también, polilingüe, con versos tomados del castellano, latín, italiano y portugués. Le donne, i cavalier, le arme, gli amori, en dolçes jogos, en pracer contino, fuggo per piú non esser pellegrino, ma su nel cielo infra e beati chori; dulce et decorum est pro patria mori: sforçame Amor, Fortuna, il mio destino; ni es mucho en tanto mal ser adivino, seguendo l’ire e i giovenil furori. Satis beatus unicis Sabinis, parlo in rime aspre, e di dolceza ignude, deste passado ben que nunca fora. No hay bien que en mal no se convierta y mude, nec prato canis albicant pruinis, la vita fugge, e non se arresta un ora. En la revista La Hormiga de Oro, (Barcelona, 1886) encontramos, por ejemplo, el siguiente soneto: Cándida luna, que con luz serena del espacio los ámbitos dominas y el horizonte lóbrego iluminas de pompa, majestad y gloria llena ¿Sientes acaso la amorosa pena y a mansa piedad dulce te inclinas y en busca de un amado te encaminas que a eterna desventura te condena? Parece que me escuchas, y parece que en gloria y paz y amor y venturanza tibia, modesta, fugitiva luna tu paz en dulce lumbre resplandece y entre el vago temor y la esperanza constante dura sin mudanza alguna El poema es también un centón construido encajando respectivamente versos de Herrera, Quintana, Saturnino Martínez, Cadalso, Ramón de

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n.º 38 - Diciembre 2014 la Parma, Melendes Valdés, Arjona, Lope de Vega, Francisco de la Torre, Espronceda, Zorrilla, Roldán, Martínez de la Rosa y Luzán, lo que hubiera desagradado especialmente a este último, el radical enemigo de esta fórmulas. Ejemplo del emblema, cuyo desarrollo ya en el siglo XVII está especialmente centrado en temas religiosos y bíblicos, es este de Alciato, primer autor de la fórmula en la modernidad.

En las culturas anglogermánicas el caligrama, “patter poems” se desarrolló sobre todo desde fines del siglo XVI hasta el XIX, llegando incluso a realizarse retratos de personajes célebres, invitaciones de boda, etc. En el siglo XIX, aunque el caligrama no es muy habitual en España, también encontramos ejemplos que anteceden a Apollinaire:

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POEMA EN FORMA DE CUCURUCHO ¿Oh luna amarillenta que derramas Sobre el mundo benéfico albor, Mi pecho de nácar inflamas, como una y una son dos! ¡Oh! Si pudieras darme Por prenda de amor Tu luz un día... ¡Qué favor Me hicieras, Luna! ¡Oh! Tomás Rodríguez Rubí en 1838

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En la época contemporánea, aunque ha habido autores que siguen las pautas de estas fórmulas antiguas y sus formas de realización, lo que predomina ya desde la vanguardia es la fusión, la interrelación de algunas de ellas, la innovación sin atenerse a lo esencial de las mismas. En otros casos la similitud con esas fórmulas es evidente. Rafael Alberti en su libro A la pintura, incluye algunos poemas de homenaje a Miró. Un ejemplo claro de correlativo puede ser este texto en el que el pentacróstico (acróstico palabra a palabra) permite la doble lectura, lineal o por colum-

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nas, a la vez que cada verso es un “letreado” o tautograma5, ya que en esa lectura lineal todas las palabras empiezan en cada verso por la misma letra.

Otro ejemplo curioso del libro es el titulado “Mirópájaro”, que nos ofrece una primera parte que se corresponde con los antiguos poemas concordantes (“Carmen antitheticum”), en los que un segmento, en este caso una sílaba, sirve para su combinación con el verso de arriba y el verso de abajo. La segunda parte del poema responde al llamado “enigma” en las poéticas artificiosas, adivinanza, en este caso nominal, cuya respuesta está disimulada en el propio texto y marcadas las letras entre paréntesis:

5.

El pentacróstico completo (lectura de todas las letras de cada palabra en sentido vertical, no sólo las iniciales) es ya un laberinto o poema cúbico, y una especie de laberinto hecho con palabras es el llamado correlativo (lectura por columnas de palabras). Los letreados, poemas en los que las palabras empiezan todas por una misma letra, llamados “paromoeus” en los tratados latinos, “lettrisés” o “tautogrames” entre los franceses, son ya frecuentes desde el Renacimiento. El portugués Alvaro Brito dedicó a los Reyes Católicos poemas de este tipo que pueden leerse además de sesenta y cuatro maneras. Un ejemplo muy interesante es la Pugna porcorum atribuído a Juan León o Pedro Placentio, oculto bajo el nombre de Publio Pocio, poema fechado hacia 1546 y formado por 350 versos cuyas palabras empiezan por “p”, a la imitación del gruñido de tales animales

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n.º 38 - Diciembre 2014 Como “Carmen Corolario” define el tratadista del siglo XVII Pascasius6 un tipo de acrósticos y teléstico a la vez basado en sílabas, como el ejemplo siguiente, en el que se lee: “Ferdinandus obit” y que puede referirse a Fernando de Hohemberg, : FERt sua cui fatum, ac horam morienDI NAN cadit patulis quod cernit vivers mundDUS OBvia heu! fera mors illustria flemmata rumpIT En otro poema, Alberti, a través del pentacróstico correlativo con el nombre de MIRÓ, que repite en cada columna, coincide con los acrósticos alfabéticos, en que cada letra se relaciona y define con palabras que comienzan por ella, una fórmula relativamente frecuente en la lírica cancioneril, presente en el Cancionero de Baena, en el Cancionero Castellano, o en el Cancionero General. A Jorge Manrique se debe uno basado en esta fórmula, que desarrolla en este caso el nombre de GUIOMAR7. El poema de Alberti es el siguiente:

6.

7.

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R.P.F. Paschasius, Pöesis Artificiosa (Herbipoli -Würburg-’: J. Petri Zubrodt, 1674), pág 67. Bibl. Nac. Z-22101. Existe también una edición con el mismo lugar y fecha de 1668, que consideramos primera edición, pues algunos poemas vienen con ella. Este acróstico se encuentra incluido en el Cancionero General con el nº 194, v. I, pp. 397-398, así como en el Cancionero Castellano, nº 471. Nos basamos en las ediciones: Cancionero General de Hernando del Castillo, ed. de 1511 y añadidos 1527, 1540, 1557 (Madrid: Soc. Bibliófilos Españoles, 1882); Cancionero Castellano del siglo XV, ed. Foulché-Delbosc (Madrid: Bailly-Bailliére, 1912-1915)


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En el caso de Alberti, que reconoce en sus memorias haber estudiado, como otros del 27, no sólo a Góngora y los poetas del siglo de Oro, sino también la lírica cancioneril, es bastante probable que realice estos ejemplos con conocimiento de su antecedentes, cosa que no puede generalizarse en los autores de la vanguardia y la poesía experimental. En muchos casos, ya que se está jugando con los sonidos o la visualidad, no es extraño pensar que se puede llegar a coincidencias, y no influencias. Estas relaciones de la actual poesía experimental con el pasado no significa falta de entidad e identidad. El fenómeno de las vanguardias va mucho más allá de los poemas. Es perfectamente coherente con su tiempo, el predominio del mundo de la imagen y las posibilidades de las nuevas tecnologías, efecto directo de la revolución industrial, con unos planteamientos ideológicos, filosóficos y estéticos muy diferentes de los del pasado, y no puede entenderse como continuidad de los anterior.

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Biografía Pública Confieso que he pensado... Bernd DIETZ



Biografía pública

Confieso que he pensado... Bernd DIETZ

Agradezco en el alma el interés de unos cuantos amigos, que en este principio de otoño me sugieren la oportunidad de divulgar estos folios en su momento emborronados a modo de sucinta autobiografía académica, ya que no literaria. Hace ahora dieciocho años que me convertí, por diferentes azares y de modo algo inesperado para mí (pues ya llevaba una década de catedrático en Canarias, donde había formado una escuela, más bien un grupo de apasionados por Canadá, el modernismo poético y la Restauración inglesa, que aún perdura, e incluso me había postulado para Rector), en funcionario adscrito a la Universidad de Córdoba, institución a la que, ya jubilado yo mismo en esta coyuntura, debo un considerable lapso de hospitalidad profesional. Tratan así las reflexiones que siguen de aportar un testimonio de contemporaneidad generacional, ignoro hasta qué punto acreedor a la complicidad, de ofrecer una crónica quizás colorista desde la interiorización. Persiguen también, por la vía de cierta disposición narrativa, que confío alcance indulgencia siquiera parcial, puesto que en ella desnudo un segmento no menor de mi intimidad, de evocar cuatro décadas de inmersión en la órbita universitaria que a la vez son susceptibles de reflejar aspectos de la intrahistoria del país. Espero llevar a cabo este ejercicio contra la desmemoria, la desatención y, si puedo adelantarlo, la irracionalidad, alumbrando de camino algunas consideraciones útiles, a fuerza de sinceras, sobre la Universidad en el tiempo que me correspondió transitar, la miseria y el esplendor de las Humanidades en dicho entorno laboral y vital a lo largo de ese casi medio siglo y, por cumplir hasta el final con el designio y el desvelo de un educador, el razonable futuro de dignificación y mejora que sería acuciante desbrozarle a las nuevas generaciones. Quienes cursamos Filosofía y Letras en las postrimerías del franquismo éramos, a no dudar, bichos raros, salvo que tuviéramos la condición


n.º 38 - Diciembre 2014 “normalizadora” de mujeres o de sacerdotes en trance de secularización que, expuestos a la llamada del amor matrimonial, buscasen aprovechar su aprendizaje anterior para salir licenciados en Filosofía Pura, o en Clásicas, y acometer una carrera docente con la que sostener a una familia. El resto de los varones, siempre en minoría y tal vez en una proporción de uno a diez, aunque estimo que exagero por incrementar su cifra, dimanaban por lo general un aire peculiar. Y si, además, eran poco agraciados o mal encarados, gastaban aire altanero, se trajeaban más de la cuenta y formulaban preguntas chocantes a los compañeros, uno les atribuía al instante, no sé con cuánta verosimilitud, la condición de chivatos o miembros de la policía secreta, la cual, no estando por lo que se deduce falta de colaboradores, tenía peones en cada sala de cine o teatro, en cualquier medio de transporte o en cualquier cafetería donde se juntasen melenudos vestidos de pana con la excusa de su interés por las letras, la democracia y el ennoblecimiento del ser humano. Esta inquietud, esta sensación de no estar haciendo lo socialmente correcto al decantarnos por nuestros estudios humanísticos, permanece en quien suscribe imborrable, lo mismo que la experiencia de hallarse, sentado en el suelo si no se había pillado asiento con antelación, en un aula de la Complutense cuando cursábamos los dos primeros daños de Comunes, en compañía de dos o tres centenares de sujetos, sumidos en una espesa nube de humo (pues fumábamos como chimeneas) a través de la cual era complicado divisar al profesor, por añadidura inaudible salvo que casualmente funcionase el micrófono. Tampoco es que importase demasiado la transmisión de conocimientos en tal escenario, pues la clave de cara a los exámenes eran los apuntes que uno le compraba, a un precio cuantioso, en mal legible fotocopia, a los bedeles, los mismos que contra propina te daban ceremoniosamente la papeleta con la nota cuando ésta era favorable. Éstos iban de uniforme con galones como si fuesen pilotos de Iberia y disfrutaban de bula para interrumpir, cuando tocaba, la clase vociferando: “¡La hora!” Al alumnado ordinario no se le ocurría leer, fuera del manual, libros para la asignatura, ni ello estaba bien visto, aparte de que las fuentes del conocimiento impreso de mayor relevancia solían estar, en ejemplar único e inasible, encerrados bajo llave en los despachos de los catedráticos. No estaban sujetos por cadenas, como los tomazos en la bella biblioteca antigua de Valladolid, pero eran objetos exóticos y del todo ilocalizables. Se habitaba, por tanto, en la oralidad, aunque paradójicamente fuera una oralidad cifrada en fotocopias

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que reproducían, por escrito y con plétora de solecismos y erratas, discursos hablados. Un poco como en la Edad Media, cuando “leer” una tesis en efecto implicaba declamar de viva voz lo que se traía pergeñado, a lo largo de extenuantes sesiones, ante el tribunal. Nuestros profesores, es verdad, no acababan de parecerse a Saussure o a Austin, el portentoso filósofo del lenguaje, que dictaron sus enseñanzas mientras las ideaban y creaban conocimiento al hablar (hoy en día, no habrían merecido la acreditación más elemental de la ANECA, ni se habría considerado que ostentaban un “sexenio vivo”, pues su incuestionable auctoritas en nada se compadecía con la potestas burocrática que ha espantado a universitarios de mucho menor entidad, aunque con cabezas plenamente operativas y saberes aprovechables para quienes, aun rellenando todas las casillas de la encuesta, son funcionalmente ignorantes, de las escalas clasificatorias recientes). Pero estos colegas carpetovetónicos suyos, inasequibles a la hermosura de la confrontación intelectual sin ventajismo, operaban a sus anchas, desde la cima de un poder asiático consagrado por el Boletín Oficial del Estado, y gozando en su genealogía íntima, con mayor o menor camuflaje, de la armadura del Opus Dei o la Falange. Era, a efectos consuetudinarios, como si Gutenberg no hubiese salido del vientre de su madre. A la par, la Universidad propiciaba epifanías fantásticas, venturas de la agudeza no exentas de autoconciencia histórica y gozo existencial. Como escuchar de cuerpo presente a un ya envejecido Marcel Bataillon de paso por Madrid para hablar, cómo no, de Erasmo, el santo patrón de cualquier librepensador que se precie. O, más habitualmente, y por mor del contraste, consumir con largueza horas de bullicioso aprendizaje humano en el bar de la Facultad, el principal epicentro y ombligo dulcísimo de nuestras ilusiones, donde todo el mundo parecía perorar con inusitado entusiasmo sobre literatura, cine, política, filosofía y ambiciones artísticas. El nuestro era un diletantismo idealista y por tanto infantil, que suplía con pasión y derroche de energía las lagunas y taras de nuestra formación reglada. Con ello tuvo algo que ver el famoso año juliano, un disparate colosal que urdiera un caballero que fue nombrado Ministro de Educación por error, por confundirse Franco de persona al manejarse con el apellido “Rodríguez”, que adornaba tanto al inicialmente pretendido como al designado por despiste. Pero sobre todo tuvieron que ver el declive del griego y del latín, que cursamos deficientemente, y en general la falta de maestros de categoría, tal y como se desempeñaran en la gloriosa Edad de Plata de la cultura española; y siguieran manifestándose tras la guerra incivil, harto excepcionalmen-

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n.º 38 - Diciembre 2014 te y para alivio de sus discípulos, en los figuras de un Dámaso Alonso, un Martín de Riquer o un Gustavo Bueno, entre otras luminarias. En lo que me concierne, y por escarbar en lo vivido como un rastreador de trufas, debo asimismo glosar por contraste, aludiendo a rarezas que en este caso nada tienen que ver con las cumbres de la inteligencia, y esta es por supuesto otra coordenada de época que sorprenderá a los que hoy se lanzan al ruedo, el trato continuado que mantuve con puertorriqueños veteranos de la guerra del Vietnam, quienes recibían una beca para estudiar tras una temporada en la jungla, su saison en enfer, y se daban un salto a la capital de España. Con poco más de veinte años, pero hechos tipos curtidos, musculados y de vuelta de todo, nos contaban su experiencia de combate y, con frialdad que imponía, su participación en masacres. Sabían, desde luego, un montón más que nosotros, los que en nuestro candor nos barruntábamos émulos aventajados de Baudelaire y Rimbaud, sobre cuanto incumbiese a la vida, el sexo, el alcohol y las drogas. Intelectuales no eran, ni falta que les hacía, a los fascinados ojos de quienes, aguerridos vanguardistas de oropel, dadaístas de pega, reconocíamos a un héroe en Arthur Cravan. Como en nuestra osadía llegábamos a despreciar al profesorado regular, algo sin duda desmedido e injusto, nos íbamos a escuchar como bienvenidos intrusos a los profesores de los cursos de extranjeros, léase Carlos Bousoño (también estaba Julián Marías, otro talento humillado por los cancerberos del escalafón, quienes tanta indigencia tienen que esconder, y tan bien se resguardan), que servía para ser académico de la RAE, pero a quien el sistema, siempre celoso del pensamiento independiente, hizo notar en su día que no daba la talla para catedrático, como si anduviéramos sobrados de pesquis, donde las chicas norteamericanas del flower power constituían un aliciente sabroso. Aunque algunas muchachas españolas de ese tiempo, seamos ecuánimes, no les iban a la zaga en cuanto a libertad de criterio y de conducta. Aún no había eclosionado, ni mucho menos, la famosa movida madrileña. Pero quienes teníamos inquietudes estéticas y una feroz cupido sciendi frecuentábamos a Costus, la famosa pareja de pintores gaditanos (no había heterosexual declarado y con novia formal que no se enamorase de Juan Carretero nada más tenerlo delante), en el piso que tuvieron antes de irse a Malasaña y que les sufragaban sus padres respectivos. O, en el colmo de la transgresión, las veladas coprofágicas de otro pintor en candelero, Darío Villalba. Cómo no percibir en forma de privilegio iniciático el aura de

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los círculos privados en torno a un Agustín García Calvo, ya expulsado, para robustecimiento de su salud mental, de su cátedra en la Universidad; o tratar a un jovencísimo Amancio Prada, recién llegado de París y sin un céntimo. Parece mentira lo clandestinos y extraoficiales que eran en aquellos años la creatividad y el activismo culturales que atraían a los jóvenes, cuando los célebres Guerrilleros de Cristo Rey, niñitos de papá que jugaban a su Kristallnacht de pacotilla, rompían escaparates de librerías, te paraban en la calle para que les cantaras a berrido limpio el “Cara al Sol” o, si no les obedecías, te partían la crisma en nombre de esa reserva espiritual de Occidente tan furibundamente reñida, a lo que se aprecia, con la libertad de imprenta. Pouvoir frente a savoir, porque se empieza leyendo y se termina por adquirir criterio propio y hasta descubriendo al cura Meslier, ese bendito disimulador que por salvar el pellejo siguió haciendo el paripé. En una ocasión, al poco del asesinato de atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich, me vi fortuitamente en mitad de una pelea en la que unos jordanos sacaron cuchillos, en los aledaños de la Ciudad Universitaria. Cuando el que me iba a agredir averiguó, no sé cómo, que yo tenía sangre alemana, desistió de pincharme según se disponía a hacer al servicio de la causa palestina y hasta me abrazó y pidió excusas, sin duda por motivos alucinantes, que me cuidé bien de aclararle en el fragor del episodio, pues dio en considerarme descendiente racial de los nazis y, en su lógica binaria, aliado de quienes tenían un fundamento para aniquilar judíos. Esto podía pasarte, sin tentar la suerte, en el Madrid de 1972 o poco después. También recuerdo a conmilitones como los hermanos Rabal, hijos del actor. Teresa, que era un primor minifaldero y un adarme engreído, porque podía permitírselo al hacer pinitos en el cine o las revistas, y Benito, un hirsuto consumidor de canutos con la cara tachonada de acné y el pelo hasta la cintura, que siempre me hace pensar, sin un motivo directo ni erótico, en ese poema de Jaime Gil de Biedma, por lo general tan discreto y elusivo, como corresponde a un alto ejecutivo en la empresa familiar de tabacos, sobre los revolcones apresurados entre los pinos. Aunque lo nuestro fuera fumar doble cero sentados sobre el muelle lecho de agujas escuchando los pájaros, acariciados apenas por la brisa de la sierra mientras explorábamos el éxtasis. Claro que también ejercían su protagonismo, hasta para quienes no podemos presumir de haber militado en el antifranquismo de la ilegalidad y el frente carcelario, tal hicieron los Chicho Sánchez Ferlosio o Fernando Sánchez Dragó (modelos de heterodoxia y hombría, que levantan sarpulli-

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n.º 38 - Diciembre 2014 dos en nuestros inquisidores a derecha e izquierda), nuestros proverbiales grises, tan hipostasiados por los fabricantes de trolas. Entraban a lomos de sus briosos corceles en el edificio (pobres caballos trastabillándose, aún me cuesta entenderlo), y eso que la puerta era baja y el jinete tenía que acurrucarse, blandiendo largas porras como si fueran rejoneadores y nosotros las reses. A todo esto, el mismo edificio de ladrillo rojo que había defendido John Cornford, el exquisito poeta inglés, heredero de la más eximia estirpe de Cambridge, posteriormente muerto en Lopera (Jaén) al día siguiente de cumplir veintiún años, con una ametralladora Lewis en noviembre de 1936. ¡Y qué decir de los comunicados políticos en las paredes, en esas sábanas de papel de estraza que las fuerzas del orden venían a retirar a diario, y a los que se prendía fuego cuando éstas entraban, para fastidiar! Aquello era un aquelarre frenético, probablemente nuestra copia devaluada, menos mal, del descerebrado mayo francés. Recuerdo pistolas, matones de paisano y de uniforme, balas de goma y de verdad, incluso algún muerto, como Javier Fernández Quesada, un muchacho indefenso, a quien disparó la Guardia Civil en mi añorada Facultad de Filosofía y Letras de La Laguna, donde acabé los estudios. Pude asistir a su homicidio, con la pobre telefonista, una mujer afable, aterrada en su garito al otro lado del vestíbulo, estando yo ocupado, no en atizar la subversión, sino en mi quehacer académico, que era mayormente la poesía y leer alta literatura como un poseso. El entonces Rector, Fernández Caldas, un edafólogo bien plantado con señorío de mencey, acusado de no impedir que la policía entrase en el campus, fue con el tiempo un buen amigo mío y figura importante de la política archipelágica. ¿O era ya Rector Antonio Bethencourt, un hombrecillo asustadizo y rencoroso, que nunca daba la cara? También podría ser. Así que ser universitario no era un juego. Te podía caer cualquier imprevisto en lo que entonces no veíamos como Transición, sino como estertores de una dictadura que expresaba su inseguridad mediante la violencia, el atropello y la mediocridad. Pero es inevitable mencionar también lo trivial, porque se queda adherido contumazmente al espíritu. Aún rememoro que, con motivo de examinarme de cuarto y quinto de Filología Inglesa en una misma convocatoria, por ir abreviando lo que parecía una lamentable pérdida de tiempo, incurrí en el desmán de prepararme una asignatura, a la que por incompatibilidad horaria no había podido asistir, con fuentes bibliográficas que me parecieron de lustre, y suspender. Como había cosechado una gavilla

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de sobresalientes y matrículas y me sentía gallito, fui a ver a mi profesor, algo rarísimo, pues me parece que entonces no había tutorías, quien en dos minutos me puso en mi sitio. “Es que lo que usted ha escrito no sale en los apuntes”, me fulminó triunfante. “Y yo, al corregir, co-tejo, co-tejo, yo co-tejo, se entera usted, el examen con mis apuntes, mire, mire, aquí los tengo delante. ¿Los ve? ¿Cómo pretende usted aprobar si no me repite al pie de la letra los apuntes?” Muchos años después me lo volví a tropezar, de improviso, en la pantalla de mi televisor, ya viudo y asendereado, en ese programa de Canal Sur en el que la tercera edad, para jolgorio de los televidentes ociosos, busca pareja en directo. Por llevarle la contraria a este buen hombre, que acabaría trabajando conmigo con lealtad y bonhomía siendo yo su Director de Departamento, me propuse penalizar, en mis años de profesor, al alumno que en los exámenes se limitara a repetir apuntes memorísticos, y puntuar al alza a quien evidenciara originalidad, pensamiento propio y datos que yo no hubiese aportado en clase. Pero mi recolección en este ámbito ha sido muy magra. A la postre, para mi desaliento y frustración, los mejores estudiantes han preferido casi siempre el memorión y la fidelidad perruna a mis frases, repitiéndome incluso, como si se tratase de un castigo ante el espejo, mis patentes faltas de profundidad o errores involuntarios. Lo que para ellos era la aplicación elevada al cubo y un homenaje a mi infalibilidad, para mí era recordatorio vergonzante de mi falta de talla. Y eso que ya no había libros prisioneros bajo llave, para que los expendedores de escasez pudiesen seguir sacándole al discípulo su triste metro de ventaja, tal la tortuga a Aquiles. ¿Cómo concebir el avance si el profesor no fomenta con delectación vicaria que sus alumnos le superen? ¿Tal pánico le da mostrar sus cartas? ¿Tan revolucionario es preferir la emancipación a la servidumbre, dos siglos después de la muerte de Immanuel Kant? Aunque ya no había bedeles de librea que vendiesen apuntes, el automatismo infernal se preservaba incólume, desbaratando cualquier anhelo de progreso ilustrado. Claro que, a la inversa, también se nos presentaban oportunidades, derivadas del hecho de que el profesorado universitario era comparativamente insuficiente y la marabunta de contratados, al padecer condiciones precarias, generaba movilidad intrínseca. Quien podía encontrar un trabajo estable y medianamente pagado, se largaba de la Universidad sin la menor tentación de mirar atrás, ni tan siquiera con ira. Yo he visto a las mejores mentes de mi generación (se constatará que plagio a Allen Ginsberg, pero es que no me apetece callarme su nombre) irse a trabajar en cualquier me-

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n.º 38 - Diciembre 2014 nester honrado para poder casarse, tener hijos –se supone que era un deber moral reproducirse, y tal vez lo sea, aunque hoy lo pongan en cuarentena los que están en edad de procrear-- y luego darles de comer. En aquella época, podías ser contratado como Profesor Ayudante de Clases Prácticas (aunque luego te obligaran a hacer de todo, incluso, como me sucedió a mí, a llevar la contabilidad del Departamento y a hacer con diligencia los recados del jefe) si te habías hecho con un buen expediente y tenías esa contrastable falta de miras o pulsión utilitarista que hacía falta para, odiándola, poner en un pedestal la educación superior. Era comprensible, pues –fuera del funcionariado, que suponía una minoría elitista, casi, o sin casi, un mandarinato– en la Universidad se cobraba la mitad, o menos, que en Enseñanza Media, en tanto que interino recién llegado y con unas oposiciones restringidas a la vuelta de la esquina, horizonte de expectativa que era inimaginable en la Universidad. Así que venía a ser cierto que sólo penetrabas en el sancta sanctorum de la sedicente sabiduría si eras en dicho sentido atípico, esto es, bien porque no habías logrado colocarte en un Instituto o, el mal menor, y mal ciertamente, porque te explotaban miserablemente, en un Colegio Privado, donde por aquel entonces no faltaban huecos, o bien porque albergabas vocación de martirio, otros factores (que al instante aparecerán) aparte. De mi promoción de 1976, toda la gente estudiosa abjuró con criterio más que razonable de la universidad, donde, como señalo, pagaban tarde y mal y donde no se atisbaba el menor porvenir si no eras protegido del sistema o familia de alguien. Con lo cual entrábamos, a no dudar, los más tontos y los más marginales, por soñadoramente irresponsables. A no ser, desde luego, y ahora llega el matiz, que te hubiesen creado los biempensantes una pista de aterrizaje de prosapia y enjundia político-religiosa según las describe ese inclasificable y malogrado escritor murciano, el genial Miguel Espinosa, en La fea burguesía. Es una obra menor, que no alcanza la perfección de su Escuela de mandarines, pero en la que se ilustra meridianamente (él había cursado Derecho, con brillantez, en la Universidad de Murcia) el sistema de influencias, sinecuras y adjudicaciones. La fea burguesía no sólo explica lo que fuimos y de dónde venimos, sino cómo y por qué hemos llegado a ser lo que somos, y no hay visos de dejar atrás el adocenamiento, el pelotilleo y el vituperio del talento crítico. Una vez “dentro”, de Profesor Ayudante podías pasar a ser Profesor Encargado de Clase, e inflarte a dar horas, no menos de doce a la semana en régimen anual, si tenías la suerte de obtener cuatro encargos, a cambio

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de un salario irrisorio, y sin perspectivas de estabilidad. No había otra alternativa. Con tales mimbres te podías tirar lustros, salvo que ganases una plaza por oposición, lo cual, insisto, era tan arduo como improbable. No se convocaban salvo cada tantos años, al albur del ministro de turno, se presentaban decenas de candidatos por plaza y los tribunales estaban compuestos por catedráticos y adjuntos que no te conocían (ser miembro de tales tribunales era una ocupación no poco lucrativa, por cierto; los antiguos que refieren verdades, como un catedrático comunista de los años duros, amigo mío, afirman que podían llegar a doblar sus ingresos anuales sumando a sus sueldos ordinarios los emolumentos y dietas de los tribunales). Por otro lado, estaban las muy mal, por inapropiadamente, llamadas escuelas, que no eran sino grupos de influencia y presión, conformados en virtud de las reglas del familismo amoral (según los sociólogos, la forma de organización tribal más rústica y primitiva que existe), dominados por una personalidad arrolladora, no pocas veces caciquil, y bien dispuesta hacia las fuerzas vivas que le daban cuerda. El jefe de una escuela llegaba a alardear sin rubor de que era capaz de hacer catedrático a un cuadrúpedo, con tal de que supiese firmar. Yo lo he escuchado. Claro que también era doblemente capaz de negarle la plaza a quien quisiera negársela, con flagrante independencia del mérito, sobre todo si a la infeliz víctima podía atribuírsele, amén de fuste, conexión con una escuela rival. Ni que decir tiene que era peligrosísimo y patético esto de las dichosas escuelas, en las que te metían con calzador en virtud de contingencias fuera de tu elección. Total, que si querías opositar, te podías tirar tranquilamente un mes en Madrid, a tu costa, siendo un insignificante penene de provincias, tratando de cruzar el Rubicón y de que te armasen caballero, esto es, Profesor Adjunto. Un servidor lo logró, aún me froto los ojos y me doy con un canto en los dientes, sin padrinos ni atajos, en 1982, en una pesadilla épica, que me hizo perderme las primeras cuatro semanas de vida de mi segundo hijo y vivir no pocas aventuras matritenses, entre sofoco y sofoco. Para que se comprenda lo que ello comportaba diré que llegué a ser por aquel entonces, con otro compañero que hoy es Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, el único profesor numerario, es decir, funcionario, en un departamento en el que trabajábamos acaso cuarenta profesores. Nos aclamaron como si volviéramos, maltrechos y triunfantes, de las Termópilas y, si soy fiel a lo que vi, apenas detecté pelusa. Estos isleños son sagaces. Y es que el resentimiento es la emoción más majadera que hay.

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n.º 38 - Diciembre 2014 Todo esto fue justo antes de que arribaran los socialistas con su LRU, que volvió baladí el padecimiento anterior, porque acabaron con los tribunales netamente por sorteo, los interrogatorios exigentes, las “encerronas” (que te obligaban a ir, si tenías que examinarte de un campo inmenso, llamado en mi caso “Lengua y Literatura Inglesas”, así, sin paliativos, a las pruebas con tres maletones de libros, para preparar en cuatro horas la lección que te deparase el bombo, a sabiendas de que si eras de sesgo literario te impondrían un tema de lingüística, y a la inversa, para probar tu carácter y tu fuerza, decían, dentro de un temario con a lo mejor cien temas) o los temibles (y, vistos con perspectiva, ciertamente sensatos) Ejercicios Prácticos, en los que el opositor se veía solo ante el peligro, y tenía que saber sí o sí de qué iba el métier, sin resquicio para el simulacro, la bobería o la lástima. Para consolarse ante la inutilidad del esfuerzo, algunos cursis pusieron en circulación la especie de que nosotros, a diferencia de los que en seguida se llamarían Profesores Titulares, éramos “de pata negra”. Sí, sí, pata negra. Negra como el humor negro, imagino. Que viene a ser esa bilis oscura que rezuma de la tierra y asociamos a la melancolía, que mi venerado Robert Burton elevó al rango de herramienta para interpretar la psique. La ley nos despojó de las prerrogativas de pertenecer al cuerpo de Adjuntos, nos privó del derecho a pedir traslado y vació de contenido cualquier especificidad anterior, sin respetar lo escrito. En algunos casos, los de los pobrecitos sin recomendación, era una cualificación ganada a pulso, que de súbito se quedó en agua de borrajas. Empezaron a brotar Titulares por todas partes, a cientos (en mi área de conocimiento no más; siga el lector multiplicando para calibrar la sobrevenida elefantiasis). De veinte Adjuntos de Filología Inglesa mal contados que éramos en España pasamos, repito, a varios centenares, en un abrir y cerrar de ojos, tal cual, sin alharacas ni cuitas. Un parto sin dolor. Cada uno iba a “su” plaza, sin contrincantes ni estrés. La batalla para que te sacasen “tu” plaza era externa y previa, obviamente, pero las pruebas en sí, en la inmensa mayoría de los casos (si bien en todas partes pueden surgir puñaladas, lo cual no es lo mismo que seriedad y acribia en los exámenes), eran una parada militar con banda de música. Sólo lo pasaban mal quienes ni siquiera podían musitar tres frases en público, aunque las leyesen de un papel que se les permitía traer y del que por prudencia no levantaban la vista, a diferencia de lo que nos hizo adultos a los ya fulminados Adjuntos. Presentar la tesis, a lo que se llegaba no pocas veces con beca y dinero estatal (nosotros habíamos escrito nuestras tesis impartiendo cuatro asignaturas anuales y sin recibir ni una

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peseta para viajes, fotocopias o libros) te conducía de forma inexorable a la plaza, a “tu” plaza, a la que tú concurrías con “tu” perfil y con “tu” tribunal. Todo quedaba ya en casa, que es donde más a gusto se está. Vaya, que la dureza de la prueba era comparable a la de la propia defensa de tesis, otro rito que se fue haciendo cada vez más convenido y litúrgico, motivo por el cual asistían como público al feliz evento los padres, los hermanos y los amigos, vestidos de domingo, como quien va a un bautizo. Los miembros de tribunales ya no sacaban un patrimonio con este menester; cobraban una propinilla y después sus nuevos pares, regocijados, se los llevaban a comer. La LRU estuvo en parte bien, porque desmontó la estructura caciquil anterior y dio seguridad en el trabajo y ocasiones de medro, más o menos merecido, esto queda al albur de la conciencia individual, ya que no al de la severidad de la evaluación, a muchísima gente. A la par, al acabar con la detestada competitividad, que es la que nos dispensa de ganar premios Nobel, propició mecanismos que nos devolvieron un caciquismo en esta ocasión asambleario, amable y populista (o del color religioso, ideológico o étnico que predominase en el omnímodo subconjunto con discrecionalidad dirimente), pero caciquismo puro y duro no obstante. De epistemología no vamos a hablar, menuda trapisonda cuando se ventilan garbanzos. Los más avisados de Enseñanza Media, esos que se habían ido de la Universidad con hartazgo y habían despotricado del marco anterior, empezaron a volver en manada. ¿No se habían tenido que ir cuando no había parné? Ahora había presupuesto para dar y repartir. La Universidad significaba, argüían, redistribución de la riqueza, ascenso social, promoción de los desfavorecidos, oportunidades para todos... los que tuvieran relación directa y verificable con el pesebre, faltaría más. Leían la tesis, publicaban dos artículos y ya eran Titulares, siempre y cuando el Departamento les abriese las puertas, lo que era muy fácil o también muy difícil, según cayese de bien o de mal al Consejo de Departamento, o a quien lo pastorease, el candidato “oficial”. Porque el Consejo de Departamento de cada villa y corte chiquitita era el poder absoluto, el Soviet Supremo, el Colegio Cardenalicio, el Taj Mahal, el coup de dés que sí abolía el azar, vaya si lo abolía, es que predeterminaba todo presente y todo futuro a partir de unos usos esculpidos en piedra, pues ante su poderío rendían la cerviz hasta los rectores (o no), ya no digamos los sufridos decanos, a los que les quedaba el ocuparse de que hubiera tiza en las aulas y rollos de papel en los baños. Y es que, entretanto, ya sólo se impartían seis u ocho horas semanales de clase, menos de la mitad que en el Instituto, las nuevas universidades crecían con vertiginosidad

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n.º 38 - Diciembre 2014 selvática, una como mínimo por cada capital de provincia o población con ínfulas, y la clase política, fuese estatal o autonómica, disponía de un maná inacabable para engrasar sus munificentes agencias de colocación. No hacía falta el grifo de ancha boca de los ERE. Pero la sensación de tómbola con regalito seguro no era muy distinta. Y en éstas estábamos cuando llegaron Aznar y el PP. Portentosa algazara. El culmen de la Transición. El desembarco en la modernidad. El gran cambio de paradigma, la irrupción del liberalismo, el rigor presupuestario, la racionalidad economicista, la lucha despiadada contra la corrupción, el imperio de la ley, la instauración de la excelencia en plan, ejem, ejem, anglosajón. ¿De veras? Los conservadores, como dóciles posibilistas, lo conservaron todo, en especial lo más turbio, incluyendo la caridad progresista, aquilatando los procedimientos de compadreo establecidos y engrasando la maquinaria tan pimpantes. Lo suyo era un Back to the Future corregido y aumentado que, ante todo, buscaba no irritar, no mover, no cambiar, no despertar al monstruo dormido cuyos zarpazos temían casi tanto como poner en riesgo sus carteras, las unas y las otras. Ellos acabaron de convencernos de que quien se mueve no sale en la foto, como dictaminó el filósofo popular, antes librero. Potenciaron el vicio principal, la rendición con armas y bagajes ante los poderes fácticos, ya suyos por herencia alegremente aceptada, e implementaron un lavado de cara que, por lo demás, importaban de fuera, léase agencias de calidad y otras instancias de supervisión. Pero para aclimatarlas, con cachaza atávica, a nuestro clima castizo. Para cuando quisimos darnos cuenta, la soga se había cerrado aún más sobre los gaznates de quienes, tras una vida entera de caciquismo y tutelaje, apenas implorábamos las whitmanianas briznas de hierba de una pizca de libertad. Empero, no puede haber libertad en sociedad sin liberales, ni democracia sin demócratas, es metafísicamente imposible, y el ordenancismo burocrático, la hiperregulación y el paternalismo son, de toda la vida de Dios, los mejores aliados de los liberticidas. Estos últimos años, con el PP o el PSOE o los nacionalistas en sus zonas de dominio exclusivo o casi exclusivo, uno podría llegar a pensar que nuestra nación es tal una manta trapera cuyos retales se nos revelan como cada vez más disonantes y discordantes entre sí; pero que se mantiene hilvanada, parece un chiste, por la unidad de destino, no en lo universal (que está más que demostrado en qué consiste, en materia universitaria: lo sabe cualquier español con cabeza, y hay millones de ellos, que visita una universidad de prestigio), sino en la vieja táctica del avestruz, la que estriba no

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querer mirar los problemas de frente, porque cada sector coincide con los demás en la meta prioritaria de pensar sólo en el interés particular momentáneo, en el cortísimo plazo y sus réditos inmediatos. Ya arrearán los que vengan más tarde, reza el adagio con el que nos encogemos de hombros. En esto, el dispositivo resultante de lo que Rousseau, en su nada inocente retórica, bautizaría como volonté générale, superpone a los diversos elementos caóticos un consenso absoluto. Esto sí que es pensamiento único, y de remate con el aplauso tácito y tímido de todos a cuantos, barruntan ellos, a lo peor con motivo, no les quedará más remedio que decir amén si aspiran a seguir en el machito, o sobrevivir con la esperanza de no ser depauperados o definitivamente defenestrados, como hacían en Praga en la Guerra de los Treinta Años. La Universidad, como la Administración en sentido lato, por mucho que subsistan cuerpos que aún no hayan sido integralmente colonizados por el virus de la autocomplacencia, se sigue gestionando con criterios de colectivismo cooptado y sumisión al de arriba, que no es Dios ni tampoco un dios. Llamémoslos rancios, llamémoslos sicilianos, llamémoslos picarescamente santurrones, poco importa. Pero son los criterios de los que habrá que ir prescindiendo, para que las personas que los aplican demuestren que lo saben hacer mejor, y se les ensanchen los pulmones. Es un gigantesco búnker el que hemos consolidado y fraguado entre todos (yo no me voy a excluir), como el que cubre Chernóbil, cuyo desmantelamiento, aquí y ahora, no está al alcance de ningún partido político, de ningún gobierno, de ningún comité de sabios, porque todos le tienen pavor a los escapes radioactivos, a los gases pútridos que se han ido acumulando desde hace más o menos treinta años, si no considerablemente más. Pero los gases tienen que diluirse en la atmósfera, para que los humanos podamos respirar sin opresión. Ya puede la ANECA ir definiendo perennemente al alza los criterios de lo que se exige para obtener la acreditación de un sencillo Profesor Ayudante, o de un Catedrático, da lo mismo, demandando un conjunto de ítems tan extenuantemente acumulativos que despierta risa, porque todos sabemos que la función crea el órgano, y que el individuo obligado a cumplir con eso tan beato, huero y extravagante que se denomina “la política de calidad” (cómo no la habría definido Ambrose Bierce, mejorando la definición que realizara el Dr. Johnson de la voz “patriotismo”) lo hará sin pestañear, por su cuenta o con las suplantaciones y las imposturas que pueda permitirse, igual que bailará una muñeira antes de entrar a clase, si le dicen que ello supone un requisito indispensable para que le dejen

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n.º 38 - Diciembre 2014 acceder al aula, le consientan la merced de no perder puntuación para seguir en la alocada chicane y, lo único serio, le ingresen su nómina, hogaño trasquilada por el igualitarismo socialdemócrata del PP, a fin de mes. Mucho me temo que de puertas afuera, en la praxis cotidiana, nos ha dejado casi por entero de importar el ser (porque nos hemos dejado adocenar y ya recitamos al únisono yes, mejorando lo visto con el perro de Iván Pávlov), que nos comportamos cual si lo único que contase fuera el parecer. Dame pan y comprueba mi talante, en resbaladiza acepción zapaterina. Aunque permanezcamos conscientes del autoengaño y la mentira. Ahí está nuestro absurdo y farisaico debate en torno a la endogamia. Ya, ya, la endogamia, el lector se hace cargo de la bicha mentada. Como si fuéramos niños. ¿Pero en qué empresa, privada o pública, se le exige a un trabajador que aspira, con motivos fundados e ilusiones respetables, a mejorar de categoría, a pasar del puesto A al puesto B, a que renuncie a su puesto de trabajo de partida para dotar, con la masa salarial que le da de comer, la plaza de llegada con el que sueña? ¿Es que si vale para el puesto A, y lo ha demostrado con creces durante años, y tal vez exista un candidato mejor para ocupar el puesto B, debe irse irremisiblemente a la calle, financiando el sueldo del que llega con su propio puesto de trabajo? ¿Desde cuando el salario del interventor de un banco debe sufragarse eliminando el puesto de cajero, o la plaza de director de sucursal dotarse económicamente con el puesto del interventor amortizado? Este razonamiento, ¿no es de una estulticia supina y perversa, por mucho que lo aplauda el buen rollito de la conchabanza transversal? A mayor abundamiento, ¿cuándo nos percataremos de que basar el grueso, cuando no la totalidad, de la política de plazas en la promoción interna del profesorado, en función de lo que les concedan la ANECA y las anequillas autonómicas a los esforzados individuos que siguen la única vía pautada disponible (y hacen lo coherente al no existir otros caminos, aunque suponga una estafa para todos, del contribuyente que no sabe lo que se ventila a los directamente implicados, que se juegan su modus vivendi), que cualquier puesto que se convoque se financie, en lo mollar, del sueldo ya contabilizado del solicitante, al que por más señas tachan de amortizante, proyecta una imagen deplorable, como de cueva de Alí Babá? Si el diseño de plantillas, la oferta de titulaciones, la configuración de planes de estudios, la definición de asignaturas y la asignación de perfiles, toda esa realidad morrocotudamente complicada y minuciosa, se acaba justificando principalmente por el reparto de habichuelas, ¿qué papel le dejan a

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la objetiva estructuración del conocimiento, la atención a las necesidades sociales más allá de la palabrería o la competencia con el mundo exterior, que existe, ancho y ajeno como sostuvo Ciro Alegría, y compite denodadamente con nosotros por llevarse el gato al agua? Desde luego que tratan nuestros dirigentes a diario de elaborar la mejor oferta académica posible, porque no son cantamañanas ni desaprensivos. Pero lo hacen debiéndose a su electorado según lo analizan, a partir de unos condicionantes previos que están cojos y desequilibrados de entrada, sin atreverse a poner en funcionamiento proyectos que no estén atados de pies y manos antes de iniciarse, porque su preocupación esencial es no verse cogidos en falta cuando alguien bien situado entre las diferentes cadenas de mando (y todo el poder universitario destila, desde la LRU hasta los maquillajes ulteriores que en el historial han sido, una miopía localista o un ideologismo irredento exacerbados) profiera eso tan típico de “¿Y qué hay de lo mío?” Hemos derivado del franquismo estatista y amparador a la socialdemocracia estatista y amparadora, sin solución de continuidad. ¿Y ahora estamos pensando en huir hacia delante y tornarnos bolivarianos? ¿Es que echamos en falta tener aún menos libertad? ¿Tan renuentes somos a depender de nosotros mismos? Desde mi extraterritorial perspectiva, y aunque muchos no se quieran dar por enterados, el fenómeno constituye una desgracia para todos, porque trunca el florecimiento del ingente capital humano que poseemos y nos hace parecer bastante menos valiosos de lo que en realidad somos y podríamos ser, si nos sacudiéramos rémoras, supersticiones y falsas hipotecas. Pues aún no me he encontrado a un solo rector español que le ponga el cascabel al gato o exponga un plan de regeneración blanco sobre negro en la prensa, la misma que insulta cada poco a los universitarios, acusándoles, acusándonos, de endogámicos. Y de esto, ¿quién tiene la culpa si no son los poderes públicos, los sindicatos y los rutilantes equipos que dirigen las universidades? ¿Hasta cuándo van los universitarios que se inician a seguir soportando esta ignominia, esta vejación, este chantaje diabólico? Si el autor de estas páginas no hubiera ganado su Adjuntía en 1982, se habría quedado previsiblemente en su puesto anterior, igual que habría seguido siendo Adjunto de no ganar, en sana competencia con un formidable contrincante y sin embargo amigo, aquel Rector de Alcalá de Henares del que hablaba antes, su primera cátedra en 1986. ¿De qué mente acalorada y escasamente clarividente ha salido el sistema actual, y por qué nadie tiene las agallas de plantear soluciones? ¿Por dinero? ¡Qué visión tan alicorta y suicida, qué

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n.º 38 - Diciembre 2014 dislate! Mientras no se solvente este asunto, seguirá, espero y deseo de todo corazón que por mucho tiempo, estando vigente la “endogamia”, hay que escribirla con comillas, que es casi el único recurso de supervivencia que le resta a un profesorado en la mayoría de los casos competente y luchador, víctima propiciatoria de unas políticas tan erráticas como demagógicas, un profesorado encomiable que está cada vez más asediado y machacado por la infinita torpeza de los legisladores, las altas esferas de la Universidad y sus cadenas de transmisión últimas. Y no se confunda mi rotundidad, que es más saeva indignatio en la línea de Juvenal o Jonathan Swift que falta de empatía respecto a cuantos reman desde el banco que sea en la galera de la comunidad universitaria, con ningún olimpismo arrogante, pues jamás me he sentido au-dessus de la mêlée. Bien al contrario me explico como insider que se dirige a otros insiders, asumiendo mi cuota de culpa desde la simpatía hacia cuantos, no pudiendo arreglar el mundo, reconocen al menos que habría que intentarlo. No podemos ser conformistas. Por el contrario, si nos librásemos de esta plaga, de esta trampa sindical o antes bien patronal (pues las fronteras están bien enmarañadas), de este pecado colectivista, estamental e hipócrita hasta decir basta (tan tentador, ¡ay! como las tarjetas negras de Bankia, esas que entusiasmaban por igual a rojos y azules, a patrones y a sindicalistas, cogidos de la manita), que viene contando con todas las reverencias y genuflexiones de las feligresías de derecha e izquierda, porque al cabo prolonga la minoría de edad, la compraventa de favores, el proteccionismo y las limosnas frente a la sociedad popperianamente abierta y la competencia en buena lid, eso del juego limpio caiga quien caiga, y de que cada palo aguante su vela, podríamos empezar a disfrutar de universidades “normales”. Podríamos dejar de ser provincianos, localistas y, lo afirmo con cariño, al incluirme solidario y sin reserva alguna en el equipo, “mafiosillos”. Y podríamos enorgullecernos de tener una meritocracia abierta, que fichase talento exterior (en España, el exterior y el extranjero, a efectos universitarios, comienzan en la provincia limítrofe, pues cambiar de Comunidad Autónoma implica un paso mayor que viajar en el planeta tierra de un continente a otro), sin por ello truncar las legítimas aspiraciones de los jóvenes, y dándoles la oportunidad de trabajar en la Universidad, incluso en su alma mater, pero tras haber extirpado de una vez por todas el feudalismo medieval, la naftalina caciquil y el enchufismo cutre. ¡Ah, nuestro regusto por las recomendaciones, por hacer las cosas por detrás, por preferir el cartón piedra de las apariencias a la consistencia del sentido común!

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Biografía pública

Estoy persuadido de que hay una mayoría de universitarios que desean esto, que están hasta la coronilla de esta maula, prudentemente orillada por cuantos evacuan pomposas recetas, y a cambio no vuelcan su empeño en que se impongan de una vez el bien y la razón, al objeto de desperezarnos de un inmovilismo al estilo de Il Gattopardo, ese andar siempre cambiándolo todo para que nada cambie. ¿Cómo va un joven a planificar su carrera universitaria, si lo que se le dijo ayer dejará de ser válido mañana? ¿No sería más idóneo infundirle una confianza estable en que con estudio, disciplina, productividad y tesón ha de llegar la recompensa? Urge enderezar nuestra Universidad. Pero los integrantes de esa mayoría silenciosa están como Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, los tres monos sabios, paralizados por el terror y a verlas venir. Me he dejado en el tintero, en este apresurado repaso, las Humanidades propiamente dichas, y sin duda sería urgente abordar su inspección desde el prisma del otro gran fetiche que ahora nos llena la boca, la investigación. Aquí sí que hay tela que cortar, mitos y falacias que desenmascarar, molinos de viento y trampantojos que rebajar de estatus, ideas constructivamente hermosas que poner en circulación. Mas como no quiero abordar temática tan fundamental en el espacio y el tiempo que me quedan, pues ello supondría como poco doblar la extensión de este ensayo cálamo currente, e invertir unas jornadas más de apasionante labor que las conveniencias editoriales no van a poder concederme, prefiero dejarlo para un foro complementario que las circunstancias y el paciente lector promoverán.

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Narrativa La repĂşblica de las cometas Mario Cuenca Sandoval

6 cuentos

Ana Patricia Moya



narrativa

Mario Cuenca Sandoval Mario Cuenca Sandoval, escritor y profesor de secundaria, reside en Córdoba, donde ejerce como profesor de filosofía. Ha obtenido los premios Surcos de Poesía (2004), Vicente Núñez de Poesía (2005), Andalucía Joven de Narrativa (2007) y Premio Internacional Píndaro a la Creación Literaria Inspirada en el Fútbol, convocado por la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y el Ministerio para el Poder Popular de la Cultura de Venezuela (2008). Ha publicado los poemarios Todos los miedos (Renacimiento, 2005), El libro de los hundidos, (Visor, 2006) y Guerra del fin del sueño (La Garúa, 2008). Como narrador es autor de las novelas Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007) y El ladrón de morfina (451 Editores, 2010). Ha coordinado y prologado la Antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma, 2009) y ha sido incluido en antologías como 30 cuentistas hispanoamericanos, de Claudia Apablaza (2007): Poe (451 ediciones, 2009), Libro del fútbol (451 Editores, 2010) y Microcuento en Andalucía (Batarro, 2009). Su última novela es Los Hemisferios (Seix Barral, 2014). También ha colaborado en múltiples revistas, como Quimera, Nayagua, Trece trenes, El robador de Europa, etc. y en diarios como El Mundo y Público. Además, dirige el nivel avanzado del Taller de escritura creativa de la red municipal de bibliotecas de Córdoba.



Narrativa

La república de las cometas Mario Cuenca Sandoval

El boletín mensual de la Sociedad de Filosofía natural de Gante consignaba, amén de la previsible convocatoria de asamblea general ordinaria, la siguiente intervención: «Relato de un sueño premonitorio relacionado con fenómenos meteorológicos altamente inquietantes a cargo del doctor Jean-Baptiste Jottard, de Lieja». Nuestro invitado, el tal doctor Jottard, se presentó a la hora convenida en casa de la baronesa Van Rheede, anfitriona de nuestras sesiones y cuya figura entró en las enciclopedias, área de geometría, tras el descubrimiento de una curva que hoy lleva su nombre. Jottard resultó ser un muchacho, aunque de una hermosura inquietante; los ojos demasiado grandes para lo que aconsejaría cualquier canon de belleza masculina; la piel muy clara, como si alguien, un ángel o un genio maligno, le hubiera sustraído el color por procedimientos mágicos, lo cual explicaría de paso su semblante melancólico. Cuando, llegado su turno, el joven se incorporó para dirigirse a todos nosotros, la expresión de su rostro era la de un hombre que hubiera ingerido un mineral pesado y tuviera que digerirlo, tal vez porque no sabía cómo traducir al lenguaje de la Razón la angustia, la comezón, la terrible pesadez de su vientre que, aseguraba, había experimentado mientras soñaba su sueño. Ahora, traducido a la música de la Razón, desmenuzado en juicios y luego cosidos estos juicios entre sí para integrarse en argumentos, aquella ensoñación angustiosa, que lo había empujado durante dos días a recorrer los canales del Graslei con el gesto de un enfermo al que hubieran desahuciado, se parecía a aquellos esqueletos de peces con aletas radiales y peces con aletas lobuladas que la Sociedad exponía en sus vitrinas, porque todo el mundo sabe que un pez vivo es mucho más inquietante que un esqueleto de pez detrás de un cristal, y lo mismo sucedía con el sueño del doctor. El asunto era el siguiente: desde la ventana del estudio que recién había alquilado en el Graslei, el joven Jottard estudiaba una nube inmensa de co-

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n.º 38 - Diciembre 2014 lor negro y púrpura, parecida, según dijo, a un gigantesco hematoma, que se desplazaba lenta y silenciosa sobre la ciudad. Bajo la sombra inmensa de la nube, añadió, Gante parecía, a esas horas, un remedo oscuro de Venecia, una Venecia puesta del revés, con sus canales ensombrecidos y sus torres a punto de rascar el vientre de la nube. Y en algún momento, por esos extraños enlaces de los sueños, Gante era Venecia y luego volvía a ser Gante. La nube, según sus cálculos –¿los hizo a posteriori o ya durante el propio sueño?– se desplazaba en dirección sur-sureste, silenciosa y terrible, y el doctor la miraba alejarse desde su ventana del Graslei mientras mordía un níspero. Hasta aquí, objetó el doctor Bascour, que a la sazón presidía la asamblea, lo único particularmente llamativo es el tamaño del fenómeno; por lo demás se trata de un cumulunimbus que se dirige hacia Ledeberg, empujado por los vientos. Lo único reseñable, joven Jottard, y en el bien entendido de que los sueños premonitorios no sean una fantasía de sus soñadores, es que esta tarde les caerán chuzos de punta a nuestros vecinos de la villa de Ledeberg. No debe concedérsele mayor importancia. Pasemos, pues, al siguiente punto del orden de la sesión. Y esto lo dijo como un contable que disipara de sus pensamientos cualquier aspecto que no estuviera directamente relacionado con los números, o, más sencillamente: como se espanta un insecto. En verdad, el doctor Bascour era un firme valedor de la tesis de que fuera de la ciencia no había sino horror y superstición, y que el mal de la humanidad no era sino el encadenamiento del horror a la superstición y de la superstición al horror a lo largo de siglos y siglos pre-ilustrados. Un debate sobre ciencia en sueños, una exploración meteorológica acometida durante la noche le resultaba tan ajena como las danzas de la fecundidad de los aborígenes de tierras australes. –Bien, pasemos al siguiente punto. Sin embargo, algo habría empujado al doctor Jottard a humillarse de aquel modo ante una corte de colegas más distinguidos, experimentados y reputados que él; un presentimiento que, tan inmenso y oscuro como la nube soñada, parecía emerger al mundo de la vigilia desde un mundo más hondo. Y ahora había de explicar a sus colegas de la Sociedad de Filosofía natural cómo ascendió al interior de la nube y lo que allí encontró, a pesar de que una y otra cosa descarrilaban de la lógica. Lo que sí alcanzaba a comprender, y de este modo quiso transmitirlo a sus oyentes mientras se abría paso en la sala el olor del té hirviendo, era que introducirse en la nube, de algún modo, constituía el remedo –soñado– de introducirse en el vientre de un misterio, o mejor de una amenaza que se cernía sobre todos.

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Y en ese sentido, su ensoñación podía considerarse material científico de primer orden, cualquiera que fuera su significado. –Creo que deberíamos darle una oportunidad a este joven, doctor Bascour –objeté–. Sospecho que no hemos llegado aún al meollo de su relato. Y así era. El relato continuaba con el ascenso del joven doctor al interior de la nube, o al «vientre» de la nube, según su expresión, donde Jottard era bienvenido por varios colegas que él presumía también meteorólogos. Entre aquellos presuntos colegas que lo aguardaban se contaba un anciano que a veces era Benjamin Franklin y a veces su padre, el padre del doctor Jottard, quiero decir, aunque el doctor, según me confesó aquella misma noche en charla privada, omitió del relato el modo en que su padre le sacudía en los dedos con una vara de abedul cada vez que erraba una nota al teclado, hábito pedagógico que explicaba el abandono de sus estudios musicales en favor de los de Filosofía natural. Fue entonces que alguno de los presentes en la reunión de la Sociedad de Filosofía natural, no recuerdo si el doctor Goublomme-Van De Walle, pronunció una alabanza de Benjamin Franklin como padre de todos los meteorólogos modernos, desde que en 1752 elevara una cometa con punta eléctrica hasta el interior de una tormenta, conduciendo la electricidad de la nube hasta una botella Leyden, experiencia que inspiró la invención del pararrayos. Esta alocución fue aplaudida por todos con generoso entusiasmo, excepto por el doctor Jottard, que no disimulaba su frustración, y que, con los puños cerrados, intentaba transmitir cuán angustiosa le había resultado en sueños la silueta de aquel objeto gigante desplazándose por el aire, y que –secretamente– anhelaba disponer de una vara de abedul como la de su señor padre para administrar golpetazos en los nudillos de sus colegas, según me confesaría en la misma conversación, mientras devorábamos juntos una fuente de setas a la nîmoise en la casa de Madame [omitiré su nombre]. Para explicar sus impresiones, Jottard propuso a los presentes la imagen de un enorme buque de guerra de casco negro y violeta, un buque majestuoso de unos doscientos o trescientos pies de quilla que se desplazaba no por el mar sino por los cielos, pero muy lentamente. Ni siquiera la estampa de aquel buque soñado, o imaginado, que en sueños cobraba la densidad de un presagio, ni siquiera esa lentitud que todos los presentes podíamos imaginar se aproximaba en lo más mínimo, según el joven doctor, a la lentitud soñada. En ese momento se sirvieron los pralinés y el té. El reloj dio las cinco y media. Con la mención de Franklin, el doctor Jottard se acordó del detalle de la cometa, de cómo en el sueño bajó al puerto con su cometa meteo-

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n.º 38 - Diciembre 2014 rológica, provista de instrumental colgante, y cómo sintió que la nube tiraba de la cometa y la cometa tiraba de su cuerpo, pero con tal fuerza que aún haciéndose de peso temió por el extravío de su instrumental y se aferró al hilo, buscó un tronco al que asegurar la brida, un atraque del muelle, tal vez la pata de un animal de carga, pero antes de que pudiera arrastrarla hasta una hipotética sujeción, sus pies se despegaron del suelo una cuarta y volvieron a rozar el empedrado con la punta, y de nuevo su cuerpo fue alzado y arrastrado a pequeños saltos hacia el río. Lo que tiraba de ambos, hombre y cometa, no parecía relacionarse tanto con las fuerzas conocidas por la meteorología cuanto con el magnetismo o fuerza gravitacional descrita por Sir Isaac Newton. Entonces observó fascinado cómo los instrumentos de medición vibraban, atraídos desde las alturas. Y, luego de un último tirón, vio el reflejo de sus pies en el río, que, por esos extraños enlaces de los sueños que se mencionaron, ya no era el río Lys sino la laguna de Venecia, cosa que dedujo del reflejo de la Ca’d’Oro, temblorosa, sobre sus aguas, si bien el reflejo no estaba invertido, como es ley natural que ocurra, sino en la misma orientación que lo reflejado, de tal modo que el edificio se reproducía en las aguas como si estuviera boca abajo. La siguiente visión, agregó, fue la más aterradora: pendiendo de la brida de la cometa, el doctor contempló cómo la nube devoraba otra nube, una pequeñita con forma de catalejo, y después varios cirros. Cada nueva incorporación hacía crecer de tamaño a la enorme nube negra del doctor, la nube Jottard, como fuera bautizada despectivamente por sus colegas de la Sociedad de Filosofía natural de la ciudad de Gante. Desde sus pequeños agujeros, desde los ojos de buey de la nube, me saludaron los niños, añadió. –De repente había niños en el sueño.– ¿Niños? ¿Una nube que devora otras nubes? No veo en eso más que un antropomorfismo disparatado, joven, intervino de nuevo el presidente de la Asamblea, el doctor Bascour. Los meteorólogos y todos los mamíferos nos alimentamos, dijo Bascour llevándose un praliné a la boca, y en su sueño usted interpreta los cúmulos como una forma de alimentación. Como metáfora, podría ser válida. Pero sigo sin entender, al cabo, el interés científico de esta fantasía suya. Para desfondar aún más el relato, alguien propuso una interpretación geo-política: como los franceses se encontraban cerca de Charleroi, la nube negra que devoraba a las otras nubes y atraía como un imán a las mentes más brillantes de Occidente, absorbiéndolas al interior de su proyecto político, era sin duda Napoleón Bonaparte. Los niños, que, según Jottard, sumaban mayoría en el interior de la nube, simbolizaban la joven Europa ilustrada,

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necesitada del tutelaje de la ciencia y, especialmente, de la Filosofía natural, que con sus modelos de comprensión del universo, sus sistemas del mundo, contribuía a precisar el sentido del hombre en el cosmos, y el sentido del propio cosmos, y aun el sentido de Dios en relación con el cosmos y con el hombre, siempre que por Dios se entendiera –se apresuró a aclarar el ponente– no el Dios unipersonal de la tradición judeocristiana, una patraña antropomórfica adecuada al oído y el entendimiento de los lerdos, sino más bien un Dios-calculador, un Dios-razón a la manera del de la Teodicea de Leibniz, o aun del Dios de Spinoza, que al cabo venía a asimilarse con la Naturaleza. Lo que Jottard recordaba del vientre de la nube era, en efecto, que estaba lleno de niños, y que había árboles rebosantes de nísperos por doquier –una extraña recurrencia, aclaró, porque al doctor no le gustaban los nísperos–. Y en cuanto a los niños, los había simpáticos y los había de aspecto pendenciero, los había de cabello largo e hirsuto y otros rapados, mal rapados, como si se hubieran afeitado ellos mismos, o como si los hubiera afeitado un borracho o un mono, para refutar la hipótesis de que aquellos niños simbolizaran la juventud ilustrada de Europa, porque dónde se habían visto ilustrados desgreñados o con las cabezas trasquiladas. Y era entonces cuando Franklin –o su padre– le exponía con dulzura, colocando una mano sobre su hombro, las virtudes de aquella república aérea, organizada según una estructura racional, donde todos y cada uno de los niños contribuían al Bien común. Las nubes pequeñas, le explicaba, eran cuidadosamente empaquetadas y preservadas en un almacén, y se empleaban como alimento y como materia para reparar las roturas producidas por aves, pararrayos o incluso por balas de cañón procedentes de la tierra o del mar, en un proceso de vigilancia continuada, por rigurosos turnos iguales. Y de qué se alimentan ustedes, recuerda que se atrevió a preguntar. Pues de nubes, naturalmente. Y en ese momento Franklin / padre tomaba un puñado de nube del suelo, como si fuera nieve o algodón, y se lo comía. Y ahí venía lo que más extrañaba a Jottard, no que se comiera la nube, sino que lo hiciera como lo hizo, con un gesto que era al mismo tiempo cómico y lascivo, el gesto con el que un loco mordería el pezón de una sirena, tal vez. ¿Y cómo subieron todos hasta aquí? En sus cometas, naturalmente, respondió Franklin. Por eso sólo hay niños y meteorólogos en esta República. ¿Pero vivir aquí tendrá un precio?, preguntó. Ningún precio, monsieur, aquí no tenemos dinero; sólo tenemos cometas. No tan extraño lo de los nísperos, matizó la baronesa Van Rheede con su habitual indolencia; todo el mundo sabe que los nísperos son astringentes, tienen propiedades parecidas a las del sulfato de plata. Fíjese bien, que-

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n.º 38 - Diciembre 2014 rido amigo: oro, plata, cobre y hierro eran los metales de los que estaban elaboradas las almas de los distintos estamentos de la República de Platón, con sus diferentes proporciones. Debemos suponer que la plata, por ser el material predominante en el alma de los guerreros, de los guardianes, de la ciudad platónica, simboliza el temperamento beligerante del ser humano. Esos niños ascendidos en cometas, habitantes pacíficos de un reino pacífico, son el sulfato de plata de la humanidad, la cura de sus heridas provocadas por la otra plata, en alusión al dinero, que es el motor, expreso o soterrado, de todo conflicto bélico. Llegados a este punto, el sueño del doctor Jottard daba un nuevo salto. O su memoria del sueño daba un nuevo salto. Porque lo siguiente era él mismo construyendo su cometa, la misma cometa con la que había ascendido al interior de la nube, lo cual constituía un absurdo que hizo las delicias de los presentes en el salón de la Sociedad de Filosofía natural, porque es conocido el principio según el cual la causa es siempre anterior al efecto. Al margen de su curiosidad metafísica, Jottard no lograba transmitir a los presentes el nerviosismo con que, en su sueño, cosía la vela de la cometa a su armazón de madera, la ansiedad con que construía el artefacto con el que había subido hasta allí. Tengo que construir este artefacto para explicar cómo he ascendido, se repetía en sueños, como si construir una cometa y esclarecer ell sueño en que construía la cometa fueran una y la misma operación. Es decir, matizó Goublomme-Van De Walle, que usted construyó lo que podríamos llamar una causa posterior. No es exacto, trató de hacerse entender el soñante; en mi sueño yo percibía la necesidad de entender el sueño. Paparruchas, joven, interrumpió el doctor Bascour. Sin embargo –pero esto no lo pensó durante el sueño, sino después, paseando absorto por las callejuelas del Patershol–, aunque los habitantes de aquella república disponían de libertad de movimientos, eran incapaces de dirigir el movimiento de la república en su conjunto, sometida a las veleidades de los vientos y de las grandes masas de aire, una especie de metáfora de la condición humana, a juicio de Martens, en tanto que el ser humano puede gobernar en parte sus conducta, pero no así la del hábitat, más que en pequeñas incidencias; o una metáfora moral, a juicio de Hamerlynck, del modo en que cada individuo puede dirigir su conducta, pero no es posible al individuo, ni a la suma de todos, dirigir la conducta de la sociedad en su conjunto, sometida al entramado de acciones y de reacciones que tejen la totalidad, del mismo modo en que los átomos conforman moléculas y las moléculas se agitan conformando sustancias.

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Ahora, cuando el relato le resultaba más divertido y estimulante a los presentes, para mí empezaba a cobrar el aspecto amenazante en que Jottard insistió desde el comienzo de su alocución. Poco a poco, la descripción del sueño se volvió tan minuciosa que el salón comenzó a antojárseme irreal; y el relato, verídico. Era como si la atmósfera del sueño se estuviera bebiendo sorbo a sorbo la atmósfera de la estancia, tragándosela. Y ya los científicos y los niños del relato me parecían más verosímiles que los miembros de la Sociedad de Filosofía natural, desdibujados y cómicos, parecidos a una asamblea de monos y de mulos en un sueño o en un cuadro de Goya. Abundando en los detalles sobre la infraestructura de aquella república flotante, Jottard describió el modo en que fue conducido a un almacén cerrado con llave, un inmenso granero en que se conservaban, colgadas de sus paredes, como los peces de las vitrinas del salón, todas y cada una de las cometas con las cuales los niños y los científicos de la república habían ascendido hasta el interior de la región voladora. Aunque, aclaró Franklin, nadie tenía la menor intención de regresar a la tierra. Visto así, ¿en qué sentido constituía una amenaza aquella flotante república para los amables ciudadanos de Flandes?, preguntó la baronesa Van Rheede; a lo que el doctor Maertens, que era bonapartista, añadió otra formulación de la misma inquietud: ¿en qué sentido constituía una amenaza aquella flotante metáfora de la Ilustración para los ciudadanos de Flandes? Entonces arreciaron las preguntas sobre la nube. ¿Mudaba de forma o de figura? No. En absoluto. ¿A qué distancia flotaba? A tiro de pistola, os lo aseguro. ¿Qué temperatura había en su interior? ¿Con cuántos habitantes contaba? ¿Quién fue su primer morador? Lo penúltimo que Jottard recordaba de su sueño era a uno de los niños esforzándose por enseñarle a silbar, lo cual no dejaba de ser absurdo, porque el doctor ya sabía silbar desde hacía muchos años –en su mano, el niño tenía una vara de abedul, dispuesta para corregir su entonación–; y lo último que recordaba era el proceso de formación de la propia nube, las grandes masas de aire frío ascendiendo y confluyendo en la atmósfera, convirtiéndose en un cúmulo; el cúmulo creciendo en sentido vertical, adoptando la forma de un hongo gigantesco y oscuro; las gotas de granizo suspendidas en su interior; el cúmulo convertido ya en cumulunimbus, negro y púrpura, aguardando para descargar su furia sobre el mundo y sobre los hombres, buscando su ocasión. Y entonces, desde las ventanas del salón de la baronesa Van Rheede vimos pasar aquella nube como un enorme buque de guerra de la Naturaleza –quiénes soñaban ahora–, el mismo que horas después, sobrevolaría el

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n.º 38 - Diciembre 2014 pueblo de Ligny, muy cerca de Waterloo, mientras Napoleón, abstraído de los acontecimientos, tal vez se preguntara si acaso los dioses no sean dioses, sino seres abstraídos y felices, como científicos o niños, seres que miran el mundo y su dolor por encima del hombro, que miran hacia la Historia por encima del hombro, que viven en un imperio de nubes, y si acaso desde allá arriba discuten sobre los asuntos humanos, como los seres divinos del Olimpo, o acaso los asuntos humanos les importan bien poco y consagran todas y cada una de sus horas a la felicidad de comprender un misterio. Eso pensaría Napoleón desde una colina próxima a Beaumont, mientras los franceses perdían extremidades arrasadas por balas de cañón, y los británicos sangraban y vomitaban, y los prusianos hervían de odio y de espanto con sus caballos galopando a ciegas, ensordecidos por las detonaciones, y el mundo era un disparate de fuerzas rivales y de lenguas rivales y de ideas rivales. Y la sangre trazaba laberintos en el suelo embarrado por la tormenta, y las casacas eran rasgadas pon las bayonetas y los dientes se rompían contra las culatas, los oídos llenos de sangre y de ruido y de tristeza y de sombra, vistos desde el aire como cosas insignificantes, merecedoras de olvido. Eso pensaría Napoleón a la mañana siguiente, ignorante de que la tormenta de la noche y sus propios pensamientos de la mañana ya habían sido soñados por alguien, como si fueran piezas de un ajedrez del destino. Y entonces el sueño de Jottard habría sido, en efecto, premonitorio, pero una premonición de un pensamiento, del pensamiento alicaido de un hombre poderoso. Levantada la sesión con un gesto de espanto del doctor Bascour, nos apresuramos a retiramos, cada cual a su domicilio, antes de que la tormenta descargara. Estoy seguro de que todos hicieron el camino a casa con la cabeza levantada hacia la nube, no sólo por el miedo a la tormenta, sino también por el miedo a lo incomprensible. El joven Jottard y yo decidimos invertir el resto de la velada en una celebración del hedonismo como filosofía moral suprema, en casa de Madame de [omitiré el nombre] y, de algún modo, la sombra de la nube se disipó entre las setas, el vino de Burdeos y los cuerpos jóvenes, cosa que agradecimos a Epicuro de Samos con un brindis. En ningún momento se evaporó de sus ojos aquel humor melancólico y, al amanecer, simplemente dijo «basta» y regresó a Lieja en un coche alquilado en Sint Baafsplein. Era la víspera de Waterloo. El siguiente número del boletín mensual de la Sociedad de Filosofía natural de Gante refiere la desaparición misteriosa del doctor Jottard.

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ANA PATRICIA MOYA (Córdoba, 1982) Estudió Relaciones Laborales y es Licenciada en Humanidades. Ha trabajado como arqueóloga, documentalista, bibliotecaria, profesora de clases particulares, etc. Actualmente, es directora de Editorial Groenlandia (proyecto cultural sin ánimo de lucro especializado en publicaciones digitales). Ha publicado “Bocaditos de realidad”, “Material de Desecho” (poesía) y “Cuentos de la Carne” (relatos). Sus textos aparecen en distintas publicaciones, digitales e impresas (“Fábula”, “La bolsa de pipas”, “Mitad Doble”, “Iguazú”, “Al otro lado del espejo”, El laberinto de Ariadna”, “Palpitatio Lauri”, “Delirio”, “En Sentido Figurado”, “Herederos del caos”, “Agora, papeles de arte dramático”, etc), de España, Europa e Hispanoamérica así como en antologías literarias (“La vida por delante: antología de jóvenes poetas andaluces”, Ediciones en Huida; “Heterogéneos”, Editorial Escalera; “Nocturnos: antología de los poetas y sus noches”, Editorial Origami; “Poetrastros: por favor, tratad con cariño”, LVR Ediciones; “Anuncios Desclasifica(dos)”, Editorial Cinosargo (Chile). Ha sido traducida parcialmente a seis idiomas.

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6 cuentos Desechos Como todas las madrugadas, de lunes a viernes, me traslado, puntual, en las alcantarillas que me han asignado para limpiar a fondo. Bajo las escaleras, cargado con mis utensilios, e inspecciono, con detenimiento, el túnel: tengo que recoger toda la basura acumulada del fin de semana para evitar que se saturen los conductos subterráneos. Mi compañero, en la superficie, me indica por radio que se encargará de la parte norte, que estaré solo en el sector sur durante un rato, aunque pronto llegará otro camión con refuerzos pues el fin de semana pasado se celebraron las fiestas populares de la localidad y eso, obviamente, es sinónimo de muchos, muchísimos desechos. Adaptado a la semipenumbra, a la presencia de ratas y demás fauna de cloaca, pero no al hedor insoportable que me obliga a usar mascarilla, me coloco los guantes y procedo a trabajar en los canales de agua residual; sólo se percibe el eco de mis botas chapoteando; con mi rastrillo, me afano en retirar restos de comida, cajas de cartón, cascos de botellas rotas, condones usados y demás porquería, consecuencias de la falta de civismo. Mientras ejecuto mi tarea, algo llama mi atención: diviso una bolsa, bastante grande, que la débil corriente arrastra hacia mí; la recojo, y sí, pesa, tiene salpicaduras de sangre seca. Para descubrir lo que hay en su interior, la rasgo, pero sin romperla del todo, y me encuentro con un feto humano. Examino bien aquel pequeño cuerpo sin vida. Podría tratarse del fruto de una pasión inconsciente, muy propia de adolescentes con el cerebro entre las piernas, o un hijo no deseado para unos padres sin recursos, o también un aborto de una clínica clandestina de esas que proliferan por el asuntillo de la polémica ley reformada. No lo sé. Mejor no especular con este trozo de carne, a punto de descomponerse tal y como sugiere su aspecto, y por el que ya no se puede hacer absolutamente nada. Me percato de que tiene en su cuello una bonita cadena, parece ser de plata; medito unos instantes

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n.º 38 - Diciembre 2014 para decidir qué hacer con el hallazgo. Al final, arranco la cadenita y me la guardo en uno de los bolsillos de mi mono de trabajo; envuelvo el cadáver con la misma bolsa, y lo arrojo a la corriente turbia; poco a poco, se va alejando, hasta desaparecer de mi vista. ¿Insensible? Quizás. Gajes del oficio. Conozco al ser humano: es capaz de ensuciar la vida de todas las formas posibles. Somos así de penosos. Estoy acostumbrado a la miseria del hombre y a su mierda. No hace falta descender a este infierno nauseabundo de restos para darse cuenta de lo asquerosos que somos. En fin. Mejor prosigo con mi labor. Luego veré, en la hora del bocadillo, cuánto me pueden dar por esta cadena plateada. Este relato es un homenaje al maestro Yoshihiro Tatsumi

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The show must go on Reacciono al escuchar el tintineo de una moneda al caer en mi cajita. Turistas, la mayor parte extranjeros, me rodean, expectantes; silencioso, observo a mi público; los saludo, agitando mis brazos exageradamente, provocando muecas graciosas en muchos rostros. Me agacho de mi columna de cartón-piedra para encontrarme con los ojos de la jovencita que ha depositado dos euros para contemplar mi humilde actuación. Le sonrío, extraigo de la manga de mi harapienta camisa a rayas una gran flor roja de plástico, y se la ofrezco; la muchacha, sonrojada, acepta el detalle; algunos de los espectadores aplauden mi galantería, y otros, maravillados, murmuran entre sí, en su lengua materna, “¿cómo lo ha hecho?”, “¡es magia!”. Bajo de mi sitio; imagino que estoy jugando con una cuerda, que hago un lazo que tiro al aire para atar a mi nueva amiga e intento atraerla hacia mí, pero la soga invisible se rompe y caigo al suelo; carcajadas que resuenan en la plazoleta al verme allí, dolorido, manoseándome el trasero. Me incorporo, lastimero, y me aproximo, a pasitos tímidos, a mi benefactora; me arrodillo delante de ella, y le imploro, mostrándole un anillo de juguete que aparece de la nada, que se case conmigo; fingiendo sorpresa, la chavala se lleva las manos a la boca, aunque luego me niega con la cabeza para rechazar mi proposición, y compungido, me froto los ojos, como sollozando; ahora, la pena de los viandantes que no pierden detalle de mi número, que se compadecen de mí, con sus bromistas “¡Oh, pobrecito!”, “¡no seas mala, mujer, dale una oportunidad, parece buen tío!”, y unos pocos me jalean con “¡ánimo, quién la sigue la consigue!”. Exacto: yo no me doy por vencido, así que planeo reconquistarla con una demostración de baile; improviso una coreografía que arranca sonrisas, me hago el patoso, zarandeándome, doblando cómicamente mis delgadas piernas hasta que tropiezo y, de nuevo, beso el asfalto, y todos, entre risotadas, se mofan de mi torpeza. Me vuelvo a poner de pie, miro a la chica, con ternura; con ambas manos formo la silueta de un corazón y la señalo, tocándome el pecho; con un chasquido de dedos, surge, precisamente, un corazón rosa de cartulina mal recortado, con la inscripción “te quiero

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n.º 38 - Diciembre 2014 mucho” y se lo regalo, ante la admiración de aquellos pendientes de mí, con sus “¡artista!”, “¡qué bonito!” y demás halagos. Llega el final de mi número: le guiño el ojo a la muchacha, lanzo un beso al aire a todos y me quito el sombrero de bombín, del que salen disparados confeti y florecillas de colorines. Me agrada el sonido de sus palmas que resuenan a mi alrededor, y eso es señal inequívoca de que he cumplido con mi cometido. Con una reverencia, vuelvo a agradecer a los allí agrupados su atención. Poco a poco, los curiosos se van dispersando, y yo regreso a mi posición, asegurándome de que aún dispongo de más flores y corazones para el próximo peatón generoso que deseé verme en movimiento y deposite algo en la cajita, aunque sean unos centimillos; así mismo, procuro recordar todo lo ensayado en semanas anteriores, con la pretensión de no ser demasiado repetitivo. *** A eso de las ocho de la tarde, recojo los bártulos; no ha sido un día muy provechoso, a pesar de haberme tirado horas y horas inmóvil, aunque sí he obtenido lo suficiente para una cena decente. Tan exhausto me encuentro, que opto por quitarme el disfraz en casa. Para ahorrarme el autobús, después de una hora caminando, llego a mi apartamento, y voy directo al cuarto de baño para desprenderme del traje de mimo y del maquillaje: arrojo el sombrero al bidé, me quito los tirantes viejos y la nariz roja de payaso; tomo una toalla y me la paso por la cara. En el espejo, yo, con el semblante serio, aún con restos de pintura; una lágrima brota y rueda por mi mejilla; abro el grifo, me lavo los ojos. Y, de nuevo, la pregunta que lleva meses rondándome por la cabeza. Es evidente que lo que veo son las consecuencias de unos síntomas latentes: los pómulos marcados por la preocupante pérdida de peso; las ojeras por la falta de sueño y que no consigo conciliar ni con remedios naturales, ni con medicación; los tembleques de mis articulaciones que ya me cuestan controlar cuando permanezco tanto rato quieto en la calle como estatua humana. La depresión me está minando por dentro, soy consciente, pero, como reza la famosa canción, el espectáculo debe continuar, y sé que esto de ser actor callejero no me salvará de la puñetera miseria, si bien es cierto que, de momento, me llena el estómago. Y cuesta reconocerse en el reflejo, sí, reconocer al hipócrita que es capaz de hacer feliz a los demás pero que desconoce cómo hacerse feliz a sí mismo.

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Narrativa

Lejía y amoniaco Ella, enérgicamente, frotaba la bayeta en el interior y bordes del bidé: tenía que borrar todo rastro. Dejó el inodoro reluciente, pero se le resistían las espesas manchas del otro utilitario; sudaba, tenía las rodillas hinchadas y los nervios la devoraban. El tiempo se agotaba. Intentó tranquilizarse: tiró la botella de lejía ya vacía a la papelera y sacó amoniaco y el estropajo de aluminio. Suspiró: iban desapareciendo los restos de sangre. A pesar del fuerte olor, aguantó las náuseas como una valiente, e insistió. Resultó eficaz la combinación: ya no había de qué preocuparse, ya no había huellas de lo sucedido en aquel cuarto de baño. Sintió una arcada: se levantó, apresurada, con la boca tapada, salió del lugar y arrojó el asco en el cubo de la fregona. Maldijo por lo bajo. Entre su olfato irritado y la imagen del trozo de carne sanguinolenta que expulsó aquella misma mañana en el váter, no pudo reprimir otra sucesión de vómitos. Con un tremendo dolor de garganta, y aferrada al recipiente que mezclaba agua sucia y restos digestivos, sintió, sin embargo, un gran sosiego: ya no tendría que molestarse en ir a la clínica a erradicar el problema. Ya no tendría que soportar los amenazantes “como te quedes preñada, te dejo” del novio que estaba a punto de llegar al piso.

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Necesidad El pequeño Ramón apuró, con trocitos de pan, la poca salsa que quedaba en el plato, llevándoselos a la boca con ansía, chupeteándose los dedos, complacido: el estofado estaba delicioso. Doña Rosa se entristeció cuando el niño exclamó que seguía teniendo hambre: ésta le enseñó la olla vacía, y el chiquillo se resignó, acostumbrado a la escasez, y prefirió pasar al postre con un yogurt de frutas caducado. La señora felicitó al que preparó el suculento almuerzo, su esposo, don Gustavo, que desde el sillón de la salita, con su cerveza en la mano, observaba a su familia, en silencio. Por suerte, otro día más habían podido probar bocado, otro día más que evitarían la visita al comedor social, último recurso tal y como reclamaba doña Rosa si las circunstancias se torcían pero que no aprobaba el orgullo del padre. Éste no había querido acompañar a su esposa y a Ramón por falta de apetito. La mujer, mientras recogía la cocina, le regañó porque no quería que acudiera borracho al trabajillo, que si continuaba bebiendo, se pondría malo. Él la ignoró, con los ojos fijos en la pantalla del televisor; molesta, la mujer le arrebató la lata, ya calentorra, increpándole, de nuevo, por abusar del alcohol. Él refunfuñó por lo bajo, sin mirarla a la cara, frunció el ceño, cruzó los brazos y siguió embobado con las noticias deportivas. Doña Rosa acostó al chiquillo en su camita; éste se emperró para que le contara su cuento favorito, y la madre no se pudo negar: sacó un libro y empezó a leer, esperando a que se le cerraran los ojitos. Cuando se quedó profundamente dormido, lo cubrió con el edredón, y arrepentida por su actitud con el buenazo de Gustavo –el hombre con el que había compartido más de quince años de su vida, el que cumplía con su papel de padre de familia a la perfección–, le buscó para disculparse. Y allí seguía, en la salita, con un vaso de whisky barato en la mano. Doña Rosa fue cariñosa: le besó en la frente, le acarició el rostro; su marido padecía una depresión severa que, con suerte, podían tratar gracias a la caridad de los seres queridos, al tanto de su estado de salud y de la precaria situación que atravesaban; él se dejaba llevar por los mimos, hasta que rompió a llorar. Agradeció a doña Rosa su

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narrativa

paciencia infinita; escupió, decaído, que estaba hasta los cojones del desempleo, de la medicación de genéricos y sus nulos efectos, de sentirse un fracasado por no conseguir lo suficiente para que su hijo pudiera repetir las veces que le apeteciera. Ella lo abrazó, comprensiva, aunque le disgustaba el carácter derrotista de Gustavo: le tranquilizó confesándole que se sentía muy orgullosa de él, que era un hombre honrado y trabajador, un ejemplo a seguir para el niño, que no era ningún inútil porque le ayudaba mucho con las tareas domésticas, e incluso bromeó con que gracias al paro se descubrió a un genial cocinero en la casa. Don Gustavo, muy serio, enmudeció, pero doña Rosa, más optimista, seguía apoyándolo. Era cierto que el misérrimo subsidio del paro se agotó hacia meses, pero que confiaba ciegamente en él pues porque era un buscavidas que hacía de todo, un auténtico manitas que con chapuzas eventuales conseguían reunir lo necesario para sobrevivir, y que, realmente, eran unos afortunados porque siempre había algo para llenar el estómago. El pobre hombre, agobiado, se escapó de los brazos de su mujer; de un trago, acabó con el whisky; sacó del frigorífico una botella de vino, se sentó en un destartalado taburete y allí se quedó, bebiendo a morro, con la mirada perdida. Doña Rosa desistió de seguir animándolo: no valía la pena hablar con una pared. Muy cortante, le comunicó a su marido que antes de visitar a los abuelos se echaría una larga siesta. La mujer se encerró en el cuarto de matrimonio, y don Gustavo se quedó a solas con sus pensamientos en la cocina. Transcurrieron las horas: doña Rosa se había marchado al asilo y el muchacho se fue a jugar a casa de uno de sus amiguitos del colegio. Nada más concluir la limpieza del comedor y los cuartos de baño, don Gustavo cogió la bufanda y el abrigo del perchero y se preparó para ir al trabajillo. Recorrió la ciudad hasta llegar a las afueras; penetró por una de las callejuelas estrechas y se aproximó a un muro pintorreado por horribles grafitis; detrás de unos cubos de basura, una cartera de cuero negro; en su interior, piedras, bolsas de basura, trapos, una petaca, distintos tipos de cuchillos de carnicero; se metió, en uno de los bolsillos, un pedrusco grande, y en el otro, la petaca; en el cinturón, un puñal afilado. Cargó a la espalda la cartera y vagabundeó por aquellos barrios, con todos sus sentidos alerta. Al rato, atisbó, entre las sombras, movimiento: un gato. Se escondió detrás de unos contenedores, acechando al animal que, distraído, merodeaba unos restos de comida desperdigados por el suelo. Sigiloso, apretó los dientes, empuñó el mango del arma blanca, y en un movimiento ágil, el hombre atrapó al animal que, asustado, empezó a dar arañazos y mordiscos al aire

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n.º 38 - Diciembre 2014 en un intento desesperado por zafarse. Un alarido que hizo eco en el callejón marcó el final de la lucha: un corte preciso, rápido y limpio en el cuello del felino. Naturalmente, don Gustavo iba perfeccionando en su trabajo secreto como cazador, y cada vez era más fácil capturar a sus presas. El hombre abrazó, apenado, al pobre gato, y le pidió perdón, pidió perdón para sus adentros, pidió perdón por ser un cabrón, un ser humano abominable que acuchillaba animales abandonados para alimentar a su familia. Colocó el cadáver sobre un trapo, y se concienció de que disponía del tiempo justo para despedazar y guisar al bicho. Apurado y tenso, agarró uno de los cuchillos especiales para cortar huesos que estaba en la cartera de cuero, pero aquella noche él no se encontraba en condiciones: sintió arcadas y tuvo que incorporarse para vomitar en un rincón. Y allí, de pie, sacó la petaca del abrigo: necesitaba un trago para distraer a la repugnancia que le suponía cortar en pedazos a una bestia. Era carne, necesaria carne, con nutrientes y proteínas para evitar que la anemia se cebara con su hijo, para que no enfermara su mujer. Alzó la vista al cielo: empezaban a caer las primeras nieves del invierno. Tembló de frío. De puro miedo. Y no pudo remediarlo: estalló. Y gritó. Gritó a pleno pulmón, con las manos llenas de lágrimas y sangre; se cagó en el puto país, en la puta crisis, en los putos políticos, en el puto paro, en los putos empresarios que le rechazaban, o bien por su edad, o por su ridículo currículum. Todo por la puta subsistencia. Todo por Rosa y Ramón, su amada esposa e hijo, que llevaban meses ignorando que consumían carne de animales callejeros y que él mismo cocinaba con asco y amor.

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narrativa

Poesía Julio reclamó la presencia inmediata de su musa por teléfono. Media hora después, el timbre anunciaba la llegada de la atractiva Lucía, su comprensiva confidente; en el comedor del apartamento, Julio le esperaba, sonriente, con el café recién hecho y unas pastas de la repostería del centro de la ciudad y que tanto le agradaban a aquella mujer. Se acomodaron, y mientras apuraban sus tazas, él manifestó su gran preocupación: su editor le agobiaba con insistentes llamadas y mensajes de correo electrónico, instigándole a que se apresurara en componer una nueva obra poética, de índole romántica, el género que especialmente hizo famoso a Julio en el panorama literario; su reputación como poeta se extendía a otros países, hasta sus libros, tan elogiados por la crítica, habían sido traducidos a varios idiomas. Julio había recibido un generoso adelanto económico y tenía la obligación de entregar, en el plazo de una semana, un borrador para justificar un nuevo trabajo, pero transcurrían los días, y no había redactado ni una miserable página: le aterraba la idea de que su talento fuera cuestionado. Consternado, Julio se levantó de su sitio; comenzó a dar vueltas por la estancia mientras la joven escuchaba las quejas del atormentado poeta, palabra por palabra; parece ser que el editor fue explícito y amenazó con que si no estaba dispuesto a completar un libro de poesía en condiciones, que se despidiera de seguir publicando en la editorial, que bastante harto estaba de los caprichitos del poeta. De repente, Julio se detuvo; observó a la chica con ternura, y se aproximó para desabrocharle la blusa y rozar con sus labios aquel cuello, de piel tersa; le susurró, quedo al oído, que anhelaba la belleza de su desnudez, y ella, obediente, se fue despojando de sus prendas: el sostén, la falda, las medias y las braguitas de encaje. Él se volvió a sentar en su sillón, y la contempló, embelesado: la tez pálida, senos turgentes, caderas anchas, el pubis rasurado. Lucía se situó delante del poeta; tomó su robusta mano para besarle la punta de los dedos y luego colocarla sobre un pecho, pero él la retiró, algo brusco; murmuró que sólo quería captar todos los detalles de su espléndida desnudez. Lucía, desganada, suspiró;

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n.º 38 - Diciembre 2014 cruzó los brazos mientras Julio admiraba la curvatura de su vientre casi perfecto y sus muslos. Al final, la muchacha rompió su silencio: reprochó que estaba cansada de repetir este ritual desde hacía meses, que ya no quería conformarse tan sólo con exponerse en cueros a los ojos ávidos del amante; deseaba que le tocara, y así expuso el ultimátum: si no le hacía el amor allí mismo, en ese momento, se marcharía. Y Julio, anonadado por la actitud inesperada y rebelde de la mujer, se molestó por la proposición, y volvió a rechazarla, alegando que no era digno de ultrajar aquel precioso cuerpo con los vulgares fluidos de la pasión, y que si eso ocurría, dejaría de ser hermosa y pura. La musa de carne y hueso, desafiante, lo miró fijamente a los ojos, y confirmó lo que Julio más temía: que la poesía es realidad, se palpa, se siente, se vive, y que él era un infeliz que nunca, nunca, nunca se atrevió a acariciar la poesía con sus manos. Cabizbajo, el poeta enmudeció, más perturbado que nunca. Ella, con el semblante triste, se compadeció de él; se vistió con calma para luego desaparecer de su hogar, sin despedirse. Aquella noche, la melancolía se apoderó de aquel hombre que pasó toda la madrugada en vela, delante de la pantalla, en blanco, del ordenador portátil; en la mesa del despacho, montones de tomos de poesía, ediciones especiales de coleccionista que había revisado varias veces; también habían ejemplares apilados de su propia obra, así como un folio garabateado con unos pocos versos peregrinos, a pluma estilográfica, y una botella de whisky, casi vacía. Meditabundo, jugueteaba con los cubitos de hielo de su vaso. No sabía si extraer más alcohol del mueble bar para seguir esperando a la inspiración, o concretar un plan para convencer al editor de compilar sus poemas amorosos en una tercera antología poética. Este relato es un homenaje al maestro Miguelanxo Prado

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narrativa

Aburrimiento Es lo que tiene el desempleo: te aburres. No sabes qué hacer con tanto tiempo libre. Te planteas si tienen sentido las incursiones diarias a la oficina para estar al tanto de las (escasas) novedades, ya sean cursos de formación u ofertas laborales; algunos individuos prosiguen con las visitas, por si un golpe de suerte les cambia su anodina existencia: respeto su decisión de aferrarse a un clavo ardiendo, por supuesto, pero la realidad ha demostrado que los milagros no existen, y creo, sinceramente, que están malgastando sus energías inútilmente; allí los tienes, esperando a que les toque su número, como si estuvieran en la pescadería o en la carnicería, pendientes de la aparición de nombres y apellidos en las pantallas informativas, frente a una cuadrilla de funcionarios incompetentes, carentes de empatía, con esos rostros de amargados en horario de trabajo, y que al concluir su jornada, fijo que se reirán de la que está cayendo porque tienen el frigorífico lleno. Yo formaba parte de esta manada de hombres y mujeres mustios, un asiduo más que es, para las estadísticas, otro deprimente dato más; transcurrían los meses, y al no obtener respuestas favorables a mis peticiones, abandoné la costumbre y opté por tirarme a la calle, todas las mañanas, a patearme la ciudad, parques y calles, caminar con el objetivo de adelgazar pues la desazón me provoca ansiedad, y producto de ésta, kilos de más acumulándose en mi cuerpo, porque claro, te aburres, te aburres soberanamente, y como no hay nada interesante - de productivo - que hacer, te despatarras en el destartalado sillón, bebiendo latas de cerveza de oferta, mirando, embobado, la programación televisiva, abusando de los frutos secos y comida precocinada (lo que permite el presupuesto). A la nada, sin que te des cuenta, la báscula de la farmacia da unas cifras escalofriantes (y que a veces solemos achacar a que la ropa pesa mucho, y nos sonroja admitir que estamos demasiado rellenitos), y al cinturón le tienes que hacer dos o tres agujeritos más. Y como las prendas del armario tienen que durar porque la cosa está fatal, no arriesgas a jugarte la salud (y el dinero, que las tallas amplias son costosas), y por eso, de nueve a una del mediodía, recorres el

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n.º 38 - Diciembre 2014 asfalto, a veces, con tu radio para entretenerte con música o con la tertulia radiofónica de turno (y cuando hablan de política, cambias ipso facto de emisora: uno sale a distraerse, no a amargarse), y otras, sin nada más que unas zapatillas de deporte, cuyas suelas se desgastarán pronto, por el ritmo que llevas. Naturalmente, los paseos matutinos son más saludables y así se controla un estómago adicto a golosinas; la cuestión es como despistar al cerebro de preocupaciones en horas posteriores al almuerzo, porque sí, hacer ejercicio es un hábito excelente para la salud, pero en lo concerniente a salud mental, la cosa sigue igual de chunga, y tal como me aconseja un colega que va a un reputado psiquiatra, hay que entretenerse con diversas actividades. Yo, que no tengo ni un duro para pagarme un loquero o tratamientos, ni tampoco pretendo acudir a un especialista de la Seguridad Social para verle la cara a un tipo con título una vez al año, escucho, con sumo interés, lo que mi amigo me cuenta de sus citas en el despacho de su médico (toda una eminencia que cobra cien euros la hora; mi padre, que en paz descanse, me decía que para las enfermedades del coco, o una buena hostia a tiempo para curar la tontería, que sale gratis, o por quince euros contratas a una prostituta para que con un polvo te quite tó: no le faltaba razón al muy bruto, sus lecciones existenciales son un gran legado); y éste médico tiene que ser de lo mejorcito en su campo (tiene, aparte de una agenda de pacientes y una tremenda lista de espera), y esta amistad sólo tiene buenas palabras para éste: “me ha cambiado la vida”, repite, como un loro amaestrado (sospecho si el que le diagnosticó su depresión y le trata desde hace meses le entrega un sueldecillo por tanta publicidad subliminal), “que no haya trabajo no quiere decir que se acabe el mundo”, “muévete, amplía horizontes”, y añade argumentos, en un intento casi paternalista de consolarme; él ha hallado en los crucigramas y en el ajedrez dos pasatiempos estupendos; su mujer, en la misma desagradable situación (aunque todavía percibe un subsidio con el que aguantar un poquito más), ahora, es experta en encaje de bolillos, y como yo, se dedica a ejercitar sus piernas, todas las mañanas, en el campo, y así se ha quedado la señora, todo un figurín, y muy apetecible, por cierto, para su encantador marido. Por lo visto, ahora follan más que nunca, aunque se abastecen de condones gratuitos de los centros de planificación familiar). Ahora, el sexo es la única alegría del pobre (siempre y cuando se haga el amor a oscuras, para no asustarse con la factura de la luz, o no haya sorpresas nueve meses después: eso ya sería la ruina); de corazón me alegro de que el famoso dicho de “follas menos que un casado” sea una anécdota para esta apreciada pareja.

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narrativa

Retomando la cuestión inicial de evitar el aburrimiento con aficiones, yo he procurado pasar de la teoría a la práctica, esto es, probar cosas nuevas, pero sin resultados exitosos: he intentado practicar algún deporte e incluso me he informado sobre precios en gimnasios, como fútbol, pero estoy tan reventado de mis caminatas mañaneras que no reúno fuerzas suficientes para el balón, y menos ir a un centro deportivo municipal que, aunque las tasas son una ganga, tengo un límite para el esfuerzo físico; he intentado escribir poemas (algo que me cuesta confesar, porque considero que la poesía es una mariconada supina), y sí, con esos versos de esos que riman, con métrica, estrofas y demás sandeces, y sólo me salen poesías empalagosas, propias de una canción pastelosa de grupo pop para adolescentes; me he querido aficionar a la lectura de novelas de ciencia ficción, hasta me he apuntado a un club de lectura en la biblioteca, pero, aunque mis compañeros son la mar de majos y tratamos temas interesantes, no puedo estar durante mucho tiempo con la mirada fija en las páginas, me desconcentro con facilidad, y lo admito, sin pudor, y creo que es por el “trauma” del instituto, que te atiborran de la literatura más coñazo, amén de soporífera, y acabas empachado de Cervantes, Baroja, Garcilaso, Unamuno, Ángel de Saavedra, Mihura, Azorín, Borges, Lorca, y toda la tropa. Y, por supuesto, sopesé la idea de encontrar el amor, buscándome una novia; pero, con la cosa de que soy poco agraciado para ellas (porque estoy más pelado que una rata, vaya, que feo no soy) y de que las mujeres locales son unas rancias, no soy un ejemplar deseado, ya sabéis, no puedo ofrecer estabilidad y tal, ni un futuro lleno de comodidades. Y mejorar mi vida sexual… una quimera; deberían de alinearse todos los planetas del universo para que alguna borrachilla despistada accediera a ser mi amante por una noche; también implicaría despilfarrar la prestación por desempleo para disponer de los servicios de una experta, y si soy honesto, me estoy hartando de recurrir a la señora mano y el porno para esos íntimos menesteres. Bien. Como me aburría mucho, mucho, muchísimo, a pesar de que he puesto todo mi empeño en distraerme, he optado finalmente por plantarme aquí, en mi oficina del INEM, para amenazar con dos pistolas de juguete compradas en los chinos, bastante realistas, a todos los aquí presentes: señores que intentan mantener la sangre fría, muchos que no lo consiguen y acaban orinándose encima; señoras histéricas cuyos chillidos agudos me irritan los tímpanos; guardias jurados impresionados, atacados de los nervios porque no saben como controlar la situación de pánico; burócratas espantados que se esconden bajo sus mesas o se agachan, cu-

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n.º 38 - Diciembre 2014 briéndose la cabeza con los brazos; a gritos, obligo a todos a salir de allí, le arrebato a uno de los encargados de seguridad las llaves para cerrar el local; me quedo solo, bajo las persianas metálicas, dejo mi mochila en el suelo y saco el bidón de gasolina que vierto, de forma repartida, por todos los rincones; al caer la última gota, saco de mi bolsillo un puro de los caros y una caja de cerillas; tatareo una pegadiza canción de uno de mis grupos favoritos (“…take me to the magic of the moment on a glory night, where the children of tomorrow dream away, in the wind of change…”); observo de reojo la calle, a través de las rejillas; cada vez se aglomeran más y más personas; escucho, a lo lejos, las sirenas de los coche patrulla de la policía local, es hora de poner punto final. Arrojo cerillas en distintos puntos del lugar, con cuidado de no resbalar; y empieza a arder todo, y las llamas y el humo se expanden, y cada vez hace más y más y más calor, y yo estoy plantado en el pasillo, fumándome el habano, sonriendo como un demente. Es lo que tiene el desempleo: te aburres, te aburres tanto, tanto, que te da por pensar en hacer tonterías. Si la palmo, que sean mis muertos los que me aburran, y si sobrevivo, ya encontraré una forma de aburrirme entre barrotes…

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Traducci贸n 23 (fragmentos de alguien) Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires Antonio Bux



Traducción

Antonio bux Antonio Bux, seudónimo de Fernando Antonio Buccelli, nace en Foggia el 16 de octubre del 1982. Después de terminar los estudios, cultiva experiencias laborales en varias ciudades italianas y extranjeras, pero sobre todo en Florencia y en Barcelona, dónde reside desde 2007. Sus poesías han aparecido en numerosas antologías y en muchas revistas de poesía tanto nacionales cuanto internacionales, puesto que muchas de sus composiciones han sido traducidas al español, al francés, al catalán, al inglés, al alemán y al serbio. Han hablado y comentado positivamente sobre su poesía, algunos entre los más importantes autores y reconocidos críticos del sector. Se ocupa constantemente de traducción del español de autores ibéricos y de Latinoamérica. Ha curado la traducción del libro “Ventanas a ninguna parte” del autor español Javier Vicedo Alós, más varias traducciones de poesías elegidas de autores como Leopoldo María Panero, Dário Jaramillo, Álvaro García, Antonio Cabrera, Jaime Saenz, Julio Cortázar, Pedro Salinas y muchos más. Es autor de los libros “Disgrafie, Poesie 2000-2007 e altre poesie”, (Ediciones Oédipus, Salerno-Milán, 2013, ganador en el año 2013 del premio “Città di Minturnae - poesia giovane Ornella Valerio”); “Trilogía dello zero”, (Marco Saya Ediciones, Milán, 2012, obra resultada finalista al premio Lorenzo Montano del 2013) y de “Turritopsis” (Di Felice Ediciones, Martinsicuro, 2014). Ha ganado el premio “Iris” de Florencia en el año 2014.


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23 (fragmentos de alguien) (Con la autorización de Ediciones Ruinas Circulares; Buenos Aires, 2014. Patricia Vence Castilla. Dirección editorial). 4. A menudo me asomo en el cielo y me pongo a llorar: soy la lluvia que se corre en el tiempo.

La locura solo existe en la sonrisa de quien se ríe por piedad de sí mismo, pero que piedad ya no tiene para los ojos de su llanto.

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Traducción

4. Spesso mi affaccio nel cielo e piango: sono la pioggia che si sposta nel tempo.

La follia esiste solo nel sorriso di chi ride per pietà di se stesso, ma che pietà non ha in serbo per gli occhi del suo pianto.

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5. Tendría el hombre que pensar en puntos, fragmentos de nada frente al mundo, y no plantar raíces de ocaso, hojas de azar que trasmiten en el viento el último aliento, su inútil mirar.

Ser de voz acabas en adorar la tierra pero por su espontaneidad ya la traicionas al traducirla, mientras la palabra es una roca sin fundamento, y tú eres muro quemado que brota como un incendio de soles apagados por tu garganta; ser moral tan sólo sabes la palabra pero la palabra sólo es un sapo el sapo escupido cada día por tu boca sin salto; entonces puedes, ser bífido truncarte la lengua y parecerte a él con la mente bifurcada para que hable dos vidas el silencio con el todo alrededor.

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Traducción

5. Dovrebbe l’uomo pensare in punti, frammenti di niente di fronte al mondo, e non piantare radici di tramonto, foglie di destino che trasmettono nel vento l’ultimo alito, il suo inutile guardare.

Essere di voce finisci con l’adorare la terra ma per sua spontaneità la tradisci già nel tradurla, mentre la parola è roccia senza fondamento, e tu sei muro bruciato uscendo come un incendio di soli spenti dalla tua gola; essere morale tu non sai che la parola ma la parola è solo un rospo, il rospo sputato ogni giorno dalla tua bocca senza salto; allora puoi, essere bifido troncarti la lingua e farti simile a lui con la mente biforcuta affinché parli due vite il silenzio col tutto d’intorno.

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6. Saber Dios y ver a este Jano bifronte susurrando belleza y amor y muerte en la oreja invisible de una verdad anterior; así el hombre resurge no ya como ser, sino monstruo transparente en la espera de mustiarse por la tierra.

Hay un momento en que los ojos se retiran en sus pensamientos y la palabra se suspende en el recuerdo. En eso, también los objetos se animan movidos por una luz futura removiendo sus trampas –aquella misma basura– en donde acaba el espíritu cuando como la madera de un barco, marchita en el agua su desafío hinchando en el polvo los escalofríos del tiempo.

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Traducción

6. Sapere Dio e vedere questo Giano bifronte sussurrando bellezza e amore e morte all’orecchio invisibile di una verità precedente; così l’uomo risorge non più essere bensì mostro trasparente nell’attesa di sfiorire per la terra.

C’è un momento in cui gli occhi si ritirano nel proprio pensiero e la parola si sospende nel ricordo. In quello, anche gli oggetti si animano mossi per una luce futura rimuovendo le proprie trappole –quella stessa spazzatura– dove finisce lo spirito quando come il legno di una barca, appassisce nell’acqua la sua sfida gonfiando nella polvere i brividi del tempo.

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7. - 6 Marzo 2014 La memoria sólo tiene un ojo y yo no veo más que un precipicio. Miradas de los cuerpos no electos. Desencanto. Un monstruo de pasión. Y me hablo encerrado en el nombre de una sepultura querida por el universo.

Corriendo tontas noticias en el día Facebook sexto marciano de invierno he leído que el más grande poeta de la tierra Leopoldo María de casi 66 años en la incumbencia de convertirse en pleno número de su señor ha decidido dejar sus queridos bastardos vecinos con un puñado de mosquitos en la mano caída. Hoy el agua no corre y queda estancada en los tubos y los raptos ruegan a la alcantarilla y la peste crece de las arañas porque hoy las tinieblas les hacen ilusión a la tierra mientras el fantasma Panero vaga riéndose y meando por el mundo sus paredes distintas.

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Traducción

7. - 6 Marzo 2014 La memoria ha un solo occhio ed io non vedo che un precipizio. Sguardi di corpi non eletti. Disincato. Un mostro di passione. E mi parlo rinchiuso nel nome di una sepoltura voluta dall’universo.

Scorrendo stupide notizie nel giorno Facebook sesto marziano d’inverno ho letto che il più grande poeta della terra Leopoldo María di anni quasi 66 nell’incombenza di diventare pieno numero del suo signore ha deciso di lasciare i suoi cari bastardi vicini con un pugno di mosche e la mano caduta. Oggi l’acqua non scorre ma ristagna nei tubi e i ratti pregano la fogna e la peste cresce dai ragni perché oggi le tenebre fanno gola alla terra mentre il fantasma Panero si aggira ghignando e pisciando sul mondo le sue pareti diverse.

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8. Ruego tu aliento que se fue en el cuerpo del fuego, ay señora del poema raíz loca de la vida que se va a quedar de ti la sombra de una rosa tu ceniza invertida.

Y se vuelve el hombre como un adiós expulsado del territorio en un vientre de pensamiento que no invade en donde un límite lo evidencia, falso testimonio de otro nombre, canto animal que no lo perfora, cuando ya no de carne la lengua quema –en el silencio de una tierra estéril abisma– como gusano en busca de la luz salvadora transparente al aire de las cosas vanas, ciega bandada de pájaros cerrados al cielo emigrantes de este dar sin tener nada.

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Traducción

8. Prego il tuo fiato andato nel corpo del fuoco, oh signora del poema radice insana della vita cosa rimarrà di te l’ombra di una rosa la tua cenere invertita.

E ritorna l’uomo come un addio esiliato dal territorio in un ventre di pensiero che non sconfina laddove un limite lo evidenzia, falsa testimonianza d’altro nome, canto animale che non lo attraversa, quando non più di carne la lingua brucia –e nel silenzio di una terra sterile sprofonda– come verme in cerca di salvifica luce trasparente all’aria delle cose invano, cieco stormo di uccelli chiusi al cielo emigranti di questo dare avere niente.

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9. Cómo es fácil imaginarse por detrás y seguir igualmente no obstante el cuerpo luego pida futuro y planee la mente una idea alternativa donde desarrolle el instante la separación del desafío: lo que se aleja mientras algo comienza a comprenderse.

Si no dentro de ti buscar otra imagen de alguna forma más allá del vidrio y fundir el alma con el vértigo de ser dividido por un confín –una huella de la nada– así que todo sea todo y los rostros algo menos.

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Traducción

9. Com’è facile immaginarsi dietro e continuare lo stesso anche se poi il corpo chiede futuro e progetta la mente un’idea alternativa dove sviluppa l’istante il distacco della sfida: ciò che si allontana mentre qualcosa inizia a capirsi.

Se non dentro di te cercare altra immagine per qualche forma più in là del vetro e fondere l’anima con la vertigine d’essere diviso per un confine –una traccia di niente– affinché tutto sia tutto e i volti qualcosa meno.

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10. La vejez de la página contra el hombre que no sabe el perdón del mendigo y un viejecito que pide perdón llorando las páginas de un hombre volcado qué no es perdón sino una gema una palabra invertida que crece cuando el hombre olvida a la página.

Engorda el pensamiento pastoreando en poemas de estiércol. Mientras el pez huidizo de la palabra no remonta el mar quieto, se descubre en la apnea del silencio. Y luego cuece a fuego lento de memoria cuando quema. Pero muerde la roca, por instinto, la verdad. Y flota sobre la hoguera el zorro del poema antes de la combustión, desata el último fuego.

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Traducción

10. La vecchiaia della pagina contro l’uomo che non sa il perdono del mendicante e un vecchietto che chiede perdono piangendo le pagine di un uomo rovesciato che non è perdono ma una gemma una parola invertita che cresce quando l’uomo dimentica la pagina.

Ingrassa il pensiero pascolando poesie di sterco. Mentre il pesce sgusciante della parola, non risale il mare calmo, si scopre nell’apnea del silenzio. E poi cuoce a fuoco lento di memoria quando brucia. Ma morde la roccia per istinto, la verità. E galleggia sul rogo la volpe del poema prima della combustione, scioglie l’ultimo fuoco.

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14. Mitad de mi cama es la raíz última del sueño. Cuerda de la noche colgada retirándose en el mar agitado del espíritu.

El lápiz es una sombra extendida de la mano que dibujando palabras rompe sus huesos, y ofrece comida al pensamiento rascándole el alma, como unas nueces partidas en millones de fragmentos. Escribir es la última cena, el vino amargo echado sobre la mesa blanca de la hoja.

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Traducción

14. Metà del mio letto è la radice ultima del sogno. Corda della notte appesa ritirandosi nel mare agitato dello spirito.

La penna è un’ombra più estesa della mano che disegnando parole rompe le sue ossa, e offre cibo al pensiero grattandone l’anima, come delle noci divise in milioni di frammenti. Scrivere è l’ultima cena, l’amaro vino gettato sul tavolo bianco del foglio.

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17. Mi aire en frente, ventana a toda noche; pasa calor por dentro como un roce. Y si supiera quebrarse, no llegaría a ti con tiempo, no sería semejante frío el estruendo. Quizás, tan sólo un sueño de lejanos presentes, quizás sólo un hueco de una mente por delante; qué sin vibrar se cae el muro de nuestra historia, sin huir de nosotros, faltando de memoria.

Qué lindo es vivir en un sótano. Puedo soñar con el sol penetrar por los ventanales bajando ahí a llamarme para ir hacia nueva luz, y ojala quizás también puedo imaginar que hay buen tiempo afuera mientras en realidad el frío como rompiendo las frases en la garganta de dos amantes. La única distancia que quedaría sería aquella de cuando jamás consigo como ustedes asomados a los balcones, llegar a tocar el paraíso. Sin embargo prefiero este infierno al invierno de vuestras sonrisas.

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Traducción

17. La mia aria di fronte, finestra a tutta notte; passa calore dentro, come uno sfregamento. E se sapesse rompersi, non arriverebbe a te con tempo, non sarebbe così freddo lo scempio. Chissà, forse solo un sogno di lontani presenti, chissà solo un vuoto di una mente che è davanti; ché senza vibrare se ne cade il muro della nostra storia, senza fuggire da noi, mancando di memoria.

Che piacere è vivere in un seminterrato. Posso sognare il sole penetrare dai finestroni sceso a chiamarmi per andare incontro a nuova luce oppure immaginare che sia bel tempo mentre invece il freddo rompe le frasi in gola tra due amanti fuori. L’unica distanza resta quella quando non mi riesce proprio come voialtri affacciati ai balconi di arrivare a toccare il paradiso. Tuttavia preferisco quest’inferno all’inverno dei vostri sorrisi.

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18. Las calles sólo tienen un deseo: destruir nuestros pasos. Pero nuestros pasos sólo son la mitad de una luz ya extinguida. Cada día recorremos de ella la sombra, en quién os ha transcurrido antes.

Arrojar la crisis con una tragedia mental. Como llegar a desenvainar la mente de quién no siente sólo para perpetrar lo esencial mediante un universo desusado demasiado claro para quedarse así oculto en la sombra. Pues entonces imaginar un real diferente para luego averiguar que otro se muestra para abrirse igualmente a la vida dejándola sola. Por lo tanto olvidar es la palabra - la única respuesta significativa - la hipótesis definitiva.

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Traducción

18. Le strade hanno un solo desiderio: distruggere i nostri passi. Ma i nostri passi sono solo la metà di una luce già estinta. Ogni giorno ne percorriamo l’ombra, in chi vi è trascorso prima.

Scacciare la crisi con una tragedia mentale. Tipo arrivare a sguainare la mente di chi non sente solo per perpetrare l’essenziale attraverso un universo dismesso troppo chiaro per starsene più segreto nell’ombra. Dunque immaginare un reale diverso solo per poi verificare che altro si mostra per aprirsi lo stesso alla vita lasciandola sola. Allora dimenticare è la parola - l’unica sola risposta significativa - l’ipotesi definitiva.

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n.º 38 - Diciembre 2014 19. (La muerte es un número que adivinas olvidándote) Oh, tarot de nieve enséñame la única luz, la carta ya elegida qué no esté pasando de mano en mano entre los rostros desfigurada en el desafío, o dame la respuesta del sueño antes de la palabra reflejando el estanque del por fin. [Dónde el último adiós es todos los días al traicionarse cada uno sin ni una verdad]

Si tendré la suerte de guardar manos para levantar mi carne hasta el ayuno del pensamiento luego quizás podrá mi boca detener el silencio como una ola que no sabe el mar pero igualmente lo quebranta. Tal vez podré así mirar en el fondo sin llorar la arena que aún falta para cumplir con mi desierto.

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Traducción

19. (La morte è un numero che indovini dimenticadoti) Oh tarocco di neve mostrami l’unica luce, la carta già scelta, che non stia passando di mano in mano tra i volti sfigurata nella sfida, o dammi la risposta del sonno prima della parola rispecchiando lo stagno dell’infine. [Dove l’ultimo addio è tutti i giorni nel tradirsi ognuno senza nessuna verità]

Se avrò la fortuna di conservare mani per sollevare la mia carne fino al digiuno del pensiero dopo chissà potrà la mia bocca detenere il silenzio come un’onda che non sa il mare però ugualmente lo schianta. Forse potrò così guardare nel fondo senza piangere la sabbia che ancora manca per finire il mio deserto.

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n.º 38 - Diciembre 2014

22. a L.M.P. Estoy llorando el fantasma de un hombre demasiado sobrevivido por haber estado nunca. Esa lápida blanca que usaste como hoja ya te invoca y reclama. Estarás aquí para siempre como sombra y yo como un hijo caído en la raíz perdida del regazo. No nos separa el confín si el cuerpo es la única barrera tú quedarás como queda la piedra fiel testigo del mundo.

A veces pienso, y todavía estamos vivos: nosotros que vivimos el mismo silencio, ahora; esta habitación olvidada, aquí dónde yo ya no más yo y tú justo tú no, en aquello del manicomio humeante, ambos prisioneros del pensamiento porque existe mientras cada uno en el mismo instante pensando en la nada que nos cumple. Me gusta creer esto: qué tú no existas cuando meas fumando, y en el agua turbia dónde piensas que todavía habrá alguien como tú capaz de mear el negro, y que escriba con la sangre del mundo el propio muro hasta que se parta sorda la mente y caiga en la alfombra; pero te lo juro, lo mismo se me ocurre, cuando regreso en mí mismo y lloro la agonía de sabernos presente, mientras una nube gris se convierte en el todo, y nos llena del mismo luto.

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Traducción

22. a L.M.P. Sto piangendo il fantasma di un uomo troppo sopravvissuto per essere stato mai. Questa lapide bianca che usavi come foglio ora ti invoca e reclama. Sarai per sempre qui come un’ombra ed io un figlio caduto nella radice perduta del grembo. Non ci separa il confine se il corpo è la sola barriera tu resterai come resta la pietra fedele testimone del mondo.

A volte penso, e siamo ancora vivi: noi che viviamo lo stesso silenzio, ora; questa stanza dimenticata, qui dove io non più io, e tu proprio tu no, in quel del manicomio fumante, entrambi prigionieri del pensiero perché c’è mentre ognuno nello stesso momento pensando al niente che ci compie. Mi piace credere questo: che tu non esista quando pisci fumando, e nell’acqua torbida dove pensi che ci sarà ancora qualcuno come te in grado di pisciare il nero, e che scriva col sangue del mondo il proprio muro, affinché si spacchi sorda la mente e cada al tappeto; ma te lo giuro, lo stesso capita a me, quando rientro in me stesso e piango l’agonia di saperci presente, mentre una nube grigia si converte nel tutto, e ci riempie dello stesso lutto

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Libros Lecci贸n magistral

Luis Alberto de Cuenca Plataforma Actual, Barcelona 2014

Los turistas ciegos Jos茅 Luis Amaro

Ediciones en huida, Sevilla 2014

Nombre entre nombres Jacobo Cortines

Renacimiento, Sevilla 2014



Libros

Lección magistral Luis Alberto de Cuenca Plataforma Actual, Barcelona 2014

En “Among School Children”, uno de sus poemas más fascinantes y conmovedores, encontramos a un William Butler Yeats sesentón visitando una escuela. El poeta es senador de la joven República irlandesa, tiene en su haber el Premio Nobel y no ha dejado de ser un atractivo seductor de damas y auditorios. Tal y como exigen las circunstancias, Yeats se pasea por el aula con sonrisa egregia, formula preguntas corteses y se interesa por la calidad de la enseñanza. Pero a la vez, al ser un individuo que siente y no una pomposa impostura, al percibirse como una conciencia incapaz de aceptar en su fuero interno el paso del tiempo y la caducidad de los cuerpos juveniles, se contempla a sí mismo como un viejo espantapájaros. Así que, mientras cumple decorosamente con el cometido institucional, va constatando con desgarro íntimo y sigiloso, sin que ello se refleje en su rictus público, el drama de la belleza y el amor en el devenir temporal, reflexionando de camino sobre la insuficiencia de la filosofía, la fugacidad de las presencias más ardientemente amadas y, algo muy yeatsiano, los misterios ocultos del arte. Traigo a colación esta historia por los paralelismos y también los contrastes con el libro que me dispongo a glosar. En este caso, el personaje senatorialmente venerable y literariamente prestigioso es Luis Alberto de Cuenca, la edad del protagonista es aproximadamente la misma y el alumnado viene a ser algo menos infantil, pues se trata de universitarios de


n.º 38 - Diciembre 2014 diferentes carreras que han acudido a un hotel madrileño para escuchar una charla informal del poeta, al cabo de la cual le formulan preguntas que dan lugar a acuciosas elucidaciones. La transcripción fidedigna de todo esto, coloquial y sin aditivos, es lo que nos encontramos, de este modo, en el volumen, cuyo título, por cierto, acaso resulte engañoso. No porque el contenido del libro no comporte, como a todas luces sucede, una lección magistral; sino por la modalidad expresiva, el tono conversacional y familiar, la generosidad y sencillez de quien interviene. No es quien nos habla, queremos decir, alguien que diserte desde una altura olímpica, ni envestido de la solemnidad que, para un observador externo, pudo haber tenido la visita de Yeats. Luis Alberto es un sabio y creador que no desmerece del poeta de Sandymount, nos pongamos como nos pongamos; pero su manera de estar con nosotros, con quien él tenga delante, es divertida y gentil, afectuosamente irónica, llanamente cordial. Un regalo de elegancia y de falta radical de envaramiento, este que él nos viene haciendo desde su primera juventud, cuando comenzó a escribir (y así lleva cuatro décadas) poemas deslumbrantes y parecía ya saberlo todo sin alardear de nada, afortunada contingencia que debería inducirnos a escuchar a Loquillo y a no pasarnos de listos. Dictaminará el lector habitual de la poesía y de la obra filológica y científica de Luis Alberto de Cuenca que estamos ante una entrega menor, ante un volumen en clave más desenfadada. Y no es incierto. Empero, ocurre también que el formato nos depara un privilegio raro y fecundo, una oportunidad: la de encontrarnos al atractivo poeta que es el autor de Sin miedo ni esperanza en una faceta de comunicador altruista, de autorizado orador sin cortapisas, de orientador de los jóvenes que se toma por un rato muy en serio ese papel sobrevenido, de hombre maduro, y sin embargo ocurrente y lleno de efusividad vital, que comparte a calzón quitado sus criterios sobre un sinfín de asuntos de no escasa envergadura, desde la educación a la política, de Occidente a los clásicos, del liberalismo a la geopolítica, del escepticismo a la poesía. Escuchándole, uno no puede sino deplorar (o alegrarse por él) que su paso por la política fuera tan breve y lateral, mientras se regocija ante la sobria cordura de su hombría de bien. Enuncia Luis Alberto tantos argumentos aprovechables y sensatos, se manifiesta, como quien no quiere la cosa, con tal libertad y aplomo acerca de cuestiones que están hoy en boca de todos, que por un instante nos sentimos transportados a un mundo tranquilizador, comprensible y guillenianamente bien hecho.

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Resultan impagables sus críticas al sistema educativo, al infausto influjo de los pedagogos o al igualitarismo demagógico y embrutecedor. Como llama la atención, por su valentía y coherencia, su defensa de una España no diferente del resto de países y su apología de la identidad occidental, la apelación a un moralismo edificante que parta por asumir los propios defectos o su reivindicación de una democracia liberal incompatible con los mesianismos sectarios, los mismos que asoman la cabeza en periodos de crisis y por lo general son antesala de conmociones mucho mayores que los males que pretenden remediar. Hay que saber historia y hay que saber geografía, nos diría nuestro poeta, al objeto de aprender de los errores y de las experiencias brotadas en cualquier tiempo y lugar. Particular gracia posee la manera en que el conferenciante desmonta y fustiga ante su público a los llamados intelectuales, que son quienes han fabricado esa constelación de concepciones falaces a las que él opone un pensamiento práctico basado en la duda metódica, la búsqueda de un progreso gradual mediante la emancipación individual y el disfrute de la genuina cultura. Por tanto no es de extrañar que, al final, el discurso desemboque en la poesía, ese único e infinito milagro para el que tenemos permiso. En la alta poesía de los grandes maestros, como Whitman, Lorca y Pessoa, y en la no menos reconfortante maestría de un clásico vivo y afable como Luis Alberto de Cuenca, quien desnuda en versos modernos su pasión amorosa, sin dejar por ello de habitar en la intertextualidad literaria. Como debe ser. Bernd DIETZ

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Los turistas ciegos José Luis Amaro Ediciones en huida, Sevilla 2014

La mirada lúcida de José Luis Amaro Comenzaba a década de los 80 del siglo pasado cuando un joven poeta cordobés daba a la luz su primer poemario, tras algunos años de colaboración en la productiva labor de la revista Antorcha de paja y sus propuestas de renovación estética. Era un momento de transición, y no sólo política. Aunque la historiografía aún en marcha haya decantado la intensa actividad poética en esos años inquietos en la poelaridad entre novísimos y poesía de la experiencia, no eran esos los únicos discursos líricos, y más de uno intentó conciliar la renovación del lenguaje poético con una voluntad de comunicación no siempre ajena, si no a urgencias sociales, a la preocupación por atender al mundo en torno, a enfrentarse a las deformaciones de la realidad y sus imágenes. En esa clave podría leerse aquel libro inicial, Erosión de los espejos (1981), tan lejano ya y tan cercano todavía, cuando, una decena de títulos después (sin contabilizar cuadernos y plaquettes), José Luis Amaro ofrece su última entrega, mucho más madura y consistente, pero con los rasgos de aquella juvenil propuesta inicial. En la portada de esta cuidada edición el lector encuentra una ilustración que bien puede tomarse como una declaración de principios, una particular clave de acceso a este viaje lírico y personal. Entre la referencialidad del Equipo Crónica y la simbología de los viajeros de Úrculo, cinco figuras se mueven acéfalas en la blanca cubierta del libro. La clave estética, que nos remite al arte pop de los setenta es también una clave ética, de compromiso, de observación de la realidad y de dolorosa conciencia de ella. El

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poeta observa, y, a diferencia de la imagen del pollo sin cabeza, corriendo sin control, como turistas ciegos, se asienta y, sabiéndose también turista, viajero, abandona la agitación, toma posesión de su lugar y deja pasear su mirada, fijándola con atención. La elección de ambientes, la penetrante frialdad de la mirada y la sobriedad de la paleta de color, sin adjetivos, evocan los cuadros de Hopper o los relatos de Carver, el admirado maestro, autores en cuyas obras encontramos escenarios paralelos a los que acogen la historia entrecortadamente narrada en estas páginas, abierta a la recomposición última que de ella quiera hacer el lector seducido por estas galerías de hoteles, que atraviesa para cruzarse con otros viajeros, quizá su doble, quizá el otro con que la conversación puede llenar una noche en vela. Referencias culturales como éstas no anulan los trozos de piel que aún quedan en estos versos ni disfrazan un vacío o un capricho. Más bien dan forma a la experiencia personal que late bajo ellos, manteniendo su palpitación al tiempo que ofrece al lector unas claves compartidas y le propone el tono sobre el que componer su diálogo. Entre el museo que encierra las imágenes y las codifica para su contemplación, en la distancia estética, y la vida, donde el dolor es la contrapartida de la posición ética –cuando no es su propio origen–, los poemas del libro asumen su doble condición, de textos literarios y de fruto de una experiencia propia. José Luis Amaro lo plasma haciendo circular por el libro, en recurrentes citas y evocaciones, a una escogida colección de autores, algunas de sus presencias-ausencias más íntimas, moldeadoras en muchos casos de su sensibilidad humana y poética. Destacan los nombres de Capote, Hemingway, Celan, Plath, Ferrater o Pedro Luis Zorrilla, poetas y narradores estimados y queridos, signados por una muerte violenta, con mucho de decisión personal. En otros casos se trata de pensadores como Walter Benjamin, muerto en la frontera, en las puertas del exilio, perseguido, pero también personajes de una cultura pop, como Marilyn Monroe o Jim Morrison, ahogados en el mar de barbitúricos por el que también sobrenada el personaje poemático. El entrecruzamiento de referencias multiplica la densidad y el sentido literario de la escritura, en diálogo con una gran tradición, pero consciente de su singularidad, de la desnudez del escritor, del hombre, ante la página en blanco o ante el blanco que a veces deja la vida, en la que a duras penas puede abrigarse con la vestidura de las palabras ajenas y las imágenes que dejaron sus creadores. El lector avisado puede recomponer el universo de citas y evocaciones en versos repetidos, en títulos desveladores, en alusiones o sugerencias de los poemas; en algunos casos, como los de Truman Capote o Ernest Hemin-

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n.º 38 - Diciembre 2014 gway, se convierten en auténticos letit motivs, presencias recurrentes en el libro, situándolo entre las claves de sus universos narrativos y el fantasma del suicidio en constante sobrevuelo en estas páginas. En un poema como “Monóxido de carbono” todo se hace explícito, y, casi en el centro del libro, la pléyade de quienes remataron su escritura con la despedida voluntaria del mundo revela su peso en el texto, su gravitación en los trabajos y los días de su autor. La evocación de Turín en el poema que la lleva como título, acompañando el nombre con una fecha significativa, , a propósito de la muerte de Cesare Pavese es muy significativa, como si se reuniese en ella, a modo de microcosmos, un núcleo destacado del universo de sombras y luces en que el lector es invitado a penetrar, porque la ciudad italiana evoca también, de manera implícita, a algunas figuras inseparabales ya de sus calles en el imaginario culto: Nietsche, Gramsci, Calvino, Umberto Eco… el propio Pavese de laborare stanca. Porque la vida es cansancio para quien no la atraviesa con la ceguera del turista desorientado, que sustituye la experiencia por el sucedáneo que le ofrece el visor de su cámara, vale decir ahora, la pantalla táctil de su dispositivo portátil, ese artilugio que, más que comunicarnos, nos desconecta de la realidad. El poeta se instala en la conciencia de esa desconexión, de la situación transitoria, un tanto postiza o provisional con que atravesamos la vida, convertida en ese hotel que funciona como escenario fantasmal de todo el libro, otro invento que miente en su funcionalidad, porque promete hospitalidad y acogimiento y en el fondo sólo nos recuerda que estamos de paso, en un espacio ajeno, siempre en busca de una habitación propia, de nuestro propio lugar. Quien busca eso es el peregrino, que viaja para encontrarse; quien viaja para salir de sí, para olvidarse, es el turista, y la ceguera se convierte en la mayor de las paradojas, el elemento que lo reduce definitivamente a su condición fantasmal, cuerpos sin cabeza, cámara sin ojos. Frente a ellos, sin obviar su condición transitoria, el poeta se asienta en su condición de voyeur, con algo de periodista o cineasta, que describe y recrea la realidad, desnudándola de sus apariencias, penetrando en lo más profundo, con la voluntad de veracidad y la pretensión de categoría estética, con la condensación del reportaje y la potencia visual y las posibilidades de montaje del séptimo arte. Es la tercera parte, la de “Puertas giratorias”, la que condensa más alusiones al periodismo (Kapucinsli, Martín Caparrós), pero también encontramos salpicadas referencias a entrevistas de Juan José Millás, o el poema “Enviado especial”, signos inequívocos de

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una voluntad de testimonio y de una precisas técnicas de aprehensión de la realidad. Como la cámara, la mirada del poeta se fija en un punto y hace un barrido por su entorno, registrando gestos, movimientos, oquedades. Al tiempo, hay algo como una pantalla funcionando como un espejo en el que la voz lírica descubre en los otros su propia condición, y en ese descubriemiento se asienta la dimensión ética del texto, el crudo ajuste de cuentas, sin excusas ni tapujos, la operación quirúrgica de despojamiento, de desnudez, para continuar el viaje más ligero de equipaje, sólo con la conciencia. Porque detrás del hotel el viajero intuye su casa, lo que ocurre es que, a diferencia de éste, no la va a encontrar hecho, sino que debe construirla, labrarla a su medida hasta el punto en que se lo permitan el mundo y los otros, esos turistas ciegos. Desde esa constación el libro se articula como una gran metáfora. Si bien una primera lectura del índice parecería apuntar más bien para el lector desprevenido a una construcción alegórica, con su “Vestíbulo”, “Hotel”, “Puertas giratorias” o “Habitación doble”, no es el discurso de la construcción analizada por Benjamin el elegido por José Luis Amaro. Si hay una historia en el texto, bajo el texto, no es un relato lineal e identificable, sino que las imágenes se mueven en su condición metafórica sin dejarse reducir a una única explicación, multiplicando sus sentidos. Eso sí, sin perderse nunca el vacío significativo que resulta cuando la polisemia se expande al infinito, sin límites para el lector, en ese espacio habitable que nuestro autor reclama como condición esencial, innegociable del poema. En torno a la imagen del turista, el poemario se mueve en cinco planos, en cinco niveles perfectamente articulados, compementarios entre sí. En primer lugar aparece el desplazamiento, esa condición del viaje que en ocasiones deja al protagonista descolocado, extraño, enajenado en un mundo que le resulta ininteligible, bárbaro, y en ocasiones, en cambio, conduce a un retorno que siempre es una forma de descubrimiento. En el libro las dos experiencias se alternan y se conjugan, moviendo a protagonista y lector entre la intemperie y la morada, entre la desolación y el arraigo, de la soledad al encuentro. En esta experiencia reaparece una imagen familiar a José Luis Amaro.: la frontera, el territorio límite, el debil hilo que separa lo propio y lo ajeno, la vida y la muerte. La imagen de Benjamin en Portbou da cuerpo a esa situación, pero su presencia en el texto es mucho más constante, permeando muchas de sus imágenes, pues no en balde sólo accedemos a la condición de turistas cuando atravesamos la frontera, cuando tenemos la experiencia

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n.º 38 - Diciembre 2014 del paso, de la precariedad que representa el hotel, verdadero espacio de frontera, el espacio-otro o el no-lugar, que, como los aeropuertos, definen la sociedad globalizada de la postmodernidad, donde las diferencias se neutralizan o se disuelven en la masa, turistas ciegos siguiendo un paraguas de colores, mientras en sus audífonos una palabra repetida y gastada sustituye a la realidad de la experiencia, resbalando por las fronteras de lo virtual. También supone frontera y tránsito un elemento central en el texto, la conciencia del tiempo, que enlaza los dos extremos de lo personal y de lo colectivo en esa frontera permanente constituida por el presente, entre la memoria y la esperanza. En lo personal el tiempo se traduce en edad, una conciencia viva y actuante en la escritura de este libro, impulsando bastantes de sus realizaciones y encontrando continuos ecos. Del otro lado, la historia, que inserta al sujeto en el tiempo colectivo. También ante ella cabe la ceguera, pero eso no es posible para quien se recuerda vinculado a un hecho trascendente, quien declara “Haber cumplido veinte años cuando ejecutaron a Puig Antich”. Es en esta historia, cruel y violenta, en la que se insertan todos los nombres evocados, que salen de la galería de retratos ilustres, de las lecturas solitarias del gabinete claustrofóbico para mostrarse testigos de su tiempo, testigos y víctimas, arrabetados por una historia donde la violencia puede convivir con la belleza. Y de ahí brota la esperanza, porque quien habla en este libro no cree en el fin de la historia, y su viaje es una búsqueda del futuro, de lo que aún queda por andar y que no puede hacerse sin el soporte de la memoria, sin la compañía de unas presencias imborrables que abren las puertas de lo permanente a la vez que nos impregnan de temporalidad. Junto a este eje central, dos elementos inseparables del turista, la cámara y la postal, articulan los otros niveles. De la cámara fotográfica toma Amaro el gusto por la imagen visual, pero también la precisión, lo determinante del encuadre, la posibilidad de atrapar el tiempo y, despojado de su fugacidad, ofrecer un trozo de vida para su contemplación demorada, para su vivisección. La foto no requiere de explicación ni la soporta, y así ofrece el poeta sus versos: escuetos, desnudos, con algo de fotomatón, pero también con el escalpelo que le permite al lector que se detenga, ir abriendo los pliegues de la piel, desmontando lo superficial de las apariencias y accediendo a ese momento irrepetible y fugaz que, al fijarse en imagen fotográfica o en texto del poema, no pierde, sino que acrecienta su temporalidad. La postal era la encargada de transmitir las sensaciones del viajero y hacerlas comunicables a alguien conocido, apreciado, con el que se com-

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parten cosas. Frente a la morosa epístola, la postal tenía algo de urgencia, de brevedad, pero también de inmediatez, de seca y eficaz economía en su sintaxis, en la elección de las palabras, como ocurre con los poemas de Los turistas ciegos. Hoy los recursos –o las limitaciones– de las redes sociales se presentan como una alternativa a esa forma de comunicación, pero sólo son muy pálidos herederos, pues la teatralidad de lo virtual, el espectáculo del selfie y la impúdica autorrepresentación nada tienen que ver con la escogida escritura de esa carta abreviada. Viajero observador, José Luis Amaro no deja de observar esas diferencias, y en ellas aparece su preocupación por la palabra, la honda dimensión metapoética de su escritura y también una beligerante toma de posición frente a los desvíos de una palabra poética que se inclina a su disolución, sumergida en el mismo mercado que ha transformado al viajero en turista y ha cambiado la mirada por la ceguera. Como en la vida, la coherencia es un valor en la poesía. Y eso es así sobre todo cuando ello no significa estatismo, sino perseverancia en un camino, avance a partir de lo ya recorrido, y este valor se acrecienta y multiplica cuando la poesía discurre al lado de la vida, con la vida, formando parte de ella. Así, el poeta cambia, introduce nuevos registros para responder a su siempre cambiante contexto personal, intelectual, social, pero en coherencia lo hace siempre desde sus códigos maestros, y en José Luis esas claves están presentes desde su libro inicial hasta estos Turistas ciegos, unos turistas que viajan tras la muerte del equilibrista, la salida de la madriguera, el paso por fronteras de niebla y una carretera cada vez mejor definida1, que le conducen a este punto mayor de su escritura, a un libro a la vez maduro y renovado, equilibrado y abierto, lleno de claves personales y de imágenes en las que todo lector puede reconocerse, ante las que sería imperdonable pasar como turistas ciegos. Pedro RUIZ PÉREZ

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Es la línea que marca una trayectoria bien definida a través de sus libros: el citado Erosión de los espejos (1981), Despojos de la noche (1983), Huellas en el cristal (1984), Poemas sacramentales (1986), Muerte de un ilusionista (1993) La piel de los días (1998), las plaquettes Latidos de Nueva York (1997) y Sentido de frontera (1998), Fronteras de niebla (1999), Carretera (2003) y La fábrica de humo (2006).

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n.º 38 - Diciembre 2014

Nombre entre nombres Jacobo Cortines Renacimiento, Sevilla 2014

Fiel a la pauta de sus citas con el agradecido lector, el poeta de Lebrija, por lo demás tan profunda y exquisitamente sevillano, nos vuelve a presentar un libro precioso. Lo viene haciendo al ritmo de uno por década, desde aquella Primera Entrega de 1978, que decidiera publicar a una edad más que razonable, los comienzos de la treintena, pero a la que otros versificadores al uso ya se han preocupado de hacerle llegar al público una recopilación exhaustiva de lo previa, inmoderada y afanosamente impreso. Y es que Jacobo Cortines no tiene nada que ver con el carrerismo literario, ni ha estado nunca pendiente del impacto, la novedad o la algazara. Quien, estando similarmente bien dotado para las tres ramas, se tomara su tiempo para decidir si quería ser músico, pintor o escritor, es manifiestamente un aristócrata del espíritu, sobrio y sacrificado hasta la ascesis. Alguien que se toma una década para traducir a Petrarca es obvio que no cree en el oropel universitario ni menos aún lo persigue, por mucho que haya deparado a la sedicente educación superior ingenio, finura e inteligencia en proporciones que ésta jamás sabrá agradecerle. Ni falta que le hace a Cortines, que aprendió de su estirpe a practicar la excelencia elusiva, la contención reticente. La dimensión primordial de la creación es siempre una anterioridad de soledad y silencio, de estudio y pensamiento, de –para formularlo en sus términos– pasión y paisaje. El poema apenas acaba surgiendo como un destilado discreto y tardío, tal una quintaesencia que es resultado de poda, lentitud y aireo, ya revelado cual un organismo

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vivo y estremecedor, y sin embargo plasmado para perdurar, que viene para recordarnos que nada es más nuevo que lo verdadero. Nombre entre nombres posee una arquitectura medida y convincente, sofisticada en su ponderación y en su sorprendente aptitud de conseguir un crescendo, que no una estructura simétrica. Se abre con tres secciones, tituladas “Escenarios” (título que ya anunciara el poeta en 2006, en el ensayo antepuesto a la antología que le publicase la Fundación Juan March), “Ausencias” y “Contrapuntos”; constan las dos primeras de tres poemas cada una, mientras que la siguiente alberga cuatro. Tras ello, llegamos a la sección principal, que comparte título con el libro, compuesta por dos extensos monólogos dramáticos, pronunciados por dos personajes que queremos identificar con un hijo y un padre, entre los que se insertan otros dos poemas muy breves, también en la voz de aquél y éste, que sirven para marcar el cambio en el turno de palabra. Cuesta trabajo determinar qué admira uno más en los poemas que abren el poemario, si la plasticidad y la galanura con la que se describe la belleza de determinados lugares de Andalucía, ya sean de costa o interiores, urbanos o rurales, o la escueta elocuencia con la que el poeta comparte con nosotros una interioridad anímica tan preñada de seriedad metafísica como verbalizada desde una naturalidad estoica, sin otro verismo biográfico que el requerido para que el individuo tan tangible y entrañablemente presente nos permita atisbar sin prestidigitación lo humanamente universal y atemporal. Por no abundar en algo tan prodigioso como incontestable: la nobleza de una dicción en la que no se aprecia ni forzamiento ni impostura, porque es simplemente impecable; el mecanismo de relojería de una prestancia métrica que oculta igualmente toda traza de trabajosidad, porque genera la ilusión de un artefacto orgánico, nacido como Venus de una pieza. Mucho se ha publicado acerca del campo, las flores o la vegetación en la obra de Jacobo Cortines, y no cabe la menor duda de que la tematización y plasmación de lo rural alcanza en su poesía una cima difícilmente igualable. Este es un mundo de recogidos cortijos y serenidad horaciana, profundamente civilizado, en el que el agro es cultura y yacimiento arqueológico, y en el que la casa incluye piano, biblioteca, pinturas y esteticismo genuino, el saldo aquilatado y limpio de generaciones. Mas en todo paraíso irrumpe el dolor, la muerte, el derrumbe, la conciencia; algo que se encargan de anunciarnos, con imágenes de aflicción y zozobra, aunque

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n.º 38 - Diciembre 2014 también con gratificante esplendor, los poemas inmediatamente anteriores a la parte final y esencial del libro. “Nombre entre nombres” supone, como decíamos, el epicentro y la columna vertebral de esta quinta entrega poética, la más madura, sagaz y prodigiosa de un artista que sabe a carta cabal lo que aspira a realizar y se descubre a la altura del reto. Volvemos al territorio que enunciara “Carta de junio”, el poema más importante, complejo y ambicioso elaborado por Cortines hasta la fecha, para constatar cómo surge una composición distinta, pero equiparable en factura, objeto de meditación y envergadura. De nuevo nos adentramos en la peripecia familiar y los meandros existenciales ligados a la tierra, el patrimonio, los enraizamientos y los desarraigos, las disputas familiares, los condicionantes históricos, las vocaciones personales y la mayor o menor posibilidad de elegir, las tensiones generacionales, el propio entorno levantado con primor, la lucha contra las dificultades; en suma, las percepciones y autoimágenes de los protagonistas, de sus éxitos y fracasos, a lo largo del tiempo. Ciertamente no conozco a ningún poeta español actual capaz de generar y mantener este diseño reflexivo y moral, este empaque poético de inequívoco clasicismo, sugiriendo a la vez tan abrumadora sensación de autenticidad, de templanza, de amor a cuanto de hermoso encierra la vida. Que irradie tal modernidad sin coartadas ni ornamentos. Bernd DIETZ

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NORMAS PARA EL ENVÍO DE TEXTOS La revista de literatura La Manzana Poética agradece el envío de cuentos, ensayos y artículos inéditos, así como de reseñas críticas. Un comité de lectura lee con interés todas las colaboraciones. Las decisiones relativas a la publicación se adoptan en grupo. Todos los archivos deben hacerse como adjunto y en formato Word. Deben ir acompañados de una breve nota biográfica. Sección de estudios científicos: La revista La Manzana Poética está abierta a todos los docentes o investigadores de cualquier universidad, pública o privada, española o extranjera. Sus trabajos académicos deberán estar escritos en español, con un breve resumen en inglés. Se aplicará un filtro de revisión ciega por pares. Los artículos, ensayos o estudios científicos deben estar relacionados con el siguiente campo: Literatura española, universal y comparada (autores, épocas, géneros, estilos, etc.). Las notas serán manuales, no automáticas, e irán incluidas al final del documento como parte del mismo. En el caso de los estudios científicos, se deberá indicar también, junto al nombre del autor o autores, la institución a la que se pertenece. En casos de excepcional interés, se aceptará que un estudio puede exceder una extensión convencional, llegando a dividirse en varios números. Cuentos: Los textos destinados a la sección de narrativa tendrán una extensión máxima de 4.000 palabras. Artículos y ensayos: Extensión máxima de 3.000 palabras. Recomendamos remitir a la redacción, por correo electrónico, un resumen. El contenido habrá de girar en torno al mundo de los libros, el lenguaje y la litera-

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n.º 38 - Diciembre 2014 tura. Aceptamos asimismo trabajos relacionados con la cultura en general, arte, cine, música, pensamiento, etc. Poesía/Entrevistas: La Manzana Poética no admite colaboraciones espontáneas en estas dos secciones. Reseñas críticas: Pueden remitirse reseñas de obras de poesía, narrativa, ensayo, etc. La extensión máxima será de 1.000 palabras. La Manzana Poética no retribuirá las colaboraciones, pero ofrece una amplia cobertura a nivel nacional e internacional. La redacción no se compromete a la devolución de los originales que puedan remitirse, ni a mantener correspondencia sobre los mismos en todos los casos. Dirección electrónica de la Redacción: lamanzana@lamanzanapoetica.info

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HAN COLABORADO EN NÚMEROS ANTERIORES Pere Gimferrer, Leopoldo María Panero, Luis Alberto de Cuenca, Justo Navarro, Luis García Jambrina, José Antonio Ponferrada, J. M. Molina Damiani, Juan A. Bernier, Francisco Lira, Eduardo García, Francisco Gálvez, Vicente Luis Mora, Javier Fernández, Antonio Luis Ginés, José Luna Borge, Diego Doncel, Bernd Dietz, Pablo García Casado, M.ª Ángeles Hermosilla, Concha García, Ángeles Aparicio, Diego Martínez Terrón, María Rosal, Lola Wals, Antonio Lucas, Diego Jesús Jiménez, Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas, Amalia Bautista, Jesús Aguado, Juan Carlos Mestre, Roger Wolfe, Antonio Carvajal, Isla Correyero, Violeta C. Rangel, Joan Margarit, Jesús Munárriz, Alejandro López Andrada, Juan Cobos Wilkins, Rafael Álvarez Merlo, Juan González Iglesias, Manuel Gahete, Teresa Galán, José Luis Rey, Álvaro Valverde, Salvador Gutiérrez Solís, Javier Lostalé, Andrés Sánchez Robayna, Julián Jiménez Heffernan, Pedro Ruiz Pérez, David Cruz Acevedo, Eladio Osuna, Rafael Arjona, Rodolfo Häsler, Jordi Doce, Luis Muñoz, Ignacio Helguero, Iván García Sancho, Luis Amaro, Francisco Ruiz Noguera, José Luis Morante, Julia Varela, Fernando Guzmán Simón, Carmen Pallares, María Luz Escuin, Jorge Díaz, Yolanda Castaño, Manolo Romero, José Luis Rey, Verónica Aranda, Ángela Álvarez Sáez, Antonio Luis Ginés, Antonio Ángel Agudelo, Eladio Osuna, Matilde Cabello, Isabel Pérez Montalbán, Carlos Clementson, Jorge Riechmann, Álvaro Mutis, Juan Pérez Cubillo, Ruth Padel, Fernando Cid Lu-

cas, Carlos Ernesto García, Juan Carlos Lara, Juan Carlos Abril, Ezequías Blanco, José Luis Amaro, Antonia Navarro Tejero, Francisco Onieva, Rafael Espejo, Francisco Alemán, Nacho Montoto, Ángela Jiménez, Miguel Marzo, Rosario Villejos, Enrique Maqueda Cuenca, José Antonio Ponferrada, Antonio Méndez Rubio, Eduardo Chivite, Rafael Antúnez, José Daniel García, Manuel Moya, Rodolfo Hässler, Javier Martín Párraga, Juan de Dios Torralbo Caballero, Mertxe Manso, Juan Carlos Elijas, Juan González Soto, Iván Díaz Sancho, Pedro Luis Casanova, Pedro Roso, Esteban Díaz, Hashin Cabrera, David González, Julia Otxoa, Pilar Sanabria, Carlos Alcorta, Francisco Alemán, María Antonia Ortega, Rosa Navarro Durán, Manuel Vilas, H.E. Pascual Álvarez, Leonor María Martínez Serrano, Rosa Navarro Durán, Manuel Vilas, H.E. Pascual Álvarez, Leonor María Martínez Serrano, Manuel Ángel Jiménez, José Antonio Pacheco, Álvaro Salvador, Francisco Díaz de Castro, Carlos Segade, José Daniel García, Juan de Dios García, Saray Pavón, María Eloy-García, Mateo Lefévre, Fran Rodríguez, Ángel Estévez Molinero, Juan Cenizo Jiménez, Ángel Luis Luján, Juan Pastor, Jaques Ancet, Luis Bagué Quílez, Diana Cullell, Germán Labrador, José Antonio Llera, Fanny Rubio, Francisco Ruiz Soriano, Antonio Gamoneda Rocío Ortuño Casanova, Dolores Romero López, Javier Ozón Górriz, Túa Blesa, Antonio Viñuales Sánchez, Jordi Ibañez Fanés, José Luis Falcó, Carlos Jiménez Arribas, María José

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n.º 38 - Diciembre 2014 Codes, Fernando Savater, Antoni Marí, Ignacio Echevarría, César Reglero, Laura López Fernández, Antonio Orihuela, Gustavo Vega, Miguel Agudo Orozco, Felipe Muriel, Celia Corral Cañas, Francisco Peralto, Ricardo Ugarte, Pablo del Barco, Eduardo Scala, Antonio Gómez, Antonio Monterroso, Bartolomé Ferrando, Manuel Calvarro, Francisco Aliseda, Eduardo Barbero, Belén Reyes, José Luis Campal, Gustavo Vega, Miguel Agudo, Agustín Calvo Galán, Ángela Mallén, Claudia Quade Frau, Lola López-Cózar, Manuel Molina González, Patxi Serrano, Pedro Peinado, Carmen Peralto,

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Ruy Ventura, Pepa Merlo, Sharon Keefe Ugalde, Azucena Gónzález Blanco, Noni Benegas, Aimée G. Bolaños, José M.ª Bancells, Paola Laskaris, Begoña Callejón, Rocío Hernández Triano, Ariadna G. García, Ana Vega, Yolanda Castaño, Carmen Garrido, Marta López Vilar, Esther Jiménez, Erika Martínez, Alejandra Vanesa, Ángela Álvarez Sáez, Ana Patricia Moya, Verónica Aranda, Sofía Castañón, Siracusa Bravo Guerrero, Elena Medel, Virginia Cantó, Laura Casielles, Marta Gómez Garrido, Martha Asunción Alonso, Alba González, Berta García Faet y Luna Miguel.




Últimos números NÚMERO 37. AÑO 2014 Generación 2001 26 Poetas Españolas (Sin Peaje) –Antología de inéditos de joven poesía española– Selección:

María Rosal M.ª Ángeles Hermosilla Prólogo:

Paola Laskaris Poetas incluidas:

Begoña Callejón, Rocío Hernández Triano, Ariadna G. García, Ana Vega, Yolanda Castaño, Carmen Garrido, Marta López Vilar, Mertxe Manso, Vanessa PérezSauquillo, Esther Gimenez, Erika Martínez, Alejandra Vanessa, Ángela Álvarez Sáez, Ana Patricia Moya, Verónica Aranda, Sofía Castañón, Siracusa Bravo Guerrero, Saray Pavón, Elena Medel, Virginia Cantó, Laura Cassielles, Marta Gómez Garrido, Martha Asunción Alonso, Alba González, Berta García Faet, Luna Miguel.

NÚMERO 36. AÑO 2014 LA POESÍA ESCRITA POR MUJERES ARTÍCULOS:

Poesía y erotismo Saray Pavón El futuro tomará tus riendas Pepa Merlo La poesía escrita por mujeres frente al orden simbólico patriarcal, a finales del siglo XX María Rosal Luna Miguel en las zonas híbridas de la poesía del siglo XXI Sharon Keefe Ugalde Arqueología del presente, la escritura de Erika Martínez Azucena González Blanco La visibilización de las mujeres escritoras Noni Benegas Poesía erótica amatoria de Adélia Prado y Clara Janés Aimée G. Bolaños Aguas que desbordan márgenes José M.ª Bancells

NÚMERO 34/35. AÑO 2013 MONOGRÁFICO POESÍA VISUAL ESPAÑOLA ARTÍCULOS:

Rafael de Cózar, César Reglero, M.ª Ángeles Hermosilla, Laura López Fernández, Antonio Orihuela, Gustavo Vega, Miguel Agudo Orozco, Felipe Muriel, Celia Corral Cañas y Túa Blesa. POEMAS Y POETAS

Francisco Peralto, Ricardo Ugarte, Pablo del Barco, Eduardo Scala, César Reglero, Antonio Gómez, Antonio Monterroso, Bartolomé Ferrando, Manuel Calvarro, Rafael de Cózar, Julia Otxoa, Francisco Aliseda, Eduardo Barbero, Belén Reyes, Antonio Orihuela, José Luis Campal, Gustavo Vega, Miguel Agudo, Mertxe Manso, Agustín Calvo Galán, Ángela Mallén, Claudia Quade Frau, Lola López Cózar, Manuel Molina González, Paxi Serrano, Pedro Peinado, Nieves Salvador y Julián Alonso.

NÚMERO 33. AÑO 2013 Vida y obra de Francisco Ferrer Lerín Javier Ozón Górriz 12 Textos de Francisco Ferrer Lerín


38 - Diciembre 2014

Troncos y paja Por las rendijas entran Budas e insectos

1887-7184

P.V.P.: 9 ₏


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