Al Compás de la Vida

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AL COMPร S DE LA VIDA Jhonatan Ricardo Chรกvez Boy

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Si tú no hubieses existido, yo nada hubiese logrado… A mi madre: Matilde E. Boy Palacios.

AGRADECIMIENTO: A todo el pueblo peruano, por ser fuente de inspiración. Al Rvdo. Padre: Miguel Garnett, que desde el inicio demostró su apoyo desinteresado, corrigiendo y dando sus más valiosas opiniones para elaborar esta obra. A mi familia, en especial a: Matilde E. Boy Palacios, Nery Chávez Pinedo, Justina Palacios Rojas, Nelly Venegas Palacios, Ronal Valqui Palacios y Lúcido Boy Palacios; porque con su ejemplo y enseñanza han logrado hacer de mí, una mejor persona. A Iris Calderón Hurtado, por su apoyo incondicional de siempre.

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A los amigos que, compartiendo unas hojas de coca, un cigarrillo, un trago de cañazo o simplemente conversando, me han compartido grandes experiencias. Personas como ustedes, engrandecen nuestra tierra. PRÓLOGO

El manojo de cuentos que Jhonatan Chávez Boy nos ofrece aquí están escritos en un estilo sencillo y pueblerino; sus personajes hablan como se habla popularmente en Cajamarca y la narración adopta algunas de las construcciones gramaticales típicas de la sierra norteña del Perú. Los cuentos son muy diferentes entre sí y demuestran que este joven autor tiene bastante sensibilidad humana y social, pero como todos son cortos, ningún cuento pretende ofrecer una profundización social o psicológica con respecto a las situaciones y los personajes presentados. Sin embargo, son pintados con suficiente color y detalle para provocar al lector que profundice por su cuenta, haciendo uso de su propia imaginación y experiencia. Aquí Jhonatan Chávez Boy logra algo importante con sus escritos: ––la doble polaridad de escritor-lector––. Todo relato, cuento, novela o poema que vale la pena leer invita una reacción de parte del lector. Los cuentos ofrecidos aquí tienen en común temas que abarcan abusos de poder, quiebra de valores tradicionales, y conflictos personales y sociales; a la vez cada cuento tiene su propia dinámica. El primer cuento tiene como trasfondo la problemática minera y el abuso, tanto de las compañías mineras y de las “fuerzas del orden”, como del Poder Judicial. Al nivel de los personajes, se puede preguntar: ¿cómo se ven realmente Cirilo y Carlos entre ellos? El segundo cuento nos presenta la ruptura intergeneracional y cómo la quiebra de valores afecta a la juventud, y aquí la pregunta es: ¿por qué es Germán tan conchudo y cruel con su madre?

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En el tercer cuento, el autor nos presenta una relación sexual fugaz, con consecuencias nefastas, y con una dimensión especial. No es nada nuevo que un escritor hable del sexo, sea del adulterio, de la fornicación o de la prostitución; pero lo que es relativamente nuevo en nuestro medio es plantear una relación sexual entre gays. El autor aquí no ofrece ningún detalle más que decir que copularon; pero esto es suficiente para provocar una discusión, sobre todo en el momento actual en que la temática del matrimonio gay se está haciendo presente en el debate sociopolítico nacional y mundial. El cuarto cuento presenta la triste realidad de la deficiencia en la atención médica en muchos hospitales y centros de salud, provocando así la pregunta: ¿por qué muchos médicos y enfermeras tratan mal a los pacientes cuando se supone que tienen una vocación para aliviar los sufrimientos de los enfermos? Además, este cuento plantea todo el problema del bloqueo de las carreteras como medida de protesta; se lucha a favor de los derechos de algunos violando, a veces con consecuencias muy serias, los derechos de otros. El quinto cuento también presenta más que un problema. Aquí, de nuevo los caprichos de la juventud están presentes, pero esta vez en el contexto más amplio de una sociedad que margina, o ignora, a los ancianos inútiles, y el asilo tiene un aspecto kafkiano. El último cuento toca los derechos de la persona y lo hace en el contexto de una sociedad obsesionada sobre todo por la búsqueda del dinero, y esto en una ciudad desordenada, cuyas autoridades solo saben usar la represión para imponer orden, en vez de ofrecer respuestas positivas a situaciones como el negocio ambulatorio. Entonces, veo estos cuentos de Jhonatan Chávez Boy como detonantes para conversaciones y discusiones sobre temas importantes en la actualidad. Si no queremos vivir a espaldas de la realidad peruana, tenemos que afrontar el reto de la minería, la problemática juvenil y la crisis de los valores. También hay que echar de lado los tabúes para conversar con calma y comprensión sobre la homosexualidad.

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Compararía los cuentos con los dibujos del cuerpo humano realizados por algunos de los grandes pintores, como Leonardo Da Vinci por ejemplo, que sirven como estudios básicos para ser empleados después en sus pinturas. Ahora, espero que este talentoso joven amigo acepte el reto de escribir una novela donde hay el espacio necesario para profundizar en los temas presentados en los cuentos de este libro. Claro está que hay otros conflictos serios que también merecen ser tratados, como la drogadicción, el narcotráfico, y los homicidios cometidos por sicarios ––a veces muy jóvenes y por sumas de dinero irrisorias––. ¿Qué pasa por las mentes de estas personas? ¿Tienen una conciencia? Creo que el amigo Jhonatan tiene el ojo, la sensibilidad, y la capacidad de escritor para aceptar el reto que le ofrezco.

Miguel Garnett. Cajamarca, mayo de 2012.

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“Hemos guardado un silencio, bastante parecido a la estupidez.” (Proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz, 16 de julio de 1809)

Cristo murió por los pobres y ahora el cielo es de los ricos, per saecula saeculorum, quieren darnos el infierno. WALTER HUMALA LEMA, El Canto del Rio.

“Cuando el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado; sólo entonces sabrás que es muy tarde y que el dinero no se puede comer.” (Dicho Popular)

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SERVIR AL PUEBLO “Las masas son la luz misma del mundo… Ellas son la fibra misma, el latido inagotable de la historia… cuando hablan todo se estremece, el orden empieza a temblar, las altas cumbres se agachan, las estrellas tienen otro rumbo porque las masas hacen y pueden todo.” Dr. Abimael Guzmán.

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Cirilo Chaupe era muy querido en Wiñay Marka, su pueblo. Tenía un gran espíritu colaborador y, sobre todo, un carácter recto, lo cual no permitía que se cometieran injusticias contra él mismo, ni mucho menos contra su pueblo. Desde muy niño se dedicó al estudio, obtuvo buenas calificaciones en sus años de escolar y, al terminar el colegio, le ofrecieron una beca para estudiar en Lima, pero existían dos razones para rechazarla: no quería desprenderse de su tierra amada, ni tampoco tenía los medios suficientes para costear sus gastos. “Lima es cara”, le habían dicho. Oye Cirilo ¿por qué no estudiaste ninguna carrera técnica o profesional? – le preguntaban sus conocidos. Porque no me gustan ningunas; yo creo que para aprender no es necesario una universidad o un instituto superior, sólo se necesita dedicación y ganas de querer aprender; además las lecturas que se aprenden no son las que se te imponen, sino las que se lee por convicción propia.

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Varios años atrás, cuando aún se encontraba en la escuela, se conoció con Carlos Jiménez, un alumno de gran coeficiente intelectual y con quien siempre se competía los primeros puestos. Se hicieron muy buenos amigos desde la escuela y cuando entraron al colegio su amistad se reforzó aún más. Compartían muchas ideas y los dos tenían una sola visión a futuro: servir al pueblo de todo corazón. La familia de Carlos tenía una economía más estable, lo que permitió que, al terminar el colegio, fuera puesto en preparación para la escuela de sub-oficiales de Lima y, al primer examen, ingresó. Tenía un ideal prospectivo y un gran anhelo, por lo que se dedicó a estudiar y no desperdiciar las oportunidades; pronto saldría a trabajar y deseaba que sea en su tierra natal que por tantos años le vio crecer. Por su parte, Cirilo se dedicó al estudio de la política, lo cual ayudó que desarrolle su capacidad de liderazgo y manejo de cualquier tema, a la par que ayudaba a sus padres: cuidaba el ganado, cultivaba la chacra y se dedicaba a otras labores en beneficio de su familia y de su comunidad. Era bien visto por todos los pobladores y, sobre todo, se demostraba como un líder porque siempre estaba representando y sacando cara por lo que les correspondía. Organizaba a su gente para hacer algún beneficio en común y les enseñaba a leer y escribir. Los niños le decían maestro y él siempre les recordaba que hay que servir al pueblo siempre, con entrega total y desinterés personal absoluto. Ser primeros en sacrificio y últimos en beneficio, les decía. ***

Por aquellas épocas se escuchaba que en el pueblo de Wiñay Marka existía el precioso metal dorado codiciado siempre por los extranjeros, y

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que el gobierno ya había otorgado las concesiones mineras a una empresa extranjera para que empiecen a realizar sus trabajos. Ellos se encargarían de buscar un pretexto para trasladar la población a otro lugar. Dicen que han descubierto mineral en nuestros terrenos y quel gobierno ya lo va a entregar a la mina pa’ que lu explote – dijo un integrante del grupo a Cirilo, quien los escuchaba atentamente. -

Pero… ¿y nosotros? ¿nuestras chacras? – habló otro.

-

Dicen que nos la van a comprar, y que tenemos quirnos a otro

lugar. Peru nosotrus queremus a nuestru pueblu, acá hemos nacíu, crecíu y vivíu. Los alborotos empezaron en la reunión y Cirilo estaba al frente, tratando de calmarlos. Esperen señores – dijo Cirilo, levantando las manos –, tranquilos, así no podemos hablar. El vocerío empezó a disiparse. Conozco los planes que tiene el gobierno para ceder estas tierras a manos de empresas extranjeras, por eso los he hecho llamar. Si nosotros lo impedimos, estoy seguro que no van a poder hacer nada. ¿Peru cómo podemus impedirlu? – preguntó uno, sacando hojas de coca de su alforja. Señores, somos un pueblo unido, recuerden que la unión hace la fuerza – respondió Cirilo, seguro de sus palabras. Peru ¿qué pué? Ellos traen a los cachacos pa’ que nus boten y con sus pistolas das nus matan y nus sacan di aquí.

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-

Si pué, mi papá tiene razón – dijo un joven.

A ver señores, si lo que queremos es defender lo nuestro, sólo nos queda ponernos firmes ante lo que pueda suceder – dijo Cirilo con voz autoritaria. -

Yo estoy con el joven Cirilo – se escuchó una voz del fondo.

-

Sí, yo también – dijo otro.

-

Y yo.

-

Yo también.

Se repetían estas voces entre toda la multitud. Muchas gracias por contar con su apoyo – dijo Cirilo levantando la palma de la mano para silenciar a la gente –, ahora lo que debemos hacer es organizarnos y ver qué medida tomar en caso empiece a venir gente de afuera con miras de quedarse con lo que es nuestro. De ser así haremos una marcha en donde demostremos nuestro desacuerdo con la actitud tomada por el gobierno.

***

Wiñay Marka era un pueblo unido, sobre todo cuando se trataba del bienestar y progreso común. Ya hacía un tiempo habían querido despojarlos de sus tierras con el pretexto de construir una carretera, pero siempre existía esa solidaridad entre ellos y no dejaron entrar ningún tipo de maquinaria al lugar. Se

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habían turnado para cerrar la entrada al pueblo día y noche y cuando intentaron traer las fuerzas armadas se juntaron ellos y la comunidad vecina. Con hachas y palos, frente a numerosas y letales armas, habían logrado atemorizar a los soldados.

***

Carlos Jiménez había terminado sus estudios e inmediatamente fue enviado a servir en su lugar de origen. Para él fue un gran honor poder cumplir ese sueño que tanto tiempo deseó realizar. Al llegar, se encontró con mucha gente joven y desconocida, pero aún sentía el calor humano que los hacía hermanos. Fue donde sus padres, quienes le recordaron que su labor como militar era servir a su patria. Él estaba convencido de que así sería. Esa misma tarde fue a visitar a Cirilo, a quien encontró a la sombra de un árbol chacchando las verdes hojas de coca, que en su sabor reflejaba la vida: a veces dulce, a veces amarga. El sombrero de junco a un lado y la paz que inspiraba esa imagen tan grande y humilde, en el fondo. Carlos lo llamó desde lo lejos y, al verse después de tiempos, se dieron un apretón de manos sumado de un fuerte abrazo. Esa tarde recordarían su niñez, su juventud y sus ideas. El sol se escondía tras el horizonte rodeado de árboles y el cielo celeste era adornado de perezosas nubes, sobre un aroma de flores y tierra húmeda. La paz aún reinaba en el campo.

***

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Pocos días después, llegó un grupo de personas a instalar un campamento cerca a la chacra de Cirilo, y a quien dieron aviso inmediatamente. ¡Joven Cirilu! ¡Joven Cirilu! – gritaba un vecino al ver a Cirilo cosechando las papas. Cirilo soltó la azada y se limpió las manos en el pantalón. -

¿Qué sucede, don Teófilo?

Hay un campamento acasitu, he vistu qui han saliu dos gringos a mirar las tierras y hacían señas con lus dedus. Hay que reunir al pueblo inmediatamente, don Teófilo. Páseles la voz a todos pa’ reunirse en la plaza. -

Sí, joven Cirilu – contestó don Teófilo, antes de echarse a

correr. “Presiento que algo muy malo va a suceder” pensó Cirilo, mientras se lavaba las manos en la acequia. ***

Hicieron una marcha pacífica donde salieron ronderos, madres, jóvenes y hasta algunos ancianos que insistían en apoyar la movilización. Cirilo encabezaba la marcha y, luego de desplazarse por las calles principales, se establecieron en la plaza de armas:

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Señores del pueblo de Wiñay Marka – dijo Cirilo, tomando la palabra –, estamos reunidos para hacer de manifiesto nuestra incomodidad frente a la medida tomada por el gobierno en la entrega de nuestras tierras que, con tanto esfuerzo, hemos sabido cuidarlas y aprovecharlas, para que ahora nos boten y nos dejen sin nada y venga otro a llevar todas las riquezas que hay, debajo de ella. Cirilo vio que una cámara de grabación estaba captando los hechos. Sabemos que la intención del gobierno de concesionar nuestro pueblo, trae en el fondo, intereses de la gran burguesía que maneja este país y hacemos saber que no vamos a permitir que se vulneren nuestros derechos – prosiguió, levantando la voz – y vamos a defender nuestro suelo y nuestros cultivos a como dé lugar y, si es posible, dando nuestra vida por ello. Todos aplaudieron y arengaban repetidas veces: ¡El pueblo unido, jamás será vencido! ¡El pueblo unido, jamás será vencido! Somos un pueblo – prosiguió con el discurso – que con lo único que se ha mantenido ha sido con la agricultura, ya que hay un total descuido del gobierno hacia nuestra comunidad. Pedimos a todo el pueblo unirse por una causa justa.

Mientras el alcalde veía los hechos, desde una ventana de la casa municipal, sonó el teléfono: Señor alcalde – dijo la secretaria –, es el Presidente Regional, quiere hablar con usted. El alcalde contestó incrédulo y a la vez sorprendido.

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-

Aló.

Se escuchó un murmullo en la línea telefónica y después de un silencio continuó: Sí señor Presidente, para mí es un gusto tener la oportunidad de conversar con usted. Hay una pausa. Sí pues – prosigue –, lo que pasa es que hay un joven que instiga a la población para que se alcen en su contra… No, no. No se preocupe... ¿La policía…? Está bien señor Presidente, lo que usted diga. La secretaria vio que el alcalde palideció y le preguntó si algo malo pasaba. -

Espero no pase algo peor – respondió.

El alcalde salió por la puerta trasera del municipio y se dirigió rodeado de varios policías hacia donde se encontraba Cirilo, con quien intercambiaron algunas palabras, para luego dirigirse a la población: Querido pueblo de Wiñay Marka, las medidas que ustedes toman son hechos delictivos que atentan contra nuestra seguridad y orden público – hablaba el alcalde, quien se encontraba a lado de Cirilo –. Estos hechos no deben llegar más allá… La gente no escuchaba, sabían que el alcalde era partidario del grupo que gobernaba el país y que seguramente estarían acordando cómo engañarlos.

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Al ver seguir llegando más gente que instalaba sus campamentos por los alrededores de la ciudad, las marchas de protesta fueron radicalizándose. Cierto día llegaron en carros y helicópteros gran cantidad de policías y soldados del ejército para calmar a los manifestantes, pero lo que lograron fue empeorar la situación. Maltrataron a los campesinos y cuando éstos no se encontraban en sus casas aprovechaban para entrar y saquear lo que podían. Algunos abusaban de las mujeres y golpeaban a los ancianos y niños indefensos. La población no permitió este tipo de abusos, lo que los llevó a sublevarse.

Al iniciar una fría mañana, militares y campesinos estaban frente a frente para luchar. Hemos recibido órdenes del gobierno para disparar – dijo el mayor de la policía a Carlos Jiménez. Carlos se sentía fatal al tener que chocar contra su propia gente, recordaba los momentos de su niñez, cuando con los pies descalzos, corría para no ser encontrado por Cirilo, cuando jugaban a las escondidas. Recordaba a la primera mujer con quien salía a recorrer todos esos lugares y con quien comparaba la belleza y el amor a su tierra. Sabía que a ese pueblo, al que le debía todo y que verdaderamente reclamaba una causa justa, no podía traicionar; pero se encontraba entre la espada y la pared y no sabía qué hacer. -

No, no puedo hacer eso.

Huevón, ¿vas a dejar que te maten? – preguntó el mayor, sin saber que para Carlos, ese pueblo era su gente, sus hermanos, sus amigos; sin saber que en ese pueblo, Carlos había aprendido a vivir–. A estos indios de mierda, o los matas, o te matan.

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¡No, no lo voy a hacer! – respondió con ira, sin saber a quién dirigía ese odio: al mayor, a la vida o a él mismo. Pobre cojudo, ya te jodiste, soy tu superior y me tienes que respetar – le dijo mientras lo sujetaba del cuello –. Pareces un maricón que se orina de miedo para hacer un tiro – y lo empujó hacia el suelo frio y pedregoso. Cogió su rifle, escupió la cara de Carlos y se marchó. Carlos nunca imaginó que eso podría suceder, tener que enfrentarse contra su pueblo para defender los intereses de un grupo de poder que se encontraba en el gobierno. Recordó que una vez cuando estaba con Cirilo, ambos habían hecho el juramento de serle fiel a su pueblo y luchar cuando éste lo necesite, pero ahora estaba traicionando ese juramento, al estar luchando por el gobierno y no por el pueblo, aun cuando éste lo necesitaba. Su recuerdo se interrumpió cuando a unos metros se escuchó reventar una bomba lacrimógena. Vio que un círculo de policías estaba rodeando a un campesino, le tiraban patadas y le pegaban con la llamada “vara de ley”. Él corrió a defender, pero un grupo de campesinos lo capturó.

Cirilo corrió hacia una loma y se refugió tras un árbol para ver mejor la situación y pensar qué poder hacer. Sintió dolor al ver a su gente morir por las balas que lanzaban los militares y ver cómo esas personas que un día estuvieron con él, conversando mientras coqueaban, riendo mientras trabajaban y acompañándolo en buenos y malos momentos, eran golpeadas, maltratadas y asesinadas. Una lágrima fugó de sus ojos y pasó una mano por sus mejillas, cuando sintió el frió y duro metal asentarse tras su cabeza:

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-

No te muevas.

Cirilo alzó las manos y un hombre se puso en su delante. Lo reconoció rápidamente, era el mayor de la policía.

***

A pesar del humo que era causado por las bombas lacrimógenas, Pedro Chaupe, el hermano menor de Cirilo, vio que su hermano era conducido hacia un helicóptero, tenía la cara moreteada y cojeaba al caminar. Un hombre de verde le obligaba a entrar. Entra, comunista de mierda – le dijo el mayor de la policía, dándole un empujón, que lo hizo caer de bruces contra el piso del vehículo. Pedro corrió gritando tras su hermano, pero fue acribillado en el camino. Muchos se dieron cuenta de eso y se lanzaron sobre la multitud de policías. Una mujer se encargó de recoger el cuerpo de Pedro.

Cirilo y el mayor estaban en el helicóptero cuando vieron venir la masa de gente. El vehículo había empezado a elevarse y Cirilo, al ver que el piloto sólo se limitaba al manejo de la máquina, se abalanzó sobre el cuerpo del mayor e hizo que éste cayera. Al verlo en el suelo, la gente se le fue encima. Desde lo alto, Cirilo fue testigo de una alegría inembargable. Los campesinos superaban en cantidad a los militares. Sabía que ganarían. “Si

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fuéramos capaces de unirnos, qué hermoso y cercano sería el futuro 1” pensó.

***

Cirilo miraba la capital desde lo alto del helicóptero, unos edificios inmensos y carros que circulaban a lo largo de una ciudad que era empañada por el humo negro y contaminante que hacía de Lima un lugar triste, ese lugar al que fue invitado desde mucho antes para que pueda estudiar y que nunca aceptó por amor a su pueblo. Ahora la contemplaba mientras descendía de su cielo húmedo y asfixiante, tal vez para quedarse ahí para siempre. Poco antes de ser llevado a la sala penal, los medios de comunicación informaban que campesinos se habían rebelado en la sierra norte del Perú, que eran terroristas y que ya habían capturado a su líder: el camarada Cirilo, quien además de habérsele incautado armas y material explosivo, era responsable de la muerte de veinticinco policías y diez campesinos. Fue condenado a prisión, pero más se sentía condenado a la contrariedad de la vida.

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Ernesto Rafael Guevara de la Serna (Che)

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Un domingo, desde el pequeño televisor de su celda, escuchó la misa en homenaje a los héroes caídos. Roguemos a Dios por el alma de nuestro compatriota: César Antonio Bazán Rodríguez, Mayor de la Policía Nacional del Perú – hablaba el Cardenal – que dando su vida al servicio de la patria, ha dejado de existir. También roguemos por el alma de los veinticuatro policías masacrados de una manera tan cruel, que han dejado a su familia con un gran vacío y dolor, pero a la vez con un gran orgullo porque han cumplido una misión que debe ser admirada. Vio que en la primera fila el Presidente de la República oía la misa con aparente melancolía y dolor. “A veces la educación nos vuelve hipócritas”, pensó. Horas más tarde interrumpieron la señal para anunciar que el Mayor, César Antonio Bazán Rodríguez, sería declarado héroe nacional.

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Cirilo recibió una carta de Carlos. Cirilo, déjame decirte que me siento muy mal al haber estado con ellos el día del conflicto, siento que he traicionado a mi patria, a mi pueblo y a un gran amigo que eres tú. En estos momentos tal vez estaría muerto, pero entre los que me capturaron encontré a varios conocidos míos y gracias a ellos estoy vivo y puedo escribirte estas palabras. Luego luché junto con ustedes y pudimos ganar. He dejado la policía para dedicarme a

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ayudar al pueblo que tú tanto amas, así como tú lo hacías. Gracias a ti no nos quitarán nuestras tierras. Se han ido Cirilo, se han ido... No sé si sabrás que costó el sacrificio de tu hermano y aún no se sabe cuántos más serán los fallecidos. Habrás escuchado que son sólo diez los campesinos fallecidos, pero todos los días se encuentran cuerpos que fueron torturados y asesinados a sangre fría a manos de la policía. No tenemos la cifra exacta, pero hasta ahora ya van más de mil. Pudimos escuchar los cargos que se te imputan, y lamentamos que toda la información haya sido tergiversada. Se te extraña. Esperamos regreses pronto. Carlos. ¡Honor y gloria a los héroes del pueblo! – dijo Cirilo, en voz baja. Dobló la hoja y la guardó dentro de un libro.

Cajamarca, mayo de 2010

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AL CERRAR LOS OJOS Eres la única persona del mundo que siempre está de forma incondicional. Si te rechazo, me perdonas. Si me equivoco, me acoges. Si los demás no pueden conmigo, me abres una puerta. Si estoy feliz, celebras conmigo. Si estoy triste, no sonríes hasta que me hagas reír. Eres mi amiga incondicional. (Frases célebres)

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Beatriz es una mujer de mediana edad. Usa sombrero, un par de polleras y calza ojotas. Su rostro es arrugado por los golpes que ha sufrido en la vida y deja notar en sus ojos la amargura que no puede liberar y un sufrimiento que le consume. Ella siente que Dios la ha abandonado, que se ha olvidado de ella, pero a pesar de todo, tiene fe en Él y ha decidido amarlo con todas sus fuerzas. “Dios tarda pero no olvida”, trata de convencerse. “Algún día tendré lo que nunca pude”. Desde muy niña trabajó para la hacienda de su padre y por ser hija “ilegítima”, fue obligada a ser la empleada del hogar. “Si Ramón Castilla liberó a los esclavos ¿por qué sigo trabajando como una esclava?” – se decía. Gracias a Dios el gobierno del General Velasco acabó con estos hechos infames al dar la Ley de Reforma Agraria y acabar con las haciendas que sólo dejaba notar al Perú como un país explotado y para nada civilizado. Poco a poco fue liberándose de los trabajos forzados a los que era sometida por su padre y pudo lograr una vida más tranquila. Logró tener un enamorado en quien confió ciegamente, pero ahora él ya no está. Beatriz es madre soltera. Juan, el hombre a quien le entregó todo su amor, la abandonó apenas supo que estaba embarazada: -

O abortas, o resuelves sola tu problema.

-

Pero Juan, no es sólo mi problema. Los dos…

Tú sabes que yo no tengo de dónde para mantener – interpuso Juan –, además soy muy joven para tener hijos. Pero ya está hecho, Juan. Eso lo hubieras pensado antes, cuando te dije que debemos cuidarnos. ¿Sabes qué? ¡Vete al diablo! Si vas a tener a tu hijo, no cuentes conmigo para nada.

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No me abandones, Juan. Yo te quiero – decía Beatriz mientras intentaba darle un abrazo. Las lágrimas iban brotando de sus ojos. Qué bueno hubiera sido si nunca te hubiese conocido – respondió Juan, apartándose. A Juan no se lo ha vuelto a ver desde entonces, pero dicen que se encuentra detenido, que otra mujer lo denunció por alimentos y que ya está preso, desde hace un buen tiempo.

***

Beatriz vivió un tiempo con su madre. Fue la mayor de cuatro hermanos a quienes desde muy pequeños apoyó y sacó adelante. Lavaba ropa, limpiaba pisos y gracias a este sacrificio, logró hacer profesionales a todos sus hermanos. Ahora ellos viven con sus esposas y sólo la visitan cuando están en problemas o necesitan dinero. En cierta ocasión, cuando trabajaba de empleada doméstica, la acusaron de haber hurtado unas joyas de la señora Hart – a quien todos conocían como “la gringa” por tener el pelo característico de los extranjeros – quien la botó de su casa a patadas y sin poder objetar nada. Si abres tu boca, te jodes paisanita – Le había dicho la hija de la señora de la casa.

***

Beatriz era de una familia muy pobre y lamentablemente en su país las leyes enriquecen a los ricos de la manera más inhumana: explotando a los pobres. Ella no quiere tener envidia de que algunos tengan las mejores comodidades, carros nuevos, ropa nueva, celulares y cosas por el estilo,

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pero a veces llega a sentirla. Se pregunta: ¿Qué prefieres, que no falte qué comer o tener un carro nuevo y de lujo? Se sonríe y contenta a sí misma y agradece a Dios porque no le falta alimento – al menos no siempre –, mientras ve en la pared de un restaurante la fotografía del actual Presidente: abultado y corpulento, lleno de vida, riendo y alzando la palma de la mano – como si no existiera pobreza en su país – y el símbolo de su partido a un costado: una estrella roja, de cinco puntas y cuatro letritas blancas al centro, que no se alcanzan a ver. Ella piensa que estas cosas deben cambiar, que debe haber un bienestar común, pero detiene su pensamiento cuando escucha chillar a sus espaldas las llantas de un auto que frena súbitamente para no atropellarla, mientras que el conductor le grita: -

¡Quítate chola de mierda! ¿acaso no tienes ojos?

Vos no tendrás ojos, por eso casi me chancas –. Responde Beatriz y se da cuenta que es el alcalde de la provincia al que le grita. -

Que si no estuviese apurado te hago que…

Frena nuevamente al darse cuenta que está a punto de chocar contra un poste. -

Mierda – dice para sí, el alcalde.

Ella no sabe qué sentir cuando ve estas cosas, el alcalde siempre borracho y en el carro del Municipio, los policías jugando casino en el puesto y sin nadie a quién poder reclamar.

***

Beatriz decide tener a su hijo y va a la iglesia a pedir a Dios que la ayude a ser fuerte y salir adelante, pero estuvo a punto de perder su embarazo cuando, al regresar, resbaló de la vereda y cayó sobre el suelo duro y pedregoso. En su pueblo no existía un hospital y tuvieron que llevarla a

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una clínica de emergencia, era de un estudiante de medicina que había dejado la carrera, no se sabe por qué razones pero era de familia adinerada. El “médico” aseguró curarla si es que pagaba la cantidad que le pedía: Son treinta soles la consulta señora – dijo el joven vestido de blanco –, luego le daré una receta que tiene que comprar en la farmacia. Doctorcito, hoy no tengo platita, lo poco que tenía lo acabo de dejar en la parroquia. Lo siento mucho señora, pero a mí me costó mucho trabajo llegar a estas alturas, los estudios son muy fuertes, especialmente en medicina. Beatriz le prometió pagar en cuanto tenga el dinero, era preferible su salud y la salud del hijo que con tanto anhelo esperaba. “Lo haré por ti mi niño, en quien pongo todas mis esperanzas e ilusiones y serás el sostén de mi vejez”, se decía para ella. Felizmente el niño logró nacer sano y con un buen peso, lo que alegró a Beatriz y agradeció a Dios por ese lindo regalo.

***

Ella siente una gran ilusión al ver jugando a su hijo por los rincones de la casa, llenando con gritos de alegría su hogar y en quien piensa que de grande le dará todo lo que ella ha deseado tener y gozar de las comodidades de las que nunca fue partícipe. Ella vive esa alegría junto a su hijo y es capaz de dar todo por él. Lo ama y deja notar su amor por él. El pequeño Germán crece, es un niño como todos los demás. Asiste a la escuela. Es último año y celebran que el próximo irá al colegio. La madre lo felicita por haber terminado esta primera etapa de su formación educativa y él se siente halagado de que así sea.

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***

Germán entró al colegio. Cambió su círculo de amigos, ahora se junta con “amigos más grandes” con los cuales se ve siempre y se va sintiendo un verdadero hombre. Se le nota un poco más rebelde. Sale casi todas las tardes y regresa de noche a cenar. Tienes que estudiar Germancito pa’ que seas algo en la vida – dice Beatriz, cogiendo un plato para servir la sopa de chochoca que había preparado –, mira que tus tíos ya son todos profesionales y ahora gozan de su dinero. Sí mamá, no te preocupes – dice él, impaciente a que le sirvan la comida para volver a salir. -

Mira que tú eres la esperanza pa’ sacar de la pobreza a la

-

Sí mamá, ya lo sé.

-

Sí pué hijito, tienes que obedecer, que es pa’ tu bien.

familia.

De pronto Germán se impacienta y pierde el control de sus palabras. -

¡Ya mamá, ya te escuché! ¿Piensas que soy sordo o qué? –

grita. Y se levanta de la mesa y va enfurecido a su habitación, como si lo que su madre le dijo, fuera algo dañoso o nocivo a su salud. Beatriz lo llama a cenar y se siente arrepentida de haberle dicho eso. Va a ver a su hijo a la habitación. -

Ven a comer Germancito, no te quedes de hambre.

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-

No quiero.

-

Ya pué hijito, discúlpame si te hice sentir mal.

me gusta. -

No quiero, además has hecho esa comida que sabes que no Pero no ha habido otra cosa pué hijito, por favor entiéndeme.

No, y ya regreso – se levanta Germán y sale golpeando fuertemente la puerta de la calle. Esa noche Beatriz se quedó esperando a que Germán llegara a dormir para que conversen. Mientras tejía una chompa, ella se puso a pensar en el por qué de la reacción de su hijo: “Debe ser por la edad”, se decía. El sueño se apoderaba de ella y Germán no volvía, hasta que no pudo más y cayó rendida a su cama.

Al día siguiente despierta preocupada, pero siente un gran alivio al ver que su hijo está tendido en la cama. Todavía tiene sueño pero tiene que dejarlo atrás y cumplir con las obligaciones de madre. Abre la puerta de su habitación y recibe un fuerte golpe de frio que envuelve su cuerpo y la hace tiritar. Va al lavadero, abre el caño y le chispean gotas de agua que son expulsadas de fuerza. Se lava la cara, se peina. Deja calentando agua para el desayuno, mientras va de prisa a comprar el pan. Germán tiene que ir al colegio. Llega a la panadería pero aún no está abierta, toca la puerta pero sale una señora molesta, que pareciera que la vida la trata mal y quiere desquitarse, o tal vez cree que ella hace un favor a la gente vendiéndoles el pan, sin darse cuenta de que si no fuera por ellos, la vida la tratara aún peor, y le dice: -

¿Por qué toca tan fuerte? ¿No ve que todavía no abrimos?

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Beatriz va rápidamente a otra panadería, que tampoco está abierta. Regresa nuevamente y por suerte encuentra a la señora amargada poniendo encima de su puerta una banderita blanca, que indica la venta del pan. -

Deme un solcito.

¿Y tanto apuro por un sol? – responde la vendedora, echando seis pequeños panes en una bolsa. Gracias madrecita – se despide Beatriz, sin esperar respuesta alguna, como es de costumbre. Beatriz se dirige muy deprisa a su casa, pero al dar vuelta la esquina se da cuenta de que su hijo la espera en la puerta con el ceño fruncido y de mal humor. -

Ya me voy.

-

Pero hijo, tu desayuno.

Ya sabes que en el colegio castigan a los que llegan tarde – y sale, sintiéndose orgulloso de que sin haber probado bocado alguno, va a estudiar como buen alumno e hijo que es – ya regreso – prosigue él, dando la espalda al hogar y al sacrificio de su madre. Beatriz ruega a Dios que derrame sus bendiciones sobre su hijo, lo ilumine y guíe en su recto camino. Luego de una hora llega Germán a su casa: -

Mamá, tengo hambre.

-

Hijo, ¿no has ido a la escuela o te has escapado?

-

Como quieres que vaya, si ni desayuno he tomado.

Pero yo te dije que tomes tu desayuno, sino que tú eres desobediente pué.

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-

Bueno, ¿me vas a dar mi desayuno o no?

Ahorita te sirvo hijo, siéntate – dice Beatriz, soplando los carbones rojizos y acomodando la olla para calentar el agua con maicena que tiene que dar a Germán. -

¿Vas a regresar al colegio? – pregunta Beatriz.

-

No, ya no. Por tu culpa llegué tarde y ya no me dejaron

entrar. Beatriz se siente culpable por lo acontecido y decide levantarse más temprano al día siguiente.

***

El tiempo va pasando, la vida se hace más dura para Beatriz. Su sombrero esconde el cabello blanquizco que empieza a aparecer. Su andar es más lento y su hijo ya es un hombre. Germán dejó los estudios desde que se dedicó al cigarro, fútbol y alcohol. Le gustaba salir en las tardes, hacer deporte, “tirar su pichanguita”, como decía él. Luego salía de noche, pero las salidas nocturnas se hicieron más seguidas y su hora de llegada era cada vez más avanzada. Pronto se convertiría en su rutina diaria, pero sumándose después de cada partido unas “agüitas” para calmar la sed. Has visto el partido de ayer – preguntaba uno de ellos, destapando una botella de cerveza, después de haber terminado la sudorosa y grosera partida de fútbol. -

Puta que ese tío se pierde un golazo.

Todos son unos huevones, a mí me deberían hacer jugar, a mí, que daría mi vida por el deporte.

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Si yo ganara el dinero que ganan esos buenos para nada, gastaría toda mi plata en chelas y cada vez que destapara una de ellas, gritaría: ¡Que viva el Perú, carajo! Por habernos dado una vida de reyes: comer, joder y dormir –. Todos estallaron en risas. Si nosotros jugáramos para la selección, estoy seguro que el Perú se va arriba – decía otro de ellos, como si lo que necesitara el país para salir de la pobreza o combatir la ignorancia y corrupción, fueran buenos futbolistas.

***

Germán se despertó muy avanzada la mañana con un fuerte dolor de cabeza por la embriaguez de la noche anterior, no tenía dinero en el bolsillo y su madre estaba preparando el almuerzo. Al darse cuenta de eso, corrió a levantar el colchón de ella, donde sabía que encontraría algún dinero y al no equivocarse, sacó cierta cantidad. Luego fue a la cocina a comer alguna fruta: -

Hijo buenos días.

-

Qué ¿no hay fruta? – contestó malhumorado.

-

Espérate un ratito, ya va a estar el almuerzo.

Era el momento preciso para que Beatriz hable con su hijo. Germán – se atrevió a decir Beatriz –, ya no tengo dinero y mis fuerzas ya no son las de antes, ya me siento cansada y no puedo hacer trabajos fuertes, por favor ayúdame con algo. Tú sólo paras en la calle y con tus amigos y casi no conversamos, sólo vienes a comer y a pedir plata, necesito que me ayudes, por favor hijo. ¡Tú eres la que no me comprende a mí, mamá – gritó –, no comprendes que también necesito divertirme, tú también fuiste joven y

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seguro te gustaba divertir! Si necesitabas de un hombre que te ayude, deberías de haberme buscado un padre mejor. – Y entró a su cuarto a mirar televisión. ¡Ay este hijo! ¿Por qué será así? – y las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos, como nubes que opacan el cielo para anunciar una tormenta. Beatriz no era ajena a la realidad. Sabía que estaba perdiendo a su hijo, a ese hijo que con tantas ilusiones parió con dolor para darle todo lo que podía estar a su alcance y más, a ese hijo en quien depositó todo su amor y esperanzas y quien ahora le respondía de esa forma. “¿Por qué Dios? ¿Por qué me abandonas cuando más te necesito?, demuéstrame que existes, que Tú amas a tus hijos, y que no te gusta verlos sufrir.” Se resentía Beatriz. Gotas de rocío rodaban por sus mejillas. Los días se convertían tormentosos para ella. Sentía la soledad de su alma y el peso de su cuerpo era más fuerte al sentirse abandonada.

***

-

¡Beatriz!, ¡Beatriz! – se oían unos gritos desde afuera.

Beatriz dejó a un lado la frazada que lavaba agitadamente y corrió a abrir su puerta. ¿Qué pué pasa vecina? ¿Qué sucede? – decía Beatriz mientras se secaba las manos en su mandil. Ay Beatriz – continuó la vecina –, tu hijo estuvo tomando en la cantina de la esquina, y ahora está peleando con otro chico. Los dos tienen un cuchillo. Beatriz sintió un golpe en el pecho que la dejó inmovilizada. Su vecina la jaló del brazo y la despertó de su espasmo.

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Cuando llegó, la pelea había terminado, todos seguían tomando y los contrincantes se pasaban una cerveza como símbolo de reconciliación y amistad. -

Hijo, hijito. ¿Estás bien?

Vuelta vieja, ya te he dicho que no te metas en mis asuntos –. Respondió Germán, levantándose de su asiento y haciendo girar a su madre media vuelta –. Anda a la casa. Ya. Anda a la casa. Chau, chau. Agradece que hay alguien que se preocupa por ti, manganzón – se escuchó la voz de un peatón.

***

Germán se consiguió una enamorada, una chica que antes vivía con su madre y su padrastro pero no le gustaba llegar a su casa porque sólo vivían peleando, entonces decidió salir y divertirse. Se habían conocido en un bar cercano a su casa en donde ella había conseguido trabajo vendiendo licor, se enamoraron y pronto Germán decidió convertirla en su mujer. -

Vieja, te presento a Carmen. Ella va a ser mi mujer.

Pero hijo, con las justas nos alcanza pa’ nosotros y ya vas a traer otra persona acá a la casa. ¿Qué cosa? – dijo Germán, frunciendo el entrecejo –. Si me quieres como dices, tendrás que aceptarlo mamá, si no me voy de la casa. -

No es eso hijo, pero entiende que no alcanza pué.

Germán se puso a guardar su ropa en una bolsa.

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No te vayas hijo, no me hagas esto. Tú eres lo que más quiero en la vida, pero no te vayas hijo, por favor – estalló a llorar Beatriz, cogiéndolo del brazo y pidiéndole de rodillas que no se fuera. Lo siento mucho mamá, pero ya no te soporto más – E hizo un esfuerzo para que lo suelte –. Ya vendré a llevar el dinero que me corresponde para poder vivir. -

Por favor hijo, yo te quiero, no seas así conmigo.

-

No hay qué hablar, me voy.

Beatriz lo abrazó fuertemente con la cabeza pegada al pecho de su hijo y en un arranque de rabia, Germán le dio un empujón fuerte que hizo que su madre cayera al suelo. Además, así no quieras, me quedo con ella porque está embarazada – y salió tirando la puerta y dejando a su madre en el suelo.

¿Tu vieja es siempre así de antipática? – preguntó la enamorada. Sí, ya me tenía cansado, no quiere darme dinero, no quiere que tome y ahora no quiere que esté contigo. Pero esto se acabó – hablaban entre ellos mientras que Beatriz, tirada en el suelo, sentía que se le apagaban las fuerzas y le faltaba respiración. La noche llegaba sólo para sus ojos.

***

Germán estuvo borracho cuando le dijeron: cardiaco.

Tu madre acaba de ser internada en la clínica. Tuvo un paro

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No tardó mucho en asimilar la información. Vio la realidad de otra manera. Se levantó y fue corriendo al hospital. Encontró a su madre con suero e inyecciones. Vio su rostro pálido y su cuerpo decaído. -

Mamá, he venido a verte.

Hijo – respondió su madre con una voz débil y apagada –, yo te quiero mucho y me duele ver tu vida de esa forma. Mamá – se le cayó una lágrima –, perdóname. Nunca me había puesto en esta situación. Pero te prometo que todo va a cambiar, Dios es grande y … No hijo, ya no digas nada. Dios no se acordó de mí cuando tanto lo necesité. Tenía la esperanza de que algún día todo cambiaría, pero no fue así. Nací pobre y sufrida y de esa forma he de morir. Dios no… No digas eso mamá, tu vas a tener la felicidad que necesitas. Por favor perdóname, te prometo cambiar. Pero sus palabras eran vanas, ella había cerrado los ojos.

Cajamarca, mayo de 2010

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INSTINTOS

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Antes de morir, Luis Alberto me mandó llamar. Cuando fui a él lo encontré postrado en cama, afligido y macilento. Me dio mucha nostalgia verlo así. Entonces me contó su experiencia, me dijo que la mantenga en absoluto secreto, por lo menos hasta después de su muerte. Hoy, años después, creo que debe ser compartida. Es una historia triste, pero más que eso reflexiva. Enciendo la casetera y escucho su voz débil y temblorosa, y empiezo a imprimir sus palabras: Fue un día sábado. Algo más de la una de la mañana, cuando di el último trago a la botella de vodka y la dejo caer. Estuve mareado. Quería tener sexo. Tenía el dinero que me pagaron por mi primer mes de exhausto trabajo. Por esos días trabajaba como catedrático universitario a tiempo completo y nombrado. Con eso iba a pagar la deuda de mi hospedaje, comida e iba a mandar a mi familia una buena propina. Dos mil quinientos soles tenía en mi billetera, recién sacados del Banco. No pude con mi instinto y decidí salir a buscar. Me eché un perfume para evitar que se sienta el fuerte olor a licor que despedía mi cuerpo. Me puse una casaca de cuero porque hacía frio en la calle. Sabía que sólo debía llevar el dinero que hacía falta y el resto dejarlo; pero lo olvidé. Al llegar a la esquina donde suelen haber mujeres ofreciendo sus cuerpos, vi una silueta con formas femeninas que se acerca y me dice: - Flaco, ven, anímate.

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- ¿Cuánto cobras amiga? – pregunto. - Sólo quince soles, anímate flaco –. Me respondió con coquetería. Finalmente y, después de llegar a un acuerdo, decidimos ir al hotel, y al empezar a conocernos me di cuenta que no era una mujer, que tenía un sexo largo y dormido, pero en mi embriaguez sólo necesitaba desfogar y sentirme relajado. Entonces nuestros sexos copularon. - Ya flaco, vamos ya – me dijo de pronto. - Espera, aún no termino. - Ya, vamos a tu cuarto mejor – me apuró. - ¿En serio? - En serio pues amor. - Pero… ¿no me cobras nada más? - No amor, me has gustado. Y nos vestimos apresuradamente. - ¿Dónde te espero? – le pregunté. - Espérame en la esquina, ahorita voy. Salí, la esperé y empecé a sentirme cansado. Pensé que era mejor ir a dormir.

Sonó el despertador. Desperté con un fuerte dolor de cabeza. Todavía en mi cama reviví entre sueños la noche anterior. Fue entonces

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cuando recordé mi billetera. Me levanté bruscamente y la revisé. Estaba vacía, el travesti me había robado. Me lavé la cara, me desesperé, no sabía cómo iba a pagar mis gastos, me lamenté por el dinero que había perdido y que con tanto esfuerzo lo conseguí. Reflexioné por lo que había pasado. “Lo importante es que estoy bien” – me consolé. Le doy pause a la casetera, hoy recuerdo a mi amigo verlo llorar nuevamente, apenas me cogió del brazo. Su respiración se hacía más ligera y el sudor empezaba a caer de su rostro. Lo que me dijo a continuación me destrozó el alma, sobre todo por la forma cómo me lo dijo:

***

Esa noche fue inolvidable para mí y siempre la recuerdo. Si no hubiera sido por esa noche, hoy sería un hombre feliz. Podría seguir realizando los sueños que tenía en mi mente y seguir soñando aún más. Hubiera podido festejar, con mi familia y mis amigos – que ahora ya no están – muchas fiestas y cumpleaños más. Tuviera una linda pareja con quien me hubiese casado y cargar al niño que tanto anhelé. Hoy estoy en una cama. El suero entra en mis venas y la aguja salta de mis brazos, tiene miedo ser contagiada. Soy alimentado con sondas y me muevo con dificultad. No tengo amigos, ni familia. No tengo pareja ni hijos, y sé que tampoco los tendré. He frustrado mi vida, la ilusión de mi familia y me he defraudado a mí mismo. Siento que todos se avergüenzan de mí. A veces pienso que estoy sano, que nada de esto pasó, que por suerte no me contagié; pero al

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verme atado en esta cama, acepto mi realidad. Cuando estaba vivo, no le encontré sentido a mi vida; ahora que estoy muerto en vida, quiero seguir viviendo. Quiero ser feliz y aprovechar los mejores momentos con los que más quiero. Sólo espero dormir. Dormir y no volver a despertar. Apago la casetera y lo recuerdo: Él, bañado en sudor y en lágrimas, cerró sus ojos y soltó mi brazo. El SIDA lo consumía.

Cajamarca, mayo de 2010

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ENTRE VIDA Y PROTESTA A mi amigo, don Eduardo Silva Velezmoro.

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El bullicio no cesaba. Desde una habitación del hospital, escuchaba la manifestación de la multitud que protestaba contra la minería, la contaminación, la prostitución, entre otras cosas. Me asomé a la ventana: hombres y mujeres de todas partes habían venido a la ciudad a reclamar, y con justo derecho. Ya no se podía soportar más. Desde que la mina llegó a este pueblo, las tierras ya no producían igual que antes, las cosechas eran menores. Las enfermedades respiratorias se dejaban notar cada vez más en los hospitales. Mujeres

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vendiendo sus cuerpos esperaban en las noches a hombres solitarios, dispuestos a tener un rato de placer o a borrachines que salían de las cantinas en busca de sexo. La delincuencia había aumentado. Cada baile, fiesta o serenata, casi siempre terminaba en balacera. Ya no era el pueblo tranquilo de antes, donde los mozuelos enamorados daban serenata a las pretenciosas mujeres, para luego regresar a sus casas despreocupados de todo, salvo del amor de la bella muchacha. Eran otros tiempos… -

¿Qué sucede? – preguntó mi hermano, súbitamente.

-

La gente está protestando contra la minería.

-

Ah – me respondió, y se volvió a quedar dormido.

Recuerdo ese día que estábamos en casa, en el día de su cumpleaños. Víctor se notaba en buen estado de salud que hasta bailó con mi prima Carolina. Ambos zapatearon a son de huaynos y carnavales y es más, nos tomamos algunas cervezas. Mi madre se sentía feliz al lado de sus dos hijos. Víctor y yo la hicimos bailar hasta más no poder, se divirtió mucho. Mi padre estaba de viaje en la costa, cumpliendo con su trabajo. A la mañana siguiente cuando ya todos estábamos de pie, Víctor me llamó, me dijo que se sentía mal, le dolía el costado del estómago. Le dije que habría que ir al hospital, que puede ser algo peligroso. Me dijo que no, que debe ser el malestar de la noche anterior, pero se le notaba pálido. El resto del día estuvo en cama. En la noche me dijo que el dolor le seguía aumentando, pero por más que le insistía, no quería ir al médico. Empeoró rápidamente. Lo llevamos al hospital, casi no podía caminar. No había nadie, sólo un doctor para emergencia. Le consultamos y dijo que no podía atenderlo, que a él sólo le competían pacientes con mayor gravedad, y nos cerró la puerta. Esto no me pareció bien y reclamé

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ante la dirección. El director le llamó la atención y por fin nos atendió. Le aplastó la espalda preguntándole si le dolía, mi hermano dijo que sí. El doctor dijo que era un problema de riñones y que debía guardar reposo. Le dio unas cuantas pastillas. Regresamos a la casa, tomó las pastillas y se quedó dormido. En la madrugada me despertó diciendo que estaba botando sangre. Lo llevamos de emergencia al hospital. El médico de turno era el director… Emilio, puedes traerme un poco de agua. Tengo sed – me dijo, interrumpiendo mis recuerdos. Claro que sí, hermano – respondí, y vacié en un vaso el agua del termo. Ahí mismo lo habían internado. Tenía peritonitis. El médico me lo había dicho hacía un momento: Tienen que evacuarlo al Hospital Regional lo más pronto posible, mientras más se demore, su vida correrá más riesgo – me había dicho. Vivíamos en provincia. El Hospital Regional estaba a cuatro horas de ahí en ómnibus. No había más remedio que acudir en la ambulancia del propio hospital, eso estábamos esperando, que llegue el médico para que lo atienda en el camino. Entró mi madre. Dicen que el doctor está demorando por eso de la protesta, los carros no pueden avanzar. Nos queda esperar. Igual, tampoco hay salida de ómnibus, la gente ha bloqueado todas las calles – le respondí fingiendo tranquilidad,

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pues no se puede estar tranquilo sabiendo que corre riesgo la vida de un hermano, pero había que mantener la calma. Mi madre le cogió la mano, le preguntó cómo se sentía, mi hermano le respondió que un poco tranquilo. Entró la enfermera. El doctor acaba de llegar, uno de ustedes tiene que ir acompañando al paciente en la ambulancia – dijo, mientras lo levantaba cuidadosamente de la cama. -

Iré yo, madre – me adelanté a decir.

Cuando estábamos afuera, subiendo a mi hermano al vehículo, un amigo mío llegó para ayudarnos. Mi madre nos dio su bendición, y nos dijo que ella estaría con nosotros mañana a más tardar. Compraría hoy su pasaje y avisaría a mi padre. Ambos se lo agradecimos. La ambulancia echó a andar, pero fue poco su avance. Mientras más se alejaba de la ciudad, había más cantidad de gente. La carretera estaba bloqueada. Los manifestantes protestaban, quemaban llantas. Unas piedras enormes nos impedían el paso. La ambulancia hizo sonar la sirena para anunciar la emergencia. Los protestantes tiraban piedras, nos gritaban que éramos servidores del gobierno, que el hospital no servía para nada, que nunca atendían como debería de ser. Ya no se pudo avanzar más, el carro se estacionó. Mi hermano empezó a gemir, lo veía desgarrarse de dolor, sus lágrimas contagiosas me pedían que baje de la ambulancia para hablar con alguno de los manifestantes. Así lo hice. Les dije que esa no era una manera de protestar. Traté de decirles lo que sucedía, les expliqué que si no nos dejaban pasar, mi hermano

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moriría. Me dijeron que si de muertos se trataba, más muertos iban a haber si es que el gobierno no los escuchaba. Me dijeron que los acompañe a luchar junto a ellos, que ellos no iban a dar ni un paso atrás, que lo que pedían era algo justo, por el bien de todos… Tal vez tenían razón ¿o verdaderamente la tenían? Dejé de oírlos, en ese momento sólo pensaba en mi hermano. Quería sacar a Víctor y llevarlo en mis brazos hasta su destino. Corrí a la ambulancia. Entré, lo vi tendido. Me acerqué. Su mirada era fija, vacía, inerte. Le cogí la mano. Ya estaba un poco fría. Lloré.

Cajamarca, julio de 2011

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LECCIÓN DE VIDA “Si sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo del oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que cae del rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el sueño de los desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño de una tierra prometida, entonces […] habrás vivido la solidaridad esencial” (Ernesto “Che” Guevara)

A don Carlos Gamboa Velásquez.

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Llévame contigo – me dijo aquél anciano, mientras sus lágrimas caían de sus moribundos ojos –, ayúdame a escapar, no quiero seguir aquí. Por favor, ayúdame, te lo suplico. El corazón se me partía al verlo llorar como un niño y tener que rechazarlo. Al salir, fue peor que salir de una cárcel. Maldije esta sociedad, esta vida. Renegué de Dios, de los hombres. Me juré nunca más volver. - Gracias – le dije a la monjita que me recibió al llegar.

***

Aquella mañana no tuvimos clase. Esperamos al profesor poco más de media hora, luego decidimos retirarnos. Al regresar, pasamos frente al asilo de ancianos y una compañera comentó: -

Qué triste será vivir aquí.

Fue entonces cuando me interesé en escribir esta historia.

Por la tarde visité el asilo. Unas monjitas me recibieron en la puerta. Tenían a un gigantesco Jesucristo en la entrada. Me preguntaron si es que tenía algún familiar allí. Les respondí que no, que sólo iba de visita. Lo que quería era conocer y escribir acerca de aquella realidad, tan oculta para nosotros que vivimos en el mundo exterior.

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En el bolso de mi casaca llevaba una pequeña libreta y un lapicero, para tomar algunos apuntes. Luego de preguntar mis datos y cuál era el motivo de mi visita, por fin me dejaron entrar. interior.

Pase – me dijeron, abriendo una segunda puerta que daba al

Al entrar, el viento me golpeó la cara y mi cuerpo se estremeció de frío. Un fulguroso jardín de rosas y margaritas me daba la bienvenida. Ancianas inmóviles sentadas en sillones pegados a la pared, recibían el escaso calor solar. Al sentir mi presencia, salieron de su espasmo. Algunas me miraban con cierta extrañeza, otras con cierta esperanza. Una de ellas me alzó su arrugada mano, haciendo señas para que vaya con ella. Me acerqué. Cuánto tiempo sin verte – me dijo, jalándome del brazo. – ¿Por qué demoraste tanto? -

¿Usted me conoce? – pregunté sorprendido.

-

Pero claro, si tú fuiste quien me trajo aquí.

-

No señora, usted me está confundiendo con otra persona.

-

¿Cómo que no eres tú? Tú eres César, mi hijo.

No señora, usted me confunde. Mi nombre es Ernesto, y es la primera vez que vengo de visita por este lugar. ¿Ernesto? No, tú no eres Ernesto, tú eres mi hijo César. ¿Recuerdas que me dijiste que te espere aquí un momento, que vas a una reunión y luego regresas por mí? ¿Por qué demoraste tanto, hijo? – decía

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mirándome a los ojos y jalándome cada vez más fuerte. Sus lágrimas empezaban a brotar. Yo no soy su hijo, señora – respondí, tratando de soltarme de sus manos –. De verdad, no lo soy – le dije y me alejé. No me dejes sola de nuevo, César, por favor. No te vayas otra vez – escuchaba su llanto a mis espaldas. Esa primera impresión me llenó de angustia. Empecé a arrepentirme de haber entrado a aquél lugar. Preferí no saber nada, salir en ese preciso momento y dejar todo así como estaba… Pero no había que huir de la realidad, al contrario, pensé que primero habría que conocerla. Caminé unos metros más adelante, una viejecita dormía. A su costado, con los ojos cerrados, otra de ellas trataba de entonar muy despacio una canción. Apenas se la oía. Continué mi rumbo. Una ancianita quieta me miró al pasar. Buenas tardes – ofrecí mi saludo para entablar conversación, pero ésta no respondió. Cerró sus cansados ojos y me ignoró. Quedé parado frente a ella. ¿En qué estaría pensando aquella mujer solitaria? Esa es así. Nunca conversa, parece que ya hasta se le ha endurado la lengua – escuché la voz ronca y cansada de una señora. Al buscar con la mirada de dónde provenía esa voz, descubrí a una mujer de tez blanca, ojos celestes y cabello canoso, algo alborotado por el viento. Se hamaqueaba en su sillón. Inspiraba confianza. Me acerqué hacia ella. -

Buenas tardes, señora.

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-

Señorita – corrigió.

-

Perdón señorita – le dije, y me regaló una sonrisa.

A pesar de su avanzada edad, esa mujer se veía lúcida, animada, sonriente. Sus rasgos físicos no estaban acorde con su juventud interior. -

¿Qué te pasa muchacho? – interrumpió mis pensamientos.

-

Ah…, este… ¿podría acompañarla un momento?

-

Si usted gusta.

-

Sí, claro. Gracias – respondí.

Esa mujer que se mecía tranquila, me inspiraba cierta ternura. Su mirada me daba tranquilidad, paz. Hizo un gesto que invitaba a sentarme. -

¿Qué te trae por acá? – me preguntó.

Siempre paso por este lugar para ir a mi casa, pero nunca he entrado a un asilo. Hoy es la primera vez que vengo por aquí y quisiera saber cómo es. Uy muchacho – se lamentó –. Si por lo menos te lo hubieras imaginado, no hubieses venido. -

Pero ¿por qué? – pregunté.

Este es un lugar muy triste. Así como nos ves aquí sentados, así estamos todo el día, desde que amanece hasta que anochece. Muy pocas veces viene gente. Y cuando vienen, son sólo desconocidos, así como tú – dijo mirándome, y me volvió a sonreír –. Nos dan alegría un momento y luego nos dejan nuevamente solos. -

Pero usted no se ve tan mal aquí.

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¿Y qué voy a hacer muchacho? ¿Por qué voy a sentirme triste ahora? Ya no. La vida me ha enseñado tantas cosas y ahora he aprendido mucho, aunque ya no hay para qué, sólo para compartir mis experiencias. Te voy a contar… ¿Qué sería lo que aquella mujer tenía tan guardado en el fondo y deseaba compartirlo con un desconocido? Saqué mi libreta y empecé a tomar nota: Nací en medio de una familia privilegiada. Fui hija única y por eso tenía todo: dinero, educación, y sobre todo belleza. Mi padre era un político aristócrata y mi madre una mujer acomodada. Orgullo era lo que más me sobraba. Crecí como cualquier niña consentida de la alta clase. Estudié en un colegio religioso. Fui muy buena alumna, siempre sacaba los primeros puestos. Cuando era adolescente ingresé a la universidad y me conocí con un joven, él se enamoró tanto de mí que me propuso matrimonio. Era un buen hombre: inteligente, buen mozo, pero de familia humilde. Eso último me desanimó. Yo creía que merecía algo mejor y siempre lo rechazaba. Cuando me sentía sola o necesitaba de algún favor, él siempre estaba ahí, dispuesto a apoyarme; pero cuando salía de mis problemas, lo dejaba de lado, lo humillaba. Él siempre se portó como un caballero... Eso era, un caballero. Hoy sé que ya está bastante mayor y que tiene una linda familia y una esposa que lo valora. Me alegro mucho por él. Cada vez que iba soltando sus palabras, se la veía envejecer, desmayar. Su mirada se había centrado en un punto fijo, vacío. Por primera vez la vi triste. Prosiguió:

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Como mi familia tenía contacto con funcionarios, ejecutivos y personas de gran importancia en la ciudad, y dado a la belleza de la cual me había dotado la vida, nunca me fue difícil conseguir un trabajo. Empecé como administradora en una empresa, ahí me conocí con otro muchacho. Éste era un alto ejecutivo y ganaba muy buen dinero. Él era descendiente de familia extranjera, así lo manifestaba su blanco rostro cubierto por ralos cabellos amarillos y ensortijados y su apellido difícil de pronunciar. Me invitaba siempre a cenar. Varias noches salíamos a caminar, otras íbamos a fiestas, hasta que un día me manifestó los sentimientos que despertaba en él y me dijo que le gustaba. A pesar de eso, lo rechacé. Muchas veces trató de insistirme, pero yo no le correspondía, creía que algo mejor me esperaba en el futuro. Y ese futuro llegó. Por cosas del destino o quién sabe qué, un chico llegó a vivir frente a la casa. Era un chaparrito, moreno, de nariz prolongada y vestir descuidado. Siempre que salía rumbo a algún lugar lo encontraba y me decía cosas raras. Casi siempre lo encontraba por cualquier sitio. En las noches, desde mi ventana, lo veía reunirse con otros chicos de igual vestir. Ahí se reunían, ponían música y tomaban, tanto así que me llegué a acostumbrar a su presencia. Era raro el día que no lo veía y ese día lo echaba de menos. Me estaba enamorando de él. Una noche, al llegar a mi casa, lo encontré algo mareado y se me acercó y se presentó. Me dijo que se llamaba Cristian, que siempre me veía y que quería ser mi amigo. Le dije que ya. Conversamos largo rato, luego me dio un beso en la boca. Nos veíamos todos los días. A mi madre no le gustaba que me reúna con Cristian, me decía que era un vago, que nunca hacía nada. Yo me molesté, le dije que era una buena persona, que ella no lo conoce, que si lo conociera no hablaría así

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de él. Me enamoré verdaderamente. Lo veía como el hombre perfecto, el que me haría feliz por el resto de mi vida. No me importaba lo que era ni cómo era. Sólo quería estar con él siempre. Influyó mucho en mí, me cambió totalmente: me llevaba a discotecas, bailábamos y tomábamos hasta la madrugada. Me prometió de todo. Me pedía que viva con él, que nunca me abandonaría. Lo llevé a mi casa, mis padres lo conocieron, se resintieron mucho conmigo. Peleé con ellos, me fui de la casa, dispuesta a no regresar. No quería nada de ellos. Renuncié a todo lo que tenga que ver con mi familia. Con lo que recibía de sueldo alquilé una casa, algo pequeña, pero suficiente para vivir cómodamente. Al poco tiempo salí embarazada, noticia que recibí con mucha ilusión. Pero a Cristian no le pareció bien. Poco a poco su comportamiento fue cambiando, ya no era el mismo de antes: no le gustaba salir conmigo, tampoco me trataba igual y su inclinación por el licor se fue convirtiendo en adicción. Mientras los días iban pasando, su carácter fue empeorando. En las mañanas veía televisión o dormía hasta tarde y por las noches salía de casa y llegaba mareado a gritarme y pegarme. Me decían que me separe de él, que ese hombre no era bueno; pero yo sentía que lo quería y tenía la esperanza de que iba a cambiar, sólo nos faltaba comunicación. Pero las consecuencias fueron otras. Una noche llegó muy mareado, quería que le dé dinero para que se vaya a tomar. No se lo di. Se molestó mucho conmigo, me pegó en el vientre y perdí a mi hijo. Le dije que se fuera, así lo hizo. Se fue rompiendo todo e insultándome. Lamenté mucho haber dejado atrás a mi familia, mis amigos, y varios pretendientes buenos, para terminar con él. Pero ya estaba hecho…

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Sus ojos brillaban anunciando la lluvia que desbordaba su alma. Su primera lágrima cayó sobre la tierra seca y se llevó las manos al rostro. Luego se frotó la vista y sin levantar la mirada continuó: Tuve que volver al hogar de mis padres. Me recibieron de la mejor manera, me perdonaron todo. Juré nunca más estar con un hombre, creí que todos eran iguales. Me formé un mal concepto de ellos. Mientras me dedicaba al arte, al estudio, al trabajo, y otras cosas en qué distraerme, el tiempo fue pasando. Fuimos envejeciendo. Mis padres murieron dejando todo a mi nombre. Quedé sola, no tenía a nadie, y los achaques empezaban a manifestarse. No había quien me vea. Pensé que lo mejor era venir a este lugar y gracias a las pertenencias que me dejaron mis padres, pude otorgarlas al asilo a cambio del cuidado que me podían dar. Así logré entrar aquí y aquí estoy, como me ves, resignada y contándote mi vida. Por eso usted, joven, no cometa lo que yo cometí. Rechacé todas las buenas oportunidades que la vida me ofreció y me enceguecí en lo peor. No puedo culpar a nadie, la culpa es sólo mía… Terminé de escribir, puse la libreta y el lapicero sobre mi regazo. En ese momento me sentí triste, desubicado, no sabía qué decir. Su mirada vacía y acabada, descansaba sobre la nariz colorada por el llanto y hacía en mí una tristeza compartida. Pude saber cuánto dolor existía en esa mujer, cuánto conocimiento, cuánta experiencia, cuánta sabiduría. Cómo era la vida, saber tantas cosas cuando está muy pronta a abandonarnos. Es algo incomprensible… Luego, algo más calmada y cambiando de tema, me habló sobre una viejecita que estaba al frente, me dijo que le había contado que sus

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hijos la habían dejado ahí porque no había quién la cuidase y que tenían que trabajar y no tenían tiempo para ella. Era un estorbo para su familia. Me habló de muchas otras cosas y no tardó en quedarse dormida. Caminé un poco más. Vi que a una ancianita le daban de comer en la boca con una jeringa y a otra la limpiaban porque había orinado en la cama. Luego fui al pabellón de varones. Un señor de terno veía la televisión, tendría cincuenta años a lo mucho. Supe que fue ingeniero y que estaba allí porque no tenía familia. Un hombre se me acercó, me pedía limosna. Luego me dijo que le ayude a salir. Le dije que no podía hacer eso. Me rogó, sus lágrimas empezaron a brotar de sus ojos: Llévame contigo, ayúdame a escapar, no quiero seguir aquí. Por favor, ayúdame, te lo suplico – se arrodilló ante mí. El corazón se me partía al verlo llorar como un niño y tener que rechazarlo. Ya no soportaba más ver ese sufrimiento. Era otra realidad, otro mundo. Decidí abandonar el lugar. Al salir, fue peor que salir de una cárcel. Maldije esta sociedad, esta vida. Renegué de Dios, de los hombres, de ver a tanta gente condenada a cadena perpetua sin haber cometido delito alguno… -

Gracias – le dije a la monjita que me recibió al llegar.

-

No hay de qué, joven – me despidió.

Juré nunca más volver a entrar a un lugar como ese, nunca más. Supe que la vida no se acaba con la vejez, sino con el olvido.

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El calor de la ciudad me recibĂ­a nuevamente. El sol ya se ocultaba en el horizonte. La bulla de los carros era interminable. Un perro cruzĂł por la pista. Todo volvĂ­a a la normalidad.

Cajabamba, julio de 2011 - Trujillo, agosto de 2011

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ORDENANZA MUNICIPAL El ser mรกs inhumano, es el ser humano.

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Era la primera quincena de abril. Mis clases en la Universidad habían empezado hace poco más de un mes y aún estaba debiendo de mi pensión alimenticia y de cuarto-habitación. Por esas fechas mi madre trabajaba en la capital, me daba lo que podía y era necesario ayudarla económicamente. Conversando con mi amigo, me dijo que pierda la vergüenza y me incentivó al negocio, que saque a vender algún producto. Que si bien es cierto no me dejaría grandes ganancias, por lo menos tendría para completar y pagar mis deudas. Y así fue como empezó el afán y la preocupación por salir como vendedor ambulante. Toda la semana pasé pensando qué era lo que podría ser rentable para la venta y se me ocurrió salir a vender utensilios de cocina: como platos, tazas, vasos u otra cosa accesoria del mismo servicio. Me conseguiría una carretilla donde pueda exhibir sobre ella mis ofertas y esperaría a alguna ama de casa que demande por comprármelos. Ahora que tenía la idea, tendría que buscar un capital que me permita conseguir a menor precio el producto para poder revenderlo. No me quedó otra alternativa que recurrir a mi madre para agenciarme del dinero. El dinero. Ahora todo es dinero. En esta sociedad nos han impuesto para subsistir: el dinero. Para comer, para vestirse, comunicarse, y hasta para movilizarse; cuando sólo sirve para satisfacer vanidades. Es algo tan indispensable y a la vez tan innecesario. Antes no existía el dinero y la vida era más placentera que ahora. Llamé a mi madre y le expliqué mis planes, y aunque ella muy angustiadamente me recomendó no hacerlo, la convencí de que era para

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nuestro apoyo. De manera que aceptó mi propuesta: me mandaría de Lima varias docenas de platos, tazas y vasos a condición de que en cuanto recupere el capital invertido, le devuelva inmediatamente, ya que iba a hacer un préstamo a su empleadora. Y así fue, a los tres días de lo acordado, estuve recibiendo los productos en perfectas condiciones. Toda la tarde pasé limpiando el polvo y acomodándolos para salir a vender al día siguiente. Aquella mañana me levanté muy temprano. Fui a tomar un jugo como desayuno y saqué mi negocio a la calle. Una mujer que traía choclos también se puso a mi lado. Coloqué un plástico sobre la carretilla y descargué con cuidado los enseres. Mientras hacía esto, una señora se acercó y me preguntó el precio de los vasos: -

A ocho soles la media docena, señora – respondí.

-

Están bonitos – me dijo, y se fue.

El calor iba aumentando conforme avanzaba la mañana y la gente iba y venía. Algunos se me acercaban para revisar mi mercadería y otros simplemente me ignoraban. Vehículos y transeúntes alborotaban la calle, cada uno en su mundo. Hombres de terno en sus autos, mujeres vendiendo yerbas o chochos, borrachines cantando. El desorden de la vida manifestándose. Cuando de pronto ocurrió algo inesperado. Vi venir el camión de la Policía Municipal y una multitud de gente a su alrededor. No me imaginaba de qué se trataba. Me levanté de mi asiento. Un hombre me dijo que guarde mis cosas. Estaba asustado y se fue corriendo. El camión estaba a unos metros de mí, no sabía qué pasaba. Un Policía me dio un empujón, me caí. ¡Oh, no! Alzaron mi carretilla. La subieron al camión. Traté te levantarme y al hacerlo, corrí a recuperar mis cosas. Me cogí del

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vehículo y el policía que estaba en él me chancó las manos con sus botas, mientras otro me aventó al suelo. Nadie se percató de mí, todos corrían tras sus cosas. Una mujer que cargaba a su niño, corrió llorando. Se llevaban mochilas, ollas, y todo lo que encontraban a su camino. A la señora de mi costado le botaron sus choclos al suelo. Volví a incorporarme y corrí tras mis cosas. “Devuélvanmelas” grité. Es inútil muchacho – me dijo un hombre –, ellos reciben órdenes del municipio, sólo cumplen órdenes. -

Pero ¿por qué hacen esto? – pregunté.

Es que según el alcalde, nosotros no pagamos impuestos y eso perjudica al Estado. -

¿Y cómo podré recuperar mis cosas?

Las cosas son decomisadas, tienes que pagar montos elevadísimos para que te las entreguen. Pero es inútil, aparte que no te las darán, ya todas deben estar rotas – me dijo y se marchó. Me puse a pensar en lo injusto de nuestra sociedad, ¿Por qué no nos dejan trabajar? ¿Por qué nos quitan lo poco que tenemos? ¿Será porque perjudicamos al Estado, o será por complacer a los grandes empresarios? ¿Acaso no dicen las mismas leyes, la propia Constitución Política, que existe libertad de trabajo y comercio? ¿Esa ley es para todos? ¿Por qué es tan diferente la realidad? Pues tal vez las leyes no son para todos, sino para algunos. Tal vez al Estado más le preocupa la economía, que la persona. Y aunque nosotros también movemos la economía, entonces, tal vez le interese más la empresa, el gran capital. Una niñita de cara pispada, con llanques y un pequeño sombrero en la cabeza me miraba llorando. Se cogía las manos y miraba el camión municipal…

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Cajamarca, 20 de abril de 2012

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