RELATO ESCRITO GANADOR

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AQUEL VIAJE EN LA SELVA Fernando Daffos Peña

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ranscurría el año 1976 y mi centro de labor estaba en Operaciones Selva (OPS). Nuestro Jefe de Relaciones Industriales de entonces, era don Félix Seminario, un profesional muy respetado, cordial y conocedor de la actividad laboral de Petroperú. Un día nos llamó a su oficina y fuimos con mi buen amigo César Zuazo. Nos encargó atender la visita de nuestros compañeros de labores de la Oficina Principal, Carlos Salinas, de Capacitación, y Jaime Chauca, de Comunicaciones. Estarían en nuestra Operación aproximadamente una semana, para dictar una charla sobre la Unidad de Instrucción que recién se había creado. Era necesaria la difusión entre el personal, por lo que debíamos acompañarlos a todos los lugares de Operación Selva. Con César los recibimos en el Aeropuerto “Francisco Secada” y les dimos la bienvenida. Era la primera vez que visitaban la siempre pintoresca y sugestiva ciudad de Iquitos. Los conducimos a la Gerencia de Operaciones para el saludo protocolar al entonces Gerente, don José Sessarego Calderón. Después nos dirigimos donde nuestro jefe de Relaciones Industriales para el saludo, así como para desarrollar una reunión y definir el programa de trabajo que debíamos ejecutar. Luego de la charla en la ciudad la idea era continuar en la entonces refinería Luis F. Díaz y, posteriormente, visitar también los campamentos de Trompeteros, Capirona, Pavayacu y Yanayacu.

El viaje a la refinería, si bien duraba unos 20 minutos de ida y otros 30 de regreso, siempre era muy entretenido, aunque también algo me inquietaba. Subimos a un deslizador y empezamos a surcar el asombroso y caudaloso Río Amazonas que por esa época uno se podía 2


deleitar contemplándolo desde el malecón de Iquitos. Para mí, lo perturbador del viaje estaba en navegar en ese pequeño deslizador. Me ponía en alerta cada vez que, durante el trayecto, nos encontrábamos con grandes navíos que formaban incómodos oleajes y el deslizador se zarandeaba tanto que daba la impresión de zozobrar. Parecía que se iba a hundir. Eso me inquietaba mucho, pues no sabía nadar.

Pero, más allá de esa preocupación, lo entretenido estaba en admirar el bello paisaje selvático y escuchar el canto de las aves típicas que se posan en inmensos árboles con atractivo verdor, muy peculiar, por la variedad de tonalidades que tienen. Realmente, todo eso hacía más ameno y placentero el viaje. Divertido y curioso era también contemplar los famosos “peque peques”, aquellas frágiles embarcaciones propias de nuestra selva, que se desplazan impulsadas por pequeños motores fuera de borda. Era increíble verlas desafiar al imponente río Amazonas, cargadas de gente y productos agrícolas. Eso me motivaba imaginar que pudiera aparecer por ahí la famosa y gigantesca Anaconda, toda una leyenda en esa atractiva región de nuestro país. Pensaba también en las agresivas pirañas, aquellos peces carnívoros que habitan en agua dulce. “Si caes al río solo podrían rescatar tus huesos”, nos decían en broma amigos, nativos del lugar.

Después de haber visitado la refinería Luis F. Díaz, nuestro próximo destino eran los campamentos ubicados en pleno corazón de la selva, donde se realizaban las tareas de perforación en búsqueda de petróleo. Para viajar a esos lugares, nos dirigimos al embarcadero de la Fuerza Aérea del Perú, con el propósito de tomar un hidroavión. Nos pusieron a 3


disposición un Twin Otter, pequeño hidroavión que sólo poseía dos motores. Nos trasladaría hasta Trompeteros que, prácticamente, era el centro de distribución de los vuelos hacia los otros campamentos. Ese hidroavión no se veía mal; sin embargo, después de recorrer un buen tramo del río, no pudo elevarse debido a una falla mecánica. El piloto, algo incómodo, se disculpó con nosotros y nos dijo que debíamos tomar otro hidroavión. Nos indicó el lugar y hacia allá nos dirigimos.

Con César nos miramos preocupados pues por aquellos tiempos se hablaba mucho de accidentes aéreos, precisamente, por fallas mecánicas. Esto, por cierto, no lo comentamos con nuestros visitantes, para no alarmarlos. Al llegar al sitio que nos indicó el piloto fue una decepción ver que el otro era más pequeño aún, aunque suficiente para nosotros pues su capacidad era para seis pasajeros. Sólo tenía una hélice; es decir, un sólo motor y, lo peor de todo, se le notaba bastante añejo, algo maltratado, tal vez por un intenso recorrido.

Si el Twin Otter que se veía mejor no pudo volar por fallas mecánicas, con esta máquina podría ser muy complicado, reflexionamos. Nos invadieron las dudas, tanto así que estuvimos a punto de desistir del viaje. Nos sentíamos entre la espada y la pared porque sabíamos que ir hasta los campamentos era urgente para cumplir el programa, y no queríamos que el tiempo nos gane. Con César comprendimos que no quedaba otra alternativa, que había que seguir adelante.

El viaje duraría cerca de cincuenta minutos y, la verdad, a nuestro entender, ese hidroavión no ofrecía seguridad; por ello, nuestra preocupación aumentaba. Hasta que llegó el piloto y nos dio toda una exposición sobre esa nave. Nos animó. Nos aseguró que todo iría bien, 4


que no habría problemas, que no nos preocupemos. No obstante, le expusimos nuestras inquietudes y, a la vez, le gastamos algunas bromas algo pesadas.

-. Nos dices que todo irá bien, pero si esta nave es una chatarra. Cómo vamos a viajar en esto. Parece de la primera guerra mundial, jajaja. Este hidroavión es un riesgo ¿no lo crees amigo? -. No se preocupen –respondió el piloto- Ustedes no conocen bien esta nave. Es el “Pilatos” un avión más seguro que el Twin Otter.

-. ¡Cómo va a ser, si se ve destartalado, da miedo! jajaja. -. Tienen que confiar en lo que les digo, no se preocupen. Les repito que es muy seguro. Si se presentara algún problema con el motor, estando allá arriba, puede “planear”; a diferencia del Twin Otter. Puede mantenerse en el aire, sin caer, lo aseguro.

-. ¿Planear? qué difícil es creer en eso, parece cuento chino, jajaja...Ojalá no ocurra nada. Además, no tenemos alternativa. Confiaremos en ti, iremos en este fierro viejo, jajaja - Ustedes, los de Petroperú, siempre viajan al campo con nosotros. En algún momento lo comprobarán y me darán la razón, jajaja.

-. Bueno, vamos nomás, total a mi mujer le he dejado un cheque en blanco -comenté y reí algo nervioso.

Subimos al hidroavión y empezó a desplazarse por el río hasta levantar vuelo. Advertí que el piloto dirigía la nave en forma casi directa hacia arriba, a diferencia de otros vuelos. Subía y subía, y pensé que tal vez había notado que se avecinaba una fuerte tormenta y como sería 5


dificultoso para ese pequeño hidroavión, intentaría pasarla por encima, como en otras ocasiones. Pero cuando vi por la ventanilla, noté que afuera el clima estaba normal.

De un momento a otro, y ya cuando estábamos a unos ocho mil pies de altura, vimos que la hélice se detuvo y el motor se apagó. Nos miramos asustados. Hubo un silencio sepulcral. La nave subía y bajaba en forma lenta. Advertíamos que su ritmo del vuelo era algo irregular, pero se mantenía en el aire. Estábamos muy desconcertados. El piloto lo notó y confirmó que el “Pilatos” estaba, efectivamente, planeando.

Con el corazón casi en la mano pensé que si se presentaba un viento muy intenso como los que normalmente traían las tormentas eléctricas, no la contábamos. César, quien precisamente no es muy amigo de los aviones, era el más inquieto de nosotros. Con su característico tono de voz fuerte, llamó la atención al piloto: “¡Ya, ya, ya…dale arranque al motor!”, le dijo. El piloto asentó con la cabeza y nos aseguró que daría arranque al motor. Sin embargo, pasaban los minutos y todo seguía igual. En ese instante, los nervios ya querían traicionarnos. Mirábamos con desconfianza la hélice esperando que empiece a girar, y también estábamos pendientes del sonido del motor. Nos angustiaba ver la hélice detenida y que el motor siga en silencio, sin señales de funcionamiento ¿Y si no arranca? El pánico ya estaba a punto de apoderarse de nosotros, aunque nos esforzábamos por mantener la calma.

De pronto observamos que la hélice, poco a poco, empezaba a moverse y volvimos a escuchar el repique del motor. El alma nos volvió al cuerpo. 6


Habían sido largos los minutos de espera; sin embargo, el piloto mantenía un silencio reflexivo, tal vez esperaba que le demos la razón, lo cual no ocurrió. Nosotros también estábamos callados. Y pensar que todo había partido de una tonta broma.

Proseguimos nuestro viaje tratando de olvidar ese momento de tensión y, para relajarnos, nos pusimos a observar desde arriba la inmensidad y hermosura de la vegetación de la selva. Por momentos, notábamos también el brillo del sol en su contacto con los aguajales o zonas pantanosas.

Después de varios minutos de vuelo, por fin divisamos el río Corrientes y el embarcadero de Petroperú. Habíamos llegado a Trompeteros, que era nuestro primer destino y nos sentimos muy aliviados. Pero un tema aparte era también salir del hidroavión, sobre todo cuando el río no estaba muy quieto, como aquella vez. Había que acomodarse y desplazarse por los pontones que la nave tiene para deslizarse por el río. Con algo de equilibrio logramos pasar hacia el embarcadero. Reímos y, nuevamente, bromeamos. Decidimos olvidar esa aventura vivida a bordo del “Pilatos” y nos abocamos de lleno a sacar adelante el programa de difusión. Nos instalamos en el campamento de Trompeteros y, luego, antes de dictar la charla nos reunimos para realizar entre nosotros un sorteo y definir quien debía ir, como avanzada, hacia Capirona para anunciar y organizar allí la exposición, que se efectuaría al día siguiente. El “ganador” resultó César Zuazo y, muy a su pesar, tuvo que acatar su destino.

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Después, los cuatro nos reuniríamos en Capirona y, luego de la charla nos iríamos juntos hacia Pavayacu y Yanayacu. De pronto, llegó el coordinador de vuelos y nos dijo que había un Twin Otter que estaba a punto de enrumbar a Capirona, entonces César se embarcó. Con Carlos y Jaime, nos quedamos observando su vuelo. Notamos que el río Corrientes traía mucha palizada. Divisábamos troncos de regular tamaño, pero no le dimos importancia.

El Twin Otter empezó a desplazarse por el río Corrientes y veíamos que rozaba con la palizada y se bamboleaba. No podía alzar vuelo. El piloto lo intentaba una y otra vez, y nada. Nos miramos y pensamos cómo estaría César dentro del hidroavión. Definitivamente, no era su mejor día. De pronto vimos que, después de tanto intento, por fin el hidroavión empezó a elevarse pero, de inmediato, cayó bruscamente al río. Nos asustamos y pensamos lo peor. Por fortuna, el piloto logró controlarlo haciendo una dramática, pero estupenda maniobra. Creímos que después de ese incidente se postergaría el vuelo y la nave regresaría al embarcadero, pero no fue así. El piloto, terco, insistió hasta que pudo elevarse y logró continuar el viaje ¡Puff! –murmuramos- ojalá que todo le vaya bien al chato.

Pero en Trompeteros todavía no salíamos de nuestro asombro y seguíamos comentando ese mal momento que vivió César. Al término de la charla fuimos de inmediato a la cabina de radio –por entonces, era la única forma de comunicación en el campo y, mayormente, con poca eficiencia- Con las justas pudimos conversar brevemente con César y nos enteramos que, menos mal, había llegado bien, aunque muy asustado. Cuando nos encontramos en Capirona, le gastamos muchas bromas y, a la vez, le dimos ánimo para que olvide lo ocurrido y continúe 8


con nosotros el programa en los campamentos de Pavayacu y Yanayacu.

En algunas ocasiones cuando nos reunimos con amigos, con César evocamos esa singular aventura que ahora solo es un recuerdo. Es una anécdota que guardaremos siempre. Es una de las tantas experiencias que nos tocó vivir durante nuestra labor por la hermosa selva de nuestro país.

Aquella, era la época de la participación de Petroperú en la producción del petróleo donde el sonido inigualable de la perforación, con tuberías y brocas, retumbaba el silencio y sacudía la soledad de la selva. Quedan muchos recuerdos como los grandes castillos de perforación que se alzaban sobre enormes plataforma, venciendo lo inhóspito del terreno. También aquel sonido característico de los helicópteros que trasladaban la tubería desde la Sub Base hasta los pozos. Se trabajaba día y noche perforando la tierra con la ilusión de encontrar el preciado oro negro.

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