El pez salió del mar.
Se arrastró por las rocas, una bahía de agua estancada, agua que demora en volver al mar.
Protegiéndose de los picotazos de las gaviotas, de las picaduras de las moscas, de las vértebras puntiagudas escondidas entre la arena. Se arrastró por las piedras, las escamas muertas de sus pescados queridos endurecieron sus aletas. Hasta poder apoyarlas. Volvía a pisar tierra firme después de ¿siglos? ¿centauros? ¿billenas? Sintió la arena húmeda entre las escamas y supo que había llegado a un nuevo lugar.