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I. La voluntad de verdad ................................ Pág
I. La voLuntad de verdad
Se hallan muy lejos de ser espíritus libres: pues creen todavía en la verdad.
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Nietzsche, La genealogía de la moral.
Cuando pensamos la autoridad, nos adentramos también en otros ámbitos coextensivos a esta; en la estrecha cercanía se mueve el poder y, por tanto, la sociedad y la política. La forma en que entendamos su fuerza dependerá, no solo de la perspectiva analítica que adopte cada cual, sino también de nuestras propias pretensiones y experiencias personales.
Una de estas pretensiones, quizás la más peligrosa, consistiría en la voluntad de verdad: localizar lo verídico de la fuerza en desarrollo de la autoridad, que según ciertos discursos de pretensiones científicas -que aquí comentaremos- acaba autoencarcelando a los individuos en una sujeción desesperante, que los extrae de sí mismos, alineando su conducta y confrontándolos con ellos mismos, con su propio discurso interior, dialogando de forma interminable en el interior de la conciencia, tan permeada por las presiones sociales que provienen del entorno del sujeto.
La voluntad de saber, que es al mismo tiempo una voluntad de poder, ha afectado sobre todo a quienes pretenden una vida ascética (hablamos del deseo de la nada, de especial incidencia en una profesión científica o filosófica). Supone esta voluntad el deseo de conocer la verdad de las fuerzas que actúan en y sobre nosotros, sin que en apariencia contemos con demasiados medios para plantear batalla. Se trata de fuerzas que, si a primera vista las localizamos en el exterior a nosotros, en todo un campo de instituciones (el trabajo, la educación, la familia, la religión, los partidos, etc.), después las descubrimos en el interior, en el desarrollo de la conducta, la vida cotidiana y las relaciones sociales que mantenemos.
Se advierte aquí contra esta voluntad de saber; por una parte, supone el deseo de llegar a conocer la verdad de la autoridad, cualquiera que sea el prisma, la técnica, el método utilizado para alcanzarla. Pero no por adoptar una postura relativista, estas reflexiones se basan en negar la posibilidad de aprehenderla, sino porque animan a replantearnos nuestra voluntad de verdad; restituir al discurso su carácter de acontecimiento1 .
1 Foucault, M., La arqueología del saber, 23ª edición, México: Siglo XXI Editores (2007).
O como escribía Nietzsche «aquella incondicional voluntad de verdad, es la fe en el ideal ascético mismo, si bien en la forma de su imperativo inconsciente, no nos engañemos sobre esto; es la fe en un valor metafísico, en un valor en sí de la verdad2. Una vida ascética es una autocontradicción: en ella domina un resentimiento sin igual, el resentimiento de un insaciado instinto y voluntad de poder que quiere enseñorearse, no de algo existente en la vida, sino de la vida misma, de sus más hondas, fuertes, radicales condiciones […] en ella se busca un bienestar en el fracaso, la atrofia, el dolor, la desventura, lo feo […] en la negación de sí, en la autoflagelación, en el autosacrificio3».
Debemos, pues, renunciar a la vida ascética y a la voluntad de verdad. Estas reflexiones advierten de que no se han fundamentado en los códigos de un determinado discurso (científico, doctrinal, técnico), no han seguido las formas, las normas, las reglas impuestas por aquellos, porque no pretenden encontrar una unidad de objeto para fijarlo en el concepto de autoridad, ni tampoco establecerse en unos objetivos inmodestos.
2 Nietzsche, La genealogía de la moral, 3ª edición, Madrid: Alianza Editorial (2011). 3 Ibíd. 2.
Aquí se trata, pues, de un debate sobre el poder político y la autoridad que tampoco tiene pretensión de asentarse en el tiempo, la cronología ni en la historia de las ideas. Más bien, partirá de una concepción política, entendiendo que si la autoridad es una relación social, el pensamiento político puede suministrarnos un mapeado disperso y dudoso del que partir, tan válido como el que pudiera proponerse siguiendo los códigos preceptuales de las disciplinas teóricas.
Claro que nos enfrentamos a derivas problemáticas, como la que sufrí durante mis primeros estudios sobre el tema que nos ocupa. Leía sobre todo a Freud, Reich, Marcuse, Althusser, es decir, partía de un prisma que mezclaba objetos inciertos, como la psique, con el discernimiento de lo político. Al mirar desde un prisma totalizante como el pensamiento político, encontraba la autoridad en todas partes, en cualquier relación social, idea, obra, discurso (e incluso en el sentido de lo no dicho, dando la vuelta al discurso real, aparecido como acontecimiento).
Entiendo que si encontraba a la autoridad en todas partes, era porque el poder político se produce desde una multiplicidad de puntos; y,
aunque ahora entiendo que la omnipresencia de la autoridad difiere de su producción múltiple, puede decirse que vivimos en sociedades disciplinarias, que habitamos un umwelt (entorno, ambiente) investido de estratos en los que la autoridad acontece como una fuerza inestable, en realización.