Nuestra Se帽ora de la Merced y nuestros pr贸ceres
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Vestimenta y atributos de la imagen La imagen viste totalmente de blanco. Sobre su larga túnica lleva su escapulario en el que está impreso, a la altura del pecho, el escudo de la orden . Un manto blanco cubre sus hombros y su larga cabellera aparece velada por una fina mantilla de encajes. Se la presenta de pie con un niño en los brazos y en la otra unas cadenas o grilletes, símbolo de la liberación. Posee una corona. En esta imagen familiar, se presenta con los atributos de Generala del Ejército Argentino: faja, banda y también tiene en la base del cuello el escudo argentino, y sable corvo que usaran San Martín y Belgrano. No sostiene al niño en brazos pero sí posee los grilletes de los cautivos. La cabellera es de pelo natural, perteneciente a una bisabuela de la familia. Actualmente se conserva en la casa de la familia Cunha Ferré, en la ciudad de Rosario.
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Antecedentes En mayo de 1810, el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires) se independiza de los reyes de España. A partir de ese momento comienzan a encaminarse en la misma dirección. En marzo de 1811 Paraguay proclamó su independencia, pasando a estar gobernada por su triunvirato del que formaba parte José Gaspar Rodríguez de Francia, quien posteriormente protagonizaría una dictadura que aislaría al país del exterior. En julio de 1811 se firma el acta de la independencia de Venezuela, gracias al impulso de la Sociedad Patriótica de Francisco de Miranda. Sin embargo este intento emancipador venezolano fracasaría. La Banda Oriental (Uruguay) comenzaría a desvincularse pronto del proceso independentista del Río de la Plata dirigido desde Buenos Aires y desde abril de 1813 fue gobernada por el que sería prócer nacional uruguayo, José Gervasio de Artigas. En Febrero de 1813 las provincias del Alto Perú iniciaron su propio levantamiento (Chaocan-Potosí). Respecto de México, en octubre de 1814 se declaró independiente y proclamó su primera constitución. Respecto de nuestro país (Argentina) el gobierno patriota decide enviar expediciones militares al Paraguay (al mando de Belgrano), Córdoba, Banda Oriental y Alto del Perú, para tratar de levantar el espíritu de los pueblos abatidos y atraerlos a la causa de la Libertad".
La Nación. Carta de Lectores. http://www.lanacion.com.ar/1821469-cartas-de-los-lectores
Éxodo jujeño Hoy se cumplen 203 años del Éxodo jujeño, aquella gesta heroica de un pueblo que al mando del general Belgrano y ante la amenaza de la invasión realista, destruyó y quemó lo poco o mucho que tenía y dejó atrás su querida tierra. A la luz de este acontecimiento extraordinario, deberíamos preguntarnos qué sentido tuvo esa entrega del pueblo jujeño en contraste con nuestra realidad como país. Y allí es cuando esos hitos de nuestra historia nos colocan a todos y cada uno de nosotros -sin excepción- en la obligación de contribuir con nuestra patria a través de la participación ciudadana activa. Para ello no es necesario ser político; podemos participar en entidades de bien común, sindicatos, cámaras empresariales, asociaciones de profesionales o hasta en consorcios de propietarios. Fiscalizar elecciones y votar a conciencia también es otra forma de participar. Es hora de hacer, de callar la crítica sin sentido y aunar esfuerzos para combatir a nuestros enemigos del siglo XXI: el narcotráfico, la corrupción, la desigualdad social, la pobreza e indigencia, la falta de educación y de trabajo y la pérdida de independencia del Poder Judicial. La independencia de nuestro país se gestó con acciones, no con palabras. Sólo a través de nuestros actos podremos honrar la memoria del pueblo jujeño. Sólo así cobrará sentido todo el esfuerzo que ellos realizaron en aras de nuestra libertad. Carlos F. Carrillo DNI 31.036.027
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Éxodo jujeño Después del desastre de Huaqui (Bolivia) el 20 de junio de 1811 (Ejército del Norte estaba a cargo del bonaerense Castelli) habiéndose llegando hasta La Paz, se produce la derrota en Cochabamba. El triunvirato ordena que Belgrano se haga cargo del Ejército del Norte, y lo asume en la Posta del Pasaje, en 1812, y le imparte la orden de "remontar al personal y la moral de su ejército desorganizado, dándole aliento nuevo, proveer las necesidades imperiosas que reclamaban el miserable estado de su material de guerra, y lo más arduo: levantar el espíritu de los pueblos abatidos y atraerlos a la causa de la Libertad uniéndolos a la Revolución". El General en jefe realista, Manuel José de Goyeneche, lógicamente, quiere aprovechar los éxitos obtenidos y ordena avanzar sobre Jujuy, su tropa patriota también se retira a la localidad de Jujuy, con el ejército realista pisándole los talones. Los Patriotas, con la gente diezmada y hambrienta, tratan de reorganizarse con los restos del ejército del Norte y la poca gente de la localidad de Jujuy. Recluta hombres, castiga e impone el rigor sin miramientos y pide ayuda económica al gobierno central, que nunca llega. También enarbola la bandera celeste y blanca. Todo el pueblo colabora pero el fervor no alcanza. Entretanto, el gobierno le ordena a Belgrano que debe replegarse a Córdoba. Si los realistas ocupan Salta y marchan rumbo a Tucumán, cosa que ha ocurrido, debe llevar la tropa y todo el armamento existente a Córdoba: el criterio era que su ejército se uniera con el que operaba en la Banda Oriental. Ante tal cuadro de situación, Belgrano determina abandonar la localidad jujeña con la imposición de realizar todas las acciones posibles para no dejar ningún elemento que pudiera servir al enemigo. Con esta terrible consigna el pueblo jujeño se involucró obligadamente a la columna que inició su desplazamiento al comenzar el día veintitrés con todas sus pertenencias, ropa, muebles, animales, etc. Imagínense el sacrificio que realiza ya que hay ciento cincuenta kilómetros hasta Tucumán y luego un incierto destino sobre sus vidas. Al retirarse, se queman todos los campos sembrados y listos para cosechar, se queman todas las casas, se cierran y envenenan los pozos de agua, en fin, se concreta el concepto de "tierra arrasada", que también es aplicado por Rusia cuando es invadida por Napoleón y cuando es invadida por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. En el camino se produce un pequeño combate en Las Piedras, que levanta la moral de sus soldados.
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Batalla de Tucumán Belgrano entra en territorio tucumano con todo lo que trae desde Jujuy. Acampa en La Encrucijada de Burruyacu y desde allí envía a la ciudad al teniente coronel Juan Ramón Balcarce para recoger todas las armas posibles. Puede conjeturarse que el verdadero propósito del encargo era excitar al vecindario para que colaborase con la fuerza.
Los tucumanos se imponen La noticia de la misión de Balcarce trastorna a Tucumán. Era obvio: veían que el ejército iba a pasar de largo, dejándolos a merced de los realistas, y sin armas. Liderados por los Aráoz, los vecinos principales se reúnen. Una comisión -Bernabé Aráoz, Pedro Miguel Aráoz y el general salteño Rudecindo Alvarado- habla con Balcarce primero y luego se traslada a La Encrucijada. Plantean a Belgrano que es necesario quedarse en Tucumán y enfrentar a los realistas. Le advierten, además, que una negativa podría desencadenar sublevaciones en masa. Todos los que conocieron al general, están de acuerdo con que jamás esquivaba la pelea. Dijo a los Aráoz que necesitaba 1.500 hombres y 20.000 pesos plata para la tropa, y ellos le ofrecieron duplicar las sumas. Decidió entonces hacer lo que muy probablemente tenía ya pensado: quedarse en Tucumán y dar batalla.
Ciudad movilizada En los brevísimos días que quedaban, la ciudad se convirtió en un cuartel donde todo el mundo estaba movilizado, sin distinción de edad. Se aprestaron hombres y cabalgaduras, y la escasez de armas de fuego se contrapesó con cuchillos atados a la punta de cañas. Las calles se fosearon y fueron artilladas las esquinas de la plaza. Hombres y mujeres rezaban a la Virgen de La Merced, cuya tradicional festividad se aproximaba. Llegó además una buena noticia: en Trancas, el capitán Esteban Figueroa había apresado a un notorio oficial realista, el coronel Huici, con algunos soldados. Pero el ejército de Tristán seguía su avance. El 22 de setiembre llegó a Tapia y el 23 acampó en Los Nogales. Eran más de 3.000 hombres veteranos, bien armados y con cañones. Los patriotas apenas sumaban unos 1.800, de los cuales 300 eran veteranos y con armamento bien precario.
Amanece el 24 Al amanecer del jueves 24 de septiembre de 1812, Tristán se pone en marcha. Pero cuando empieza a moverse desde Los Nogales, el incendio de los pajonales de la Puerta Grande – treta armada por una partida de Gregorio Aráoz de La Madrid- lo obliga a torcer y tomar el Camino del Perú. En el puente de El Manantial, despacha un batallón hacia el sur para cortar una eventual retirada patriota. Luego, cruzó el puente y con el grueso de la fuerza rumbeó a la ciudad. Obviamente, los exploradores tenían informado a Belgrano de tales movimientos. Cuando supo que Tristán iba a entrar por el oeste, colocó sus fuerzas para esperarlo allí, en el llamado "Campo de las Carreras". Dispuso la caballería en ambos flancos y en la primera
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línea, y los infantes al frente, en tres columnas. En cada uno de los claros dejados por infantes y jinetes, emplazó una pieza de artillería y una fracción de caballería. La línea del ejército desplegado ocupaba una decena de cuadras: una punta llegaba hasta el actual convento de Las Esclavas, y la otra hasta Los Vázquez, en el paraje conocido hasta mediados del siglo XX como "Quema de basuras". Para defender la ciudad, dejó dos compañías de infantes y algo de artillería.
Empieza la batalla El ejército realista avanzaba confiado, con sus cañones desarmados y sobre las mulas. De pronto, hacia el mediodía, se encontraron con los patriotas listos y formados en línea de batalla. Rápido, trataron de desplegarse a su vez, pero sólo lo consiguieron parcialmente. Ya avanzaban disparando las avanzadas de infantería de Belgrano, a tiempo que el barón de Holmberg hacía tronar los cañones. El general dio órdenes de cargar a la caballería del ala derecha. Balcarce ejecutó puntualmente el movimiento: cayó por detrás sobre la infantería de Tristán, puso en fuga la caballería de Tarija y desbarató la de Arequipa, que custodiaba los bagajes. El medio millar de hombres de los Dragones y los Decididos de Tucumán, cargó impetuosamente golpeando los guardamontes y dando alaridos. Lástima que se entretuvieron después en el saqueo de bagajes, y ya no contaron para la batalla. Pero unida esta acción a la eficacia de la artillería derecha y a la de la infantería de Carlos Forest, habían logrado desarmar y hacer retirar a toda el ala izquierda enemiga, en desorden, hacia el puente de El Manantial.
Belgrano es arrastrado Entretanto, en el centro, las cosas también se mostraban felices para los patriotas. Por un momento, parte de la infantería realista puso en apuros a Ignacio Warnes, pero pronto la reserva, a cargo del intrépido Manuel Dorrego, acudió en su auxilio. La infantería realista empezó entonces a ceder terreno, desamparada como estaba por la derrota de la caballería del ala derecha. De repente, aquella columna que Tristán había desprendido para bloquear por el sur, volvió para participar en el combate: cómodamente desplegada, acudió en apoyo del ala izquierda realista, que había logrado desorganizar a la caballería patriota de José Bernaldes Palledo, que tenía a su frente. Belgrano, desde la derecha, galopó hacia esa crítica izquierda para mandar que cargaran. Pero cuando llegó, los soldados ya estaban en tumultuosa retirada. No pudo contenerlos y el desbande arrastró al general hacia el sur, sacándolo del campo de batalla.
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Inteligente decisión Fue el momento más crítico. El ala izquierda española, librada de la caballería y apoyada por el batallón extra, arrolló a la columna de infantes patriotas de José Superí. Formó así un martillo sobre la izquierda y se dispuso a atacar. Todo era confuso en el Campo de las Carreras. El enfrentamiento es de tal magnitud en hechos valientes y sacrificados, en ardides y actitudes. Pero en medio del combate aparecen signos que benefician a los patriotas. Pese a la ventaja enemiga el viento cambia y se desata una tormenta de tierra en dirección al enemigo, y levanta una manga de langostas, como si fuera una nube de color negro, que cae sobre ellos y les impide y molesta y no los deja ver al frente. Esto es aprovechado por nuestras tropas. Los tambores de guerra comienzan a sonar y aprovechan el rugido del cielo. El ataque enemigo cede. Las banderas se detienen. ¡Dios mío! ¡Aguante mi general! ¡Estamos ganando! Se corre por el campo de combate y el casi desastre se transforma en una victoria. A no dudar que ese general conductor, creador, general improvisado dispone de una artillería celestial. Sí, solamente así se explica la victoria sobre un ejército profesional que venía arrasando nuestro territorio. Pío Tristán se ve arrollado por sus fugitivos hasta El Manantial, donde trata de reorganizar sus tropas, para volver a embestir. Entonces, el mayor general Eustaquio Díaz Vélez tomó una inteligente decisión. Sus hombres habían capturado la mitad de la artillería enemiga, tenía más de 500 prisioneros y había roto en tres puntos la línea española. Pero no sabía las consecuencias que podía tener el martillo formado sobre la izquierda, y no podía conectarse con Belgrano. Resolvió entonces replegarse a la ciudad para poner a buen recaudo la artillería y los presos. Confiaba en resistir desde la plaza fortificada. Además, los patriotas acababan de capturar las columnas realistas de parque, víveres y municiones que habían entrado confiadamente a la ciudad.
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Tristán se retira Tristán, cuando regresó al campo de batalla con lo que quedaba de su tropa ya organizada, lo encontró vacío. Se colocó entonces en las afueras y desde allí envió un ultimátum: o se rendían o se incendiaba la población. Díaz Vélez contestó que nunca se rendirían. Empezaron así las horas tensas de la noche del 24 al 25. A todo esto Belgrano, con los dispersos del ala izquierda en la zona de los Aguirre recibió esa noche informes de Díaz Vélez y José María Paz acerca de la situación. Con estos datos y habiendo reunido 600 jinetes, rumbeó, a la mañana del 25, hacia la ciudad. Terminando el combate, lo primero que hace es reorganizar las fuerzas y el día 25 se celebra una misa en la Catedral, donde le expresa su agradecimiento a la Virgen. El 25 de acercó a los realistas por el flanco derecho y envió un mensajero a Tristán, a quien había conocido en España solicitándole que capitulara. El realista rechazó indignado la propuesta, pero no se atrevió a entrar a la ciudad. Disparó unos cañonazos, hizo movimientos de "puro aparato" y hacia la medianoche, emprendió su retirada hacia Salta. El día 26 envía el parte de batalla que dice "La Patria puede gloriarse de la victoria que ha obtenido sus armas en día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de la Merced, bajo cuya protección nos pusimos. El día 27 se realiza una procesión en el campo de la batalla (campo de las Carreras). En la misma Belgrano se adelanta a la gente, los hace detener y poner en manos de su patrona el bastón de mando que él llevara, hecho lo cual continúa la procesión. Al enterarse de éste hecho las religiosas de Bs As enviaron a Belgrano 4000 escapularios de la Virgen de la Merced para que fueran distribuidos entre los soldados y usados como divisas de guerra. Después del éxito no esperado de la Batalla de Tucumán, el 2do Triunvirato le imparte instrucciones precisas de llegar hasta el límite septentrional del Virreinato del Río de la Plata y atacar la ciudad de Salta. Aclaremos que la victoria de Tucumán logró conservar el noroeste de la actual Argentina en manos de los independentistas y permitió desvanecer las posibilidades del Reino de España de reconquistar el territorio que le había pertenecido. Detuvo un avance realista, que sin este hecho, hubiera tenido grandísimas consecuencias. La mitad de nuestro territorio hubiera sido dominado por los españoles, como prolongación del control del Alto Perú, que ya ejercían tras el desastre de Huaqui y hubieran podido conectarse los centros realistas del Alto Perú de chile y de Montevideo. En estas condiciones, es forzoso pensar que no se hubiera podido declarar la independencia de 1816, como tampoco armarse la posterior campaña libertadora de San Martín. Sin duda, la liberación estaba en el alma de los pueblos y se había logrado finalmente. Pero hubiera estado muchos más años y hubiera corrido mucha más sangre.
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"El milagro de las langostas" A 198 años (2010) de la asombrosa Batalla de Tucumán que ganó Manuel Belgrano, una nota que deben leer todos los argentinos, escrita por Jorge Fernández Díaz , y publicada en el diario La Nación, dice: "Vea usted: teníamos todo para perder aquel día, pero igual nos moríamos de ganas por salir a degollar. Todavía no había amanecido, y el general iba y venía dando órdenes en lo oscuro. Cualquiera de nosotros, la simple soldadesca de aquella jornada, sabía que nuestro jefe no tenía ni puta idea sobre táctica y estrategia militar. Que era hombre de libros y de leyes, pero que había aceptado obediente el reto de conducir el Ejército del Norte y pararles el carro a los godos. También sabíamos, de oídas, que al enemigo lo manejaba con rienda corta un americano traidor: Pío Tristán, nacido en Arequipa e instruido en España; nos venía pisando los talones con 3000 milicos imperiales y habíamos tenido que vaciar y quemar Jujuy para dejarles tierra arrasada. Muy triste, vea usted. Fue en los primeros días de agosto de 1812. Y el general les ordenó a los pobladores que tomaran lo que pudieran y destruyeran todo lo demás. Le digo la verdad: el que se retobaba podía ser fusilado sin más trámite. No había muchas alternativas. Ayudamos a arrear el ganado y a quemar las cosechas. Yo mismo lo vi con estos mismos ojos, señor: al final cuando no quedaba nada ni nadie Belgrano salió a caballo de la ciudad y se puso a la cabeza de la columna. Íbamos en silencio, con sabor amargo, y tuvimos que cruzar tiros cuando una avanzada de los españoles jodió a nuestra retaguardia a orillas del río Las Piedras. El general mandó a la caballería, a los cazadores, los pardos y los morenos. Meta bala y aceros. Y al final, a los godos no les daban las piernas para correr, señor, se lo juro. Sospechábamos que nos habían atacado con muy poco, pero nosotros veníamos de capa caída: darles esa leña y salir victoriosos fue un golpe de orgullo. Voy a decirle la verdad: cuando Belgrano se hizo cargo éramos un grupo de hombres desmoralizados, mal armados y mal entretenidos. Y al llegar a Tucumán no crea que habíamos mejorado mucho, aunque marchábamos con la moral en alto. Ahí lo tiene a ese doctorcito de voz aflautada: nos acostumbró a la disciplina y al rigor, y nos insufló ánimo, confianza y dignidad. Aunque en las filas no nos chupábamos el dedo, señor. Pío Tristán nos perseguía con legiones profesionales, sabía mucho más de la guerra y caería sobre nosotros de un momento a otro. Nos enteramos por un cocinero que incluso el gobierno de Buenos Aires le había dado la orden a Belgrano de no presentar batalla y seguir hasta Córdoba. Pero el general había resuelto desobedecer y hacerse fuerte en Tucumán. Adelantó oficial y tropas con la misión de que avisaran al pueblo que ya entraban para conquistar el apoyo de las familias más importantes y también para reclutar a todo hombre que pudiera empuñar un arma. Había pocos fusiles, y casi no teníamos sables ni bayonetas, así que cuatrocientos gauchos con lanzas y boleadoras pusieron mucho celo en aprender los rudimentos básicos de la caballería. Nosotros los mirábamos con desconfianza, para qué le voy a mentir. "¿Y estos pobres gauchos qué van a hacer cuando los godos se nos vengan encima?". La teníamos difícil, no sé si se da cuenta. Y estuvimos algunos días fortificando la ciudad, armando la defensa, cavando fosos y trincheras, y haciendo ejercicios. "Voy a presentar batalla fuera del pueblo y en caso desgraciado me encerraré en la plaza para concluir con honor", les dijo Belgrano a sus asistentes. La noticia corrió como reguero de pólvora. No tiene usted idea lo que es aguardar la muerte, noche tras noche, hasta el momento de la verdad. Le viene a uno un sabor metálico a la boca, se le clava un puñal invisible en el vientre y se le suben, con perdón, los cojones a la garganta. Uno no piensa mucho en esas horas previas. Sólo desea que empiece la acción de una vez por todas y que pase nomás lo que tenga que pasar. El general finalmente nos puso en movimiento en la madrugada del 24. Avanzamos en silencio absoluto hasta un bajío llamado Campo de las Carreras y ahí estábamos juntando orina y con ganas de salir a degollar cuando apareció el sol y comprobamos que los tres mil imperiales nos tenían a tiro de cañón. Miré por primera vez a Belgrano en ese instante crucial, señor, y lo vi pálido y decidido. Hacía tres días nomás le había enseñado a la infantería a desplegar tres columnas por izquierda mientras la pobre artillería se ubicaba en los huecos. Era la única evolución que habían ejercitado en la ciudad. Pero los infantes lo hicieron a la perfección, como si no fueran bisoños sino veteranos. El general ordenó entonces que avanzara la caballería y que tocaran paso de ataque: los infantes escucharon aquel toque y calaron bayoneta. Y antes o después, no lo recuerdo, dispuso Belgrano que
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nuestra artillería abriera fuego. Varias hileras de maturrangos se vinieron abajo. Volaban pedazos de cuerpos por el aire y se escuchaban los alaridos de dolor. No puedo contarle con exactitud todos esos movimientos porque fueron muy confusos. Sepa nomás que los godos nos doblaban en número, pero que igualmente les arrollamos el ala izquierda y el centro. Y que su ala derecha nos perforó a los gritos y a los sablazos. Tronaban los cañones y levantaba escalofríos el crepitar de la fusilería. Todo se volvió un caos. Nos matábamos, señor mío, con furia ciega y no se imagina usted lo que fue la entrada en combate de los gauchos. Cargaron a la atropellada, lanzas enastadas con cuchillos y ponchos coloridos, pegando gritos y golpeando ruidosamente los guardamontes. Parecían demonios salidos del infierno: atropellaron a los godos, los atravesaron como si fueran mantequilla, los pasaron por encima, llegaron hasta la retaguardia, acuchillaron a diestra y siniestra, y se dedicaron a saquear los carros del enemigo. Eran brutos esos gauchos. Brutos y valientes, pero aquel saqueo los distrajo y los dispersó. Diga que los vientos estaban ese día de nuestra parte. Y esto que le refiero no es sólo una figura, señor. Es la pura realidad. Vea usted: en medio de la reyerta se arma un ventarrón violento que sacude los árboles y levanta una nube de polvo. Y no me lo va a creer pero antes de que llegara el viento denso vino una manga de langostas. De pronto se oscureció el cielo, señor. Miles y miles de langostas les pegaban de frente a los españoles y a los alto peruanos que les hacían la corte. Los paisanos más o menos sabían de qué se trataba, pero los extranjeros no entendían muy bien qué estaba ocurriendo. Dios, que es criollo, los ametrallaba a langostazos. Parecía una granizada de disparos en medio de una polvareda enceguecedora. Le juro que no le miento. Un apocalipsis de insectos, viento y agua misteriosa, porque también empezó a llover. Nuestros enemigos creían que éramos muchos más que ellos y que teníamos el apoyo de Belcebú. Muchos corrían de espanto hacia los bosques. Y con tanto batifondo, sabe qué, apenas nos dimos cuenta de que nuestra derecha estaba siendo derrotada y que armaban un gran martillo para atacarnos por ese flanco. Nosotros, que estábamos un poco deshechos, nos encontramos entonces en el medio del terreno y haciendo prisioneros a cuatro manos. Unos y otros nos habíamos perdido de vista, y el general cabalgaba preguntando cosas y barruntando que las líneas estaban cortadas. Se cruzaba con dispersos de todas las direcciones y los interrogaba para entender si la batalla estaba ganada o perdida. Y todos le respondíamos lo mismo: "Hemos vencido al enemigo que teníamos al frente". Belgrano permanecía grave como si nos hubiéramos vuelto locos o si le estuviéramos metiendo el perro. Ya no se oía ni un tiro, y mientras nuestro jefe regresaba a la ciudad, Tristán trataba de rearmarse en el sur. La tierra estaba llena de sangre y de cadáveres, y de cañones abandonados. Pero el peligro seguía siendo tanto que muchos patriotas debieron replegarse sobre la plaza, ocupar las trincheras y prepararse para resistir hasta la muerte. Creyendo aquel miserable godo que era dueño de la situación intimó una rendición y advirtió que incendiaría la ciudad si no se entregaban. Nuestra gente le respondió que pasarían a cuchillo a los cuatrocientos prisioneros. Ya sabían adentro que Belgrano venía reuniendo a la caballería. Pasamos la noche juntando fuerzas, cazando godos, despenando agónicos y pertrechándonos en los arrabales. No tengo palabras para narrarle cómo fueron aquellas tensas horas. Una batalla que no termina es un verdadero suplicio, señor. Anhelábamos de nuevo que saliera el sol para que fuera lo que Dios quisiera. Era preferible morir a seguir esperando. Al romper el sol, el general había juntado a 500 leales. No se oían ni los pájaros aquella madrugada del 25 de septiembre, y el jefe mandó entrar por el sur y formar frente a la línea del enemigo. Estábamos cara a cara y a campo traviesa. Éramos parejos y, después de tanta matanza, ahora el asunto estaba realmente para cualquiera. Fue Belgrano quien esta vez intimó una rendición. Les proponía a los realistas la paz en nombre de la fraternidad americana. Tristán le contestó que prefería la muerte a la vergüenza. Presuntuoso hijo de la gran puta, nos rechinaban los dientes de la bronca. "Han de estar nerviosos dijo mi teniente. Cuando un gallo cacarea es que tiene miedo. “Miramos a Belgrano esperando la orden de carga, pero el doctorcito tenía un ataque de prudencia. Tal vez pensara que no estaba garantizada una victoria, y que no podía arriesgarse todo en un entrevero. En esos aprontes y dudas estuvimos todo el santo día, maldiciéndolo por lo bajo y agarrados a nuestras armas.
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Por la noche los españoles se dieron a la fuga. Habían perdido 61 oficiales. Dejaban atrás más de seiscientos prisioneros, 400 fusiles, siete piezas de artillería, tres banderas y dos estandartes. Y lo principal: 450 muertos. Nosotros habíamos perdido 80 hombres y teníamos 200 heridos. Belgrano ordenó que los siguiéramos y les picáramos la retaguardia. Los realistas iban fatigados, con hambre y sed, y en busca de un refugio. Y nosotros los perseguíamos dándoles sable y lanza, y escopeteando a los más rezagados. No le cuento las aventuras que vivimos en esas horas, entre asaltos y degüellos, entrando y saliendo, ganando y perdiendo, porque se me seca la boca de sólo recordarlo, señor mío. Regresamos a Tucumán con sesenta prisioneros más y muchos compañeros nuestros rescatados de las garras de los altoperuanos. Éramos, en ese momento, la gloriosa división de la vanguardia, y al ingresar a la ciudad, polvorientos y cansados, vimos que el pueblo tucumano marchaba en procesión y nos sumamos silenciosamente a ella. Allí iba el mismísimo general Belgrano, que era hombre devoto, junto a Nuestra Señora de las Mercedes y camino al Campo de las Carreras, donde los gauchos, los infantes, los dragones, los pardos y los morenos, los artilleros y las langostas habíamos batido al Ejército Grande. Créame, señor, que yo estaba allí también cuando el general hizo detener a quienes llevaban a la Virgen en andas. Y cuando, ante el gentío, se desprendió de su bastón de mando y se lo colocó a Nuestra Señora en sus manos. Un tucumano comedido comentó, en un murmullo, que la había nombrado Generala del Ejército, y que Tucumán era "el sepulcro de la tiranía". La procesión siguió su curso, pero nosotros estábamos acojonados por ese gesto de humildad. Había desobedecido al gobierno y se había salido con la suya contra un ejército profesional que lo doblaba en número y experiencia, pero el general no era vulnerable a esos detalles, ni al orgullo ni a la gloria. No se creía la pericia del triunfo. Le anotaba todo el crédito de la hazaña a esa Virgen protectora, y no tenía ni siquiera la precaución de disimularlo ante el gentío. Nosotros tampoco sabíamos, la verdad, que habíamos salvado la revolución americana, ni que el cielo había guiado el juicio de nuestro estratega ni que Dios había mandado aquellos vientos y aquellas langostas. Recuerde: éramos la simple soldadesca y no creíamos en milagros. Veníamos de merendar godos y altoperuanos por la planicie y todo lo que queríamos en ese momento era un vaso de vino y un lugar fresco a la sombra. Pero mirábamos a ese jefe inexperto y frágil y lo veíamos como a un gigante. Y lo más gracioso, vea usted, es que a pesar del cuero curtido y el corazón duro de cualquier soldado viejo, a muchos de nosotros empezaron a corrernos las lágrimas por el morro. Porque Belgrano era exactamente eso. Un gigante, señor. Un gigante."
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Batalla de Salta Luego sigue la campaña y a principios de 1813 (enero) toman camino hacia Salta, donde se encontraba el Ejército Español. Previo a esto, las religiosas de Buenos Aires al enterarse de este hecho enviaron a Belgrano cuatro mil escapularios de la Merced para que distribuyera entre los soldados, y en la próxima batalla de Salta, son divisas de guerra. A partir de estos hechos, esta advocación Mariana adquiere una solemnidad particular en los principales santuarios de la cristiandad. En el año 1912, al cumplirse el centenario de la Batalla de Tucumán, la imagen de nuestra señora de las Mercedes de Tucumán fue coronada solemnemente en nombre del Papa San Pío X. En Salta, se encontraron los dos ejércitos: el español que los esperaba y el patriota que se acercaba amenazante. Aquí es donde, el 20 de febrero de 1813 se desarrolló lo que en historia militar es el ejemplo de un enfrentamiento que se denomina de “frente invertido”. Ésta se desarrolló en el lugar denominado Campo de la Tablada en las afueras de Salta, que los realistas lo prepararon defensivamente por ser, presuntamente, el único lugar donde podrían desembarcar las fuerzas patriotas, debido a la condiciones climáticas y del terreno de ese momento. Las fuerzas en presencia eran las siguientes: Ejército realista tenía aproximadamente 3400 hombres y diez piezas de artillería. El Ejército patriota tenía 3000 hombres y diez piezas de artillería. La acción y conducción de Belgrano, luego de hacer jurar la Bandera en el Río Pasaje, enfrenta a los realistas acampados en el Campo de la Tablada, frente al único camino posible de entrada por la denominada cuesta del Portezuelo. Confiados por la seguridad que le daban los ríos crecidos y los caminos de alternativa poco transitables por las copiosas lluvias refuerzan la posición enemiga. Esta situación obligaba a los patriotas a tener que efectuar un ataque frontal (muy costoso en personal y material) y a grandes esfuerzos en el choque de las fuerzas. Sin embargo la Santa Virgen iluminó a Belgrano. Un capitán oriundo de Salta, llamado Apolinario Saravia, se presentó y le indicó al Gran General un camino de alternativa que él conocía, por la quebrada de Chachapoyas, que estaba más al norte, pero que permitía realizar una acción envolvente. En esta maniobra, una fracción se sacrificó y atacó frontalmente y permitió que otra columna, al mando de Eustaquio Díaz Vélez al mando de la vanguardia pudiera atacar al flanco y retaguardia del enemigo causándole grandes bajas y posterior rendición. Todo esto se debió al efecto sorpresa y a la rapidez con que se atacó, que no permitió a los realistas un cambio del frente de combate. Paradójicamente una maniobra semejante pretendió hacer Pío Tristán en Tucumán, pero le falló la rapidez que exigen este tipo de maniobras. Podemos agregar que ambos generales habían nacido en América VGA: Pío Tristán nació en Lima (Arequipa) Perú el 11 de junio de 1733 y falleció en Lima en 1859. Las bajas sufridas por el ejército fueron 103 muertos y 433 heridos mientras que los realistas tuvieron 481 muertos, 144 heridos y 2776 prisioneros. Estos últimos fueron perdonados y liberados excepto los que se incorporaron a nuestros ejércitos. Para perpetuar los triunfos de Tucumán y Salta. Belgrano hizo acuñar en la célebre casa de la moneda medallas conmemorativas de ambas acciones de guerra dictando él mismo las leyendas que deberían llevar.
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De estas medallas una es de oro y está en la Tarja de Potosí y varias en plata y bronce. El General Eustaquio Díaz Vélez, del Ejército del Norte, que cuando entró en la Villa del Potosí con el Ejército de Dragones el 17 de mayo de 1818 fue hasta la Iglesia de la Merced a dar las gracias a la Virgen, y al día siguiente de acuerdo con el gobernador, empezaron una Novena a quien tanto los había ayudado en la campaña. El general Francisco Fernández de la Cruz, perteneciente al Ejército de Perú era muy devoto de la Virgen, bajo esta advocación. El General Gregorio Araoz de la Madrid cuenta en sus historias (memorias) que habiendo sido herido duramente en la batalla del Tala, lo encontraron al final del combate, ensangrentado, desnudo, sin otra prenda que un escapulario de la Virgen de la Merced, y por devoción a la Virgen puso el nombre de Mercedes a una de sus hijas. Esta batalla de Salta es una de las seis nombradas en nuestro primer himno Nacional. Como consecuencia de esta batalla, se afirma la denominación patriota en el norte del Río de la Plata y de las provincias alto peruanas de Charcas y Potosí, y más tarde, Cochabamba.
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Buenos Aires (AICA) El 24 de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de la Merced, en la Argentina se recuerda la Batalla de Tucumán, de la que este año se cumple el bicentenario. Esta batalla afirmó la independencia de la Argentina. El general Belgrano, designado al frente del Ejército, disponía de 1.300 soldados, recién incorporados, con escasa instrucción militar y con pocos pertrechos. Con ellos debía hacer frente a las tropas regulares del realista Pío Tristán, que contaba con 3.000 soldados, bien entrenados y pertrechados. Pese a esa enorme disparidad, la victoria, lograda de manera inexplicable, favoreció a las fuerzas argentinas al mando de Belgrano, quien no podía creer que fuera verdad. Para hallar una explicación es necesario repasar la historia, la que no se enseña en las aulas, la que se borró de los manuales escolares. En cumplimiento de su misión informativa, AICA ofrece a sus abonados la versión fruto de las investigaciones del padre José Bruner, un estudioso de la historia argentina. El 24 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de Nuestra Señora de la Merced o de las Mercedes. En este mismo día en la Argentina se recuerda la Batalla de Tucumán, de la que este año se cumple el bicentenario. La Batalla de Tucumán es fundamental en la historia de la independencia de la Argentina. En cumplimiento de su misión informativa, AICA ofrece a sus abonados la versión fruto de las investigaciones del padre José Brunet, un estudioso de la historia argentina. Aquella expedición de 500 hombres que en 1810 salió de Buenos Aires en dirección al Alto Perú para consolidar la revolución y obtener el apoyo de los pueblos del norte, había llegado en su larga marcha hasta La Paz. Alternando derrotas con victorias, la desmoralización había cundido en sus filas cuando Belgrano se hizo cargo en marzo de 1812. “Un triple deber –dice Mitre- estaba encomendado al General en Jefe del Ejército del Alto Perú: remontar el personal y la moral de un ejército desorganizado, dándole aliento nuevo: proveer las necesidades imperiosas que reclamaba el miserable estado de su material de guerra y, lo más arduo, levantar el espíritu de los pueblos abatidos o enconados y atraerlos a causa de la libertad, uniéndolos a la revolución”. Después del éxodo jujeño y tras una pequeña victoria en Las Piedras el 3 de septiembre, Belgrano trató de reorganizar su ejército en Tucumán, contando con la colaboración de los habitantes y desobedeciendo al gobierno que le ordenaba replegarse hasta Córdoba. La decisión de Belgrano demostraba –al decir del general Paz– “una responsabilidad que prueba la elevación de su carácter y la firmeza de su alma. Esa sola resolución era de un gran mérito, y de esperar era que la honrase y justificarse la victoria, como sucedió”. Pero sólo diez días, desde su llegada a Tucumán hasta el de la batalla, no eran suficientes sino para preparar lo más indispensable y acrecentar la muy poca preparación militar de los nuevos reclutas que se alistaron en el ejército. ¿Quién ganó la batalla de Tucumán? Para responder a este interrogante, es necesario repasar la historia, la que no se enseña en las aulas, la que se esconde a los alumnos, la que se borró de los manuales escolares. Y el episodio de la batalla de Tucumán merece que los argentinos lo conozcan en su integridad. En cumplimiento de su misión informativa, AICA ofrece a sus abonados la versión fruto de las investigaciones del padre José Brunet, un estudioso de la historia argentina. Aquella expedición de 500 hombres que en 1810 salió de Buenos Aires en dirección al Alto Perú para consolidar la revolución y obtener el apoyo de los pueblos del norte, había llegado en su larga marcha hasta La Paz.
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Alternando derrotas con victorias, la desmoralización había cundido en sus filas cuando Belgrano se hizo cargo en marzo de 1812. “Un triple deber –dice Mitre- estaba encomendado al General en Jefe del Ejército del Alto Perú: remontar el personal y la moral de un ejército desorganizado, dándole aliento nuevo: proveer las necesidades imperiosas que reclamaba el miserable estado de su material de guerra y, lo más arduo, levantar el espíritu de los pueblos abatidos o enconados y atraerlos a causa de la libertad, uniéndolos a la revolución”. Después del éxodo jujeño y tras una pequeña victoria en Las Piedras el 3 de septiembre, Belgrano trató de reorganizar su ejército en Tucumán, contando con la colaboración de los habitantes y desobedeciendo al gobierno que le ordenaba replegarse hasta Córdoba. La decisión de Belgrano demostraba –al decir del general Paz– “una responsabilidad que prueba la elevación de su carácter y la firmeza de su alma. Esa sola resolución era de un gran mérito, y de esperar era que la honrase y justificarse la victoria, como sucedió”. Pero sólo diez días, desde su llegada a Tucumán hasta el de la batalla, no eran suficientes sino para preparar lo más indispensable y acrecentar la muy poca preparación militar de los nuevos reclutas que se alistaron en el ejército.
El voto de Belgrano En medio de tan febril actividad, Belgrano, como hombre de Fe, no descuidaba a Aquel que es llamado Señor de los Ejércitos, por intercesión de la Madre de Dios en su título de Redentora de cautivos, advocación propicia en tales circunstancias en que se jugaba el destino de la libertad de la Patria aún en pañales. No son pocos los documentos que presentan a Belgrano poniendo su ejército bajo la protección de la Virgen de la Merced antes de la batalla. El historiador Zinny dice que antes de comenzar el combate dirigió una proclama en que decía: “La Santísima Virgen de las Mercedes, a quien he encomendado la suerte del ejército, es la que ha de arrancar a los enemigos la victoria”. Y la tradición conservó lo que Belgrano decía a las damas tucumanas que iban a la Merced a pedir por la Patria: “Pidan al Cielo milagros, que de milagros vamos a necesitar para triunfar”. El pensamiento de Belgrano está muy claro en la comunicación enviada al Gobierno de Buenos Aires dos días después de la victoria: “La Patria puede gloriarse de la completa victoria que han obtenido sus armas en el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos”.
La batalla Como si fuera providencial, todo se ordenó de tal manera que los dos ejércitos se enfrentaron precisamente el día de la Virgen de la Merced. Según los historiadores, la batalla fue un verdadero entrevero, lo que confirma más la intervención del Cielo, constituyendo uno de aquellos acontecimientos que humanamente no tienen explicación de no entenderse bajo ese aspecto. El general Paz, que participó de la batalla, escribe en sus Memorias: “Empezada ya la acción…, el resultado no fue el producto de las órdenes inmediatas del General, sino de una combinación fortuita de circunstancias y del valor y entusiasmo de nuestras tropas y de las faltas que cometió el enemigo”. Antes de esto, escribía: “Los movimientos de ambas fuerzas fueron tan variados, tan fuera de todo cálculo, imprevistos y tan desligados entre sí, que resultó una complicación como nunca he visto en otras acciones en que me he encontrado”. Y después de describir el desarrollo de las operaciones de las columnas patrióticas, se pregunta: “¿Se creerá que estas operaciones nuestras, cuyo acierto es incuestionable, no fueron ni fruto de una combinación, ni emanada de las órdenes de ningún Jefe del ejército?”
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El general Belgrano, como él mismo lo dice, se vio separado de aquel teatro para encontrarse, sin saber cómo, reunido a la caballería que estaba a retaguardia del enemigo”. Ante la evidencia de estos hechos, comenta Cayetano Bruno: “La batalla de Tucumán no pertenece al orden común de los acontecimientos similares, desde que resultaron fallidas todas las disposiciones que se tomaron para asegurar su éxito”. Y añade: “El resultado final no pudo tampoco ser fruto de obra humana. Parecería como si Nuestra Señora de las Mercedes hubiese tomado el mando de las bisoñas huestes patriotas para conducirlas a la victoria”. El erudito historiador Padre Larrouy escribía en 1909: “Tucumán era el tercer combate de importancia que hasta entonces diera Belgrano, pero su primera victoria digna de un poema épico, tan singular como las imaginadas por Homero, en que los dioses Marte, Apolo o Neptuno hacen las veces del general desaparecido del campo de batalla. La ficción poética esta vez se había realizado, lo inverosímil era verdad: en el momento decisivo, él también había sido arrebatado del campo de batalla y había vencido, ausente y sin saberlo. Pero él no podía dudarlo, quien así lo dispusiera todo, misteriosa y no menos realmente, era aquella en cuya asistencia confiara”.
El resultado de la batalla El día declinaba. Nadie sabía de seguro si había triunfado. Belgrano se había apartado a tres leguas al sur de la ciudad y recién el 25 por la mañana salió de la duda, enterándose de que las fuerzas patriotas dominaban la plaza y que habían capturado, de manera singular y curiosa, un importante tren de mulas y carretas cargadas de caudales, pertrechos de guerra y equipajes que, con su personal, hacían su entrada hacia la plaza que se creía en poder del ejército de Tristán, hecho que para éste significó el desarme de sus tropas. Una vez en la ciudad y conocida la posición del enemigo, Belgrano le intimó rendición, pero contra lo que se esperaba, Tristán levantó los restos de su ejército el 26, para emprender la retirada hasta Salta, dejando en poder de los patriotas 61 jefes y oficiales con 626 individuos de tropas prisioneros, siete piezas de artillería, 400 fusiles, tres banderas y dos estandartes, 450 muertos del enemigo, con todo su parque y bagajes, mientras la pérdida de los patriotas fue de 80 muertos y 200 heridos. Para perseguir la retirada de Tristán, salió una vanguardia de las mejores tropas de infantería y caballería al mando del general Díaz Vélez con el objeto de picar la retaguardia enemiga y hacer, lo que llama Paz, la pequeña guerra, regresando a fines de octubre a Tucumán.
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Los primeros trofeos de la Generala Tras el parte de la victoria, Belgrano envió al gobierno de Buenos Aires las dos banderas del Real de Lima y los dos estandartes de Cochabamba, expresando su deseo, como el del ejército a su mando, de que fueran colocadas en el templo de Nuestra Señora de las Mercedes “en demostración de gratitud a tan divina Señora por los favores que mediante su intercesión nos dispensó el Todopoderoso en la acción del 24 pasado”.
Reconocimiento de Belgrano y del gobierno Los acontecimientos confirmaron a Belgrano, como al ejército y al pueblo de Tucumán de la visible protección de Aquella a la que habían confiado el triunfo de su causa. Y reconocidos a esa Madre, lo proclamaron cuantas veces se presentó la ocasión, en particular de parte de Belgrano, especialmente en sus comunicaciones al gobierno; conociendo (como conocía) a algunos integrantes del Triunvirato, especialmente a Bernardino Rivadavia, para quienes sus comunicados darían motivo más que sobrados para ahogar, con una sonrisa, el estupor producido por sus partes de guerra. Mas los tales habrán reconocido que algo superior a sus órdenes debió haber sucedido en realidad, al verse depuestos por la revolución del 8 de octubre, justamente a causa (entre otras) del grave error por la conducción que desde Buenos Aires se daba al ejército que, contra su orden, había entrado en batalla, y no para perderla. El segundo Triunvirato recibió las banderas enviadas por Belgrano, al que contestó el 20 de octubre que los trofeos fueron llevados triunfalmente en la mañana del 17 desde la Fortaleza al Cabildo entre doble fila de tropas y una inmensa multitud. Y, termina la nota, “con la misma ostentación y público fueron trasladadas al convento de Nuestra Señora de las Mercedes y recibidas solemnemente, colocándolas según su deseo y el del ejército de su mando, en justa gratitud al favor con que el Ser Supremo nos concedió un día de tanto placer por intercesión de la Divina Señora”. La Gaceta Ministerial del gobierno porteño informaba de la ceremonia del traslado de las insignias “conducidas por las tropas y por el universal aplauso al templo de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuyo poderoso auspicio y protección se pusieron el día de la victoria los héroes de Tucumán”.
El bando de acción de gracias Si la batalla fue algo improvisada a causa de tantos factores, no así los festejos con que después del triunfo se celebró tal acontecimiento, cuya figura central era también ahora aquella bendita Madre que había escuchado los votos y las oraciones de Belgrano y de la sociedad tucumana. “Parece evidente que Belgrano –dice el P. Eudoxio Palacio- antes de proclamar a su generala, esperó tener a la vista la aprobación de su conducta militar en la batalla que acababa de dar y ganar contra las órdenes de Rivadavia y la Junta Central”. Y así en su carácter de brigadier de los ejércitos de la patria, coronel del regimiento número 1º y general en jefe del ejército auxiliar del Alto Perú, publicó un bando con fecha 13 de octubre que muy bien puede llamarse el bando de la acción de gracias, cuya parte dispositiva dice: “el superior gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, con fecha 5 del corriente, me ordena que en su nombre distinga a los valerosos hijos de Tucumán declarándoles que su territorio será señalado en la historia de América con los blasones de la heroicidad; y a fin de que llegue la noticia a todos, ordenó que en esta ciudad y su jurisdicción haya tres días de iluminación y regocijos públicos en demostración de nuestra gratitud; siguiéndose a esto la novena que
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se ha de celebrar a nuestra Madre de Mercedes, durante la cual no habrá tienda alguna abierta ni pulpería; a la que deberá asistir todo el pueblo, igualmente que a la función que con toda solemnidad se ejecutará en acción de gracias por el beneficio recibido por la intercesión de tan divina Madre”…
Vísperas de la Generala Concluido el novenario, se realizó la función el domingo 27 de octubre. A la misa asistió Belgrano y todos los oficiales del ejército, anota Paz. El orador sagrado, José Agustín Molina, se refirió a la gloria de la patria y a la de la Virgen María, y en presencia del general aludió a sus triunfos, haciendo resaltar la inesperada y singularísima victoria, y cómo el mismo general cedía voluntariamente a la madre de Dios todo el honor de la victoria, y por un acto auténtico de reconocimiento confesaba el mismo Belgrano que a María y no a él debía la patria reconocerse deudora de su salvación. Por cuya causa publicaba solemnemente que a su especialísima y milagrosa asistencia (son palabras textuales), le debían la victoria objeto de esa fiesta, para demostrar su gratitud a la Libertadora de la Patria. Por la tarde de ese día se realizó la procesión, que el 24 de septiembre había sido imposible por la batalla. Cuando llegó al lugar donde se desarrolló la batalla en el campo de Carreras, Belgrano proclamó a la Virgen de la Merced Generala del Ejército de la Patria y le entregó su bastón de mando.
Nombramiento de la Generala Si bien el bando del 13 de octubre ordenaba el novenario y la función solemne de acción de gracias, nada establecía sobre cómo culminarían tales actos. Es de suponer que Belgrano lo tenía bien meditado y “nada omitió para que la ceremonia resultase un solemne acto religioso-patriótico, públicamente prestigiado por el ejército y por el pueblo”. El General Paz narra los detalles históricos del nombramiento de la Generala y de la escena de entrega del bastón de mando. Su testimonio es elocuente e irrecusable, pues fue testigo presencial de lo que lo conmovió profundamente, como a toda la muchedumbre del pueblo hermanado con el ejército, y presidido por las autoridades, en una manifestación jamás vista ni presenciada anteriormente. Tucumán vivió su día de gloria proclamando a su Generala. En sus memorias así describe Paz la ceremonia de aquella tarde inolvidable: “Como la batalla sucedió el 24 de septiembre día de Nuestra Señora de las Mercedes, el general Belgrano, sea por devoción, sea por piadosa galantería, la nombró e hizo reconocer por generala del ejército. La función de la iglesia que se hace anualmente se había postergado y tuvo lugar un mes después. Por la tarde fue la procesión, en la que sucedió lo que voy a referir. La devoción de Nuestra Señora de las Mercedes, ya antes muy generalizada, había subido al más alto grado con el suceso del 24. La concurrencia era numerosa y, además, asistió la oficialidad y tropa, sin armas, fuera de la pequeña escolta que es de costumbre. Quiso además la casualidad, que en esos momentos entrase a la ciudad la división de vanguardia, que regresaba de la persecución de Tristán y el General ordenó que a caballo, llenos de sudor y de polvo como venían, siguiesen en columna atrás de la procesión, con lo que se aumentó considerablemente la comitiva y la solemnidad de aquel acto. No necesito pintar los sentimientos de religiosa piedad que se dejaban translucir en los semblantes de aquel devoto vecindario, que tantos sustos y peligros había corrido; su piedad era sincera y sus votos eran sin duda aceptados por la Divinidad”. “Estos sentimientos tomaron mayor intensidad cuando llegó la procesión al campo de batalla, donde aún no se había borrado la sangre que lo había enrojecido. Repentinamente el General deja su puesto y se dirige solo hacia las andas, en donde era conducida la imagen
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de la advocación que se celebraba; la procesión para; las miradas de todos se dirigen a indagar las causas de esta novedad; todos están pendientes de lo que se propone el General, quien haciendo bajar las andas hasta ponerlas a su nivel, entrega el bastón que llevaba en su mano y lo acomoda por el cordón en las de la imagen de las Mercedes. Hecho esto vuelven los conductores a levantar las andas y la procesión continúa majestuosamente su carrera”. “La conmoción fue entonces universal; hay ciertas sensaciones que perderían mucho queriéndolas describir y explicar; al menos, yo no me encuentro capaz de ello. Si hubo allí espíritus fuertes que ridiculizaron aquel acto no se atrevieron a sacar la cabeza”. Esta es la descripción sencilla pero real de uno de los actos más trascendentes en la vida espiritual de la Argentina. Fue sin palabras, sin mayor discurso, pero con hechos que no pueden olvidarse ni dejarse de transmitir a las generaciones futuras. Es desde entonces que se comienza a dar el título de Generala a la Virgen de la Merced, formando parte del léxico militar que usarán –después de Belgrano- aquellos valiente jefes, Eustaquio Díaz Vélez, José Rondeau, Francisco Ortiz de Ocampo, Juan Antonio Álvarez de Arenales, Martín Miguel de Güemes, Gregorio Aráoz de la Madrid y otros más, que llevaron a sus soldados hacia la victoria, luciendo en sus viriles pechos el escapulario de su Generala.
Soldados de la Generala Dos hechos hay en la vida de Belgrano de gran importancia, que denotan el ideal patriótico y religioso que animaba su espíritu varonil. Ambos fueron bien meditados y realizados con bastante sencillez, pero al mismo tiempo con dimensiones de trascendencia. La creación de la bandera nacional y el nombramiento de la Generala. El primero fue desaprobado por la autoridad central. Belgrano obedeció en deshacerse de la bandera pero agregando que “si acaso me preguntan por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el ejército…”. Esa gran victoria ocurrió el 24 de septiembre de1812. El nombramiento de Generala fue consecuencia del voto de Belgrano por la victoria, ganada contra las órdenes del mismo Gobierno, quien no pudo menos de reconocer la “intercesión de la Divina Señora”, según respuesta a Belgrano del 20 de octubre, y más tarde, el 27 de septiembre de 1813, autoriza los gastos necesarios para los homenajes “que anualmente deben hacerse en manifestación de gratitud a la Santísima Virgen de Mercedes”. Cuando Belgrano debe dejar el mando del Ejército a San Martín le escribe desde Santiago del Estero en abril de 1814 aquella carta que quiso ser como su testamento. Entre otras cosas le decía: “Añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el ejército se forme, que no deje de implorar a Nuestra Señora de la Merced nombrándola siempre Nuestra Generala, y no olvide los escapularios de la tropa”. Comentando esta carta-testamento, escribió un conferencista: “Belgrano pudo morir al otro día. En esa carta legaba en las manos más seguras que tuvo la Patria, las del Gran Capitán, todo su fervor de patriota y su alma de soldado cristiano, sintetizado en los dos símbolos más grandes de su vida: Nuestra Señora de las Mercedes, Generala del Ejército y la bandera azul y blanca”.
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BibliografĂa
http://www.aica.org/3361-la-virgen-de-merced-en-batalla-tucuman.html http://www.lanacion.com.ar/1305778-el-milagro-de-las-langostas https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Tucum%C3%A1n http://www.lagaceta.com.ar/nota/456714/politica/batalla-mas-importante-revolucion.html http://efemarg.blogspot.com.uy/2011/09/batalla-de-tucuman-24-de-septiembre-de.html
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