qwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwerty uiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasd fghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzx cvbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq La Sed de Amar wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui Poema Antol贸gico opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg Cristina Chac贸n Moratalla y Mireia Piles Mart铆nez hjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg hjklzxcvbnmqwertyuiopasdfghjklzxc vbnmqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmq wertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyui opasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopasdfg hjklzxcvbnmrtyuiopasdfghjklzxcvbn mqwertyuiopasdfghjklzxcvbnmqwert yuiopasdfghjklzxcvbnmqwertyuiopas
LA SED DE AMAR De mortal escalofrío un desastroso espíritu posee tu tierra, y por entre las crespas vuelvo a ti con los dedos enlazados antes que te descuaje un torbellino cuando el amor lo agita poderoso. Por las sendas, sombreadas, bajo el remoto azul de un cielo en calma, acurrucar mis sueños entumidos cual retando al rayo a herirme Tal vez por mi infinita sed de amar, donde fulgura el anhelo, llevo un crepúsculo en el alma, bajo el peso de las férreas armaduras.
1-Poema La Sombra De Huáscar de Manuel González Prada
En su lecho, prisionero, Yace Atahualpa dormido; Mas despierta, se incorpora, Arrojando al aire un grito. -«¿Quién me toca con sus manos? ¿Quién me llama con gemidos? ¿Qué visión de los sepulcros Turba mi sueño tranquilo?» -«Quien te llama y te despierta, Quien suspira en tus oídos, Es Huáscar ¡ay!, es tu hermano, Es el cadáver del río. En vano sueñas rescate Y el real poder antiguo; De mí piedad no tuviste, No la tendrán, no, contigo. A la tierra de los muertos Pronto irás, bastardo inicuo: Atahualpa, fui delante Para enseñarte el camino». La adusta sombra de Huáscar Se disipa de improviso; Atahualpa se estremece De mortal escalofrío.
2-Poema A Colón de Rubén Darío ¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América, tu india virgen y hermosa de sangre cálida, la perla de tus sueños, es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida. Un desastroso espíritu posee tu tierra: donde la tribu unida blandió sus mazas, hoy se enciende entre hermanos perpetua guerra, se hieren y destrozan las mismas razas. Al ídolo de piedra reemplaza ahora el ídolo de carne que se entroniza, y cada día alumbra la blanca aurora en los campos fraternos sangre y ceniza. Desdeñando a los reyes nos dimos leyes al son de los cañones y los clarines,
y hoy al favor siniestro de negros reyes fraternizan los Judas con los Caínes. Bebiendo la esparcida savia francesa con nuestra boca indígena semiespañola, día a día cantamos la Marsellesa para acabar danzando la Carmañola. Las ambiciones pérfidas no tienen diques, soñadas libertades yacen deshechas. ¡Eso no hicieron nunca nuestros caciques, a quienes las montañas daban las flechas! . Ellos eran soberbios, leales y francos, ceñidas las cabezas de raras plumas; ¡ojalá hubieran sido los hombres blancos como los Atahualpas y Moctezumas! Cuando en vientres de América cayó semilla de la raza de hierro que fue de España, mezcló su fuerza heroica la gran Castilla con la fuerza del indio de la montaña. ¡Pluguiera a Dios las aguas antes intactas no reflejaran nunca las blancas velas; ni vieran las estrellas estupefactas arribar a la orilla tus carabelas! Libre como las águilas, vieran los montes pasar los aborígenes por los boscajes, persiguiendo los pumas y los bisontes con el dardo certero de sus carcajes. Que más valiera el jefe rudo y bizarro que el soldado que en fango sus glorias finca, que ha hecho gemir al zipa bajo su carro o temblar las heladas momias del Inca. La cruz que nos llevaste padece mengua; y tras encanalladas revoluciones, la canalla escritora mancha la lengua que escribieron Cervantes y Calderones. Cristo va por las calles flaco y enclenque, Barrabás tiene esclavos y charreteras, y en las tierras de Chibcha, Cuzco y Palenque han visto engalonadas a las panteras. Duelos, espantos, guerras, fiebre constante en nuestra senda ha puesto la suerte triste: ¡Cristóforo Colombo, pobre Almirante, ruega a Dios por el mundo que descubriste!
3-Poema Sueño Despierto de José Martí
Yo sueño con los ojos Abiertos, y de día Y noche siempre sueño. Y sobre las espumas Del ancho mar revuelto, Y por entre las crespas Arenas del desierto Y del león pujante, Monarca de mi pecho, Montado alegremente Sobre el sumiso cuello,? Un niño que me llama Flotando siempre veo!
4-Poema El Retorno de Amado Nervo
“Vivir sin tus caricias es mucho desamparo; vivir sin tus palabras es mucha soledad; vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro, es mucha oscuridad…” Vuelvo pálida novia, que solías mi retorno esperar tan de mañana, con la misma canción que preferías y la misma ternura de otros días y el mismo amor de siempre, a tu ventana. Y elijo para verte, en delicada complicidad con la Naturaleza, una tarde como ésta: desmayada en un lecho de lilas, e impregnada de cierta aristocrática tristeza. ¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados en actitud de súplica y anhelo -como siempre-, y mis labios no cansados de alabarte, y mis ojos obstinados en ver los tuyos a través del cielo! Recíbeme tranquila, sin encono, mostrando el deje suave de una hermana; murmura un apacible: “Te perdono”, y déjame dormir con abandono, en tu noble regazo, hasta mañana…
5-Poema A un Olmo Seco de Antonio Machado
Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera.
6-Poema Al Oído del Lector de José Asunción Silva No fue pasión aquello, fue una ternura vaga lo que inspiran los niños enfermizos, los tiempos idos y las noches pálidas. El espíritu solo al conmoverse canta: cuando el amor lo agita poderoso tiembla, medita, se recoge y calla. Pasión hubiera sido en verdad; estas páginas en otro tiempo más feliz escritas no tuvieran estrofas sino lágrimas.
7-Poema A La Marchessa María De Plattis de Tomás Morales .
Un cantar enamorado vibra en la alegre floresta; el parque en luna bañado está, esta noche de fiesta... Fiesta de loca quimera que se celebra en honor de ser ésta la primera noche de la Primavera, tan buena para el amor... Ya los pajes han servido el vino. Ya los bufones su carcajada han reído; ya lleno de insinuaciones está el boscaje florido... Por las sendas, sombreadas de quejumbrosos laureles, se oyen perdidos rumores: parejas enamoradas de doncellas y donceles van diciendo sus amores... Y a lo lejos, en la umbría misteriosa del jardín, la dulce melancolía de un sonoro bandolín dice una galantería: – Tiene el conde tres doncellas rubias como el sol de mayo; sus pupilas son estrellas que alumbraron mi fortuna, sus cabellos son un rayo tembloroso de la luna... – Ojos claros, ojos claros, ojos claros... blanca tez... La una es rubia, la otra es rubia, la otra es rubia... ¡Oh, qué rubias son las tres...! Calla la voz... A distancia responde otra dulce voz, envuelta entre la fragancia de los jazmines en flor: – Las doncellas son las bellas azucenas del jardín; y son ellas las estrellas que una noche en que la luna se moría se asomaron a la vida, sonrientes, evocadas por las notas transparentes de un violín. De la canción amorosa callan las notas gentiles, y se pierden vagarosas las parejas juveniles... Sólo se escuchan perdidos rumores, en las desiertas sendas al amor abiertas; tras los macizos floridos
algunas risas despiertas y algunos besos dormidos... Luego, la voz, a lo lejos, repite su languidez: – La una es rubia, la otra es rubia, la otra es rubia... ¡Oh, qué rubias son las tres!... Y el eco leve, sonoro, lejano del bandolín: – Las doncellas son las bellas azucenas del jardín...
8-Poema Balada del fino amor de Leopoldo Lugones
Bajo el remoto azul de un cielo en calma, y al susurrar de la alameda umbría, para tu elogio he de contar un día cómo fue que el amor nos llegó al alma. Cómo fue...¿Pero acaso, no es sabido el modo de venir que tiene el ave, cuando recobra, peregrina y suave, la solitaria intimidad del nido? O alguien ignora lo que pasa, cuando la luna de las flébiles congojas, a través de las almas y las hojas, derrama sombra y luz, como llorando? Y habrá quien no haya visto en un inerte crepúsculo, de gélidos candores, caer las violetas ulteriores, de las lánguidas manos de la muerte?
9-Poema Deseo de Manuel Gutiérrez Nájera ¿No ves cual prende la flexible yedra entre las grietas del altar sombrío?
Puesto como enlaza a la marmórea piedra quiero enlazar tu corazón bien mío. ¿Ves cual penetra el rayo de la luna las quietas ondas sin turbar la calma? Pues tal como se interna en la laguna quiero bajar al fondo de tu alma. Quiero en tu corazón, sencillo y tierno, acurrucar mis sueños entumidos como al llegar la noche del invierno se acurrucan las aves en sus nidos.
10-Poema Espinelas de Salvador Díaz Mirón
Que como el perro que lame la mano de su señor, el miedo ablande el rigor con el llanto que derrame; que la ignorancia reclame al cielo el bien que le falta. Yo, con la frente muy alta, cual retando al rayo a herirme soportaré sin rendirme la tempestad que me asalta. No esperes en tu piedad que lo inflexible se tuerza: yo seré esclavo por fuerza pero no por voluntad. Mi indomable vanidad no se aviene a ruin papel. ¿Humillarme? Ni ante aquel que enciende y apaga el día. Si yo fuera ángel, sería el soberbio ángel Luzbel. El hombre de corazón nunca cede a la malicia. ¡No hay más Dios que la justicia ni más ley que la razón! ¿Sujetarme a la presión del levita o el escriba? ¿Doblegar la frente altiva ante torpes soberanos?
Yo no acepto a los tiranos ni aquí abajo ni allá arriba.
11-Poema Hermana, hazme llorar... de Ramón López Velarde.
Fuensanta: dame todas las lágrimas del mar. Mis ojos están secos y yo sufro unas inmensas ganas de llorar. Yo no sé si estoy triste por el alma de mis fieles difuntos o porque nuestros mustios corazones nunca estarán sobre la tierra juntos. Hazme llorar, hermana, y la piedad cristiana de tu manto inconsútil enjúgueme los llantos con que llore. el tiempo amargo de mi vida inútil. Fuensanta: ¿tú conoces el mar? Dicen que es menos grande y menos hondo que el pesar. Yo no sé ni por qué quiero llorar: será tal vez por el pesar que escondo, tal vez por mi infinita sed de amar. Hermana: dame todas las lágrimas del mar...
12-Poema La Canción de la Morfina (Hojas al Viento) de Julián del Casal
Amantes de la quimera, yo calmaré vuestro mal: soy la dicha artificial, que es la dicha verdadera. Isis que rasga su velo polvoreado de diamantes, ante los ojos amantes donde fulgura el anhelo; encantadora sirena que atrae, con su canción, hacia la oculta región en que fallece la pena;
bálsamo que cicatriza los labios de abierta llaga; astro que nunca se apaga bajo su helada ceniza; roja columna de fuego que guía al mortal perdido, hasta el país prometido del que no retorna luego. Guardo, para fascinar al que siento en derredor, deleites como el amor, secretos como la mar. Tengo las áureas escalas de las celestes regiones; doy al cuerpo sensaciones; presto al espíritu alas. Percibe el cuerpo dormido por mi mágico sopor, sonidos en el color, colores en el sonido. Puedo hacer en un instante con mi poder sobrehumano, de cada gota un océano, de cada guija un diamante. Ante la mirada fría del que codicia un tesoro, vierte cascadas de oro, en golfos de pedrería. Ante los bardos sensuales de loca imaginación, abro la regia mansión, de los goces orientales, donde odaliscas hermosas de róseos cuerpos livianos, cíñenle, con blancas manos, frescas coronas de rosas, y alzan un himno sonoro entre el humo perfumado que exhala el ámbar quemado en pebeteros de oro. Quien me ha probado una vez nunca me abandonará. ¿Qué otra embriaguez hallará superior a mi embriaguez? Tanto mi poder abarca, que conmigo han olvidado, su miseria el desdichado, y su opulencia el monarca. Yo venzo a la realidad, ilumino el negro arcano y hago del dolor humano dulce voluptuosidad.
Yo soy el único bien que nunca engendró el hastío. ¡Nada iguala el poder mío! ¡Dentro de mí hay un Edén! Y ofrezco al mortal deseo del ser que hirió ruda suerte, con la calma de la Muerte, la dulzura del Leteo.
13-Poema Hay un instante de Guillermo Valencia Hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más, fugaz momento palpitante de una morosa intensidad. Se aterciopelan los ramajes, pulen las torres su perfil, burila un ave su silueta sobre el plafondo de zafir. Muda la tarde, se concentra para el olvido de la luz, y la penetra un don suave de melancólica quietud, como si el orbe recogiese todo su bien y su beldad, toda su fe, toda su gracia contra la sombra que vendrá... Mi ser florece en esa hora de misterioso florecer; llevo un crepúsculo en el alma, de ensoñadora placidez; en él revientan los renuevos de la ilusión primaveral, y en él me embriago con aromas de algún jardín que hay ¡más allá!...
14-Poema Los Caballos de los conquistadores de José Santos Chocano ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos y sus ancas relucientes y sus cascos musicales... ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! ¡No! No han sido los guerreros solamente, de corazas y penachos y tizonas y estandartes, los que hicieron la conquista de las selvas y los Andes: Los caballos andaluces, cuyos nervios tienen chispas de la raza voladora de los árabes, estamparon sus gloriosas herraduras en los secos pedregales, en los húmedos pantanos, en los ríos resonantes, en las nieves silenciosas, en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Un caballo fue el primero, en los tórridos manglares, cuando el grupo de Balboa caminaba despertando las dormidas soledades, que de pronto dio el aviso del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire al olfato le trajeron las salinas humedades; y el caballo de Quesada, que en la cumbre se detuvo viendo, en lo hondo de los valles, el fuetazo de un torrente como el gesto de una cólera salvaje, saludo con un relincho la sabana interminable... y bajó con fácil trote, los peldaños de los Andes, cual por unas milenarias escaleras que crujían bajo el golpe de los cascos musicales... ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Y aquel otro, de ancho tórax, que la testa pone en alto cual queriendo ser más grande, en que Hernán Cortés un día caballero sobre estribos rutilantes, desde México hasta Honduras mide leguas y semanas entre rocas y boscajes, es más digno de los lauros que los potros que galopan
en los cánticos triunfales con que Píndaro celebra las olímpicas disputas entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires Y es más digno todavía de las odas inmortales el caballo con que Soto, diestramente, y tejiendo las cabriolas como él sabe, causa asombro, pone espanto, roba fuerzas, y entre el coro de los indios, sin que nadie haga un gesto de reproche, llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas las insignias imperiales. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! El caballo del beduino que se traga soledades. El caballo milagroso de San Jorge, que tritura con sus cascos los dragones infernales. El de César en las Galias. El de Aníbal en los Alpes. El Centauro de las clásicas leyendas, mitad potro, mitad hombre, que galopa sin cansarse, y que sueña sin dormirse, y que flecha los luceros, y que corre como el aire, todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre, que los épicos caballos andaluces en las tierras de la Atlántida salvaje, soportando las fatigas, las espuelas y las hambres, bajo el peso de las férreas armaduras, cual desfile de heroísmos, coronados entre el fleco de los anchos estandartes con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante. En mitad de los fragores del combate, los caballos con sus pechos arrollaban a los indios, y seguían adelante. Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!", entre el humo y e fulgor de los metales, se veía que pasaba, como un sueño, el caballo del apóstol a galope por los aires ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Se diría una epopeya de caballos singulares que a manera de hipogrifos desolados o cual río que se cuelga de los Andes,
llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes, de unas tierras nunca vistas, a otras tierras conquistables. Y de súbito, espantados por un cuerno que se hincha con soplido de huracanes, dan nerviosos un soplido tan profundo, que parece que quisiera perpetuarse. Y en las pampas y confines ven las tristes lejanías y remontan las edades y se sienten atraídos por los nuevos horizontes: Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape. Detrás de ellos, una nube, que es la nube de la gloria, se levanta por los aires. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles!
Mireia Piles Martínez y Cristina Chacón Moratalla, 4rt B.