Punto y Raya Festival | José Antonio Millán

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CONFERENCIA

José Antonio Millán [La Casa Encendida, Madrid, 2 septiembre 2007]


La representación gráfica del lenguaje en Occidente por José Antonio Millán [extracto]

¿Qué es lo que pinta una conferencia sobre la puntuación en el contexto de un festival como Punto y Raya? En este festival que organizan mis amigas de mad-actions, se plantea el reto de hacer ver de otra manera los granos mínimos de la figuración -como son el punto y la raya- y los elementos que pueden generar. Dentro de este contexto hay algo muy interesante para decir sobre nuestra lengua escrita y el uso de puntos y de rayas. Estamos en una época muy alfabetizada y llena de escritura, pero la lengua es sobre todo lengua oral; es el impulso, el neuma, la voz que sale modulada de los órganos fonadores del hombre. Si uno piensa en la lengua despojada de la escritura verá que es, por una parte, inminentemente musical; que tiene tonos en los cuales el lenguaje se suspende anunciando que algo sigue; tiene tonos concursivos, que descienden indicando que algo está terminando... que tiene pausas... tiene todos estos elementos y muchos más, como por ejemplo mi voz, que informa sobre mi sexo, sobre mi contextura física -a grandes rasgos-, sobre mi nivel de educación y sobre una gran cantidad de datos de la lógica de la lengua en la que me estoy dirigiendo a ustedes. Recoger todos estos elementos por escrito es algo realmente complejo y espinoso y la prueba es que no se ha logrado del todo y posiblemente, no haga ninguna falta hacerlo. Pero ha habido –grosso modo- unos 2.000 años de historia que se han dedicado a reflejar en la lengua escrita muchos de los elementos de la lengua hablada. Y lo que voy a contar aquí es un pequeño resumen de este largo proceso que está centrado sobre todo en el uso del punto y de la raya, es decir, de los signos de puntuación. En un primer estadio podemos hablar de la solución que se da en una época francamente lejana como en Grecia o como Roma al problema de la creación de un registro escrito del lenguaje humano. La primera solución es, como quizás sepan, una especie de sopa de letras. Si uno ve ciertas inscripciones de tiempos remotos o pergaminos con escrituras primitivas, se sorprende cuando nota que no sólo no hay signos de puntuación, sino que incluso los espacios mismos entre las letras, no existen.


· escritura clásica libraria rústica [s. IV]

Es una especie –insisto– de sopa de letras que exigía de ciertas habilidades para descifrarlas. En estas habilidades para descifrar un magma de letras y articularlas, es donde están las bases de la puntuación. De hecho, si pensamos en Roma, donde los lectores que por lo general solían ser esclavos, gramáticos, leían los textos en voz alta a sus amos, lo primero que tenían que hacer era prepararse el texto e ir colocando una serie de puntos y de rayitas para informarse a sí mismos de qué es lo que tenían que hacer: dónde pararse, dónde elevar el tono, dónde cerrarlo, etc. Esto era una puntuación privada; una puntuación que hacia los siglos II, III y IV hacen los que preparan un texto para ser leído. Hay una anécdota que nos viene reflejada en la obra “El Satiricón”, en el cual hay una cena donde Trimalchio da un beso a un muchachito. Su mujer se pone molesta y Trimalchio, un personaje que ha tenido un ascenso social demasiado rápido, le dice: “No te preocupes, que a este niño le beso no por pasión, sino porque es un genio: sabe dividir entre diez” (cosa que en números romanos no carece de mérito) “y lee a primera vista”. Efectivamente, como he dicho antes, un lector se tenía que preparar el texto colocando unos puntitos y unas rayas para ir creando su puntuación. Bien, desde este momento hay otros tres hitos -que voy a resumir rápidamente- entre los cuales se va creando el sistema de puntuación actual. Este sistema se va construyendo de una forma muy penosa, realmente, a través de una serie de revoluciones entre las cuales convendría señalar la que hizo el emperador Carlomagno hacia el siglo VIII; otra fue la revolución de la imprenta en el siglo XV-XVI, cuando se llega a una cierta estandarización; y por último, la revolución normativa cuando aparecen a partir del siglo XVIII las Academias, que son


básicamente unos señores viejos que regañan a los que no hacen las cosas como ellos dicen. Esto es a grandes rasgos. Si les parece, iré hablando de los signos de puntuación casi uno a uno para poder contar algunas de sus características. Empezaría quizás por el punto, que es el que da el primer nombre a este festival en el que estamos.

El punto, como se puede ver etimológicamente, tiene que ver con el acto de pinchar. Está relacionado etimológicamente con la punción o con la picadura de una abeja, y es de los signos que aparecen antes en los manuscritos y en cualquier tipo de registro escrito. El punto es de alguna forma la madre de todos los signos, que no en vano se llaman “de puntuación”. Y la palabra “punto” forma parte del nombre de muchos signos: están el punto, el punto y coma, los dos puntos, los puntos suspensivos... incluso hay signos de admiración e interrogación que en francés son algo así como “punto de admiración” o “punto de interrogación”. Es decir, el punto es como el alma. El punto empieza siendo prácticamente el único signo de puntuación. Es un signo que se va colocando allí donde hay ciertas pausas a tener en cuenta, y uno de sus primeros usos es una longitud de pausa variable. Es decir, el punto bajo indica una pausa breve (como sería hoy en día una coma), el punto intermedio sería una pausa equivalente a un punto y coma, y el punto alto equivaldría a nuestro punto actual. Como esto planteaba numerosos problemas desde el punto de vista de la lectura y de la copia de manuscritos y demás, poco a poco se van creando signos nuevos. Durante muchos siglos, estos nuevos signos aparecen y desaparecen de forma privada. Puede ser que una escuela de copistas o de escribas se inventen, como ocurrió con los visigodos, un signo de puntuación que es un punto metido dentro de un círculo. Eso sería el signo de admiración. Bien. Pues en la medida que alguien se lo inventa, que surge una serie de seguidores y es reconocido por los lectores, pues este signo de puntuación progresa. De esta forma asistimos hacia el siglo VIII a una auténtica orgía de variantes de signos de todos los tipos, y no es hasta que no se


empiezan a estabilizar las cosas con la imprenta cuando estos signos adquieren una forma un poco más permanente. Pero, paralelamente a los signos, hay algo que en esta época también va creciendo y que tiene un gran interés: el uso del espacio en blanco. Los espacios en blanco comienzan separando las palabras, cosa que no es tan fácil como parece. Si alguno tuvo oportunidad de ver una carta o texto escrito por alguien muy analfabeto, se sorprenderá de ver qué extrañas uniones y separaciones de palabras hacen. No solamente la separación de palabras, sino la separación entre los párrafos que articulan visualmente el texto es algo que también se va conquistando a lo largo del tiempo. La imprenta al principio simplemente imita los manuscritos, pero luego empieza a facilitar el trabajo de los lectores. De hecho hay un caso muy claro con la edición de una obra de Fray Luis de León que se edita en 1500 y pico en una especie de mazacote de letras sin divisiones en párrafos, casi sin divisiones en capítulos y que unos 200 años después se reedita. El editor que hace esta nueva edición dice: “He creído conveniente abrir los párrafos para que las personas no muy habituadas a leer tengan puntos de descanso.” La revolución a la que se asiste de la mano de la imprenta es -ni más ni menos- que hay mucha más gente que quiere leer, mucha más gente que necesita leer y hay que facilitarles las cosas. La diferencia entre el texto romano que solamente un gramático podía preparar y el texto que cualquier persona con una alfabetización media podía leer es inmensa, y es el espacio que se recorre en este tiempo. Como decía, el punto es el elemento básico y aparece muy tempranamente. La coma es otro de los elementos que se ven aparecer y desaparecer durante la gran orgía de la puntuación que hacia el siglo XVI ya está bastante estabilizada.

“Coma” es una palabra griega que quiere decir pausa, división. Y de hecho se llamó “coma” incluso al signo de los dos puntos en algún momento, es decir, coma era algo que indicaba una separación. En el momento en que aparecen las comas ocurre algo muy


interesante: las comas codifican de forma musical ciertas particularidades del lenguaje. Por ejemplo, si yo digo “Fuimos a comprar peras, ciruelas y manzanas”... Bueno, desde el punto de vista puramente fónico, entre peras y ciruelas hay un ascenso del tono y una pausa temporal. Y después de la palabra “manzanas” hay un descenso. La coma lo que codifica es esta pausa y este ascenso de tono, pero tiene una interpretación lógica que no es nada trivial. Si yo digo “¿Queréis peras, ciruelas o manzanas?” la pausa significa “O”. Si digo “Compramos peras, ciruelas y manzanas” la pausa significa “Y”. La interpretación fónica es siempre la misma, es un ascenso del tono. Cuando aparece la coma lo que aparece es algo con grandes implicaciones: es una codificación fija del texto. Porque una de las funciones que tienen este tipo de marcas de puntuación es deshacer la ambigüedad para el que lee. Voy a poner un ejemplo que levantó bastante polvareda y por el que probablemente se derramó alguna sangre. Es del evangelio de San Lucas, cuando está Cristo en la cruz y dice al ladrón: “En verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso”. Bien. En el arameo original no había comas en la escritura y en los textos de las Escrituras no aparecen comas tampoco, pero en un cierto momento en occidente hay que fijar un poco la estructura lógica y ahí surgen dos versiones. Hay quien dice que el sentido es “En verdad te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”. O bien “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”. La diferencia no es trivial porque en un caso lo que se implica es que el ladrón va a estar en el paraíso ese mismo día, por lo tanto habrá un juicio particular y el ladrón subirá al paraíso en ese mismo momento. En la otra interpretación, se dice sencillamente que estará el ladrón en el paraíso en algún momento. Por menos de esto se han desatado guerras religiosas y efectivamente, éste es un ejemplo de cómo una coma puede cambiar mucho la interpretación de un texto.

El punto y coma es otro elemento que surge más tardíamente que el punto y que la coma y tiene por objeto crear una dicción


intermedia, que realmente muchas veces es muy útil, sobre todo cuando hay párrafos o ideas largas. Claramente, éste era un elemento nuevo que exigía una cierta sutileza y de hecho, tras su invención por los editores italianos, un tratadista escribe cuando se lo recibe en España: “Pero yo creo que este signo es de mucha particularidad y menudencia para la lengua española”. Incluso hoy en día hay mucha gente que no utiliza nunca el punto y coma en español ni en francés.

Los dos puntos son en algunos libros impresos, el único signo que existe junto con el punto. Por ejemplo, “La gramática de la lengua española” de Antonio de Lebrija que se publica en 1492, está puntuado exclusivamente con puntos y con dos puntos. Es decir, es el momento en que los puntos cumplían la función de coma. A partir de ahí los dos puntos se van especializando como una forma de dar paso a algo que viene detrás. Hay un ejemplo muy bonito de Borges que ilustra el tipo de matices que se pueden incorporar a la puntuación, y es un ejemplo particularmente interesante porque Borges era un escritor que cuidaba muchísimo de la puntuación. De hecho, el caso que voy a contar es una enmienda que hace entre la primera escritura de un cuento y su versión definitiva. El cuento es “El Aleph”.

Como recordarán, “El Aleph” es un espacio misterioso desde donde se ve todo el mundo, y que el personaje de Borges encuentra por azar. Este personaje, llamado Carlos Argentino Daneri, cuenta en 1940 y tantos -cuando se escribe el cuento por primera vez- por qué considera suyo al aleph: “Es mío, es mío; yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar”. Cuando Borges revisa todos sus textos en 1974, por lo general hace


muy pocas correcciones. En la biblioteca de Madrid está -si no lo ha robado nadie a estas alturas- el original de Borges, un cuadernito escolar precioso en el cual escribió el cuento “El Aleph”. Y comparando ese texto con el de 1974 se ve el siguiente cambio: “Es mío, es mío: yo lo descubrí en mi niñez, antes de la edad escolar”. Es una sutileza, pero bueno, las letras están hechas de sutilezas. Y ésta no es menor. En el primer caso son dos elementos que están articulados dentro de la misma oración, pero no hay una relación causal. El segundo caso se puede entender como una forma de explicación. Este tipo de juegos y sutilezas forman parte del mundo de los signos de puntuación, de estos puntos y rayas con los que nos hemos acostumbrado a trabajar, y cualquiera que tenga una relación profesional con los textos no puede desdeñar ninguno. Parece que hay una cierta relación entre la notación musical y la notación ortográfica de los signos de puntuación y de hecho, no es extraño, porque como comentábamos al principio, el lenguaje tiene características musicales y hay signos que tienen implicaciones tonales. Es curioso, porque la situación romana que veíamos al principio en la cual una persona se tiene que preparar con signos privados de puntuación un texto antes de leerlo, es lo que ocurre hoy en día con la ejecución musical escrita en partituras y demás. Un intérprete en general no coge una partitura y se lanza a tocarla, sino que va metiendo sus propios signos que le indican ciertas cosas que la partitura no llega a describir. Los puntos suspensivos tienen una función parecida a la que tiene la fermata.

La fermata es un elemento de la notación musical que hace que la línea melódica se interrumpa, a veces por tiempo indefinido o que queda a discreción del ejecutante, y luego se reanuda. Los puntos suspensivos son esta especie de fermata que tiene distintos fines. Por ejemplo, dilatar la aparición de la segunda parte de la frase. Si hablamos de la famosa fábula del parto de los Montes, pues diríamos:


“Y después de las convulsiones y de las aperturas de las grandes moles, nació... un ratoncito”. Bien. Éste es el uso de los puntos suspensivos: dilatar una segunda parte en la cláusula o bien, dejar en suspenso del todo: “Eres un...”, puntos suspensivos. Yo diría que casi cada signo ha tenido su momento de gloria. Y el momento de gloria de los punto suspensivos, así como de las admiraciones y exclamaciones, fue el romanticismo. Los puntos suspensivos se utilizaban durante la época romántica un poco como un signo customizable. Tú podías poner tantos puntos suspensivos como emoción quisieras aplicar a algo. Tengo aquí un ejemplo de una obra publicada en 1848 en que los puntos suspensivos pueden ser 3, 4, 5 ó 6. “Tiemblo de interrogar el corazón de Eduardo... (3) ¿Todo está allí?.... (4) Si él dejase de amarme.....(5) Oh, desechemos esa idea....(4) Para mí no hay en la vida más que el amor de Eduardo.....(5) Nada..... (5) Ni mi mismo hijo..... (5) Ahí está..... (5) enfermo..... (5) y siendo su madre no puedo acercarme a él......" (6) El escritor romántico utilizaba los puntos suspensivos como un recurso prácticamente musical para ir transmitiendo las emociones. Por supuesto, hoy en día tenemos sólo tres puntos suspensivos y el lector se debe imaginar qué peso, qué énfasis debe dar a la cuestión.

El signo de interrogación aparece como una notación musical que indicaría -como se ve todavía en algún escrito de la época de Carlomagno- que el tono de la voz se eleva; y a partir de ahí empieza a aparecer, sobre todo en el final de las oraciones, dando lugar a ciertos debates en el siglo XVI que todavía hoy no se han superado del todo. Los tratadistas retóricos y los gramáticos de la época descubrieron pronto que había dos tipos de preguntas: un tipo sería algo así como “¿Qué hora es?” o “¿Cuánto dinero tienes?”. Estas son preguntas que se resuelven o se perfeccionan con una respuesta: “Son las cinco”, “Tengo cinco euros”. Pero preguntas del estilo de


“¿Cuántas veces te he dicho que te laves las manos antes de comer?” no piden un 3, un 5 o un cien. Son preguntas retóricas. En el s. XVI en Inglaterra hubo quien sugirió que se utilizara la imagen especular de nuestro signo de cierre interrogación para marcar las interrogaciones retóricas, mientras que el cierre de interrogación normal que usamos hoy en día sería para las interrogaciones no retóricas. Eso era, no cabía duda, un paso adelante. En español hay veces que es muy difícil saber si una oración es una interrogación o no. Una frase como “El niño va solo al colegio” puede ser interrogativa: “¿El niño va solo al colegio?”; puede ser exclamativa: “¡El niño va solo al colegio!”; o puede ser simplemente enunciativa: “El niño va solo al colegio.” Si un español empieza a leer (y ésta es una frase corta, pero si fuese una frase larga...) tiene que esperar mucho tiempo para saber si tiene que admirarse, o suspenderse, o preguntarse, o enterarse. Entonces los académicos – que para esto están– coincidieron en que eso había que arreglarlo. Y en la segunda edición de la Ortografía Académica de 1754 nos dicen lo siguiente: “La dificultad ha consistido en la elección del signo, pues emplear en esto los que sirven para los acentos y otros usos darían motivo a equivocaciones” (obviamente) “y el inventar nueva nota” (es decir, nuevo signo) “sería reparable y quizás, no bien admitido. Por esto, después de un largo examen, ha parecido al academia se puede usar de la misma nota de interrogación poniendo la inversa antes de la palabra en que tiene principio tono interrogante además de la que debe llevar de cláusula al fin de forma regular”.

Gracias a esto, es decir, invirtiendo el que era el cierre de la interrogación, hoy en día los españoles, los gallegos -en alguna versión de la norma gallega- y me parece que nadie más, saben cuándo tienen que interrogarse muy desde el principio de las oraciones. Para acabar con la interrogación, hay que decir que ha sido de los pocos signos que está todavía en una gran tensión creativa por lo siguiente: hay frases que pueden ser interrogativas o admirativas al tiempo. Por ejemplo: “Pero... te has comido tú solo todo ese plato”. Esa oración puede ser interrogativa, puede ser una oración retórica, o puede ser exclamativa. De hecho, en los orígenes de la


puntuación hacia el siglo XVI, el mismo signo de interrogación con su curvita podía servir para exclamación y para interrogación. Y la verdad es que muchas frases podrían funcionar siendo una cosa u otra. Por eso la Academia recomienda para este tipo de oraciones el uso de una frase que empieza con admiración y cierra con interrogación, o viceversa. Pero en el caso de las lenguas que no tienen esta capacidad de abrir y cerrar los signos, se comprendió de inmediato que carecían de recursos para esto. Y en 1962 es, hasta donde yo sé, la última reforma de la ortografía occidental contemporánea, cuando un diseñador gráfico inglés propuso crear un signo nuevo llamado interrogang, que sería la fusión del cierre de la admiración y de la interrogación en un solo signo. El interrogang no se ha utilizado casi nada; lo he visto únicamente en una parodia de “Harry Potter” llamada “Barry Trotter”, que es un libro bastante divertido para quien haya leído el original. Harry Potter, en vez de tener en la frente la famosa cicatriz que es el origen de toda la obra, tiene un interrogang grabado a fuego.

El signo llamado de admiración o de exclamación que se introduce hacia el siglo XIV en su forma actual, puede tener muy distintos sentidos.

Por ejemplo, puede ser advertencia; puede acompañar a un insulto (si yo escribo que un personaje llama a otro “¡cabrón!”, lo pondré entre admiraciones). Puede ser una orden: “¡Vete allí!”; puede indicar una elevación del volumen de la voz, puede ser una afirmación enfática; deseo, súplica, alegría... sorpresa: “¡Uy!”; compasión, dolor: “¡Ay!”; admiración... Es decir, hay toda una


panoplia de expresiones del ánimo que no tenemos más remedio que recoger mediante la admiración porque no tenemos otra cosa. Ha habido quien ha propuesto crear un signo para las cosas que se expresan por ejemplo, en un registro bajo, como las cosas que se susurran. Y ha habido quien ha planteado usar para esto el signo:

Con esto voy a terminar este repaso tan rápido por la puntuación recordando lo que decía en un principio: de todos los matices y las sutilezas que hay en el lenguaje humano solamente algunas pocas se pueden recoger de forma razonable por escrito; hay muchas que no tienen una expresión directa; hay expresiones en los puntos y las rayitas que metemos entre las letras que pueden tener lecturas muy diferentes y por suerte hay muchos elementos que quedan abiertos a la interpretación del que lee o a los deseos del que escribe. Muchas gracias. [mucho más en www.jamillan.com]


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