Un cientĂfico loco ha descubierto los Agentes del Tiempo y una forma de controlarlos.
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1 o Uno En un lejano mundo de cuya historia no queda registro, hubo una vez un hombre que tenía el terrible poder de no envejecer nunca. Su rostro era el eterno retrato de ayer y de antes de ayer y de muchos días más de los que el tiempo ya ni guarda memoria. La rigidez de sus facciones imitaba los pasillos de un Organismo Público y hasta los vellos asomando de sus narinas se mantenían ordenados en torno a un lunarcito gravitatorio, un tanto mohoso.
Esa
cáscara
humana
no
mostraba más que indiferencia ante todas las leyes de la física, un espejo que reflejaba la incredulidad de quienes le estudiaban
como
si 2
de
un
idiota
malformado se tratase. Uno de esos rostros que no dicen nada por sí solos, sino que necesitan un contexto para su interpretación. Un antes y un después, tal vez una mano aquí y otra allá para descubrir un poco de tensión en la asimetría de las orejas. Su nombre era Varlioz, un eminente científico de las tierras bajas que había desaparecido de la vida social del mundo tras la misteriosa muerte de su mujer e hijo. [una curva empinada; un pasaje oscuro sobre el agua] Varlioz. Sin primer nombre desde que se hiciera tan impopular en el colegio. [y
dos
voces
entre
metales
retorcidos; dos cuerpitos que 3
sabían nadar, pero nunca sobre tierra] Su Tren alucinógeno estaba vacío, ay, cómo lo sabía él cuando se empecinaba en recoger los boletos haciendo retumbar los vagones de materia gris con su silbato para perros. Ninguna mano se extendía más que esa palma dorada y peluda con las ansiadas pastillas. El mendigo era el único que hacía el viaje completo. Última estación y el viejo bajaría con dificultad para desintegrarse en la niebla, sus palmas doradas brillando como balizas sobre el negro húmedo del andén. Esa misma mañana, la primera mañana que viera limpia de fantasmas, Varlioz había decido empezar a llevar un diario. A 4
ningún lugar en especial, simplemente llevarlo de las infinitas dimensiones de su mente a las patéticas hojas en blanco con bordes arrugados de una agenda que había comprado en el ‘98. Como buen observador de su época tenía teorías para cada fenómeno existente y la razón por la que nunca había escrito sobre ellas puede inducirse de su teoría última: Nada hay más perfecto que una hoja en blanco, blanco equivale a la sumatoria de todos los discursos existentes. Y el resto es silencio. Trabajaría las hojas como transparencias en una mesa de animación que se dan sentido no sólo por la linealidad de la frase sino también por la simultaneidad de la imagen que generan. 5
[paradójicas tretas euclidianas para escapar de ese laberinto escalando muros de altura igual a cero] De todos los sistemas simbólicos sólo el matemático lograba inspirarle cierta noción de profundidad, sus distintas capas de realidad conteniéndose mutuamente de forma tal que daban la sensación de “hundirse” en el papel hasta llegar a la mínima
expresión.
Al
fijar
por
unos
segundos sus ojos en los contenedores, Varlioz emprendía en estado hipnótico el regreso al vientre materno: {[( )]}
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En
tertulias
durante
su
época
de
estudiante (cuando aún tenía el don de envejecer), colegas
solía
con
Realidad.
impresionar
distintas
“Miguel
a
definiciones
Ángel”
sus de
comentaba
revoleando una cucharita de café, “no imponía una forma externa a un pedazo de mármol, sino que con su cincel ‘removía’ aquello que ocultaba y oprimía la Verdad contenida
en
el
Nosotros,
como
interior
del
científicos,
bloque. debemos
proponernos exactamente lo mismo y así, penetrando en las distintas capas de realidades
relativas,
encontrar
aquélla
inmutable que sostiene y da sentido a las demás”. Luego tomaría una servilletita de papel y escribiría el siguiente principio (o alguna de sus 145 variaciones, según su humor): 7
Я Ū = ∑ (ґş1 ∩ ґş2 ∩ ґşn…) siendo ґ (ş1… şn) = ∫ cΓø (cono de luz objetivo)(x,y,z,T→ ∞) ⊇ cΓş + Kn (Cuerpo Negro) Es decir, la Realidad Universal equivale a la sumatoria de las infinitas intersecciones entre las realidades relativas, variando éstas
desde
experiencias
sociológicas
(una ciudad, un país, un continente, un planeta, un sistema solar y así ad infinitum) hasta las más íntimas guardadas en el cuerpo negro de la memoria del sujeto (a las que muchos por falta de pruebas definen como “alucinaciones”). Nótese la importancia de la palabra Intersección: no hay realidad sin consenso, 8
he ahí la necesidad de por lo menos dos actantes compartiendo el fenómeno. [dos manos izquierdas tomándose por la barranca] Semejante teoría le ha ganado tantos amigos como enemistades en el mundillo científico, pero hace veinte años que ha perdido el contacto con sus colegas de profesión y como ni siquiera recuerda los nombres de sus co-escritores de Tesis, poca diferencia hace. Cuando Varlioz emprendió el regreso a esta dimensión sabía que el tiempo ejercería sobre su él una presión 20 veces mayor que la normal. Escribiría entonces en su diario la fecha, hora y lugar de la ruinosa casa en donde se había ubicado, un pie recostado sobre el otro formando un 9
símbolo chino intraducible, las rodillas temblando ligeramente para seguir el gotear de la canilla en la cocina. Los pasajes de la Revelación que quería dejar para la posteridad se escabullían por las oxidadas celdas de su mente y pensaba ahora en las cañerías tras la pared, en sus caries repletas de basura dando vuelta las esquinas y en el rostro cóncavo del plomero que había venido un año atrás para destaparlas y que se parecía tanto al presidente de la Sociedad de Pastores Alemanes. Pensaba en el agujero negro que le conectaba con el sistema de desagüe, el más complejo esquema
de
túneles
subterráneos
diseñado para transportar sólo la mierda con un nivel de calidad óptimo. Esa boca hedionda que regurgitaba paquetes de 10
salchichas nombraba todas las palabras que había abandonado con tanta paciencia en el sótano de su lenguaje. Recién regresaba de la odisea y por el impulso, el hombre aceptó que la única forma de no oír las arcadas metálicas era hablando más fuerte todavía. El constante tip tap de sus dedos sobre la mesa de la cocina. Deja ya, no insistas. Estás muerto, Varlioz. El tic tac del reloj que no había tenido ningún efecto sobre él en años y se clavaba ahora como agujas entre sus párpados. Si cerraba los ojos podía sentir a los parásitos trabajando en las entrañas. Rapidito, rapidito, agujeremos el higadito. ¿Estaba alucinando otra vez? ¿No estaba de vuelta en su cocina tratando de 11
recordar, o mejor dicho, de renombrar lo que recordaba para poner un velo sobre la obscenidad de lo Real? ¿Había alguna forma de decir a esos parásitos que se detuvieran, que aunque no lo creyeran aún había esperanzas para él, que el píloro no podía moverse a voluntad cuando se abría la canilla y que sus intestinos estaban oxidados no por desuso, sino por exceso de lubricantes?
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