Los inicios (la formación de los criterios institucionales)
La aparición del “subversivo” Si fuera indispensable localizar el momento en el que alcanza nitidez el perfil de lo que los militares peruanos denominarían hacia adelante “el subversivo”, éste sería el 9 de julio de 1932. Ese día, la revolución aprista que había estallado en Trujillo se batía en retirada, luego de que las tropas gubernamentales iniciaran la toma de la ciudad. Tres días después, encontraron en las instalaciones policiales de esa ciudad los cadáveres mutilados de 10 oficiales —ocho militares y dos policías— además de aproximadamente dos docenas de soldados y guardias civiles. Aunque no se supo quienes fueron los victimarios, las miradas se dirigieron inmediatamente hacia los levantados en armas y, desde entonces, se delineó de manera clara y contundente al “enemigo interno” que durante décadas alimentaría los rencores de las fuerzas armadas (Thorndike, 1972: 182). El Partido Aprista había ido estructurándose durante los años de 1920 alrededor de la figura de su líder, Víctor Raúl Haya de la Torre, como una opción política antioligárquica que convocaba a las clases medias y los obreros bajo una concepción redentorista, que anunciaba cambios rápidos y profundos. Su arraigo, en gran medida, fue consecuencia de los límites cada vez más estrechos que evidenció la modernización conservadora que implicó el largo gobierno de Augusto B. Leguía102, el cual no pudo capear las consecuencias derivadas de la crisis mundial de 1929, dando pie a su derrocamiento en 1930, a manos de un comandante del ejército —Luis M. Sánchez Cerro—. Esto provocó un interregno motivado, entre otros factores, por el reacomodo de las fuerzas políticas, que dio lugar a una polarización extrema y, derivado de ello, a una alta propensión a la violencia. Bajo este escenario, el APRA participa en las elecciones generales de 1931, que fueron ganadas por el comandante Luis M. Sánchez Cerro —muy prestigioso por haber sido el líder del golpe de Estado que derrocó al desgastado y longevo régimen del presidente Augusto B. Leguía— y cuestionadas por ese partido, argumentando un fraude cuyo objetivo era impedirle llegar al poder, exacerbando en grado sumo las tensiones existentes. El resultado de esta coyuntura fue la declaración del estado de emergencia, y con ello el desplazamiento del partido aprista al margen de la ley. En ese sentido, los acontecimientos de Trujillo, más allá de las interpretaciones que dieron los protagonistas para, según sea el caso, sobredimensionar o amenguar las responsabilidades de los dirigentes apristas, resultaron previsibles a los ojos de todos.
87