LECCIONES BREVES DE HISTORIA PREHISPÁMICA 3
GÉNESIS DE NUESTRA IDENTIDAD HISTÓRICA Y CULTURAL JOSÉ FERNÁNDEZ SÁNCHEZ (x)
Perú, casi toda su compleja y dispersa geografía es también una fuente inagotable de investigación, descubrimiento y redescubrimiento. Somos una nación ecológicamente tan rica y a la vez cuna de milenarias sociedades, de profunda sabiduría, de maravillosos e insondables pertrechos de patrimonios culturales y tecnológicos. Nuestra diversidad cultural mantiene y refuerza la afirmación de una real y rica identidad, que nos hace distintos a otros pueblos y civilizaciones de otras latitudes, antiguas y modernas. Construimos identidad descubriendo y enfatizando las diferencias, que nos une fuertemente desde la búsqueda y creación de rituales de unidad y a la vez diversidad. La civilización andina, desde tiempos muy remotos ha construido un particular proceso autónomo, coherente, lento y casi aislado de creación progresiva de condiciones básicas de subsistencia y desarrollo, con interacción estrecha con la naturaleza, como el real conocimiento del medio ambiente, la domesticación y la creación de la agricultura. Este milenario proceso cultural, se irá modificando radicalmente, a través del tiempo, las formas de vida social. La obtención de excedentes y paralelo al crecimiento demográfico, a medida que domestican la naturaleza, se va racionalizando el control a cargo de sus élites, con significativos cambios sociales, modelando eficientes organizaciones colectivas, lenguas comunes y afines. Es decir, aparecen instituciones cada vez más complejas, como el Estado, que irá asegurando la producción en términos de reciprocidad y redistribución. Nuestro sui géneris Estado andino se hace fuerte porque planifica y administra comunitariamente la producción, bajo signos de solidaridad y de previsión. En los social fortalece los vínculos consanguíneos y regionales, llamados Ayllus, que constituyen verdaderos referentes de incrementada sabiduría doméstica, política y tecnológica de las sociedades andinas. Así pues, el Perú, desde sus errantes primeros tiempos de recolección, caza y pesca, de hace 10 mil años, pasando luego por la experimentación y domesticación de recursos de hace 5 mil años, seleccionando y adaptando genéticamente plantas y animales en los diversos pisos ecológicos y paisajes. Llevando su revolución agrícola y sedentarismo para crear valles, desde el litoral hasta la agreste ceja de selva, tramontando las alturas serranas de quebradas, valles, punas y altiplanicies. En cada región se creaban, adaptaban y compartían las tecnologías, productos y saberes, pero también la organización social adquiere diversidad a medida que cada una de ellas las aplicaba y desarrollaba según sus condiciones y recursos distintivos. Sí tenemos culturas costeñas, serranas de valles, intercordilleranas, altiplánicas, de selva alta, etc. Había ciertas distancias, pero el intercambio se hacía también común, para contar con la mayor variedad de fuentes de subsistencia, que el ritmo climático ofrecía. Resultando increíble lo realizado por nuestros antepasados, incluso muchísimo antes de los Incas, antes de nuestra era; que merecen nuestra admiración y profunda gratitud por las 4.400 plantas nativas utilizadas para fines distintos, 182 domesticadas y 1,700 que aun se cultivan, otras tantas olvidadas. Una herencia, casi única en el planeta, como producto de un largo proceso de descubrimientos, experimentos, aclimataciones y acumulación de conocimientos, muy difícil de imaginar y más difícil de reconstruir.
Por ejemplo, respecto a la conservación e industria de alimentos, a penas podemos rescatar algunos rezagos que aun se practica de esta puntual y variada tecnología, que provenía y respondía a cada realidad geográfica y topográfica. Entre las que destacan las tecnologías aplicadas a los subproductos agropecuarios empleando la deshidratación, el asoleo, remojo, putrefacción, congelamiento, maceración, tostado y harinado. La tecnología de almacenamiento como pozos, colcas y tambos. En la culinaria como mazamorras, guisado, pachamanca, panes y tortillas; bebidas como chicha, masato, chapo y shibé. En las vajillas y utensilios como: fogón, cántaros, ollas, vasos, etc. Pero el mayor y más genuino aporte cultural fue la maravillosa reciprocidad, base de todas las instituciones sociales, políticas y económicas andinas, sin las cuales el proceso civilizatorio no hubiera sido posible, para dar curso a las diversas sociedades posteriores, desde el Formativo hasta los Incas. Reciprocidad que se sustenta en la obligación de dar, recibir y devolver. Porque fue la única y suficiente forma posible de supervivencia exitosa de los individuos y las comunidades, para el parto del Estado y las naciones andinas. Entender esta milenaria institución es la clave para comprender los fenómenos de interacción social y el intercambio económico, la reducción de los conflictos a su mínima expresión, entre comunidades y regiones. Pues la reciprocidad fue, y sigue siendo en algunos lugares, el basamento del equilibrio de la formas del comportamiento social, que va mucho más allá del intercambio de bienes y servicios entre las sociedades andinas, fue el consensual e imprescindible mecanismo de coexistencia regional y multiregional, que incluye el compartir experiencias, sabiduría, valores, intereses y circunstancias históricas y quiebres geológicos y climáticos. Todos, bajo las leyes fundamentales de la previsión, organización, redistribución y protección, que dieron paso, para orgullo y lustre nuestro, de las civilizaciones andinas, totalmente distintas a los procesos y patrones culturales del viejo continente. Que los intelectuales de occidente moderno ni los marxistas clásicos pudieron descifrar el mundo andino. Recordemos pues, que la historia peruana, nuestra historia, no nace con la conquista, ni ésta implicó la homogenización de todo su territorio. Por supuesto, el Perú de hoy tiene intensos e impuestos elementos europeos o derivados de Occidente, pero profundamente transformados, adaptados por complejísimos procesos de transculturación. Negar esto es absurdo. Cualquier aspecto tiene significado en cuanto se relaciona con otros, y en el caso del Perú lo europeo y lo no europeo, lo indígena y lo no indígena, lo negro y lo no negro, no tienen ningún sentido por sí, sino en función de sus mezclas, sus encuentros y desencuentros. Obviamente, una nación es un proyecto futuro y su constitución depende de muchos factores históricos y coyunturales. Por eso, nuestro Perú es un país inmensamente pluricultural y multilingüe, herencia que le viene de su extraordinaria historia autóctona y también moderna. Si la escuela no nos enseña a saber por qué somos peruanos, la sociedad de adultos no tenemos derecho a exigir que todos al salir de ella sepan porqué debemos amar al Perú ni qué son los derechos humanos. Ninguna sociedad garantiza un futuro posible si no está centrada en criterios y aspiraciones que no son los más altruistas ni los más generosos, no es fácil si desechamos nuestra historia milenaria, valioso referente cultural muy necesaria para nuestros días. Pues ahora, con la globalización codiciosa somos presa de la violencia, la discriminación y la impunidad, somos una sociedad, como muchas otras, que ni la paz ni la justicia formal son suficientes para garantizar la vida en comunidad. Veamos nuestra historia, para no caer en los mismos errores de nuestra historia moderna, que busca una unidad nacional excluyendo la diversidad. La historia es la maestra de la vida, porque el poder nace de la diversidad y no de imponer la uniformidad antidemocrática.