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1.Preámbulo

1.PREÁMBULO

Sin Bolívar el Perú no se hubiera independizado el año 1824. Pero sin él el Perú hubiera sido más grande y fuerte. Nuestro Libertador sacrificó, expolió, engañó y cercenó al país a tal extremo que ninguna otra nación latinoamericana jamás llegó a pagar por su independencia lo que el Perú pagó por la suya, ninguna otra tampoco estuvo en tanto peligro de perder aún más. Sin Bolívar nuestra independencia hubiera demorado unos años. Con Bolívar nuestras pérdidas fueron irrecuperables.

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En sólo quince meses Bolívar logró la victoria contundente que puso fin a trescientos años de colonialismo. Pero la premura por independizarnos el año 1824 nos costó, entre muchas cosas, la pérdida de más de la mitad del territorio nacional. ¿Ha habido otro país latinoamericano que haya pagado por su independencia más de un millón cien mil kilómetros cuadrados? Bolívar no se contentó con despojarnos de Guayaquil y el Alto Perú, también pretendió apoderarse de Jaén y Maynas (que en esos tiempos abarcarían más de cien mil kilómetros cuadrados, esto es el 10% del territorio nacional actual) y regalar a Bolivia la costa desde Tacna a Antofagasta.

Otros pagos por nuestra independencia el año 1824 fueron: el continuo atropello a la Constitución, el mancillamiento del parlamento, la traición a la población indígena, la restauración de la esclavitud, y lo peor de todo —peor aun que la pérdida de la mitad del territorio nacional— fue el mal ejemplo de caudillaje militar que dejó un Libertador quien, a pesar de su carisma, indudable genio e inteligencia, no fue capaz de comprender que el Perú no necesitaba un modelo como

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él ni como el de Napoleón ni el César, sino como el de Washington o Jefferson. Por eso Bolívar al morir no dejó ni herederos ni herencia, sólo burdos imitadores y caos.

Veremos a continuación cómo fue que nuestro Libertador Simón Bolívar se convirtió en el peor enemigo que ha tenido el Perú en su historia.

La ambición de Bolívar por desplazar a San Martín como el libertador del Perú surgió a medida que fueron aumentando sus triunfos en Venezuela y Colombia, aunque realmente fue consecuencia de un proceso que estuvo latente en su mente desde hacía mucho tiempo atrás. El conocimiento de la historia de los pueblos latinoamericanos —que el Perú por su riqueza encabezaba— había sido inculcado desde temprana edad por sus maestros Andrés Bello y Simón Rodríguez. De allí nació en él una mezcla de admiración y envidia por la riqueza del Perú, unido a un justificado desprecio a la acomodaticia sociedad limeña, que a veces extendía inmerecidamente a la población en general. Todos estos sentimientos desembocaron en un temor a que el Perú, luego de su independencia, pudiese alcanzar en América del Sur la hegemonía que ya había ejercido en la Colonia.

Mucho antes de sus triunfos en Venezuela y Colombia, leemos cartas que escribió desde Jamaica el año 1815, en las que refleja su increíble desparpajo para disponer de territorios y pueblos ajenos. En esta oportunidad ofrece a los ingleses Panamá y Nicaragua, años más tarde dispone como suyo Guayaquil y el Alto Perú.

Así, en su carta desde Kingston a Maxwell Hyslop, importante hombre de negocios inglés que tenía acceso a su gobierno, le pide ayuda material y económica a cambio de regalarle países que no le pertenecen: (...) Ventajas tan excesivas pueden ser obtenidas por los más débiles medios: veinte o treinta mil fusiles; un millón de libras esterlinas* ; quince o veinte buques de guerra; municiones, algunos agentes y los voluntarios militares que quieran seguir las banderas americanas (…) Con estos socorros pone a cubierto el resto de América del Sur y al mismo tiempo se puede entregar al gobierno británico las provincias de Panamá y Nicaragua, para que forme de estos países el centro del comercio del universo por medio de la apertura, que rompiendo los diques de uno y otro mar, acerque distancias más remotas y hagan permanente el imperio de Inglaterra sobre el comercio.

* Nota: todos los subrayados que aparecen en el texto son del autor.

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En otra carta, que después fue conocida como la Carta de Jamaica, hace un sesudo análisis de los países de América del Sur y las probabilidades que tienen para resolver los problemas políticos, económicos y sociales. Sobre el Perú dice entre otras cosas lo siguiente: (…) El virreinato del Perú, cuya población asciende a millón y medio de habitantes, es sin duda el más sumiso y al que más sacrificios se le han arrancado para la causa del rey, (…) Chile puede ser libre. El Perú, por el contrario, encierra dos elementos enemigos de todo género justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo. El alma de un siervo rara vez alcanza a apreciar la sana libertad; se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas. (…) Supongo que en Lima no tolerarán los ricos la democracia.

Cuando Bolívar menciona los esclavos y siervos del Perú, aludía principalmente a los indígenas. Respecto a los limeños, Bolívar tenía suficiente conocimiento de que el virreinato del Perú contaba con el apoyo de la aristocracia criolla, cuyo mayor temor no era la autoridad virreinal sino un levantamiento indígena que acabase con sus privilegios.

Más adelante, en agosto de 1821, cuando todavía estaban tibios los soldados muertos de su victoria en la batalla de Carabobo, y la proclama de la independencia del Perú por San Martín resonaba en los balcones limeños, Bolívar envía una carta a Santander, vicepresidente encargado de la presidencia de Colombia, en la que pide tropas para independizar al Perú cuando ningún peruano consideraba siquiera la posibilidad de pedir su ayuda:

“Pero cuidado, amigo, que me tenga Ud. adelante 4 o 5,000 hombres para que el

Perú me dé dos hermanas de Boyacá y Carabobo. No iré si la gloria no me ha de seguir, porque yo estoy en el caso de perder el camino de la vida o de seguir siempre el de la gloria”.

Para llenarse de gloria en el Perú y desmembrarlo tenían que ocurrir primero dos eventos: uno, que San Martín fracasara, y dos, poder atravesar Quito, llamado después Ecuador, que estaba en poder de los españoles. Bolívar se encargó de allanar ambos obstáculos.

En octubre de 1821, a pocos meses de la carta de Bolívar a Santander arriba indicada, se produce en Lima, en condiciones sumamente oscuras, un intento de rebelión contra el Protector del Perú, San Martín, en el que participa Tomás Heres, un coronel venezolano de quien se sospechaba mantenía contactos con Bolívar. Puesto al descubierto en su reprobable complot, Heres acudió a San Martín y acusó a sus acusadores de ser ellos los que propiciaban el derrocamiento del Protec-

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tor, argumento bastante inverosímil dado que esos militares eran argentinos y lo habían acompañado en sus hazañas. Entre ellos estaban Gregorio de Las Heras y Rudecindo Alvarado, ambos eran jefes de su Estado Mayor. Puestos cara a cara por San Martín los que mutuamente se acusaban, se dejó claro que los rumores que decía haber escuchado el venezolano Heres, no fueron confirmados por las personas involucradas. El resultado de este embrollo terminó con el dictamen del Protector que, de manera generosa, dio las gracias por los servicios prestados al coronel venezolano y lo alejó de Lima, enviándolo a Guayaquil. Este oficial fue acogido con estimación por Bolívar y, luego del retiro de San Martín, vino nuevamente al Perú con las tropas colombianas sirviendo de ojos y oídos del Libertador. El uso de infiltrar “agentes” en fuentes enemigas era parte imprescindible de la estrategia de Bolívar, tal como escribió en una carta al inglés Hyslop.

Si es especulativo y por lo tanto puede parecer injusto vincular a Bolívar en el intento de Heres para desestabilizar el Perú, en el caso de Mosquera que veremos a continuación la acusación está sustentada. A comienzos de enero de 1822, Bolívar envía una zalamera e hipócrita carta a San Martín presentando a Mosquera: (…) (Vuestra Excelencia) V. E., colocado al frente del Perú, está llamado por una suerte afortunada a sellar con su nombre la libertad eterna y la salud de América.

Es V. E. el hombre a quien esa bella nación deberá en su más remota posteridad, no solamente su creación, sino su estabilidad social y reposo doméstico. Tal es el designio que se ha propuesto el gobierno de Colombia al dirigir cerca de V. E. a nuestro

Ministro Plenipotenciario senador Joaquín Mosquera. (…) Dígnese V. E. acoger esta misión con toda bondad. Ella es la expresión del interés de América. Ella debe ser la salvación del Mundo Nuevo. Acepte V. E. los homenajes de la alta consideración con que tengo el honor de ser V. E. su obediente servidor.

La misión de Mosquera tuvo un objetivo más inmediato que buscar “la salud de América”. Bolívar le encomendó desestabilizar al Perú, trabajo que Mosquera consiguió con poco esfuerzo debido a que la misma sociedad limeña —con personajes como el Gran Mariscal Riva-Agüero y el marqués de Torre Tagle— no estaba a la altura de las circunstancias. Las instrucciones que recibió por escrito Mosquera de Bolívar fueron las siguientes: (...) Es preciso trabajar porque no se establezca nada en el país y el modo más seguro es dividirlos a todos. La medida adoptada por Sucre de nombrar a Torre Tagle, embarcando a Riva-Agüero (…) es excelente. Es preciso que no exista ni simulacro de gobierno y esto se consigue multiplicando mandatarios y ponerlos en oposición. A mi llegada el Perú debe ser un campo rozado para que yo pueda hacer en él lo que convenga.

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