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5. Las sangrientas represiones de insurrecciones militares1
El primer jefe de la escuadra del Perú murió como parece que están destinados a morir los grandes héroes, como Nelson, luchando y venciendo. Nelson derrotando a la armada de Napoleón en Trafalgar, lo que dio término a las amenazas de invadir Inglaterra. Guisse falleció al recibir una bala en el pecho mientras dirigía el victorioso asalto contra las fuerzas de Bolívar en Guayaquil. La guerra de 1828 puso fin a los deseos de nuestro Libertador de apoderarse de Tumbes, Jaén y Maynas.
5.LAS SANGRIENTAS REPRESIONES DE INSURRECCIONES
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MILITARES
Luna Pizarro y Guisse, por el prestigio que tenían, se salvaron de un juicio sumario y por consecuencia del paredón. Otros acusados de menor rango eran ejecutados a la menor protesta o como resultado de calumnias y envidias. Heres le comentaba a su “venerado general y señor”, tal como llamaba a Bolívar, que el ejército sólo respetaba al Libertador “porque saben que fusila, y estos militares no se manejan de otro modo”. Este sistema de amedrentamiento no fue suficiente para impedir la rebelión frecuente de soldados y oficiales peruanos. La gran mayoría no tenía como propósito el derribo del gobierno sino simplemente manifestar una protesta contra las injustas condiciones en que vivían o el temor de ser enviados a luchar al extranjero. Veamos algunas de las principales revueltas militares.
En Ica, el alférez Manuel Millán y el sargento Manuel Cabero se rebelaron contra sus jefes colombianos. Luego de ser debelado su alzamiento fueron tomados presos, pero no fusilados en esa ciudad porque no hubiera causado suficiente escarmiento al ejército peruano; por lo tanto fueron llevados a Lima para ser ejecutados en la Plaza de Armas. Heres en carta a su “venerado general” reconoce que el sargento era educado y valiente:
“(…) había estudiado en un colegio de esta capital Lima y tenía un carácter decidido. En su confesión ha sostenido con firmeza el proyecto de que se le acusaba, por lo que lo había creído útil y benéfico á su país. El oficial era un majadero alucinado por el sargento (…) cada uno opina lo que le parece, pero yo estoy fijo en que es cosa de los rivaagüerinos. Entretanto, parece que ella presta fundamento para que mantengamos fuerzas colombianas mientras permanezcamos en el Perú”.
También por Ica se rebeló una guerrilla convertida en montonera capitaneada por un tal Gutiérrez, que igualmente fue ejecutado.
En Huancayo los espías de Bolívar sospecharon un posible alzamiento de algunos escuadrones del famoso regimiento Húsares de Junín. El gobierno ordenó que esos escuadrones fuesen trasladados a Lima, decisión que fue rechazada por la tropa quien se rebeló contra sus jefes y huyó en dirección de Ayacucho donde se
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encontraba el grueso del regimiento. Las fuerzas del gobierno, previamente avisadas, sorprendieron a los rebeldes y abatieron a buena parte de ellos en Quehuavilca. Esto no disminuyó la tensión en la región, por lo que Bolívar se vio obligado a enviar al presidente del Consejo de Gobierno con la división Sandes que vino desde Arequipa. Santa Cruz logró “pacificar” la región fusilando a los prisioneros.
El Húsares de Junín no fue la única famosa unidad reprimida. En Lima, los espías de Bolívar denunciaron una conspiración que presuntamente se preparaba en el cuartel de los Dragones del Perú. Decían que los amotinados que se iban apoderar del cuartel eran muchos, y que entre ellos había mujeres. A la cabeza del supuesto alzamiento estaría el teniente coronel Boceta. Aparentemente los conspiradores se enteraron de las órdenes de prisión y huyeron. Para no quedarse con las manos vacías, los represores tomaron presos a “tres individuos sin nombre”, según cuenta el historiador Vargas Ugarte, y por supuesto los ejecutaron. Otros escuadrones de los Dragones del Perú acantonados en Camaná también se levantaron, se fugaron, fueron perseguidos y fusilados.
El temor a insurrecciones llevó al gobierno a una caza de brujas. Los sospechosos o eran eliminados o deportados o, en el mejor de los casos, removidos de sus puestos para ser reemplazados por incondicionales. Eso sucedió en el batallón Callao, donde sin motivo alguno se ordenó la deposición de su jefe, el coronel Prieto, para ser reemplazado por el coronel Llerena. La orden fue recibida con gran contrariedad por oficiales y tropa. Uno de los que más protestó fue el teniente Manuel Aristizábal, quien fue inmediatamente denunciado ante el general colombiano Lara por un espía, el capitán Andrés Vargas, lo que originó el apresamiento del teniente y de otras personas que habían comentado negativamente la orden, tales como el capitán Landeo y otros. A Aristizábal se le condenó a ser fusilado públicamente, a los otros al presidio.
La ejecución de Aristizábal, por su dramatismo, también adquiere ribetes dignos de pasar a la historia. Para escarmentar al pueblo y a los miembros del ejército peruano, ejecutaron la pena de muerte en la Plaza de Armas de Lima llevando a su batallón Callao para que presenciaran el fusilamiento de su camarada. El admirable comportamiento del teniente hizo que la intimidación que pretendía conseguir Bolívar tuviese un resultado contrario: los asistentes salieron más resueltos que nunca a acabar con la dictadura. Veamos lo que sucedió.
Ante un público silencioso y turbado, procedieron a degradar al teniente Aristizábal en una forma que indigna hasta leerlo. Estando el batallón Callao formado en la Plaza de Armas, se le hizo arrodillar ante la bandera para leerle la sentencia, al término de ella, él valiente militar besó el pabellón nacional diciendo “jamás he traicionado a mi patria, y por querer librarme del yugo extranjero, voy a sufrir la
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