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- 14qUê es una.virtud. Por eso s.upon1s.el ma.yor que, quex:iendoponer en práctica algún plan producido por su ofuscación, h~biase ahogado; pero no ha.bh. tal, sino que se propouia realizar la ocurrencia. más que nunca tuviera. - Carra~co, dijo al cabo Pachas dando cuenta de lo ocurrido, venía. rinando con el gringo, i por último, se desembocód!ciendo que él nos segui· ria por la orilla. - ¡Pedazo de animal. .....•.. ¡ gritó el mayor, i en ausencia del animal Sepuso á descargar su cólera eléctrica. sobre el gringo. -¡Cómo no se lo comían los tigres, cómo no lo picaban las víboras, como no se había hundido, ahogado, reventado .. · ..... 1-No entendería el gringo las palabras porque ignoraba el espanol, pero sí las inter:.ciones, i en extremo confundido refirió á los que poseían el inglés, que había agotado. su elocuencia toda para impedir que el soldado hiciera su barbaridad i por reconciliarse con él, mas inútilmente, porque hablar en lengua que no entiende el que escucha es lo mismo que predicar en el desierto. Lo que atribulaba al pobre hombre era el temor de que lo fueran á abandonar ahí; temor del todo infundado, pues á nadie se lo ocurriera tamana inhumanidad, aún dado el caso de que hubiera sido en realidad culpable del suceso que lamentaban.

La noche. como es de suponerse, la pasaron en la mayor zozobra i disgusto; la mente. ocupada en imajinaciones sombría.s, á. cerca de lo que podría ocurrir al temerario soldado, rechazaba el sueño IQuién sabe si â esas mismas horas era victima i pasto de alguna fiera sanguinaria! ¡quién sabe se revolvía en medio de los tormentos causados por' la mordedura de una vibora¡ La mejor conjetura era que, midiendo con serenidad. lo temerario de su prop6sito. volviera sobre sus pasos uniéndose á. la cuadrilla que iba abriendo. el camino, regresando en seguida al campamento; mas en este caso salvador para él, ¡qué juicio h<\¡l'Íande e11o.$!

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Quizá si é 1mismo, para cohonestar su regreso, forjara algún embuste que los daflara ante el concepto de los jefes. I cuando tales pensamientos no eran bastantes para alejar el suefio, la alarma lo espantaba. A veces se escuchaba el éco lastimoso de los quejidos del perico lijero ¿no serian los del descarriado? EntÓnces uno tomaba un rifle i que· maba un tiro; el traquido resonaba broncamente repetido hasta estinguirse en la distancia sin que na· die respondiera. Un árbol que,perdido se equiJibrió caía. una rama desgajada, producía sonido 5e-' mejante á una detonación: contestáb:¡.se con otra verdadera; pero el silencio de todo ruido que no fuera el incesante de los séres animados que entonan su himno á las tinieblas, los de~ngaflaba nuevamente de esa leve esperanza.

Cuando se aclaró el día comenzaron sus aprestos para seguir la marcha con bastante lentitud. como para dar lugar á que se acercase el rezagado. Del'repente el teniente César, que poseía un aida bien afinado, exclamó: ¡Un tiro¡ -¿Un tiro? -Sí; no no me he engafíado. - Pasaron algunos minutos i entónces sí, todos percibieron, aunque lejano, el sonido de una detonación. Se contestó i sucesivamente se repitió hasta atraer á ese sitio al testarudo cuya cabeza asomÓpor la banda izquierda. Como agazajo, quería apalearIo el mayor, sin duda por aquello de t1'08 elf. ('/(1'1'1108 ]Jalos, pero se conformó con hacerlP blanco 'ie una descarga eléctrica de biE'n mer~cidos denuestos. En seguida contó el soldado ~ahlcon~óque durante esa noche le habían asediado tigres, panteras, serpientes i otros monstruos; pero de todos había salido triunfante con su manlieher i sus oraciones á la vírjen.

Enmendado felizmente el contratiempo. se echa· l'on de nuevo Ias balsas á Ia corriente i poco des· pués del medio día llegaban á la confluencia del Asupizú con el Nazareteque, cuyos ríos unidos to· man el Dombre de Pichis.

Este es el Pichis,ellejendal'io,el fabuloso,el m.is-

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