VILCAPASA» Texto original de la obra de Juan José Vega. Edición póstuma en su homenaje. c. Juan José Vega (+) c. De la edición Editorial Aswan Qhari Gregorio Paredes 214 - Lima, Perú Edición a cargo de Bruno Medina Enríquez Impreso en PC Servicios Gráficos Arnaldo Marquez 1210 Jesús María 2003
CONTENIDO Presentación del Editor Bruno Medina Enriquez Prólogo de César Anibal Vera PRIMERA PARTE: VILCAPAZA SEGUNDA PARTE: OTROS HEROES PUNEÑOS TUPACAMARISTAS TERCERA PARTE: EL TUERTO OBAYA Colofón a cargo de Omár Aramayo Cordero Datos Biográficos del Autor Poema de Manuel Scorza Carta de Manuel Scorza a Juan José Vega ANEXOS: "La Verdad sobre el Héroe Legendario" (Severo Castillo Figueroa)
presentación La posibilidad de participar en la publicación de este libro me inquietó de sobremanera, dado que trata acerca de un grán héroe, de quien tuve conocimiento de su existencia desde muy niño, a quien supe conocer con aprecio por la identidad vilcapasina que se me ha sabido formar, la inquietud creció en mi mente al saber que el autor que se ocupa de Pedro Vilcapaza es Juan José Vega, un insigne historiador, que se dedicó en vida a revalorar a los caudillos tupacamaristas del siglo XVIII. Este trabajo es consecuencia del estudio que le ha dedicado Juan José Vega a eso hasta entonces anónimos héroes de la gesta tupacamaristas, donde Vilcapaza lleva el papel protagónico, este trabajo es la conclusión de otros dos trabajos que previamente había publicado por intermedio de la Universidad Nacional de Educación y de la Universidad Nacional del Altiplano, así como otros materiales que el autor publicara en diarios y revistas. Todo este material llega a mis manos por intermedio de la tremenda inquietud que al tema y al autor le debe el poeta puneño Omar Aramayo, quien por la amistad con él y despertada mi inquietud al comunicarme que los originales estaba en su poder, de manos del mismo autor a quien le había prometido la posibilidad de su publicación como un libro en conjunto, me inquietaron también cumplir esa promesa, por lo que nos pusimos manos a la obra en esta tarea, lamentablemente en el camino devino lo no deseado, el fallecimiento de Juan José Vega, lamentablemente cierto, sin embargo el ofrecimiento debe ser cumplido. Razones mayores nos la que motivan esta opción: Pedro Vilcapaza es un conocido prócer por muy pocos de los que estamos entre sus admiradores, pero su valentía y decisión por la libertad del yugo colonial, lo hace participar en la gesta revolucionaria iniciada por José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II, en 1780. Una forma de valorar a los héroes es haciéndolos que los conozcan, es que fue un héroe jamás vencido, muy a pesar de los 8 caballos que se pusieron para descuartizarlo, sin haber logrado despedazarlo, ni el olvido de la historia oficial, que no valora a los verdaderos protagonistas de la
emancipación americana, hecho que ha reclamado por siempre Juan José Vega, desde la «Guerra de los Viracochas». Finalmente la promesa se cumple con esta publicación. La preedición estuvo a mi cargo, la revisión final de las pruebas, estuvo a cargo de Omar Aramayo, ha colaborado no solo en la inquietud, sino en la prensa, Pablo Condori, las fotos que incluimos de Juan José Vega son de la carátula de su primer folleto (Universidad Nacional de Educación), así como pertenecen a la Viuda de J.J. Vega, la foto de en la que está en Azángaro durante la celebración del Bicentenario de la inmolación de Vilcapaza pertenece a Consuelo Nuñez. Agradecimiento final a todos ellos a Omar, por compartir esta realidad de contar finalmente con la publicación de este libro que estará al alcance de las nuevas generaciones, que deben conocer más acerca de tan ínclico Prócer Azangarino en breve ya universal. Lima, junio del 2003 Bruno I. Medina Enríquez
PROLOGO Como bien se sabe; la insurrección iniciada por José Gabriel Túpac Amaru habría de extenderse por espacio de veinte meses, sobre territorios que pertenecen, ahora, a seis repúblicas americanas. De todas las regiones remecidas por la sublevación en área principal -desde la cuzqueña Calca hasta Tucumán- fue Puno la tierra que mantuvo ininterrumpidamente la lucha. a lo largo del tiempo arriba señalado; el Último combate se libró en Amutara contra un cacique tan modesto que la historia desgraciadamente no registró su nombre, el 6 de julio de 1782. Puno fue el escenario constante del alzamiento y puneña la sangre que más corrió. Hora es de reivindicar este honor rindiendo homenaje a quienes lucharon en las más desfavorables circunstancias y sobre todo a aquellos a quienes precisamente se dedican estas páginas, A Vilcapaza sus compañeros de lucha, esto es a quienes, trizadas ,:va las esperanzas de victoria, siguieron en pie de guerra .v gritaron al pie del patíbulo «preferimos morir que ser indultados»; a quienes, quebradas ya las posibilidades del frente unido contra España sólo atinaron a defender con heroísmo su propia raza, pensando, sintiendo .:v peleando como indios, como miembros del sector más oprimido del Perú Virreynal. Es en la conmemoración de un Bicentenario. En estas páginas, por eso, no figuran tantísimos puneños que dieron sus vidas en casi dos años de guerra, bajo las banderas del Inca José Gabriel y luego el Inca Diego Cristóbal Túpac Amaru. No están los puneños que murieron combatiendo en esa etapa, ni los que fueron ejecutados, ni los asesinados, ni los desaparecidos en las luchas montoneras.. ni los que, engañados por las autoridades coloniales pactaron la paz en Sicuani. No están acá pese a lo gloriosos de su lucha. Sólo están quienes guerrearon en la última fase, en 1782, quienes tras haber sobrevivido en medio de batallas, matanzas, represiones, siguieron empuñando las banderas de la insurrección en el periodo postrero, etapa a la cual Vilcapaza simboliza mejor que nadie. Ese período puesto en primera fila a puneños y cuzqueños que rechazaron el indulto, tregua y paz, rechazaron cualquier entendimiento con el sistema virreynal.
Estas páginas debidas al insigne historiador Juan José Vega, quien me concede el honor de prologar este notable ensayo, por ser puneño y talvez, también, por la constancia con que le pedí se ocupase de esta historia olvidada de Puno, tiene el atractivo de reivindicar a varios próceres que se encontraban en injusto olvido, ,especialmente Apaza, Calisaya, Laura y, sobre todo, Andrés Ingaricona, verdadero caudillo puneño cuya acción revolucionaria lo coloca entre los grandes héroes de América.
Lima, 4 de enero de 1982 César Aníbal Vera Pineda
PRIMERA PARTE PEDRO VILCAPAZA
Pedro Vilcapaza debió ser de los primeros conspiradores que urdieron la gran rebelión andina de 1780, a juzgar por los cargos que ocupó durante su desenvolvimiento medio y final, así como por el rol protagónico que le cupo desempeñar en varias de las más difíciles circunstancias. Pero no figura Vilcapaza en los momentos iniciales, ni siquiera cuando José Gabriel Túpac Amaru hizo su ingreso triunfal a Azángaro el 13 de diciembre de 1780, ni se le ve actuando en las sangrientas campañas rebeldes contra el corregidor Joaquín Orellana de Puno. Es probable que en esas semanas hubiese estado en el Alto Perú, de Potosí a La Paz, estimulando un coordinado estallido de la sublevación en todas las comarcas altiplánicas; o también actuando entre Juliaca y Azángaro en un plano menor o -caso contrario- tal vez en un nivel extremadamente reservado por la trascendencia que revestía su gestión. Algo después insurgiría a la luz pública y habrían de ser notables sus proezas. El Mariscal Joseph del Valle, el más importante jefe español durante el alzamiento lo calificó de “uno de los caudillos de más nombre, brío y máximas”, quien -acusaron los virreynales- sublevó Azángaro, Carabaya, Larecaja y Omasuyos, actuando sobre dos Virreinatos, “tras haber jurado solemnemente” ante el Inca Túpac Amaru. Era Vilcapaza -según informes de aquel tiempo- “hombre ladino en lengua española” y personaje de mucho temple y fuerzas; la tradición oral que recogió Modesto Basadre hace
más de un siglo lo señala como de unos 45 años al momento de la insurrección, alto, corpulento, hábil y astuto. Vilcapaza insurge a plenitud en la historia documentada cuando en marzo de 1781 pasó a comandar “los valientes indios de la provincia del Collao”, tal como los calificaron los integrantes del Cabildo del Cuzco y sublevó la orilla norte del Lago Titicaca. Siguiendo la línea del Inca, quemó los obrajes de Muñani -centros de explotación e injusticia- y pasó a saquear las minas de Arapa, con el objeto de obtener recursos; luego taló las comarcas de Huancané y de Vilquechico, marchando luego sobre Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. De la represión no escaparon los mineros de Aporoma, Poto y Tipuani, varios de los cuales fueron degollados por sus injusticias. La lucha de Vilcapaza fue particularmente enconada contra los representantes del cacique pro-español Choquehuanca, cuyas haciendas, como Picotani y Puscallani, taló. Sin duda, fue un error del Inca José Gabriel Túpac Amaru dispersar sus fuerzas en varios frentes, pues mientras Vilcapaza combatía en comarcas puneñas, Diego Verdejo se enfrentaba en Cailloma y Condesuyos a las tropas arequipeñas y Felipe Bermúdez con Tomás Parvina a las del Cuzco en Chumbivilcas y Kanas , él mismo resistía al grueso de las huestes virreynales del Mariscal del Valle. No obstante, debemos también pensar que la sublevación se produjo en muchos sitios en forma autónoma, inconexa, por la cual se hacía necesaria vertebrar en un todo el heterogéneo movimiento. La situación era aún mucho más compleja si recordamos que, a mediados de marzo, ya Túpac Catari iniciaba el asedio de la ciudad de la Paz y si meditamos en que innumerables focos de rebelión se abrían en el vasto altiplano collavino, hasta tierras argentinas actuales; en medio de no pocos brotes tupacataristas. Un enorme esfuerzo se realizó el 9 y el 10 de abril para tomar Puno; el ataque fracaso esencialmente, porque los de Acora entregaron a Isidro Mamani, rompiéndose así el anillo de los
sitiadores. Los asedios de Sorata y Puno, ubicada la primera ciudad en la Bolivia de hoy, aparecen como una necesidad estratégica de la rebelión, tanto para conducir a las masas puneñas levantiscas, cuanto para contener la excesiva influencia que empezaba a adquirir Túpac Catari; hombre cuyas ideas iban mucho más allá de lo planeado por los dirigentes “incas” del Cuzco. PRIMER CERCO DE SORATA Así, mientras el Inca José Gabriel trataba de contener al Mariscal del Valle en la cuenca del río Vilcanota, su sobrino Andrés Mendiguri Escalera (sobrino del Inca y conocido por tanto como Andrés Túpac Amaru y como el “inca mozo”) pasaba al ataque de Sorata, seguido de Pedro Vilcapaza y de Miguel Bastidas, joven coronel sobrino de Micaela. El cerco se tendió el 1ro de abril de ese año de 1781; fueron unos cuatro o cinco mil los atacantes. Defendía la plaza Manuel Asturizaga, con un ejército pequeño pero aceptablemente equipado, de ochocientos soldados, casi todos criollos y mestizos. Tras furiosos combates en las afueras de la ciudad -en los cuales perecieron unos tres mil rebeldes- Andrés Túpac Amaru, el joven jefe rebelde del altiplano, dio la orden de retirada. La causa era grave: acababan de llegar chasquis de a caballo anunciando la derrota y prisión del Inca José Gabriel y de un buen número de sus capitanes. Y los sobrevivientes de las últimas batallas del río Vilcanota habían acordado realizar un esfuerzo para recapturar al Inca y, entre tanto, proponer como jefe al primo–hermano, Diego Cristóbal Túpac Amaru. La operación militar fracasó al contener los virreynales en duras batallas de Langui y Layo a los sublevados y el Inca José Gabriel fue llevado preso al Cuzco. Andrés, Vilcapaza y todos los demás, tras enterarse de las catastróficas consecuencias del desastre del Inca en Sallca -junto a Combapata- no tuvieron más que reconocer como nuevo líder a Diego Cristóbal. Se aprestaron luego a la defensa del Collao, porque el Mariscal del Valle decidió continuar su ofensiva, a fin de
romper los cercos de Puno, la Paz y Sorata, para lo cual movilizó unos siete mil soldados, toda la tropa negra de Lima y Callao entre ellos. Urgía a los rebeldes cortar el proyectado avance de Del Valle. BATALLA DE QUEQUERANA Para tal finalidad, se hizo necesario contener antes la impetuosa ofensiva virreynal dirigida desde La Paz; tropas comandados por el Coronel Joseph Pinedo, tras reconquistar Sorata la asediada, marchaban sobre Huancané. La historiadora boliviana María Eugenia Siles, en su trabajo sobre Túpac Catari recuerda la derrota que esa vez sufrieron las huestes del Rey en Quequerana, cerca de Moho, a manos de los jefes tupacamarístas “más avezados en la lucha y con mayor disciplina”. Estás huestes rebeldes, pésimamente equipadas, tropas indígenas casi en su totalidad, se impusieron al ejército paceño, gracias a la conducción de Vilcapaza, que era el coronel rebelde que tenía a su cargo aquella región; derrota de los virreynales que habría de recoger el propio Corregidor de Puno Joaquín de Orellana, quien seguía resistiendo denodadamente en ese abril sangriento de 1781. Pinedo, vencido, se replegó a Sorata, donde mejoró el atrincheramiento de la ciudad, previendo la inminencia de un nuevo ataque a la ciudad. Vilcapaza estuvo entre los que se trasladaron de inmediato al altiplano a fin de organizar la defensa contra el poderoso ejército virreynal. Primero luchó el Jefe Indio Guamán Tapara, pero no pudo contener la arremetida de los victoriosos soldados virreynales en el cerro Gacsili y en Santa Rosa. Allí “mandaba el campo de los rebeldes don Pedro Vilcapaza”, cuenta el gran cronista anónimo de la guerra tupacamarista y agrega que era “comandante nombrado por el caudillo Diego Cristóbal Túpac Amaru y que tenía en el ejército todos los indios de las provincias de Azángaro y Carabaya”.
En el comando se hallaba también Tito Atauchi, a quien se conocía con el mote de “Terciopelo”, capitán fogueado desde los primeros días de la rebelión. BATALLA DE CONDORCUYO: 7 DE MAYO DE 1781 El Mariscal Del Valle intimó rendición a los rebeldes; Vilcapaza contestó con altivez que “preferían morir antes que ser indultados”. En medio de gran vocerío y sones de pututos de guerra, voces Indias estentóreas, anunciaron que marcharían sobre el Cuzco a fin de liberar al “idolatrado Inca”, a José Gabriel Túpac Amaru. El primer encuentro fue ganado por los rebeldes. Veamos cómo informa el Mariscal Del Valle los momentos iniciales de esta enconada lucha: “... Hallé el monte referido coronado de enemigos, con banderas, cajas, clarines y con un rumor ten extraordinario de confusas voces, todas dirigidas a injuriarnos, que parecía ocupada por cien mil hombres. Había también en el llano otro considerable número de rebeldes, que a toda diligencia retiraban sus tiendas, muebles y ganados al monte expresado. Mis batidores los acometieron al galope contraviniendo mis órdenes (y lo hicieron) tan precipitadas y desunidas que ocasionaron cayesen sobre cada uno de ellos más de veinte enemigos, y que dejándose matar los primeros, acabacen los restantes con quince Dragones de la tropa de Lima (negros), sin que hubiese arbitrio para, que la vanguardia que a la sazón se iba aproximando pudiese remediar ente sensibilísimo suceso”. Prosigue el Mariscal Del Valle su narración diciendo que “cuando nos acercamos a la falda del citado monte, vocearon los indios auxiliares de Anta y Chincheros a los rebeldes situados en él, que si bajaban a dar obediencia a su Majestad (Carlos III de España) serían perdonados; y éstos (los rebeldes) les respondieron que su objeto era dirigirse al Cuzco a poner en libertad a su Inca”. “Con estas noticias -prosigue el informe español- determiné
atacarlos a la mañana siguiente, no obstante su ventajosa situación que consideraban Inexpugnable”. Del Valle atacó “con cuatro divisiones. La que tenía que dar la vuelta a la espalda del monte, que hacía frente a mi campo (destinada a los enemigos que bajasen perseguidos de los demás), se puso en marcha dos horas antes, y las otras se colocaron en los sitios que las previne, hasta el punto de ataque». «Cuando conceptué que estaban todas en la disposición que había proyectado, hice disparar los tiros de cañón, a cuya señal avanzaron a viva fuerza. Los enemigos hicieron una resistencia increíble, favorecidos de unos corralones fortificados desde el año 40 ó 41, que ahora habían puesto en estado de la mayor defensa. Al Teniente Coronel de los Reales Ejércitos don Juan Manuel Campero que los atacó por la izquierda con una columna de mil y quinientos hombres, lo rechazaron tres veces, con un fuego muy vivo de fusil, sosteniéndose obstinadamente en un paso estrecho, por donde precisamente debía subir. Nuestras tropas acreditaron al mayor tesón y brío, y las de los enemigos hicieron acciones de mayor valor, porque hubo indio que atravesado con una lanza, se la sacó del pecho, y siguió con ella a su contrario, cinco o seis pasos hasta que cayó muerto; y otro a quien de un golpe de lanza, se le sacó un ojo, que siguió con tanto empeño al que lo había herido, que si otro soldado no acaba con él, hubiera dado fin de su vida”. “Duró la resistencia como una hora y tres cuartos, hasta que el vigor de nuestras tropas y también el de los indios auxiliares de Anta y Chincheros que en este día estuvieron muy bizarros, los desalojó, puso en fuga y escarmentó, con la pérdida de más de seiscientos muertos, quedándome muy corto; porque los corralones, piedras y cañadas del referido monte no permitieron contarlos, ni hacer cómputo cierto de los que perecieron. Sus heridos, puedo afirmar también que fueron muchos; porque el crecido fuego que hicimos, casi siempre a la distancia de medio tiro de fusil, y el número de los nuestros, que explica la adjunta relación, justifica que el suyo sería exorbitante. Les quitamos muchos ganados, caballos, mulas y
cuantos víveres y efectos tenían acopiados para algunos meses”. Leamos ahora cómo narró esta cruenta batalla, Don Mateo Pumacahua, el joven Cacique virreynal: «Todas las tropas virreynales reunidas marcharon juntas hasta el cerro Condorcuyo “que los insurgentes, bajo el mando de su capitán Pedro Vilcapaza, y el indio Terciopelo, habían fortificado de tiempo atrás, como sitio de la primera importancia. Aquí encontraron pasados a cuchillo trece Dragones de Carabayllo, que iban de batidores de entrada. Sentaron el campo y se tomaron en un Consejo de Guerra que se formó todas las medidas conducentes al ataque de Condorcuyo; y quedó resuelto sé hiciese este por tres partes, señalándose el del medio al General Avilés, con quien subió el exponente, desalojando a los indios de diversas trincheras que tenían en medio del cerro, desde las cuales precipitaban piedras de enorme corpulencia que abrían claros en las tropas de V.M. conforme abandonaban los puestos inferiores se retiraban a la eminencia guarnecida de un muro bien alto. Aquí el General Avilés con espada en mano y lleno de ardor, los exhortaba con un ejemplo a la firmeza de ánimo y constancia queriendo ser el primero en la escalada del muro: Mas viendo el exponente cuanto se aventuraba con esta precipitada deliberación, le representó el peligro, y lo que se perdía con su muerte tal vez inevitable en el asalto; tomando a su cargo la escalada, que la logró, rompiendo después el muro, para que entrasen las tropas formadas. En este punto se reunieron las otras dos columnas que atacaban por diversas partes”. El hecho que las tropas insurgentes fuesen cogidas por los virreynales desde tres partes distintas explica aquella frase que resume la derrota: “...la mortandad de los traidores fue tan grande, que por más de dos leguas no se encontraban sino cadáveres de éstos”. No obstante la derrota, Vilcapaza logró reorganizar sus huestes a fin de volver a trabar pelea con el enemigo, tratando de ver con más cuidado la barrera de fuego de fusilería con que éste contaba. Entre tanto, los Coroneles de Diego Cristóbal Túpac Amaru, Ramón Ponce, Pedro Vargas, Nicolás
Sanca e Ignacio Ingaricona proseguían el sitio de Puno, tratando de tomarlo antes que el Mariscal Del Valle se aproximase más al Lago Titijaja; lo mismo procuraba Andrés Huera por el sur, acatando las órdenes de Túpac Catari. Por su lado el Mariscal, con Pumacahua y Avilés, prosiguieron su avance, mientras Diego Cristóbal Túpac Amaru pasaba a Carabaya a traer más gente y Vilcapaza trataba de trazar una nueva línea defensiva, lo cual hizo en Puquinacancari, camino de Puno. Mientras tanto, otras urgencias se presentaban: la situación exigía el reinicio del cerco de Sorata bajo mando cuzqueño; en esos días miles de hombres, de Carabaya esencialmente, se desplazaban con destino a Sorata, bajo el mando del Coronel Diego Quispe, «el Mayor», montonero autónomo, con gran dominio sobre su gente, y de quien se recelaban algunas vinculaciones con el aimara Túpac Catari. EL COMBATE DE PUQUINACANCARI. 19 de Mayo de 1781 Mientras Vilcapaza efectuaba los enlaces correspondientes para la pelea en un triple frente (Puno, Sorata y Azángaro) el Mariscal del Valle avanzó con sus numerosas fuerzas, llevando como vanguardia a las tropas negras. Se percibe la falta de un comando único en esos días. Al parecer Diego Cristóbal prestó excesiva importancia a los asuntos de Carabaya y se presenta una confusa situación. Probablemente Vilcapaza aconsejó un repliegue, con el objeto de concentrar, todas las fuerzas rebeldes en un ataque más sobre la ciudad de Puno -donde resistía el corregidor Joaquín de Orellana -pero su idea de una arremetida así no habría sido aceptada: otros jefes rebeldes, tan anárquicos como valientes, anhelaban enfrentarse otra vez con el Mariscal del Valle y se atrincheraron en el Cerro Puquinacancarí. El choque armado se libró el 19 mayo y fue extremadamente violento, rememorándose escenas de heroísmo como las de Masadá y Sagunto, puesto que muchos de los defensores prefirieron el suicidio a la derrota o a la rendición. Vilcapaza
estuvo entre quienes alcanzaron a salvar a los escasos sobrevivientes del combate. El propio Mariscal del Valle resumió así este encuentro espartano: «Al pasar por el cerro de Puquinacancarí, que es muy alto y todo peñas, sito en medio de una pampa en el que vimos algunas Indios que por su corto número se despreciaron; pero al pasar la columna de Cotabambas que venía a la retaguardia, avisó de que le habían apedreado desde él, por lo que su Comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se ejecutó con un pequeño destacamento y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y bárbara defensa; y viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y entre los otros una mujer con un niño a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron a una mujer prisionera se tendió voluntariamente sobra un cadáver y viendo que tardaban en matarla, levantó la cabeza y dijo por qué no la mataban», heroísmo que no dejó de comentarse en el Palacio de Lima, ente Agustín de Jáuregui. Los documentos militares precisan que para someter a los que resistían a ultranza «se destinaron ochenta fusileros para que castigasen este atrevimiento, a la verdad no esperado, a la vista de todo el ejército y mandando suspender la marcha retrocedió el mismo General con el regimiento de Caballería del Cuzco para rodear el monte por su falda a impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos. Pero ellos lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar más que en morir o defender el puesto que ocupaban, con la mayor intrepidez y osadía, favorecidos por unas piedras muy altas que los ponían a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdón que les hacía un oficial de las tropas de Cotabambas, a quien con furor respondían que antes querían morir que ser insultados». Y luego del encarnizado ataque virreynal, considerando los soldados rebeldes -hombres y mujeres- que era ya imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despeñarse para hacerse pedazos.
«Nada fue bastante - precisan los documentos virreynalespara disminuir aquella ferocidad y de este modo murieron todos… despreciaron sus vidas por sostener tan horrible sedición”. Gabriel de Avilés, entonces un joven Coronel virreynal, escribió: “A vista mía y de todo el ejercito se despeñaron muchos de ambos sexos con sus hijos, desde el escarpado cerro de Puquinacancari, por no entregarse como se les ofreció”. Vilcapaza, esa vez, consiguió retirarse a tiempo antes de ser rodeado por el enemigo; y pasó a organizar núcleos combatientes. Tras su triunfo sobre las huestes rebeldes en Puquinacancari, el ejército virreynal del Mariscal Joseph del Valle continuó su progresión sobre la ciudad de Puno, cercada por los tupacamarístas desde mediados de diciembre de 1780. Fue una marcha relativamente lenta, por las privaciones y los fuertes hielos de mayo, que afectaban especialmente a las tropas de negros de Lima y Callao, desafectos a las regiones altiplánicas; con todo, tomaron Calapuja, Juliaca y Buena Vista, puntos mencionados en los diarios militares virreinales. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreynales por las montoneras de Vilcapaza, Ingaricona, Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis política tendía a estallar en las altas esferas revolucionarias; a raíz de la prisión del Inca José Gabriel Túpac Amaru la división se había acentuado. Por un lado, estaban los llamados “Incas” del Cuzco, Diego Cristóbal y Andrés, esencialmente, quienes reclamaban la dirección del movimiento; por el otro se hallaba Túpac Cátari el aymara que había insurgido ya a la acción, a través de buen número de caudillos de aldea en las orillas Titijaja. Quechuas y aymaras tuvieron así una confrontación interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos, a quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano. El avance de Diego Cristóbal al altiplano respondía también a una necesidad perentoria. Contener los desmanes de los
capitanes tupacataristas y de uno que otro jefe tupacamarista; sobre todo, resultaba prioritario contener e inclusive aplastar a los líderes que en nombre de Túpac Amaru proyectaban arrasar con todo. PRIMER ATAQUE A PUNO. Por Diego Cristóbal Túpac Amaru - 10 de marzo Diego Cristóbal fue el hombre escogido por el Inca tanto para organizar la sublevación en tierras puneñas como para frenar los intentos expansionistas de Túpac Catari, el nuevo definitivo nombre de Julián Apaza. Para entonces, el joven caudillo habría ya recibido un gran elogio de labios virreynales: «es mucho peor que su (primo) hermano José Gabriel» Una vez en el altiplano Diego Cristóbal organizó la guerra con tal vigor que pudo lanzar el ataque a Puno el día 10 de marzo con Andrés Ingaricona, Ramón Ponce y Pedro Vargas; mientras tanto por el sureste la ciudad empezaba a ser amagada por gruesos contingentes aimaras que al parecer sólo aceptaban órdenes del aludido Túpac Catari. Todos, sin embargo, pelearon con ejemplar coraje, pero no consiguieron doblegar la férrea resistencia del Corregidor Joaquín de Orellana, quien para el efecto hasta había eregido fortines con varios cañones en los arrabales de la ciudad y tenía sólida alianza con el cacique virreynal Anselmo Buztinza, quien lanzó a toda su gente a la primera línea de combate. Puno resistió el aluvión de dieciocho mil patriotas, no sólo a causa de las excepcionales condiciones del defensor de la ciudad, sino gracias a la alianza con un sector nativo; pero fundamentalmente combatieron con desesperación al conocer el sesgo racista y sanguinario que, la lucha había adquirido en zonas altiplánicas. Los quechuas y los aimaras anhelaban, además, vengar los recientes desastres de Oruro y Chuquisaca. Así, como los alrededores de la ciudad de Puno se empaparon de sangre. Pero no se la pudo tomar; Diego Cristóbal tuvo que contentarse con estrechar un nuevo anillo
sobre la urbe, mientras buscaba con urgencia contactos al otro lado, en el camino de La Paz, con jerarcas aymaras. El avance de los Tupacamaristas sobre Puno habría, sin embargo, de precipitar una consecuencia imprevisible a escasos días: la agudización de las ambiciones del nuevo líder Túpac Catari. Aun cuando no se conoce con certeza los impulsos que lo llevaron a agravar la escisión, es un hecho que había decidido aplicar un proyecto propio, separado del que se trazó el grupo de conjurados de Tungasuca. Aprovechándose de que Diego Cristóbal no logró conquistar Puno y teniendo éste que retornar del Collao a Kanas, a fin de reclutar nuevas levas y concurrir con socorros al Inca, Túpac Catari se lanzó al ataque de la ciudad de La Paz. Así, mientras, en aquel convulsionado mes de marzo, Diego Cristóbal se estrellaba contra los fortines puneños, Túpac Catari se deshacía de Marcelo Calle, que era el principal delegado tupacamarista en las tierras de Sicasica y llegado el caso, el hombre de los Túpac Amaru llamado a cercar La Paz en el momento oportuno, en diálogo con los criollos paceños comprometidos; plan que se maduraba cuidadosamente por la envergadura de la acción. Orellana logró emboscar con su fusilería a un grueso contingente tupacamarista, lo cual desanimó a Ramón Ponce, el que suspendió el ataque y, aun cuando manteniendo el asedio a través de Ingaricona, retornó a Tinta, donde fue censurado por el Inca por su falta de una mayor acometividad. La guerra continuó en todas las tierras puneñas, aumentando la violencia conforme se iban integrando contingentes de aymaras y de uros tupacamaristas en la orilla sur del Lago Titijaja. En un ambiente caldeado por las rivalidades entre tupacamaristas y tupacataristas Y entre quechuas y aymaras, las comarcas puneñas fueron escenario de las más enconadas luchas contra los españoles; algunos capitanes patriotas actuaban ya por su cuenta, con gran crueldad. Este período de abril en Puno lo subdividiremos en escalones para apreciarlo con más claridad: las luchas en distintas áreas puneñas, el segundo ataque a la ciudad de Puno, la ofensiva
sobre Arequipa y la derrota de las fuerzas virreynales arequipeñas en Lampa. Los finales de marzo y los principios de abril fueron el período más cruentos en la región; con vesanica furia combatieron jefes tupacataristas y algunos capitanes autónomos, como Nicolás Sanca. La floreciente Chucuito, principal ciudad de la región, fue borrada del mapa por los jefes aymaras, al matarse a sus dos mil vecinos criollos, mestizos y pocos españoles, «de todo sexo y edad”. Pascual Alarapita e lsidro Mamani fueron los responsables principales de la espantosa carnicería; ambos obedecían a Túpac Catari. Niños, ancianos y mujeres que escapaban de las piedras, de las balas y de los incendios fueron arrojados a las aguas del Lago, para que pereciesen ahogados; los «indios leales» resultaron igualmente exterminados. Unos pocos sobrevivientes, mientras huían, alcanzaron a ver la matanza desde lo alto de los cerros que rodean la ciudad. El 3 de abril en pleno combate por Chucuito, fueron quemados vivos los oficiales virreinales Nicolás de Mendiola y José Roselló. No menos violentas fueron las acciones de Juli, donde se llegó a contar setentiún cadáveres también «de todo sexo y edad», en las calles del pueblo arrasado; muchas mujeres y hasta niños fueron sacados de las iglesias, donde se cogían de las imágenes; y no faltaron escenas terribles de sangre humana chupada de heridos y muertos por los fanatizados vencedores, entre ellos muchos uros, seguramente. Los desordenes al parecer se habían iniciado el 22 de marzo en la comarca de Carabaya, pero pronto se extendieron a todo el altiplano: sufrieron los excesos Capachica, Acora, Ilave, Coata, Yunguyo y otras más, aparte de las ya nombradas Chucuito, Juli y Pichacani. Era frecuente oír en esos trances
que los rebeldes proclamaban “Rey a Katari”, aludiendo sin duda a Túpac Catari, el sanguinario caudillo aymara que conducía el cerco de La Paz. En Ilave le fue harto clara la proclamación de rey a Túpac Catari lo cual tuvo que causar justificado pesar. Los documentos de la época están llenos de referencias a los excesos en toda la comarca. Un enfrentamiento cerca de Acora, en Manquesqueña acabó en desastre para los virreinales, cuyas tropas nativas principalmente se dispersaban; otro encuentro en las cercanías tuvo resultados parecidos, así como una incursión de Orellana, tratando de restablecer el orden desde Puno. Además en el altiplano la lucha hubo de ser más sangrienta que en ningún otro teatro de operaciones, presentándose casi un ciclo de “todos contra todos». En efecto, si bien el 10 de abril los virreinales habían quebrado el asedio a la ciudad de Puno, ello no se debió a un éxito militar, sino al caos en la retaguardia rebelde, porque aterrados gran parte de los aymaras, lupacas de Acora con las atrocidades de Isidro Mamani su jefe regional, lo entregaron más allá de Chucuito a las avanzadas del Corregidor Orellana; el suceso provocó recriminaciones y matanzas entre aymaras de la zona, mientras que, no lejos, quechuas y aymaras empezaban a pelear entre sí por razones similares. Entre tanto, arrepentido de cuanto había hecho, también se entregó al Corregidor el cruel Mateo Condori. Pero no obstante el desorden, Diego Cristóbal logró restaurar un mínimo de coordinación y, auxiliado por Mariano Túpac Amaru y Andrés Ingaricona, se volvió a cercar la ciudad, por tierra y agua. Por esos días la situación política rebelde empeoraría en las esferas de la dirigencia insurrecional, porque al enterarse Túpac Catari de la prisión del Inca José Gabriel, trató con más fuerza aún de capturar y conducir el movimiento. Para ello el destacado líder contaba con la terca adhesión de sus seguidores y con un extraño carisma, no exento -como vimosde elementos mágicos. Diego Cristóbal -al igual que su antecesor- no había tenido más remedio que tolerarlo durante
ese difícil abril, en la común lucha contra los virreinales; pero tal actitud de concordia no consiguió las metas que le inspiraban. Por el contrario Túpac Catari continuó remitiendo al asedio de Puno, por el lado sur, tropas aymaras de refresco conducidas por jefes que mostraban tanto valor como crueldad e indisciplina, cual el caso de Pascual Alarapita e Isidro Mamani. Numerosos pueblos volvieron a sufrir una violencia inenarrable, lejos de los principios doctrinarios de la rebelión y de los preceptos cristianos que todos los Túpac Amaru enarbolaban. SEGUNDO GRAN ATAQUE A PUNO: del 10 al 12 de abril. Desde Azángaro, Diego Cristóbal organizó el segundo ataque a la ciudad, de Puno. Lanzó contra la ciudad a Andrés Ingarícona y Pedro Vilcapaza, pero mientras éstos avanzaban, él mismo tuvo que replegarse rumbo al norte al recibir noticias del desastre del Inca en Sallca. El ataque se desorganizó el día 13, al confirmarse la prisión del inca, ocurrida en Langui el 6 de abril. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre este asunto, con motivo de la llegada de los refuerzos españoles. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreinales por las montoneras de Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis política tendía a estallar en las altas esferas revolucionarias. Como era de suponerse, a raíz de la prisión del Inca José Gabriel Túpac Amaru la división se había acentuado. Por un lado, estaban los llamados «Incas» del Cusco, Diego Cristóbal y Andrés, esencialmente, quienes reclamaban la dirección del movimiento; por el otro se hallaba Túpac Catari el aimara que había vuelto a la acción vigorosamente, secundado otra vez por un buen número de caudillos de aldea. Quechuas y aimaras zanjaban así una confrontación interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los
dirigentes plebeyos a quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano. TERCER ATAQUE A PUNO Entre tanto, Diego Cristóbal había tratado de capturar Puno, lanzando sobre la ciudad las tropas comandadas por Andrés Ingaricona y Pedro Vargas, las que no pudieron doblegar la resistencia del tenaz Corregidor Orellana, quien había tenido la prudencia de construir dos nuevos improvisados bastiones, con fosos y trincheras, y se valía además de un artillero corso de suma habilidad, llamado Francisco Vícentello. A principios de mayo Diego Cristóbal había acampado por varios días en Lampa organizando la guerra en los dos frentes inmediatos, el de la ciudad de Puno (a su cargo) y el abierto por la ofensiva del Mariscal. El día 7 había asomado a los cerros lindantes con Puno, «con grande ostentación y estrépito de los (cañones) pedreros que traía para batirla». Eje de la defensa de Puno era el fuerte y dos fortines que dirigía el artillero Vicentelio, con cuatro cañones y 44 artilleros. El ejército de Diego Cristóbal arrolló a los indios virreinales que defendían la urbe, empujándolos más allá del cerro del Azogue hasta llegar a poner en peligro el propio fuerte que cubría a los puneños, pero los referidos cañones contuvieron la acometida Tupacamarista, pese a su «bravura y ferocidad» como informaron los partes militares del Corregidor. Tomados los fortines, el día más sangriento fue el 9 en que Diego Cristóbal atacó por dos lados a la ciudad, llegándose en un momento a combatir en las mismas calles, por el lado de la parroquia de San Juan. Estalló el polvorín de Puno pero el episodio no amenguó el ánimo de los defensores. El nutrido fuego de fusilería que sostuvo en persona el Corregidor Orellana impidió en aquel día la captura de Puno; las víctimas fueron numerosas en ambos bandos y el asedio continuó en los días siguientes, desde lejos, porque se consideró oportuno aumentar el hostilizamiento a las huestes del Mariscal Del Valle que habían logrado -como vimos- traspasar las defensas rebeldes en diversas batallas. Testigos cercanos de los hechos describieron así la situación:
«A quien contemplamos en fuertes fatigas es al Corregidor de Puno, Orellana, pues aunque ha resistido con un valor indecible a más de diez ataques, se cree que al fin se rinda si no es socorrido en tiempo, como lo ha solicitado con las mayores instancias. Se sabe que los días 10, 11 y 12 del corriente le presentaron batalla los indios de Chucuito y Diego Túpac Amaru con más de cuarenta mil indios, tres (cañones) pedreros y como treinta fusiles, en que le mataron más de cien españoles y quedaron heridos como cincuenta y éstos de cuidado, y muchos descalabrados y golpeados de las piedras, en que se vio bien confuso el dicho Orellana que salió herido de una pedrada en la boca, que escapó de milagro y le rompieron una trinchera y se le entraron hasta la dicha villa.» A lo largo de mayo , las guerrillas desgastaron al cuerpo del ejército que cobnducía Del Valle, pero no pudieron impedir su progresión sobre Puno, ciudad que recibió a esas huestes el 25 de mayo, en medio de gran algazara virreinal. A la verdad, tras Puquinacancari, las huestes virreinales continuaron su progresión dificultosamente. Pocos pensaban ya en los planes iniciales de socorrer La Paz; la mayoría de los jefes apenas anhelaba guarecerse en Puno. Puno, la ciudad a la cual se aproximaban las tropas del Mariscal Del Valle, había venido soportando sangriento asedio desde el 10 de marzo, frente a las tropas del mestizo Ramón Ponce y de varios jefes indios. Resultó una guerra muy encarnizada; pueblos y aún ciudades de los alrededores desaparecieron casi del todo (como Juli, Pomata, Ilave, Chucuito). Fue el defensor de Puno un criollo, Joaquín de Orellana, quien armó y equipó casi exclusivamente a criollos y mestizos, con acierto de ordenar la construcción de un fortín en los extramuros. disponía de cuatro cañones y de ciento ochenta fusiles y escopetas, pero sus tropas, a fines de junio, se encontraban exhautas, tras cuatro meses y medio de cerco y de combates, puesto que había construido «una pequeña isla de felicidad en medio de un mar de rebelión», tal como tan descriptivamente se definió la situación militar. Mucho alivio hubo allí cuando llegaron versiones confusas en torno a la aproximación de la tropa virreinal y la parcial ruptura del asedio.
PUNO: FUGAZ ÉXITO VIRREINAL El cerco de Puno fue levantado por los sitiadores; el Mariscal ordenó entonces a sus avanzadas que tomasen Puno, un Puno destrozado en cincomeses de asedio. Felicitó al Corregidor Joaquín de Orellana por la defensa. Pero de inmediato todos repararon en lo precario de la situación de la ciudad: hambre, enfermedades, carencia de armas suficientes, deseciones, frio intenso y ultitudes, quechuas y aimaras rodeando nuevamente la plaza, unos por el norte otros por el sur. No fueron tranquilizadores los informes recibidos en la ciudad. Allí supieron cómo se habian visto acosados desde el 10 de marzo, fecha en que se inició el segundo cerco; supieron cómo el «leal» cacique virreinal Anselmo Bustinza había sido escudo de la ciudad, con sus indios de Mañazo y otros lugares, pese a las acometidas de sucesivos capitanes como el mestizo Ramón Ponce y los coroneles Pedro Vargas, Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca, Pascual Alarapita y otros que, junto o sucesivamente, habían atacado la ciudad, llegando a combatirse en los arrabales; y supieron también cómo actuando por encargo de Túpac Catari- Andrés Guara había también amagado la ciudad por el Este. Y tan sangriento asedio de quechuas y aymaras proseguía a lo lejos, sólo se había perforado en un punto la marea humana que rodeaba la ciudad. En definitiva, lo que predominaba en Puno era hambre, enfermedades, carencia de armas y de municiones suficientes, deserciones, frio intenso, etc. La operación no iba ha ser fácil para el Mariscal, sobre todo considerando que habían desterrado casi todas sus tropas indígenas, con excepción de los Chincheros que comandaba el más disciplinado de todos los jefes virreinales; Pumacahua; además, al trascender la orden de retirada, la situación se agravó, porque desertaron varios caciques puneños hasta ese momento leales y aliados. Viendo segura una derrota en la puna abierta, prefirieron acogerse bajo las banderas de Diego Cristobal.
Mayor era aún el riesgo de amotinamiento de los ochocientos fusileros negros de Lima y el Callao, deseosos de emprender cuanto antes la retirada. La retirada virreinal de la ciudad fue el 26 y 27; tras juntarse, partieron todos del campamento de Del Valle, ubicado en las afueras. Grandes burlas hacían a los patriotas desde los cerros, especialmente los indios, mofansode de los vencidos. Eran ocho mil, esos vecinos de Puno -ancianos, mujeres y niños entre ellos- empezaron la odisea hacia el Cusco,a pie casi todos, al amparo de los ochocientos fusileros de Del Valle y los ciento treintiseis de Orellana. LA TOMA DE PUNO POR LOS TUPACAMARISTAS: 28 de mayo Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el momento más alto de todo el ciclo tupacamarista, auncuando ya había sido ejecutado el principal jefe, José Gabriel Túpac Amaru. Durante aquel periodo Diego Cristobal desde Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata, cuyo asedio había sido suspendido en tiempo atrás. Así fue como a fines de ese mes, Diego Cristobal y sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros circundantres la retirada de las tropas virreinales, con rumbo a Sicuani, de donde habían partido orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la población civil del lugar y, a regañadientes, el propio Corregidor Orellana. Diego Cristobal ocupó de inmediato ese Puno vacio, cuidandose de usar gente segura, del bando tupacamarista. Por su parte el Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de múltiples escaramuzas contra las montoneras de diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya, Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que realizaban en valor mientras los fusileros negros abrían brecha para el paso del grueso del triste cortejo en retirada. en toda esta
campaña se halló Diego Cristobal tan cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi lo captura una partida virreinal, salvandose apretadamente. La capital de los territorios liberados se reintaló en Azángaro poco después. La deserción de muchos soldados nativos y hasta de un cuerpo íntegro (que, acabó masacrado por los alzados en Ayaviri, días después) condujo a la celebración urgente de un Consejo de Guerra, inspirado por el propio Mariscal Del Valle, el cual arribaría el siguiente acuerdo: «El Ejército que llegó hasta Puno con el piadoso fin de libertar la vida de sus vecinos que ya no tenían modo de subsistir, ni de retirarse por estar sitiado de enemigos, sin esperanza de otro socorro que el nuestro, conseguido el intento se va en la precisión de tomar Cuarteles de Invierno, llevando consigo a su honrado vecindario por las razones siguientes- El ejército sólo consta de ochocientos hombres del cual casi el todo consiste en las tropas de Lima. Estas, acostumbradas al clima dulce de aquella capital, no son capaces de sufrir por más tiempo la aspereza de los hielos que cada día son mayores, cuya incomodidad se hace más insoportable por estar descalzos y hechos pedazos sus vestidos: faltos de pan a que por estar acostumbrados les es de mucha molestia su falta, y con las tiendas hechas pedazos». «Siendo pues indispensable tomar cuarteles, no queda más arbitrio que ejecutarlo en Arequipa, La Paz o el Cusco para que reforzado allí el ejército pasada la rigidez de la estación, se puedan continuar las operaciones». Las huestes procedentes de Lima también debieron horrorizarse al escuchar los relatos en torno a la violencia criminal que la guerra habla adquirido por ambos lados, Los sobrevivientes, escasos, narrarían las pavorosas matanzas racistas al sur de Puno. Con todo, el valeroso Orellana insistió en marchar en auxilio
de La Paz; luego los reclamos de los puneños virreinales se limitaron a rescatar Chucuito; finalmente sólo demandaron permanecer acantonados en Puno. Todo fue inútil, las órdenes de Del Valle fueron terminantes: la evacuación. Es justo reconocer que al momento de tan grave decisión. Del Valle contaba –en efecto- con sólo mil cincuenta soldados de los cuales doscientos eran de nombre; dos mil de sus integrantes habían sido aniquilados o desertaron durante el penoso avance hacia Puno. Aún más, al llegar a Puno acababa de defeccionar la Compañía de Cotabambas con su teniente José, Cornejo, guiada por el absurdo empeño de alcanzar salvación; la aniquilaron por Ayaviri y nadie sobrevivió para contarlo. Seguramente jefes y tropas virreinales se amedrentaron al oír que el Consejo de Guerra iba a discutir un avance a La Paz como en efecto sucedió ese 25 de mayo de 1781. En todo caso, la decisión de la retirada se justifica por el quebrantamiento de la disciplina en esas soledades. Rumores corrían sobre que el resto de la tropa (con muchos mulatos de Lima y Callao) exigía el retorno al Cuzco, so riesgo de una deserción masiva No fue fácil convencer al tenaz Orellana y su valerosa tropa. Al fin, -narraría un jefe militar- ese mismo 26 de mayo todos «emprendimos la marcha, con grande lentitud, para seguir el paso de las mujeres y los niños de Puno” Así se llegó a Yanarico; en esa retirada ciertos grupos sin darlo a conocer al Mariscal, optaron por un retroceso buscando el camino de Arequipa. Fueron exterminados. El día 13, siempre hostigados por partidas de rebeldes, se produjeron choques serios en Pocochuma, no lejos de Umachiri. Luego se realizaron escaramuzas más serias en Hulloma o Hullulloma, el 15, al incursionar partidas de caballería. Asimismo, el 17 en Santa Rosa se realizaron encuentros que obligaron a emplazar la artillería y a pedir refuerzos de la infantería. Entre penurias sin fin, los restos del ejército virreinal cruzaron dificultosamente La Raya, alcanzando Sicuani el 23, donde se
reintegró la columna de Cuéllar que, un mes atrás, había partido hacia Carabaya. Los jefes de este ejercito virreinal se vanagloriaban de tres victorias, pero la verdad es que apenas desfilaron trescientos de los tres mil soldados que partieron y dejaban Puno en manos de Diego Cristóbal Túpac Amaru, Los sufrimientos de ese ejército acabaron solamente el 4 de Julio; por lo menos para la vanguardia que aquel día hizo su ingreso al Cuzco comandado por el propio Mariscal. No aguardaban buenas noticias; nuevas tropas quechuas rondaban las comarcas de los alrededores del valle del Cuzco y festejaban la debacle del gran ejercito que, aunque vencedor del Inca José Gabriel, retornaba vencido por el nuevo Inca Diego Cristóbal. Sus fuerzas habían ocupado Puno apenas los virreinales evacuaron la ciudad, pero la capital de la revolución continuó en Azángaro. Durante aquellas semanas, Diego Cristóbal prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Sorata seria conquistada y en las sierras de Arica, Tarapacá se respaldaron también la insurrección. La casa de Vilcapaza fue esos días el centro de reunión de los jefes rebeldes para trazar nuevos planes y también el refugio discreto de la bella mestiza Angelina Sevilla Choquehuanca, compañera del “Inca mozo”, Andrés Mendiguri Túpac Amaru. SEGUNDO CERCO DE SORATA Con sus montoneras, Vilcapaza se incorporó al segundo asedio de Sorata -a las tres semanas de iniciado- a fines de mayo; así lo habría dispuesto el nuevo Inca Diego Cristóbal, reconocido como tal tras la ejecución del Inca José Gabriel en el Cuzco, el 18 de ese mes de 1781. Calculamos que en días anteriores estuvo tratando de contener a las vanguardias del Mariscal del Valle, que marchaban sobre la ciudad de Puno, a las cuales desgastó de tal modo que los fugaces vencedores tendrían -como vimosque abandonar esa ciudad a los pocos días de reconquistada. En las afueras de Sorata Vilcapaza se juntó con Andrés Túpac Amaru, a quien debió hallar cargado de rencores por la
crudelísima muerte de su tío el Inca, sentimiento de odio que parecían compartir muchos de quienes rodeaban a ese joven General de diecisiete años de edad, a quien su linaje había llevado a tan alto cargo. Asimismo, debió encontrar a Diego Quispe incontrolable. Con la mucha gente fanática que lo seguía desde Carabaya, de Sandia en especial. Cierto número de delincuentes fugados de cárceles y obrajes destruidos, se habían sumado a filas insurrectas. Debió notar que la situación se volvía más incontrolable que nunca. El nuevo cerco había empezado el 4 de ese mes de mayo; anárquicos dirigentes regionales a los cuales no importó la guerra contra el Mariscal del Valle, precipitaron los hechos, rompiendo aún más la precaria unidad reinante. La tarea de Vilcapaza hubo de ser allí la de tratar de consolidar fuerzas y moderar a los que solo buscaban venganza. La parte principal de la defensa la tuvo un ejército de dos mil criollos y mestizos, integrado por sorateños y refugiados de los alrededores, inclusive con gente de las distantes Lampa y Azángaro. Fue jefe de estas improvisadas tropas virreynales el Coronel Anastacio Suárez de Varela; y justo es reconocerles que pelearon con denuedo contra los tupacamaristas, soportando hambruna, enfermedades y toda clase de privaciones, sin rendirse. El asedio fue al final tan estrecho que el pueblo sorateño se redujo a “vivir atrincherado en el recinto o centro de la plaza”. “Así nos mantuvimos -relata uno de los defensores- con el bloqueo de poste a poste, sin que cesase al continuo tesón del fuego de noche ni de día, por espacio de tres meses, hasta el 5 de agosto”. Resumamos lo principal de aquel cerco. Dos meses se llevaba ya de encuentros sangrientos; ninguna facción parecía dispuesto a ceder. Fue entonces que surgieron intentos de un arreglo, una parte de los sorateños debió ser influido por los mensajes de fraternidad que Andrés
“el Inca Mozo” -Jefe del sitio- lanzó a los criollos, siguiendo el mandato oído tantas veces del Inca difunto, de José Gabriel y del nuevo Inca, Diego Cristóbal. Pero las negociaciones acabaron mal, pese a los empeños de Vilcapaza y de otros jefes y caciques. Desde diferentes puntos de vista -y quizás de fuentes documentales- Lillian Estelle Fisher y Eulogio Zudaire han contado el episodio que deterioró gravemente el ánimo de los sitiadores, enconado desde entonces las razones expuestas. Parece que hubo tentativas de paz entre los dos bandos; en una de las reuniones, fueron parlamentarios de los de Sorata, Gregorio Santalla y José Pinedo, jefe este último de la defensa de la plaza. Pinedo habría llevado la secreta consigna de asesinar a Andrés y al momento de sacar sus pistolas para victimar al “Inca mozo” fue descubierto y luego masacrado con toda la comitiva. La guerra arreció más que nunca. LA DESTRUCCION DE SORATA Por entonces vino el proyecto de construir una represa con las aguas del río Tipuani, las que una vez contenidas se lanzarían sobre la ciudad cercada. La idea, la trajo un criollo azangarino y Tomás Inga Lipe (“Thomas Inga Lípe, el menor, dirigió la maniobra del río en compañía de un hombre blando remitido de Azángaro por (Diego) Túpac Amaro, cuyo nombre ignora pero que hablaba castellano y quichua”, según declararía el secretario de Túpac Catari, Basilio Angulo). Pedro Vilcapaza debió hallarse entre los más activos para el acarreo de materiales y poner orden en esas muchedumbres a las que hubo de transformar de soldados en obreros; terminada la represa, se soltó las aguas con el resultado que se aguardaba. Roto el dique, lanzado el torrente de golpe, rompió las defensas sorateñas y por allí ingresaron las huestes rebeldes. “Ese fue el día lamentable en que dio fin este pirata con el pueblo y sus habitantes”, habría de expresar un informante virreynal, de los pocos que sobrevivieron el encuentro definitivo.
Para entonces el joven Andrés había olvidado ya, los consejos de Angelina Sevilla Choquehuanca, la bella mestiza de Azángaro y si llegaron sus cartas a los campamentos de Sorata, ni las leería. Vivía en el asedio un romance nada menos que con Gregoria Apaza, hermana de Túpac Catari, el aymara sitiador de La Paz, mujer vengativa como éste. Siendo casada, no le importaba lucirse con el joven líder Inca; mujer que además, -como lo anota María Eugenia Siles-, contaba con diez años más que él. Es probable que su inspiración fuese nefasta sobre Andrés, quien en su mocedad no previó todas las responsabilidades que significaban un gobierno regional revolucionario ni una operación militar de esa envergadura. Pero hubo un factor aún más grave en ese muchacho indio, jefe de decenas de miles de insurrectos: quince días atrás habían ahorcado a Pedro Mendigure, su padre, en la plaza del Cuzco; a su madre -activa tupacamarista- la sometieron ese día a diversos vejámenes; esto sucedió el 17 de julio, en que también se ahorcó a Ramón Ponce, el antiguo jefe militar de la rebelión en Puno, así como a otros destacados dirigentes indios y mestizos (1). Todas estas ejecuciones, unidas al recuerdo del martirio del Inca, de Micaela Bastidas y de Hipólito Túpac Amaru, atizaron los odios de Andrés, se apoderó un afán de venganza contra quienes nada tenían que ver con esos hechos. Justos sorateños pagaron por pecadores cuzqueños. De nada sirvieron los consejos de maduración que Andrés pudo recibir de gente mayor como Vilcapaza. Barridas las defensas con las aguas del río, irrumpieron las tropas rebeldes, unos veinte mil hombres. Con la tolerancia de Andrés y de varios de los demás dirigentes, se excedieron, sin respeto por los vencidos. Fueron masacrados, destrozados, colgados, sin distinción de sexo ni de edad. Entre las víctimas hubo miles de criollos, con lo cual los vencedores de Sorata rompían los principios ideológicos del Inca difunto, José Gabriel, y las órdenes precisas del nuevo Inca, Diego Cristóbal.
Aquel mismo día se produjeron innumerables violaciones de mujeres españolas, criollas y mestizas, a la mayor parte de las cuales mataron después, tal como lo acreditan documentos publicados por Lewin y otros estudiosos. Las Choquehuancas, Indias nobles de Azángaro fueron todas vejadas y colgadas, como “renegadas”. De la matanza sólo salvaron “algunas mujeres blancas”, de seguro al precio de su honra. Sobre la captura de Sorata Melchor de Paz, el Secretario del Virrey habría de anotar que “se asoló Sorata, pueblo muy rico y de mucha gente; a esta la (pasaron) a cuchillo y (se) robó ricos tesoros”. ¿Cuántos murieron masacrados en Sorata? No lo sabremos nunca. Sir Clement Markham, -viajero por esas comarcas altiplánicas promediando el siglo pasado- tomó cifras sin duda exageradas por la tradición oral criolla. La verdad es que perecieron varios miles, quizás ocho mil; y sobrevivieron apenas ochentaisiete personas, por que la orden fue entrar “sin dar cuartel sino a los indios y algunas mujeres blancas” como lo señaló «la Verdad Desnuda»; y así mientras la enorme mayoría de los indios sorateños se dispersaba, criollos, españoles y mestizos sufrían la masacre, aunque hubo un criollo que salvó sirviendo de secretario. Salvaron también algunos sacerdotes y otros que fingieron serlo: «no dejaron en vida a los criollos pues a todos degollaron y mataron con inhumanidades, sin perdonar aun a los eclesiástico» reza no obstante un Informe colonial, porque hubo también curas despedazados. Pero un documento paralelo aclara que sólo se mató a los clérigos “que resistieron”. De un modo u otro, fue un día de horror, especialmente “por las mujeres que, fueron entregadas en carnes al festival de la indiada”. Sin duda la cruel muerte dada al Inca y a sus familiares fue uno de los detonantes de la extrema violencia, encendiendo un odio vengativo cruel que cogió a los propios jefes. El Virrey Jáuregui reconocería que tras las ejecuciones “parece que se
empeñaron más en las atrocidades» resumiendo situaciones en un Informe del 16 de diciembre de 1782. Pero así como se perciben en ese día, terribles odios acumulados de dos siglos y medio y la acción de numerosos delincuentes indígenas evadidos al amparo de la revolución, del mismo modo se nota la acción señera de quienes no se mancharan ese día con sangre de inocentes, ni hicieran pagar a los sorateños, mujeres, niños y ancianos inclusive, culpas que les eran ajenas como la ejecución del Inca José Gabriel (2). Y los hechos fueran tales que como “el Azote de Dios” habría de ser conocido desde entonces el irreflexible muchacho, Andrés Mendigure Túpac Amaru, quien con las atrocidades que permitió cometer causó un daño irreparable a la sublevación, el mayor de los cuales, habría de ser ¡qué duda cabe! que el nuevo Inca, Diego Cristóbal repudiase tales actos y empezase a vacilar sobre si procedía continuar la guerra dentro de semejantes métodos. Las dudas que Diego Cristóbal –que lo conducirían meses después a la rendiciónempezaron con su disgusto y pesadumbre por las atrocidades de Sorata y para paliarlas no bastaron las excusas a los remordimientos de su joven sobrino, quien argüiría que le fue imposible contener los desmanes. A SANDIA Y AZANGARO Ocupado la ciudad de Sorata -o mejor dicho lo que de ella quedó tras las inundaciones, los incendios, los saqueos y las matanzas- los jefes rebeldes marcharon a cumplir distintos objetivos llevando cada uno su parte del botín de guerra. Andrés “el Inca Mozo”, salió el 18 de agosto, con rumbo a La Paz, donde la situación se encontraba más tensa que nunca debido a los afanes autonomistas de Túpac Catari, quien había reiniciado el asedioa la Plaza, retiradas las tropas de Brunos Aires que le dieron fugáz respiro. Vilcapaza pasó a Sandia con grandes tesoros, un cajón de diamantes y cuarenticuatro arrobas de oro y plata, entre otras cargas, las cuales quedaron en custodia; asimismo, Martín Vilcapaza, hermano del jefe indio, llevó parte del botín de
Sorata a Azángaro. A esta ciudad marcho luego el propio líder, llevándose varias cargas en mulos que contenían parte de la de Sorata y de la de Tipuani. Diego Chuquicallata, vio asimismo que el famoso Coronel Diego Quispe partió llevando seis mulas cargadas de oro y plata, desde el campamento de Andrés Túpac Amaru, el “Inca mozo», el cual se hallaba instalado a tres cuartos de legua de la ciudad vencida. En estos días nacerían las leyendas sobra «los tesoros de Vilcapaza”. En verdad, fueron ascendentes a unos cuatro millones de pesos. Que los guardase se justifica dentro de las usos de la guerra en aquel tiempo puesto que en esas apremiantes circunstancias, de esa riqueza emanó el medio de sostener las exhaustas líneas logísticas de la rebelión. Este período marcó el apogeo de Vilcapaza; por entonces ejerciendo gran dominio sobre parte considerable del altiplano, vivía en una residencia colonial que había pertenecido a los opulentos caciques Choquehuanca. Pero no permaneció muchos días en calma. Como siempre, parecía estar en todos lados. En agosto de 1781 Diego Cristóbal Túpac Amaru líder absoluto del movimiento, expidió un decreto en Azángaro ordenando respetar las vidas de las mujeres, niños y sacerdotes, según las versiones que Sir Clement Markham recogió en esa ciudad, de labios del anciano Luis Quiñones; pero fue inútil. Un vendaval racista sacudía el altiplano. Numerosos líderes locales resultaron incontrolables y parecían dispuestos a extirpar a quienes no fuesen indios. No solamente los criollos, sino también los mestizos, los zambos y las mulatos sufrieron tan sanguinaria tendencia, explicable por el odio acumulado a la largo de dos siglos y medio. Pronto surgirían graves tensiones entre los propios indígenas, oponiéndose los quechuas a los aymaras. AL CERCO DE LA PAZ En medio de tales indeciciones fue necesaria continuar la guerra. Como las tendencias autonomistas se acentuaron,
Diego Cristóbal Túpac Amaru, dispuso que los vencedores de Sorata pasasen a controlar mejor la situación política en la Paz; y así envió a su sobrino Andrés Túpac Amaru, a Vilcapaza (por unas días) y a otros dirigentes como Tito Atauchi. No sin algunas resistencias se consiguió una vez unificar el movimiento rebelde; Túpac Catari caudillo plebeyo cuya verdadero nombre era Julian Apaza terminó acatando la supremacía de las Incas del Cuzco y la de los emisarios azangarinos. Pero las tensiones siguieron; las matanzas aumentaban; de la ideología inicial de la rebelión (al frente único peruano antiespañol) nada casi quedaba; Túpac Catari siendo bastante radical frente a quienes no eran indios, su aymarismo lo conducía a ratos hasta el extremo de mostrarse antiquechua. La sublevación cubría entonces hasta tierras de Salta y Tucumán. Pronto huestes del Río de la Plata pasaron al contraataque. El sangriento cerco de La Paz (murieron unas catorce mil personas) acabó en derrota pues los alzados no consiguieron tomar la ciudad y el 17 de octubre de ese año de 1781, ingresaban las tropas de Buenos Aires, esta vez definitivamente. Mientras tanto se extendía por todas las cordilleras el ofrecimiento del Indulto por parte de las autoridades virreynales, asunto que fue largamente debatido, manifestando muchos rebeldes un criterio totalmente opuesto al de acogerse a la paz que ofrecían los Virreyes de Lima y Río de La Plata. Para entonces, el Inca Diego Cristóbal había recobrado cierto nivel de diálogo con los criollos progresistas del Cuzco, contactos reiniciados a través de uno de sus capellanes de guerra; y aunque tal vez el máximo jefe indio receloso de las tratativas, la verdad es que parece que se hallaba hastiado de tanta muerte y desolación; le repugnaban muchos crímenes impunes cometidos sopretexto de la insurrección. El 17 de octubre inició enlaces epistolares a fin de establecer las condiciones mínimas para un entendimiento; mientras tanto dispuso la suspensión de actividades bélicas, lo cual no
fue obedecido por todos sus capitanes. Vilcapaza, fiel a su Inca, si se entregó, tal sucedió el 3 de noviembre según se ha sostenido. En esos días, conducentes el Tratado de Paz en Lampa, que se celebraría el 11 de diciembre, Vilcapaza, dándose cuenta de la real marcha de los acontecimientos, alertó a su rey de lo que sobrevendría. EL INDULTO Diego Cristóbal Túpac Amaru, no obstante se mantuvo partidario del pacto, actitud a la cual se opuso tenazmente Vilcapaza, quien llegó a advertir sobre una posible traición virreynal, como a la postre ocurrió. Se afirma que en tan delicado trance, el azangarino habría sugerido la posibilidad de un repliegue a los valles tropicales puneños de San Gabán, por Carabaya, donde el difunto Inca poesía cocales. Carabaya era además comarca rica en coca, peces, frutas y maderas; aún mas, cerca existían lavaderos de oro y las espléndidas minas de plata de Ucuntia. En suma, al amparo de esa ceja de selva se podría subsistir, un tanto al estilo del primer Túpac Amaru en Vilcabamba. “En aquellos lugares -habría expresado Vilcapaza- estaremos seguros de la persecución y de la muerte y nos conservaremos en la aptitud de recobrar nuestras pueblos y vengar la sangre de nuestros hermanos”. “No fiemos -argüíade dolosas promesas». Pero sus argumentos, sus intuiciones, resultaron Inútiles. “El obstinado General que resistió hasta el final el partido del indulto” – así lo calificaron sus enemigos - reiteró la conveniencia de replegarse a Carabaya, una vez más, “a cuya puerta se hallaba”, pero fue en vano; nada más sabemos de esos dolorosas diálogos. También Marcela Castro, heroína, madre de Diego Cristóbal, advirtió a su hijo contra la firma del arreglo de paz, según el cronista indio virreynal Sahuaraucara pero fue en vano. El joven Inca miraba con horror le devastación racista en innumerables comarcas; le repugnaba que se actuase así,
pero carecía de posibilidades de restablecer la que podría calificarse de “orden revolucionario”. Lo angustiaban matanzas racistas que no había previsto ni dispuesto. Por otra porte, desde el Cuzco se le ofrecía las más altas condiciones de paz y hasta la supresión de los Corregimientos en las comarcas bajo su mando. Las negociaciones de paz tuvieron su origen en el indulto ofrecido por el Virrey Jáuregui el 11 de septiembre, ampliamente difundido en cartelones. La verdad es que el Virrey había visto imposible acabar la guerra sin destrozar lo que aún quedaba en los comarcas surandinas e influido por las círculos más progresistas de Lima optó por una amnistía que fue mal recibida en las esferas superiores del Cuzco y otros lugares. A mediados de octubre, Diego Cristóbal recibió oficialmente el texto del indulto y el 18 aceptó su texto, en principio. Entre tanto, seguía fortaleciendo sus huestas por lo que pudiese ocurrir con su persona, pero todo indica que ya no estaba dispuesto a proseguir en la sublevación. En esos días se percibían en el campamento rebelde las presiones de las diversas tendencias y las marchas y contramarchas respectivas en las conversaciones. El 11 de diciembre el Coronel Ramón de Arias, jefe del ejército de Arequipa, obtuvo -como dijimos- una tregua con Diego Cristóbal, pactada en la ciudad de Lampa; es un momento en que parece que los virreynales, hondamente influidos por los grupos progresistas del Cuzco, aceptaron la idea de suprimir a los Corregidores en las tierras que se hallaban bajo el dominio del Inca; posición- que pudo haber sido del agrado de varios de los jefes rebeldes, Vilcapaza entre ellos. Entre tanto, seguían su marcha sobre Azángaro distintas columnas virreynales; reclamaban los Corregidores contra cualquier infidelidad al Rey de España (así veían la eventual supresión de los Corregimientos en el altiplano); y se apresaba a varios destacados Coroneles rebeldes, de quienes se sabía su ninguna propensión a soluciones pacíficas. El peligro crecía. Los virreynales exigían devolver armas y tierras. EL RETORNO A LA LUCHA
“Aquel temerario” de Vilcapaza, como lo calificaban los propios españoles, volvió entonces a la acción. Debió ser a los pocos días del pacto de Lampa y no poco trabajo le costaría ganar los primeros adeptos para la causa que resurgía; cabe recordar el enorme Influjo que poseía el título de Inca en las cordilleras y también el temor a las crueles represiones virreynales. Fresco estaba el recuerdo del descuartizamiento de varios dirigentes, Túpac Catari entre ellos. Los virreynales aplicaban la táctica de “tierra arrasada” en las zonas rebeldes. De lejos, y con pena, debió ver las arreglos que culminaran en la Paz de Sicuani, suscrita entre Diego Cristóbal Túpac Amaru -recibido, no obstante, con todos los honores de Inca-, y el Mariscal del Valle. Y prosiguió en la lucha, olvidando su juramento en Pucarani. Por tan gallarda actitud postrera, cierto historiador español, tan apasionado como conservador lo ha llamado “el cacique felón”. Violó en efecto un juramento de fidelidad, pero lo hizo por su pueblo, por su raza, por su patria; fue un héroe que tercamente se negó a la derrota, como allá en España, los de Sagunto y Numancia, empeñados todos, cada uno en su tierra, en la defensa de sus lares hasta le muerte, aun dejando de lado toda esperanza de victoria final. El primer acto de Vilcapaza en esta nueva etapa fue el de oponerse al afianzamiento virreynalicio en Azángaro para lo cual atacó a la comitiva que ocupaba esa plaza. Logró salvarse aquel cortejo oficial apenas por la arrojada intervención del Coronel Fernando Huamán, un tupacamarista indultado que sable en mano cargó con su gente sobre la montonera de Vilcapaza. Pero esta derrota no lo amilanó; decidió Vilcapaza salir a las punas abiertas a proseguir su desigual lid libertaria, por su raza, por su pueblo. Y el bien le había sido imposible pactar una línea homogénea de lucha con otros líderes rebeldes como él (Apaza, Laura, Ingaricona, Surpo, Calisaya, todos
ellos autónomos en sus respectivas áreas, anárquicos, indisciplinados), en cambio tenía logrado un suficiente número de enlaces para reiniciar la guerra por su cuenta, al norte del Lago Titicaca especialmente. Quien mejor ha seguido sus proezas en esta etapa de la vida de Vilcapaza fue Melchor de Paz, el Secretario del Virrey; es el quien nos relata en su crónica que por un lado enviaba bandos y proclamas a distintos pueblos y simultáneamente “reclutaba gente por la parte de Putina, con el designio de unirse con Carlos Apaza, que lo conocen los indios por Puma Catari Inga; del mismo modo practicaba las mismas diligencias por las inmediaciones de Mocoraya, Italaque y Huaycho”. Fue entonces que para vencer a los “infames insurgentes de Vilcapaza” marchó el Coronel virreynal Fernando del Piélago, con las huestes de Arequipa. Vilcapaza -pese a su trágica inferioridad de armamentohabría de alcanzar una nueva victoria sobre las huestes represivas. COMBATE DE HUAYCHO Cerca de Huaycho, los vírreynales vieron los carros llenos de indios; el intimar rendición el jefe virreynal tuvo por respuesta “insultos con ignominia al augusto nombre de nuestro Católico Monarca.» Cargaron, entonces los virreynales avanzando con su fusileria hacia «cierta eminencia corta (de) que se habían apoderado los indios, los que escarmentados con la muerte de algunos de sus compañeros se retiraron hasta la cumbre del cerro” desde donde continuaron amenazando con sus hondas. Pero este triunfo parcial de los virreynales fue anulado por la derrota de la otra ala del ejército porque “habiendo cargado la multitud en circunstancias de estar bastantemente avanzados en la falda del cerro, fue preciso disponer retirarse del modo posible, porque los corralones piedras y barrancas no permitían verificarlo con orden” Del Piélago entonces, ante el desbande, no tuvo más camino que ordenar la retirada hacia Moho, con mucha gente
malherida por las intensas pedreas; en esas circunstancias fueron rodeados por los de Vilcapaza: “la gritería con que seguían los indios por los cerros, laderas y algunos desfiladeros era insufrible; pero el fruto fue ninguno porque nuestros fusileros hacían fuego sobre ellos con bastante acierto y no permitían que se arrimasen mucho”, según los informes militares de esta campaña. (A consecuencia de esta derrota virreynal desertaron algunos contingentes moqueguanos). Eran unos ocho mil los que perseguían a Del Piélago, con Vilcapaza al frente; entre ellos se veía a «doce a catorce fusileros.» COMBATE Y CERCO DE MOHO Acosando al enemigo, Vilcapaza decidió dar el golpe final en Moho, donde se habían atrincherado los virreynales de Del Piélago quien, sagazmente, dispuso la artillería, la caballería y sus fusileros a fin de contener las cargas de los hombres de Vilcapaza que -como dijo- “bajaron con un aire de confianza de acabar aquella tarde con nosotros”, por tres frentes distintos. Fue recia la batalla, pues los rebelde “se introdujeron con osadía dentro de nuestro mismo campo” y “no paraban ya el juicio sobre las muertes de sus compañeros que veían caer por todos partes”. Los fusileros virreynales restablecieron el equilibrio parcialmente y luego cargas de caballería. Esta “hacía sus salidas y peleaba con valor.» Pero la victoria esta vez, solamente fue ganada por los virreynales las gracias a la artillería “al lograr algunas descargas que con el estrago que sufrieron se adelanto al amedrentarlos de alguna manera”. La lucha siguió ese 30 de marzo (1782) hasta la noche y se restableció al día siguiente, cuando los “obstinados enemigos” volvieron a la carga, para ser recibidos con “el estrago que hicieron algunas descargas de metralla”. Los de Vilcapaza sufrieron en ese encuentro de Moho más de dos mil muertos “fuera de los heridos que debemos conjeturar
infinitos según el fuego vivo que se hizo aquel día”. El esfuerzo de Vilcapaza en esta campaña se aprecia mejor sabiendo que según los propios informes virreynales, los rebeldes apenas contaban con escasas armas de fuego, mientras que ellos contaban con un cañón y “hasta ciento diecisiete bocas de fuego servibles”. Habiendo desertado varios de sus contingentes en la emergencia, Vilcapaza optó entonces por retiraran con sus hombres más seguros, mientras otros se rendían al perdón ofrecido por los del Virrey. SIGUE LA LUCHA Vilcapaza marchó luego a otras zonas del lago Titijaja a fin de levantar pueblos contra la paz firmada en Sicuani; y consiguió la adhesión de nuevos núcleos combatientes con los cuales volvió a la pelea en los riscos más apartados, atacado en dos frentes y por fuerzas de dos Virreynatos, las de Lima y las de Buenos Aires. El poeta Dante Nava cantó estos momentos de gloria: “Un huracán de pechos, un torrente de brazos, y un roquedal templado de pétreos corazones”. Pero el desaliento cundía en aquellas regiones a causa de las bárbaras represiones virreynales y a la paz pactada por Diego Cristóbal Túpac Amaru en Sicuani. En esa etapa final de lucha gloriosa, Vilcapaza compartió honores con otros jefes rebeldes como Andrés Ingaricona, Alejandro Calisaya, Melchor Laura, Carlos Apaza y Antonio Surpo, quienes, cada uno en su comarca, hicieron frente a los virreynales en circunstancias dramáticas, mientras a la vez trataban de convencer a Diego Cristóbal Túpac Amaru que rompiera la paz que se le había brindado en Sicuani. Quizá en esos días Vilcapaza proyectaba descender a la ceja de selva, a la de San Gabán o a la de Sandia, para resistir desde allí a las tropas del Virrey; era el proyecto que planteara a Diego Cristóbal en noviembre del año anterior y que deprimido el Inca no quiso asumir. Ya en el verano de 1782, tampoco pudo conseguir la unión con otros jefes de
montoneras para operación de tanta envergadura, en región muy distinta; y menos en medio de feroces represiones y en territorio ocupado. Asimismo, ha sido factible acreditar que Vilcapaza también sublevó buena parte de Bolivia actual en febrero y marzo de 1782: “Omasuyos y Laracaja, de que se dirigía a fomentar otros iguales alborotos en la de Carabaya y sus contiguos”. “Con este informe –indica el Mariscal Joseph del Valle- me puse aceleradamente en marcha el día 30 de marzo último, al frente de una columna respetable”. Algo después –siempre según el parte militar de Del Valle- sé logró “dar fin de los caudillos que fomentaban el alzamiento, Carlos Puma Catari, Alejandro Calisaya y de un crecido número de sus inicuos coroneles consiguiendo al mismo tiempo congelar a la afligida ciudad de La Paz que se hallaba sumamente consternada y llena de recelo”. El avance del infatigable Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana, iniciado el 31 de marzo desde Puno, contribuyó a romper el cerco de Vilcapaza a las fuerzas de Del Piélago; esta vez los de Vilcapaza se dispersaron abandonando a su caudillo. Ya no eran muchos. El Mariscal dará cuenta de todos estas sucesos y de otros más en el informe que elevó el Virrey de Buenos Aires el 14 de julio de 1782. PASION Y MUERTE Contra Vilcapaza se coligaron las huestes del Mariscal del Valle y las del Corregidor Orellana. Tomó la vanguardia el Coronel Fernando del Piélago. Este último rival de Vilcapaza, resumió así los acontecimientos. “Las derrotas que acaban de experimentar los rebeldes, y la reunión de nuestras fuerzas, causaron un efecto que no se imaginó, porque los Indios haciendo la estimación que se debía de ella, no queriendo obedecer a Vilcapaza, le
abandonaron, de que resultó que los mismos indios se hubiesen apoderado de su persona viéndole sólo en su estancia situada en las inmediaciones de Putina y lo hubiesen pasado preso a Azángaro, en cuya cárcel sabemos se halla con bastantes prisioneros”. La represión fue crudelísima; se capturó a la mayor parte de los líderes quechuas y aimaras y también a los dirigentes mestizos. En sólo dos meses -registraría Melchor de Paz, el citado secretario del Virrey se ejecutó a “doscientos Coroneles o Comandantes»; y este funcionario anotaba sobre la base de los partes militares de los jefes virreynales del sur, por lo cual la cifra debe ser correcta. Como tantos otros jefes tupacamaristas, Vilcapaza cayó a traición, tal cual vimos; y fue un criollo de Lampa quien lo condujo preso. Como se negase confesar el sitio donde enterró sus tesoros, Toribio Vilcapaza, un sobrino devolvió veintiún cofres con riquezas que habrían sido suficientes para organizar la resistencia en Sandia. Enterado de los hechos el Mariscal Del Valle dispuso que le remitieran al cautivo hasta Azángaro escoltado nada menos que por “trescientos jinetes”, porque, como lo ha recordado un historiador español, el gran caudillo azangarino gozaba de “fama de invencible entre sus incondicionales”. Lo entregaron maniatado al Mariscal. Una vez en Azángaro varias fueron las versiones que corrieron sobre la forma como se descubrió su guarida. Alguien dijo que Vilcapaza delató su presencia al caérsele unos papeles en la pampa de Sullca (que no ha sido ubicada) o por el cercano cerro de KimsaSullca, por Tapa-tapa. Habría sido un pariente, un tal Julián, quien lo denunció, pero nada de esto es encuentra confirmado. Los virreynales no perdieron tiempo con tan buena presa. Tras un sumarísimo proceso oral lo condenaron al descuartizamiento, sentencia que se cumplió el 8 de abril de aquel año de 1782, según parece al lado de otros importantes prisioneros. Marchó al suplicio con singular estoicismo y con mucho pesar
debió ver en el cortejo virreynal a varios de sus antiguos compañeros ahora a favor de España. Según la tradición azangarina, en ese momento postrero Vilcapaza gritó a sus verdugos. “¡Por este sol, aprended a morir como yo!». No cuenta la tradición si la pronunció en castellano o si la dijo en quechua, impetrando a todos los suyos: «Llactamasíycuna: cay intiraycu ñoqa hina huañuyta yachaychis». En cualquier forma, a todos los rincones del Collao llegó su invocación y se repitió también en aimara hasta en las lejanas Sorata y La Paz, escenarios de sus glorias. Ese 8 de abril fue atado de pies y manos para el descuartizamiento. Pero los cuatro caballos no consiguieron romperlo. Varias veces, inútilmente, espolearon los jinetes. Entonces los verdugos sumaron cuatro bestias más. Dieciséis espuelas se clavaron a la vez, sangrando ancas. Fue en vano. Nuestro indio parecía hecho de piedra. Descoyuntado, seguía vivo. Fue entonces que, exánime ya, los esbirros encargados de matarlo se precipitaron a despedazarlo con hachas y cuchillos, a fin de que la sentencia fuese cumplida en todas sus partes. Fue el momento que Alberto Valcárcel cantó en su Coral a Vilcapaza: «Insurrecto/descubridor de la fuente donde canto la piedra/la vida misma, que ya nació el futuro”. La tierra collavina se tiñó con su sangre, ganando el Perú, América toda, un héroe, un auténtico defensor de su raza. MÁS SOBRE LA TRADICION ORAL. Se sostiene que el cuerpo de Vilcapaza fue dispersado por lugares como Cancari, Macaya, Vilcacunga y Cairahuiri; y que su cabeza se elevó en una lanza en la plaza de Azángaro. Cuando menos esto último perece que fue cierto y existen huellas referenciales desde los mediados de la centuria pasada. Lo más interesante al respecto es que esa cabeza fue robada; y quien tal sostiene es nadie menos que al historiador
Modesto Basadre, pariente cercano de don Jorge, quien hace más de un siglo visitó Azángaro y varios de sus rincones. Era común creer que la sustrajeron partidarios del héroe, pero nadie conocía a donde la llevaron. El hacho tal vez contribuyó a fortalecer la leyenda del Incarrí que sobrevive en diversas comarcas de los Andes. Pero al respecto conviene aclarar que le fama de la cabeza perdura hasta nuestros días y que los campesinos de Moro-orco afirman que fue una hermana del prócer quien le guardó y señalan también una gran piedra la que habría sido escogida por el propio Vilcapaza para que la colocasen encima de su sepultura; pedido que habría formulado a los suyos cuando, acosado por las tropas virreynales, casi no le quedaba opción da vida. Muchas cosas son las que cuentan los labriegos y pastores quechuas y mestizos agrupados a orillas del riachuelo Tapatapa, desde Oqra aguas arriba; y sus versiones resultan de interés por la circunstancia que existen entre ellos varios Vilcapazas. Fue en pos de sus declaraciones que realizamos un largo viaje desde Puno con un buen conocedor de la región, Máximo Mello Ancusi. El primer objetivo de la visita fue precisar el lugar de nacimiento del prócer. El derrotero la dio antes que nadie el gran -sabio- a historiador Inglés Sir Clement Markham, hace ciento treinta años, en su bello libro "Travels in Perú and India”, obra en la cual apunto que Vilcapaza vino al mundo en “Tapatapa, dieciocho millas el oriente de la ciudad de Azángaro”. La informaci6n era respetable por venir de quien venia y de quien recorrió gran parte de los Andes a mula y a pie, inclusive el altiplano; aún más, Markham indicaba que "los descendientes de Vilcapaza aún viven en Tapatapa", con la cual lo información del insigne peruanista cobraba un sabor de incontrastable verosimilitud. En 1961 Lisandro Luna -quién tuvo la gentileza de obsequiarme dedicados sus “Bronces conmemorativos”- me dijo que conocía una versión parecida y tuvo frases encomiásticas en torno a Markham. Hacia 1975 hablé del caso con Samuel Frisancho Pineda, con similar
resultado. En 1978 - en Arequipa- Fortunato Turpo me Indicó la ubicación aproximada de Tapatapa, "más allá de Muñani”. Finalmente, fueron más precisos las datos de Pompeyo Aragón, quien en su infancia, allá por 1915, fue amigo y vecino de los Vilcapaza da Tapatapa, tal como lo precisa en su reciente libro. En fin, no contaba con todos los testimonios, para si con los necesarios para confirmar una hipótesis y, de paso, verificar el escenario geográfico fuente imprescindible de información e interpretación. Varias conclusiones se desprenden de este viaje, no por breve menos ilustrativo; y no se trate sólo de noticias sobre la cabeza del héroe o la tumba que deseó. La primera definición resulta, podría afirmarse de Perogrullo: es una zona puramente quechua, sin ningún enclave aimara, lo cual se hace inevitable repetir acá porque hemos escuchado numerosas veces la severación de que Vilcapaza fue aimara y hasta de que su nombre fue Huilaca Apaza. No es verdad. La comarca es absolutamente quechua y quechua-hablantes los de esos parajes, incluyendo los varios Vilcapazas que pudimos ubicar, indios y mestizos según casos. Quechua es asimismo todo el conjunto geográfico de la comarca, todos los parajes, que abarcan a San Francisco Javier de Muñani, probable lugar de nacimiento de la madre del prócer. Así mismo, esos Vilcapaza se llaman así (un sola apellido) y no Vilca Apaza ni Huilaca Apaza. Entre ellos ninguno mencionó que al héroe, su antepasado, fuese de extracción aborigen aristocrática; ni tampoco que se hubiese educado en el Colegio de Caciques del Cuzco, como alguien ha pretendido en alguna ocasión, sin acreditar las pruebas documentales pertinentes. De tal suerte que la tradición oral concuerda en la presente oportunidad con las fuentes escritas existentes que, pese a ser abundantes, jamás aluden a esas posibilidades. Que Vilcapaza nació sobre el riachuelo y pampa de Tapatapa, junto a Moro-orco parece indubitable: sus descendientes y los campesinos lugareños tal dicen unánimemente y unánimemente señalan también una enterrada hilera de piedras como cimiento da su casa que -creemos- tuvo en efecto que ser arrasada conforma a las leyes especiales
represivas de los españoles al tiempo de la gran sublevación tupacamarista. Al respecto resulta relevante anotar que varias casas antiguas de zonas vecinas más apartadas están construidas exclusivamente de piedras sin adobes; y al techo es de ichu seco. Moro-orco es una aldea de varias decenas de pobladores, a mucho más de cuatro mil metros de altura. La tradición oral de sus pobladores concede el nombre de Tapatapa a tres sitios muy próximos: uno junto el cerro; donde habrían vivido los padres de Vilcapaza; otra a la vera del riachuelo (también llamado Tapatapa) donde él tuvo su vivienda, destruida hace dos siglos; y adentro, en la misma aldea donde -según cuentan- se refugió un tiempo y desde donde habría dirigido algunas operaciones. No más de dos kilómetros separan estos sitios, ubicados todos en Moro-orco, “cerro manchado" en quechua. Lugares próximos son Huilina, Ordiga, Arcopunco, Ocra, Laguna Quesuillani, el bello Lago Quearía, los cerros Vizcachani y San Francisco Javier de Muñani. Por allí transitaría y también por el camino de Azángaro. En el lugar no Pudimos confirmar la versión de Pompeyo Aragon en el sentido que el prócer casó con una tal Rosario que le dio una hija Leonarda, las cuales se perdieron por Cuyo-Cuyo en la vorágine represiva española; pero deben ser datos veraces pues este autor trató de niño o varios de Vilcapazas allá por 1915. Menos probable es la versión dada por otro autor, de que casó con Manuela Capacondori y que tuvo como compadres a Cleto Vilcapaza y a Juan Alarcón; nadie hasta ahora la confirma. Es posible -como se quiere- que naciese hacia 1740 y que estuviese mucho tiempo fuera de su lugar de nacimiento. Eso sí, el mensaje de la geografía deviene claro. Viviendo en tan apartadas soledades, Vilcapaza tuvo que haber sido arriero. De otro modo jamás habría podido conectarse con las corrientes conspirativas de su épocas. En sus trajines debió conocer a otros hombres de igual oficio, entre ellos a los Túpac Amaru, quienes, por otra parte, eran viajeros frecuentes por al Callao, hasta Potosí. Quizá llegó hasta Arequipa, puesto que
ciñéndonos a la estadística de Azángaro elaborada por J.D. Choquehuanca hacia 1830, podríamos inducir que traía a las punas coca y ají de las altas selvas carabaínas de San Gaban y del Alto Inambari y aguardientes y chancacas de los valles arequipeños; de Azángaro llevaría ocas, quinua y frazadas, lanas, charqui y chuño, entre otros productos. Seguramente más da una vez llevó lanas del Collao a los obrajes cuzqueños de Quispicanchis, que eran los mayores centros textiles de los comarcas sur-andinos. En 81 marco teórico, Vilcapaza representó el sector radical de la sublevación, dentro del territorio actualmente peruano y, hasta donde es dable percibirlo, militó entre los más avanzados representantes de quienes anhelaba transformaciones sociales, aunque desgraciadamente carecemos de documentos firmados, rubricados o dictados por el. Quizá fue iletrado, como la mayor parte de la dirigencia tupacamarista, factor que, en todo caso, no mermo su clara inteligencia. Juzgando sus acciones podemos tipificarlo como representante de un indigenismo combativo que, al final de la gran epopeya andina, tendió a ser opuesto a otros sectores de la surgente peruanidad: criollos, mestizos y negros; derivación postrera que no mengua una extraordinaria capacidad de lucha ni condiciones carismáticas de dirigente. La posteridad no siempre ha sabido ser grata con héroe de tanta prestancia como Vilcapaza. Actualmente solo un distrito y un colegio ostentan su nombre. Así sucede pese a los elogios de J.D. Choquehuanca y a que el Mariscal José de la Mar, Jefe del Estado, alguna vez aludió a Azángaro como "heroico pueblo de Vilcapaza". No obstante, varios historiadores, especialmente regionales se han esforzado en enaltecer sus hazañas. Asimismo, los artistas han recogido el legado del gran adalid; y varios poemas se han inspirado en sus hazañas como los de Dante Nava, Alberto Valcárcel y Francisco Pacoricona. Edgar Valcárcel le ha compuesto una sinfonía con su nombre. En pintura, han tratado de reconstruir su perdida imagen Mariano Fuentes Lira, Teadoro Núñez Rebaza, Moshó Francisco Goyzueta y Francisco Tacora. Pero en general, poco es lo que se ha hecho y el Perú no conoce
aún la dimensión soberbia de Vilcapaza ni la de otros héroes puneños tupacamaristas. Por esta causa se acrecienta la importancia del gesto del Consejo Directivo de la Universidad Nacional del Altiplano, en este año del Bicentenario de la inmolación del prócer. Bajo la conducción de su Rector, Dr. Julio Bustinza Menendez, al auspiciar este publicación, empieza a cubrir el vacío existente en el "país oficial", con empeño similar el que guía a la comisión Nacional que preside don Atilio Sivirichi. Recoge la Universidad el clamor del departamento y de los grupos más ilustrados del país para que se empiece a difundir la imagen del héroe, tarea magna en la cual estas páginas no constituyen sino un primer paso. Otras obras, mejores y más amplías, habrán seguramente de continuarla. NOTAS ADICIONALES DEL AUTOR Ha sido tema Polémico de la fecha de la ejecución de Vilcapaza; y lo sigue siendo de hecho, ocurrió en el primer tercio de abril de 1782, pero ningún documento publicado registra el día 3, error que seguramente provino de una falla de transcripción, del maestro Boleslao Lewin, quien no publicó el documento probatorio sino que hizo una mención al paso. Este hierro, si lo es, lo siguieron luego otros historiadores y mucho se lo ha repetido. Pero la documentación publicada es dispar en torno al asunto. Por un lado dos documentos, que habría hallado Francisco Loayza, registran el día 9 de abril y han sido reproducidos por Francisco Pineda y Ramos Zambrano. Por otra parte, existe un documento harto minucioso en torno a las campañas finales del altiplano contra los últimos seguidores de Túpac Amaru y allí se señala el día 8 como el de la ejecución. Este documento está fechado en Azángaro el día 11 del mismo mes y año y se halla incluido en la crónica de Melchor de Paz, el Secretario del Virrey Jaoregui, que fue el de la represión. La crónica fue publicada con extenso prólogo y bajo la cuidadosa vigilancia del polígrafo Luis A. Eguiguren (Lima, 1952). La referencia consta en el tomo II, pág. 214 y s sin duda la mas segura. Eulogio Zudaire que ha revisado miles de documentos en archivos españoles y americanos, da el 8.
La toma de Puno por los tupacamaristas: 28 de mayo Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el momento más alto de todo el ciclo tupacamarista, aun cuando ya había sido ejecutado el principal jefe, José Gabriel Túpac Amaru. Durante aquel período Diego Cristóbal desde Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata, cuyo asedio había sido suspendido un tiempo atrás. Así fue como fines de ese mes, Diego Cristóbal y sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros circundantes la retirada de las tropas virreinales, con rumbo a Sicuani, de donde habían partido orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la población civil del lugar y, a regañadientas, el propio Corregidor Orellana. Diego Cristóbal ocupó de inmediato ese Puno vacío, cuidándose de usar gente segura, uno del bando tupacatarista. Por su parte el Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de múltiples escaramuzas contra las montoneras de diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya, Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que rivalizaban en valor mientras los fusilemos negros abrían brecha para el paso del grueso del triste cortejo en retirada. En toda esta campaña se halló Diego Cristóbal tan cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi lo captura una partida virreinal, salvándose apretadamente.
SEGUNDA PARTE OTROS HEROES PUNEÑOS TUPACAMARISTAS APAZA,Carlos. No sabemos en que momento es plegó a la sublevación, pero de su
radicalismo tenemos noticia por su apodo “el maldito” con que los zahirieron los virreynales estuvo en el primer cerco de Sorata, el lado da Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas, tal como lo narra la crónica de Melchor de Paz; más tarde tomaría la ciudad, junto a los demás en el segundo asedios tras una lucha de tres meses. Sabemos que destacó en los alzamientos de pueblos de todo el altiplano puneño, tal como lo denuncia el informe del Cabildo del Cuzco de 1784. Vinculado al Inca Diego Cristóbal, combatió a su lado por espacio de varios meses pero no lo siguió en su decisión de acogerse al indulto virreynalicio. Habría de luchar por lo menos hasta mayo de 1782, con montoneras propias, en diversos parajes del Lago Titijaja, como lo revela el citado cronista Paz. Al final se refugió en el cerro Quillina, donde perece que fue asesinado el 14 de junio de ese mismo año, tras sus correrías en Larecaja y Achacachi. La versión oficial que la descerrajaron un balazo de sorpresa, en su refugio; y que luego lo destrozaron, sablazos. Su cabeza fue clavada en una pica en Achacachi, ciudad a la cual intentó cercar. Sus proezas a veces se confunden con las de otros caudillos altiplánicos que adoptaron las nombres de Catari (muchísimos) y de Puma. A veces también Carlos Apaza fue llamado Carlos Catari. Carlos Apaza actuó casi siempre, con su nombre de combate, Carlos Puma Catari; por esta rezón se confunde a veces su vida con la de los varios Catari de este período y con uno que otro montonero que adoptó el mote de Puma. APAZA, Dionicio Valentín. Fue uno de los más destacados Coroneles del Inca Diego Criatóbal durante, los períodos más difíciles de la rebelión. Mas tarde lo apoyo en las gestiones de paz, pero recelando de la sinceridad de los virreynales se retractó y volvió a la guerra en noviembre da 1781, quizá conmovido por las crueles ejecuciones de varios líderes contumaces. No sabemos más de este dirigente y lo poco que se conoce a través de la obra del historiador fray Eulogio Zudaire. A través de este Apaza es posible también percibir en la obra de Zudaire las vacilaciones y dudas tremendas del Inca Diego Cristóbal. Hay otro Apaza, Damián, ubicado como agitador y organizador en Carabaya durante al mes de diciembre de 1780. María leticia Cáceres
ha estudiado el personaje no lo incluimos en estas páginas porque no nos consta que llegase vivo hasta octubre de 1781. También pudo ocurrir que es retirase de la lucha. CALISAYA, Alejandro, Fueron tres por lo menos los Colisaya participantes en la gran rebelión tupacamarista y no sabemos si eran parientes a deudos. El que más nos interesa ahora, Alejandro, es inició en la lucha combatiendo en el primer asedio a la ciudad de Puno, bajo el mando de caudillos como Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca y José Mamani, tal como asegura Sir Clament Markham, ese notable paruanista inglés que recerrió paso a paso gran parte del altiplano hace casi siglo y medio, recogiendo todo tipo de Informaciones nativas y, naturalmente, datos de lo acaecido entre 1780 y 1782. Markham sostiene asimismo que Calisaya, fue oriundo da Carabaya aunque por desgracia no consiguió el sitio de su nacimiento. Resulta altamente probable que Calisaya combatiese contra Pumacahua y el Mariscal del Valle al momento de la ofensiva sobre el Lago Titijaja; y más tarde en la atroz retirada de las deshechas huestes virreynales, acciones bélicas que se desenvolvieron bajo el Incazgo de Diego Criatóbel Túpac Amaru, sucesor en el mando de José Gabriel. Así mismo por sus condiciones militares, Calisaya debió concurrir a otras acciones da importancia, como la toma de Sorata el lado de Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas, todos a ordenes de Andrés Túpac Amaru “el inca mozo", sobrino de Jose Gabriel y de Diego Criatóbel. Por último Calisaya bien pudo haber ido a reforzar el asedio a la ciudad de La Paz y tal deducimos porque en aquella ocasión al Inca Diego Criatóbel buscó también disciplinar al turbulento Túpac Catari, jefe de esa operación y para esta finalidad política quizá nuestra personaje era útil dado que los otros dos Calisaya que conocemos, Tomás y Pascual, probablemente sus parientes- gozaban de la confianza del gran líder aimara. Todo Inca que Calisaya estuvo entre quienes rechazaron el Indulto del Virrey Agustín de Jauregui y las negociaciones que finalizaron en le tregua de Lampa, debió respaldar a Vilcapaza en su negativa e negociar con los virreynales. Por ello debió estar entre quienes se opusieron decididamente a la firma del Tratado de Paz en cicuani en enero de 1781. Así, proseguiría combatiendo, el melchor de otros jefes puneños valerosos como Melchor Laura, Carlos Catari, Carlos Apaza,
Antonio Surpo y Andrés Guargua , formando montoneras aisladas, aunque bajo la orientación general de Vilcapaza. La presencia de Calisaya se ilumina documentalmente en esos meses de posprera resistencia el poder virreinal, cuando tuvo que luchar contra la columna del Mariscal Joseph del Valle, el vencedor de los Túpac Amaru y contra las huestes del temido Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana. Es precisamente, a través de un extenso porte Militar de este último que conocemos muchas de las hazañas de esos líderes de la hora final, Calisaya entre ellos. Para esa época, Calisaya habría retornado a ciertas prácticas precristianas, dentro de un original sincretismo religioso. Tal deducimos del informe elevado por el Mariscal Del Valle en la siguiente forma: “...de tránsito por el lugar de Paca, pudo divisar “a un indio" arrimado a un rancho en ademán de adorar alguna efigie; encaminéme para aquel lugar dejando pasar la tropa y averiguando el caso era que una india moza de no mal perecer tenía una piedra con un cierto bosquejo de bulto y algunas ramas nada extraordinarias, de cualquiera otra piedra bruta. Esta se adoraba por los indios de aquella comarca intitulándola santuario. Se la atribuían algunos milagros y tantos cuantos se figuraban los tenían numerados con algunos palos clavados por de fuera. Luego que me presencié concibieran todos ellos que iba a adorar la piedra del milagro, como ellos la llamaban y apartando con brevedad en un tiesto un poco de candela y echándole algún incienso sacaron con mucha veneración la consabida piedra, que la tenían envuelta en algunos paños y con muchas velas. Sorprendióme más la veneración con que la trataban, cuando me explicaron que en aquel lugar es celebraba la Pascua de Pentecostés y que unas cimientos que es iban levantado es fabricaban de orden de Calisaya quien, reconocido e algunos milagros que había recibido de le piedra, quería manifestar su reconocimiento con aquel obsequio religiosa" Este cristianismo insurreccional no la impedía a Calisaya actuar contra los sacerdotes, aun cuando no en la actitud de barbarie que adoptaron otros en el altiplano. Así, conociendo que cierta falla predicaba contra los rebeldes (aun cuando entes había sido capellán de Diego Cristóbal Túpac Amaru) señaló tajantemente que "no debiendo los frailes mezclarse en asuntos puramente civiles, procurasen retirarse a su convento".
No menos cortante fue respecto el Mariscal del Valle de quien dijo que "debía transportarse a España”; y en cuento al Virrey Jáuregui que "su indulto no (lo) había menester para nada" Para entonces Calisaya libraba una “guerra a muerte” contra todos los españoles y aun contra los criollos y los iba ejecutando conforme se desplegaba en las punas collavinas; muy probablemente mataba también indios y mestizos colaboracionistas. En cierta ocasión "mató a diez” españoles juntos.
Replegándose hacia Carabaya, se llevó consigo a buen número de mujeres españolas y mestizas, pues a éstas no mataba. En los alrededores de Sandia instaló sus líneas defensivas, especialmente en Yanahuaya, Poto, Moco- Moco, Paco y Chuma. Para entonces, las huestes virreynales habían recibido refuerzos dirigidos por el veterano Coronel Francisco Laysequilla. Por esos días amagó Moho, cerca de Huencane. Para entonces había declarado la guerra a Diego Cristóbal, a quien amenazó de muerte. Pese a la Captura y descuartizamiento de Vilcapaza, Calisaya en la cordillera del Ananaes resistió auxiliado por el Coronel Felipe Nina, uno de sus lugartenientes; incluso los documentos virreynales aluden a una estratagema de colocar grandes piedras en los cerros que a lo lejos parecian soldados; y asimismo se registra el uso de galgas. Al tomar Ayapata, las fuerzas represivas procedieron a numerosas ejecuciones de prisioneros; lo mismo se hizo después en Conasta, Pilcopata y Yanahuaya. Pero como no se conseguía capturar a los jefes indios, el comando virreynal dispuso que se armase más gente nativa esta vez del lugar, la cual fue puesta a las Ordenes del Coronel pro-virreynal Juan de Dios Ticona, antiguo tupacamarista. La expedición consiguió todo el éxito que se deseaba, porque Calisaya, con la noticia de que tropas se acercaban hacia aquella parte, se replegó hacia la selva, diciendo a la gente que iba a incitar a la lucha a los chunchos de aquellas comarcas, “que están a cargo de los padres agustinos"; pero unos indios Lecos lo capturaron y lo hicieron ahorcar, temerosos quizá de la represión del ejército del Virrey.
Esto debió suceder en los primeros días del mes de junio de 1782. De inmediato, Juan de Dios Ticona pasó a perseguir a Felipe Nina y Andrés Guargua, otros coroneles rebeldes, a quienes hizo dar muerte, con lo cual es sofoco casi definitivamente la insurrección en aquellos parajes. En cuanto a Calisaya apenas sabemos que tenía ciertas propiedades en Moco-moco (de donde tal vez fue originario) y que tenía tres hijos en su mujer. CONDORI,Francisca. Parece que fue cacique de Orurillo. Acosado por los virreynales tuvo que combatir en tierras de Carabaya. Su última hazaña fue haber vencido en un lugar que perece se llamo Fara, donde perdieron la vida once españoles. Al final fue capturado, tardíamente, a mediados de 1782. Murió ahorcado; era muy sanguinario. CONDORI, Mateo Radical jefe de montoneras. Había servido con Andrés Túpac Amaru. Se entregó el Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana, en abril de 1782. Ignoramos si fue hermano o deudo de otros Condori de la misma zona y época. CONDORI, Matías. Coronel de José Gabriel y de Diego Cristóbal Túpac Amaru. Sirvió en Chucuito. vaciló al momento del Indulto como casi todos, pero luego se adhirió a quienes proclamaron la continuidad de la lucha. CUTIPA, Pablo. Uno de los últimos héroes en las regiones del Ananea en Carábaya. Fue ahorcado en los mediados de l782. CHAVEZ, Pascual. Fue lugarteniente de Alejandro Calisaya. Sobrevivió a su jefe y continuó la brega en abruptas zonas del Ananea. Acabó ahorcado a mediados de 1782. GUAMANSULCA, Pablo.
Cacique de las frígidas comarcas carabaínas de Crucero. Era de noble sangre, descendiente del Inca Túpac Yupanqui. Debió ser de los que se formaron en el Colegio de Caciques del Cuzco, a juzgar por su preparación. Le obsequió a Túpac Amaru los Comentarios Reales da Garcilazo. Su rastro se perdió en los finales de 1781. GUARGUA, Andrés. Belicoso jefe rebelde de comarcas azangarinas y carabaínas. Tenía título de "Coronel Cañarei”, lo cual le daba facultad para "matar a palos y ahorcar". Fue de quienes se plegó a Alejandro Calisaya para consolidar la resistencia. Al final cayó preso y fue ahorcado. HUACO TUPA INGA, Lucas. “Cabeza de la rebelión, que se hallaba en la provincia de Chucuito”, según el secretario de Túpac Catari. Presumimos que siguió en la lucha. HUANCA, Lorenzo. Líder de Huancané, desde que se plegó con gente de esta ciudad en mayo de 1751. No hemos podido confirmar documentalmente esta aseveración leída en una monografía local. INGARICONA, Andrés. Cuando José Gabriel Túpac Amaru cruzó la raya el 4 de diciembre de 1780, penetrando a tierras puneñas, marchaba con la confianza que le otorgaba la acción previa de lugartenientes collavinos muy esforzados. Andrés Ingaricona fue sin duda el principal de todo el grupo p de conjurados que hicieron factible la exitosa campaña altiplánica del Inca; otros que colaboraron decididamente fueron Nicolás Sanca, Juan Cahuapase y Digo Verdejo el criollo que actuaba como Capitán General del Inca desde Macari. De todos ellos, solamente Ingaricona llegaría actuar en la etapa final, la de 1782; razón por la cual el figura en estas páginas. Asimismo, lo que
la diferencia de las demás líderes de este periodo puneños la alta notariedad que adquirió desde un principio. Se deduce que tuvo que haber figurado en el estrecho círculo de conspirados que preparó pacientemente la insurreción. Debió gozar de espléndidas condiciones personales para que se lo escogiese para dirigir el movimiento en Puno y alrededores, desde la etapa de la conjura. Resultó “comisionado para reclutar gente" y luego actuaría desde "la estancia de Chingora, que dista solo dos leguas de Juliaca”. Coordinaba las acciones con el cacique de Juliaca, Juan Cabuapasa, quien precisamente habría de ser nombrado Justicia Mayor de Azángaro por el Inca, tres semanas más tarde. Con el y con otros confabulados -caciques- pobres y arrieros en su mayoría trazó el plan de tomar la ciudad de Puna, ciudad que habría de ser defendida por el Corregidor Joaquín de Orellana, un criollo notable por sus condiciones bélicas quien sin amedrentarse lanzo una ofensiva con un ejército relativamente pequeño pero muy bien equipado y con sólida disciplina. Esto acaecía en los mediados de noviembre de 1780. Orellana logro ganar un primer, encuentro en Samán, pero en la batalla de Cerro Catacora, Ingaricona y Sanca cobraron el desquite y hasta consiguieron herir el Corregidor de una pedrada en el rostro; corría el 30 del mes citado. Maltrecho, Orellana retrocedió en buen orden hasta Lampa, que Sanca acababa de incendiar parcialmente. Seguido de cerca por los rebeldes siguió retrocediendo hasta balsas de Juliaca por Chingora, donde casi acabó victimado durante un sorpresivo ataque tupacamarista. Fue por esos días que Túpac Amaru avanzó hacia tierras puneñas a fin de consolidar éxitos y culminar la contiendo contra Arellana; este es replegó. Entonces Ingericona debió hallarse entre quienes -todos victoriosos- concurrieron a rendirle homenaje en Lampa y en Azángaro. Fue entonces cuando llegaron a esta última ciudad “unos pliegos" cuzqueños urgentes, instándolo a retornar a Tungasuca (Tinta), capital rebelde. Desconocemos cuál fue el criterio de Ingaricona en torno a la grave decisión del Inca de volver riendas y regresar al norte a fin de iniciar el ataque al Cuzco (para lo cual era permanentemente apremiado por la mayoría de sus más altos colaboradores cuzqueños). Tal vez Ingaricona fue de quienes pidieron a Túpac Amaru que no cometiera tal error y que más bien continuase la lucha en Puno, por que aquí las condiciones humanos eran harto favorables, lo cual no ocurría en el
Cuzco, donde las alianzas con los criollos se habían resquebrajado y numerosas caciques -Pumacahua entre ellos- concedían un franco apoyo al sistema virreynal. Hubiese sido de uno u otro modo, lo que consta es que, ido el Inca, Ingaricona retornó de inmediato a la lucha contra Orallana, a quien había dejado en precarias posiciones. Luego, procediendo con habilidad, intentó cortarle la retirada destrozando el puente de bolsas del lugar, pero la traición y denuncia del cacique encargado de ejecutar dicha orden el de Caracoto, frustro el proyecto. Entre tanto, viendo la creciente arremetida de los rebeldes, Orellana se atrincheró en posiciones bien escogidas que el mismo calificó de inexpugnables, en Mananchili, donde lucharía protegido por el lago y un río, en retaguardia y flanco el 16 de ese sangriento mes de diciembre. Desde sus posiciones, Orellana batió a las huestes rebeldes, unos cinco mil hombres, dirigidos por ingaricona, Sanca y el cacique de Carabaya, que acababa de incorporarse a la sublevación en medio de algazara general. Fue la victoria virreynal a orillas del río Coata (llamado también de Juliaca) pero consta que Sanca no mostró mucho empeño en librar aquel día el encuentro, decidiendo tal inacción el triunfo del adversario; esta fué por la menos la creencia de Orellana el triunfador. Aprovechando el desconcierto rebelde, Orellana retrocedió a guarecerse en la villa de Puno, el día 19, donde había ordenado construir fosos trincheras y hasta un pequeño castillo. Allí empezaría una desesperada resistencia que llevaría a Antonio de Areche a calificar a Puno como “la Sagunto da América", recordando el heroísmo con que se batieron antiguos españoles contra las legiones romanas, veinte siglos antes. Pero es justiciero recordar que tan denodada defensa debió bastante a la pericia da Francisco Vicentelli, un artillero corse residente por entonces en la ciudad, quien erigió al fuerte con pericia técnica y fundió los cañones necesarios. Sin amedrentarse por las medidas defensivas adoptadas por Orellanas ni con el respaldo que otorgaban mies de "indios fieles al monarca Carlos III", Ingericona y otros caudillos pasaron al ataque de la ciudad y allí los vemos, bajo el mando del mestizo Ramón Ponse en el gran ataque del 11 de marzo de 1781, cuando dieciochomil tupacamaristas se lanzaron al asalto de Puno. Al sureste otros treinta mil rebeldes se
aprestaban a iniciar el ataque a la Paz, comandados por Túpac Catari, operación que es inició tres días después. Ingaricona estuvo en primera fila en el violento ataque sobre la ciudad de Puno, pero tuvo que retirarse pronto con el objeto de coordinar, a fines de ese mismo marzo, las acciones destinadas a impedir el avance de las columnas virreynales arequipeñas que comandaba el Coronel Ramón de Arias la cual consiguió solo parcialmente, pues esas tropas llegaron hasta Lampa, donde se capturó a Nicolás Sanca, entregado por algunos de sus propios hombres. Pero Arias no pudo sostenerse en este sitio porque Ingaricona avanzo incontenible desde Juliaca donde se había informado de la toma de Lampa recién el día 30 de marzo; en castigo por lo sucedido con su cofrada Sanca, en Lampa “como dueño absoluto mató con toda su gente no solamente a los españoles sino también a los caciques e indios que entregaron a Sanca y redujo a su bando a todos los que habían querido seguir nuestro partido”, según informó el parte militar del Corregidor Orellana, atrincherado En la ciudad da Puno; entre tanto las tropas de Arias retrocedían rumbo a Arequipa hostigadas de lejos por los sublevados. Ingaricona mostró su radicalismo al masacrar a varios españoles criollos virreynales refugiados en la iglesia, para lo cual no vaciló en matar a un sacerdote y herir a otro. No obstante se proclamaba muy cristiano en las propias calles lampeñas. Retiradas las tropas coloniales arequipeñas del altiplano, los jefes rebeldes decidieron estrechar más el cerco de Puno para la cuál pasaron al ataque de las tierras de Chucuito; dirigió las operaciones en esta comarca este vez don Ramón Ponse, llevando como lugartenientes a Andrés Ingaricona y a Pedro Vargas; terribles matanzas caracterizaron esta campaña, dada la brava resistencia opuesta por muchos de los del lugar; los excesos fueron tantos en estas semanas que los Túpac Amaru hicieron llegar su preocupación por el carácter cada vez más sanguinario que iba adquiriendo la lucha respecto a criollos, mestizos y aun Indios virreynales. Los abusos fueron cometidos en su mayor parte por los comisionados de Túpac Catari, el caudillo aímara, que deseaba controlar esta provincia, igual que otras del Alto Perú. Entre ellos habían destacado Andrés Guara y Pascual Alarapita, jefes que -si juzgamos los hechos- eran tan enemigos de españoles como de criollos. La prisión del Inca José
Gabriel, ocurrida en esta etapa, ahondó diferencias ideológicas, deteriorando la imprescindible unidad de mando. De todos modos, superando divergencias, pronto se aprestaron para organizar un definitivo ataque sobre la ciudad de Puno. Con esta finalidad, se hicieron presentes nuevas tropas cuzqueñas y azangarinas, dirigidas personalmente por Diego Cristóbal Túpac Amaru, el nuevo Inca en vista de la prisión de José Gabriel; y de Hipólito Túpac Amaru, hijo mayor del cautivo. El avance fue el 7 da mayo, pero Orellana contraataco, cercando a Ingaricona en el corra Ilpa. Los sitiados “con la resolución que inspira una situación desesperada, hicieron sus refuerzos y rompieron de manera que pudo escapar la mayor parte, y entre ellos al malvado Ingaricona, uno de los principales instrumentos de todas estas revoluciones”, según relación de los propios virreynales. Por esos días firmó un documento que debió convencer a muchos vacilantes: “Mañana llega el Inca. Si no hicieran lo mandado se verán sacrificados en horcas, cuchillos fuego y sangre, en una noche se asolarán los rebeldes". Pero tanto radicalismo verbal escondía en el fondo su indecisión. A los pocos días se decidió. El 8 de diciembre contestó despectivamente el Corregidor Vicente Oré de Lampa, quien lo había instado varías veces para que se entregase: "Indios y criollos bien pueden quedarse en sus pueblos, de lo contrario Vuestras Mercedes se acaban o nosotros. Por fuerza nos han buscado de robar, de los miserables naturales todos sus ganados, casas ... y dicen que vienen a hacer paces. No más a robar, comer la sangre y el alma, piensa Vuestra Merced que hemos negado el Monarca? nosotros estamos defendiendo tantos robos que han hecho con nombre de su Majestad, no más para tragar. Y yo de mi parte digo esto: ya está aquí el Inca, con el pueden perdonarse y no mas”. Palabras todas que constituían un programa político nacido en ten precarios circunstancias (“indios y criollos bien pueden quedarse en sus pueblos", este es no concurrir a demandar el indulto a los jefes españoles). Pero lo más lasivo para los Virreynales era la frase constantemente repetida por Ingaricona: "Ya está aquí el Inca: con el
pueden perdonarse y no más” la cual consolidaba la autonomía de Diego Cristóbal. Por último, en sus mensajes remarcaba el carácter depredatario (robe, crimen) que caracterizaba a la dominación colonial. La respuesta del Corregidor Oré debió ser igualmente ácida, o sencillamente fue el ataque sobre Ingaricoma. Por su lado Ingaricona, pasando a los hechos, incendió el pueblo de Miraflores en Cabanillas, donde iba a hospederas el ejército virreynal que subía de Arequipa, con la cual abrió hostilidades, rechazando la tregua que ese mismo día 11 de diciembre, es firmaba en la ciudad de Lampa entre los dos bandos. Que lo devolvió a la lucha? Tal vez la ejecución de Túpac Catari; quizá las reflexiones de antiguos compañeros de armas. O sencillamente le disgustó el papel de represor que tenía que desempeñar frente a sus antiguos camaradas de lucha. Además, no se había resuelto satisfactoriamente la demanda presentado por Diego Cristóbal y sus lugartenientes a las autoridades españolas pidiendo la supresión de los corregidores en las tierras surandinas y que los campesinos permaneciesen en las tierras tomadas a los hacendados usurpadores. En este período de guerras muy crudas se dejaría sentir con mayor vigor la presión tupacatarista. El peligro de encisión rebelde se acentuó día a día dado que Túpac Catari, desde su campamento ubicado en los altos de la Paz, no mostraba disposición de ánimo para reconocer, y acatar el nueva Inca, Diego Cristóbal Túpac Amaru. La situación en su conjunto era delicada porque desde el norte avanzaba el Mariscal Del Valle con las tropas negras de Lima y Callao y las del Cuzco y otras regiones, gran ejército virreynal que había conseguido vencer a Vilcapaza en sangrientas batallas, de las cuales Condorcuyo había sido la más importante. Del Valle rompió el cerco de Puno en los finales de mayo de 1781, pero tuvo que abandonar la ciudad pocos días, no sin altercados con el Corregidor Orella quien se mostró empeñado en la defensa a como diera lugar, agrios debates en las cuales participó el Coronel Gabriel de Avilés, futuro Virrey del Perú. Al final Del Valle impuso su jerarquía militar y todos evacuaron la plaza, con destino el lejano Sicuani; marcha terrible en la cual Ingaricona fue de quienes más hostilizó mediante
guerrillas al ejército virreynal; éste quedaría reducido a una quinta parte de sus efectivos. Las jefes que lo condujeron jamás es libraron del oprobio de la derrota. Las semanas que siguieron marcaron el punto mas alto de la insurrección tupacamarista; bajo lo conducción general de Diego Cristóbal Túpac Amaru, los rebeldes controlaron un enorme territorio que se extendía desde Kanas y Kanchis hasta Charcas, salvo escasos puntos adversos. Los excesos racistas de numerosas lugartenientes del nueve Inca hombre de no tanta autoridad como su difunto primo hermane José Gobriel- melleron el movimiento destrozando la imprescindible unidad entre tódos los nacidas en suelo andino: indios, criollos, mestizos En octubre se conocieron las ofertas de paz y de indulto remitida por las Virreyes de Lima y da Buenos Aires. Hastiado de matanzas, el Inca Diego Cristóbal buscaba la paz, al amparo de los ofrecimientos de algunos criollos cuzqueños en el sentido que mantendría el virtual dominio del Callao, su rango aristocrático sobre los Indios y que habrían de ser suprimidos los Corregimientos en estas vastas áreas andinas. Siempre respetuoso de su Inca, Ingaricona lo ayudó. Pero al avanzar las negociaciones, -al igual que otros Coroneles rebeldes- debió reparar en que la promesa de eliminar los Corregimientos quedaría en palabras, como otros ofrecimientos de respeto a formas de vida de la colectividad india surandina. Por lealtad, Ingaricona aceptó servir a su inca un tiempo más, pero elartandolo de los riesgos que se corrían. Paralelamente dispuso el fortalecimiento de su autoridad, como un contrapeso al avance de los tres ejércitos virreynales que convergían lentamente sobre Azángaro, tomada ya La Paz. Por último, se negó a licenciar sus tropas. Ingaricona sostenía, asimismo, que el indulto solo podría ser otorgado por el Inca. El 4 de diciembre aún se hallaba en campaña en pro de Diego Cristóbal, tratando de consolidar su decaída autoridad. Eso si, debió retornar a la acción con su conocida ferocidad. Por eso llama la atención el silencio que se abre sobre su persona algo después. Quizá fue asesinado por sicarios de los Corregidores. Tal vez cayó en alguna celada y fue una de los varios prisioneros importantes que guardaba en su poder el Coronel Ramón de Aries, de las huestes Arequipeñas y por los cuales intercedió inútilmente Diego Cristóbal
Túpac Amaru, virtual cautivo de los virreynales desde el 27 de enero de 1782. En todo caso, si fue así, tendría asidero la hipótesis que fue ahorcado o descuartizado en Azángaro el 3 de abril, al lado de Vilcapaza y otros dirigentes más Sobre tan destacado caudillo podemos también decir que, pese a su coraje, y aun a su crueldad, parece haber sido de finos rasgos. Dijeron sus enemigos que era "un Indio con cara de palla y de edad como de veintiocho a treinta años, vestido de Paño de segunda, galones de oro, sombrero de castor blanca, buena mula y mejor jaez ... jefe principal”. Se afirma que en los últimos tiempos ejercía como cacique de Quelloquello, pero carecemos de certeza y además son muchos los lugares de este nombre en las tierras surandinas; asimismo, no sabemos desde cuando había poseído el cargo, o si nació con El. De cualquier modo, la posteridad ha sido muy ingrata con él. Unía coraje sin par con extraordinarias calidades de táctico y estratega intuitivo. Basta recordar que ganó varios encuentros. Puno le debe un reconocimiento, al igual que a los demás héroes altiplánicos de la gesta de 1780- 1782. Al lado de Diego Cristóbal Túpac Amaru promovió reformas sociales; al lado de Vilcapaza y otros caudillos de fines de 1781, organizó la resistencia final. Innovó en armamento ofensivo y en el defensivo fue el único -que se sepa- en dotar a sus tropas de corazas. Fue el propio Corregidor de Puno, el Coronel Joaquín de Orellana quien anotó en su Diario que tras las batallas contra Ingaricona tenía que proveer a sus soldados de nuevas "lanzas para suplir el defecto de las que se rompieron o se torcieron al herir a los Indios que traían sus cuerpos como forrados de pieles duras y gruesas para resistir a estas armas". LAURA, Melchor. A juzgar por la verticalidad de sus respuestas a los verdugos debió ser de los primeros en lanzarse a la lucha cuando José Gabriel Túpac Amaru invadió el Altiplano a principios de Diciembre de 1780. Su nombre figura ligado a las campañas de Puno, Pomata, y Chucuito y durante el interrogatorio judicial declaró que “el amor que profesaba a Túpac Amaru y su deseo por que fuese dueño de estas provincias no le dejaron libertad para rendirse y valerse del perdón que se le
concedía”...”aspirando sólo a conquistar la provincia de Chucuito para Túpac Amaru”. Fue de quienes siguieron en la lucha cuando la prisión del Inca José Gabriel y por eso figura como “Indio de Azangaro, comisionado de Diego Cristóbal” desde mediados de 1781. No parece haber sido de los jefes rebeldes sanguinarios, sí en cambio militó entre los radicales. Por eso cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru abrió negociaciones con los Virreynales, el se opuso a esa línea, tratando de mantener la insurrección a plenitud y en lo posible la alsiza con los pocos criollos que aún seguían militando. En tal sentido habría escrito cierta vez una carta al Obispo de La Paz, que fechó en Quiabaya el 12 de setiembre de 1781, firmando, “Gobernador Inca”. Ligado estrechamente a Diego Cristóbal Túpac Amaru, “fue comisionado después del indulto” por este Inca. Pero duró poco en su función pues se lanzó a la rebelión contra los virreynales de Chucuito. Con el título de “Gobernador Inca” procedió luego a reclutar y organizar nuevas fuerzas a orillas del Lago Titijaja, procediendo sin duda por su cuenta. Rechazó la tregua pactada en Lampa el 11 de diciembre de 1781. Una de la razones que movieron a Diego Cristóbal Túpac Amaru a negociar la paz con los virreynales fue la concurrencia de tres ejércitos cobre los núcleos rebeldes del Altiplano Puneño, los últimos que aún quedaban en pie. Uno de esos tres contingentes era de Arequipa; a estas tropas las mandaba el Coronel Ramón de Aries, quien ganaría a Melchor Laura la sangrienta batalla de Juli en las vísperas de la paz de Sicuani. Este encuentro se libró el 20 de enero de 1781. Escribió el jefe vencedor que desde el día anterior “indios de varios pueblos mandados por Melchor Luara y otras cabezas principales de su partido se presentaron en número crecido sobre el alto del cerro domina esta población en la que esta una cruz y en ella tenían colocada una bandera colorada. Con gritería y algazara, estuvieron toda la tarde deciendonos vituperios”. Arias dispuso el 20 un ataque sorpresivo en dos columnas, tomando consigo la mayor compañías de fucileros, 6 de caballerías y 150 “indios fieles”; a las 3 de la madrugada exactamente – debía haber buena lunadispuso el ataque, tras haberse aproximado el silencia. Los rebeldes, sorprendidos empezaron a gritar y tirar piedras. Mande hacerles fuego conforme iban entrando las compañías de fucileros y viendo sobre sí
un garnizo de vales empezaron a retroceder tirando piedras, no obstante los muchos muertos y heridos que dejaban atrás”, tras algunos choques con la caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda plenamente. Luego, tras violentas refriegas con la caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda a plenitud. Satisfecho el jefe virreynal pondría en su informe: “me aseguran que mataron a Melchor Laura. Lo cierto de esto el tiempo lo acreditará. Aquí se trajo su mula con toda su guarnición chapeada de plata; se recogieron muchos papeles”. Pero Laura no había muerto; logró retirarse. En su repliegue alcanzó a revisar como la otra columna destrozada a los aquellos de los suyos que se hallaban en la puna abierta, retirándose, “en los que hicieron tal carnicería que es admiración”. Al parecer todavía Laura intentó resistir con indios de la parte del Lago Titijaja, junto a Juli, pero fueron aplastados. Tuvo entonces que marcharse a fin de reorganizar sus mermadas huestes. Se cree que llegó hasta las cercanías de La Paz en pos de nuevos contingentes, pero si ocurrió así, retorno rápido a su zona de acción donde fue denunciado por indios de Pomata el 4 de febrero de aquel año de 1782. se hallaba allí reclutando nueva gente. Se a dicho que ejecutado el 3 de abril en Azangaro, esto es, al lado de Pedro Vialcapaza. Era Laura, para entonces, jefe indiscutido de todo el sudeste del lago Titijaja. MAMANI, Pascual. Lugarteniente de Vilcapaza y Calisaya. Peleo en Carabaya hasta mediados de 1782. todo indica que acabó ahorcado. Varios fueron los Mamani que actuaron en la gran rebelión andina. NINA, Felipe. Uno de los lugartenientes de Alejandro Calisaya; cayo preso a poco de ser vencido aquel. Fue ejecutado. Breves datos constan en el anexo documental de Boleslao Lewin. Fue cogido en tierras de Larecaja de la actual Bolivia.
PALERO, Felipe. Jefe de montoneras que actuó en el Altiplano al lado de Carlos Apaza; ambos atacaron a Chacachi, “con gran partida de secuaces”. Luchó hasta mediados de 1782, según los documento publicados por Boleslao lewin. Lo extraño de su apellido nos hace pensar que tal vez exista un error en la transcripción paleografica. PUMA CATARI, Carlos. Llamado también Puma Catari Inga, es Carlos Apaza. También cabe no confundido con Julian Puma Catari, nombre con el cual firmo documentos algunas veces el famoso Túpac Catari, quien murió poco antes del inicio del periodo que es materia estas páginas. QUISPE, Diego, “El Mayor”. Caudillo indio de Sandia, con larga trayectoria. Aquí lo mencionamos solo porque al momento de la rendición en el santuario de las peñas escribió a Inga Lipe para que no se entregara a los españoles. Peleo hasta febrero de 1782. luego se rindió al Mariscal del Valle y a Diego Cristóbal. QUISPE, Silverio. Se ha dicho que uno de los lugartenientes de Pedro Vilcapaza y que peleó en Asillo, pero estas afirmaciones no nos constan documentalmente. SURPO, Antonio. Destacado líder rebelde altiplánico, de probable origen azangarino. Estuvo en lucha hasta el mes de junio de 1782, guerreando contra el corregidor de Puno Don Joaquín de Orellana y contra Sebastián de Seguro la, cuyas huestes rodearon le Lago Titijaja a fin de aplastar los últimos brotes de la sublevación tupacamarista. Fue una gran conmoción su victoria sobre las tropas del Coronel Fernando del Piélago, en un momento en que se lo suponía derrotado; en verdad contuvo a esas huestes virreynales y logró consolidar un nuevo frente temporal de lucha de montoneras. En realidad,
consolidaba su fama puesto que de el se decía que era “uno de los mas sangrientos coroneles de las tropas rebeldes”, comentando su triunfo en Moco- Moco sobre “los pacificadores” de La Paz y el Cuzco, así como su campaña contra Del Piélago. Fue cogido por sorpresa, gracias a unas mujeres que alteradamente lo ataron a fin de entregarlo. De su activa participación en el movimiento desde el tiempo inicial de la conjura hablan las varias cartas de los Túpac Amaru que guardaba consigo. Surpo era “bien formado, de un espíritu despojado y el mas racional que he conocido entre todos los caudillos de la rebelión”, al decir de su encarnizado opositor, Orellana. Como todos los caudillos de esta hora final, debió ser ahorcado de inmediato y quizás descuartizado. En algunos documentos, este líder puneño figura como Surco. Un heroe popular TERCERA PARTE EL TUERTO OBAYA Pedro Obaya fue uno de los próceres de las luchas precursoras por la Independencia del Perú y de América; sin embargo, es un desconocido en la Historia oficial de nuestra patria. Nació en lampa, Puno. Era mestizo y seguramente arriero, a juzgar por sus costumbres y conocimientos. Y si consideramos la confianza que le fue mostrada por los Tupac Amaru en marzo y abril de 1781, Obaya (a quien le decían “el tuerto”, por faltarle un ojo) debió ser de los conspiradores iniciales al lado del “Inca” José Gabriel en los días de Tungasuca. El alto grado de confianza a que aludimos es el que permitió que se le encargara la debelación de la peligrosa escisión dispuesta en el Alto Perú por el líder aimara Túpac Catari; fue el propio José Gabriel TupacAmaru quien encomendó la delicada misión. Obaya se llamaba a sí mismo “soldado de Tupac Amaru”. Como esa lealtad sólo se adquiere en la lucha, estimamos muy probable la presencia de Obaya desde el inicio de los acontecimientos en el altiplano, en los principios de diciembre de 1780.
La doble rebelión de Túpac Catari Obaya pasó a un primerísimo plano a raíz del doble levantamiento de Túpac Catari: contra España y, en la práctica, contra los Túpac Amaru, porque a estos les restaba cuantiosas fuerzas bélicas y arrebataba un control general de la situación. Lo cual se explica, en parte, porque era plebeyo y pertenecía a la nación aimara, que mantenía divergencias con los quechuas. Agréguese que simpatizaba tal vez con la sanguinaria secta de los cataris y estará todo dicho. Túpac Catari (cuyo verdadero nombre era Julian Apaza) había además iniciado el ataque a la ciudad de La Paz aplicando medidas muy violentas. Confundía venganza con justicia. Lo más grave era el racismo desde abajo que parecía practicar. Constituía un delito tener el rostro blanco, o negro y los mestizos eran vistos con recelo. Así las cosas, hacía peligrar todo el alzamiento. Por estas razones a los sublevados cuzqueños se les hizo urgente sofrenar a Túpac Catari, porque el radicalismo que mostraba ponía en peligro la unidad del movimiento. Su oposición a criollos y hasta mestizos y negros, a los cuales mataba muy frecuentemente, rompía los principios ideológicos de la sublevación. No obstante, era seguido de muchísima gente, indígena casi toda. Para contener a tan revoltoso lugarteniente fue enviado Obaya desde Azángaro, con órdenes concretas, que amparaba su reconocido coraje. Entre tanto, el Inca hacía frente con dificultad a los diecisiete mil soldados del Mariscal Joseph del Valle, en Vilcanota, librando varios encuentros. Al marchar por la orilla sur del Lago Titijaja, Obaya debió reparar en la hecatombe desatada por los seguidores de Túpac Catari. Llegó a La Paz en los primeros días de abril. Consciente más que nunca en el ascendiente del apellido Túpac Amaru, se fingió mañosamente, su sobrino, con lo cual pudo evitar que se desatara la violencia contra su persona, porque era grande el ascendente del líder aimara sobre las masas que lo seguían, integradas por gente de su propia colectividad collavina, sin quechuas casi.
Los dos caudillos: Obaya y TúpacCatari, se entrevistaron a solas y no debió serle fácil a Obaya marginar al belicoso caudillo que, por si mismo, se había autonominado Virrey en nombre del Inca, sin ningún derecho. Mientras negociaba con Túpac Catari, Obaya remitía cartas a destacados paceños, criollos pero patriotas. Lo hizo con la firma de Túpac Amaru, y presionó con éxito para que túpac Catari hiciese lo propio. Los destinatarios de las misivas de los dos dirigentes eran criollos de influencia y, seguramente, se tenia la mira de que la significación de esas cartas –que marcaban un viraje en el sesgo racista que se había venido dando al alzamiento en el altiplanollegase a los antiguos conjurados tupacamaristas de La Paz, que no debían ser de escaso número a quienes convenía rescatar para la causa patriota. Las misivas lograron el fruto de una entrevista entre dirigentes de los dos grandes bandos; sublevados y virreinales. En ella, Obaya actuó ya como jefe máximo de las fuerzas sitiadoras de la Paz ausente Túpac Catari. Las condiciones fueron claras: 1) el reconocimiento del inca Túpac Amaru como rey 2) la entrega de los cuatro corregidores virreinales; 3) la entrega de los hacendados y aduaneros; 4) la entrega de las armas de fuego; 5) la destrucción de los atrincheramientos. La negociación fracasó. Varias versiones han quedado del bravo Obaya en ese momento, con su poncho terciado y un hablar altanero, pues trataba de “tu” aún a los altos dignatarios coloniales. Los combates por la ciudad se reanudaron luego con más furia. Entre tanto, Obaya desarrollaba con el destituido TúpacCatari una doble actitud de firmeza y de inevitables festines estilo indígena. Se lucia tocando el charango. Al fin, Túpac catari optó por retirarse del todo del asedio, lo cual otorgó a nuestro personaje más libertad de acción. Se libraron entonces los más furiosos choques por La Paz. Jamás se habían peleado con tanta rabia, pero la resistencia virreinal era igualmente valerosa y se amparaba en una neta superioridad en armamento, fusiles y cañones marcadamente.
Convencido de la inutilidad de un ataque frontal. Obaya ideo una estratagema a fin de obtener que los paceños saliesen de sus trincheras y fortines. Falsificó una carta anunciando la llegada de refuerzos virreinales rioplatenses del sur. Poco después visitó a todos los que pudo con uniformes de los coloniales y les puso banderas españolas al frente. Este engañoso socorro apareció por las alturas de La Paz, en medio de la alegría de los paceños coloniales que creían ver a sus libertadores. Una falla organizativa permitió, sin embargo, que la treta patriota se descubriese al último momento. Pero creyendo Obaya que vacilaban los sitiados en abrirles paso, todavía quiso animarlos con un combate falso, tan reñido como aparente, que dispuso entre los disfrazados virreinales y otras fuerzas patriotas, en el cual menudearon disparos, cargas y fingidos heridos y muertos. Esto sucedía el 27 de abril
La Captura Fue entonces cuando Obaya en un alarde de valor, se acercó demasiado a las trincheras virreinales, retándolo a la pelea, tropezando su caballo, rodo por el suelo. Conducido Obaya preso a la ciudad de La Paz Túpac Catari recuperó su posición en el ejército, sitiador, que era básicamente de su nación. Por su lado, el cautivo Obaya, viendo frustrada toda opción de restaurar la precaria alianza antiespañola entre indios y criollos, se dedicó a confundir al enemigo mediante diversas declaraciones, unas veces reales y otras fraguadas, sembrando la incertidumbre en esa gente cercada, que pasaba por una gravísima hambruna y que no veía solución a la guerra. Para esto contó Obaya con la circunstancia que varios criollos de nivel estaban de un modo u otro comprometidos con la sublevación, desde la época de la conjura (cuando se proyectó el frente indio-criollo). Apellidos destacados de La paz salieron entonces a relucir con tan hábiles intrigas, agudizando las nunca apagadas rivalidades entre españoles y criollos. Pero era demasiado tarde; de todos modos de las sospechas no escaparon el importante Juez
Tadeo Ruiz de Medina, ni el coronel Ignacio Flores, quien se acercaba con refuerzos rioplatenses, orureños y cochabambinos, dispuesto ya a romper el asedio visto el viraje social y racial de la situación. Como es conocido, los virreinales paceños tuvieron un respiro cuando Flores ingresó a la ciudad tras romper el cerco con sus huestes, pero este intervalo duró poco, pues se vio obligado a retirarse por el apremiante de su situación militar, agobiado como se hallaba por el hambre y las deserciones. Contramarcha que le valió, no pocas criticas, entre ellas las del propio Corregidor Sebastián de Segurota. Ejecución de pedro Obaya Antes de replegarse a oruro Flores ahorcó a Obaya el 4 de agosto del mismo año de 1781 A su lado fueron ejecutados otros prisioneros, como Bonifacio Chuquimamani, mestizo que había sido el principal secretario de Túpac Catari. También Bartola sisa, mujer de Túpac Catari. El ataque a la ciudad de La Paz se reanudaría de inmediato, primero bajo Tupac Catari y sus aimaras y luego bajo el comando general cuzqueño de andrés Túpac Amaru, sobrino del Inca José Gabriel y de Faustino Tito Atauchi, quienes tuvieron que destituir al empecinado Túpac Catari, nuevamente, a fin de tratar de ajustar el movimiento a las pautas ideológicas de los conjurados de Tungasuca. Sobre aquel gran peruano que fue Obaya, hijo de la tierra puneña, se han emitido varias opiniones. Rescatamos la de quien fue, en la practica, su obligado rival, Túpac Catari.- Dijo éste que “el tuerto Pedro Obaya era hombre muy caviloso y apreciado de valor” y quien “dio la idea de las invasiones nocturnas a la ciudad (de La Paz) y el combate fingido entre los mismos alzados. Reunió así Obaya las dos prendas esenciales de todo verdadero jefe militar: coraje e inteligencia. Pero estos factores no bastaron para enderezar la revolución en La Paz ni en muchos lugares de los Andes que había ido adquiriendo características de guerra de razas, sin que los esfuerzos que había realizado Túpac Amaru para evitarlo hubiesen dado mayores resultados..
Fin de la Obra de Juan José Vega Que es una recopilación de sus trabajos editados previamente por la Universidad Nacional de Educación como la Universidad Nacional del Altiplano, a los que se suman algunos articulos adicionales que fueran publicados en el Diario "Expreso" y en la Edición Nº 1 de la Revista de la A.C. Brisas del Titicaca Gracias por su atención y su interés por Pedro Vilcapasa Atte. Bruno Medina Enriquez
HOMENAJE Al maestro Juan José Vega Por GRÓVER PANGO VILDOSO (*).Hay silencios que pueden parecerse mucho a los clamores, a las ovaciones. Desde nuestras gargantas quisieran salir miles de voces para expresar lo que nos ocurre en estas horas. Tantas cosas quisiéramos referir, contar, testimoniar, y no siendo ello posible, nuestro silencio se convierte en una voz más potente y más honda. Somos uno entre los miles de alumnos tuyos que cruzamos el umbral de tus aulas para quedarnos para siempre como tus amigos, querido Juan José. Miles por todas partes de esta tierraque amaste tanto y nos enseñaste a querer más. Miles que te admiran, te recuerdan, te agradecen y te acompañan con nosotros en este día tan distinto. Llegaste como Rector a nuestra vieja y amada Cantuta, y te quedaste en ella como uno más, como si esa casa hubiera sido tuya siempre y nosotros tus más antiguos compañeros. Yo te recuerdo, Rector, al frente del Consejo Universitario exhibiendo ponderación y respeto por todos; te recuerdo, Historiador, en contagiante entusiasmo haciendo de tu seminario de historia una experiencia grata e inolvidable; te recuerdo, Maestro, desarrollando clases sentado a la sombra de un árbol porque un aula no hace falta cuando hay verdaderos profesores; te recuerdo mucho, Amigo, porque cada ocasión de vernos fue siempre momento propicio para animarnos en nuestros respectivos compromisos.
Para muchos de nosotros, que dejamos la vida universitaria cantuteña en 1967, aquel año permanecerá imborrable por los muchos acontecimientos que entonces se sucedieron. Era nuestro año de graduandos, el último, con toda su intensa carga de responsabilidades y expectativas. Era, también, nuestro primer año como estudiantes de la Universidad Nacional de Educación "Enrique Guzmán y Valle", que reemplazaba a nuestra querida Escuela Normal Superior. Año difícil aquel, porque una nueva institucionalidad se instalaba en nuestras vidas, y en aquella transición no faltaron desencuentros que es mejor olvidar. En medio de estas tensiones, la conducción institucional de Juan José Vega ofreció el punto de estabilidad que las circunstancias requerían. Los verdaderos maestros dejan huella por razones que van más allá del tiempo de su ejercicio profesional. Si extenso ha sido el ejercicio docente de Juan José Vega, más extenso y profundo ha sido su aporte a la historia del Perú, desde una perspectiva distinta que los expertos reconocen y elogian por su originalidad y pertinencia. El Perú entero es testigo, y muy especialmente los profesores, del infatigable magisterio de Juan José en libros, conferencias, entrevistas, artículos y sus incontables viajes, escenarios siempre nuevos y complementarios a la especialidad de esta cátedra universitaria. No pocos son los lauros de reconocimiento recibidos por esta trayectoria vasta y ejemplar, aunque sin duda uno, el más distinguido y el más profundo para Juan José, debe ser el del cariño y la gratitud de quienes lo conocimos y apreciamos. Precisamente hace pocos meses, cuando la Derrama Magisterial tuvo el fino gesto de conferirle la presea "José Antonio Encinas", sentimos que era necesario decirle por escrito cuánta satisfacción nos daba dicho reconocimiento. Le dijimos entonces que sentíamos no sólo afecto por él, sino sereno orgullo por ser sus amigos y gratitud por lo que había puesto en nuestras vidas en lo profesional y humano. Su respuesta fue breve y en sus líneas hay una imborrable lección de humildad y grandeza. Escribe Juan José:"Lo que dices de mí, no es cierto sino en parte; en todo caso no he hecho sino cumplir con mi tarea de maestro, como tú señalas muy bien. Llevaré siempre en el corazón tus líneas que me obligarán a ser aún mejor en el porvenir".
En esta hora de difícil separación, acompañando a tu familia que sentirá más hondamente tu ausencia, venimos en romería para saludar tu existencia e inaugurar la perennidad de tu memoria. Lo hacemos para que sepas que cumpliste y que nosotros damos testimonio de ello. Lo hacemos para ratificar al pie de tu tumba y en la acongojada solemnidad de esta ceremonia, nuestro nuevo compromiso con la educación nacional, como lo hicimos aquella mañana de diciembre de 1967, recibiendo de tus manos el título de maestros que la nación nos confería. En pocos meses más, cuando conmemoremos el cincuentenario de nuestra Cantuta chosicana, tu ausencia será más grande y nuestra alegría menos completa. Pero estarás entre nosotros siempre, Juan José, convertido en una de las más hermosas lecciones que la vida nos ha dado. Descansa en paz, querido profesor Juan José Vega Bello.
(*) Discurso pronunciado en la tumba de Juan José Vega.
JUAN JOSÉ VEGA: EL REBELDE HISTORIADOR Por EDMUNDO GUILLÉN GUILLÉN.-
Estuvimos ausentes cuando, hace exactamente un año, ocurrió el infortunado fallecimiento del distinguido historiador Juan José, como familiarmente lo llamábamos sus amigos y colegas. Si bien desde entonces extrañamos su ausencia física, tenemos presente siempre su pensamiento histórico revolucionario y renovador; y es bajo su égida que continuamos en la brega por consolidar una nueva y auténtica historia del Perú, sin mitos ni discriminaciones. En 1963, con su primer y valioso libro La guerra de los Viracochas, Juan José, impulsado por un afán innovador, rompió lanzas contra la versión hispanista de la conquista del Perú, versión no solamente contraria a nuestra integración nacional, sino además plagada de falsedades. Y con su otro libro auroral, Manco Inca, el Gran Rebelde, acabó con el mito de que la toma de Cajamarca terminó con el Tahuantinsuyo. Juan José demostró que ese crepúsculo sangriento marcó más bien el inicio de la Gran Guerra de Resistencia Incaica y que recién 40 años después, en
1572, sucumbió esa terca y heroica lucha, más que por el poder de las armas europeas, por las contradicciones internas que derrumbaron el Estado autónomo. Fueron muchos los trabajos de investigación de Juan José. Para nosotros, su pensamiento medular apareció compendiado en el tomo III de la Historia General del Ejército, publicado en 1981 con el título El ejército durante la dominación española del Perú. En esta obra señera de más de 500 páginas demostró que el Perú es una continuidad histórica en el espacio y en el tiempo, probando que la dominación extranjera fue nada más que un infausto paréntesis en la historia milenaria del Perú Andino. Sus documentados capítulos pusieron de relieve el papel desempeñado por los peruanos en la lucha por la independencia, desde Manco Inca hasta los Angulo, pasando por las trascendentales gestas de Juan Santos Atahuallpa y Túpac Amaru. Nos convencimos así de que ningún pueblo como el peruanoderramó tanta sangre en la lucha por su libertad, pues aunque derrotado en varias batallas, jamás fue del todo vencido, persistiendo en la épica búsqueda de su perdida autonomía. Para reconocer, aunque póstumamente, la obra de Juan José, no bastan las medallas ni los laudatorios. Si queremos ser consecuentes con su legado, el mejor homenaje que el país tribute a su ilustre memoria debe ser la inclusión de sus tesis en los textos escolares, sobre todo en la actualidad ya que nuestra historia injustamente aparece soslayada en los programas curriculares, lo cual es más que lesivo a nuestro sentimiento patriótico y a nuestra identidad. Nos tomamos la libertad de decir que así lo creía firmemente Juan José. Y bien haría el Estado o la institución universitaria en publicar sus Obras Completas, en las que con la pasión propia de un historiador comprometido reivindicó a los peruanos que, con las ideas y con las armas, vivieron y murieron por la libertad y la soberanía del Perú. Por sus innovadores trabajos históricos comprometidos con las luchas de nuestro pueblo, por su pensamiento nacionalista y renovador, Juan José ha entrado a la inmortalidad y por la puerta grande a los anales de la historia del Perú. LA GUERRA SILENCIADA / MANCO INCA / POR JUAN JOSÉ VEGA La guerra silenciada
Por Juan José Vega ....La bravísima lucha dada por Manco Inca a los conquistadores españoles fue, sin ápice de duda, la mayor contienda que éstos sufrieron en la conquista de América durante el siglo XVI. Basta recordar los dos mil muertos que les costó, según los propios documentos castellanos de la época. Sin embargo, en el Perú todavía los rezagos de un hispanismo ñoño han impedido ver con claridad un proceso de resistencia que, en su inicio, afrontó la desventaja de enfrentar la revolución contra el Cuzco dirigida por los yana-Generales de Ataohualpa: 1529-1534. El período más relevante fue el de Manco Inca, el joven emperador que desde 1536 se propuso reconquistar su reino luchando a la vez contra los invasores y contra varias aristocracias indígenas poderosas. Estas habían optado por apoyar a los españoles a fin de conservar privilegios dentro de un nuevo sistema y recobrar su autonomía preincásica. Lo mismo los yanas, una especie de "esclavos". Intentemos un resumen de esa lucha en la cual Manco se irguió desde su brillante calcolítico para oponerse a la primera potencia del mundo. Los hechos
En primer lugar, Manco Inca es el personaje indio más importante de la etapa de la Conquista de América. Sobrepasa de lejos cuanto hicieron los caudillos aztecas, araucanos y piel rojas en el siglo XVI, a pesar de enfrentar él tantos factores contrarios. Fue Manco de pura sangre cuzqueña, esto es, un miembro de la etnia de los Cuzcos, en alto nivel nobiliario, como hijo del emperador Huaina Cápac y de Chimpu Runtu, una de las principales esposas secundarias del gobernante. Nació el héroe hacia 1518, junto a Tiahuanacu durante la gran visita que su padre efectuaba a lo largo del Collasuyu. Era cuzqueño, pues como en todo Imperio de la época la "nación" estaba dada por la sangre, no por el lugar en que se nacía. La insurrección
Empecemos diciendo que Manco Inca dirigió diecisiete campañas, perfectamente diferenciadas. Las batallas y combates pasaron del centenar, considerando en este número sólo las ubicables con sus
nombres y circunstancias. La acción, iniciada en abril de 1536, cubrió vastas extensiones del Imperio de los Incas, a lo largo de ocho años de ininterrumpido batallar. Abarcó desde las costas guayaquileñas hasta la distante frontera con Arauco; se levantaron minorías de los collas de las jalcas, los antis de la amazonía, parte de los yungas costeños; principalmente la guerra se sostuvo con los quechuas cordilleranos. Esta lucha constituyó el movimiento americano de mayor envergadura frente a España durante el siglo XVI. Las ciudades de Cuzco y Lima fueron sitiadas. Jauja fue barrida. Trujillo sufrió el amago de los alzados. Aparecieron grupos insurgentes en todo el país. Dos de los Pizarro (Juan y Diego), dos mil conquistadores, decenas de miles de indios aliados de los españoles conducidos por sus caciques y crecida cantidad de esclavos africanos pagaron con su vida el enfrentarse a las huestes cuzqueñas. La situación llegó a tal punto que de varias partes del continente, y aun de la misma España, se enviaron refuerzos al Perú. Enorgullece saber que, de la selva al mar, vastos sectores de los antiguos peruanoscombatieron heroica y tenazmente en defensa de su soberanía; pese a las bárbaras represiones punitivas hispánicas, a la anarquía interna y a la inferioridad de armamento. Victorias y derrotas
De las mencionadas batallas nueve fueron ganadas por los ejércitos del Inca. Manco en persona venció en Sacsahuaman a Juan Pizarro (1536); en Ollantaytambo a Hernando Pizarro (1537); en Chuquillushca a Gonzalo Pizarro (1539); en Orongoy a Francisco de Villadiego (1538); y en Jauja, a una coalición hispano-huanca, dirigida por el curaca Guacrapáucar (1538). Más tarde alcanzaría un estrecho triunfo sobre los españoles de Guamanga en Mayomarca (1540). Su mejor hombre de guerra fue Quisu Yupanqui, quien se impuso a Diego Pizarro en Parcos, a Gonzalo de Tapia en Pampas, a Mogrovejo de Quiñones en Angoyacu y a Alonso de Gaete en Jauja. Luego pondría en fuga a Francisco de Godoy, entre Pariajaja y Huarochirí. Todo esto cuando la ofensiva sobre Lima en 1536. Otros eximios guerreros fueron Illa Túpac y Tisoc Inca. Los Incas, sin embargo, podían ganar muchas batallas más, pero al final
tenían que perder la guerra: era el calcolítico enfrentándose al Renacimiento Europeo. El destino jugaba en contra. El primero en América
Es sumamente remarcable el hecho de que Manco iba con frecuencia a caballo, por lo menos desde los principios de 1537; en que también usaba casco y coraza españoles, esgrimiendo una espada. En los mejores momentos condujo un pequeño grupo de jinetes cuzqueños, con los cuales, precisamente, ganó la citada batalla de Orongoy. Al final, en Vilcabamba, llegó a equipar quechuas arcabuceros, aunque de número escaso. Cronistas de la talla de Cieza de León y de Pedro Pizarro, entre otros, dan fe de esta capacidad de Manco, con lo cual se convierte en el primer indio que montó caballo en América; quizá también fue el primero que usó armas de fuego contra los conquistadores europeos. En suma, innovó la guerra. Por entonces unos ocho mil españoles combatían en diversas regiones del Imperio, con ayuda de más de mil "negros de guerra", así como no pocos moros; todos los cuales alineaban al lado demiles de guerreros indígenas que los caciques seguían poniendo a órdenes del invasor. Los caciques eran seguidos por sus vasallos con obediencia casi religiosa. A partir de 1540 Manco se vio obligado a limitar sus acciones a la guerra de guerrillas. Machu Pichiu fue uno de sus baluartes. En 1541, convencido de que los enemigos principales eran los encomenderos pizarristas, Manco apoyó a los rebeldes que acompañaban al joven caudillo mestizo (hijo de panameña) Diego de Almagro el Mozo, dándoles muchas armas españolas que conservaban como botín de guerra. Más tarde, a raíz de las Nuevas Leyes y de ciertas posibilidades de restitución, estableció enlace con el Virrey Blasco Núñez de Vela, hombre muy recto que pagó con su vida el tratar de aplicar una política de protección a los indios que eran explotados y
exterminados por los encomenderos y por los españoles en general. Se había iniciado ya una sublevación de Gonzalo Pizarro contra el Virrey cuando Manco fue asesinado ingratamente por españoles almagristas a quienes había dado asilo en Vitcos. Por entonces planeaba un nuevo ataque al Cuzco. Corrían los finales de 1544. Manco murió creyendo en sus dioses; nunca se convirtió al Cristianismo. Sin embargo, a pesar de todo, habiendo sido protagonista de la mayor epopeya de la América India, la Historia Oficial no lo recuerda. Escasos historiadores enaltecen su memoria.