Thumbs up, boys!
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Thumbs up, boys! La Curra
We need a new masculinity and the new man needs a movement. Gloria AnzaldĂşa
Yo a Ernesto me lo imagino de unos treinta y cinco, varón blanco heterosexual de los de ahora, español y hasta, si me apuras, policía —si no es exactamente así, de todos modos lo es, no sé si me explico—; y pese a no conocerlo personalmente, hay una cosa que tengo muy clara: siempre recordará la noche en la que se jugó la final de la Eurocopa de 2012, aunque no ciertamente por algo que tenga que ver con el fútbol. Él mismo hubiera dicho que ese día las cosas habían ido «de puta madre». Después de ver el partido en un bar de Leganés con sus amigos de toda la vida, se fueron juntos al centro y allí se metieron en el Ballroom a darlo todo. No mucho después, nuestro Ernesto ya había salido afuera con Girelo y Alfonso para sentarse en un portal cercano. De algún sitio sacaron la marihuana previamente liada. —¿Y Marcos? —preguntó Ernesto encendiéndose el porro. —Ha dicho que ahora sale —le contestó Girelo, uno de esos tipos que de llanos que son pasan a ser simples (tanto es así que todo el mundo le conoce por su apellido, porque siempre ha habido a su lado alguien con su mismo nombre de pila, pero con el doble de carisma). —¿Que ahora sale? —dijo Alfonso, uno de esos tipos con tan poca autoestima que necesitan estar siempre reafirmándose, aunque eso implique machacar a los demás—. ¿Qué coño hace ahí dentro solo? —exagerando su desprecio. 9
—No sé. Yo creo que no le apetece fumar. A mí me ha dicho que no quiere pasarse esta noche —le contestó Girelo. —Tenemos que hacer que se suelte —propuso Alfonso—. Ahora luego le invitamos a un chupito y verás tú. Hace por lo menos diez años que no sale el pobre… —exagerando su preocupación por el amigo—. Tíos, tenemos que hacerlo por él. De repente, los tres guardaron silencio. Una chica con una diadema con dos pollas de plástico había pasado por delante. —A esa de la diadema yo le metía algo —comentó Ernesto poniendo en palabras el pensamiento de los tres. —Oye, Ernesto, y tú qué tal con Carlota, que me he enterado que ahora vivís juntos. Qué de puta madre, ¿no? —dicho por otra persona, podía parecer una burla después del comentario de Ernesto, pero de Girelo no se podía suponer mala intención. Ni siquiera cualquier tipo de doble sentido. —Calla, chaval. Que llevo tres meses con ella y ya… —le contestó Ernesto con la mirada de los mil metros, como si tuviese estrés postraumático después de un bombardeo—. Es que tiene unas manías… Que cuando las ves y no es tu casa, vale, pero cuando las ves en la tuya, jode mucho, chavales —aquí hubo una pausa, porque Ernesto se estaba confesando y uno debe hacer eso a su ritmo—. Un puto rosario de cuentas —dijo sorprendiendo a sus amigos—. Un puto rosario de cuentas en el puto cuarto tiene. —¿Como el de Cristiano? —preguntó Girelo. —Que sí, que yo creo en dios y toda esa mierda —continuó Ernesto, imparable, pasándole el porro a Alfonso—, pero no me jodas: un rosario de cuentas en la cabecera de la cama, no. Cristiano Ronaldo lo puede llevar en la punta de la polla si quiere, pero… Es que cuando estás follando se te van los ojos ahí y no te puedes concentrar porque es que encima hace un 10
ruido que te mueres cuando mueves la cama, que los vecinos tienen que estar hasta los cojones ya. Y le dices que lo quite y te dice que no, que se lo regaló su padre antes de morir para ponerlo ahí, en la puta cabecera de la cama, pero, joder, ¡que en esa cama dormimos los dos! En ese momento volvió a aparecer la chica de la diadema y se paró enfrente de ellos a encenderse un cigarro, como si quisiera llamar la atención (en sus mentes al menos esa intención era obvia). —Joder, chavales. Yo es que tengo un problema… —dijo Alfonso cambiando de tema de manera que solo se dio cuenta él y mirando fijamente el culo de la chica de la diadema, que volvía a alejarse. —Sí, lo de la convivencia es muy chungo —afirmó Girelo. —Tengo un problema, chavales —siguió Ernesto mirando a lo lejos todavía, otra vez como si el culo de la de la diadema estuviese a mil metros de distancia—. Llevo tres años ya con Carlota, tres años, que se dice pronto, de follar con la misma tía, y tengo unas ganas de tirármelas a todas… —sus dos amigos soltaron una carcajada al unísono, como celebrándolo, solidarizándose—. Que sí, chavales, que yo a Carlota la quiero un huevo, ¿vale? La quiero casi como a mi madre, joder… pero es que ahora estoy trabajando con una tía que está buenísima, y la cabrona me hace caso y tú no sabes lo que es verla todos los putos días. Tonteando conmigo la tía… Pero, chavales, yo no quiero nada con ella, en serio —pausa—. Solo follármela —pausa—. Pero las tías no son así… ¿Sabéis? Las tías no son como los tíos. Ellas solo follan si quieres una relación. —Es verdad, tío, ojalá las tías fuesen como los tíos, y se follasen a todo lo que se menea —dijo Alfonso, tomando el control de la conversación y pasándole el porro a Girelo—. Que yo las entiendo, ojo, que al principio, cuando lo haces la primera 11
vez, te sientes como una mierda. Qué mala persona soy, que ella no se lo merece… Pero, cuando te lo han hecho a ti… ¡Ah, amigo! Cuando te lo han hecho a ti la cosa cambia. Yo no le había puesto los cuernos a nadie hasta que me los pusieron, ¿eh? Que yo al principio respetaba a mis novias. Bueno, y las respeto, pero yo ya no le soy fiel ni a mi madre. ¿Y si eres fiel y por detrás te los están poniendo? Diez años llevaba con ella. Diez. Y la muy puta se fue con otro. Que yo ya no me fío de nadie, ¿sabes? Hoy en día ya no te puedes fiar de nadie, tío. Y yo no voy a ser el tonto gilipollas al que le toman el pelo, no señor… Girelo, de repente, le pasó rápidamente el porro a Ernesto, se levantó y, sin decir nada, se fue. —¿Qué mosca te ha picado a ti? —le preguntó Ernesto. —¿Y a ti? —Girelo se dio la vuelta violentamente. Ernesto cayó rápido en la cuenta. La conversación le había recordado a Girelo su reciente divorcio. Resulta que era incapaz de manejar dobles sentidos en una conversación, pero cuando vio hacía dos años a Giselle, la amiga de la hija de su mujer, perdió el sentido y se enamoró hasta la médula. Al final hubo tomate, pero precisamente por la incapacidad ya dicha, no pudo fingir ante su exmujer por mucho tiempo y esta le dejó. Ella se lo tomó bastante mal porque venía además de un matrimonio roto por otra infidelidad. Así es como Girelo se quedó sin mujer, sin amante y, por culpa de una depresión, sin trabajo. —¿Ya estás haciendo el gilipollas? —le dijo Alfonso, poniéndose de pie y en plan pecho palomo. Ernesto, que no se veía capaz de hacer callar a Alfonso en ese momento, y viendo que a Girelo empezaba a torcérsele el gesto, dijo tirando el porro: 12
—Venga, vamos para dentro, a ver qué está haciendo Marcos —y para asegurarse de que se cambiaba de tema, añadió—. La de la diadema tiene que tener un buen pandero, ¿no? Ya no quedaba mucho de la euforia que hacía unas horas habían sentido con el triunfo de la selección española. Como en el andén del metro, por ejemplo, yendo hacia el Ballroom, cuando aparecieron de repente unos chavales españoles disfrazados de españoles, con la camiseta de la selección española, con la cara pintada con los colores de la bandera española, con una susodicha bandera española enorme agitándose en el aire que no sabías cómo iban a meter eso en el vagón del metro y, sin saber cómo —probablemente porque compartían disfraz—, Ernesto y sus amigos acabaron cantando con los chavales, abrazados, botando, a voz en grito: Me llamo Pepito Angulo y vengo de Buenos Aires con una chapa en el culo, que a mí no me jode nadie, que a mí no me jode nadie, que a mí no me dan por culo, porque yo soy español, español, español, español, español, español. (Sí, la mezcla es difícil de digerir, pero era eso lo que cantaban. Siempre según los testigos, claro). Y aquí, justo en el clímax del festejo, habiendo tomado plena conciencia de que el mundo es uno, cálido, amable y hermoso, se dio una pequeña anomalía, una fisura apenas perceptible, pero que, en un análisis a posteriori, podríamos 13
llamar «la anunciación del conflicto», «la aparición del contrario», «la evidencia de la dualidad», etc. Y es que justo en el momento en que Ernesto cantaba por segunda vez, con el brazo sobre el hombro de un chaval de quince años completamente desconocido, pero español como él, aquello de que a mí no me dan por culo, en ese mismo momento, digo, sus ojos se cruzaron con los de una tía que llevaba los labios pintados de rojo y que, también en el andén, pero con una actitud completamente distinta, miraba con atención al grupito de forofos de la selección española. A Ernesto la tía le pareció un pibón, y le había elegido en cierto modo a él de entre todos los tíos del andén. Eso era tan halagador que quiso estar pendiente de ella, por si le volvía a mirar. Pero vino el metro y había mucha gente, así que no hubo forma de establecer contacto visual de nuevo. Luego, mientras el tren iba en marcha, Ernesto siguió cantando y bailando, aunque la imagen en el recuerdo de esa tía volvía de vez en cuando, guapísima —porque se iba haciendo más guapa a medida que pasaba el tiempo sin volver a verla—. Entonces miraba a su alrededor por si acaso y no la encontraba. Así todo el rato hasta que llegaron a la parada de Gran Vía, se bajaron y ni rastro de ella… Pero ¡qué más da! Pareces tonto, Ernesto. Vas a salir por el centro como cuando tenías veinte años con tus amigos de toda la vida, y ¡hay un huevo de tías buenas en el centro! No tardó mucho en olvidarse de ella. De hecho, antes de salir del metro ya lo había hecho. Los cuatro amigos, Ernesto, Alfonso, Girelo y Marcos, casi sin tener que decírselo, fueron directo al Ballroom y, como era pronto, no hicieron cola. El local estaba bastante cambiado. Ya no parecía un antro, pero seguía oliendo como un antro. Hacía casi quince años que no habían ido por allí, y cuando Ernesto pensaba en eso le parecía mentira. ¡Si era un chaval entonces! ¿Por qué habían dejado de ir? Repasó brevemente algunas de 14
las cosas que le habían pasado en esos quince años: Laura, su boda con ella, Laurita, el bautizo, la comunión, Carlota, el divorcio, la vida tranquila con Carlota desde hacía tres años, la mudanza y ahora… Sí, desde luego, la razón por la que no había aparecido por allí era que todo ese tiempo había tenido a una mujer a su lado. Pero Ernesto no había llegado a esa conclusión. Ni a esa ni a ninguna, porque, de hecho, la intención de hacer el repaso mental de su vida no era la de responder a la pregunta que lo había generado, sino que esta última había sido una excusa para hacer el repaso mismo, porque sí. Y por la misma razón se fue a la barra a pedirse un gin-tonic. Cuando se dio cuenta de que era lo mismo que habían pedido sus tres amigos sin decírselo, sintió un subidón de autoestima que venía de la autoafirmación que venía a su vez de la evidencia de pertenencia a un grupo, y tan bestia fue el subidón que tuvo que externalizarlo, y les dijo a sus amigos: —¡Eh! ¡Hemos pedido lo mismo! Para que se enteraran bien tuvo que repetirlo a gritos en el oído de cada uno de ellos. Cuando todos lo hubieron entendido, celebraron la ocurrencia haciendo un brindis, y fue como un escopetazo de salida para la juerga nocturna. Ya sabes: bailoteo, subir al escenario, tirar medio gin-tonic sobre los altavoces y una chica, pedir perdón, reírse de la chica después de darle la espalda, llamarla gorda, saltar abrazados en el escenario, señalar a la gente de la pista como si fuese tu público, hacer como que te subes la camiseta, pero no, hacer como que te bajas los pantalones, pero no, ¡venga!, ¡chupitos!, bajar de nuevo a la barra, me voy al váter, espérate, coño, mira esa, ¡Alfonso está on fire!, simulación lúdico-homosexual, bailoteo estándar, hacer la espiga (hacer como que bailas), acábate eso y vamos a fumar, etc. Cuando Ernesto, Girelo y Alfonso volvieron de fumar su marihuana, vieron a Marcos hablando con una tía, que no ponía 15
cara de estar muy cómoda con la conversación. Se empeñaron en invitar a Marcos y a la tía a un chupito. Ella intentó salir corriendo, pero Alfonso la cogió de un brazo y Ernesto de otro. Un amigo de la tía apareció y casi se liaron a hostias. Cuando ella pudo huir definitivamente, todo se relajó. Empezaron los chupitos de tequila, es decir, el plan para emborrachar a Marcos, quien, después de la sal y el limón, le dijo a Ernesto al oído: —Tío, de verdad que estoy felizmente casado, que yo no le quiero poner los cuernos a mi mujer. Ernesto supuso en ese momento que Marcos ya iba un poco borracho y hasta se alegró. Alfonso empezó a hacer como que era un mimo y, de repente, apareció Girelo con un cubata en la mano y ya había otro mimo haciendo el tonto en la pista del Ballroom. Poco duró la representación porque al rato todos estaban haciendo la espiga y mirando a su alrededor y no entre ellos. Ernesto flipó con la cantidad de tías buenas que había. «Esto era un campo de nabos, que yo recuerde», pensó. Y mientras lo pensaba le pareció ver en la barra una tía con los labios pintados de rojo putón que le miraba a los ojos. «Joder, está buena». Alfonso, por su lado, vio a una gótica en el escenario. Enseguida se acercó a Ernesto y le dijo únicamente: —Eh, tío, ¿has visto a la viuda negra? Girelo, después de insistir mucho, convenció a Marcos, que se negaba reiteradamente a inaugurar el festival de coca. —¡Joder, si hay un huevo! Cuando se lo llevaba al váter les guiñó el ojo al resto como diciendo: «este se lo va a pasar pipa hoy, confiad en mí». Alfonso dijo que no iba y se fue acercando subrepticiamente 16
al escenario, donde bailaba la «viuda negra». Nadie le objetó nada. Cuando Ernesto, Girelo y Marcos salieron del váter, ya eran los putos amos, los putos mimos más divertidos del Ballroom, la gente más cojonuda del mundo, etc. De repente, la tía de antes buscó y encontró de nuevo los ojos de Ernesto. «Joder, sí que está buena», pensó. Marcos, como si en realidad tampoco hiciera falta que sus amigos le ayudasen, había entrado ya en estado autodestructivo. Copazo, raya y copazo, pero esta vez Red-Bull con whisky. Ya habían llegado a ese punto. Mientras, rodeado de tías buenas, en la cabeza de Ernesto comenzó el eterno dilema sobre la poligamia. «Yo es que tengo claro que es la única forma posible» se decía a sí mismo, «los moros lo saben bien, no como nosotros. Yo se lo intenté explicar a Laura y ahora a Carlota, pero no hay manera, ¡cuando está tan claro! Los machos tienen que expandir sus semillas. Es así. Es lo natural». A Ernesto le daba vergüenza ir a hablar con la tía de la barra entre otras cosas porque tenía a Girelo al lado y seguro que sus amigos se ponían a hacer tonterías y le fastidiaban el asunto. Pero joder si tenía ganas de acercarse a ella… Se acordó de lo que Alfonso había dicho en la cena: —Bueno, tíos, no hace falta que hagamos un pacto entre caballeros, ¿no? Todo el mundo sabe que lo que pase esta noche no sale de aquí… —esto dicho mientras Girelo liaba los porros. —¡Que sí, pesao! —dijo Ernesto—. Oye, Girelo, ¿has traído lo tuyo al final? —Joder… —contestó Girelo—. ¿Quién es el pesao aquí? A pesar del pacto entre caballeros, Ernesto no se fiaba. Volvió a buscar los ojos de la tía y se los encontró de nuevo. Le sostuvo la mirada mientras su corazón le iba a mil por hora. Es 17
por esto que Girelo se dio cuenta del juego de miraditas y le dijo a Ernesto: —Hostia, tío, ¡no te quita el ojo de encima! En otro punto del Ballroom la viuda negra se bajó del escenario sin haberle hecho ni puto caso a Alfonso, pese a su intento evidente y constante de atraer su atención haciendo el tonto, mordiéndose los carrillos y entrando constantemente en su campo visual. Un poco jodido, se acercó de nuevo a sus amigos y le pidió a Girelo que volviera a sacar la coca. Ernesto vio la oportunidad de quedarse solo, y rechazó la oferta, cosa que desató en el resto de amigos la necesidad imperiosa de que les acompañara de todos modos. Se le engancharon a la ropa, tiraron de él, no seas moñas, siempre estás jodiéndoles la fiesta a los demás, para un día que viene Marcos a Madrid, acuérdate de que un día te dejé dinero, no seas hijoputa, etc. Cuando por fin se dieron por vencidos, justo antes de dejarle solo, Girelo buscó su oído para decir: —Tío, de verdad, pasa de Carlota. ¿Tú crees que ella te respetaría a ti? No, tío, te lo digo como amigo. Tiene razón Alfonso: son todas unas putas. No seas tonto y tíratela —como si lo de tirársela fuese una decisión que pudiese tomar Ernesto unilateralmente—. Te lo digo como amigo, no lo olvides. Cuando por fin se quedó solo comprobó que la tía de los labios rojos seguía mirándole, pero su corazón iba al ritmo de la música, y seguía sin atreverse. Decidió ir a la barra como para pedir una copa, y aprovechó para pasar por su lado. Quizá fuera la vez que más cerca estuvo nunca de ponerle los cuernos a Carlota si exceptuamos la despedida de soltero de Marcos. Pero no le dijo nada. No le quedó más remedio que pedirse el copazo. «A tomar por culo», pensó, «que sea lo que dios quiera. Estoy vivo, ¿no?». Pero lo que en realidad hizo fue irse con
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su copa a donde ya le esperaban sus amigos, y se puso a bailar haciendo el indio con ellos, porque volvían a ser los putos amos del Ballroom. Así que había llegado el momento de otra ronda de chupitos. Justo después de morder el limón, Alfonso se le acercó al oído a Ernesto y le dijo, con los ojos cerrados: —¿Por qué no me ha querido nunca ninguna mujer? ¿Por qué todas tienen que jugar con mi corazón como si fuera un puto muñeco? ¿Por qué todas tienen que ser más putas que las gallinas? ¿Eh? ¿Por qué? De repente, como si alguien le hubiese empujado, Marcos se cayó al suelo. Antes incluso de levantarlo, comenzó el debate de si llevárselo a casa o no. Alguien se dio cuenta de que eran las cinco de la mañana. A Alfonso parecía que le iba a salir espuma por la boca gritando: —¡Este hijoputa siempre tiene que estar jodiendo la marrana! A Ernesto todo le daba vueltas, y se apoyó en Girelo, que intentaba levantar a Marcos del suelo, al que se le oía decir: —Yo no quiero ponerle los cuernos a mi mujer, de verdad que no quiero ponerle los cuernos a mi mujer… Viendo a sus amigos, pese al alcohol que había en sus venas, Ernesto tuvo una epifanía. «Todos están jodidos», pensó, «Todos estamos jodidos. Y la culpa la tienen las mujeres. Es eso. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Las mujeres nos están jodiendo. Son el GRAN MAL del mundo. Si no existieran podríamos ser felices…». Después de pensar esto, como por un acto reflejo, Ernesto se volvió para comprobar que, efectivamente, la tía de la barra seguía pidiéndole con los ojos que se acercara. Supo que se había pasado bebiendo. Tenía el último chupito en la garganta. —Me voy a mear —dijo, pero en realidad no sabía si iba a mear o a vomitar. 19
De camino al váter se dio cuenta de que el Ballroom estaba ya medio vacío. Llegó, se apoyó en el marco de la puerta para no caer, se bajó un poco los pantalones, se la sacó y, cuando empezó a salir el chorrito contra el inodoro de la pared, se miró en el espejo de al lado. Allí, detrás de su propio reflejo, contra todo pronóstico, vio aparecer a la tía de la barra. Se miraron a los ojos como lo habían estado haciendo antes en la pista de baile. Pero Ernesto estaba meando. Era una situación, cuando menos, incómoda. Ella, mientras Ernesto meaba y pensaba «joder, ¿qué coño pasa aquí?» se acercó y le dijo al oído, con mucha dulzura: —Thumbs up, boy! Después, mordiéndose sus rojos labios como la chica de un anuncio de cuchillas de afeitar, le introdujo lo que parecía ser un dedo por el ano, con fuerza, pero sin violencia. Pum. Luego se fue. A Ernesto se le había parado el chorrito en seco y tuvo esa sensación tan difícil de clasificar, entre el gustito y la molestia, que no sentía desde la última vez que su madre le metió un supositorio.
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Ya se sabe que la historia —y las historias— las escriben los cobardes que se quedan a un lado cuando la vida pasa. Y la vida pasó por mi casa el domingo, de un modo tan impetuoso que antes de que entrara, ya tenía material: —Curra, soy yo —me dijo por el telefonillo—. Prepárame en la puerta una toalla y una bolsa de basura, please. Y no te me acerques. Yo siempre digo que Kancho es mi Neal Cassady particular. Él vive y yo escribo —aunque él también escriba y yo viva, claro, pero se me entiende, ¿no?—. A veces siento que voy a rebufo de él y de su fuerza vital. Normalmente entro en las habitaciones cuando él abre la puerta, o acepto sus condiciones a la hora de abrirle yo la de mi casa, y cosas así. —Aquí tienes —le dije reprimiendo mis ganas de saludarle con un abrazo, como hacemos siempre. —Muy bien, Curra, muchas gracias. Ahora cierra la puerta y espera un poco, ¿vale? De nuevo obedecí. Su fuerza, su decisión, siempre hace que mi voluntad desaparezca, porque me resulta mucho más interesante observar sus acciones que actuar yo misma. De hecho, estaba intrigada. Apenas me había dado tiempo a verlo bien, pero había tenido la sensación de que traía cara como de cansancio, con ojeras, y de que en su mirada había menos brillo 21
de lo habitual. Supuse que la toalla y la bolsa de basura estaban relacionadas con su aspecto, aunque no se me ocurría de qué modo. —¡No mires por la mirilla, que te conozco! —oí decir desde el rellano. —Tranquilo, hombre, que no pienso hacerlo —aunque sí lo había pensado y la tentación era grande. Poco después tocó despacito a la puerta. Abrí de nuevo y apareció él envuelto en la toalla con la bolsa de basura en una mano y en la otra una mochila. —Aparta —dejó la bolsa cerrada a conciencia en el recibidor y me la señaló—. Esto ni se te ocurra abrirlo —se fue directo al cuarto de baño—. Puedo darme una ducha, ¿no? —Claro. Yo volví a mi habitación con la intención de continuar haciendo lo que estuviera haciendo, que no me acuerdo de lo que era, la verdad —me lo podría inventar, pero ¡qué más da!—. Y digo bien «con la intención», porque una vez Kancho entra en mi casa, ya todos mis sentidos son para él. Es como si tuviera una atracción magnética que no pudiesen ignorar ni las paredes, ni el gotelé de las paredes, de manera que todo le señala, hasta mi pensamiento. Imposible concentrarse en ninguna otra cosa. Al final no me quedó más remedio que salir de mi habitación y quedarme en el salón, sentada en una silla, esperando a que acabara de ducharse con mi pensamiento preso en el cuarto de baño. Cuando salió de allí ya tenía mejor cara. Iba completamente vestido, pero con otra ropa. La verdad es que con el pelo mojado estaba guapo. —¿Qué haces? —dijo al verme sentada en el salón, expectante. —Esperar. —Ah. 22
—Se te ve bien. Te has metido en algo nuevo. —Cómo me conoces, cabrona. Te tengo que contar. —¿Quieres algo? —Sí, un vaso de agua, por favor. Vengo seco. —Vale, pero vamos a meternos en mi habitación, que dentro de poco estarán aquí los chicos. —Uh —puso cara de «dios mío, qué susto, ¡los chicos!» para reírse de mí y se llevó la mochila y la bolsa de basura. Quizá Kancho tenga razón cuando dice que les cedo demasiado terreno a mis compañeros de piso, pero lo cierto es que la convivencia es siempre un tema complicado y ¡qué coño, esto es solo temporal! Aunque llevo diciendo lo mismo casi diez años… Bueno, da igual. Sigamos con esto. —Entonces, ¿qué te traes entre manos? —dije dándole el vaso de agua y cerrando la puerta. —Ya he empezado —y me miró como diciendo «debes saber de lo que hablo». Con Kancho a veces tengo la impresión de estar pasando una prueba. Si no acierto, se llevaría una decepción conmigo, habría una manchita en la historia de nuestra relación. De algún modo sería un anuncio de su final, un paso hacia ese momento en el que la conexión entre dos personas no se da más. Por suerte, todavía no he fallado en ninguna de estas ocasiones y, a decir verdad, creo que si me equivocara alguna vez, me preocuparía yo más que él. —Pero ¿no habías dicho que no estabas seguro? —Yo sí estoy seguro. Lo que no tenía claro era si acudir a las instituciones para hacerlo o no —dijo mirando los libros de mi estantería. Siempre les echa un vistazo por si hay alguna novedad. No la había—. Pero quiero saber cuál es el proceso 23
por esta vía. Me interesa mucho —se alejó de la estantería—. ¿Puedo tumbarme en la cama? Es que vengo molido… —Claro. Se bebió el vaso de agua de un trago, lo dejó en la mesita de noche y se lanzó sobre la cama como si fuera una piscina. —Ha sido una risa —comenzó a contar—. Ayer me entrevisté con la doctora López. Cágate. ¿No te suena a chiste? «La-doctora-López». No te puedes imaginar la de preguntas personales que me ha hecho y ¿sabes qué? Que no le he dicho ni media verdad —se rió—. Espero que no se diera cuenta. Bueno, el plan era ese, que no se diera cuenta. Casi se me escapa la risa un par de veces… Siempre tengo la sensación de ser afortunada cuando estoy con Kancho, pero no solo por su presencia, también por esa comodidad suya en la conversación conmigo. Que se ría a gusto, que me cuente todo, sin tapujos. El hecho de que me confíe sus pensamientos y el relato de sus experiencias me hace sentir especial, porque Kancho, pese a ser una persona muy abierta y cariñosa, es bastante reservado. Le encanta hablar de sí mismo, pero elige muy bien a sus confidentes. —Me preguntó hasta qué tipo de libros me gustan. —Ja, ja, ja. Y ¿qué le has dicho? —Me la quedé mirando así con cara de «pues no creas que me gusta mucho leer, pero voy a buscar un autor o algo para fingir que tengo un poco de cultura». —Y ¿por qué no le dijiste la verdad? ¿Qué tiene de malo que un hombre lea? —Tú estás loca. Si le dijera que me gusta la Woolf, en la próxima cita me dice que hay que esperar, que no lo tengo claro. Cualquier cosa susceptible de considerarse pluma no debe asomar en la consulta de la doctora López. Ley fundamental. 24
Conozco a un chico que lleva nueve meses y todavía no ha pasado de las entrevistas… —Joder, pues imagínate si le dices que prefieres leer a la Butler en inglés. —Entonces ya la tía ni me da la próxima cita. Me manda a casa directamente. Volvimos a reír. Estaba feliz y parecía que se le había quitado del todo el cansancio con el que había venido. Eso me hacía feliz a mí también. No he conocido a nadie cuyas sensaciones sean más contagiosas que las de Kancho. —Ken Follett —dijo aguantándose la risa. —¿Qué? —Ken Follett le dije. Que me gustaba Ken Follett. Nos descojonamos. Pero, de repente, dejamos de reír al oír la puerta de la calle. —Son los chicos —le dije en voz baja. —Avísales. Dile que estás con «tu novio el raro». —Calla. —¿Pero no me llamaban así? —Sí, pero porque sean gilipollas no les vamos a reír las gracias, ¿no? —todo esto en voz baja, claro. —Lo que tú quieras. —¿Y qué más te preguntaba? — pregunté solo por cambiar de tema y volviendo a alzar la voz. —¡Buah! Cosas flipantes. Que qué sentía cuando estaba con chicos, o cuando estaba con chicas… Bueno, pero yo estaba avisado, ¿eh? Que un par de amigos me chivaron una por una las preguntas. Y no fallaron. Parece ser que son siempre las mismas. Y además, que no puedes dudar. Cualquier duda significa que no lo tienes claro, y a esperar. 25
Hubo un silencio. Yo intuí que Kancho quería que yo le hiciese una pregunta, y que fuera precisamente: «y ¿cuánto tiempo estás tú dispuesto a esperar?». Pero no tenía ningunas ganas de preguntar eso. Si quería hablar de ello, tendría que hacerlo él mismo. Sin embargo, sí había una cosa que me intrigaba. —Y tú, ¿de dónde vienes ahora? Me miró de reojo y volví a ver en su cara aquella expresión de cansancio. —¡Buf! Ni me hables —se echó las manos a la cara y continuó hablando detrás de ellas—. De Alcalá de Henares. De la casa de mi hermano. Bueno, casa por decir algo —se destapó la cara y siguió hablando mirando al techo—. Tía, vive en una cochera. Tal cual como te lo digo. En una puta cochera vive el hombre. Y es suya encima, que la ha comprado. Había ido a ayudarle con unos muebles y ya de paso me quedaba a dormir, pero yo no he visto una cosa así en mi vida. Todo tenía dos dedos de polvo y al ir a dormir, en un colchón en el suelo, al cabo del rato me doy cuenta de que estaba hasta arriba de chinches. Llevo todo el cuerpo lleno de picaduras. No me han dejado dormir en toda la noche, las muy… Yo no sé cómo mi hermano vive allí y no se le han comido los bichos todavía. Por eso la ropa que hay en la bolsa de basura ya no sé si lavarla o quemarla. Mira que he estado veces en agujeros por cosas de la vida, pero nunca he visto nada parecido… Me tumbé a su lado en la cama y miré también al techo, escuchando. Entonces Kancho, ya mirándome, sospechando, dijo: —Oye, estamos hablando mucho de mí. ¿No estarás tramando algo? —Puede que sí, pero eso ya se verá —y sonreí malévolamente—. En principio es simple curiosidad por ti. Eres un tipo interesante, ya sabes. 26
—Bueno, teniendo en cuenta lo lenta que eres para ciertas cosas y la mala memoria que tienes, si no estás tomando notas me quedo tranquilo. Por si acaso, solo una cosa: que no aparezca mi nombre, ¿vale? —¿A cuál de todos te refieres? —y volví a sonreír malévolamente. —A todos. Te lo digo en serio. —Descuida. Kancho tiene muchos nombres. Nació y le bautizaron como Elena. Su padre le llamaba Elenita. En el colegio le llamaban Elenote y hasta Elenato. Ya ha elegido su nombre de hombre: Juan Diego, que es el que sus padres le hubiesen puesto si hubiese sido un niño. Su nombre clave de activista es Kancho, que es el que estoy usando aquí, aunque ninguno de ellos sea real, porque una promesa es una promesa y un amigo, un amigo. Entonces, por si se había mosqueado por lo de los nombres, y por jugar, fingí ser la doctora López poniendo voz de seria señora mayor: —¿Qué sientes cuando estás con otros hombres? Kancho se rió un buen rato y después frunció el ceño, bajó una ceja más que la otra y torció la boca, en plan galán desfasado, para decir con voz pausada y tono grave de macho: —Son compañeros, iguales. Tengo ganas de hacer cosas con ellos, no sé… jugar a fútbol, irme de juerga… ligotear, ese tipo de cosas —después cambió a su verdadera voz y prosiguió—. Normalmente son muy básicos, aburridos. Desde pequeño suelo trolearlos para no morirme del tedio cuando estoy obligado a compartir el espacio con ellos. Pero no lo hago con todos, claro, porque no todos se lo merecen. Yo continué con mi fingimiento: 27
—¿Qué sientes cuando estás con mujeres? —Es otra cosa completamente distinta —de nuevo forzó la caricatura del macho—. Cuando veo a una chica… Bueno, depende de la chica. Todas son personas frágiles, a las que hay que proteger. Pero si son guapas… ¡Buf! Si son guapas tengo ganas de estar con ellas a todas horas —se metió dos dedos en la boca como si se quisiera provocar el vómito y negó con la cabeza, luego la volvió a apoyar en la almohada. Hubo un silencio. Después prosiguió con su propio tono de voz: —Me las follaría a todas, ya sabes. —¿A todas? —le pregunté yo. —¿Me estás proponiendo algo, Curra? —se giró para mirarme, pero yo mantuve la vista fija en el techo, por si acaso, y contesté del modo más neutro posible: —No. Ya sabes que tú y yo todavía somos buenos amigos porque no hemos follado nunca. —En eso tienes razón, ¿ves? Nos aguantamos la risa. Yo intuí que Kancho iba a hablar de algo íntimo porque volvió a compartir conmigo el objeto de mi mirada, es decir, miró al techo. Cuando estoy con mis amigas solemos tocarnos, abrazarnos… A mí me encanta abrazar a la gente, sobre todo si está hablando de sí misma, de lo que le pasa por dentro. Sin embargo, cuando Kancho se sincera, hace todo lo contrario: interpone entre los dos una distancia. Yo siempre reprimo mis ganas de acercarme en parte porque no quiero que la atracción que siento por él me juegue malas pasadas y en parte porque, excepto en el saludo, Kancho no es muy de contacto físico. Por otro lado, nunca te mira a los ojos cuando se muestra vulnerable, y menos aún si tú estás mirándole a él. Es un hábito que 28
siempre he visto en los chicos. Nunca se lo he reprochado porque imagino que cambiarlo le resultaría incómodo y porque, además, estoy segura de que lo hace de forma inconsciente. —¿Sabes que Lucía está celosa de ti? —me dijo. —¿En serio? Lucía era y es la novia de Kancho desde hace unos años. —Te lo juro. Es que a veces es más tonta… Ellos ya estaban juntos cuando Kancho y yo nos hicimos amigos, y nos hicimos amigos por pedantería. Fue la misma Kancho quien pidió que corrigiera yo su primer libro propio, Ni falos ni pollas. Sí, una pasada de título, no hay duda, pero recordad que ni Kancho ni su libro existen con los nombres que aquí aparecen. Lo digo por ahorraros la búsqueda en Google. El caso es que acepté el trabajo, y me sorprendió encontrar algo incorrecto en la cita inicial: all reaction is limited by, and dependent on, what it is reacting against (…). The possibilities are numerous once you decide to act and not react, que supuestamente había escrito Gloria Anzaldúa en su clásico Borderlands / La Frontera, cuando en realidad la cita correcta es: all reaction is limited by, and dependent on, what it is reacting against (…). The possibilities are numerous once we decide to act and not react. Sea como sea, con mi corrección de la cita, con esa demostración del rigor que me caracteriza y que exaspera a mis conocidos —sobre todo a mi novio, pobrecito—, me gané a Kancho, que también es alguien obstinado en hacer bien las cosas. Bueno, en honor a la verdad, junto con las correcciones le envié un comentario elogioso sobre su libro, que me pareció precioso, por cierto. A partir de entonces quedamos a menudo para tomar cañas, le invito a casa, me lleva a conciertos… La verdad es que Kancho es una persona estupenda —qué voy a decir yo—, pese a ser un pornoterrorista.
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De repente, un estruendo llegó desde el salón de mi casa. Eran mis compañeros de piso, que habían puesto la tele. —¿Ves por qué quería que nos metiésemos en mi habitación? No es que quisiera ocultarte. —¿Es fútbol eso? —preguntó con cara de asco. —Sí —con resignación. —Joder, qué típico. —Desde lo de la Eurocopa es todavía peor… De repente Kancho se levantó de la cama de un salto, excitado, y dijo: —¡Hostia! ¡Que no te lo he contado! Y sí, en efecto, todavía no me había hablado de Ernesto.
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Y ya puestos a imaginárnoslo por dentro, puestos a reconstruirlo con los pocos datos de los que dispongo, lo que te voy a contar ahora no es exactamente lo que le ocurrió a Ernesto después de lo del Ballroom, porque la verdad es que no tengo ni idea, ya sabes. Lo que voy a intentar es enlazar dos hechos que sí conozco de la forma más verosímil posible… Y esta es, sin duda, contarte que un par de días después de lo del Ballroom Ernesto volvió a quedar con sus amigos y uno de ellos dijo entre caña y caña: —Lo que quieren las casadas es que las guarreen —y ese amigo suyo no podía ser otro que Alfonso, por si te cabía alguna duda; y en seguida Ernesto miró de reojo a Girelo, que estaba en la misma mesa, a quien detectó un respingo apenas perceptible—. Si os lo queréis montar en rollo guarro, probad con casadas si podéis. Porque ellas ya van a lo que van, que para «hacer el amor» ya tienen al marido —y para decir ese «hacer el amor», Alfonso no solo adoptó un tono de voz femenino, sino que hizo un ademán amanerado con la mano derecha—. Os lo digo yo, que en mi vida he hecho tantas guarradas como a las casadas… —Ahora vengo —le interrumpió Girelo, y se fue al váter. —Bueno, Ernesto, tú hazme caso, a las casadas lo que les gusta es que las traten como cerdas. Todo lo más guarro —y 31
empezó a enumerar—: que les escupas, que les pegues, que las insultes, que les tires del pelo, que te coman las pelotas, garganta profunda, que les des por culo… El culo, les encanta que les des por culo. Pero hay que saber hacerlo… En este punto, Alfonso siguió hablando, pero Ernesto ya no pudo seguir escuchándole. Lo que le había pasado en los baños del Ballroom todavía le acompañaba a todos lados desde la mañana siguiente de aquella noche. Ernesto se despertó esa mañana, como cabe suponer y él mismo hubiera dicho, con una resaca de tres-pares-de-cojones. La noche anterior se le representó en líneas generales con flechazos arbitrarios: el partido en la televisión del bar de Leganés, los goles, el metro, los porros, las copas, las rayas, la vuelta en taxi, los vómitos en el baño de casa, etc. ¿Carlota le habría oído anoche? Se giró en la cama, pero ella no estaba allí. ¿Qué hora era? Entreabrió los ojos despacio y miró el reloj. La luz hacía que le doliese la cabeza. Las tres y media. Joder… Madre mía. Volvió a cerrar los ojos y se puso boca arriba. ¿Carlota estaría enfadada? Escuchó atentamente y no oyó ningún ruido en casa. Lo último que necesitaba era tener a su novia de morros… De repente, su móvil hizo un ruidito. Con los ojos entrecerrados, lo cogió y leyó un mensaje del Facebook. Marcos se estaba volviendo a Valencia y preguntaba algo. «Que le den por culo», pensó Ernesto, y pasó de responder. Se fue a inicio, a ver si alguien había puesto algo sobre lo del día anterior. Nadie. Solo felicitaciones por la victoria de la selección de España y la marca España y la bandera de España, etc. Le iba a dar al «me gusta» a todo y vio el simbolito del pulgar alzado. «¡Me cago en dios!». Se acordó entonces de lo que le había pasado en los baños. Notó cómo le ardía la cabeza y el dolor crecía y crecía. Poco después, su cerebro por fin relacionó la chica del Ballroom con la que le había mirado en el metro. ¡Era la misma tía! ¿Cómo es que no se dio cuenta entonces? «¿Cómo 32
puedo ser tan gilipollas?», casi dijo en voz alta. Se había despejado de repente, como si se hubiese acordado de que tenía que hacer algo muy importante urgentemente. Interrumpiendo su flujo de pensamiento, Carlota apareció por la puerta. —Ah, ya estás despierto, cariño —llevaba unas toallas plegadas para guardarlas en un cajón del armario—. ¿Qué tal, cómo lo llevas? A Ernesto, aturdido, se le cayó el móvil sobre las sábanas. —¡Buf! Fatal, cari —exageró llevándose las manos a la cabeza. Carlota se sentó en la cama. El rosario de cuentas, que colgaba de la cabecera, chocó con la pared e hizo un ruido que a Ernesto le pareció infernal, aunque su sensación vino más de la resaca que del Infierno, en realidad. —¿Quieres algo? ¿Te traigo un ibuprofeno? Ernesto quería quedarse solo, eso era lo único que quería, poder recordar tranquilamente lo que le había pasado en el cuarto de baño del Ballroom. ¿Esa chica le había seguido desde el metro para hacerle eso? ¿Por qué a él? ¿Era una venganza de su ex? ¡Maldita hija de perra! Necesitaba pensar, y para eso Carlota sobraba en la habitación. —Uy, sí, tráemelo, por favor. —Ahora mismo, cariño —y le acarició el pelo—. La que tuvisteis que liar ayer —se levantó de la cama y se dirigió a la puerta—. ¿Qué? ¿Ligasteis mucho? Ernesto se alarmó. ¿Podía saber algo Carlota? ¿Quién se lo habría contado? Ella se dio media vuelta y le sacó la lengua, rompiendo la duda. Pero Ernesto sabía que estaba poniendo cara de susto, así que se preguntó si Carlota le habría visto algo raro en la expresión. «Joder, Ernesto, ¡no te rayes!», pensó. Volvió a coger el móvil. Tecleó en el buscador zumbs up 33
boys, este le sugirió thumbs up boys, y solo encontró fotos de gente feliz mirando a cámara. Navegando un poco más llegó a la entrada de Wikipedia en la que se explica que el origen del pulgar alzado está en la Antigua Roma, cosa que le interesaba más bien poco. Mientras Ernesto recordaba esto, habiendo pasado ya unos días, Alfonso seguía a la suya en el bar de Leganés, imparable como siempre: —A las tías les encanta que les toques el ano. Dicen que no, pero les encanta. Lo que tienes que hacer es empezar a comerles el coño y luego les comes el culo y ya verás como no te dicen que no. Luego les metes el dedo despacito, poco a poco, hasta que ves que ya le puedes meter dos y así hasta que le puedes meter la polla entera. Sin problema. Ya te digo yo. Se te pueden quejar un poco, pero a todas les gusta. Ya te digo yo que no he conocido a ninguna tía que no le guste de verdad. Girelo volvió del baño. —Joder, ¿otra vez estás con eso? —queriendo cambiar de tema a toda costa—. ¿Pero no nos has dado ya bastante la brasa en el foro? —se dirigió a Ernesto—. ¿Que no lo has visto tú en el foro? Ah, no, leches, que tú hace un huevo que no te metes. Tío, métete un poco, hostia, que lo tienes abandonao. Ni en el Facebook pones cosas, cabrón. Luego que si esa tía está buena, que si este finde quedamos para salir por ahí o vamos con la bici, que no nos lo tomamos en serio, que, tío, no te lo vas a creer, pero todavía tengo el coche en el taller, que al final me he comprado la porra por Amazon, etc. Resumiendo, para no aburrir con esta descripción costumbrista: la conversación acabó de cualquier manera y cuando Ernesto llegó a casa no había nadie. Esto le extrañó porque los cacharros estaban por fregar. Para saber qué pasaba, no le quedó más remedio que enviarle un WhatsApp a Carlota. 34
«¿No te acuerdas de que hoy tenía que llevar a la perra al veterinario?», le contestó ella. ¿El veterinario? ¿Qué veterinario? Ernesto, ni corto ni perezoso, se metió en el Facebook de Carlota (una vez ella tuvo que usar su móvil y ahí se quedó la contraseña) y chequeó sus conversaciones privadas. Nada. Tuvo que llamarla para quedarse tranquilo. —Cariño, ¿no te acuerdas? —le contestó ella, mientras él escuchaba los sonidos de fondo para saber si realmente Carlota estaba donde decía estar. —Claro —mintió él y, como para justificar su llamada, añadió—, pero ¿no estás tardando mucho? —Era a las cinco y media, cariño. Todavía no nos han atendido. Durante un momento sintió la necesidad de contarle lo del Ballroom, pero después de la metedura de pata, pensó que lo mejor era ignorar la conversación. —Hasta luego, cariño. No se lo podía quitar de la cabeza. Se sentía violado. «Sí, violado es la palabra», pensó. Pero ¿cómo contárselo a Carlota sin que sospechara de su fidelidad? ¿Cómo contar algo así a sus amigos con la vergüenza que le daba? ¿Cómo denunciarlo sin quedar en ridículo? «Joder, con la puta esa del baño. Si la tuviese delante la mataría». Barajó la posibilidad de regresar al Ballroom por si volvía a verla, pero, ¿cómo demostrar que le pasó lo que le pasó? ¿Quién le iba a creer? ¿Por qué cojones no la cogió y le dio una hostia en el baño justo cuando lo hizo? Pero, ¿pasó de verdad? «Joder, es tan raro que ni yo me lo creo». Cabreado, cogió el portátil y se metió en el Foromotos, Motorforo, Poliforo o algo así. Sentía la necesidad de desahogarse. Y cada vez que le pasaba esto solía meterse allí para despotricar sobre cualquier tema. Vio que el post más reciente 35
estaba en el hilo de Los secretos de lo negro: anal. «Joder, qué justo». Pinchó en el hilo y lo primero que leyó fue: MarujoPirulo Moderador Quién ha hosado nombrar al Grupo Masculino de Liberacion en vano? Esto es una provocacion en toda regla. Acaso no sabes que aquí tenemos las IP controladas? Vamos a ponernos en marcha y a identificar a ese troll antes de banearle. Sabremos cómo se llama, donde vive, y si es un tío le pegaremos una paliza, para que se le pase la tontería y si es una tía la mataremos. Ostia ya!
No sea flipado, Alonso, que aquí solo moderamos los moderadores. ¿Y qué coño es eso de amenazar de muerte? ¿Quiere usted que le banée? Hagan el favor de respetar el topic y se dejen de mamandurrias. Sobre todo va por usted, Gilligan.
¿Qué coño habría pasado? Ernesto subió con la ruedita del ratón y siguió leyendo en este orden:
Pornotubo Miembro PEqueña joyita queacabo de encontrar: ananovanalb2 Que os parece?
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Pepebueno Miembro A veces es que leo el foro y me da vergüenza ajena.
Pues si no te gusta no te metas
Macho Man Miembro A veces es que leo el foro y me da vergüenza ajena.
Alonso_3 Miembro Quién ha hosado nombrar al Grupo Masculino de Liberacion en vano? Esto es una provocacion en toda regla. Acaso no sabes que aquí tenemos las IP controladas? Vamos a ponernos en marcha y a identificar a ese troll antes de banearle. Sabremos cómo se llama, donde vive, y si es un tío le pegaremos una paliza, para que se le pase la tontería y si es una tía la mataremos. Ostia ya!
Tracylords Miembro Ni puto caso.
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Espñaol139 Miembro Soy el único al que le parece que Gilligan Solanas es un trol? Cada vez que postea parece que quiera tocarnos los cojones a todos o reírse de nosotros o las dos cosas a la vez. Dónde están los moderadores? Amargado tu puta madre. Que baneen a ese subnormal ya.
Guerreroespacial Miembro Offtopic total.
Gilligan Solanas Miembro ¿Qué opinará de esto el GML? Thumbs up, boys! Manifesto Atención, chicos, tenemos una buena noticia para vosotros. Estad atentos porque Madrid va a ser el escenario de un nuevo movimiento underground que esperamos pronto será imitado en todo el mundo. Aunque nace dentro de un marco alternativo, nuestra intención no es permanecer en los suburbios de la cultura, sino introducirnos en lo más íntimo de toda aquella gente que podríamos llamar «normal». Y es a través de ella como llegaremos a otros lugares, tan cercanos y tan lejanos al mismo tiempo. 38
Queremos penetrar en todos aquellos que creen que solo hay una forma de placer, que solo hay un tipo de sexualidad. Y desde dentro, tocar la verdad con los dedos, porque en el fondo saben que se equivocan, pero no quieren verlo. Y sí, chicos, lo habéis adivinado. Esta gente «normal» sois vosotros. Y aunque nos dé asquete, queremos haceros despertar de una vez por todas. Sabemos cómo, estamos preparadxs y vamos a por vosotros. Os encontraremos en cualquier parte, pero sobre todo en los lugares más insospechados. Esperadnos. No nos temáis. Lo que demuestra que hemos empezado es que muchos ya estáis leyendo esto porque la curiosidad os ha hecho llegar aquí desde una inconfesable experiencia, buscando una respuesta. Si ese es tu caso, sigue con las preguntas. No te quedes aquí. Más allá de ellas está la liberación y el placer, no lo olvides. Ya has despertado. Que no te venza otra vez el sueño. Otros habréis llegado por casualidad. Si ese es tu caso, tranquilo, relaja el esfínter, porque podrías ser tú el próximo. No os lo toméis a mal, que en el fondo lo hacemos por vuestro bien, y lo sabéis. Os traemos una broma, un juego para llenar de placer vuestras vidas anodinas. ¿Por qué sabemos que no sentís suficiente placer? Porque se os nota en la cara. La amargura se os ve a la legua. Si queréis acabar con ella, ya sabéis: dejaos hacer y recordad: thumbs up, boys! Fdo. colectivo Thumbs up, boys!
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Al llegar a este punto, Ernesto casi se pone de pie. ¿Qué coño era esto? ¿La muy hija de puta se había metido en todos los foros publicando esta mierda? ¿O solo en este porque sabía que lo leía él? ¿O era una conspiración enorme que pretendía joderle la vida a media humanidad? ¿Cuánta gente más estaría en la misma situación que él? Ernesto deseaba venganza. «Me siento violado, me siento violado», se repetía a sí mismo todo el rato. No sé si hace falta decir que era la primera vez que sentía algo así. Esto le desconcertaba mucho. Se entregó de nuevo al buscador de Internet, pero ahora no dejaría de investigar hasta encontrar un punto desde el que acometer su venganza. Poniendo en el buscador “colectivo Thumbs up, boys!”, por fin dio con algo de información útil. Parecía como si alguien se hubiese dedicado a colgar el manifiesto en todas las páginas posibles. En foros, en Facebook, en comentarios, en blogs… Investigó durante horas cada página de cabo a rabo hasta que por fin encontró lo que buscaba. Era el blog personal de alguien, de alguien que en su foto de perfil llevaba los labios pintados de rojo, como la chica del Ballroom. En él aparecía el manifiesto y debajo un contador por ciudades. En Madrid podía leerse un dos. Casi se levantó de la silla para dar una palmada, pero al final la dio sentado. Una palmada bien sonora. —¡Te tengo, hija de puta! Rápidamente volvió al foro a postear lo que había encontrado, aunque mientras pinchaba en favoritos ya había empezado a dudar si hacerlo o no. Antes de decidirse, vio que el hilo de Acciones del GML había sido actualizado.
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A los tíos les llamaban «pollita», y lo decían con cara de asco y alargando la «a» mucho. «Pollitaaaaa». Llevaban minifaldas, sujetadores por fuera, taconazos, iban armadas con pancartas, un arsenal de pintalabios baratos, bolsas de plástico repletas de boas de plumas y poco más. Aparte de soltar improperios tipo «te voy a comer to lo negro», «ven aquí que te saque el jugo», «tienes unos ojos que te comería toda la polla», etc., intentaban cazar a los hombres más reacios con las boas y a los más receptivos —que eran la mayoría— les dejaban la marca de los labios en la cara de la forma más visible posible. Se hizo en Vázquez de Mella porque no se quería correr riesgos. Hay fotos del evento. Recuerdo una pancarta que decía «no te quejes: te alegramos el día», y otra con «a todo hombre le gusta que le digan guapo». Yo no pude ir, y eso todavía me jode. Kancho me dijo que estuvo muy bien, que la gente entendía el mensaje y que pocos se ofendían. Por eso el desenlace fue todavía más desconcertante. —Yo ya me empecé a preocupar en cuanto vi al tipo ese —me dijo Kancho—. ¿No era demasiada casualidad? Y si no lo era, ¿cómo se había enterado ese tío de que yo iba a estar allí? Parece ser que nuestro Ernesto o no vio el peligro de acercarse a las activistas o le daba igual, porque se metió de lleno y, como no podía ser de otro modo, acabó enredado en boas de colores y con toda la cara llena de carmín. Yo me imagi41
no a Ernesto quitándoselas de en medio a lo bestia, como un hombre de las cavernas, rabioso, como si no supiera dónde se había metido. Kancho se escondió enseguida, claro, detrás de un coche. —¿Y si el tipo quería pincharme o algo? La verdad es que, ahora que lo pienso, me parece que lo que buscaba yo escondiéndome era más bien conseguir un poco de tiempo para pensar en qué coño hacer… Y vinieron los cerdos. Apareció de no se sabe dónde la furgoneta con los criminales del Grupo Masculino de Liberación. Iban con la cara tapada, barras de hierro y bates de béisbol. Dieron a diestro y siniestro. Tanto que hasta hubo gente que terminó en el hospital. —Seguí la convocatoria por internet. Fue horrible… —le dije, porque me daba vergüenza no haber estado cerca ese día y necesitaba demostrar que sí me preocupó en su momento. No sé si hace falta explicar que ahora escribo desde el deseo de emular a Kancho, aunque a mi manera. Ya sé que puede sonar infantil, pero la envidia que le tengo por ser capaz de estar en primera línea de combate me empuja a intentar una suerte de segunda oportunidad. Quiero apoyar haciendo la función de eco. Quiero representar el activismo social para darle una mayor proyección. Es mi forma de estar en paz con mi conciencia. —Qué casualidad que las lecheras llegaran media hora después… —añadí. —Ya te digo —Kancho se había sentado en una silla y apoyaba el codo en la mesa—. Entonces más o menos ya sabes. Ahora quien estaba tumbada era yo, como si él fuera mi terapeuta, pero solo en parte, porque yo escuchaba y era él quien hablaba.
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—Pues se ve que confundieron al tipo ese con una de nosotras o algo así, o es que esos gorilas se habían metido tanta coca que no distinguían. La cosa es que le engancharon, y le dieron, pero bien. Y no es como cuando llevan el uniforme de antidisturbios que, quieras o no, se contienen un poco. Aquí iban a matar, los muy cabrones. No le hubiera dado tiempo ni de decir «que soy compañero, coño». Pues eso, que yo menos mal que estaba detrás del coche y me dio tiempo a reaccionar. No quería irme sin darle a alguno. Lo malo es que el que tenía más cerca era el que le estaba zurrando al tipo, pero bueno, estaba demasiado a huevo como para no aprovecharlo. Así que salí de mi escondite y le di una patada voladora al cabronazo que se estrelló contra el coche de al lado, y se dio con la barbilla, y se dio fuerte. Bueno, yo no me paré mucho a mirar, pero me parece que tardó un rato en levantarse. Y si tuvieron que levantarlo, mejor. Y por mí que no se hubiese levantado nunca, mira —aquí hizo una pausa y me buscó los ojos con una media sonrisa. Kancho sabe que me escandalizo con la violencia, ya sea física o verbal. Yo sé que él sabe, y no moví ni un músculo. Pero supongo que se me notan las cosas, porque Kancho siguió con su relato con la sonrisa instalada, disfrutando de mi desconcierto. —Luego fue el típico sálvese quien pueda. Ya sabes que, si hay algún marrón, quedamos en Las Troyas —este es el nombre del Centro Social Okupado llevado solo por mujeres que montaron Kancho y otras chicas—, así que para allí me fui. Pero cuando estaba cerca, miré hacia atrás y casi me muero del susto al ver al tipo tras de mí como una bala. Yo, la verdad, no podía más, así que intenté darle esquinazo y meterme por el solar que hay detrás, no sé si lo conoces —yo no tenía ni idea—. Pues es como una entrada secundaria, como una entrada secreta. Está difícil de ver, y hasta de pensar que desde allí se llegue a Las Troyas. Hay que meterse en un bajo por una 43
ventana y, desde dentro, subiendo por una escalera, se llega al rellano de… Bueno, te da igual. La cosa es que el cabrón no me dejó atrancar la puerta del solar por dentro y se coló. Le esquivé un par de veces y me metí por la ventana, pero hasta ahí llegué. Me pilló, el muy cerdo. Entonces me coge del brazo y me dice «por fin solos. ¿Y ahora qué?» —imitaba la voz de Ernesto como si fuera un verdadero neandertal—, disfrutando del momento, ¿sabes? Yo me suelto —hizo el gesto de zafarse como si estuviera allí mismo— y le digo «tócame un pelo y te mato». La verdad es que yo me imagino a Kancho en plan agresivo y me acojona un poco. Nunca me enfrentaría a él, porque es experto en autodefensa feminista. De hecho, él me dio clases a mí en Las Troyas y doy fe de que tiene una fuerza nada desdeñable. Algo de eso se debe de notar cuando uno adopta una postura de defensa. —El tío empezó a reírse y me dijo que era broma. «No te quiero hacer daño, mujer» —sacaba la mandíbula inferior hacia afuera y fruncía el ceño para imitar a Ernesto—, «solo que… creo que me debes algo. Ahora me toca a mí, ¿no?». Bueno, yo le dije que qué coño le debía yo a él si le había quitado de encima a un cerdo hacía un rato. Y dije la palabra «cerdo» como con mucho asco, porque ese es también uno de ellos. Cosa que me jode, porque me lo acabé acercando mucho, pero, ¡coño, es que no pude hacer otra cosa…! Al final, yo con todo el morro me saco el tabaco y me empiezo a liar un piti. Ahí, en su cara, como si me la sudara todo. Me temblaba un poco la mano, pero bueno… La verdad es que en este punto envidié mucho a Kancho. Debió de pasárselo en grande, el muy cabrón. —Joder —me limité a decir. —Coño, Curra, ¿cómo iba yo a desaprovechar esa oportunidad? Lo tenía enfrente y dispuesto. Quería saber… 44
—No, si está bien… No digo nada. —Para calmar un poco los ánimos, cuando me acabé de liar el piti, le di una toallita desmaquilladora que llevaba en el bolso ese que me había puesto para la acción de Vázquez de Mella y le dije algo así como «para estas cosas llevan las chicas el bolso, digo yo». Es que llevaba la cara llena de carmín, ya te imaginas, aunque él no tenía ni idea… Le tuve que decir yo dónde limpiarse… Esto calmó mucho la cosa y me encendí el piti — prosiguió, disfrutado muchísimo con lo que me contaba—. El tipo me miró y me dijo, envalentonado, «pues tenía ganas yo de hablar contigo, ¿sabes?». Y, Curra, ¿qué quieres que te diga? Ya que me lo pidió, le conté todo. Le dije que le metí el dedo con un guante de látex y un poquito de lubricante —aquí no pude contener la risa—, que fue el índice (solo la puntita) y no el pulgar y que el hecho de que le susurrara al oído y le pillara meando y borracho no era casual, sino que respondía a una estrategia, no para no hacer daño, sino para poder penetrarle —yo por aquí ya estaba llorando de risa, y hasta mis compañeros de piso dejaron de hablar para prestar atención a otra cosa que no era fútbol—. Entonces él me dijo, todo chulo, «sabes que yo ahora te tendría que estar partiendo la cara, ¿no? O poniéndote una denuncia». A mí me sonó raro. Como si no fuera solo una amenaza. ¿Me entiendes? Como si en realidad quisiera conseguir algo a cambio de olvidarse del asunto… —Qué asco. —Exacto. Pero ya estamos medio acostumbrados, ¿no, Curra? —Psé. —Yo no hice mucho caso y seguí contando. Le dije que tras oírle cantar en el metro aquello de «a mí nadie me jode, a mí nadie me da por culo…», unas amigas y yo dedujimos que su ignorancia en torno al sexo anal era del todo injusta y había que empezar esta labor didáctica y, hasta si me apuras, hu45
manitaria —eso era demasiado, me dolía el estómago de reír tanto—. Y ¿sabes lo que me dijo el tío? —A ver, sorpréndeme. —Pues que no era verdad, porque teníamos un colectivo o algo así. Cágate. Al final no era tan tonto como había pensado. —Y ¿cómo sabía él lo del colectivo? —yo estaba bastante sorprendida, claro. —Bueno, es medio fácil. Llenamos Internet con el manifiesto. —Ah. —Claro. Así que tuve que darle la razón. Le dije que lo habíamos hecho con premeditación y alevosía, que íbamos buscando víctimas y entonces aparecieron ellos, y que aquella canción le había condenado. Le pregunté qué coño tenía en contra del sexo anal. «¿De verdad que no hay ni siquiera un poquito de ganas de salir de vuestra ignorancia?», le dije —me hacía gestos con las manos, como diciendo «espera»—. Y entonces le pregunto «¿a ti te gustó?» Aquí tuvimos que parar un rato largo. Yo me levanté de la cama para no ahogarme y Kancho metió la cabeza entre las rodillas. Aquel día me reí como pocas veces en mi vida. —Y va el tío y me dice que no se acuerda bien —siguió Kancho entre risas—. Y yo le digo «pues si no te acuerdas bien es porque no fue tan desagradable» —aquí me imagino perfectamente a Kancho delante de Ernesto mordiéndose los carrillos para no reír—. Ay, la verdad es que me pasé mucho con el tío. Es así —hubo una pausa—. Que se joda, mira. —Pues sí. —Pero espérate, atiende si era monguer que cuando le dije que en el Ballroom parecía que me lo estuviera pidiendo a gritos porque no paraba de mirarme, me contestó «llamabas mucho la atención. Eres muy guapa, ¿sabes?». Medio nervioso, 46
como confesándose. Vamos, tirándome los trastos como si estuviéramos en el «insti». —Joder, ese tío no se enteraba de nada. Hubo una pausa. Es Kancho siempre quien lleva la conversación, y yo sé cuando me toca hablar y cuando no. En este caso había que esperar a que él reestructurara su discurso, para proseguir: —Pues no pude aguantarme y le solté el rollo, ¿sabes? —aquí Kancho se puso serio—. Intenté explicarme, para que supiera por qué es mi enemigo. Le dije que en realidad estamos en guerra, en guerra constante, que hay una lucha de clases encarnizada y una lucha de género feroz. Si los que son como él no la ven es porque estas luchas no son tan visuales como intelectuales. Le intenté explicar que aquí, en territorio europeo, por ejemplo, la guerra es intelectual y social, pero no deja de generar víctimas, no deja de obligarte a pertenecer a un bando o a otro. O con nosotros o contra nosotros. —No está mal explicado. —El cerdo ese, como toda la gente «normal», me está haciendo la guerra. Sin saberlo, pero lo hace, y precisamente porque no quiere saber que lo está haciendo, no le compadezco. —¿Entonces? —Nada. Lo vi claro cuando me dijo «tienes razón, tía, no tenemos que llevarnos mal, no hay que ser machista ni feminista» —y aquí Kancho puso los ojos en blanco. —Ouch. —Pasé, Curra. ¿Por dónde empezar con un caso así? Estaba perdiendo el tiempo. Simplemente le dije que saliéramos un poco a que nos diera el aire, y el tío se debió de pensar que quería dejarme hacer o algo así. Después de cruzar el patio, 47
salió él primero y conseguí atrancar la puerta y dejarle fuera. No he vuelto a verlo. De todas formas, no creo que pueda reconocerme con mi aspecto. Si te fijas, solo me ha visto disfrazado de tía… —hubo una pausa. En la habitación de al lado se oía todavía el fútbol—. La verdad es que no estoy nada seguro de que al final esto sirviera de algo. —¿Te refieres a hablar con él o a meterle el dedo? —A las dos cosas. —¿Por? —¿Eres capaz de imaginar a una persona que disfrute del sexo anal, pero que censure las relaciones de los demás por ser, por ejemplo, homosexuales? Pensé durante unos segundos y cuando le iba a dar la respuesta, me cortó él: —Exacto. El problema de base, creo yo, es que identificamos el rechazo a la sodomía con la opresión heterosexual, y esto no es del todo cierto —siempre he envidiado la rapidez de Kancho. No a la hora de hablar, sino a la de pensar. A veces me cuesta seguirle y tengo que pedirle que retroceda un poco a rescatarme—. Cuando el paso que quieres dar es muy grande, es posible que te quedes a medias. Si con el colectivo Thumbs up, boys! hemos despertado algún interés por placer del ano, sospecho que en ningún caso este interés estará dirigido al placer del propio ano.
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Así que, cierta noche —ya que Kancho lo dice—, Carlota estuvo más traviesa de lo habitual. A veces ella le daba la espalda a Ernesto, desnuda en la cama, para tapar su sexo y excitarle todavía más. Lo que él hacía entonces era darle un par de cachetes, morder un poco las nalgas, arañar flojito y después darle la vuelta con energía, forzando la leve resistencia que ella ofrecía. Luego le comía el coño con exagerada pasión. Cuando ella se corría, le comía la polla a él como una loca y, cuando ya estaban bien cachondos, podían seguir pegando el polvazo como solían. Pero aquella noche ella no cedió, y permaneció de espaldas, tozuda. Entonces Ernesto se quedó quieto, sin comprender. Para él siempre era un problema que Carlota no le dijera en la cama lo que tenía que hacer. Si no te lo dejan claro, ¿cómo estar seguro de estar acertando? Tanto es así que estuvo a punto de vencer su temor a abrir la boca, a preguntar, a mostrar su indecisión delante de su chica, pero pronto se acordó de las palabras de Alfonso y, algo nervioso, le separó las nalgas y empezó a fingir que lo que quería era comerle el coño por detrás. Luego fue poco a poco desplazando su lengua y sus dedos hacia el ano, ese gran desconocido. ¿Por fin iba a poder metérsela por el culo? ¿Sin ni siquiera tener que insistir? A Ernesto le costaba trabajo creer que resultase tan sencillo.
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Cuando pensó que era el momento, le metió el dedo hasta el fondo con fuerza. Carlota, rápidamente, buscó con su mano la de él para parársela. Ernesto pensó que ya la había cagado. «¡Mierda! Se jodió el invento…». Pero ella, en lugar de apartársela, guió su mano, indicándole cómo se estimula un ano debidamente. El polvo que siguió fue estelar, ya te puedes imaginar. Y agotador. Después, beso de buenas noches y a dormir. Ningún comentario.
A la mañana siguiente, en el desayuno, Ernesto se debatía interiormente entre sacar o no el tema. «¿Cómo he podido hacerlo sin pedirle permiso?», se preguntaba como si él hubiera tenido la culpa. «¿Le habrá gustado? ¿Querrá que hablemos del tema? ¿Cómo puedo saber lo que hacer si nadie me lo dice? ¿Cómo puede ser que llevemos tres años y la conozca tan poco?». En realidad, Ernesto sabía bastante de Carlota, pero nunca suficiente. Aunque tuviera todas sus contraseñas, aunque le espiase el móvil, no había forma de saber qué hablaba con sus amigas cuando se reunían a tomar café… La observaba temeroso. Ella estaba de espaldas, preparando algo sobre la encimera de la cocina, pensativa. Ernesto tanteó el terreno: —¿Qué haces? —Estoy preparando una ensalada para llevármela al trabajo. —Ah. Hubo un silencio largo interrumpido por el ruido del cuchillo sobre la tabla de cortar. Ernesto estaba hasta sudando. Al final, se atrevió: 50
—Anoche, en la cama… Carlota se giró rápido y le hizo callar tapándole la boca con un dedo, sensualmente. —Cariño, ya sabes… —y le besó la frente. Sí, sí lo sabía. Conocía la frase, aquella dichosa frase: «de sexo y de política no se habla». ¿Cómo no conocerla si la había escuchado mil veces? Pero hasta ese momento solo de los labios de quien parece que la había marcado a fuego en la cabeza de Carlota: el padre de ella. Muerto él, aquella frase se había perpetuado, pero esta vez le tocaba aguantarla en su propia casa, como el rosario de cuentas. Ernesto miró a Carlota. De verdad que no quería tenerla de morros. De hecho, lo de anoche fue la hostia. «Sí, es mejor así», pensó, «al fin y al cabo, lo de dar por culo no está tan mal». Entonces Carlota se le quedó mirando con una sonrisa traviesa. Quizá intuyendo la necesidad de terminar la frase, y contra todo pronóstico, dijo: — …hoy por mí, mañana por ti. Un acto reflejo contrajo el esfínter de Ernesto.
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Atención, chicos, tenemos una buena noticia para vosotros. Estad atentos porque Madrid va a ser el escenario de un nuevo movimiento underground que esperamos pronto será imitado en todo el mundo. Aunque nace dentro de un marco alternativo, nuestra intención no es permanecer en los suburbios de la cultura, sino introducirnos en lo más íntimo de toda aquella gente que podríamos llamar «normal». Y es a través de ella como llegaremos a otros lugares, tan cercanos y tan lejanos al mismo tiempo. Queremos penetrar en todos aquellos que creen que solo hay una forma de placer, que solo hay un tipo de sexualidad. Y desde dentro, tocar la verdad con los dedos, porque en el fondo saben que se equivocan, pero no quieren verlo. Y sí, chicos, lo habéis adivinado. Esta gente «normal» sois vosotros. Y aunque nos dé asquete, queremos haceros despertar de una vez por todas. Sabemos cómo, estamos preparadxs y vamos a por vosotros. Os encontraremos en cualquier parte, pero sobre todo en los lugares más insospechados. Esperadnos. No nos temáis. No os lo toméis a mal, que en el fondo lo hacemos por vuestro bien, y lo sabéis. Os traemos una broma, un juego para llenar de placer vuestras vidas anodinas. ¿Por qué sabemos que no sentís suficiente placer? Porque se os nota en la cara. La amargura se os ve a la legua. Si queréis acabar con ella, ya sabéis: dejaos hacer y recordad: thumbs up, boys! Fdo. colectivo Thumbs up, boys!