LEER ENTRE RÍOS

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PRESIDENTA DE LA NACIÓN Dra. Cristina Fernández de Kirchner

GOBERNADOR DE LA PCIA. DE ENTRE RÍOS D. Sergio Daniel Urribarri

MINISTRO DE EDUCACIÓN DE LA NACIÓN Prof. Alberto Sileoni

VICE GOBERNADOR Eduardo Laurito

SECRETARÍA DE EDUCACIÓN Prof. María Inés Abrile de Vollmer

CONSEJO GENERAL DE EDUCACIÓN DE LA PROVINCIA DE ENTRE RÍOS PRESIDENTA Prof. Graciela Yolanda Bar

DIRECTORA DEL PLAN NACIONAL DE LECTURA Margarita Eggers Lan COORDINACIÓN REGIÓN 4 (NEA) Natalia Porta plecturaporta@gmail.com ARMADO DE LA COLECCIÓN POR EL EQUIPO DE REGIÓN 4: Vanina Bravo y Olga Dri planlecturaregion4@gmail.com

DIRECCIÓN DE PLANEAMIENTO EDUCATIVO Prof. Marisa Mazza DIRECTORA DE EDUCACIÓN PRIMARIA Lic. Analía Matas REFERENTE PROVINCIAL PLAN LECTURA ENTRE RÍOS Perla Amatti EQUIPO TÉCNICO Pablo Amatti

“Fui al río” de Juan L. Ortiz, en Padre Río. Cuentos y Poemas del Río Paraná. Selección y prólogo de Mempo Giardinelli. Ed. Desde la gente. Buenos Aires. 1997 © Juan L. Ortiz “Para qué sirve un poeta. Un millón de sandías”, “Buey solo bien se lame” de Isidoro Blaisten © Isidoro Blaisten “El caballo del forastero” de William Mateo Firpo, en Crimen perfecto: (cuentos policiales entrerrianos) y fue tomado de la revista Puro Cuento Nº 6, septiembre/octubre 1987, pp. 21-22. © Mateo Firpo

JUAN LAURENTINO ORTIZ Poeta argentino (Puerto Ruiz, 11 de junio de 1896 - 2 de septiembre de 1978, Paraná). Conocido en el mundo de la literatura como “Juanele”. Fue una de las mayores figuras de la poesía argentina del siglo XX. Desde su casa en Entre Ríos creó un mito de su poesía, dedicada básicamente a rescatar su entorno de ríos en un marco en el que sobresale la reflexión filosófica. Algunas de sus obras: El agua y la noche (1924-1932), El ángel inclinado" (1938), La rama hacia el este (1940), El aire conmovido (1949), La mano infinita (1951), La brisa profunda (1954), El alma y las colinas (1956), De las raíces y del cielo (1958), En el aura del sauce (Obras completas 1970-1971, incluye El junco y la corriente, El Gualeguay y La orilla que se abisma, hasta entonces inéditos)

ISIDORO BLAISTEN Nació en 1933 en Concordia, Entre Ríos, y falleció en Buenos Aires en 2004. Trabajó como redactor publicitario, periodista, fotógrafo, librero y colaborador permanente de los diarios La Nación y Clarín. Fue en el cuento donde encontró su mejor expresión, que le valió ser reconocido como uno de los maestros del cuento argentino contemporáneo. El humor, la ironía y la reflexión instalan el clima donde Blaisten refleja su visión del hombre y el mundo, siempre trascendental. Recibió muchos y merecidos premios, entre ellos el Nacional de Literatura. Algunas de sus obras: La Salvación, Anticonferencias, Dublín al Sur y El mago.

Diseño de tapa y colección: Plan Nacional de Lectura 2011

WILLIAM MATEO FIRPO Ministerio de Educación de la Nación Secretaría de Educación Plan Nacional de Lectura 2011 Pizzurno 935 (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires Tel: (011) 4129-1075/1127 planlectura@me.gov.ar - www.planlectura.educ.ar República Argentina, 2011

Nació en Paraná en 1924. Profesor en Ciencias y Letras, vivió casi toda su vida en la ciudad de Victoria. De larga trayectoria docente en su medio, incursionó como escritor en la poesía, la novela corta y el cuento policial.

Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.


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FUI AL RIO... JUAN L. ORTIZ Fui al río, y lo sentía cerca de mí, enfrente de mí. Las ramas tenían voces que no llegaban hasta mí. La corriente decía cosas que no entendía. Me angustiaba casi. Quería comprenderlo, sentir qué decía el cielo vago y pálido en él con sus primeras sílabas alargadas, pero no podía. Regresaba —¿Era yo el que regresaba?— en la angustia vaga de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas. De pronto sentí el río en mí, corría en mí con sus orillas trémulas de señas, con sus hondos reflejos apenas estrellados. Corría el río en mí con sus ramajes. Era yo un río en el anochecer, y suspiraban en mí los árboles, y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. Me atravesaba un río, me atravesaba un río!

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PARA QUE SIRVE UN POETA. UN MILLON DE SANDIAS ISIDORO BLAISTEN

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ero además de concitar la magia, además de emitir “trinos feroces”, el poeta detenta la propiedad de soñar. Resulta que dos negros estaban dormitando en las laderas del Mississippi.

Uno de los dos se desperezó, bostezó, suspiró y dijo: –Cómo me gustaría tener un millón de sandías. El otro negro preguntó: –Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿me darías la mitad? –¡No!

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–¿No? ¿No me darías un cuarto? –No, no te daría un cuarto. –Rostus, si tuvieras un millón de sandías, ¿no me darías diez sandías? –No. –¿No me darías ni siquiera una sandía? ¿A mí, que soy tu amigo? –Mira, Sam, si tuviera un millón de sandías, no te daría siquiera una sola raja, una sola tajada de sandía. –Pero, ¿por qué, Rostus? –Porque eres demasiado perezoso para soñar por ti mismo.

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BUEY SOLO BIEN SE LAME ISIDORO BLAISTEN

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l fin solos –dijo el buey. Y empezó a lamerse. Se lamía con fruición, con delectación, con beatitud, con ímpetu y con esmero. Se lamía perseverantemente, asiduamente. Se lamió tanto la testuz que se quedó sin guampas, se lamió tanto los pies que se quedó sin pezuñas, se lamió tanto el lomo que se quedó sin lomo. Ahora cuando los chicos del barrio lo ven pasar, le gritan corriendo a su alrededor: –¡Lengua larga! ¡Lengua larga!

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EL CABALLO DEL FORASTERO WILLIAM MATEO FIRPO

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l caserío de Villa Elisa se ha poblado y ha crecido, no solo en el número de sus habitantes, sino también en el movimiento y actividades comerciales y fabriles. Hace apenas diez años contaba con unas pocas casas agrupadas alrededor de la iglesia, la botica, la comisaría y el almacén de don Abdala. La rehabilitación del ramal ferroviario y la reactivación de la industria casera, unido a la apertura de dos fábricas de conservas, han operado el milagro. Lo que voy a contar ocurrió alrededor del año cincuenta y seis, cuando Villa Elisa era un infierno grande, además de pueblo chico, como suele decirse. Doña Brunilda había quedado viuda muy joven y vivía casa por medio de la comisaría. Hacía poco tiempo que el comisario Romualdes se había hecho cargo del departamento policial. Era un hombre robusto que lucía en su redonda cara unos enormes bigotes. La gente del lugar solo sabía que se conservaba soltero, a pesar de sus treinta y ocho años, y que arrastraba el ala a su vecina. Pero también sabían que doña Brunilda, cuyos encantos se habían acentuado con la madurez, era requerida de amores por otros vecinos y forasteros que pasaban por allí.

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No sé si fue casualidad que el Venancio, serio enamorado y seguidor de la dama, fue a parar al calabozo denunciado por robo de hacienda, agravado por ebriedad y desorden en el almacén de don Abdala. En el interín, un forastero solía visitar asiduamente a doña Brunilda. Llegaba al pueblo muy bien empilchado, se apeaba de su flete, un malacara de buena alzada, y bebía una caña o una ginebra en el almacén. Después iba con su caballo hasta la casa de la viuda. Y digo “con” su caballo y no “en” él, porque el equino, que era recibido con terrones de azúcar y zanahorias, no le daba tiempo a montar. No bien salía del almacén, lo empujaba con la cabeza apoyada en su espalda, haciéndole caminar los doscientos metros del recorrido, sin permitirle desviarse de la ruta, hasta el lugar donde eran esperados y dulcemente agasajados. El comisario Romualdes, que parecía conformarse con su papel de buen amigo y protector de la viuda, lo veía llegar al forastero y esbozaba una sonrisa socarrona que hacía prever quién sabe qué tortuosos pensamientos anidados en su mente. Así pasaron los meses hasta que un buen día el encargado del orden puso en libertad al Venancio, que había cumplido su condena. Lo hizo pasar a su despacho y después de devolverle las pertenencias le dijo: –Estás en libertad; cuidate de andar vendiendo hacienda ajena porque volveré a encerrarte, y esta vez será por más tiempo. Eso no te conviene. Mirá lo que ha pasado en los pocos meses que estuviste en el calabozo: doña Brunilda se ha enamorado de un forastero que la visita varias veces por semana y seguramente se casará con ella. Venancio no dijo una palabra, pero entrecerró los ojos y escupió a un costado despectivamente.

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Al salir de la comisaría pasó frente a la casa de la viuda donde estaba el flete de su rival, atado a un palenque. En ese instante prometió vengar aquella afrenta no bien se presentara una oportunidad. Esa ocasión llegó una noche oscura, cuando el forastero iba llegando al pueblo en su malacara ensillado con lujoso recado. Venancio, que había tomado varias copas para entonarse, lo esperaba agazapado a unos centenares de metros del almacén, junto a un arroyo. Cuando lo vio cruzar el puentecito, le salió al paso y tomó al caballo por las bridas. Obligó al otro a bajar del equino, el cuchillo en una mano y el poncho en la otra y le tiró un puntazo que desgarró la manga de la campera de su rival. El forastero sacó su facón y trató de mantener a distancia al enardecido Venancio con la fusta que aún conservaba en una mano. Hizo un giro rápido y hundió su cuchillo en el otro. Venancio, al sentirse herido, arrebató el látigo de la mano del forastero y le aplicó un feroz golpe en la cabeza con el mango de metal. El sorprendido amante de doña Brunilda, mareado por el talerazo, alcanzó a herir mortalmente a su rival antes de desplomarse desvanecido junto a su caballo. Mucho rato después recobró el sentido y, aún atontado, recogió su cuchillo. Palpó la sien izquierda de donde manaba abundante sangre y alcanzó a ver el cadáver de Venancio tendido junto al arroyo. En ese momento sintió que alguien lo empujaba por la espalda, obligándolo a marchar hacia el pueblo. Quiso darse vuelta en dos oportunidades, pero el otro le daba tales empellones que lo hacían trastabillar y seguir su camino con vacilante paso.

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Cruzó frente al almacén de don Abdala y llegó, siempre empujado por la espalda, hasta la casa de la viuda. Allí al lado, en la puerta de la comisaría, estaba Romualdes. Al verlo aparecer con el cuchillo en una mano, lo detuvo, mientras el caballo se quedaba en la casa de doña Brunilda a la espera de las zanahorias y el azúcar. El forastero fue alojado en un calabozo y recién entonces se enteró de que había sido su propio caballo el que, por la fuerza de la costumbre, lo había empujado hacia la casa de la viuda poniéndolo, sin querer, en manos del comisario. El jefe de policía del distrito felicitó a Romualdes por haber aprehendido al matador antes de descubrir el cadáver de la víctima en las afueras del pueblo. Por supuesto, aquello fue la comidilla de la población y muchos que se enteraron de lo que realmente sucedió, dijeron que fue una injusticia no haber condecorado al caballo, héroe en definitiva de la jornada. Pero el comisario Romualdes no se inmutó por esas habladurías porque, después de poner a buen recaudo al forastero y muerto el Venancio, vio despejado el camino para enamorar a doña Brunilda que cayó en sus redes y es ahora su esposa. Dicen que, cuando Romualdes sale integrando una partida o viaja a la Capital por asuntos oficiales, doña Brunilda recibe visitas de caballeros que viven en el poblado o fuera de él. Pero esta versión corre por cuenta de las lenguas largas que siempre hay en los pueblos chicos que son, al mismo tiempo, grandes infiernos.

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JUAN LAURENTINO ORTIZ Poeta argentino (Puerto Ruiz, 11 de junio de 1896 - 2 de septiembre de 1978, Paraná). Conocido en el mundo de la literatura como “Juanele”. Fue una de las mayores figuras de la poesía argentina del siglo XX. Desde su casa en Entre Ríos creó un mito de su poesía, dedicada básicamente a rescatar su entorno de ríos en un marco en el que sobresale la reflexión filosófica. Algunas de sus obras: El agua y la noche (1924-1932), El ángel inclinado" (1938), La rama hacia el este (1940), El aire conmovido (1949), La mano infinita (1951), La brisa profunda (1954), El alma y las colinas (1956), De las raíces y del cielo (1958), En el aura del sauce (Obras completas 1970-1971, incluye El junco y la corriente, El Gualeguay y La orilla que se abisma, hasta entonces inéditos)

ISIDORO BLAISTEN Nació en 1933 en Concordia, Entre Ríos, y falleció en Buenos Aires en 2004. Trabajó como redactor publicitario, periodista, fotógrafo, librero y colaborador permanente de los diarios La Nación y Clarín. Fue en el cuento donde encontró su mejor expresión, que le valió ser reconocido como uno de los maestros del cuento argentino contemporáneo. El humor, la ironía y la reflexión instalan el clima donde Blaisten refleja su visión del hombre y el mundo, siempre trascendental. Recibió muchos y merecidos premios, entre ellos el Nacional de Literatura. Algunas de sus obras: La Salvación, Anticonferencias, Dublín al Sur y El mago.

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