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Rostros de Soledad

Celofán de la existencia

acción y tinta son buena combinación si se le agrega a esa loca de la casa, la imaginación: esa que todo lo trastoca, como huracán, como maldición, como cosa buena. Se le convoca y ya todo cambió. Se le eligió y el mundo es otro. En la soledad ardo, me congelo, sudo, tirito, aúllo, cavilo, desmenuzo, evoco ante la noche que transcurre o el día que amenaza en sola soledad que al ser enfrenta consigo y con relación a otros, los demás.

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Pasado, presente y futuro conviven en mi soledad, a la que doy salida a través de la palabra, y entonces la soledad es amor, desamor, postración a causa de la enfermedad, propiciatoria de reinicios, reseteo del disco duro que como nuevo prende y pretende llenarse con nuevas escrituras, con archivos que llenarán carpetas colmadas de historias en las que me vuelco, me revuelco en un intento por sacar del ronco pecho aquello que escuece o endulza, como ácido que escoria el alma, solivianta el recuerdo de placeres, quereres, infamias, traiciones, susurros, caricias, rasguños: recuentos de lo que ha sido, proyectos de lo que será, se dan en soledad. En ella se buscan verdades, se urden mentiras, se destilan verosimilitudes a la medida de las necesidades que nos permiten sobrevivir.

En la soledad vida y muerte, Eros y Tanatos nos ofrecen sus múltiples facetas, expuestas al libre albedrío contaminado por la escuela, el trabajo, el hogar, la familia, la cama del enfermo. Los Rostros de Soledad que

delinean los autores convocados a integrar este volumen son singulares y diversos. Como lo son aquellos espacios adonde la soledad se enseñorea y carcome, a menos que se le acepte y sea motivo para calzar botas con suelas vigorosas para reanudar el camino por la vida, con la euforia de dialogar y estar conmigo mismo, como quiere Alejandro Ostoa, quien a finales de 2017 dio inicio a un laboratorio llamado acción y tinta, “en el cual realizamos presentaciones en escena, como el homenaje a Pita Amor el año pasado”, pero principalmente impulsa la creación literaria, en casi todos los géneros, excluyendo poesía.

acción y tinta son buena combinación y ya procreó a Rostros de Soledad, con aportaciones de siete personas que arrastran la pluma y así responden a ¿para qué la soledad en un mundo como el nuestro, plagado de sonidos y silencios que devienen en brutal ruido, signo de identidad de una sociedad que enaltece a la masa en detrimento del individuo? Justo para preservarlo y brindarle la posibilidad de la reflexión y el diálogo con la unicidad que da lugar al colectivo, a la voz sin la cual es imposible el coro.

La soledad se preserva espacios y tiempos para que el zoo humano reflexione acerca de sí mismo y sus situaciones vitales, inalienables, siempre en constante transformación; sin ellos (tiempo y espacio para la soledad), el estruendo nos aniquilaría al manifestarnos siempre como muchedumbre solitaria aunque vociferante.

Las historias que conforman Rostros de Soledad son muestra de la peculiar manera en que los seres humanos avecindados en diversos ámbitos y ante variadas situaciones, enfrentan esa posibilidad que la vida proporciona para hacer realidad el aforismo de Arthur Schopenhauer: “La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”, aquellos que sin dios ni amo liberan a la loca de la casa y la entronizan como un antídoto contra la grisura de lo cotidiano, la medianía –celofán que nos envuelve la existencia– a la que la masificación intenta nos entreguemos.

Bienvenidos los Rostros de Soledad cincelados por Alejandro Ostoa, S. Maricel García S., Elena Reyes López, Úrsula Cotero García Luna, Miriam Veloz Díaz, Andrea Dinorah Zenil, y JuanMa Alemán. En ellos se mira el lector, o reconoce a sus semejantes, los otros. Compañeros de viaje. Juntos pero no revueltos.

Emiliano Pérez Cruz

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