Celofán de la existencia Acción y tinta son buena combinación si se le agrega a esa loca de la casa, la imaginación: esa que todo lo trastoca, como huracán, como maldición, como cosa buena. Se le convoca y ya todo cambió. Se le eligió y el mundo es otro. En la soledad ardo, me congelo, sudo, tirito, aúllo, cavilo, desmenuzo, evoco ante la noche que transcurre o el día que amenaza en sola soledad que al ser enfrenta consigo y con relación a otros, los demás. Pasado, presente y futuro conviven en mi soledad, a la que doy salida a través de la palabra, y entonces la soledad es amor, desamor, postración a causa de la enfermedad, propiciatoria de reinicios, reseteo del disco duro que como nuevo prende y pretende llenarse con nuevas escrituras, con archivos que llenarán carpetas colmadas de historias en las que me vuelco, me revuelco en un intento por sacar del ronco pecho aquello que escuece o endulza, como ácido que escoria el alma, solivianta el recuerdo de placeres, quereres, infamias, traiciones, susurros, caricias, rasguños: recuentos de lo que ha sido, proyectos de lo que será, se dan en soledad. En ella se buscan verdades, se urden mentiras, se destilan verosimilitudes a la medida de las necesidades que nos permiten sobrevivir. En la soledad vida y muerte, Eros y Tanatos nos ofrecen sus múltiples facetas, expuestas al libre albedrío contaminado por la escuela, el trabajo, el hogar, la familia, la cama del enfermo. Los Rostros de Soledad que
7