Carlos Albornoz, El héroe de La Bandera

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el héroe de la bandera

Basada en el libro “Volar Alto” de

Eduardo Gomien FUNDACIÓN PODEMOS CHILE


SOBRE EL AUTOR Eduardo Gomien es estudiante de Ingeniería Comercial en la Universidad de los Andes y uno de los fundadores del movimiento Podemos Chile, enfocado en promover historias de chilenos y chilenas que han dejado atrás la pobreza y cumplido sus sueños, motivando a miles más a perseguir los suyos.


Introducción

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a historia que estás por leer es una historia de sacrificio, como la de muchos chilenos. Es la historia de alguien que se planteó un sueño y luchó hasta cumplirlo. Es el camino recorrido por una persona que no dejó que la sociedad, los prejuicios, el lugar donde nació ni la falta de oportunidades le pusieran límites. En definitiva, es la prueba viviente de que las dificultades suelen preparar gente común para un destino extraordinario. En la Fundación Podemos Chile, hemos decidido lanzar esta colección de historias para que sirvan de ejemplo e inspiración, en especial para la nuevas generaciones, entendiendo que los caminos hacia la felicidad son muchos y cada uno debe construir el suyo. Lo importante, es saber que ese camino se comienza dando el primer paso, que es mirar al futuro, plantearse una meta alta y no dejar que nada ni nadie nos ponga límites. En esta colección de 5 historias, se presentan las vivencias de Marcelo Pino, Carol Hullin, Marco Lincoñir, Mariana Sandoval y Carlos Albornoz. Confiamos en que lo vivido por estos héroes y por muchos otros que permanecen hasta hoy en el anonimato, nos ayuden a sembrar no solo optimismo sino también la convicción de que en cada chilena y en cada chileno, hay un héroe escondido que está a la espera de ser despertado.


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EL HÉROE DE la bandera carlos albornoz | En busca de educación


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e su infancia en la población La Bandera, Carlos Albornoz no solo recuerda los partidos de fútbol en cancha de tierra y el miedo a los drogadictos que a veces aspiraban neoprén a un costado de ella. También se acuerda, con especial nitidez, de un episodio que marcó el resto de su vida. Junto a su hermano Víctor, un par de años mayor que él, contaban con ansiedad los días de la semana esperando el viernes. Ese día, junto a su madre, Ana Luisa Pardo, tomaban un respiro de la pobreza y viajaban hasta el centro de Santiago, a esperar al padre de familia a la salida de la agencia de aduanas, donde trabajaba como junior. Sentados en un banco o parados a un costado del edificio en la calle Huérfanos, los niños esperaban impacientes que apareciera Víctor Hugo. Lo que venía después era lo mejor: iban a comer pollo, papas fritas o alguna inusual delicia. Finalmente, después del festín, emprendían todos juntos el retorno a La Bandera. Al igual que los fenómenos naturales que, de tanto en tanto y sin previo aviso, azotan nuestra tierra, asimismo la inalterable tradición de los viernes terminó de golpe cuando, en 1982, una aguda crisis económica afectó a nuestro país. La agencia de aduanas quebró, y Víctor Hugo quedó cesante. Para los padres, la cesantía y todos los efectos que esta acarreaba eran gravísimos. Pero, para los niños, quedar sin el paseo al centro de los viernes, era aún peor. Sin tener una noción clara de lo que significaba una crisis, de inmediato sintieron el impacto.

Tiempo de lecciones Este episodio marcó un hito en la vida de los Albornoz Pardo y las reacciones fueron diversas. La apremiante situación familiar encontró respiro cuando, los mismos dueños de la quebrada agencia de aduanas, llamaron a Víctor Hugo y le comentaron que, en el negocio de los fletes, existía una necesidad insatisfecha y que podría abrirse camino por ahí. El padre consiguió un furgón Subaru 600 y empezó a ofrecer servicios de transporte en puertos y aeropuertos.


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Este hecho fue de radical importancia para sus hijos Víctor y Carlos, quienes sacaron sus propias conclusiones. Para el primero, la lección fue que en tiempos de crisis no había que echarse a morir, sino buscar una oportunidad en las necesidades insatisfechas. El segundo, en cambio, aprendió que si se formaba e informaba -como los dueños de la agencia-, tendría una ventaja inigualable y podría ayudar a otras personas a mejorar sus vidas o a salir de apuros. Entonces, Carlos comenzó a manifestar una inquieta curiosidad intelectual y un gran esfuerzo por entender el mundo y sus distintos fenómenos. Su madre, atenta y cariñosa, detectó esa motivación y entendió que buscando una mejor educación, él podría aprovechar sus talentos y aspirar a un mejor futuro. Sin embargo, no tenía un plan claro, no sabía cómo escoger un establecimiento de más calidad y la escasez de recursos limitaba enormemente las opciones. Ana Luisa, que en un principio había llegado solamente hasta séptimo básico, con posterioridad logró continuar y egresar de cuarto medio. Gracias a eso, pudo estudiar y convertirse en auxiliar de enfermería, y entrar a trabajar al Hospital Barros Luco. El mensaje para ella fue claro: la educación abría puertas. Por otro lado, su marido, Víctor Hugo, veía con desdén y reticencia lo que calificaba como una obsesión de su mujer: la formación académica. Trabajador incansable, él no terminó la educación básica y se ganó la vida desde temprana edad. Sin padre ni madre, logró sobrevivir gracias a su propio esfuerzo, razón por la que no daba mayor valor a la educación. Estaba convencido de que sus hijos tenían que emprender y salir adelante a través del trabajo duro, y en innumerables ocasiones les pedía que lo acompañaran a hacer fletes, para que aprendieran directamente de su esfuerzo y sacrificio. Para este hombre no existían los fines de semana, y crió a sus hijos en medio de ese ejemplo de dedicación.

Etapa escolar: cambios constantes De todas formas, Ana Luisa estaba decidida a entregar mejores posibilidades a sus hijos y, tomando en cuenta el consejo de una vecina, los cambió del precario Colegio Galvarino al Domingo Savio.


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Victor Hugo, papá de Carlos, en el vehículo que le permitió sacar a su familia adelante.

Ordenado y metódico, el pequeño Carlos -de solo 10 años- obtuvo de inmediato buenas notas. Pero este movimiento sería solo el primero. El siguiente empujón vino de los propios directivos del establecimiento Domingo Savio, quienes al ver el buen desempeño de su alumno, lo instaron a postular a algún liceo emblemático. Quedó en el Liceo Barros Borgoño, donde entró a los 12 años a cursar su séptimo básico, sin saber que lo más importante de su paso por ahí, no sería solamente el aprendizaje dentro de la sala de clases. En este liceo, Carlos vivió su adolescencia y enfrentó desafíos nuevos. Por


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Carlos junto a sus amigos en el club de canotaje, donde aprendió valiosas lecciones.

primera vez, sintió vergüenza de su origen humilde: no se atrevía a contar dónde vivía y se aterraba de pensar que sus amigos pudieran enterarse de que su pasaje era de tierra. Si le preguntaban su dirección, respondía con evasivas y vagas referencias. Era la primera vez que tenía compañeros de un estrato socioeconómico un poco más alto. Inquieto, se involucró en cuanta actividad extra programática existía: actividades deportivas, directivas de curso, encuentros culturales y de liderazgo y convivencias religiosas. En todas ellas, Carlos sentía que hacía un esfuerzo extra que nadie más buscaba, y logró grandes aprendizajes. Recuerda especialmente las lecciones del club de canotaje, donde el profesor César Nuñez se


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transformó en un verdadero mentor, y le enseñó habilidades sociales básicas, en el meritocrático además de modales y un vocabulario y austero ambiente más amplio, eliminando los registros de Ingeniería de marginales impregnados luego de toda la Chile, Carlos una vida en la población. comprendió que Fue en ese momento en que la todo el prestigio idea de estudiar psicología se volvió descansa en el título atractiva para él. académico. Un último escalón en su etapa escolar fue el cambio, en tercero medio, a un colegio subvencionado de mejor calidad, el León Prado de la comuna de San Miguel. El joven sabía que no sería fácil, pero estaba convencido que lo ayudaría sobremanera en su camino a la educación superior. Por otro lado, la rápida adaptación estaba dentro de sus fortalezas. Sin embargo, la exigencia del nuevo colegio fue golpeadora. Del promedio 6,5 en I y II medio en el Liceo Barros Borgoño pasó a un 4,7 en III medio en el Colegio León Prado. Su sueño de ir a la universidad estaba en riesgo, dado el peso que tienen las notas de enseñanza media en el sistema de admisión a la educación superior. Consciente del peligro, tuvo que redoblar sus esfuerzos y estudiar día y noche para empinar su promedio a 5,8 durante el último año. Si bien logró una recuperación sustancial, el resultado no era el óptimo y el escenario se tornó más complejo. Al mismo tiempo, su hermano Víctor, quien había seguido un camino escolar similar al de Carlos, optó por estudiar una carrera técnica en el Instituto Esucomex. Tras dos años, egresó como técnico en comercio exterior y se empleó en una imprenta de la empresa Alusa, donde obtenía una excelente remuneración.

Superando obstáculos Su resultado en la Prueba de Aptitud Académica (PAA) no le permitió entrar a la universidad. Al menos no en el primer intento. Dedicó un año entero a trabajar y volver a prepararse para la PAA y, con esfuerzo, entró a estudiar


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Carlos en su graduación de IV Medio del colegio Miguel León Prado.

psicología a la Universidad Católica de Valparaíso, carrera que pagó en un 100% con crédito. Enfrentó las dificultades como siempre: con tenaz empeño. Y pese a tener claro su origen popular, su gran simpatía le ayudó a relacionarse a la par con los compañeros de estratos socioeconómicos medios y altos. Las habilidades sociales desarrolladas en el club de canotaje cosechaban sus mejores frutos. Para fines de la década de los 90, los Albornoz Pardo estaban en una mejor posición y pasaron a ser parte de la clase media. El padre había consolidado su negocio de fletes, invirtiendo importantes recursos y armando una flota propia de cuatro camiones. Por su parte, Víctor hijo, fiel a las lecciones aprendidas de pequeño, enfrentó su propia crisis. En 1998, producto de la crisis asiática, quedó sin trabajo en Alusa. Al igual que su padre en 1982, no se echó a morir y, con el dinero del


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La familia Albornoz Pardo.

finiquito, formó su propia empresa: Kitchenpack. Hoy en día, esta organización da empleo a más de 200 trabajadores y compite directamente con Alusa.

Nuevos desafíos Al egresar de la universidad con excelentes notas, Carlos volvió a Santiago y abrió una empresa consultora especializada en temas de liderazgo, y con oficina en la calle Bulnes, en pleno centro de Santiago. En paralelo, entró a estudiar un diplomado de Habilidades Gerenciales en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile. Le interesó enormemente el ámbito académico, pero entendió que para hacerse un nombre, necesitaba realizar un postgrado en el extranjero. En el meritocrático y austero ambiente de Ingeniería de la Chile, Carlos comprendió que todo el prestigio descansa en el título académico.


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En su oficina del edificio de postgrados de la Universidad del Desarrollo.

Pasó los siguientes tres años intentando conseguir el patrocinio de la escuela para postular a una beca y estudiando inglés después del horario de oficina. Mientras luchaba por conseguir apoyo, viajó a Estados Unidos a conocer universidades. Su hermano le consiguió el pasaje y Carlos se las arregló para conseguir donde alojar. Estuvo en las universidades de Chicago, Wisconsin, Berkeley y Standford, entre otras. Carlos confiaba en que, pese a no cumplir con los requisitos de ingreso por su bajo nivel de inglés, si lograba dar a conocer su historia y su lugar de origen, podría convencer a algún profesor para llegar a Harvard u otra prestigiosa casa de estudios. Pasó, por ejemplo, cerca de un mes asistiendo


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a clases en Columbia, donde tenía un amigo. No entendía nada en las clases, pero asistir le permitía sentirse parte y lo motivaba. A la salida de los cursos, se acercaba a los académicos y les balbuceaba algunas palabras acerca de su historia de lucha y esfuerzo. Estando en la Universidad de Nueva York, un día conoció a Patricio Navia, cientista político chileno, que también subió peldaños a punta de constancia y mérito personal. Navia invitó a Carlos a un seminario donde participarían destacados políticos chilenos como Sergio Bitar y Claudio Orrego, entre otros. Así, acompañando a Patricio Navia y con una credencial de alumno de Harvard que éste le había prestado, Albornoz se paseaba entre la elite mundial. Asistía de día a conferencias y almuerzos de primer nivel, y de noche volvía a la realidad: caminaba varias cuadras por las calles nevadas de Boston hasta llegar a un estacionamiento, donde tenía un auto arrendado que le servía de dormitorio. Durante la noche, prendía cada cierto tiempo la calefacción para no morir congelado. Si bien ninguno de estos sacrificios le aseguraba el ingreso a una universidad norteamericana, Carlos se sentía recorriendo “una milla extra”, como él mismo sostiene. De igual manera que lo había hecho en el colegio y en la Universidad de Chile, cuando todos llegaban hasta cierto punto, a él le gustaba avanzar más. Sabía que la suma de pequeños logros lo llevaría a alguna parte. Y así fue. Carlos consiguió el patrocinio del decano de la Escuela de Ingeniería, obtuvo una beca y entró a estudiar un magíster en Negocios en la Universidad cuando todos de Florida; donde tiempo después llegaban hasta realizó un doctorado en Educación cierto punto, a él le para el Emprendimiento. De esta magustaba avanzar más. nera logró enlazar sus conocimientos Sabía que la suma de psicología con el desarrollo de los de pequeños logros negocios, en una especie de concilialo llevaría a ción entre la visión que siempre tuvo alguna parte. su madre y su padre.


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Posterior a su doctorado, Albornoz ha trabajado como asesor del Banco Interamericano de Desarrollo y del Ministerio de Economía de Chile. Continúa también con su consultora, que ha prestado servicios profesionales a importantes empresas del ámbito de la minería, el retail y los salmones. Y también hace clases en la Universidad del Desarrollo, que es lo que claramente más le apasiona. En ella, dicta distintos talleres y ramos, en los que procura unir dos mundos: a los estudiantes de la universidad con los jóvenes de la población La Legua, cerrando diferencias sociales usando el entusiasmo por el emprendimiento como punto en común.


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La historia del héroe chileno que acabas de leer, es una invitación a que te plantees metas altas y sueños que parezcan imposibles. Lánzate a perseguirlos con obstinada determinación. Enfrenta todos los desafíos y dificultades que puedan aparecer en tu camino con optimismo, pues solo a través del esfuerzo, el compromiso y el trabajo duro se logran cosas increíbles. Avanza sin dudar hacia tus sueños, sabiendo que no existen más barreras que las que tú mismo te pones.

www.draft.cl

Te invitamos a que pienses: ¿cuál es tu sueño? ¿cómo vas a alcanzarlo?


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CHILE NECESITA HÉROES Chile es un país maravilloso donde existen muchos héroes que permanecen ocultos. Esos héroes son hombres y mujeres de carne y hueso que han tenido que luchar contra todo para cumplir sus sueños y los de su familia. Hoy en día es cuando más necesitamos conocer sus historias, y saber que pese a todas las dificultades, sí es posible alcanzar metas altas y sueños que parezcan imposibles. Solo se necesita esfuerzo, perseverancia y creer en uno mismo. En este folleto se presenta la historia de Carlos Albornoz, un verdadero soñador que nació en la población La Bandera y terminó estudiando un doctorado en Estados Unidos. Te invitamos a conocer su historia, esperando que sirva de inspiración para que las nuevas generaciones enfrenten sus desafíos con optimismo y perseverancia.


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