Revista Mandeb N° 5

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Diciembre 2010


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NÚMERO CINCO

Editorial

S

e termina este 2010 que vio nacer a mandeb, y lejos de decir que éste es un proyecto madurado, es uno en constante crecimiento. Por eso estamos radiantes de presentar por primera vez una entrevista en mandeb, a cargo de Milagros Leiva, y nada menos que a María Magdalena, quien además viste la entrada de la edición. Muchas veces pensamos y repensamos cómo incluir la faceta del periodismo artístico en la revista, y de la mano de Milagros vino la respuesta. Le agradecemos a ella y esperamos que los lectores disfruten tanto de la revista como nosotros. Por lo demás, poesía, narrativa y ensayos de excelente calidad, alguna carita nueva que se suma al fogón, y los ya tradicionales amigos de la casa, siempre incondicionales enviando sus colaboraciones, confiando en el proyecto. A todos, muchísimas gracias. Los invitamos a visitar el blog y a añadirnos en el facebook, ya que lo tenemos. Un saludo y, como siempre, bienvenidos.

RM.

DE QUIÉN ES MANDEB. Manuel Mandeb es el Pensador de Flores, personaje central en la mitología del

barrio bonaerense de Flores creada por Alejandro Dolina. Junto a Jorge Allen, Ives Castagnino y el ruso Salzman forman el grupo de los hombres sensibles, enfrentado al grupo de los refutadores de leyendas, que se dedican a quitar la belleza, misterio y encanto a las maravillas del barrio con explicaciones racionales y científicas, completamente lógicas, que el grupo de Mandeb desautoriza desde el irracionalismo más radical. Mandeb tiene una obra tan prolífica como variada e inconclusa, citada al principio de “Crónicas del Ángel Gris”. Mandeb nos presta su voz polifacética para dar identidad a esta revista; identidad que no es otra que la Literatura Viva en sí misma con toda su diversidad. Para que cada vez seamos más sensibles y nos dediquemos menos a refutar. Es más, para que tengamos el valor de construir nuevas leyendas, paso a paso.

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EN ESTE NÚMERO: Número Cinco. ....................................................................................................................... 2 De Quién Es Mandeb. ............................................................................................................ 2 Autocrítica V. Mario Pires ...................................................................................................... 4 Servicios. Mario Pires .............................................................................................................. 4 Enséñales un fin. Mario Pires ................................................................................................ 5 Descifrando a Verne. Diego Sandro ..................................................................................... 6 Títeres de los Extremos. Nicolás García Gallego ................................................................... 8 Sin Salida. Nicolás García Gallego ......................................................................................... 8 Entrevista: María Magdalena. ............................................................................................ 11 Me Contaron. Milagros Leiva ............................................................................................... 15 44 Simultáneas de Ajedrez. Alejandro Brito Boadas .......................................................... 17 El Gurkha. axel luchilin krustofski ........................................................................................ 21 Relajación. Cecilio Pastrami .................................................................................................. 26 Tormenta. Junnecus .............................................................................................................. 31 Historietas ............................................................................................................................. 36 Sobre la Imagen de Portada. ............................................................................................... 37 ;-3

A Quien Pueda Interesar Mandeb es y será una revista bimensual gratuita, de distribución libre, en formato PDF y diagramada en A4 para facilitar su impresión si así el lector lo desea. Los editores no recibimos nada a cambio de nuestro trabajo excepto dolores de cabeza por las horas pasadas frente al monitor de la computadora y algo de satisfacción artística. Todas las obras que aquí se publican son mérito, responsabilidad y propiedad de sus autores. Por esto, las felicitaciones o críticas a sus contenidos serán derivadas a ellos. Finalmente, la revista, en su totalidad y sin modificaciones, puede ser distribuida y copiada cuanto se quiera; pero para reproducir aisladamente alguno de los textos que la componen se deberá solicitar el permiso expreso del autor. Para esto, basta con enviar un mail a revistamandeb@yahoo.com y nosotros lo pondremos en contacto con él. Los editores Diciembre, 2010. 3


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AUTOCRÍTICA V

Poesía Mario Pires

Poniéndome completamente objetivo llego a la conclusión que soy un perfecto pelotudo 8 cm de veneno no-instantáneo se va acumulando en mi sistema hasta transformarse en dosis mortal Lo peor no es el fin ya que el fin se puede presentar de diferentes formas Lo malo es esa sensación de vacío de vicio Por las calles veo miles de seres chupando sus cigarrillos y yo confundido entre las masas soy uno de ellos

SERVICIOS Mario Pires

Él hablaba sin parar mi mente era un universo estático Él seguía hablando mi mente no cambiaba de forma Su voz era un eco lejano y yo como gato en el tejado observaba el suelo de lejos amenazando con saltar sabiendo que nunca lo haría Él era el señor Bla Bla Bla y yo el señor que no escucha Eso tal vez sea bueno Tal vez sea malo Él era el señor que no para de hablar y no se cansa y yo el señor que me canso y eso que aún no he comenzado a hablar 4


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ENSÉÑALES UN FIN Mario Pires

A medio camino entre el infierno y el cielo estalla la guerra por el dominio. Hombres, mujeres, niños y ancianos ya saben su camino, ¿y qué hacer?, esperar, como siempre lo han hecho... Muéstrame el camino que hoy viajo perdido El rumbo decisivo de a ratos lo esquivo Pierdo el sentido me muero en el desvío La distancia se acorta, el fin existe, los monstruos, los duendes y tus salvajes brujerías; se derrumban, el fin espera. ¿Para qué gastar la última bala? Con un pie en el abismo y el otro indeciso trazo planes de futuro sobre un presente escurridizo Con un pie en el abismo y el otro ya decidido Soy un náufrago entre tanta gente

Mario Pires (1974) Nace en Oporto, Portugal. A los 3 años se traslada con su familia a Alemania. A los 8 se traslada a Montevideo, Uruguay, donde reside actualmente. Comienza a escribir relativamente tarde, allá por los 18 o 19 años. Antes de esa edad no manifestó ningún interés por la escritura, pero siempre demostró un gran interés por la lectura y la música. Entre otras cosas publicó poemas y cuentos en diferentes revistas under, participó en varios libros colectivos, editó una revista under, publicó dos librillos con textos propios, escribió una novela y un libro de poemas y cuentos que permanecen inéditos, escribió varias obras de teatro que fueron llevadas a los escenarios, produjo varios espectáculos, publicó en diversos sitios web. Más info: maldicionpoeta.blogspot.com.

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Poesía


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DESCIFRANDO A JULIO VERNE, MISTERIOSO Y MARAVILLOSO: Diego Sandro

El

investigador y escritor William Butcher es autor de un trabajo de puntillosidad histórica y literaria bajo el título “Las verdaderas aventuras del Capitán Hatteras”. La obra, una revisión del único manuscrito de la célebre novela de Julio Verne, le posibilita determinar variantes al relato definitivo publicado en el siglo XIX. Los resultados merecen comentarse. Verne publicó la novela por folletos en el Magasin d’Education et de Récréatión entre el 20 de marzo de 1864 y el 5 de diciembre de 1865. Su osado capitán viaja con su embarcación y sus marineros hacia el polo norte. Soportando contratiempos, dando lugar a las circunstancias habituales y atractivas para el lector de las aventuras de Verne, Hatteras llegará a su destino junto a un puñado de hombres, los únicos que mantienen la percepción de un juicio lúcido en ese enceguecido luchador. Hatteras, sin elementos para la supervivencia en el frío y el desierto, continúa con su proeza y termina como una víctima de su enceguecimiento, de su porfía por alcanzar la meta. Esta anteposición del destino por sobre todo es la similitud mas clara del personaje con el Capitán Nemo, el constructor del Nautilus de las 20.000 leguas de viaje submarino. Hatteras es símbolo de obstinación, aún cuando las circunstancias son fatalmente adversas. Dos pasajes de la novela son los que sufrieron cambios al editarse. El primero de ellos es la narración del final trágico del capitán Hatteras. En el manuscrito, Verne narra un salto al vacío desde el cráter del volcán ubicado exactamente en el punto donde se juntan el paralelo y el meridiano cero. En la obra que conocíamos, Hatteras es rescatado por otro de los marineros, el capitán Altamont, quien logra asirlo del brazo y traerlo a suelo firme, aunque con su juicio extraviado. El final mostraba a Hatteras internado en un hospital psiquiátrico, con la mirada siempre ubicada en las coordenadas del polo, lo cual conservaba la idea de la obstinación. El segundo episodio descartado también involucra a Hatteras y a Altamont por ser este último americano y generarse una discusión con el otro, de profundo sentimiento inglés. La pelea entre los dos llega a tal punto que terminan decidiendo batirse a duelo para que el mérito de pisar por primera vez el polo le corresponda a una sola de las naciones. Llevándolo a cabo sobre un témpano, caen los contendientes al agua y son rescatados por el resto de la tripulación. Uno de los hombres de a bordo – el doctor Clawbonny- les advierte la insensatez de confrontar naciones por sobre la condición igualitaria humana de todos. Estos dos pasajes son merecidamente puestos a la luz por Butcher. Con el rescate del capitán la novela sufre una supresión de un segmento trágico que 6

Ensayo


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probablemente se venía anunciando desde el principio del relato. Pero tanto por morir o terminar sin sentido, lo que Hatteras no puede evitar es su autodestrucción. El capitán cae en su propio precipicio de ambición desmedida; insensata. El rasgo deshumanizado con el que se conduce Hatteras en todo el libro le hace predecir al lector que encontrará su final de un momento a otro. La eliminación del capítulo del duelo anglo-americano entre Hatteras y Altamont distorsiona el tinte político de la obra. Suaviza una rivalidad que, tal como fue redactada, era mucho más profunda. En este punto podemos detenernos para volver a hacer las eternas preguntas sobre el escritor y su relato: ¿Cuál de todos es Verne? ¿Es el obstinado Hatteras? ¿El patriótico Altamont? ¿El doctor Clawbonny de los consejos certeros? Y agregamos, ahora que conocemos algo más de la historia verdadera: ¿Será Verne el del texto editado? ¿O el reivindicado por el manuscrito?

La única certeza en este camino tan minado de interrogantes es nuestra inclinación por Verne. Elegimos sus obras una y otra vez, algunas por referencias, otras por sus seductores títulos, otras por su trascendencia universal, otras por el recuerdo lejano de haberlas leído en anteriores ocasiones o porque provienen de una pluma inigualada hasta hoy. Verne está ahí, en esas páginas. Lo repasamos cada vez que seguimos las aventuras, los extraordinarios senderos impredecibles del viaje. Por eso no hay una interpretación única. Verne ha logrado lo que solamente los grandes autores, se convirtió en su obra. Como vimos interpretarse de tantas maneras distintas y válidas al Quijote de Cervantes. Como Homero o Shakespeare. Ya no importa si fue osado, si fue un frustrado marinero o si eligió dejar en manos de su editor el cierre de sus novelas. Su historia personal se diluye porque es apenas un testimonio débil detrás del argumento sólido de sus creaciones. Ellas lograron volverlo capaz de ser lo que el lector prefiera ver en él.

Diego Sandro Tengo 33 años cumplidos hace poquito, el 2 de noviembre. Desde muy chico me apasionó todo lo relacionado con la narración oral y escrita. Egresado en periodismo en la Universidad Nacional de la Matanza, mis debilidades son, en la radio, el relato deportivo y en la literatura, autores de todo tipo. Julio Verne es, sin duda, uno de mis escritores preferidos por su enorme frescura en la narración y el optimismo muy característico de su época en el desarrollo técnico. Actualmente, vivo en Ciudadela y pretendo difundir lo que escribo. 7


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TÍTERES DE LOS EXTREMOS Nicolás García Gallego

Las palabras se cruzaban como flechas en la escasa distancia que los separaba. Dejaban llagas imborrables en ambos, y abrían brechas innecesarias. Un aura oscura parecía envolverlos, y tergiversar lo que decían al punto de llevarlo a los extremos. En aquel mundo de tinieblas y burbujas, tan suyo pero a la vez tan conocido por muchos, una palabra significaba un golpe y, una frase una estampida. En el rostro de ella podían observarse sentimientos dispersos y confusos, donde cada cual perdía sus propios límites y entremezclaba su esencia con los demás. Rabia, impotencia, incertidumbre, cansancio y resignación colmaban sus pensamientos y se lucían en forma de gestos casi imperceptibles. Él, casi como ocultándose, la miraba de a ratos mientras disparaba sus fieros proyectiles. No podría creer que, luego de tanto, no reflejase siquiera un atisbo de arrepentimiento, ni de calidez. Algunas palabras les resultaban desertoras, e incluso traidoras. Contradecían al ser emitidas, y mostraban la absurda variabilidad de su punto de vista. El clima continuaba desviándolos hacia las esquinas, y avivaba las llamas de la batalla. El hombre, la mujer, quienes alguna vez habían significado algo el uno para el otro, se mordían con dientes que no les pertenecían y se clavaban las uñas, creyéndolas garras. Aún así, las heridas se abrían en sus propios conceptos. No fueron sólo sus corazones los que resultaron heridos, sino también sus propias mentalidades, invalidadas por la furia y su extremismo.

SIN SALIDA Nicolás García Gallego

Parecía como si se fuera a deshacer a cada nuevo paso. Avanzaba con cautela, sin sobresalir entre el tumulto de gente que rondaba las calles en un típico lunes por la mañana. No poseía una complexión débil; la sensación de inconsistencia que se podía observar en él era algo que iba más allá de lo físico, pero que aún así se manifestaba en ese medio. La expresión que colmaba sus facciones, sumado al paso inseguro y su equilibrio inestable, lo hacían parecer hecho de papel. Un pequeño barco navegaba al costado de un cordón cualquiera, llevado por la corriente y la ligera brisa que soplaba con desgano. 8

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Bailaban en su interior miedos, preocupaciones y tensiones, que lo llevaban a casi resistir sus propios pasos. Sobrealimentado por las presiones externas, apenas encontraba razón para abandonar su apartamento. El barco llevaba un rumbo tambaleante; posiblemente fuera a causa de su desgaste provocado por el sendero de agua que, aunque dañina, conformaba su único motor de progreso. Aunque estaba devastado por la opresión de la vida en la ciudad, y la constante paranoia que lo invadía por completo en cada nueva salida, nunca pasó por su cabeza otra posibilidad. Nunca se planteó vivir, por ejemplo, en la tranquilidad de un campo. O en un pequeño pueblo. Avanzaba la barquilla porque el agua del cordón la apadrinaba. No tenía otra forma; el hecho de estar estancada en tierra hubiera sido lo mismo que haber continuado siendo un insulso papel. Lo que no sabía era que en tierra existen también formas de transporte que pueden servir, incluso, a un objeto. Y es que en la ciudad, aquel hombre era uno más del montón. Estaba allí, y sin embargo pasaba completamente desapercibido. Parecía gustar de aquel absurdo juego de invisibilidad, provocada por la ceguera que las preocupaciones causaban en los demás. No podría, no resistiría la vida en un pueblo pequeño, uno de esos en los cuales todos se conocen con todos. Era una extraña ironía, pero era allí donde las personas abundaban que el trato se tornaba más impersonal. Aún así, aquel pequeño y ficticio vehículo de papel tenía miedo de llegar al final de la cuadra. Por más que no quisiera, la sorpresa tomaría lugar en la esquina y el destino ejercería en él su jugada predeterminada. Llegó a la oficina a tiempo, aunque mucho después de haber salido; así de grande era su cautela. En el trabajo era obediente, hacía lo que se le decía sin ningún tipo de queja e incluso lo que no se le pedía. Años había pasado sin que se lo reconocieran, pero al nuevo jefe le dio lástima y lo citó para charlar sobre un posible ascenso. Se encontraba prácticamente al borde del abismo y sus nervios habían avanzado más adelante incluso que él mismo, llegando a surcar prematuramente el nuevo paisaje que seguía al fin de la cuadra conocida. Pensaba el pobre barco en los posibles males que su amplitud de pensamiento permitía evocar sobre sí mismo, y luchaba por detenerse. Pero el viento y la corriente lo impulsaban a continuar. Al fin y al cabo, la decisión era del medio. No le importaría ahora ser llevado a tierra con tal de detener aquel lento suplicio. Lo invadía una sensación atemorizante. Ya se encontraba en el límite del extremismo, ni él mismo podía creer que ya directamente tenía miedo a la propia gente. O quizá no fuera eso, tal vez era el miedo a sobresalir entre sus congéneres. No 9

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podía, no quería ostentar un cargo más elevado. Decidió que era un poco de las dos, y abandonó un poco de su cordura. Debió soportar mucho de sí mismo para dar la vuelta al cordón y llegar a la vereda contigua, pero al hacerlo vio un paisaje prácticamente igual al anterior. Le surgió una furia que lo impulsó a desear aún más el paso a tierra, el salir de aquel endemoniado lugar y de su monotonía burlona. Casi como un milagro, una mano lo asió hacia sí. El hombre salió corriendo de su oficina hacia la calle. Visualizaba en su mente un campo, o un pueblo cualquiera, y corría para llegar dondequiera que estuviese. Corría entre las personas, entre los autos, entre los gigantes de cemento. Pasaba semáforos en verde, intentando evadir los vehículos que se burlaban de su lentitud. Cruzaba cuadras, cruzaba calles. Otra más, y al fin dos faros amarillos enfrente suyo. La infantil sonrisa de aquella criatura no explicaba su accionar. Con sus torpes manos despedazaba al pequeño barco, dando fin así a su lineal existencia. Aún así, en esos últimos momentos su colorido fue mayor que en toda su trayectoria. A nadie en el sistema pareció importarle; cada día nacen nuevos hombres y nuevos barcos dispuestos a seguir su cauce determinado.

Nicolás Ariel García Gallego Pienso que las biografías son siempre completamente subjetivas. Ni siquiera uno mismo puede captar abiertamente y de forma completa su propia esencia. Cada persona tendrá, entonces, una pequeña parte de nuestro ser guardado entre los recovecos de su mente, pero nunca a nosotros. Por lo tanto, lo que diga de mí mismo puede ser tanto real para algunos, como impreciso y falso para otros. Debo decir que la Literatura es uno de los pilares que sustentan el refugio al que debo acudir en tiempos de necesidad. Eso no significa que conforme únicamente un desahogo en los malos momentos, no. Simplemente, es para mí una hermosa forma de descargar los sentimientos, tanto los eufóricos como los pesarosos. Llevo unos dieciséis años merodeando por la faz del planeta; y adoro la vida que me tocó vivir, o mejor dicho, a las personas con las que la comparto.

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MARÍA MAGDALENA

Entrevista Por Milagros Leiva

Escuchen punk, lean a Lovecraft y no hagan dietas María Magdalena: una chica acelerada y divertida como su personaje que, desde Perú, nos cuenta todo sobre su comic Soylamagdalena. ¿Cómo empezaste en el dibujo? ¿Y en el comic en particular? Toda la vida me ha gustado dibujar, pero sobre todo contar historias. De chica escribía muchísimo, luego le perdí la mano y empecé a dibujar historias, pero nunca terminaba nada porque me gustan las tramas complicadas y laaaaaaaaargas. La mitad las dibujaba, la mitad las escribía y la otra tercera mitad sigue en mi cabeza bailando tap. Luego, durante la universidad, me di cuenta de que mis cuadernos tenían más dibujos que letras, así que un par de años luego de terminar me dije: ¿por qué no? Agarré mis maletas y me fui a Buenos Aires a estudiar comic para poder hacer historias complicadas y laaaargas. Y, verás: MM tiene 500x500 pixeles y es una sola viñeta autoconclusiva. ¿Podrías definir tu estilo? Minimalismo-pop con palitos. O sea: si me alcanzara el tiempo haría más detalles y usaría más colores. ¿Cómo es el proceso trabajo final?

creativo?

¿Cómo

llegas

de

la

idea

al

Ni huevo ni gallina. A veces sale primero lo que va a ir dentro del globo de texto y a veces garrapateo caras al azar y pienso ¿Qué podría estar diciendo si tuviera esta cara? Soy muy floja, casi nunca corrijo, rehago o borro. Pero, en parte, ese tachado y la hoja arrugada es lo que define a MM.

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¿Con qué técnicas y materiales trabajas? Por lo general, un lapicero y cualquier pedazo de papel. Si es usado: mejor. También me compro los paquetitos de cuadrados de colores y dibujo ahí las viñetas diarias, con el color de lapicero que tenga a la mano. Cuando me toca hacer algo más especial (Participar en Pelotazo, hacer esta expo 1, tener 3 horas libres) uso mi tableta de dibujo (una Genius del 2008) y mi laptop (i'm a PC) para dibujar en Photoshop. Al principio dibujaba con un sharpie mini morado y coloreaba con lápices de colores. A veces también uso acuarelas. ¿Qué comics te gusta leer? ¡Muchos! Mi favorito es Sandman (de Neil Gaiman), de ahí mi afición por las historias laaaaaaaaargas y complicadas, pero adoro Scott Pilgrim que es como todo lo contrario. A la mitad he disfrutado mucho cosas como V de Vendetta, Hellboy, Tank Girl, The Umbrella Academy y El Eternauta (no es joda, cuando lo descubrí me voló la cabeza que fuera latinoamericano y de los 50). Algunas historias me llaman por la historia (sic) y otras por el dibujo. Aprendí a leer con Mafalda, a eso de los 5 años (edad en que religiosamente dejé de tomar sopa) y amo las tiras como Macanudo, Calvin & Hobbes y Maitena, etc ect ect etc etc etc etc. ¿Qué cosas te permite expresar este medio que no te dé el dibujo por sí solo o la literatura? El comic, para mí, es como la salvación al malentendido. Es el emoticón de carita feliz junto al “te odio, perra” en el msn. MM, particularmente, me da la posibilidad de decir muchas cosas que... No, espera. En la vida real sí digo las mismas cosas, pero sólo me escuchan mis 3 amigos y mi gato. El comic es... perdurable. Y con MM más que contar historias, emito opiniones.

1 La muestra de comic Las chicas quieren rock, realizada entre el 20 y el 27 de agosto de 2010 en Argentina. 12


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¿Cómo fue trabajo?

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el

proceso

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empezar

a

difundir

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tu

Pueeees, yo creo que todavía sigo en él. MM empezó en el 2008 en Bs. As. y para marzo del 2010, me mudé de vuelta a Lima, Perú. Así que en muchos sentidos es como volver a empezar. Lo bueno es que como de aquí no me pueden deportar, puedo pintarrajear muros, pegar cosas en las calles y eso. La verdad con el DNI argentino que pone INMIGRANTE en Arial cuerpo 30 en la tapa... me daba un poco de miedito trasgedir la ley. ¿Qué tipo de trabajos disfrutas más? Los cortos, los concretos. Los que no requieren ropa linda para trabajar pero te dejan ponértela para celebrar. No soy muy buena siguiendo jerarquías, porque, seamos honestos: no hay muchos jefes que respetar en el mundo laboral “que da plata”. Me gustan los trabajos en que puedes crear algo, entregarlo y hacer feliz a la gente. ¿Cómo ves el comic nacional? ¿Se hacen cosas nuevas? ¿Hay público y lugares de difusión? A ver... TU comic nacional (el argentino) está muy muy muy por delante de MI comic nacional (el peruano). Con esto no quiero decir que sean mejores, en ambos lados hay cosas buenísimas y cosas que dan pena. Pero hay un circuito comiquero en Bs. As. que es envidiable: las convenciones, las mismas comiquerías, los espacios de difusión. Aquí, sin dárnoslas de mártires tuvimos un X- Men al año por diez años, y eso era todo lo que llegaba de comics, al 500% de su valor. En Bs. As. hay una cultura del comic mucho más avanzada que acá. Aunque es desalentador al principio, hay que tomarlo como una oportunidad (o morir en el intento). ¿Crees que por ser mujer se espera que incluyas cierta “temática femenina” en tu trabajo? ¿Ser mujer es una ventaja o una desventaja? Creo que la gente busca que caigas en el cliché. Es como que les das la satisfacción del “te lo dije”. A mí me duele la panza cuando me indispongo, pero, la verdad, no me dan ganas de hablar/leer de eso habiendo tanta idiotez divertida por ahí. Ahora, por ser mujer, a veces caen oportunidades de hacer cosas en conjunto, lo que viene muy bien, porque no es tanto la competencia, sino la falta de oportunidades en general la que te sepulta. Diría que la ventaja es mover bien el traste, seas lo que seas.

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La muestra "Las chicas quieren rock" es una muestra colectiva y femenina ¿Es más fácil trabajar en grupo para atraer más público? ¡Sí! Todos soñamos con una muestra personal, supongo, pero empezar en grupo es más fácil y divertido. Hay más formas de difundir el trabajo y todos salen beneficiados. Las muestras colectivas me parecen buenísimas porque como espectador/cliente/fan te dan más por menos. ¡Y a mí me encanta la rebaja! ¿Qué cosas tienen en común con las otras participantes de la muestra? ¿O qué diferencias? A todas ellas las conocía por blogs, aunque nunca antes habíamos hablado. Ahora por la distancia, estoy empezando a conocerlas más virtualmente. Espero que podamos hacer algo juntas de nuevo. Y por qué no, aquí en Perú, apenas descubra cómo.

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ME CONTARON

Narrativa Milagros Leiva

Sabía que decir la verdad de entrada provocaría lo opuesto a lo que quiero. Por eso fui despacio, de a gotas, en cuotas. Volvía de la clase. Sonaba una canción de esas que están pensadas para que la gente baile sin escuchar o entender nada. Una música de mierda, diseñada con un fin específico, como la que ponen para que uno escuche mientras espera que le atiendan el teléfono. Te decía, una música de mierda, con palabras de mierda, repetida y gastada pero que de alguna manera hace que los pies entren en acción. Un punchipunchi feliz que hacía que mi monólogo interior y mi ceño fruncido contra el vidrio parecieran todavía más patéticos. Triste. No sé cuántas veces dije tu nombre en mi cabeza. O lo pensé. Pero era raro porque al pensarlo sonaba y era como verte en tu mejor momento: cuando te brilla el pelo y se te ve eso que sólo se ve en tus ojos. ¡Qué ojos que tenés! Que me matan o me curan, nunca nada en el medio. Entonces, con la cabeza apoyada para sostener todo eso que pensaba sin querer y que nunca dejo salir cuando estás cerca, tuve otro momento de revelación. Nada nuevo. Soy conocida por mis visiones apocalípticas. Jani siempre me dice que cuando tiene miedo de hacer algo me pregunta qué veo en su futuro porque según ella soy una “adivina de lo malo”. Pero ya estoy divagando... El tema es que sí, no sé por qué, pero tengo algún tipo de disparador que me avisa cuando una idea es muy mala, o cuando estoy en peligro o cuando algo o alguien me va a hacer mal. ¡Es bastante práctico, eh! Lo malo es que a veces decido ignorarlo completamente y es en esos casos en los que termino como ahora. Una boluda. Decía que ahora todo esto pesa y no porque quiera hacerme la metafórica sufrida sino porque pesa en serio. Si no paro de una vez con este ventilador de pavadas cerebral se me va a partir el cuello, o se me va a caer la cabeza... una de dos. Jani también dice que me sale bien la “pobrecita de novela”, que soy muy creíble en plan de triste. Pero creo que para opiniones como esas, con ella tengo suficiente. No creo que sea una buena referencia, al menos no una que me haga quedar como un ser humano medianamente decente.

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Las chicas del asiento de enfrente se tocaban el pelo como frenéticas, juntas, al mismo tiempo y siguiendo un ritmo. Dejé de mirarlas porque me pusieron nerviosa. ¿Harán todo de esa manera? Me dieron una sensación de siamesas separadas al nacer que me heló la sangre. Nunca pude hacer algo así con nadie, digo, mimetizarme, compenetrarme o prestar atención por más de cinco minutos. Después me disperso o me aburro. Lo mío es del tipo no doy nada y espero todo. ¡Ya van a ver, es buenísimo! Al final, te quedas sin nada igual... Debe ser por eso que me siento con la cabeza contra el vidrio y el ceño fruncido durante un viaje con una música que no escucho pero sé que está. Contra el vidrio surge Jani, otra vez, con sus palabras y sus rodeos. Sus verdades y esos ojos... Recuerdo: dije que no doy nada pero espero todo. Y agrego: esta vez di todo, pero no hubo nada.

Milagros Leiva (mL) 1984, Buenos Aires (Nacida y criada) Voy y vengo y doy vueltas pero siempre me aseguro de llevar alguna libreta para hacer anotaciones y con eso escribir lo que sea. Tengo una fascinación con la idea de “crear algo donde había nada”. Publico lo mío en Todo, nada... y lo que queda en el medio (perdidaenlanada.blogspot.com). También aparecieron algunos de mis textos en Escrituras Indie (escriturasindie.blogspot.com).

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44 Simultáneas de Ajedrez José Alejandro Brito Boadas

Una mañana plomiza, que repetía mañanas idas y por venir, acompañó a su madre al edificio cuyo emblema de rojo cruzado ya era un habitual de sus lunes y jueves. El edificio, gris u ocre, ciertamente gastado, se erigía silente entre otras cárceles de concreto habitadas por enfermos y frecuentadas por estudiantes que cargaban en sus batas blancas el tedio, la inconformidad con alguna calificación, la lástima por algún tísico, el disimulado deseo de revancha contra alguna vieja enfermedad, la no menos íntima prefiguración de fortunas alimentadas por ricos y pobres. Dos o tres simplemente llevaban la intención noble, sincera, tal vez reprochable, de ser médicos. El edificio, como cualquier hombre, alguna vez pudo vanagloriarse de su juventud: gente que alababa su rostro bello, órganos que funcionaban síncronos e irreprochables, la arrogancia robada a la lozanía, el gris u ocre hermoso, plateado, casi azul. Como cualquier hombre, su derrota contra el tiempo era el precio convenido con las deidades a cambio de la vida. Como cualquier hombre, su concreto ya no era límpido, el sol y el rocío desgarraban sus escaleras, su virilidad resultaba dudosa, su futuro se asomaba irrefutablemente incierto, y sus lunes y jueves allanaban espacios para Roberto, su madre, y los taconeos tristes de otros que probablemente recibieron en la pila bautismal los mismos nombres: Roberto, Luisa. Cuando yo supe que mi hijo tenía “esto” (y digo “esto” porque tengo la sensación de que llamarlo por su nombre lo refuerza), sentí que los caminos de mi vida se cerraron. Debe constar mi catolicismo o protestantismo, pero con franqueza admito que desde aquel día mi memoria prescindió de algunos dioses menores y de algunas oraciones tardíamente recitadas, con fe e infructuosidad. Oraciones que siempre me evocan los difuntos, tal vez laxos, mediodías en la casa de barro de mi tía-abuela, venida del Este, y despedida, como todos, hacia el Sur. Era una negra maciza, tejida con sangre africana, hija de la tierra y de los ritos. Ella me quería mucho. Ella fue mi iniciación a la fe y a la resignación de ser pobre. Era la casita de barro traspasada por unas gallinas libres y un gallo altanero, anunciada por una balaustrada de cardos, consolada por un tinajero de agua absurda, coronada por el sol, y éste, por alguna cometa formada con el chismoso papel de los diarios. Era Roberta, y cuando murió, la acompañaron su gallo, su vestido blanco prístino, y mi indiferencia absoluta y bochornosa de mujer enamorada. Sí, no la lloré, no fui una de las dos personas que la sepultaron, no mencioné su nombre en ninguna plegaria, e ignoraba todo sobre la palabra “leucocitos”. Lo supe al mes, y mi corazón enamorado no conoció turbación. Porque en ese entonces yo vivía en la capital y había conocido al padre de Roberto, faltaban pocos días para quedar embarazada, y era feliz, según creía, o según me decían mis amigas. Era feliz, y era otra. La niña inocente que celebraba los dulces de coco de la tía-abuela había crecido en las bocas y las manos 17

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de hombres fugaces que, como el padre de Roberto, la premiarían con una soledad inmensa y parduzca más propia de las llanuras infinitas que de un cuerpo púber. Al igual que en aquel momento ilusamente creía ser feliz, ahora creo que me he redimido con mi hijo que lleva su nombre, con la Biblia abierta en los salmos que ella prefería, con la cruz de una pobreza tan pálida como su vestido, con este escapulario al que me aferro mientras hablo para postergar las estupidez, mi silencio y el estallido de las lágrimas. Así me habló Luisa, aunque con palabras más cálidas y humanas que este vergel violeta e inodoro al que yo he recurrido para postergar la crítica, mi silencio y el estallido de la impotencia. Palabras más, palabras menos. El reloj de la secretaria deslizaba sus agujas con los retrasos propios de este mundo venido del Oeste. Después de todo, el tiempo de la secretaria, finalmente sana, no poseía las mismas dimensiones que el tiempo de un grupo de enfermos esperanzados. Y si la secretaria pensara, seguramente en su juicio dictaminaría que mientras más esperen los enfermos, más se incrementa su esperanza y quizás su curación. Así, con su aparente retraso, que ahora ya sabemos intencional, ella actuaba como la primera benefactora en la cadena de tratamiento. Sin sonrisas, para no confundir el diagnóstico que hacía de cada uno, y para evitar que la esperanza de algún desahuciado se convierta en fe (o peor, en certidumbre). Ella los envidiaba, tal cual Roberta envidiaba el andar despreocupado de sus gallinas, porque a ella nadie la liberó de su mal. Siempre sola, siempre dependiendo de los favores del poderoso sindicato. Para ello, toleró las cargas precozmente suspendidas de un ex-presidente del sindicato, en una cama enmohecida e insignificante. Un par de médicos y jefes habían sucumbido para siempre al chantaje del sindicato, y gracias a ese temor le expedían a ella, la secretaria vehemente, la que llegaba tarde a propósito, permisos para ausentarse hasta por cuatro meses (una vez, seis). Casi siempre la justificación de su ausencia era un dolor en la espalda, alteraciones emocionales por diatribas de pareja, un ojo hinchado, pero nunca, sépase, introspección de conciencia. Aquella mañana gris, parecida a la del martes previo, la secretaria registró 44 nombres en su agenda, incluyendo el del niño anémico. Le preocupaba sobremanera que las hojas libres en su agenda se extinguían. Agenda que, según el mito esparcido por la anterior secretaria, perteneció al propio Daniel Castelloni; un recuerdo de alguno de sus frecuentes viajes al Sur. Si la secretaria hubiese ido ese día, tal vez habría pasado algo como lo que recién referí. Pero cuando a mitad de la mañana, la jefa de Hematología requirió su presencia, se supo que no había asistido al trabajo ni al edificio. Del sindicato avisaron que el insomnio o la indigestión o la ludopatía la perturbaron, y exigirle presencia constituiría un acto de crueldad intolerable. Palabras más, palabras menos, así sucedió. De todas formas, la presencia de la secretaria habría resultado estéril, porque justamente ese día, al igual que los otros días, tampoco había insumos ni medicamentos. Con magia, la hematólogo y las enfermeras improvisaron el tratamiento de un anciano pálido, 40 minutos por vía intravenosa. Intentaron también una transfusión de plasma, esta vez sin éxito. Si el funcionario estatal, y coordinador del edificio, hubiese pasado ese día por el área de hematología, habría dicho lo mismo que dijo un martes: que los insumos y medicamentos venían en 18


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camino, y sólo estaban retrasados en aduana por los comprensibles trámites administrativos. Cuando más, en un par de días, todo llegaría. Pero el funcionario no fue, y nadie extrañó su discurso mentiroso. La sala de donantes iniciaba justo donde el óxido había usurpado la última “i” del pomposo apellido foráneo, “Castelloni”. Según el registro de ese día, acudieron diez reclutas a donar su sangre, aunque la hepatitis clausuró la intención de dos de ellos. Según mis ojos, Roberto correteaba en la sala, ahogando nervios de los presentes, y manoseando con alguna violencia una máquina de plasmaféresis, averiada. Por obsoleta, por averiada, y sobre todo por ajena, lo que el niño hiciera con la máquina no importaba para el médico a cargo. Según los ojos de Dios, el altruismo de los reclutas nacía de algún dinero que los familiares del viejo pálido habían logrado reunir y distribuir. Daniel Castelloni, de contemplar aquello, habría exclamado con su inmutable acento porteño que todos eran unos pecadores. Pero Castelloni estaba muerto, para felicidad del estado y de su viuda. Siempre se creyó que a Castelloni lo mataron. Líos de faldas, según dicen. Pero la verdad es que Castelloni nunca existió. O si existió, nunca se recibió de arquitecto, nunca visitó aquel país, nunca se involucró en la construcción del edificio. Daniel Castelloni era el nombre de un futbolista mediocre (y luego infelizmente casado, como se supo), que algún funcionario del Ministerio de Infraestructura y Vías extrajo casi al azar de una revista deportiva extranjera. Se creía entonces, y se cree ahora, que un apellido infrecuente, de corte clásico o desconocido, tiende a convalidar cualquier palabra, obra, error o dictamen. Así pensó el gobierno, y acertaron. Una de tantas falacias (argumentum ad populum) que mueven al mundo y le confieren sentido a la vida. Se recuerda que durante la inauguración del edificio gris u ocre, Castelloni no asistió y se excusó alegando proyectos urgentes en Chicago. La gente aplaudió su gesto, y aplaudieron el edificio, no cualquiera, sino el edificio del Arquitecto o Doctor Daniel Castelloni de Gerkel. Las placas conmemorativas, salones y mitos con su nombre le garantizaban a Castelloni el merecido elogio y el eventual sepulcro junto a su edificio. La inminencia en la llegada de los medicamentos, un par de días a lo sumo, restauraba el ánimo de aquellas 44 almas. No sólo por los medicamentos en sí, sino porque ahora las cosas parecía que empezaban a funcionar. Además, el estado había prometido la gratuidad de los tratamientos. Roberto, ajeno a todo esto y a la máquina, se distraía observando los rostros de los otros 43 y sus acompañantes. Él, inocente, no percibía el calor amargo, las voces sin eco, las miradas carcomidas y extraviadas, las cavilaciones desesperadas, y por ende, silenciosas; la fe. Uno a uno, les imaginó un nombre distinto al suyo, pero quizás el mismo destino. Buscó a su negra entre las cabezas arrugadas, hasta toparse con aquellos ojos fieles, amorosos, lúcidos. La vieja lo miraba como se mira lo propio, desprovista de todo rastro de alienación. Antes, charlaba con un matrimonio venido del interior, alentado por la promesa de una curación allí en el edificio. Antes, una enfermera había llamado a un señor calvo e indispuesto respiratoriamente. Un poco antes de eso, otras enfermeras habían aparecido con el niño pálido en una camilla y lo habían colocado a un costado del pasillo, en el suelo. 19


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“Hacemos lo posible”, dijo una de las hematólogas. “Señor... estoy desde la madrugada en esta cola”. “Patroncita, las reglas son las reglas, y son para todos”. Una, vieja, con la cara surcada por yagas y una inexplicable protrusión a la derecha del cuello. El otro, robusto, joven y por ende arrogante, funcionario público (a sus órdenes, con afecto y discreción). “Ninguno de estos papeles, lamento decirle, certifica que su nieto está enfermo. Ninguno certifica tampoco que usted, como dice, trabajó para el estado y merece el auxilio de estos medicamentos. Lo siento, mi doña”. “Mi negra, si quiere puede cambiarse a aquella otra cola, la que rodea el árbol”. “Mire, patroncita, sé que en ésta le tomó cuatro horas ser atendida, pero en aquella hay menos gente y, me parece, están atendiendo más rápido”. “Sí, sí, vaya arregle sus papeles y mañana se viene otra vez. Perdón, véngase la semana próxima, porque ya esta semana no trabajamos... cosas”. “¡Siguiente!”. “No le garantizo nada, patroncita. Usted verá”. “¡Siguiente! ¡Siguiente!”. Antes o después, el olor a aceite rancio de una venta ambulante de comida grasienta y antihigiénica, instalada allí por complacencia de algún funcionario (a sus órdenes, con afecto y discreción). Una escalera con todos sus peldaños perfectamente raídos, violados, inútiles en cualquier momento. Luz, o mejor, carencia de ella. Colas que fueron llamadas de “la dignidad soberana o popular”, porque lo soberano y lo popular se entremezclan en las alcayatas de los procesos. Lo infinito, la cola, y lo mortal, los elementos de la cola. Cuando lo bajaron a la morgue, alcancé a ver el acta. Era un niño. Se llamaba Daniel, cierto. Pero no había ningún Castelloni, de eso estoy seguro. Aunque tampoco puedo asegurar si se trataba de un Martínez o un Rodríguez. Uno de los dos.

José Alejandro Brito Boadas De Margarita, Venezuela. Cosecha de 1981. Completó un doctorado en cosas. Cosas relacionadas con abstracciones y computadoras. Lee otras cosas. Cosas relacionadas con laberintos, espejos y pestes. Escribe. Escribe como forma de secreta revancha. Las cosas que escribe terminan en gavetas, en revistas, en la boca de los perros o en chocolatesparalucia.com.

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EL GURKHA axel luchilin krustofski

Narrativa

de

niño la biblioteca fue siempre un símbolo, el representante de la sombra de una idea abstracta: el conocimiento. después, más pragmáticamente, se transformó en un depósito de libros. pero no puedo decir que haya tenido contacto real con ella hasta la llegada de mi preadolescencia. recuerdo la primera vez que fui buscando un libro para leer por placer. una compañera de mi curso de inglés me recomendó la poesía de poe y me llevé a casa un volumen viejo y descuidado con cuervos parlantes, campanas y la demás parafernalia del maestro estadounidense. otro hecho que creo relevante a esta narración es algo que ocurrió ya en mi época de liceal pelilargo. fascinado por la inquisición retiré dos libros sobre reforma religiosa y contrarreforma que jamás volvieron a descansar sobre el anaquel que les correspondía. juro que no hubo dolo o mala intención, sólo boludez y vergüenza. cada día me decía que al siguiente haría la devolución; y, por supuesto, luego de seis meses de retraso me avergonzaba un poco más que al principio dar la cara. por su parte, un par de años después, a raíz de unos versos de HjDs, ensayé mis primeras líneas con intenciones literarias. esta actividad fue creciendo -o fui haciéndola crecer- a tal ritmo que mi mente ya no daba abasto a la formulación de proyectos y contraproyectos. las letras que plasmaba en el papel no eran sino una ínfima parte de lo que escribía en mi mente. en conclusión, pese a no haber publicado nada, ni un cuento ni una carta de queja en algún periódico siquiera, me convertí en escritor. un artista como se refiere a sí mismo miller en sus trópicos. ésa era más o menos la situación personal, la mitad de los problemas que derivaron en mi situación actual. el otro componente de mis desgracias apareció en los diarios y noticieros durante meses, pero por las dudas (y para hacer del presente un texto comprensible independientemente de los conocimientos previos del lector) los enumeraré someramente. se trató de la pena de muerte , el a.i.p.p.l.p. y las relaciones diplomáticas entre nepal y uruguay. por alguna razón vedada a mi comprensión, la plenaria memoria y justicia presentó un proyecto de ley para institucionalizar la pena capital. y por algún motivo que me resulta más incomprensible aún, el parlamento lo aprobó sin demoras y con mayorías históricas. hasta ahí todo iba bien; al menos en la medida en que pueden marchar bien las cosas con una espada de damocles sobre la nuca de nadie en especial y 21


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de todos simultáneamente. pero por lo pronto yo zafaba y esto me daba esa sensación de falsa tranquilidad que tienen los idiotas. las cosas se empezaron a joder cuando a la onu o alguna otra de esas organizaciones se le ocurrió declarar el año siguiente como el “año internacional para la protección de los libros públicos” (lo que da la asquerosa sigla a.i.p.p.l.p.). el pacto decía, según leí en un extenso artículo de la revista 3 (v 2.0), que “un libro que no se devuelve a tiempo a una biblioteca o entidad pública de naturaleza similar es comparable en consecuencias sociales a cien bombas terroristas detonadas al unísono en cien ciudades del mundo”. así, no resulta extraño que en cuba y venezuela la pena para quienes se atrasaran en la devolución de un ejemplar fuese prisión a perpetuidad y, de tratarse de un artista o comunicador, la destrucción total de su obra o equivalentes. en otros sitios como perú, se aplicaron los llamados “castigos creativos”. a un tipo que no devolvió un libro de víctor jara le cortaron las manos, a otro lo encerraron cuatro días en un caballo de madera por no regresar la ilíada. en uruguay las cosas se dieron en dos etapas. al principio, el infractor era transplantado al “departamento techado”. tomás de mattos, que una vez fuera director de la biblioteca nacional, además de escritor, había adquirido en un remate judicial (y por pocas monedas, según se contaba) el que fuera el departamento de tacuarembó con la intención de fundar allí la más grande biblioteca, museo del arte y la cultura y café literario del planeta. pero a último momento cambió de idea. donó aquellas tierras para que el ministerio de defensa interior construyera la cárcel más grande del mundo (después de china), pero que sólo albergaría a deudores de libros. a lo largo de sus límites se levantaron muros dignos de un refugio antinuclear de los mormones, mientras que dentro de ellos se construyeron cientos de miles de estantes de biblioteca. la pena era que esos estantes estarían vacíos de libros. la gente que fuese recluida allí jamás volvería a leer palabra escrita, excepto, quizá, las etiquetas de sus propias ropas; una y otra vez hasta desear haber nacido ciegos. un castigo que podría considerarse eficaz, desde alguna perspectiva. la segunda etapa resultó ser un tanto más sangrienta. un tratado con nepal envió a algunas de nuestras más destacadas y excelentísimas figuras sociales (mujica, fassano y omar freire) a aquel país para enseñarle a la nación hermana todo lo posible acerca de la organización de un estado de derecho, la libertad de expresión y la pluralidad en el periodismo y el rol de la mujer en una verdadera democracia. el gobierno nepalés, a cambio, nos envió a sus tres mejores gurkhas para entrenar asesinos cuya misión sería recuperar los libros no devueltos y eliminar al deudor. así de simple. luego de seis meses de duro y completo adiestramiento, cada biblioteca pública (esto incluía las de las instituciones de enseñanza como liceos, utus, escuelas, y básicamente todo lugar estatal que prestara libros) tenía un gurkha entre su personal. la única excepción, por supuesto, fue la biblioteca nacional, que contrató, por su especial naturaleza, a los tres nepaleses como cerberos de sus tesoros culturales. las cosas estaban así una soleada tarde de jueves (mi día libre) cuando con las manos en los bolsillos y el escritor que vivía en mí a flor de piel salí rumbo a la biblioteca. anduve lento las dos cuadras y media que separaban mi casa de la 22


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avenida artigas, doblé a la izquierda, hacia el centro, y disfruté del paseo. en la esquina con centenario (yo sigo llamándola así aunque lleve ya años siendo luis alberto de herrera) casi me atropella un tipo gordo y pelado en un auto viejo. yo me reí y le mostré uno de los dedos de mi zurda mientras sacaba la lengua. me sentía demasiado bien como para que un pelado (que sin embargo llevaba una cola de caballo colgando de su nuca sudada) me hiciera enojar. seguí por dieciocho de julio. en domingo pérez doblé a la derecha y en lavalleja a la izquierda hasta llegar a mi destino. crucé la puerta y, como siempre que estaba allí, me invadió una sensación agradable y rara de estar entrando a otro tiempo. atravesé el patio interior de la vieja casona y me metí en la biblioteca. estaba buscando un libro con la correspondencia de quiroga porque lo necesitaba para una investigación. cualquier niño de escuela sabe que no se puede escribir una novela creíble acerca de un personaje real sin investigar, y mi novela creíble era sobre el misionero/salteño. era una buena idea, muy buena. la correspondencia no estaba, pero sí el diario del viaje a parís; otro libro que iba a precisar. lo llevé conmigo a casa y durante una semana y un día lo leí y releí, saqué apuntes e ideas. la novela, escribiéndose en mi cabeza, iba cada vez mejor. hasta merecía el premio morosoli. el viernes de la semana siguiente, a las ocho en punto de la mañana, me despertó alguien llamando a la puerta. angie, a mi lado, movió la cabeza hacia mí y dijo en su media lengua de mujer dormida: -si e ara mí ecí e no oy. casi no entendí. me levanté y fui bostezando hasta el living. iba descalzo y con el piyama de los gatitos. abrí la puerta y quedé helado. era el gordo del auto, el ridículo del pelo a lo tong po. al verme su sonrisa se ensanchó. los dientes, amarillos, parecían estar burlándose de mí. -¿rafael koldowsky? -preguntó. era el gurkha de la biblioteca. el gurkha de mi biblioteca. mi gurkha. y durante el tiempo que le tomara matarme con aquella espadita suya sería todo mío. pero si lograba matarlo yo a él, no sólo estaría perdonado por no haber devuelto el libro el día anterior, sino que podría quedármelo. claro que esto no pasó por mi mente en aquel momento. entonces sólo tuve miedo y cerré los ojos a la espera del golpe. hubo una única cosa aparte del pánico, un pensamiento infantilmente vengativo que cruzó mi cerebro: “no te voy a decir dónde tengo guardado el libro”. entonces oí un ruido y otro más fuerte inmediatamente después. y un grito (“¡¡¡lato veshya!!!”). abrí los ojos y no había nadie delante mío. tong po estaba tirado en el piso. le había caído un trozo del revoque de encima del dintel de la puerta, que estaba todo desconchado, y lo aturdió un poco. aproveché el momento y salí corriendo mientras el pobre tipo soltaba una serie de palabras ininteligibles. estoy seguro que eran insultos en ur-bhasa, el sub-lenguaje que surgió de la interacción entre los tres nepaleses y los villeros entrenados por ellos. eso es todo lo que sé de lo sucedido aquella mañana. desde entonces soy un fugitivo. cuando caí rendido de tanto correr estaba en algún punto campo adentro. estaba ya atardeciendo. a poca distancia se divisaba una arboleda, recortada su 23


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silueta sobre el horizonte iluminado por ese resplandor naranja que tienen a veces las nubes de tormenta. decidí con los últimos restos de consciencia que me quedaban pasar allí la noche. no sé cuánto tiempo dormí, pero puedo asegurar que no tuve un buen despertar. unos muy poco sutiles ruidos de ramas quebrándose me alertaron de la proximidad de alguien que resultó ser mi perseguidor. paralizado por el miedo lo vi aparecer entre los árboles. llevaba su espada (que según un diario que mucho después robé de un quiosco se llama kukri) en la mano. tenía la cara de boludo crispada en una aterradora mueca de ira. ya no sonreía. todo en él parecía odio, furia (y quizá un tantito de frustración envenenaba también su mirada). desde mi punto de vista, acostado en el suelo con las raíces de un gran árbol como almohada, parecía como si el tipo hubiese crecido cincuenta centímetros de alto. era el demonio ante mí. y entonces, los ojos entrecerrados y legañosos, bulléndome la sangre, el corazón saliéndose de mi pecho, tuve una revelación que cambió todo este asunto por completo. en su rostro vi otra cara, la cara de alguien que ni en un millón de años consideraría peligroso o amenazante. el gurkha tenía un parecido innegable con rolando hanglin, el tipo ese que anda desnudo por todos lados. tong po, entonces, quedó desnudo. su pecho lleno de rulos negros entrenados como nepaleses, sus bolas entrenadas como nepalesas colgando inertes, todo aquello lo convertía en un inofensivo conjunto con cara de porteño bonachón. comencé a reír a carcajadas. el tipo trocó su ira por desconcierto y detuvo el avance mortal de su filo. mi asma empezó a atacarme, así que me paré. el gurkha, cada vez más anonadado, me miraba boquiabierto. empezó a retroceder, lento, muy lento. su pie tropezó con una raíz que sobresalía del suelo y se precipitó. mis carcajadas se incrementaron. el tipo sumó el dolor a la lista de expresiones de su cara. apareció una mancha de sangre en su camisa. se había lastimado al caerle la espada en un costado. entonces volví en mí. dejé de reír. él se tocó la mancha y miró la mano. empecé a correr otra vez.

seguimos con esta rutina a lo tom y jerry durante aproximadamente dos años. siempre con idéntico resultado. a él le caía un piano en la cabeza y yo lograba huir. hasta que un día las cosas cambiaron otra vez. creo que podríamos decir que terminaron de torcerse. porque un perseguidor es como un dios, cuando se le pierde el temor todo está perdido. y he aquí, lector, el porqué de este texto, este comunicado. un día, no hace mucho tiempo atrás, en las afueras de casupá, fui nuevamente interceptado por el más que inepto recuperador de libros. la situación se dio, en principio, como ya he descrito: él apareció de improviso, ya casi por costumbre me atemoricé, algo sucedió que lo abatió sin que yo moviese un dedo, reí a carcajadas. y mientras yo reía, él emprendió la retirada. el gurkha se volvió y corrió hasta perderse 24


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de vista. eso sí que no me lo esperaba. aquella parte era mía, era lo que yo había hecho siempre. ¿y ahora? ¿qué estaba pasando? a poca distancia de mí encontré la respuesta: su kukri. caído entre el pasto. era la primera vez que aquella cosa no estaba en sus manos. y se veía tan gentilmente dócil a ser empuñada por cualquiera... es por eso que escribo hoy, que dejaré estos papeles por debajo de la puerta del diario primera página cuando termine. para comunicarle a tong po/hanglin y sus demás hermanitos gurkhas que voy a por ellos. que bajo la forma de un paria fugitivo, fuera de la ley y la sociedad, los cazaré uno por uno. y para hacerlo más divertido él será el último. el perseguidor ahora soy yo.

axel luchilin krustofski no sé cuál es la bendita gracia de tener que presentarse. es decir, ¿no se supone que es la obra la que habla por el artista? además, en mi caso, hay muy poco para decir. nací, fui a la escuela, dos o tres chotos me pegaban a la salida, las pendejas no querían ser mis novias porque era gordo y feo. ésa fue la infancia. en la adolescencia hubo más de lo mismo. de adulto casi todo me dejó de importar excepto el animé, el ajedrez, internet, y por supuesto la literatura. y como soy un inconformista crónico y la mayor parte de lo que hay escrito no me gusta, escribo para poder leer.

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Relajación Narrativa Cecilio Pastrami

En un instante dormiría, por fin, otra vez.

Nunca podría definir el momento exacto en el que estaba por dormirse, el instante previo al olvido. Desde siempre, esa lucha desigual entre hombre y sueño que jamás lo tendría victorioso. Pero... ¿para qué buscar el instante previo? Quizás no había un previo, siempre tan lineal él, siempre tan racional, pensando las cosas en su extensión, siempre con un principio y con un final, con límites exactos entre una cosa y otra. No creía en los grises. Lo sabía, en un instante dormiría y cada segundo podía ser el último y esta indeterminación lo desesperaba. Y justamente por esto nunca dormiría. Pero (era inevitable) tarde o temprano debía dormir y sería indispensable relajarse. Con aquel juego-método que Cristina le había enseñado. Pero sin pensar en ella... porque ya no estaba... porque se había ido con otro y nunca más. Desde ese día estaba muerta para él. Rebobinar. No. Rebobinar. Sí. Algo. Algo le había dejado. Algunas tibiezas más. Más sensibilidad. Más curiosidad. Con ella casi todo había sido como un sueño (y alguna vez se llegó a preguntar si no había sido así en verdad). Todo había sido como un sueño, hasta que se marchó y nada más. Nada. Rebobinar. Increíble cómo resultaba ese método. Cómo lo ayudaba a dormirse. Repasar el día. Pensando en cada acto, en cada cosa que había hecho. “Un método de relajación oriental” le había explicado ella. “Tenés que rebobinar tu día, como en una videocasetera, tenés que empezar desde tu última acción del día, lavarte los dientes por ejemplo fue lo último que hiciste antes de acostarte y así hasta que llegas a la primera acción del día, es infalible, al momento en que repasas tu primera acción del día, te dormís, pero ojo, no tenés que juzgar ninguna de las cosas que hiciste. Nunca. No tenés que decirte esto estuvo bien o esto estuvo mal, sólo repasarlas, desde afuera, viendo todo por otros ojos”. Algo. Nada. Nada le había costado intentarlo (la primera vez). Nada con tal de evitar su inevitable pensar-repensar-nodormir-jamás. El cabalgar incesante sobre pensamiento tras pensamiento de cada noche. Lo intentó. Y funcionó. Desde ese día la amó aún más. Hasta que se fue. En un instante dormiría. Antes había pensado en que dentro de poco se dormiría. Antes de eso había pensado en Cristina, en que se había ido, en que todavía le costaba evitar pensar en ella antes de dormirse, aferrándose estúpidamente a su recuerdo como si todavía estuvieran juntos, incluso creyendo (íntima, ilusa, instintivamente) que todavía seguían juntos, hasta que su razón 26


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acomodaba cada cosa en su lugar: el dolor , la rabia , la desesperación, la tristeza , la autocompasión. Antes se había acostado. Antes de eso, no se había cepillado los dientes, se había parado en la puerta del baño y ni siquiera esta mínima decisión había podido tomar, había estado parado frente a la puerta del baño por dos, tres, cuatro minutos esperando algo. Temiendo algo... Nada. Y finalmente se había apurado por desplomarse sobre la cama. Antes de eso había comido un pedazo de pollo que alguien había dejado en su heladera, quizás él, quizás alguien más (pero más probablemente él porque nadie más había entrado en esa casa en un tiempo). Sin ganas. Sólo porque algo en su estómago crujía. Una pata. Fría. Grasosa en sus manos. Pegajosa en su boca. Pastosa en su lengua. Un horror. Antes de eso había visto algo de televisión. Sin volumen. Con el equipo de música prendido en una melodía familiar. Una melodía que recordaba amar. Una melodía de esas perfectas, pero a la que se había vuelto insensible. Con gran dolor lo notó (con gran notor lo doló): Ya no la sentía en el aire, no la sentía en su piel. Sólo un murmullo (apenas un bzbzzzzzzzzz) en sus oídos, a los que no les importaba que terminara o no. Ya no sentía esa estúpida nostalgia cuando terminaba. Esa nostalgia porque había acabado y su sensibilidad gritaba por volverla a oír, porque había acabado y sería demasiado volverla a escuchar... Antes de eso, zapping , zapping y más zapping, un par de películas que ya había visto pero que podría volver a ver, informativos aquí y allá, videoclips aquí y allá. Luces. Muchas luces y nada más. Un fulgor retumbaba sobre las paredes. Más claro. Más oscuro. Pero nada más. ¿Antes de eso? Antes de ver tele, había prendido el equipo de música. Antes había dudado si escuchar ese tema que tanto le gustaba y que le recordaba a... Decidió que sí. Antes de eso. Había llegado a su casa. Había encendido todas las luces posibles. Había caminado sin rumbo por los pasillos, como si estuviera buscando algo. La sentía vacía. Antes había manejado su auto. Luces de nuevo. Rojo. Verde. Rojo. Verde. Algún amarillo y la noche negra bajo la inevitable lluvia. Antes de eso había salido de su oficina y se había encontrado con la lluvia. Y supo que había perdido otra vez. Antes de eso había pasado el día en su oficina. “Un día de mucho trabajo hoy”. Antes de salir de su oficina, había saludado al guardia. Antes de saludarlo había bajado en el ascensor y mientras bajaba en el ascensor había pensado en el día anterior a esa misma hora. Once cuarenta y cinco. 27


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Antes había llamado al ascensor. Antes había dejado en orden su escritorio y su oficina. Cada cosa en su lugar. El desorden complica y es tan fácil evitarlo... Antes había estado trabajando... ¿cuatro?¿cinco horas? Frente a la PC. Con los papeles de la cuenta de Anderson y con los de la Cervecería que eran más complicados. Mientras trabajaba había llamado Doña Antonieta. “¿Para qué llamaba?”, preguntó. Aunque lo sabía, fingió no saberlo. Y al parecer fingió bien porque ni siquiera llegó a preguntar lo que pensó que preguntaría. Llamaba para hablar de Cristina. Pero Doña Antonieta también sabía que él no podía tolerar siquiera su nombre. Dudó. ¿Si no había hablado con Cristina últimamente? ¿Y qué le interesaba a él nada de Cristina? No, no sabía nada de Cristina. Cruzaron dos o tres frases más (sin importancia) y cortó. Le dolió no saber qué era de su vida. Cómo andarían sus cosas. La última vez que se habían visto no estaban como para hablar de banalidades. Antes había trabajado. Más y más. Charlas con un par de clientes. La reunión con los de tesorería. Todo bien con los números por suerte. Los números sí que eran fieles. Nunca fallaban. Antes había llegado del gimnasio. Antes había ido al gimnasio, como todos los días. A pesar de que estaba agotado por todo el trajín de la noche anterior. Sólo un par de ejercicios livianos. Un poco de bicicleta. Unas abdominales. Ejercicios con poco peso. A pesar de que no tenía ni las más mínimas fuerzas, hubiera sido tonto romper la rutina justo ese día. Antes había llegado al gimnasio y había cruzado dos palabras con la chica del mostrador. Nada importante. Algo sobre las cuotas. Antes había aparcado en el parking cubierto porque parecía que iba a llover y el coche estaba recién lavado. Antes había pasado a lavar su coche en un lavadero, a sacarle todo el lodo de las ruedas y de los parachoques, a aspirar un poco toda la suciedad del asiento trasero. Antes había salido de su casa. Había conversado con el portero, que le dijo que seguro que más tarde llovía. Don Andrés (el portero) tenía un don para estas cosas y siempre acertaba. Si decía que iba a llover, llovía. Daniel siempre le llevaba la contra, aún sabiendo que llevaba las de perder, ese día no fue menos y se quedó un par de minutos, como casi todos los días, a discutir las probabilidades de que lloviera. Incluso apostaron, como siempre hacían, unas monedas. Monedas que Daniel invariablemente perdía. Antes había abierto la puerta de su casa. Antes había vuelto del cuarto de lavado y había dejado secando la ropa recién lavada en su balcón interno. Antes había ido a lavar algunas cosas. Como no se sentía muy bien esperó a que el cuarto de lavado se desocupara. No tenía ánimos para entablar esas conversaciones superficiales con algunos de sus vecinos mientras esperaba la ropa. 28


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Así que fue cerca del mediodía, para evitarse tanto esas charlas casuales como otras molestias. Antes había bajado en el ascensor hasta el cuarto de lavado. Mientras bajaba había pensado en el día anterior. Sintió una molestia en la espalda, un peso, no un dolor, que no entendía bien de donde venía. Antes había salido de su casa y había llamado el ascensor. Antes había abierto la puerta de su casa. Antes había esperado que pasara el tiempo, leyendo el periódico sin leer, esperando que el sol subiera más, que fuera mediodía. Al mediodía nadie iba a lavar la ropa. Antes había abierto la heladera sólo por costumbre, ni siquiera había mirado adentro. La cerró sin sacar nada. Tampoco tenía hambre y más bien sentía unas ligeras náuseas. Antes se había vestido rápidamente aunque no estaba apurado. Antes se había lavado la boca. Se había mirado al espejo y se había preguntado quién era ése que lo miraba desde detrás del cristal. Todo le decía que era él: Daniel Santos. Pero él todavía no podía creerlo. Esa mueca en la boca no era suya. La mirada macabra tampoco. Pensó que quizás nunca más se animaría a mirarse en un espejo de nuevo. Antes había caminado tambaleando hacia el baño, con mal gusto en la boca y una molestia en la espalda. Antes había despertado sobresaltado con la campanilla del despertador y la imagen terrible del cuerpo de Cristina hundiéndose en el fondo del pantano. Cecilio Pastrami Se podrían decir muchas cosas sobre Cecilio Pastrami. Huraño, antisocial, ermitaño lo describen con cierta precisión. Aunque egoísta, ingrato, soberbio pueden aplicarse sin dudar a su persona. Las últimas evidencias lo ubican en el norte de Argentina, en una cabaña perdida en la quebrada de San Lorenzo, a unos veinte (o quizás treinta) kilómetros de la ciudad de Salta, lugar donde se desterró en un desesperado intento por evadirse. Las permanentes negativas a mostrar (y publicar) sus cuentos ha disminuido en los últimos tiempos y se habla incluso de un libro de cuentos de inminente edición. Su exclusivo círculo íntimo ( no más de diez personas, los únicos que alguna vez han accedido a leer lo que escribe) cree que este cambio en su mentalidad se debe a que pronto cumplirá setenta años, edad a la que se comienza a experimentar el inevitable terror, el relámpago frío que recorre a cada persona que descubre la segadora a su espalda.

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Tormenta

Narrativa Junnecus

Escribo

estas notas mientras observo a Diego abajo mojándose en la tormenta... Lo he visto venir a lo lejos, desde la ventana del living, chiquito y retacón, caminando bajo la lluvia apresuradamente con pasos cortitos, saltando un charco, haciéndome señas de que me vio, y de algo que no le entiendo, algo gracioso supongo, que vaya preparando el mate, que la lluvia es una paja, que anoche enterró el boniato, no sé... Escribo sin levantarme de mi sillón mientras Diego cruza la puerta y deja caer su mochila en el suelo. Lo observo mientras se saca el sobretodo mojado y se sacude el pelo frente al espejo. Es un antiguo espejo de tres hojas el que tengo en el living, elegante y enorme, con marcos tallados y que trajo mi padre a casa cuando yo era un niño, espero que Diego no me lo moje... Diego ha venido hoy a casa para tocar la guitarra. El pobre Diego... La verdad es que sin Fernanda las cosas para mi torpe amigo empeoraron al punto en que todo su brillo se fue al carajo. Ya no es el Diego de antes. Cuando estaba con Fernanda regalaba alegría y atención, siendo que ahora es como si la mendigara... El amor es estúpido. Espero que al menos haya traído bizcochos. Que si bien mi amigo siempre ha sido mediocre, debo reconocerle que tiene dos cosas a favor: lo disfraza muy bien y además es buen músico. Diego es del tipo de los instrumentistas, aburridos pero excelentes ejecutantes, de los que traen bizcochos, pura técnica y cero creatividad; un buen Sancho después de todo... Diego no es ni por asomo un tipo con gracia pero sin embargo sus lentes, su bigotito Dalí, su boina, su morral y su indumentaria toda predisponen a los incautos en tal sentido lo cual no es un dato menor. Fernanda nunca se hubiera fijado en un tipo como Diego sin su bigotito y su boina. Diego está contándome ahora acerca de una discusión que tuvo con el taxista antes de venir y yo sigo distraídamente escribiendo mis notas en este cuaderno. Diego cree que garrapateo una especie de tormenta de ideas. Increíblemente no le molesta que escriba y no se interesa en leer, de todas maneras dudo que se ofendiese si llegase a hacerlo. Nunca se ofende por nada. Leo lo que anoté arriba, en el párrafo anterior, y pienso que resulta un hábito inevitable de la naturaleza humana encasillar a las cosas y a las personas en un primer vistazo como hizo Fernanda. Lo importante es saber que esa primera y equivocada opinión es la que establece las normas de relacionamiento en lo venidero. Se trata además de una práctica que ejerce una influencia activa, constante y 31


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poderosa sobre nuestro comportamiento y aún sobre la visión que tenemos acerca de nosotros mismos. Aún así, el acto de catalogar a alguien es sin dudas un proceso cognitivo inicial común (que no quiero tildar de “prejuicio” dado el tono despectivo que ha tomado la palabra y siendo como es ésta una actitud que deviene de la forma natural y lógica con la que el cerebro se empeña en aprenderse el contexto porque no sabe de otros métodos para lograrlo) porque somos bichos. Sólo quería decir eso, que somos bichos. Sigo escribiendo cosas y haciendo dibujitos en el cuaderno pentagramado antes de empezar a tocar porque Diego habla demasiado. Llueve mucho afuera... Truenos y relámpagos... “No pienso enojarme por lo que me dijo Augusto”, comenta Diego. “Que diga lo que quiera”, dice mientras trata de sacar algo de su mochila. Yo afirmo con la cabeza a todo lo que el me dice y miro la mochila esperando que saque bizcochos. Claro que como conclusión de las reflexiones que anoté más arriba, podría considerar pasar entonces más tiempo frente al espejo del living: Diego me ha hecho reparar en que no es ésta una tarea tan frívola e inútil como yo habría supuesto en primera instancia. “Traje bizcochos”, confirma mi amigo. “¿Los pongo en el microondas?” Sí, ciertamente, ninguna supermodelo “top” de las pasarelas que por algún motivo hubiese visto desfigurado su rostro repentinamente en algún accidente o, sin ir más lejos, ningún gordinflón de toda la vida que de algún modo enflaqueciese de golpe opinaría que el primer golpe de vista es irrelevante en la concepción del “yo”. Pues bien: no lo es. Ahora Diego, luego de poner los bizcochos calentitos frente a mí, a modo de ofrenda en la mesita ratona procede a desenfundar una de mis dos guitarras. Por supuesto: Diego ha elegido la fea, es la que siempre asume que debe agarrar y es un hecho nunca se lo ha cuestionado desde que viene a esta casa. Lo escucho y no me sorprende escuchar de su boca los mismos comentarios de fútbol que se repiten hoy en la calle. Lugares comunes: “Ahora el mundo habla mal de Suárez cuando la verdad es que en el fondo les gustaría ser igual de nobles.” Mentira, pienso yo: La “verdad” es que naturalmente y con toda la justificación que brinda el no haber elegido nunca nuestra salvaje naturaleza animal, queremos satisfacer el ego, queremos sexo y queremos dinero porque nos preocupan las facturas a fin de mes, nos preocupa la comida y nos preocupa la muerte, queremos y hacemos cosas estúpidas porque nos dominan las hormonas, nos domina el amor, el odio, nos dominan los nervios, nos dominan las necesidades fisiológicas, el sueño, la estupidez, las ganas irresistibles de comprar algo, el miedo al ridículo o la necesidad imperiosa de salir a fumar un cigarro. La vida humana transcurre en un caos irracional y primitivo. Somos todos bichos absurdos, ignorantes y drogadictos, por lo tanto es un hecho que en ese estado de cosas, en este caos, nadie puede pretender seriamente la nobleza de nadie. Punto. Igual la innobleza de Suárez estuvo muy bien y los bizcochos recalentados en el microondas son una gloria... Como siempre, la conversación con Diego transcurre sobre tópicos intrascendentes. Es por eso que mientras habla se me ocurre considerar la relación 32


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entre octava y distancia... Las ondas, los sonidos, las matemáticas y la naturaleza siempre inducen a pensar que existe una pieza en el universo que tristemente se nos escapa. Hay alguna forma de lo perfecto allí, en lo básico de las cosas, diferente del caos y del azar y que no acabamos de descubrir todavía. Lamentablemente el mundo esta dominado por la superstición religiosa y la idea de fe como distinta de lo improbable. Finalmente este mundo esta lleno de Diegos. “Impresionante el segundo gol de Forlán cuando la clavó en el ángulo... ” La guitarra barata elegida por Diego fue la que me regaló Cecilia en algún cumpleaños. Creo. Salió barata porque la compró en Tienda Inglesa. Me vino con una funda de plástico, un juego de cuerdas chinas y un inútil afinador que jamás da la nota pero que tiene muchas posibilidades en el campo de las trompetitas exóticas “¿Te enteraste que en Argentina van a legalizar el matrimonio gay?” La conversación de Diego siempre tiene datos previsiblemente extraídos del diario del día de ayer. Quién sabe... Cosas que a él le resultaron interesantes... Sucede que a Diego su mujer, Fernanda, lo dejó hace muy poco para irse a vivir con una lesbiana llamada Olga. La pregunta que acaba de hacerme exigiría cierta delicadeza en la réplica por mi parte, quizás un “lamento lo que ha sucedido y estoy contigo” pero la verdad es que me disgusta esa perspectiva, que quizás incluya un abrazo amistoso y que además sería falsa... Le he dicho que la homosexualidad era algo bonito y sano hasta que llegó la aberrante institución del matrimonio para corromperla. Punto. Diego hace silencio, me mira raro y sonríe probablemente porque no entendió el chiste pero no me importa, ahora mi objetivo inmediato son los croissant de queso que ha tenido el buen gusto de traerse consigo. Sigo escribiendo, comiendo bizcochos y haciendo dibujitos en el cuaderno. En definitiva mi amigo ha venido hoy para terminar ese par de canciones que deberíamos dejar completas para el ensayo general del jueves, y aunque estamos atrasados, me complace escribir mientras él se afana por llenar el silencio. Rasgueos intrascendentes por parte de Diego. No me canso de observar cómo el sonido sordo de la guitarra barata se acopla maravillosamente con el estilo mecánico que tiene para ejecutarla. En cierto modo mi amigo es como un robot con sensibilidad musical. Por eso me encanta tocar con él. Provoca la emoción requerida pero no distrae de las melodías importantes, que son las mías. No se cansa de ser segunda ni de repetir la misma base durante tres horas cuando es necesario. Y jamás se equivoca. No tengo idea de qué es lo que en general lo motiva ni por qué somos amigos. Es en cierto modo una incógnita para mí. Es el único tipo que conozco que no da muestras de importarle su orgullo ni su amor propio. En realidad sus motivaciones me intrigan poco, en algún momento me dedicaré a descifrarlas si llega el momento. Aunque probablemente Diego es de los idiotas que sueñan despiertos todas las noches frente al espejo con una vida mejor. Sí... A veces el mundo es un lugar horrible... Es que el hombre que compite con una mujer por ganarse el amor de otra debería apelar a su hombría y no a su femineidad. Eso fue lo que seguramente le falló a mi amigo con su ex: se emputeció tristemente para reconquistar a su esposa cuando debió haber ido precisamente hacia el otro lado. Una verdadera pena... Y una sorpresa para todos que Fernanda fuera lesbiana después de todo. Curioso como 33


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hasta ese momento no me interesaba Fernanda... Ahora sí. Fernanda y su nueva orientación sexual se han ganado el interés de todo el mundo... Fernanda se ha vuelto sexy de repente... Desde que se separó de Diego ya todos comimos en lo de Fernanda y Olga... Exceptuando a Dieguito... Si supiera lo bien que la pasamos los tres anoche con Fernanda y Olga... Fernanda estuvo muy bien. Con los dientes no Fernanda... Soy sensible al dolor Fernanda... Sensible a mi propio dolor Fernanda... No al tuyo... Que el dolor ajeno no duele tanto... Fernanda... Fernandita... La emancipación Fernanda te ha sentado de maravillas. De manera inversamente proporcional a mi amigo Fernanda ha cambiado. Diego ahora ha dejado de rascar la guitarra y me mira raro. Acaba de decirme algo importante que no le entendí porque estoy mareado... Curioso porque no recuerdo haberme fumado nada. Silencio. Diego me mira de una forma muy rara. ¿Qué fue lo que dijo? No importa... Espero que no se le ocurra mirar esto que escribí en el cuaderno pentagramado porque es capaz de acuchillarme también a mí... “Maté a Fernanda” fue lo que dijo. Y sólo tuve que mirarlo a los ojos una vez para saber que era cierto. “Mate a Fernanda, la acuchillé anoche después que te fuiste” ¿Y cuál es la gracia? Diego sonríe... Ya sabe todo... Caen las fichas... Ahora me doy cuenta que lo que en realidad llamaba mi atención era el mango de una cuchilla sobresaliendo en la mochila de Diego por el espejo. Tres hojas... ”Mate a Fernanda” Diego no se dio cuenta porque la mochila estuvo atrás suyo todo este tiempo. Debo disimular y seguir escribiendo... Aquí no pasó nada... Yo veía lo que era el mango de una cuchilla por el espejo. Algo salía de contexto. Por eso todas estas absurdas consideraciones inconscientes con los espejos. Demasiado tarde. Diego ha venido aquí para asesinarme. “Maté a Fernanda”, dice Diego. No puedo creer. En realidad estoy cagado hasta el pelo... Ahora sí. Es eso... Me vino a matar... Qué gracioso... Sigue tocando mi fea guitarra como si fuera suya, esperando paciente para acuchillarme. No puedo moverme... Estoy temblando... Todo cae en su sitio y el living da vueltas cuando quiero pararme. La droga hace su efecto. Los bizcochos... Quiero gritar y no puedo. Tengo que concentrarme y seguir escribiendo para hacerme el sota... Ni siquiera puedo articular palabra ni decir nada. Me quiere matar y si grito ahora me mata de un salto. Nadie va a escucharme... Difícil defenderse en estas condiciones... Debo seguir escribiendo para que no sepa que ya me di cuenta... Debo ser natural. Debo pensar. Debo pensar. No puedo pensar claramente. Todo el tiempo lo que vi fue el mango de una cuchilla en la mochila por el espejo. ¿Y qué? El espejo lo compró mi papá en un remate... La palabra remate se me hace chistosa. Todo esto es muy gracioso. Estoy realmente muy drogado... Casi me caigo. Casi me caigo. ¿Repetí lo mismo? Ahora lo veo todo claro. Es abrumadoramente lógico, me va a asesinar y para eso estoy drogado. Qué inteligente... Y además el muy zorro no se comió ni un solo bizcocho... No. No podré gritar ni moverme pero siempre hay que ver el lado positivo. Todo tiene un lado positivo. Sí. Yo sé que me vas a acuchillar pero soy positivo... Conozco tus intenciones de que me vas a matar pero me hago el sota... Qué cómico... Pero no debo reírme... No... Qué tipo macanudo este Diego... No. No 34


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porque estoy a punto de ser asesinado y me hago el sota... Resulta inhumanamente divertida la situación... ¿Por qué sonríe así? Sigue tocando... Sabe que ya estoy drogado... Sonríe. Es bueno... Él es como un gato malo y yo soy un ratón acorralado. Envenenó los bizcochos. Los croissants de queso porque se ve que yo soy el ratón Mickey. ¿Sabe lo que hicimos ayer con Fernanda? Claro, por eso la mató... Miedo... No quiero morirme... Aunque debo reconocer que todo esto es muy pero muy gracioso. Qué chistoso que no me di cuenta y ahora me quiere acuchillar... Pero eso de los bizcochos me pareció de mal gusto... Pienso que narcotizar un bizcocho y cortarlo en pedazos es muy cruel. Aunque gracioso. La unión de panaderos debería asomarse y tocar el timbre... Apenas puedo sostener la lapicera... Bic. Qué sueño tengo. Tengo que concentrarme y escribir y correr... Correr con viento en popa... Tengo que seguir escribiendo por algún motivo que no me acuerdo. Alarma... Mantenerse despierto... ¿Estoy escribiendo? Supercalifragilisticoespialidoso. Sí, estoy escribiendo. Mejor me duermo una siesta antes de que me acuchillen y todo eso... La muerte lo que tiene es que es calentita y se puede dormir bastante... ¿Alarma? Diego sonríe y me mira mucho. Ojos de gato que aguardan gozosos por algo que no me puedo acordar. Comiquísimos ojos de gatito asesino. Tengo que seguir escribiendo porque mi misión es hacerme el sota... Hay algo muy raro en cómo me está mirando Diegote. Don gato... Qué macanudo que sos Don gato... Sos un capo cómico. Sos mi ídolo máximo. Don gato te pica como un queso para copetín... Me duermo. No. S. ¿Alarma? Escribo. Perros callejeros consienten en degustar los deliciosos chicles Megafrut en etapa experimental y se hacen los sotas. Tormenta... Ahí se levanta Diegote. Ahí viene con esa cuchilla limpia y brillante. Hermoso artefacto... Es linda pero podría infectarme. Tramontina inox. Qué honor carajo.

Junnecus Casi podemos afirmar que este pobre nabo, quien les habla, se llama Juan debido a que él mismo considera que ése fue el nombre que efectivamente le pusieron sus padres al inscribirlo en el registro cívico de su país... Al menos todo lo induce a pensar de ese modo ya que por más que se esfuerza no encuentra motivos para dudarlo... Junnecus en realidad no se acuerda exactamente de haber nacido pero confía en haberlo hecho dada su aparente capacidad de influir y afectar el entorno, lo que presupone cierta presencia permanente en el espacio y el tiempo lo cual (sumado a la consciencia de ser el mismo que lo acompaña desde que recuerda) hace muy plausible que ésta premisa sea cierta. Es más, teniendo en cuenta los documentos existentes y presumiendo que son genuinos quien les habla incluso se atrevería a afirmar que nació en Montevideo allá por el año 1980 siendo además del signo de Aries (Eso, claro está, si damos por válidos los enunciados zodiacales que especifican las fechas y los intervalos que se corresponden con cada signo dentro del horóscopo y que afirman que son de Aries los nacidos a finales de Marzo sin lugar a excepciones) De todos modos asegura que el último dato es irrelevante. Finalmente Junnecus es de la creencia que actualmente reside y trabaja en Montevideo.

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Murphy

Discreto

Matías Brun, Fiaca para internet, vive más allá de su cuerpo y por eso a veces lo maltrata. De vez en cuando vuelve a encontrar el placer de no pretender una superioridad inexistente que, al fin y al cabo, toma como un aparato psicológico y no se aflige por ser algo pedante.



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