pablo giordano
dos siluetas de simulcop
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pablo giordano dos siluetas de simulcop, buenos aires, 2011
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DOS SILUETAS DE SIMULCOP
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Lorenzo se está volviendo loco, la marihuana le oxidĂł el mate. JosĂ© lo visitĂł hace menos de un año y volviĂł con una tristeza definitiva: “El Lorenzo parece una planta, boludo. Está pa’ trás”. CreĂ que no era para tanto, pero ahora lo tengo enfrente. No puede concentrarse en el control remoto, le lleva tiempo reconocer los botoncitos antes de encender el televisor. No es el faso lo Ăşnico que lo convierte en babieca, debe haber algo más. —Estoy tratando de acordarme del dĂa en que errĂ© algo. —No entiendo, Lorenzo. —Que hubo un dĂa en que pasĂł algo, ponele, una boludez cualquiera que te cambia la vida sin que te des cuenta. —Alguna decisiĂłn. —No, alguna huevada. Se concentra en la pantalla como si en lugar de imágenes mostrara manchas para interpretar. No digo nada, la Ăşnica vez que nos quedamos en silencio fue la noche en que la Maricel empezĂł a vomitar y despuĂ©s se muriĂł. Hace más de quince años, en plena Fiesta de la Primavera. —A lo mejor tendrĂas que ir a terapia —le digo. —SĂ. No sĂ©. No es lo que más me preocupa. La pieza de Lorenzo ya no es la pieza de Lorenzo. Cuando Ă©ramos pendejos traĂamos a las minitas a esta cueva, tenĂa buena acĂşstica y olĂa como pipa. Ahora es un depĂłsito de muebles que a la casa le sobran. Lo Ăşnico reconocible es la cama y el escritorio donde guarda los apuntes de fisioterapia. La Ăşltima vez que lo vi le faltaba un año para recibirse. SeguĂa teniendo
los cuatro o cinco cedĂ©s de siempre, los cuatro o cinco libros que le habĂa prestado y algunas pelĂculas en VHS no devueltas. De chico lo llamábamos Burbuja. Cada vez que se ponĂa nervioso y lloraba, amenazaba con escapar de la casa despuĂ©s de frotarse con jabĂłn hasta hacer una burbuja gigante para meterse adentro y salir volando. En quinto grado faltĂł al colegio dos semanas seguidas. Una tarde, en hora de clase, vinimos a esta misma casa a pedirle que volviera. La seño InĂ©s golpeĂł las manos, pero no nos atendiĂł nadie. Era la siesta, los padres tenĂan que estar trabajando. Lorenzo, sentado en una reposera arriba del tanque de agua del techo, leĂa la revista Gente. Nos mirĂł como si fuĂ©ramos Testigos de Jehová. La señorita le preguntĂł por quĂ© no iba más a la escuela. A pesar de vernos, no despegĂł los ojos de la revista. Le gritamos que se bajara. Se puso loco y nos tirĂł con un pedazo de ladrillo hueco. —No puedo leer más —dice, jactancioso—, no puedo escuchar mĂşsica, no puedo ver pelĂculas, no puedo hacerme la paja, no puedo casi ver fĂştbol, nada. Todo es falso. Todas las personas me parecen mentirosas, y más los artistas. A terapia no voy a ir, no sirve una mierda. Los psicĂłlogos son locos, boludo, no se puede. La Ăşnica vez que fui, hace mucho, cuando me separĂ©, me dijo que era un reprimido y me preguntĂł si alguna vez habĂa tenido fantasĂas sexuales con mi hermana. ÂżEntendĂ©s? Ta loco. —Bueno, a mĂ la psicĂłloga... —¿A vos te sirve terapia? —SĂ, quĂ© se yo. Está bueno lo que uno haga con eso, no lo que… 6|
De adolescente, Lorenzo era pila. Fumaba mucho, pero le pintaban las mejores ideas. Por ahĂ le venĂan rayes de locura. Una vez se colgĂł con el “Informe sobre ciegos”. No salĂa de la casa. Fue difĂcil sacarlo. HabĂamos jugado ajedrez desde la mañana y fuimos a un quiosco del centro. En la peatonal vi al ciego venir. Lorenzo se acercĂł a mi oĂdo torciendo la boca: —Fijate cĂłmo me mira. —¿QuiĂ©n? —me hice el pelotudo. —El ciego… fijate. —¡¿CĂłmo te va a mirar un ciego, Lorenzo!? —Fijate cĂłmo cuando pasa al lado nuestro se hace el gil, pero despuĂ©s se da vuelta y me mira. El ciego —que, además, era rengo— pasĂł casi raspándome, tenĂa olor. El tipo siguiĂł caminando. Dos o tres pasos, y se dio vuelta para mirar al Lorenzo. No podĂa ser cierto, tampoco casualidad. Nos comimos la noche flasheando con eso. El Lorenzo explicĂł cosas que no recuerdo porque no creĂ. Se las discutĂ a muerte, aceptarlas era volverse loco. Años despuĂ©s nos reĂmos de lo del ciego. Fue en un asado en casa de la Eli, borrachos. Esa noche se puso de novio con |7
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—… para colmo, en este pueblo estoy más solo que la mierda. No salgo a ningĂşn lado y estudio todo el dĂa… se me pasa volando. Cuando me doy cuenta, ya es de noche y me deprimo mal, boludo. Mal, ÂżentendĂ©s? A veces viene el Cuki, pero está más quemado que yo. No entiende nada. —¿Chateaste con el MartĂn? —SĂ, ahora vive en Barcelona. La pasa bien, me manda fotos de vez en cuando.
Fernanda y se perdiĂł por varios meses. Lo Ăşnico que hacĂa — lo cuereaban— era mirar Los Simpsons, fumar como caballo y culear con la Fer. La nena —unos seis años, con la muñeca que trae arrastrando de los pelos y una amiga que la sigue— entra en la pieza y se frena de golpe como si hubiese visto un espectro: suponĂa que el Lorenzo estaba solo. DespuĂ©s de mirarme de pies a cabeza, lo mirĂł a Ă©l. —Nos vamos a la placita, pa. —Pará, RocĂo, que papá está con el Negro. Las dos se vuelven arrastrando los pies por el pasillo. —La pendeja es lo Ăşnico que me mantiene vivo, te juro —dice en una de esas pausas melancĂłlicas que buscan aprobaciĂłn—. A mĂ me toca los lunes, miĂ©rcoles y sábados. La madre es una culiada: me hace renegar, no me deja criarla como yo quiero. —¿Y cĂłmo querĂ©s criarla? —Aparte estoy harto: no quiero vivir más acá de mis viejos, ÂżentendĂ©s? Ya estoy por cumplir treinta, quiero vivir solo. Quiero un laburito, un auto… Con un auto es más fácil, a las minas les gustan los autos. —Bueno, sĂ, está bueno eso. TendrĂas que ver la forma de encontrar un laburo. —¿Pero quĂ© laburo? A mĂ cualquier cosa me quema la cabeza, ÂżentendĂ©s? Y no voy a ir a laburar fumado, es un bajĂłn. Además tengo que terminar de estudiar. —Y bueno… —... yo pensaba en un laburito en un banco. Pero sabĂ©s lo loco que me pondrĂa ahĂ, con todos esos idiotas de traje, mirán8|
El silencio nos embadurna la cara. El olor a marihuana es agrio. Al frente hay un taller mecánico. Lorenzo se concentra en los chispazos de los soldadores, en una explosiĂłn amarilla que nos llega muda. Canta una “palomita de la virgen”. Su lamento y la soledad de la tarde convierte al mundo en una página de simulcop: nos imagino borrosos. No sĂ© por quĂ© recuerdo el poema “TabaquerĂa”, de Pessoa. —Tiene que haber algo... —¿De quĂ©, Lorenzo? —Una cosa que me cambiĂł la vida, no sĂ©. Bufo. —Nada, pelotudo —me dejo llevar por la bronca—, no hay nada que te cambiĂł la vida, gil. Dejá de fumar. No te enojes, Lorenzo, pero viajĂ© doscientos kilĂłmetros. Me dijiste que estabas mal, y acá estoy, y lo Ăşnico que hacĂ©s es quejarte |9
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dome a ver si hago bien las cosas, si las hago mal. No, boludo, estoy pa’ trás. —¿Y no pensaste en hacer terapia, en ver algo que te ayude? ÂżEn fumar menos? —Ya te dije que la terapia es una bosta. Además no fumeteo mucho, no llego a tres fasos por dĂa. Lo que pasa que acá adentro no puedo fumar, mis viejos me calan el olor al salto… Salimos, nos sentamos abajo del ventanal del frente. Lorenzo enciende una tuca, chupa y grita por la ventana: —¡Mami! ÂżLa Ro? —larga el humo. —Se fue a la placita con la Eve. —¡Si yo no la dejĂ©, mami, dejá de hacerme renegar! —Dejala que vaya, Lorenzo, que se divierta un poco. ¡QuĂ© querĂ©s que hagan!
y hacerte la cabeza. No me jodás… Dejá de fumar y buscate un laburo. Terminá de estudiar de una vez, no sĂ©. —¿Viste Corre, Lola, corre? Harto de que salte de una cosa a la otra, que no se concentre en nada, que no le importe una mierda nada de lo que uno pueda llegar a decirle, hago silencio, me incomodo. Pero a los segundos cedo. —SĂ, no me acuerdo bien. ÂżEs esa alemana en que la mina tiene que conseguir guita? —Esa. ÂżViste que, segĂşn alguna huevada, como que la mina se choque con una vieja en la calle, le cambia la vida a la vieja? —No me acuerdo. —Que, por ejemplo, si yo no me hubiese errado ese penal contra los de Olimpo, a lo mejor ahora serĂa ingeniero. O estarĂa tirado en una zanja, ÂżentendĂ©s? Que mi vida serĂa distinta. No sé… —Te entiendo, eso pasa todo el tiempo. —SĂ, pero vos no entendĂ©s. Vos te referĂs a otra cosa. —Bueno, como quieras. Empiezo a odiarlo, a desconocerlo. Pienso en algĂşn trauma que pudo haberle hecho esto y no encuentro otra cosa que la separaciĂłn de Fernanda[,] o su paternidad tan joven. No veo quĂ© puede haberlo puesto asĂ. Hay algo, un recuerdo que ahora me inunda la cabeza. Como esas canciones bizarras que creemos, por suerte, olvidadas. Algo que, sorprendiĂ©ndome, puede tener que ver. A los quince o diecisĂ©is años nos pasábamos la tarde tirados en la plaza fumando faso y hablando de poetas. El Marcos habĂa ganado muchas veces el Premio Municipal, y yo un par. 10 |
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Lorenzo se escapaba de Fernanda para escucharnos. Un dĂa aprovechĂł un silencio y se mandĂł: —Yo tambiĂ©n escribo. —¿En serio, Lorenzo? —Hace mucho más que ustedes que escribo. Hace de chiquito que escribo cosas, tengo un montĂłn de cuadernos llenos. Y no escribo para levantar las pendejas de tercero, como ustedes. Escribo de verdad. Nunca les voy a mostrar nada, voy a quemar todo. Son genialidades que nadie va a entender. AsĂ que las voy a quemar. —Para mĂ que te da vergĂĽenza —tirĂł el Marcos. —No, boludo. Acá traje un poema, que es el Ăşnico que creo que ustedes pueden llegar a entender. Y lo leyĂł, rápido, masticando las palabras. No hacĂa falta una mirada cĂłmplice con el Marcos para certificar que la envidia nos chorreaba por las orejas. Durante la lectura, el Marcos me codeĂł como si hubiese hecho su apariciĂłn un fantasma inconmensurable y murmurĂł la palabra Borges. El argumento: Lorenzo fumando, tirado en la cama de los padres, oliendo el colchĂłn todavĂa mugriento por el sexo de su madre. Para mà —lo pensĂ© al otro dĂa— lo de Ă©l habĂa sido autĂ©ntico, un verdadero fetus in fetus: por algĂşn error genĂ©tico, guardaba en las tripas un poema. Se lo dije al Marcos. Pero Ă©l, todavĂa con aquellos versos dándole vueltas en la cabeza, dijo que el Lorenzo, a ese fetus in fetus, se lo habĂa “extirpado del orto”. Que era un poema monstruoso condenado al fuego, una inmundicia genial que no podĂa habitar este mundo. El Lorenzo, con el papel en la mano, mirándonos, se movĂa hacia adelante y atrás como autista. Y nos reĂmos en su cara, fuerte, al borde de babearnos. Fue por la marihuana. Fue por
los nervios, por no saber para dĂłnde rajar. Esa sensaciĂłn de velorio, la solemnidad “intelectual”. TemĂamos ser sensibles, vulgares. Nuestra sensibilidad debĂa ser artĂstica, no mundana. Se levantĂł, rompiĂł el papel, agarrĂł la bici y se fue moqueando. Nunca lo habĂamos visto asĂ. Nunca su cara sin sonrisa, su mentĂłn temblando. Lo llamamos de lejos, aunque riendo. Le gritamos que el poema estaba bueno, pero no volviĂł. Lorenzo pisotea la tuca en la vereda y me pide que lo acompañe a la placita a buscar a su hija. La placita es un campito de tierra con un tobogán roto y dos hamacas. Atrás hay campos, potreros secos de una ciudad que no ha crecido en los Ăşltimos treinta años. El cielo se desmorona. Las nenas corren hasta nosotros. —¿A quĂ© jugaron, Ro? —A nada, nos hamacamos. Vino un chico a tirarnos arena, pero la Mily lo echĂł. Le pegĂł con un ladrillo en el pie. —No, Ro. ÂżCĂłmo van a hacer eso? Mirá si el chico viene y les pega, despuĂ©s… —Bueno, pa, ÂżquĂ© querĂ©s?, si Ă©l vino a buscarnos lĂo. Volvemos las dos cuadras en silencio. Llegamos a la casa. Lorenzo le ordena a la madre que bañe a RocĂo. Ella saluda, pregunta cĂłmo estoy y quĂ© fue de mi vida. Pero no presta atenciĂłn a la respuesta, ya está en el baño con su nieta. Desparramado en una reposera del living, Lorenzo se muerde el labio y señala a su mamá. Me siento en el sillĂłn grande, el verde, el que en algunas noches me soportĂł desmayado por el alcohol. Lorenzo agarra el control remoto, su cara recobra cierta dignidad. —¿Vos crees que fue por esa tarde que les leĂ el poema? 12 |
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No ha pensado en otra cosa en todos estos años. SonrĂo con superioridad. —No le echĂ©s la culpa a un poema, Lorenzo. Cambia de canal sin mirarme, el verde furioso de una cancha de fĂştbol nos atraviesa, nos silencia el comentario nasal del conductor del programa. Lorenzo espera de mĂ la confirmaciĂłn del pasado, de lo que viviĂł aquella tarde. Quiere que me rectifique, que le diga que aquel poema era bueno. Pero mi cabeza está en casa, con la familia y mis cosas. Quiero llegar y contarle a Vanesa que el viaje fue al pedo, que estás irrecuperable, que estás peor que nunca. Te miro la nuca frente al televisor y me da vergĂĽenza, Lorenzo, te juro. No sĂ© quĂ© sensaciĂłn tengo, y aquel poema era condenadamente brillante. Me levanto poniĂ©ndome la campera. Empieza el partido. No puedo irme, hay algo que no me deja abandonarte asĂ. Voy hasta la heladera, saco una cerveza, la destapo y vuelvo al sillĂłn. —¿Juega Lujambio? —te pregunto pasándote la botella. —Ni puta idea —contestás.
LA MUERTA Frente a la funeraria, miro el cartel con el nombre de la muerta: Azul Dietrich. Entro. Chequeo el lugar sin atreverme a mirar el fĂ©retro. Estoy en un rincĂłn, junto a gente quejándose de la lluvia que no llega al campo. Un tipo se acerca y pregunta si fui amigo de Azul. Le digo que no. Es el padre. Azul fue una chica de pocos amigos, dice, por su problema. Voy a la otra sala con la esperanza de estrellarme contra el rostro del cadáver. De esta manera el impacto será fuerte, pero irremediable. El miedo me detiene antes de lanzarme como kamikaze. Es el primer muerto que verĂ© en mi vida. Me acerco con las manos en la espalda. Es ella. Larga, unos dos metros veinte. Más que una muerta, parece una comida rancia servida para un Goliat que está a punto de llegar. Somos un montĂłn de animales con la ofrenda lista, esperando al monstruo. La miro: tiene los pĂłmulos reventados. Un tipo hace girar un cigarrillo apagado entre los dedos. Apoya la otra mano en mi hombro. Cree consolarme. La puerta entreabierta enmarca al padre de Azul lloriqueando más allá, en el regazo de una mujer. Alguien se acerca a ellos y los besa. Los ventiladores despiertan echando olor a muerto. Ya está, la vi. Salgo y me siento en la entrada. Surge de los zanjones del Centro CĂvico un vaho caliente que se mezcla con el olor a baño limpio de la mañana. HablarĂ© de la muerta. La conocĂ una noche frĂa en que bailaba Norma Viola. Atrás, lejos del escenario, delante de su padre, agarrada de la mano de su mamá, me miraba golosa. 14 |
Todos rezan el Rosario, me miran de reojo. Parecen conocerse a la perfecciĂłn. Me siento un intruso. Deben confirmar con mi presencia un noviazgo oculto de Azul. Me gustarĂa decirles que sĂ, pero no aguanto la decadencia de los velorios. Del otro lado de la puerta descubro al padre señalando con la mirada hacia donde estoy. La mujer que antes lo consolaba cogotea buscándome. Me siento cerca del fĂ©retro, donde no pueden verme, junto a unos chicos embarrados. Hablan de zapatillas. Alguien trae chocolates y convida. Yo no quiero, me levanto y salgo. Encien| 15
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No le di más de diecisĂ©is años. Fue un hallazgo. Sus piernas, su cadera y cintura, y por Ăşltimo, las dos lomas que coronaban su pecho envuelto por ese inmenso abrigo de corderoy verde parecĂan dos mĂłdulos lunares flotando. MoviĂł los labios. MirĂł. Al rato me fui. CaminĂ© entre el pĂşblico tratando de encontrar a algĂşn conocido. Cuando volvĂ, Azul y sus padres ya no estaban. MirĂ© un rato el show. El Intendente le entregĂł una plaqueta de ciudadana ilustre a Norma Viola. Se rumoreaba que era su Ăşltima actuaciĂłn, que estaba enferma. EmpecĂ© a mirar a la gente aplaudir. DescubrĂ a Azul muy atrás, abajo del cartel de VeriHogar, sentándose en uno de esos bancos de cemento. Me tomĂ© unos minutos para acercarme. Ella me hizo un lugar en el banco. Me llamo Azul, dijo. La boca se le derretĂa. Una gorda se sentĂł atrás y me quedĂ© sin mi porciĂłn de banco. Ya no la veĂa. Esta chica padece alguna enfermedad mental leve, pensĂ©: los ojos, la nariz y la boca en el centro de la cara regordeta no se ven saludables. Sin embargo, en mucho tiempo no habĂa visto una cara asĂ de bonita y provocadora.
do un cigarrillo. La verdad es que acabo de angustiarme. Aquella noche que la conocĂ, de camino a casa cuando el espectáculo habĂa terminado, los vi pasar en la renoleta. Con la nariz pegada a la ventanilla como en las pelĂculas, Azul no me sacĂł los ojos de encima. Los meses que siguieron fueron de una soledad olvidable. Nadie sabĂa de ella en el pueblo ni en los pueblos vecinos. La mina no salĂa porque en realidad era una niña. No tenĂa catorce o quince, sino diez o nueve. Una enfermedad degenerativa, gigantismo o algo asĂ, la mostraba pĂşber. DescartĂ© la idea por fantasiosa. No me gusta escribir sobre mis obsesiones porque no son verosĂmiles, pero juro que estuve mucho tiempo pensando en ella. La amaba. EncontrĂ© a Azul despuĂ©s de muchos años. Fue en la parada del colectivo. Yo pasaba con las bolsitas de las compras. Ella me llamĂł. VestĂa con ropa deportiva tratando de no acentuar una flacura al borde del raquitismo. MedĂa un metro noventa o algo asĂ. Cuando la vi me sentĂ invadido por ese olor de cuando la amaba y buscaba. Mis sueños se destrozaban en ese cuerpo deforme, pálido, lleno de manchas. Le preguntĂ© si me llamaba a mĂ y dijo que sĂ, y si la reconocĂa. Le dije que no, fue terrible. Me quedĂ© parado, actuando mal, entornando las cejas, dejando las bolsas en el suelo, mostrándole interĂ©s por seguir la conversaciĂłn. Pero le repetĂ que no, que no sabĂa quiĂ©n era, que no me acordaba. Hablamos dos o tres boludeces, y tuve que hacerme a un lado para que el colectivo estacionase. SubiĂł con dificultad. Te tenĂ©s que acordar, dijo desde la ventanilla. Le sonreĂ abriendo las manos. Fue la 16 |
Ăşltima vez que la vi.
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Ahora cierran la tapa, y los llantos se mezclan con el sonido del destornillador eléctrico. Salgo. Hay gente esperando el cortejo. Varios viejos fumando, puteando por la eliminación en el Mundial. Tiro el pucho. Sacan el ataúd y lo meten en la parte trasera del coche. Los parientes lo acompañan unos metros y se vuelven. Ya está. Se encienden los faroles del bulevar. Cuando el último auto desaparece, camino al bar más cercano. Acá no pasó nada, me digo.
Escrituras Indie nace a principios de 2009 a partir de la necesidad de un grupo de escritores de construir un espacio alternativo, colectivo y abierto para la difusiĂłn de literatura y arte independiente, convirtiĂ©ndose con el tiempo en un medio a travĂ©s del cual escritores y artistas independientes pueden publicar sus producciones de poesĂa, narrativa, crĂtica, mĂşsica y artes visuales. El Proyecto DIFUSIONALTERNA es un nuevo emprendimiento originado en nuestro espacio con el objetivo de seguir aportando a la difusiĂłn de escritores contemporáneos que buscan medios alternativos para hacer circular su obra por fuera de los canales tradicionales y hegemĂłnicos. Es una primera experiencia de ediciĂłn colectiva y autogestiva de pequeños libros de difusiĂłn de bajo costo, publicando obras breves de autores que participan del espacio Escrituras Indie, y abierta a la recepciĂłn de material de escritores independientes que quieran sumarse con su producciĂłn en cualquiera de los gĂ©neros literarios. Con el Proyecto DIFUSIONALTERNA pretendemos materializar una vez más nuestro propĂłsito de construir nuevas formas de difundir literatura independiente, a travĂ©s de una dinámica autosustentable que mantenga al proyecto en constante crecimiento, sumando nuevas obras y autores.
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Pablo Giordano (Las Varillas - Argentina -1977) publicĂł en los suplementos culturales de los diarios El Especial de Nueva York-Nueva Jersey, La Voz del Interior de CĂłrdoba, El Diario de Villa MarĂa, Nexo de BahĂa Blanca y Perfil de Buenos Aires. Ha publicado en revistas de Argentina, MĂ©xico, Cuba, Estados Unidos, Portugal, Brasil, PerĂş, Colombia, Venezuela y España; entre las que se destacan: Punto en lĂnea (la revista on-line de la Universidad Nacional de MĂ©xico) y Alex Lootz de Madrid. IntegrĂł las antologĂas: Grageas. 100 cuentos breves de todo el mundo (IMFC – Buenos Aires – 2007); 25 ciudades. Las mejores lecturas de verano de La Voz del Interior (Universidad CatĂłlica de CĂłrdoba – 2007); 10 Bajistas. Nueva narrativa cordobesa (Eduvim. Villa MarĂa – 2009) y Es lo que Hay. Narrativa JovĂ©n en CĂłrdoba (Babel Ediciones – CĂłrdoba – 2009). PublicĂł La Felicidad es un Gordini (Textos de CartĂłn - poesĂa - CĂłrdoba 2009) y La Muerta (La Propia - cuentos - Montevideo 2009) Sus textos fueron traducidos al inglĂ©s, portuguĂ©s y servio.