El Canasto del Sastre

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ti

MILLA

EL CANAS DEL SASTR (Cuadros de costumbres)

TOMO

ยก,

I

COLECCIร N

5

DE SEPTIEMBRE



JOSÉ MIL^A (Salomé

Jil) [*1822

f 1882]


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Universidad Francisco IVIarroquĂ­n

http://www.arcflive.org/details/elcanastodelsast68joseguat


EL CANASTO DEL SASTRE

1

—El

Canasto

— T.

I


Biblioteca Guatemalteca de

Cultura Popular

Volumen 68

Impfcso en

CENTRO EDITORIAL del Ministerio de

los

talleres del

"JOSÉ DE PINEDA IBARRA"

Educación Pública

Guatemala, G. A.


JOSÉ MILLA (SALOME

JIL)

ELOMitSTODGLSilSTRE (Cuadros de costumbres)

TOMO 3"

I

EDICIÓN

Volumen 68

19 63 Biblioteca Guatemalteca de Ministerio

de

Educación

Pública

Cultura Popular

Guatemala,

Colección Luis Lujan Muñoz Universidad Francisco Ma< faquín

www.ufm.edu - Guatemala

C.

A.



1

N T R o D U C C

I

O N

¿Quién no es el público y dónde no se le encuentra? Variaciones

sobre una paradoja.

N INOLVIDABLE escritor espacomenzaba una serie de artículos de crítica literaria y de costumbres, preguntando: ¿Quié^ es el público y dónde se le encuentra?'' A mí me ocurre hacer con esa pregunta lo que hacen con ñol

*'

los vestidos viejos

vuelven por

Al dar

algunas gentes pobres, que los a [in de que parezcan nuevos,

el revés,

principio a esta

segunda hornada de

"Cuadros de costumbres guatemaltecas*', después de una solución de continuidad (como dicen los cirujanos) de trece a catorce años, parece prudente empezar por conformarse del juez que ha de juzgarlos y sentenciarlos en las tres instan,

y hasta en casación, si fuere necesario, Y como está probado ya que, digan lo que quieran los geómetras, la línea recta suele no ser el camino más corto para ir de un punto a otro, yo elijo la curva, y haciendo un rodeo, investigo si hay quién no lo sea y dónde no se encuentre.

cias


José Milla (Salomé Jil)

6

¿Cuántas individualidades humanas se necesitan para componer eso que se llama público? ¿Qué condiciones deben tener los que lo [ormen? He aquí dos cuestiones di[tciles de resolver. Para el escritor que se ha lanzado al escabroso terreno de la prensa, tal vez sin el caudal de conocimientos necesarios, no es el público el que ha censurado o desdeñado su obra. Son cuatro intrigantes,

envidiosos, ineptos, etcétera.

silbado no fue

el

Para

el

actor

público el que chifló; fueron

unos pocos ignorantes, incapaces de conocer el mérito de un artista como éL El que comete una mala acción y se encuentra por ella visto de reojo por la sociedad, tiene siempre el supremo recurso de decir que no es el verdadero público el que lo condena.

Para ble''

el

empresario de teatro sólo es "respetapúblico que concurre al espectáculo, y

el

no hay público la noche que la sala no está de bote en bote. Para el enamorado imberbe no hay gente, o público, que es lo mismo, en una reunión en que no se encuentre el objeto de su amor. Para un editor de periódico, no es público el que no se suscribe al diario. El público, se dice, fue numerosísimo en Jocotenango durante los días de la feria. Arrastrado en elegante carretela por magnífico tronco de por dos liras héticas en medio deshecha calandraca, donde va con el credo en la

californianos, o


Introducción

7

boca; montado en [ogoso corcel chileno enjaeza-

do con

la

cómoda

silla

americana, o espoleando

puede con

de bautismo y encapado en vetusto galápago, que sirve todo el año de nido a las palomas del desván; jadeando y sudando para llegar al hipódromo en el caballo de San Francisco; bien prendido y atusado, o pobre, sucio y roto, público y muy púflaco rocín que ya no

la fe

que acude a la feria; sin que por eso deje de serlo tampoco el que no pudo o no quiso mezclarse aquellos días con la turba regocijada y alegre de los paseantes. blico es el

que ganó o perdió a las carreras, el que almorzó, el que bailó, el que coqueteó, el que atropello o fue atropellado, el que compró novillos y muletos por más o menos de lo que valían, y público, también, el que se quedó en su casa entregado a ocupaciones Público fue en Jocotenango

menos

el

divertidas.

El público palmotea y grita en la plaza de cuando arden bien los castillos de pólvora y chifla cuando no arden; compra al fiatoros, chifla

do en

donde no se fía, da conversación a los mercaderes que no admiten tertulias; se para por las noches con la boca abierta delante de las boticas y almacenes que están iluminados; juega plato en el club, echa pan a los patos y cisnes de la fuente del jardín de la Concordia, las tiendas


José Milla (Salomé Jil)

8

contribuye a la renta de licores y con frecuencia va a dormir al puesto de la Policía.

Bien examinado

el

punto, se advierte, pues,

que no hay quién no sea público, ni se conoce lugar alguno del globo habitable donde no se encuentre.

¿Constituyen

público

mil

personas,

una? Puede sostenerse que sí, una vez que nadie ha fijado hasta ahora el número que se necesita para formar esa quinientas,

cien,

diez,

dos,

colectividad variada y multiforme. Si el conjunto

de personalidades compone público, parece lógi' co deducir que cada partícula infinitesimal del gran todo, debe también ser considerada como público, o como publiquillo, pues creemos que debe ser una ley química que el compuesto sea de la misma naturaleza como los componentes, cuando éstos no son heterogéneos. El actual rey de Baviera, famoso dilettante, apasionado por la música de Wagner, tiene el raro capricho de asistir algunas noches al teatro real de Munich absolutamente sólo, a oir una ópera entera del ^'maestro del porvenir*. Se ilumina la sala espléndidamente, el director y los individuos de la orquesta están de frac negro y corbata blanca y el público, es decir, el rey bávaro, ocupa ingrimo y solo aquel teatro vacío.

Los artistas se empeñan en trabajar bien, porque saben que aquel extraño público no tolera


Introducción

9

una [alta, aplaude y reprueba a tiempo y recompensa generosamente el mérito de los virtuosos. Algo parecido a eso nos pasa en Guatemala a los que hemos dado en la rara manía de escribir para el público. Acaso no tenemos más lectores que el cajista que compone, o descompone núestro articulo, que el corrector que lo corrige o lo deja con más yerros de los que tenia y el autor mismo que por necesidad tiene que leerlo al escribirlo, Y apurando un poco las cosas, suele suceder que cajista y corrector componen y corrigen casi maquinalmente y por de contado no leen lo escrito; de donde resulta que el único viviente que lee es el autor, que viene a ser asi su propio público, como el rey de Baviera es, en las ocasiones citadas, el público de las óperas de Wagner,

A

no escribir, pues, para otro público que yo mismo forme, componga y constituya, me lanzo de nuevo al mar tranquilo de la publicidad literaria guatemalteca, océano de perpetuas calmas, pero no exento de arrecifes. Si que

riesgo de

el

necesario fuere

hasta tendré

el

me

leeré solo,

me

criticaré solo,

y

atrevimiento de aplaudirme solo.

Seré actor y público a la vez, seguro de que mientras yo viva y escriba, no ha de faltar público que me lea,

Y

para el caso de que haya algunos desocupados que quieran pasar la vista por la nueva serie de "Cuadros de costumbres guatemaltecas**.


José Milla (Salomé

10

Jil)

que me propongo escribir, creo conveniente recordarles que mis bocetos no son retratos, sino caricaturas, en las que están, naturalmente, exagerados los rasgos, lineas y sombras del dibujo. algún caritativo quiere hacer aplicaciones a clases o personas determinadas; si bautiza con

Si

nombre de cualquiera de

el

los

personajes que

van a desfilar en mis artículos como las figuras de una linterna mágica^ a alguna persona viviente, la malicia estará en el que encuentre las semejanzas, no en el escritor que buscando en su imaginación tipos ideales, se propone únicamente corregir (si es posible), algunos defectillos, y proporcionar a los lectores del diario unos pocos ratos de solaz y entretenimiento. Considero este género de escritos como los postres de la literatura y procuraré sean esta vez tan inofensivos y de fácil digestión como los de las series anteriores.

Con

imitando la costumbre de los carteles de teatro, que anuncian la función del día, y a esto,

veces la siguiente, tengo el honor de ofrecer para

próximos números, dos cuadros con las aventuras de tío Climas en la feria de Jocotenango. los


J-'MS KD4pentutas de C^íc

diLíftas



La

feria de

Jocotenango

Eso de reunirse en un estrecho espacio de terreno un número de bípedos racionales y de cuadrúpedos irracionales cuatro o cinco veces mayor del que ¡Bendito sea

el

que inventó

las ferias!

podría contener cómodamente; asolearse, polvo, exponerse

y

uno a que

lo estrujen,

tragar

empujen

atropellen; ensordecerse con el ruido aturdidor

de coches y diligencias y con el que producen los herrados cascos de los caballos sobre las piedras del pavimento; todo para ver y ser visto durante algunas horas, o para comprar algunos novillos y muletos por la tercera parte más de lo que valen, no hay duda que merece la pena de sacar de sus casillas a una población tan quieta, tan soñolienta y tan costumbrera como la de nuestra querida Guatemala. Pero como en este mundo cada cual se divierte como le acomoda y sobre gustos, según dicen, no hay nada escrito, sucede que las dos terceras partes, poco más o menos, de la población, quieren ir todos los años a emborracharse en la barabúnda de la feria. Y no sólo van los estantes y habitan13


José Milla (Salomé Jil)

14

en

tes

la

lejanos,

dudad, sino que muchos, aun de puntos hacen viaje ex profeso para concurrir a

Jocotenango en esos días. Confieso que también yo, partiendo del remoto Oriente, como los reyes magos, he venido a la feria, no para comprar ni vender, pues no soy comerciante; no para que me vean, pues en ello

no ganaría gran

cosa,

sino para ver, oir

y no

callar.

Acabando de bajar

la

cuesta de Pínula,

me

alcanzó una numerosa partida de grandes mamíferos de la raza bovina, dentro de la cual

me

encontré envuelto, sin que pudiera mi cabalga-

dura tomar su paso acostumbrado. A la cabeza del cornudo ejército venía un robusto gañán, que embocando un cuerno, de tiempo en tiempo, para guiar el ganado, hacía despertar con las sonoras voces del rústico instrumento, los dormidos ecos

de aquellas soledades. Tres o cuatro zagales armados de fuertes y prolongados látigos, gober-

naban la indisciphnada grey, que obedecía, más que al reclamo de la trompeta, a los gritos y a las amenazas de los arreadores. Cerraba la marcha el propietario del rebaño, a quien no pude conocer desde luego, por las nubes de polvo que los

hendidos cascos de

la

enastada turba levanta-

Disipada un momento la espesa polvareda, reconocí en el dueño de la partida a un vecino, un amigo, y me paré a aguardarlo. ban.


El Canasto del Sastre

Don Clímaco

Cacho

del

es

15

un hombre que

en los sesenta; de complexión recia, enjuto de carnes, moreno de rostro, todo él músculos y nervios, sujeto capaz de provocar la admiración del más descontentadizo fisiólogo, o de tentar a frisa

un artista que quisiera trasladar al lienzo el acabado tipo de un pequeño propietario de nuestras montañas del Oriente.

De

modos han dado en descomponer las gentes el nombre de don Clímaco, difícil de pronunciarse como todo esdrújulo, pero la contracción que más se ha generalizado es la de Climas, varios

que con el agregado de tío, que los diplomáticos campesinos de los contornos han discurrido, como un término medio, o una tercera entidad entre

don y el ño. Al lado de don Clímaco venía la niña Brígida, su costilla, casi de la misma edad que su marido, tan envuelta en carnes como él es seco y magro y con el apéndice de un mediano güegüecho, que la avara naturaleza no tuvo a bien conceder al cuello del consorte. Después de saludarlos corel

tésmente,

híceles

obligadas, de a

Venimos

por

costumbre, las

preguntas

dónde iban y de dónde venían.

del

"Purgatorio**

me

contestó

don Clímaco, con un acento hueco, más propio, en efecto, de una alma de la otra vida, que no de un ente de este mundo y vamos a la feria.


José Milla (Salomé Jil)

16

"El Purgatorio** es el nombre de la labor de don Clímaco, situada a dos leguas de mi residencia.

¿Nunca ha arreado usted

me preguntó

el

propietario.

No, don Clímaco

contesté

por des-

,

me

ocuparme en eso que en otras

¡Cuenta!

ha-

cosas.

don Climas, lanzándome una ¿Y le parece a usted que yo me

dijo

mirada feroz voy a engordar

Comprar

le

probablemente más cuenta

gracia; pues

bría tenido

vecino?

novillos,

la

bolsa con este maldito trato?

animales a diez y doce pesos, para venir a darlos en punta, lo grande a ventiocho los

lo chico a veintitrés,

con plazo para

el

agosto;

¿eso dice usted que tiene cuenta?

¿Y dos

torunos

muy

en una ciénaga

y

por

galanes que se la Ceibita?

¿Y

que se me huyeron

me ahogaron

cuatro novillos sinvergüenzas al día siguiente

de haber sa-

que se "desbarranVoladero? ¿Y pagar cada noche, a

lido del "Purgatorio**?; ¿y tres

caron** en el

dueños

donde uno pasa a real por diez cabezas, como si los caminos no fueran de la nación? Le digo, vecino, que no sé cómo no me ha pegado una fiebre con tantas cóleras, y que me quito el nombre si me vuelvo los

de haciendas

por

a meter en negocios de cachos.

—Eso

mismo

y siempre

volvés

estás diciendo hace cinco años,

dijo la niña Brígida,

con esa


El Canasto del Sastre

17

voz peculiar de las personas que padecen del mal de que ella adolecía en la garganta.

Pero ahora

replicó

don Clímaco

nido por traerte a que conozcas

la

,

he ve-

ciudad y veas

y nada más. La señora movió la cabeza, como si dudara del desinterés y la galantería de su marido. Llegamos en eso a las inmediaciones de la ciudad. Mi amigo se dirigió con su ganado a un potrero donde lo aguardaba el que le había comprado la partida, y yo aguijé mi muía, despidiéndome la feria,

de mis vecinos.

En

mesón de San Agustín nos tiene para dijo don Clímaco, y echó que nos mande

lo

el

a correr detrás de dos novillos que, saliéndose

de de

la partida,

las

montañas.

los

amenazaban con seguir

sinvergüenzas

el

ejemplo

que se habían largado a

El 29 de noviembre, a las cinco de la tarde,

cansado de recorrer los diversos puntos de ]dcotenango, a donde acude el público de preferencia, fui a tomar asiento en uno de los poyos contiguos a la plaza, para ver desfilar la muchedumbre.

No

un cuarto de hora que me divertía en contar los carruajes, cuando oí que me llamaharía


José Milla (Salomé Jil)

18

ban por mi nombre. Busqué entre la apiñada multitud al dueño de aquella voz, que no me era desconocida, y pronto descubrí a mi amigo don Clímaco, que me preguntó, con aire inquieto, si por casualidad no había yo visto a su mujer. A mi respuesta negativa, replicó el partideño: Se lo dije; pero las mujeres, mala es la comparación, son como las muías; lo que ellas quieren y nada más. Guatemala, le dije, no es el "Purgatorio**; aquí se pierde uno en un abrir y cerrar de ojos; y más en la feria, con tanta gente, tantos birlochos

y tantos animales.

No me

hizo

mí junto al hipógromo, mientras yo estaba mercando este mico (y me señalaba uno que llevaba prendido en el hojal de la caso; se apartó de

chaqueta) y dicho y hecho, se perdió. Pero conocerá el mesón le respondí

,

y

se dirigirá allá fácilmente.

¿Qué ha de conocer? contestó mi vecino y ni del nombre se acuerda. Pero, déjela que parezca y verá usted cómo no vuelve a perderse. ,

Diciendo dida mitad,

y renunciando a buscar su perdon Clímaco apartó, un poco bruscaasí

mente, a una persona que estaba a mi lado, y se sentón

—¿Y qué han parecido a usted — ¡Ay! —me contestó con perdón le

ras?

le

las

carre-

dije.

de usted y de los santos caballos que corren bien; pero lo ,


El Canasto del Sastre

19

que no me cuadra es esa cacha en que han dado los españoles de hacer que estén los pobres animales vuelta, y vuelta y vuelta en aquella rue-

que se cansan. Si quieren divertirse, ¿por qué no cuelgan un pato y lo corren ellos mismos, a ver quién le arranca la cabeza?

dota, hasta

Pero esa dije yo es una diversión un poco bárbara, que no estaría bien en la ciudad. ,

replicó don Clíque usted quiera maco pero allí sí que se lucen los que saben andar a caballo. O si no quieren pato, ¿por qué no corren tn el llano, o en las calles, en lugar de dar esas vueltas por el hipógro[o que no sé cómo no se les atarantan las cabezas a los paíojos que van en los caballos?

Será

lo

,

Al decir esto, mi amigo se puso en pie y lanzándose sobre una mujer de pañolón amarillo yema de huevo y enagua carmesí, que acababa de pasar delante de nosotros, le dio un tirón tan fuerte, que por poco no dio con ella en tierra. exclamó don Climas, y como' a ese tiempo la del pañolón amarillo volvió la cara para ver quién le daba semejante tirón, conoció dispense, chaque se había equivocado y dijo: ta; pensé que era mi mujer. Un diablo se parece a otro. ¿No me la ha visto por hay? Son idénticas; hasta en lo regordido de la garganta. Bríg

.

.

.

.

No

acabó mi vecino de pronunciar la frase, pues la irritada matrona le lanzó un aguacero de


José Milla (Salomé Jil)

20

en las que guanaco, animal del mojite, salvajón, bestia y otras semejantes, fueron las injurias,

más

pulidas.

El pobre don Clímaco volvió a sentarse un poco amostazado y se propuso no volver a jalar a otra mujer, aunque viera que fuese la suya propia, en

carne y hueso,

En

aquel

momento pasó un coche

tirado por

dos hermosos caballos negros, que llamaron atención del hacendado, y me dijo:

Con perdón de Dios y de llones de

la

usted, ¿esos caba-

qué querencia son?

—Vinieron de California le contesté, ¿Por onde queda esa hacienda? me

pre-

guntó,

No tante;

es hacienda

le dije

y para venir de

allá,

,

un

sino

país dis-

es necesario

embar-

carse,

—Entonces llos

replicó

vienen de la otra

mi amigo

,

esos caba-

isla.

Como sé que los campesinos emplean esa frase para designar la Europa, comprendí lo que quería decirme y le contesté que no venían de la otra

isla,

sino de

un punto más cercano,

—¿Y cómo vinieron? — Por vapor, —Eso que no me

dijo

él,

el

cino, así

me

por, cuénteselo a

lo

hace usted tragar, ve-

Que vengan caballos en naotro. ¿No sabré yo lo que es

mate.


El Canasto del Sastre napor?

No

lo

habré visto

de

salir

21

la olla

de

los

cuando se están cueciendo. que Pues ese mismo vapor le dije yo usted ha visto salir de la olla, u otro semejante, es el que ha hecho venir aquí esos caballos y muchas cosas más. Pero advirtiendo por el aire de incredulidad con que me escuchaba, que sería inútil entrar en más detalles, puse punto final a las explicaciones. frijoles

,

¿Y no sabe usted, vecino si venderán esos Qímaco ,

.

me preguntó don caballos? Yo me

arriscaba a dar un par de chorros de cien pesos

por

ellos.

Si diera usted dos mil

le

contesté

,

aca-

so se los venderían.

— Dos

yo

exclamó mi vecino encolerizado El mejor caballo no vale más de cien pesos, entre dos amigos. Con dos mil compraba yo... a ver (y se puso a contar con los dedos). Doscientos novillos que trayéndolos a la feria en el agosto, por lo menos redoblaba el pisto. jDos mil pesos! repetía estas gentes creen que porque uno es de fuera, se deja meter el dedo en la boca, así no más. mil palos

les

diera

;

—No creo —

le

dueño nePuede usted pues, amigo

repliqué

cesidad de venderlos.

,

don Clímaco, estar tranquilo y sar en los caballos.

tenga

el

divertirse, sin pen-


José Milla (Salomé Jil)

22

Sosegado con esto mi vecino, se puso a observar

concurrencia.

la

Lo

veía todo con la curio-

sidad de un niño, y de vez en cuando tiraba la cuerda al mono que llevaba en el ojal, con no

poco entretenimiento de

Vea

los paseantes.

usted vecino

me

decía, señalando

a

damas que pasaban a pie o en carretela ¡Qué chapinas éstas! Si más parecen ángeles de los que sacan en las andas. Hasta en las colas las

son iguales.

Y

demás también Ahora que no nos oye

dió

,

en

si

la

contesté.

cuál de todas

al le

aña-

Brígida si

pudiera uno casarse con dos,

una de esas chancletudas

¿Y

le

digo a usted, vecino, que

le

dara, o

lo

yo enviu-

me

llevaba

"j^urgatorio"'.

pregunté

elegiría

,

usted?

porque no quisiera quedarme sin ninguna. Lo que haría para no errar, era decir sexta ballesta, o que me taparan los ojos como cuando juegan gallina ciega, y me casaba con la que agarrara. Allí entraba el aprieto

Era ya

dijo

él

,

Propuse a mi amigo que nos retiráramos, y habiendo convenido, nos dirigimos a la ciudad, abriéndonos camino con trabajo al través de la masa compacta de los concurrentes. tarde.


El Canasto del Sastre

23

Al llegar junto a uno de los arcos que han colocado en los extremos del paseo, observé que mi vecino se empeñaba en no pasar bajo el mamotreto de madera y lienzo pintado. Pasemos por aquí le dije, tratando de hacerlo pasar bajo el arco.

me

Por bobo

contestó

que pase otro. se cae al tiempo

;

Ese animal está en el aire, y si que yo pase, no quedo ni para polvos. Había creído que el arco era de mampostería y no pude hacer que pasara debajo. Entraba ya la noche. Acompañé a don Clímaco hasta el mesón, donde se informó de la señora Brígida y supo que no había llegado. No se ha de perder dijo mi amigo. Prenda con boca no la quiere nadie, y se metió en su cuarto.

Mañana

dije

le

.

estará Jocotenango tal

vez más concurrido que hoy.

¿Quiere usted que

vayamos?

¿Cómo

no?

me

contestó

Pase usted por

nosotros y verá lo que hago con mi mujer para que no vuelva a perderse.

Propúseme no faltar, pues había comenzado a tomar gusto por la rarezas de aquel ente original,

y me

despedí de

él

hasta

el

siguiente día.



de Jocotenango

Fiel a

mi promesa, pasé

el

martes 30, a las

mesón de San Agustín y encontré a don Clímaco del Cacho en grande tenue, con el vestido de los días grandes. Se había puesto una especie de saco o chaquetón de pana verde con botones de metal, un chaleco de la misma tela y pantalones ídem; todo ello tan viejo, tan extrañamente cortado y tan raído, que diez de la

mañana,

al

juzgué debían ser aquellas prendas bienes abolengos, transmitidos de padres a hijos, tres

o cuatro generaciones. ni

nículos que

ha inventado

Las cutarras de al

lo

demás, nada

medias, ni tirantes, ni otros admi-

de corbata,

baja

Por

durante

polvillo,

pueblo, eran

el

moderna civilización. que no usa sino cuando la

único resguardo de aque-

más habituados a caminar libremente por el campo que no oprimidos y angustiados, sobre el desigual y nada cómodo pavimento con llos

pies,

que dotó a

la capital el

presidente Estachería.

25


José Milla (Salomé Jil)

26

Hacía apenas dos horas que había llegado la señora Brígida, que después de andar perdida toda la tarde, preguntando por su marido, como don Clímaco inquiría por su mujer, fue recogida y hospedada, entrada ya la noche, por una caritativa familia del barrio de San Sebastián, La pobre mujer daba muestras de haber llorado, y como alcancé a ver por allí cerca uno de los látigos de los zagales que arreaban los novillos, me reveló aquel

instrumento la sevicia del colérico

don Clímaco. La señora estaba hecha un pimpollo; puestas ya las enaguas de merino carmesí, adornadas con trencilla verde y echado sobre los hombros el pañolón de burato amarillo yema de huevo, bordado con sedas de los siete colores del arco iris,

Al

llegar a la puerta del

mesón, don Clímaco

sacó de una de las hondas faltriqueras del chaquetón un lazo de a medio real, y atándolo fuer-

temente a

la cintura

dama, le dijo: ahora se pierde»

de

la

Camine; a Ver si La pobre mujer, que no había olvidado probablemente el látigo del arreador, echó a andar sin decir palabra; caminando a corta distancia don Clímaco del Cacho^ que llevaba la cuerda por un cabo.

Puede considerarse que aquel hombre, que conducía a una mujer como si fuera perro de ciego, provocaría la hilaridad y las pullas de los que


El Canasto del Sastre advirtieron principal

el

incidente.

que conduce a

27

Atravesamos

así la calle

la plaza.

me dijo don Climaco parece muy galán, mehay aquí me todo lo que nos estos árboles que, a la cuenta, son más viejos que mi abuela. Si usted tiene que ver con los señores del juzgado, dígales que. si quieren, yo

Vea

usted, vecino

despacharé cuatro docenas de maquilisguates para que los siembren y quiten esta vejestoria.

les

Muy

bueno

sería

le

contesté

.

aunque

dudo que se aclimatarían. Pero si no esos, otros muchos hay que pudieran sustituir con ventajas a los vetustos y carcomidos árboles de este paseo. Justo -

es

decir que

no se ha hecho poco para

embellecerlo, y natural esperar que vaya completándose su ornamentación. Vea usted esas her-

mosas calzadas que conducen al hipódromo, esos quioscos que adornan la plaza, ese carrusel para que se diviertan los niños, esos asientos para comodidad del público, y conténtese con lo que hay, mientras puede ir haciéndose lo que falta. Entretenidos en esta conversación, llegamos

al

campo donde se ha construido el hipódromo, que yo no conocía por haber vivido fuera de la capital

durante algunos años. El sitio me pareció El panorama que lo rodea es digno

bien elegido.

de

nuestra

espléndida

naturaleza

Veía prolongarse delante de mí nicie,

sobre la cual

el

intertropical.

la extensa plaotoño tendía su manto de


José Milla (Salomé Jil)

28

matizado de trecho en trecho con los verdes tintes de la vegetación, que no ha muerto por completo todavía. Al noreste un tupido bosquecillo y una de esas profundas cavidades que las corrientes han ido formando con el transcurso de los siglos. Más hacia el norte, coHnas siemgualda,

y

pre verdes,

caprichosas siluetas

tras ellas las

montañas, más azules cuanto más distanProlónganse en no interrumpida cadena, tes. hacia el occidente, cerrando el vasto semicírculo

de

las

que

la vista

alcanza a distinguir por la parte del

empinadas crestas de los volcanes de Antigua y de Pacaya. Un cielo puro, donde sur, las

la el

en toda su magnificencia, extieninmenso pabellón sobre ese panorama, que

sol resplandece

de

su^

el

más

sino

no acertaría a reproducir

hábil pintor

muy

débilmente.

Esto es lo que ha hecho la naturaleza. En cuanto a lo que se debe a la mano del hombre, vi

con gusto

el

circo

para

las

carreras,

de unas

setecientas cincuenta varas de extensión, los bo-

que se han construido para los espectadores, el quiosco para la música, el palco de los jueces, los salones de tiro, etcétera.

nitos pabellones

—No

hay duda

dijo

don Clímaco

,

que

todo esto está muy bueno, y lo único que no me pasa es que hayan hecho el opróbromo en figura redonda y no a lo largo.


El Canasto del Sastre ,

¿Cómo

que se llama?

decís

29

preguntó

la

señora Brígida.

Porógromo, mujer

le

don

contestó

maco, que no acertaba a pronunciar

Clí-

palabra

la

dos veces del mismo modo.

¿Y para qué

le

pondrían ese nombre inglés

tan enredado?

No

es inglés, sino griego

Peor está que estaba

dije yo.

replicó tío Climas

.

La derecha hubiera sido ponerle plaza de caballos así como hay plaza de toros, o de cualquiera otrq modo no tan trabucado. Mientras nos ocupábamos mis amigos y yo en aquella cuestión filológica, los propietarios de los caballos que debían correr se

binar una carrera.

parábanse

los

ocupaban en comCruzábanse las apuestas, pre-

jockey s o jinetes y estaban inscritos Acerca-

cinco caballos para la próxima pareja.

monos a examinarlos.

Don Clímaco

vio

muy

despacio dos californianos que iban a correr, y movió la cabeza de una manera significativa.

Muy

galanes son los ingleses

dijo

,

pero

pierden.

Consideré aquel juicio de mi amigo como efecto del espíritu de localismo, y le contesté.

— Pues

yo pongo por uno- de esos que usted

llama ingleses

;

y en

efecto, aposté cinco duros

por un alazán californiano.


José Milla (Salomé Jil)

30

me

Vecino

don Clímaco

dijo

tos credos corren los caballos la

gtomo? Aquí

,

¿en cuán-

rueda del ticó-

tiempo no se mide por credos, sino por segundos; y sacando mi reloj, añadí: vamos a ver lo que tarda la carrera. le

contesté

,

el

A

remí para nada me sirve ese animalito Voy a contar uno, dos, tres, plicó mi amigo Desde que cuatro, cinco y así para adelante. salgan hasta que lleguen. ,

¿Hay quien

quiera apostar al

Gamo?

dijo

una voz; yo voy contra él. preguntó mi vecino. ¿Quién es Gamo? Ese caballito retintillo cerezo, del país, que va a tomar parte en la carrera. ¿En el que está montado el patojo de chaqueta y montera colorada? El mismo. Pues a ese sí que apuesto yo un peso dijo mi vecino, y sacó un pañuelo de algodón en que llevaba atadas unas cuantas monedas. Convenido respondió el que había promo-

.

.

.

— — — vido apuesta. — Pues casémonos rephcó don Clímaco. preguntó —¿Qué quiere usted —Que saque plata y que se demos a mi la

decir?

la

el otro.

la

vecino para que la guarde junto con la mía. Advirtiendo que el sujeto comenzaba a enfadarse con aquella desconfianza de mi hombre,

le


El Canasto del Sastre

31

precaución era innecesaria, y que yo respondía por el peso.

dije le

que

la

¿Se obliga usted me dijo con todos sus bienes habidos y por haber, apotecando el ani,

malito que tiene en

Me En

bolsa?

la

obligo.

momento

aquel

que del

caballos ocuparon sus

los

La ansiedad,

puestos.

más

hija

en

interés, se revelaba

Sonó

sus propietarios.

guardando

el

concurrencia

la

amor propio

del

los

semblantes de

campana y

más profundo que rodeaba

silencio la el

circo.

partieron,

numerosa

Mi amigo*

lanzó un agudo y largo silbido y comenzó a animar con sus gritos al retintillo, siguiendo las diferentes peripecias de la carrera con tanta inquietud,

como

si

fuera en ella todo

valor de sus

el

trescientos novillos.

¡Que viva Perdió

el

el inglés,

Era

Gamo!

gritó

de repente

.

a ver mi peso.

en efecto. El caballito del país había llegado el primero a la raya. así,

El individuo que apostó con mi vecino sacó

un

billete

co,

de su cartera y

lo

alargó a don Clíma-

sin decir palabra.

Mi amigo lo miró con sorpresa y le dijo: ¿Y esto que es? Pisto quiero yo y no

papel

escarabajeado.

Pero el otro.

si

es

un

billete

de banco

respondió


José Milla (Salomé Jil)

32

¿Y para qué

diablos

quiero yo banco ni papel?

don Clímaco nunca he ne;cesi-

gritó

Yo

tado de esos estrumentos para ...

*

Una

carcajada del dueño del billete, a la que hicieron coro unos cuantos individuos a quienes

habían atraído los gritos y Contorsiones de mi amigo, cortó muy a tiempo la frase, demasiado^ naturalista que iba a soltar don Climas.

*

El sujeto sacó una moneda de ocho reales y la entregó al campesino, que la examinó por ambas caras, y viendo una piedra allí cerca, levantó en alto el duro y lo dejó caer, para cerciorarse, por

el

Eran

sonido, de que

no era

falsa.

y media. El ejercicio nos había apetito, y habiendo propuesto a mi

las tres

despertado

el

amigo y a su esposa que comiéramos en taurant

y aceptado

ellos el convite, diez

el

res-

minutos

después nos colocamos delante de una mesa bien provista de platos

y

botellas.

Ahorraré a mis lectores la relación de las excentricidades que tío Climas dijo e hizo durante comida; pero estoy obligado a decir, a fuer de historiógrafo verídico, que el vino fue abundante y que muy pronto subió la parte alcohólica

la

que contenía del estómago al cerebro de mi amiNo diré que estuviera borracho; estaba alegre y nada más. go.

-Salimos los

y nos engolfamos

entre la multitud de

paseantes, llevando siempre

don Clímaco

la


El Canasto del Sastre punta de

la

cuerda con que iba atada

33

la

señora

Brígida.

En

que de Jocotenango va a San Sebastián advertí que la mujer de mi amigo caminaba delante de mi y que la cuerda arrastraba por el suelo. Me volví a uno y otro lado a ver que había sido del tío Climas; pero ni su sombra. Lo buscamos por todas partes sin dar con él, hasta que, cansados ya, nos sentamos en uno de los sofás de la plazuela con la esperanza de que la calle

fin aparecería.

al

Como una hora desdon Clímaco, pero ¡en qué estado, oh cielos! Venía dando tumbos a uno y otro lado, como un buque en el mar agitado por Había perdido el chaquetón verde la borrasca. y una de las cutarras de polvillo. Al vernos, quiso, en un arranque de ternura conyugal, abrazar a la niña Brígida, que esquivó la caricia extemporánea, dándole al consorte un empellón que estuvo a punto de hacerle comprar terreno en la Fue

así,

efectivamente.

pués, vi llegar a

plazuela. .

la

¿Conque ahora vos niña

¡Lástima

chicote de arreador,

fuiste el perdido?

dijo

que no tengo yo aquí

el

para ajustarte las cuentas!

Vamonos; y paja que no volvás

a perderte,

voy

a hacer con vos lo que hiciste con yo.

Diciendo

cuerda y la ató a la cintura de don Clímaco, que estaba incapaz de esto, se quitó la


José Milla (Salomé

34

Jil)

menor resistencia; tal había puesto al desventurado una perversa botella de aguardiente del país que acababa de consumir en un estanco. Acompañé a mis vecinos hasta el mesón y tohacer

la

mando en peso

al

ebrio entre la señora

y yo,

en la cama, donde no tardó en dormirse, tartamudeando en sueños, no sé qué de apuestas, de banco, de Gamo, de parejas y otras cosas que danzaban en aquel cerebro alcoholizado. Sólo la palabra hipódromo se le enredó

dimos con

él

de tal modo entre los dientes, que nadie hubiera podido decir lo que era, ni en qué lengua hablaba.

Y

con esto termina, queridos lectores y amabilísimas lectoras, la relación de las aventuras de tío Climas en la feria de Jocotenango, siendo muy posible vuelva yo a encontrarlo en otrps puntos de la ciudad, antes de su regreso a *'E1 Purgatorio'*.


El chaquetón veirde

Algunos días habían transcurrido desde treinta

el

de noviembre; y como en aquel lapso no

encontré en ninguna parte a mi amigo don Clí-

maco

ni a su costilla,

comenzaba a sospechar que

se hubiesen vuelto a "El Purgatorio", largándose

como

Pero no era así. El cuatro del corriente mes, en momentos en que me disponía yo a sahr de mi posada con el objeto de dar una vuelta por la ciudad, vi aparecer a mi vecino, que después del saludo de costumbre, me explicó la causa de su momentáneo eclipse. Adivine, vecino qué he andado me dijo haciendo desde que nos vimos. Contéstele que no podía saber en qué se había ocupado, y añadió: Pues he andado buscando por toda la ciudad el chaquetón de mi agüelito que me se perdió, no sé cómo, en la feria; que malhaya sea ella, y yo, por tonto de haber ido. Yo sabía que estos chapines, sus paisanos, son muy satíricos para eso de robar; pero no había acatado nunca que fuesuele decirse, a la francesa.

,

35


36

José Milla (Salomé

Jil)

ran tan vivos que le quitaran a un cristiano la ropa del cuerpo sin que lo sintiera» Si hubiera yo estado bolo aquella tarde, pase; pero ¡que! nian había olido el aguardiente.

¿Y qué

diligencias

cho usted para encontrar

He andado

me

le

la

pregunté prenda?

,

ha he-

preguntando de tienda en tienda y hasta por las casas, si han llegado a venderlo. Por consejo del mesonero, fui a pegar unos papeles en las puertas de las iglesias, que por más señas tuve que pagar seis reales al escribano que los hizo; pero todo fue de balde. Aquí todos son muy hombres de bien; pero mi chaqueta no parece. Y le aseguro, vecino, que no me voy sin ella, aunque tenga que ir al contestó

,

Juzgado, a la Suprema Corte, a la Asamblea hasta con el Obispo a reclamarla.

¿Y como en cuánto la estima Mire, vecino me contestó

usted? ;

y

le dije.

nueva, cual-

quiera hubiera dado por ella quince pesos; pero

ahora que está ya algo usada, la daría yo por catorce con siete y medio y cuartillo; y de allí no me apeo más que me horquen. Eso pido por

y además me han de entregar trece pesos que tenía amarrados en un paño en una de las bolsas de afuera, un rosario de perlas de la Brígida y una baraja que tenía en la otra y la

chaqueta,

una espuela poblana que cargaba en

la

de pecho.


El Canasto del Sastre

37

que se enconle contesté Pudiera ser trara el chaquetón y aun los objetos que estaban en dos de las faltriqueras; pero en cuanto a los trece pesos, ya es otra cosa; creo que debe usted ,

despedirse de ellos para siempre.

Don Clímaco

puso pálido, después rojo y luego verde, al oír que no volvería a juntarse con su dinero en este mundo. ¿de qué sirve enme dijo Pero, señor tonces tanto perejil que hay en la ciudad, si no se ha de encontrar mi pisto? Viendo el apuro de mi pobre amigo y deseando ayudarlo a recobrar las prendas perdidas, estuve pensando a qué arbitrio podría recurrirse. Después de haber cavilado un buen rato le dije: Se

,

Creo haber dado en un anuncio en

¿Y Es

le

leerlo;

contiene dos

vamos a poner

"Diario de Centro América*'.

preguntó don Clímaco.

quién es ese?

un papel que se imprime que compran muchas personas

contesté

todos los días;

para

el

el busilis;

,

que otras leen de prestado y que planas de avisos, entre los cuales

hay muchos de pérdidas parecidas a la de usted. pondremos el anuncio de la del chaquetón

Allí

verde.

Y

con eso ¿es seguro que me lo entregarán con todo lo que cargaba adentro? Será neceaviso; y como a mi, por desgra-

Seguro, no; pero probable, sario escribir el

sí.


José Milla (Salomé Jil)

38

no me da el naipe para ese género de literatura no ofrezco a usted redactarlo. Busque al escribano, como usted le llama, que hizo los que puso ei)i las iglesias, y que le haga este otro. cia,

Y

vuelta a chorrear otros seis reales

dijo

don Clímaco.

Y

otros dos, o tres pesos

más

dije

yo

,

que deberá usted pagar por la inserción del anuncio en unos cuantos números del Diario. exclamó mi vecino Yo Otra te pego pensé que no cobraban nada por eso; pero ya voy viendo que aquí ni agua dan de balde. Despidióse don Clímaco, salí y no volví a pensar en la pérdida del chaquetón. Pero al siguiente día presentóse mi hombre con un papel en la mano. Aquí está me dijo el aviso para el Vicario de Centro América, se lo traigo, vecino, para que usted, como capaz que es, vea si está ,

bueno.

Limpié te,

las gafas,

tomé

escrito en letras

muy

papel y gordas:

el

leí

lo siguien-

'^¡¡¡ATENCIONÜ! Anuncio interesante

Una buena

gratificación

por

un y necesarios que

el

állasco de

gabán y demás objetos útiles contenta antes de que se perdiera*

Y

luego, en letra

más pequeña:


El Canasto del Sastre

39

"El martes, día 30 del que espiró en Jocotenango, se desapareció un gabán vulgo chaquetón, pro-

piedad del que habla de pana verde, con diez botones de oro. a quien se lo quitaron del cuerpo, que contenía en una de las bolsas de afuera trece

moneda

cuño y una baraja, para con una jugar un espuela en la de adentro. Tiene el valor entrínseco de ser cosa heredada del otro tiempo. Se gratificará con un peso al que lo presentare en el domicilio de mi habitación; pues de lo contrario, perseguiré como reo de rapto al que lo ocultare pesos en

del

rosario de perlas entrefinas,

ante los tribunales.

Climaco del Cacho, (que vivo en "El Purgatorio").

Dos veces

leí

aquel extraño anuncio,

y

lo de-

volví a mi amigo, diciéndole:

Bien está. riarle ni

Creo que no hay para qué va-

una coma. Llévelo usted luego a

la ofi-

cina del Diario,

verdad que está como mandado haEl escribano me lo cer? dijo don Climaco leyó y vi que todo lo declara bien. De qué era, qué botones tenía, lo que cargaba en las bolsas y hasta el lugar onde vivo para que lo lleven. Voy a que lo pongan.

¿No

es


José Milla (Salomé

40

Jil)

Trabajo me costó no reírme de la candidez de mi amigo que se marchó, dejándome con no poca curiosidad de ver en qué paraba aquello. No pasó una hora sin que volviera, diciéndome que estaba el aviso entregado y pagado.

¿Y

lo leyeron?

__No

:me dijo

y me

pusieran

pregunté.

le ;

sólo les encargué que lo

vine.

Tres días después apareció don Clímaco en mi casa y me preguntó si había visto su anuncio en el papel. Díjele que no había tenido tiempo de leer los avisos de los últimos números; pero que los veríamos inmediatamente. Tomé el del día 7 entre los muchos que rodaban sobre las sillas y mesas de mi habitación y comencé a buscar el anuncio del chaquetón verde. Don Clímaco estaba muy atento, esperando a ver cuándo lo mentaba. ,

''Abogado y notario. (leí entre dientes), un novillo obero se alquila la compañía Hamburgo magdeburguese. Banco. .

.

.

.

. ;

.

.

.

.

. ;

.

.

Aquí me interrumpió mi amigo, diciendo con mal humor:

—Dale

que

me

con

el

banco. Ese ha de ser

mismo

el

ofrecía aquel niño con quien aposté en

Jocotenango.

Siga vecino.

—"Orguinetes. (continué yo leyendo). —^Voy una oreja — don Clímaco a que .

.

dijo

eso es algo parecido al banco.

,


El Canasto del Sastre

Un

"Solitaria...

dijo Eso como el nombre no, no lo lea.

cazador...

perro

company

mail steamship

41

Pacific

." .

.

Climas debe ser griego, del hidrógromo. Sálteselo, vecitío

,

"Se ha perdido (continué yo), una chachoverra color de ratón, ojos azules claros, orejas cortadas, un parchito sobre el pecho, cuerpo largo y delgado... se dará una gratificación..."

interrumpió mi amigo

Chachagua ser mentira del

Lo que quiso

imprentero.

debe

,

decir

es que se ha perdido una chichigua color de ratón,

pues he visto muchas

como

dice

el

papel,

con

así,

y parchitos en

los ojos claros, el

pecho; largas

y delgadas y trozadas de las orejas. Deje usted, voy a poner cuidado y como yo tope una que esté criando y que tenga las demás señas, la llevo, para que me den la gala. "Muebles y cajas mortuorias... (seguí leyendo). Convocatoria... Joyería fina... Leña de Vino con extracencino. Un buey bermejo. .

to

.

de hígado.

Achis a ver

si

.

.

." .

dijo

mi amigo

;

está mi aviso, que ese

no lea eso, y siga no revuelve el es-

tómago. "Discursos de Castelar.

.

.

Sanguijuelas...*'

¿Y por qué no pondrán también Clímaco, arrebatándome

el

diario

,

dijo

don

sapos y cu-


José Milla (Salomé

42

Jil)

Pero mi anuncio, nada» Voy a decirles a los del Vicario cuantas son cinco. Fuese y tardó poco en volver con un papel estrujado en la mano,

lebras?

Vecino

me

dijo

con

el

mayor desconsuelo

todo lo que y casi saltándosele las lágrimas usted ha hecho para encontrar mi anuncio, fue ;

tiempo perdido. No han querido ponerlo y devolvieron la paga.

¿Y que razón

han dado a usted para

le

me re-

husarlo?

Dicen, vea usted que salida, que mi aviso

no es cosa seria, sino alguna broma o sátira, y que no me lo enserian por ningún dinero, porque se desacredita el Vicario. Pedí que me lo devolvieran y lo sacaron de un montón de papeles sucios que tienen bajo el mostrador de la tienda. ¿Qué hacemos, vecino? Yo no me voy sin mis prendas, aunque para hacerme de ellas tenga que desacreditar al Sunsuncordia.

—Vamos

tomando mi sombrero mi caña, a si damos ver con el dichoso chay quetón Salimos a la calle, anduvimos arriba y abajo y después de una marcha fatigosa, acertamos a pasar delante de un montepío. le

—^-Entremos

contesté,

dije

a mi amigo

,

tal

vez aquí

esté lo que buscamos.

—Bueno —me también con que

contestón los

,

y

si

desacredito,

aquí

me

salen

les

diré

muy


El Canasto del Sastre

43

claro que quien se desacredita es quien coge lo

voluntad de su dueño, y no

ajeno contra

la

que cobra

que es suyo.

lo

el

Una

multitud de personas de ambos sexos y de diferentes clases se agolpaba delante del mos-

Era día de remate y estaban pregonando heterogénea colección de objetos empeñados.

trador. la

— "Una

guitarra,

sin

clavijas

y

sin

cuerdas,

boca" gritaba el dueño del establecimiento. "Ofrecen un peso. ¿Hay quién puje? ¿Hay quién dé más?" rajada de

Como

la

nadie chistó palabra,

desencordada y desclavijada guitarra fue adjudicada al que ofreció los ocho reales. la

"Un tomo

de la Historia de Bertoldo, BerCacaseno, a la rústica y trunco, en un y real. ¿Hay quién de más?". fue también entregado al postor. toldino

Y

— "Una jeringa de bomba, descompuesta, por cuatro ¿Hay quién — "Un paraguas un retrato de Nareales.

puje?**

sin forro,

un florero quebrado, un acordeón que no suena, una muñeca sin cabeza y un arito de

poleón,

caucho zonto; todo por doce ofrezca más?

— "Una

reales.

Hay

quién

chaqueta de pana verde, usada,

rosario de perlas falsas,

poblana,

reales.

todo por

¿Hay.

.

.?"

tres

un

una baraja y una espuela pesos„ dos

y

cuartillo


José Milla (Salomé Jil)

44

Eso

es

mío

gritó

don Clímaco

A

ver

mis guajes y los trece pesos que cargaba en las bolsas de la chaqueta, o nos oirán los sordos.

Trabajo me costó calmar a mi vecino y consi quería recobrar sus prendas, no había más arbitrio que comprarlas. Por fortuna no hubo quién las pujara, ni se presentó el que las había empeñado. Mi amigo dijo que no daba más que doce reales por los cachivaches, pues era lo sumo que valía todo; pero el almonedero se mantuvo firme, y al fin, jurando y renegando, tuvo don Clímaco qué largar lo que pedían. Cargó con sus cosas y arrancando un profundísimo suspiro, dijo al salir del montepío: Adiós mis trece pesos, hasta el valle de Josa[at, vencerlo de que

1


III

La

barbería

de artesanos de la capital que se han modificado más o menos sensiblemente, con el transcurso de los tiempos, ninguno ha experimentado una transformación tan radical, como las antiguas barberías. La generación que está levantándose ignora lo que fueron, cincuenta años hace, las tiendas de barbero de la Entre

los

talleres

-

ciudad y no sabe tampoco cuan múltiples eran las funciones de los que se dedicaban a ese im-

Para edificación y enseñanza de la juventud, que es la esperanza de la patria, conviene suministrarle ciertos informes acerca de los antiguos tundidores de mejillas y trasquiladores de ganado humano, antes de referir lo que en una de las modernas y más elegantes barberías de la capital aconteció a nuestro amigo don Clímaco del Cacho. portante oficio.

En

época remota a que nos referimos, no se acostumbraba indicar al público por medio de grandes tarjetones con letras de oro o de colola

45


José Milla (Salomé Jil)

46

colocados sobre las puertas, los establecimientos de comercio y los talleres de artes y oficios. Esa práctica tan generalizada hoy y que res,

da de

cierto aspecto vistoso a las calles principales la población,

es

atraer parroquianos

uno de tantos

y pertenece a

lo

arbitrios para

que

los fran-

tomada de la voz con que los caza-

ceses llaman la reclame, palabra cetrería

y que

significa la

dores llaman a los pájaros.

Nuestros candidos abuelos detestaban todo lo que tuviera apariencias de charlatanismo y aguardaban que las aves que habían de desplumar se presentasen proprio motu y sin llamamiento de ninguna clase. El dueño de la, tienda de mercancías se contentaba con poner su nombre y apellido en la sombra, y eso era lo único que distinguía por de fuera los grandes establecimientos comerciales, de las humildes tiendas de maritates.

Era

la barbería, sin

embargo, uno de

quísimos talleres que revelaban

al

mundo

los

po-

su exis-

un signo exterior. La celosía, que los españoles tomaron de los árabes y que, como tencia por

parece indicarlo la etimología de la voz, tuvo su origen en los celos, fue adoptada por los barberos, que gracias a aquel aparato podían ejercer sus interesantes funciones, sin exponer a los pacientes a las miradas indiscretas de los curiosos.

Formada de dos hojas de madera calada, menos altas, pero más anchas que el hueco de la


El Canasto del Sastre puerta, se colocaba en ésta

durante

47

el

día,

ha-

ciendo un ángulo obtuso cuyo vértice daba hacia la

calle.

Con

sus

menudas labores trabajadas a

mano, una celosía debió ser un mueble caro; pero con eso y todo, ninguno de los del oficio se dispensaba de hacer el gasto que exigía el aparato. Barbero sin celosía, habría sido lo mismo que soldado sin uniforme, o magistrado sin garla

nacha.

He

dicho que las funciones del barbero eran

varias en aquellos tiempos

y que

el

carácter del

personaje no carecía de importancia; y era así, efectivamente. El que ejercía el arte, rasuraba, o resuraba, como decimos por acá, cortaba el

sangraba y sacaba muelas; añadiendo a esas cuádruples funciones, la quinta, de maestro de primeras letras. cabello,

Para probar que

el

oficio debió ser socorrido,

bastará recordar que en aquellos dorados tiempos

eran poquísimas las personas que se hacían la

barba a

mismas;

que no había dentistas, y que los cirujanos desdeñaban las operaciones de sangrar y extraer muelas. Se hacía preciso, pues, ocurrir para todo esto al barbero, que venía a ser, de consiguiente, un personaje indispensable en una sociedad medianamente organizada. sí

¡Sombra venerable del maestro Perfecto Rapacara. Paréceme todavía que te veo, en calzón corto de paño negro, solapa y chaqueta muy


Jóse Milla (Salomé Jil)

48

largas, de raso de algodón; envuelto en la capa,

sombrero de castor, ancho de faldas y bajo de copa, que dejaba escapar sobre la nuca la coleta empolvada, atravesar con paso precipitado, desde las siete de la mañana, las calles de la ciudad, con el curioso estuche de madreperla pendiente del brazo izquierdo, el peinador y la bacía bajo el derecho, saludando corcubierta la cabeza con

cuantos

el

encontrabas,

y

recorriendo

tésmente

a

las casas

de tus numerosos y ricos parroquianos!

Preparada ya

el

agua

caballero que iba a poner el del rapista,

aguardaba el pescuezo en manos

caliente,

armado de afiladísimo instrumento,

prueba evidente de

la confianza

honradez de su barbero. Atado

que tenía en

la

al cuello el pei-

paño de barba en el hombro del sujeto, que sostenía con ambas manos la brillante bacía de azófar y embadurnada la cara con jabón de castilla, sin haber hecho uso de la brocha, comenzaba la operación interrumpida frecuentemente por la charla de Rapacara, que ennador, colocado

el

tretenía a su parroquiano, refiriéndole lo ocurrido

y no ocurrido en

ciudad en los cuatro días que habían pasado desde la última afeitada.

A

la

dos temporadas que el caballero hacía todos los años por mayo y noviembre en su halas

cienda de ganado, tenía necesariamente que ir el barbero; pues, como queda dicho, eran rarí-


El Canasto del Sastre simos los que sabían y querían hacer sin valerse de mano ajena.

Cuando

49 la

operación

persona que debía recurrir al ministerio del maestro Perfecto pertenecía a la clase numerosa de los menos favorecidos por la forla

tuna, tenía que

cortarse

ir al

el pelo,

establecimiento a rasurarse, a

o a sacarse muela, según

el

caso.

La tienda era de las que llamamos redondas, y contenía una silla vieja medio desvencijada, con un asiento duro como si fuera de piedra berroqueña; una mesa donde estaban los útiles del oficio, un escaño que ocupaban los tertulios del barbero, el mollejón y uno o dos semovientes de seis a ocho años de edad, que aprendían a leer y atendían más a lo que se hablaba que a las lecciones del pedagogo. Pendían de las paredes cuatro estampas de la historia de la casta Susana y del hijo pródigo, un espejo pequeño y unas disciplinas, destinadas a las frecuentes y crueles correcciones que aplicaba a los discípulos aquel

maestro, que

tenía

axioma de que

Tuve

arraigado en

la letra

el

cerebro, el

con sangre entra.

ocasión de visitar algunas veces la tienda

de Perfecto Rapacara; lo vi ejercer su habilidad con varios marchantes, algunos de ellos de la raza aborigen; di fe de la sangre profesional

que brotaba por los cañones de las barbas, pues con pacientes de esa clase, el barbero usaba de las peores navajas del estuche; oí los gritos y la-

4

—El

Canasto

—T.

I


José Milla (Salomé Jil)

50

desdichados a quienes extrajo muchas veces la muela sana en lugar de la doliente y presencié, con harto dolor de mi alma,

mentes de

los

impuestos a los muchachos que no cumplían con las lecciones, o se distraían al dar

los castigos

vuelta al mollejón.

El maestro Perfecto era un sujeto importante en su barrio y antes de haber sido barbero, desempeñaba, en tiempo del Rey, el cargo de correo, haciendo viajes hasta Nicaragua y a Oaxaca, Con

razón decía, pues, que

él

hombre que había

era

andado medio mundo, que nadie podía contarle cuentos y cuando alguno hablaba de viajes, se sonreía con lástima,

diciendo

en sus adentros:

''Todo eso y mucho más conozco

yo**.

Recuerdo que una vez me dijo que el clima de una de las ciudades donde había estado era muy malo; y preguntándole la causa^ me contestó con la mayor formalidad que consistía en que en aquella población

el sol salía

por

el norte.

Aun-

que niño todavía y a pesar de mi respeto por canas y por se

me

hizo

da objeción

la

las

experiencia del viajero, la cosa

difícil

de tragar y aventuré una maestro Rapacara.

tími-

a\ aserto del

Indignado éste de que un mozalbete dudara de que él mismo había visto con aquellos ojos que había de comer la tierra, replicó en tono

lo

colérico:


El Canasto del Sastre

51

duda, vaya usted a verlo, niño, y se convencerá. La prueba de que allá nace el sol por el norte y no por el oriente como aquí, es que en Guatemala sale el sol por detrás de la

Pues

Catedral,

de

si lo

y en aquella ciudad

sale a

un lado

la iglesia.

A

bueno d^l rapista, era el orden del Universo el que estaba variado en la ciudad de que me hablaba y no la posición del templo principal. Esta anécdota, que es completamente histórica, puede dar idea del provecho que había sacado de sus viajes aquel sutil observador.

Ni

juicio del

las

barberías ni

los

barberos

de nuestra

época son ya como los de hace cincuenta años. Ahora, ¿qué de rotulones dorados, cuyo brillo fascina la vista de los que pasan! ¡Qué de aparadores cerrados con cristales, conteniendo jabón de varias clases, cepillos de diferentes formas y destinados a diversos menesteres, perfumes, peines, navajas, guantes, jeringas de caucho, unto de botas y hasta juguetes para niños! ¡Qué de si-

cómodos y elegantes, que podrían servir de cama en caso necesario! ¡Qué de brochas

llones

mecánicas pendientes de poleas y puestas en acción sobre la cabeza del sujeto sin que se vea ¡Qué de grandes espejos el motor del aparato! con marcos dorados! ¡Qué de periódicos sobre las

mesas y cuánta gente de

tiene inconveniente,

como

la clase rica

antes, en

ir

que no

a la bar-


José Milla (Salomé Jil)

52 bería

y poner

cabeza en manos de francés, inglés o alemán, a

o

el cuello

la

un barbero italiano, quien no conoce más que de vista! Porque algunos de los maestros que tienen hoy establecimientos abiertos en Guatemala, si no han ido tal vez a Oaxaca o a Nicaragua, como Rapacara, han venido de allende el mar y no creen seguramente salga por

ique el sol

el

norte en ninguna parte,

aunque Dios sabe en qué otras cosas creerán.

En una de

berías, situada

de

la

y bien montadas baren uno de los puntos más centrales

esas elegantes

ciudad, hube de entrar cierto día del co-

y como

rriente mes;

pados y

los

dos sillones estaban ocu-

había otros dos sujetos aguardando, esperar mi

me

entreteniéndome en recorrer un periódico ilustrado, mientras concluía uno de los maestros y podía operarme. Una de las personas a quienes se afeitaba, hablaba insenté

a

turno,

glés con su barbero y suyo en alemán.

No oí

la otra

conversaba con

el

habría pasado un cuarto de hora, cuando

que decían en

—¿Aquí Conocí

la

puerta que da a la calle:

será onde pelan a la gente?

al

momento

aquella voz

y levantando

la cabeza, vi a mi vecino don Clímaco, a quien no había vuelto a encontrar desde el recobro del chaquetón verde. Sin aguardar respuesta, mi amigo había entrado y repetía la pregunta.


El Canasto del Sastre Aquí

es

le

siéntese usted

el

dueño

y aguarde

el

turno.

di-

tal

de "El Purgatorio", que habiendo

advertido mi presencia,

ceremonia, en una el

— que vuelva luego —

contestó uno de los barberos

Lo aguardaré, con jo

53

sombrero de

silla

fieltro

me

saludó y se sentó sin que estaba ocupada con

de uno de

los

afeitados.

que mi vecino hizo y dijo en la barbería, será objeto de otro artículo, a fin de que no sea éste tan largo como la espera que tuvimos qué hacer para entregar nuestra cabeza y nuestras mejillas a la tijera y a la navaja de los sucesores del ilustre Rapacara.

Lo que

ocurrió después

y

lo


I


La barbería

Con desde

inquieta curiosidad recorría

en que se había sentado, los dife-

la silla

objetos

rentes

sin atinar

don Clímaco

con

expuestos en la

establecimiento,

el

necesidad o utilidad de

la

mayor

parte de ellos.

¿Y todos

me

esos cuentos

después de haber pasado revista a

de

útiles

de tocador

Todas la

la colección

para qué son?

estas cosas

oficio, sirven

de

,

mi amigo,

dijo

contesté

le

para contribuir

al

,

aseo o

tienen su al

adorno

persona, y los que no son de uso del esta-

blecimiento, están a la disposición de quien quiera comprarlos.

No real

seré

yo

replicó

,

el

tonto que dé un

partido por la mitad, por todos esos cachi-

vaches.

Si quiero asearme, en

ninguna parte faly para ador-

ta agua clara, que no cuesta nada,

narme cuando

se

me

antoja, basta

y sobra con

mi mudada de pana verde y mis botones de camisa de escuditos de a cuatro reales. Mucho 55


José Milla (Salomé Jil)

56

han de tener estos chapines, cuando las gastan en todos estos tiliches que malhaya la falta que hacen para comer, beber y estar uno

pisto

aseado.

Volviéndose luego a uno de

los barberos,

le

dijo:

Y

por

me o no

fin,

maestro,

el turnio,

¿viene a pelar-

Ya me

canso de aguardarlo. Comprendí la equivocación de mi amigo y le dije que el turno y no turnio, que se le había dicho que aguardara, era su vez de ser llamado al sillón, luego que hubiesen concluido los que viene?

habían llegado antes que

Yo

me

él.

que era alguno de los barberos que tuviera los ojos trocados, y que ese había de venir a pelarme; pero ya se ve, cómo éstos no hablan bien la castilla, le llaman turnio o turno a cortarle a uno el pelo y resurarlo» creí

dijo

,

Habiendo concluido uno de los que se estaban afeitando, que era un alemán de talla colosal, se levantó, pagó y comenzó a buscar su sombrero por todos lados. No encontrándolo y recordando que lo había puesto en la silla en que estaba sentado don Clímaco, suplicó a éste, en castellano chapurreado, que se levantara.

que quiere me — ¿Qué mi vecino. —Que dé usted su sombrero —¿Y qué sombrero tengo yo? es lo

éste?

preguntó

le contesté*

le

le

replicó el


El Canasto del Sastre

57

campesino, montando en cólera

Pregúntele

me

me

lo

ha dado a guardar para que

si

lo cobre.

El teutón, que medio comprendió la negativa

de mi hombre, lo levantó en peso como sí fuera un muñeco, tomó su sombrero que estaba hecho una pasa y con la flema propia de los de su

marchó

una palabra. Los que presenciamos el incidente no pudimos dejar de reírnos, así de la calma del alemán, como de lo amostazado que quedó don Clímaco, que se disculpaba diciendo que ¡dónde se había visto que los sombreros se pusieran sobre los taburetes y no debajo, como él ponía el suyo! Veinte minutos después estaban libres los dos sillones y fuimos llamados mi amigo y yo a

nación, se

sin decir

ocuparlos.

Bien dijo don Clímaco que me diga el maestro cuánto rarme y por pelarme.

Dos tar

,

pero es menester

me

reales por cortar el pelo

lleva por resu-

y dos por

afei-

dijo el barbero.

Es caro

replicó

mí vecino

Si

me hace

dos cosas por dos y medio me zampo en el butacón y manos a la obra. Si no quiere, me las

voy con la música a otra parte, que no ha de faltar dónde trabajen más barato. Sin que mi amigo lo entendiera, dije al barbero que yo pagaría la diferencia y que procediera a afeitar y cortar el pelo a aquel marchante. Díjole,


José Milla (Salomé

58

Jil)

pues, él maestro, que le pagara lo que quisiera;

con

lo cual

no

sentó,

hundía

el

se dirigió mi vecino al sillón

sin

algún susto,

al

sentir

asiento, efecto natural

de

y

se

que se

le

los resortes;

pero tranquilizado al ver que no había peligro y sí comodidad en la butaca, dijo:

Lo que no inventan isla

no

lo

estas gentes de la otra

inventa nadie,

¡Qué taburetón más

Algo debe tener adentro, que se siente uno tan a gusto. Si yo supiera qué es, compraba sabroso!

para ponerlo en mi albarda.

Empiece, maestro;

pero vayase con mucho tiento, porque

le

digo

que por cada trozada que me dé, le rebajo medio de la paga. Cuando sea preciso que infle los cachetes, avísemelo, porque nunca me ha cuadrado lo que hacen los barberos de los pueblos, que le meten a uno el dedo en la boca, para estirar la cutis del pellejo y que corra la navaja.

Ató

barbero

el

el

peinador

al cuello

de mi ami-

embadurnó bien

la cara con jabón y comenzó a operar con facilidad y destreza.

go, le

—No Climas—

mala mano este inglés dijo tío y ya voy viendo que tal vez no era cara la resurada por dos reales, pues no voy a tener necesidad de hacerlo otra vez, hasta que vuelva para la feria de agosto. ¿Y usted, vecino me preguntó cada cuántos meses viene aquí a que le rapen la cara? tiene

,

,

I


El Canasto del Sastre

Yo me

59

le contesté. y diariamente Eso, Diariamente! replicó tío Climas perdóneme, no se lo creo, ni que me lo jure. Era preciso que no tuviera usted nada que hacer,

afeito solo

í

para perder así

¿Y qué guro,

el

tiempo sin necesidad.

dirá usted

como

es la verdad,

repuse yo

,

si

le

ase-

que cuando tengo que

concurrir a alguna reunión por las noches, vuelvo

a afeitarme,

después de haberlo hecho por

las

mañanas? exclamó mi amigo estu¡Qué azotes me daba el diablo si hi-

¡Dos veces pefacto ciera

En

al día!

yo semejante cosa! eso concluyó

barbero su operación y después de haber lavado y enjugado el rostro de tío Climas, tomó la borla con polvos de arroz y pasándosela por las mejillas y barba se las dejó completamente blancas. Mi vecino, que se vio en aquella catadura en el espejo que tenía delante, saltó de la silla hecho un energúmeno y gritó: Esto si que no se lo aguanto maestro. ¿Acaso estamos en carnestolendas, ni estoy yo aquí el

jugando con nadie para que me llene la cara de me ha dejado como ratón de pana-

harina, que dería?

Diciendo así se sacudía el polvo a toda prisa, con no poca admiración del barbero, que no estaba acostumbrado a parroquianos de aquella talla.


José Milla (Salomé Jil)

60

Procuré sosegar a mi vecino, diciéndole que así se usaba en Guatemala y recordándole el adagio que dice: a la tierra que fueres, haz lo que vieres; con lo que pareció conforme, aunque asombrado siempre de tan extraños usos,

^Vamos ahora - dijo a la pelada; pero no vaya a echarme harina en la cabeza, porque no me llamo Clímaco si no le doy con lo primero que tope a mano. ,

¿Y cómo ro

,

que

le

preguntó

quiere usted

haga

el

corte del cabello?

es

la

última

barbe-

el

¿A

la úl-

tima moda?

¿Y

cuál

moda?

replicó

mi

amigo. Partido

beza

el

cabello por el

contestó

ambos

el

artista

,

medio de

la

ca-

y levantado por

lados.

— ¡Con raya mas— pues no la

en medio!

exclamó

tío Cli-

nada el antojo del inglés. ¡Acaso soy mujer! Péleme como hombre, bien rapada la cabeza por todos lados, menos el serpentón o por vida de sanes que no le pago. ;

es

maestro hacerlo como mi amigo lo deseaba, y cortándole el cabello a punta de tijera le dejó muy largo únicamente el copete, con lo que el campesino hacía una figura como las de los retratos de ahora sesenta años; pero que a él le parecía la mejor y más natural del mundo. Ofreció

el


El Canasto del Sastre

En

barbero una botella de agua contenido la cabeza de tío Climas,

seguida tomó

y bañó con el que me dijo:

61

el

¿Creerá este inglés que soy como él que no estoy bautizado, que me está volviendo a echar

agua?

el

No

es bautismo

Pues eso

.

replicó

le dije él

,

,

sino lavatorio.

dígale que lo deje

jueves santo, y que me lo haga en los cuando salga yo de apóstol, y no en la cabeza, que no hay necesidad de que me la lave nadie. Me bañé antes de salir del "Purgatorio*',

para

el

pies,

y

si

aquí se usa lavarse

y resurarse dos veces

al

hago cada dos meses, cuando bien va, y de esto no salgo; porque ha de saber usted, vecino, que no de balde dice el dicho que la día.

yo

lo

cascara guarda

el

palo.

El peluquero continuaba impávido su operación,

comprender

mitad de lo que decía tío Clila brocha mecánica, que descendió hasta ponerse en contacto con la cabeza de mi vecino, y con el rápido movimiento de rotación que imprimió al aparato un muchacho que daba vuelta a la cigüeña en la pieza vecina, pasaron y repasaron las agudas púas de cerda de la brocha sobre el cráneo de tío Climas, que al experimentar aquella sensación extraña y nueva para él, creyó que le desgarraban el cuero y lanzando sin

la

mas. Tiró de

un reniego

gritó:


José Milla (Salomé Jil)

62

Eso

no, por vida de...,

espinas en

Y

ja

el

si

me

encaja esas

casco, lo degüello con esta nava-

tomando una que estaba sobre

sola, se disponía a ejecutar su

Basta ya

dije al

barbero

la

con-

amenaza. ;

este señor

no

está acostumbrado a esas operaciones; déjelo us-

ted

y concluyamos,

Don

Clímaco,

ciego de cólera,

arrojó dos y se salió a la calle,

medio reales sobre la mesa, y con el peinador atado a la garganta y con el gran copete levantado, como se lo dejó la brocha mecánica. Tuve que salir a llamarlo y hacerlo volver, ofreciéndole que no se repetiría lo que tanto lo

había enfadado.

Restablecida la paz, terminada la operación y habiendo yo completado disimuladamente la paga,

mi vecinoi y yo íbamos a marcharnos, cuando entró en la barbería una mujer con un peluquín de señora, de los que se usan en los bailes.

Era

una criada que iba a devolver el peinado, por ser los cabellos más rubios que los de la dama a quien estaban destinados. Al ver aquella profusión de rizos, de tan hermoso color, me dijo tío Climas:

—Vea

que linda cabellera de ángel. Si la vendieran yo la mercaba. ¿Cuánto se dejarán pedir por ella estos ingleses? usted, vecino;


El Canasto del Sastre

No

63

le contesté de ángel sino peinado para señora, y según creo, vale diez

y

es

cabellera

,

seis pesos.

Es

caliente

replicó mi

amigo

;

pero

tal

vez rebajen.

¿Y para qué

quiere usted ese peluquín?

le

dije yo.

¿No dice usted que eso lo usan las mujeres? Pues guárdeme el secreto; quiero esa cabellera para darla de cuelga a la Brígida, el día de su santo, que ya viene. Propóngales diez pesos.

No pude dejar de reírme de la simplicidad de mi amigo, que pretendía colocar sobre los negros y gruesos cabellos de la señora Brígida aquellos rubios, sedosos y ondulantes bucles; pero por darEl barbero, que no le gusto, hice la propuesta. veía probabilidad de salir muy pronto de la prenda, pidió catorce pesos, y mi amigo que se había encaprichado en poseer ció hasta doce, lo

el

dichoso peluquín, ofre-

que fue aceptado.

Contentísimo con su adquisición y figurándose ya a su cara mitad hermosa como un serafín de retablo con la rubia cabellera, se despidió del barbero diciéndole: Adiós, señor monseiur, agosto, que volveré a la feria

nos veremos en

el

y vendré a resurar-

me y a pelarme en su tienda, con tal de que ni me eche harina en la cara, ni me arrime otra vez el

escobetón.


64

José Milla (Salomé Jil)

El barbero le ofreció que se haría lo que él deseaba y saliendo del establecimiento, nos dirigimos al mesón, llevando mi vecino la cabellera

con más cuidado que si fuera una vela encendida que pudiera apagar el más leve soplo del viento.


x:Asito nó nicas

^

5—El

Canasto— T.

I

if

^rteteoto Hocicas



El

sigilo.

El año viejo. El año nuevo. El

Hay un

almanaque

muy

conocido en su mundo), que ha cum-

caballero anciano

casa (y su casa es todo el plido ochenta años, pocos días hace y no parece inquietarse en manera alguna con la idea de su fin,

como sucedería

a cualquiera otro ser viviente

que hubiese llegado a aquella edad. El sujeto de quien hablo es entre los mortales el único que sabe a punto fijo el día y la hora en que dejará de vivir y el género de muerte que pondrá fin a su existencia. Persuadido de que haga lo que

no ha de pasar de cien años, sería inútil que apelara a recursos higiénicos que no le proporcionarían el consuelo de un minuto más. Tiene, por otra parte, la convicción de que él no ha de morir de muerte violenta; y de allí ese indifehiciere

rentismo con que ve correr los días y avanzar en lejano horizonte del porvenir, aquel que será

el

el

postrero de su vida. Morirá este señor de puro

haber vivido, y más delicado aún que muchos otros viejos a quienes mata una tos, o un estornudo, él rodará en el abismo insondable de la 67


José Milla (Salomé Jil)

68

eternidad, sin otro impulso exterior que el débil

golpe de

la

campanada de un

reloj.

habrán adivinado ya el nombre del anciano de quien hablo. Se llama Siglo Decimonono, que acaba de cumplir sus ochenta años

Mis

lectores

y aguarda con estoicismo tan para ceder

el

los veinte

que

le

fal-

puesto a su inmediato sucesor»

Este joven atolondrado vendrá probablemente a

de lo que ha parecido serio a su tata y a declarar necedades muchas de las que el anciano reirse

ha admitido como verdades inconcusas.

Yo

respeto al Siglo

más por

viejo

que por otra

cosa; puea por lo que hace a sus adelantos,

como

sé que de aquí a quinientos años provocarán cierta sonrisa

de lástima de parte de los que entonces

yivan, confieso que no

a tributarles

el

me

hallo

muy

dispuesto

homenaje de una ciega admiración.

Por otra parte (y esto lo digo a mis lectores bajo toda reserva), hay veces que sospecho que el buen señor con toda su ciencia y su experiencia, chochea como cualquier otro octogenario. Muchas pruebas podría aducir en apoyo de esta opinión;

pero en obsequio a

la

brevedad, haré

notar únicamente que no puede ser sino chocho un Siglo que se ocupa seriamente en evocar los espíritus y que en literatura ha venido a parar

en

la escuela naturalista.


El Canasto del Sastre

69

marcha impávido hacia adelante; hace muy pocos días que cumplió los ochenta y celebró este acontecimiento como si no fuera un paso más en la senda que

Mas, loco o cuerdo,

conduce hacia su

el

Siglo

fin inevitable.

Por todas partes oigo decir que tenemos año nuevo: todos se regocijan con la llegada del recién venido, como con la de un huésped deseado; se le saluda con alborozo, casi con ternura; se forman proyectos de lo que ha de hacerse con él, o en él (como se quiera) y pocos hay que no hayan cuidado de proveerse del programa en que nos anunció su aparición, en forma de almanaque. Entre tanto, ¿que se hizo el año viejo? ¿En qué rincón del Universo ha ido a ocultar su faz descolorida y marchita por el hielo de la edad? Podría ofrecerse un premio al que lo encontrara sin temor de que la oferta ocasionara el más ligero desembolso. El pobre 1880 es hoy un mito, un fantasma que se ha desvanecido, o si se quiere, un espíritu que no lograrán evocar todos los discípulos de Kardec que puedan reunirse en derredor de cuantas mesas hay esparcidas por el mundo. ,

El año viejo y su almanaque son cosas que de hoy más pertenecen a la historia. Unos conservan de aquél recuerdos halagüeños; otros borrarán con sus lágrimas algunas de las fechas


José Milla (Salomé

70

Jil)

consignadas en éste. ¡Qué de ilusiones desvanecidas! ¡Cuántas esperanzas frustradas! Por unos pocos a quienes ha sonreído un instante la ciega fortuna, ¡qué incontable número de aquéllos que no han podido atrapar el mechón de la voluble diosa!

Por eso todos se vuelven con afán inquieto para el recién venido 1881, viajero que nos llega de países desconocidos y encantados, y que trae sus alforjas llenas de esperanzas y promesas. ¡Ojalá cuando las vacíe no salgan de ellas, como de las odres de Eolo, vientos precursores de las tempestades!

Confieso que veo siempre con cierto terror supersticioso ese librillo en octavo, de unas ochenta

o cien páginas, que se llama el almanaque. Y, sin embargo, no puedo resistir a la tentación de leerlo todo entero, desde las notas cronológicas hasta los versos con que los editores intentan dorar la pildora que nos propina anualmente.

mesa donde escribo, apoyados en ésta ambos codos y la cabeza en las manos, recorro las fechas una a una, cual si leyera alguna obra rara, de esas que son la delicia de los Abierto sobre

bibliómanos.

la

Como

el

general que pasa revista

a su ejército, veo yo desfilar los trescientos sesenta y cinco soldados de ese batallón que va a entrar en campaña, cada

uno con su santo y seña llevando por contraseña ciertos pronósticos mey


El Canasto del Sastre

Y

tcorológicos.

me hacen

son éstos precisamente los que

cavilar

mi

cuentra en

71

más

entre todo lo que se en-

almanaque.

Observo que cada

efecto de luna está marcado invariablemente con algunas de estas notas: húmedo, lluvioso, des-

temple, nublazón, vientos fuertes, frío, mal tiempo, etcétera,

que hacen

y admiro

tales

la ciencia profunda de los anuncios con tanta segundad.

Pero creo que aún podría hacerse más. Sin hablar de los temblores de tierra, de las erupciones volcánicas, de los huracanes, de las lluvias de sapos y otros accidentes naturales que busco en vano en el almanaque y que podrían profetizarse con igual confianza, pienso que daría muchísimo interés al calendario un poco de meteorología moral. ¿Cómo ha de faltar, me decía a mí mismo, recorriendo el almanaque la noche del 31

de diciembre, algún sabio entre

los

muchos

que tenemos, que pudiera mejorar este librillo agregando en cada efecto de luna, a los fenómenos atmosféricos alguna indicación de los fenómenos sociales? ¿Por qué, después de anunciar nublazones para

el

día 14 de enero, por ejemplo,

no se añade: infidelidades? El día 29 podría agregarse a las palabras húmedo y ventoso: camorras conyugales. El 5 de febrero al pronóstico de nublado se añadiría lo siguiente: se nublará para

muchos bre a la

de la felicidad. El 30 de septiempalabra fridento, la siguiente: suicidios.

el sol


José Milla (Salomé

72

Jil)

28 de noviembre a la de lloviznas, la de raptos. El 20 de diciembre a la de destemple: falsificaciones de firmas, y esparcidos en los demás días del año: hurtos rateros, puñaladas, borracheras, pleitos, desengaños, mentiras, bancarrotas, malos artículos en los periódicos, modas extravagantes, lujo ficticio, vanidades infundaEl

.

das, ridiculeces, fuegos, bailes a escote, etcétera,

en

la

seguridad de que tales fenómenos meteoro-

lógicos

de

han de ocurrir en

este o en aquel efecto

la luna.

Y

no tendría por qué detenerse el sabio que así arreglara el almanaque ante el temor de verse desmentido y acusado de profeta falso, si el accidente no ocurría el día señalado. Porque como no dejaría de acontecer cuatro dían antes o después, con decir él que se había adelantado o atrasado

el

efecto salía del apuro.

Tales eran las ideas que me pasaban por la imaginación en la noche del 31 de diciembre,

poco antes de las doce. Quería yo asistir a la agonía del año viejo y ver el nacimiento del nuevo, y nada me pareció más propio para entretenerme y espantar el sueño en aquella hora avanzada, que la lectura del calendario. No quedaban en el recipiente de mi lámpara más que algunas gotas de petróleo que, subiendo trabajosamente por los hilos del pabilo, alimentaban apenas la mortecina luz que medio alumbraba mi estancia»


El Canasto del Sastre

De cuando seguir en

cabeza para el movimiento de las agujas señal de la muerte de 1880 y

en cuando levantaba

el

reloj

que debían dar

la

73

la

Aguardaba aquel model nacimiento de 1881. mento con inquieta curiosidad, como si hubiera de sucederme algo de extraordinario, durante aquella transición del año viejo al año nuevo. El minutero y el horero llegaron al fin al número XII, y escuché el primer golpe de la campana, que resonó en el silencio con fuerza redoblada. Siguieron otros diez; pero

al

dar

el

undécimo, se

consumió la última gota de aceite en la mecha de la lámpara, osciló la débil llama y se extinguió, dejándome en completa obscuridad. El silencio, las

tinieblas,

la

soledad,

la

hora,

la

solemni-

momento, todo contribuyó a exaltarme la imaginación, que me representó los diversos accidentes que indiqué para mi almanaque corregido y aumentado, como si estuviesen sucediendo todos a la vez, atropellándose en abiga-

dad

del

rrada y extraña confusión. Cerré los ojos para no ver aquella horrible fantasmagoría y me quedé

dormido, sin haber logrado ver cómo muere

ua

año y cómo nace el otro. No vi ya más que la figura de un anciano venerable, provisto de dos grandes alas, con una guadaña al hombro, que estaba sentado sobre mi bufete, que tenía en la mano izquierda un cuadernillo viejo y ajado, cuyas últimas letras acababan de borrarse y que


José Milla (Salomé Jil)

74

arrojó en la canasta de los papeles inútiles.

Con

derecha levantaba otro nuevo y flamante, en cuya carátula estaba escrito, en letras de fanta-

la

sía,

que brillaban con luces fosfóricas, 1

Era

el

milésimo.

881

Tiempo, que con voz de trueno exclamó, imitando la fórmula de las antiguas monarquías: el

¡El

Año ha

muerto!

¡Viva

el

Año!


Los sordos

Conozco una familia en cuyos individuos la sordera es un defecto orgánico. Adolecen de él los tres hermanos don Antonio, don Rosendo y don Ricardo Tapia; pero se distinguen por la manera con que sobrellevan su común enfermedad. El primero luchó con ella durante muchos años; ensayando recetas de médicos, operaciones quirúrgicas y hasta remedios de viejas, sin resul-

tado favorable.

Apeló

al

supremo recurso de

la

no adelantar gran cosa, sucedía que no faltaban malignos que se divertían dando gritos descompasados en la boca del instrumento, lo que producía un ruido como será e) de la bocina que ha de despertar a los muertos el día del juicio. Don Antonio consideró la broma intolerable, y por no romper su trompeta en trompeta;

pero

sobre

cabeza de aquellos malcriados, la estrelló con-

la

Desde entonces el empedrado de la calle. ha declarado oficialmente sordo, prescindiendo de toda comunicación con sus prójimos por medio de la palabra articulada. tra

se

No

no va jamás al teatro y cuando alguna primadonna suele enviarle un billete de envisita,

75


José Milla (Salomé

76

trada para

su función

Jil)

de gracia,

él

encuentra

pesada y manda al demonio a la que inventó las óperas» En la cantatriz y iglesia se marcha al comenzar el sermón, diciendo entre dientes que sería ridículo que él permaneciera en una reunión donde el orador ha de la gracia algo

al

decir:

^'amados oyentes míos**.

La sordera ha vuelto a don Antonio rio. Una vez que le dijo un chapetón

atrabilia*'oiga us-

habiendo adivinado la primera palabra por el movimiento de los labios del que la pronunció, estuvo a punto de desafiar al imprudente que olvidó que así como no debe mentarse la soga en casa del ahorcado, no se ha de conjugar el verbo oír en presencia de un sordo. ted,

caballero**,

Don Antonio

en grado superlativo. Una noche (hace ya de esto algunos años), hubo no sé qué combate en las calles de la ciudad, y habiendo situado una pieza de artillería junto a la lo es

ventana de su alcoba, descargas.

hicieron

más de

veinte

Al día siguiente decía muy amos-

tazado que daría algo por saber quién sería el travieso que había estado dando toquiditos en su ventana durante toda la noche.

Sus hermanos, menos sordos que él, no dan su brazo al torcido y hacen cuanto les es posible para que se crea que oyen perfectamente. Están abonados a la ópera, discuten con calor el mérito de los artistas y se afihan en el partido de


El Canasto del Sastre

77

o de aquella cantatriz, como si no fueran todas iguales para ellos. Los primeros en toda esta

reunión donde se pronuncian discursos, se verían

preguntaran qué dijo el orador, sin embargo de lo cual no han escaseado sus aplausos cuando han visto aplaudir a los demás. Me paseaba yo una tarde, en los días de la feria de Jocotenango, con mi amigo don Anas-

en apuros

si

les

uno de los más activos agentes de negocios que hay en la ciudad. Viendo venir a don Rosendo Tapia, díjome el corredor que

tasio Correcalles,

tenía necesidad

de hablarle para proponerle un

y en efecto, después del saludo de costumbre, que el sordo nos contestó como suele trato,

decirse, al ojo, le dijo el negociante:

¿Cómo anda

usted de deuda convertida?

Va tan bonita contestó don Rosendo miéndose sus gallinas; y el muchachito, usted qué gordo y qué galán! sordo

El

había

entendido:

¿Cómo

,

co-

¡viera

está

la

reciemparida? pues su mujer acaba de dar a luz su primer niño.

Le pregunto a usted esforzando más

la

voz

repitió Correcalles, si

tiene

papel de

la

deuda convertida. Ah, sí, me había equivocado contestó Tapia ya comprendo: me dice usted que ha comprado una partida y le habrá costado cara, pues el ganado anda ahora por las nubes. ,


78

José Milla (Salomé Jil)

me

¡Aprieta!

dijo

habrá modo de que este Papel de

la

|

don Anastasio hombre me oiga?

deuda convertida

,

i

i

gritó

le

¿no

en

]

la oreja,

^

replicó don RosenOigo bien, mi amigo Dice usted que la feria está sordo. no soy do muy divertida. Cierto; y las carreras de cabalíos, ¿qué le han parecido a usted? ;

dijo Diablo de hombre! sesperado de entenderse con éL ^^j

Mañana

le

el

volvió a gritar

corredor, de-

]

í

j

|

1

Jj

,

propon-

le

j

dré

el

negocio por escrito*

¿El caballito?

] ;

ah,

sí,

mismo aposté yo; tuve buenas y no quise arriesgar un peso a los cah-

el caballito;

narices

respondió Tapia

fornianos,

Más

\

a ese

j

|

I

valdría que tuviera buenas orejas, que

no buenas narices

don Anastasio, y nos despedimos, riéndonos de aquel sordo que se empeñaba en hacer creer que oía a las mil madijo

ravillas.

Pocas noches después de aquel lance, tuve que hacer visita a una familia, cuyo jefe, antiguo amigo mío, se hallaba gravemente enfermo. El pobre caballero estaba expirando en el momento en que llegué, A poco apareció don Ricardo Tapia, el tercer

sordo de

que dirigiéndose a una señora, cuñada del enfermo y preguntando la familia,


El Canasto del Sastre

79

cómo seguía

éste, habiéndosele contestado que agonía, replicó muy grave: en estaba

Vaya, gracias a Dios sigue la mejoría; usted verá cómo pronto se pone bueno. Cinco minutos después, mi desdichado amigo exhalaba el último suspiro y comenzamos a oir los gritos y llantos de la desconsolada viuda y de

las hijas del difunto.

¡Qué cuadro tan

aflictivo!

dirigién-

dijo,

dose a don Ricardo, uno de los presentes.

¿Que van

me

a darle un vomitivo?

muy

contestó

hay como

acertado; no

el

sordo

el

emético para esa clase de enfermedades.

;

parece

¡Qué vomitivo!

replicó el otro

,

si

ya ha

muerto.

Ah,

sí,

una

fiebre del puerto; iría por cono-

cer el ferrocarril

En

;

y

se despidió

muy

satisfecho.

a cuantos encontró en la calle que el enfermo estaba fuera de riesgo y que al momento en que él salió de la casa, iban seguida contó

a darle emético.

Además de

dos variedades de sordos que dejamos descritas, hay una tercera: la del sordo de conveniencia, el peor de la especie, si es cierto lo que dice el adagio vulgar. Un poco duro del oído,

oye

sin

las

embargo

lo

suficiente

interesa lo que se habla; pero

si

no se da por entendido, aunque

no

le

cuando

le

conviene,

le griten.


José Milla (Salomé

80

Jil)

<

no oye cuando le cobran; si falta a las citas, es porque no oye las horas; si hace una mala partida y en recompensa lo ponen de oro y azul, es como si hablaran con la Si tiene acreedores,

Se deja atropellar por los carruajes para cobrar daños y perjuicios, y dice que no se apartó porque no oyó el ruido de las ruedas; y llega a tal punto la costumbre que ha adquirido de apelar a ese recurso, que no paga los llamamientos de las compañías en que ha tomado acciones, excusándose con que él no oye cuando lo llaman» Pero si alguno le dice que va a pagarle un peso, o si lo invitan a una comilona, no pierde una sílaba aunque el que la hable tenga voz de pared.

tísico,

Pero nada puede dar origen a lances tan cómicos como la conjunción de los sordos. He tenido ocasión de oir entre ellos conversaciones que más parecían disputas de locos, que no pláticas de gente cuerda. Una vez los tres individuos de la familia de Tapia se hallaban de temporada en Amatitlán, y estando yo allá también, fui a hacerles una visita la víspera de volverme a la ciudad.

me —¿Qué divertido usted? —No mucho — tal

dijo

don Antonio

le contesté,

cuanto

me

fue posible

hoy no son como eran

Ya antes.

,

ha

voz temporadas de

levantando las

se

la


El Canasto del Sastre

81

Dice usted bien observó don Ricardo sólo hacen caso a los estudiantes.

;

sordo que yo me quejaba de que las señoritas del día sólo atienden a los jóvenes y descuidan a las personas de edad.

Creyó

el

Don Rosendo oyó

— Es

cosa diferente y

dijo:

verdad, este año no han venido a com-

prar grana los comerciantes.

Don Antonio no oyó nada y

se calló.

¡Qué escasa ha sido dijo don Ricardo.

año

este

la

mojarra!

don Rosendo cierto que se veía mucha gente de chamarra en las temporadas del otro tiempo; pero no molestaba a las persoreplicó

,

nas decentes.

— ¿Cómo

dices?

replicó el otro

pepescas son excelentes? tan,

y no

las

como

,

Pues a mi no

¿qué

me

las

gus-

ni cocidas ni asadas.

chanzas pesadas contestó don Ricardo es verdad que las había; pero como todos éramos amigos, las tolerábamos y nos divertíamos mucho. Sí,

sí,

;

Por ese

continuó un fuego graneado de que puse término diciendo a los venía a la ciudad al día siguiente

estilo

disparates, al

sordos que

me

y que vieran

si

se les ofrecía alguna cosa.

Tuve

que repetir tres o cuatro veces la despedida al oído de don Rosendo y don Ricardo para lograr

6—El

Canasto—T.

I


José Milla (Salomé

82

Jil)

que me oyeran; y cuando al fin se hubieron enterado de lo que yo decía, contestó el primero:

Vea

usted qué casualidad, yo también tengo

dispuesto mi viaje para mañana, pues mis nego-

me

llaman con urgencia a la capital. ¿Quiere usted pasar por mí con eso nos vamos juntos? No me gusta caminar solo y no tener con quién charlar un poco por el camino. cios

y que a las cuatro mañana iría a despertarlo. Propúseme no y hacer el viaje con don Rosendo; pero yo

Contéstele que

de

la

faltar

no contaba con

lo haría,

huéspeda, es decir, con la sordera de los Tapia, que había de enredarlo la

todo.

Aunque

la

mañana estaba muy

obscura, a las

cuatro en punto llegué a la casa donde alquila-

ban mis amigos una pieza grande, que daba a la calle. El resto de la casa lo ocupaba la familia del propietario.

Llamé a la puerta con fuerza y no despertaron. Redoblé los golpes, y nada. Silencio profundo en el interior de la habitación. Comencé a impacientarme, me apeé de la muía y recogiendo del suelo un pesado guijarro, me puse a dar en la puerta con tanto vigor, que creí se deshacían las tablas. Al fin despertó don Ricardo, el menos sordo de los tres, y no atinando con lo que podía ser aquel ruido, gritó con voces descompasadas:


»

El Canasto del Sastre

¿Qué hay? ¿quién

A

los

83

¿qué quieren? gritos despertó don Rosendo, que sin es?

acordarse de lo convenido, se puso a gritar tam-

preguntando qué sucedía. Tanto fue el alboroto que hicieron los dos, que por último lograron despertar a don Antonio, que completó el terceto con las voces más desaforadas. Ninguno de los tres sordos comprendían una palabra; pero los gritos fueron tales que despertaron a la familia del dueño de la casa, y allí fue Troya. Uno gritó "temblor"; otro "ladrones"; otro "fuego" y otro "revolución". Todos saltaron de sus camas y salieron por las ventanas, despertaron al vecindario. Las calles se llenaron bién,

de gente;

las

campanas de

fuego; la guardia del cuartel

la

iglesia tocaron

comenzó

a

a disparar

que el enemigo estaba en la ciudad, y yo, viendo la samotana que se había armado por mi culpa, o más bien por la de los sordos, monté, aguijé la muía, salí huyendo, escapando milagrosamente de que me alcanzaran algunas balas que me tiros

a diestra

y a

siniestra,

diciendo

dispararon los valientes defensores del orden púcreyendo (no sin alguna razón), que debía

blico,

ser enemigo.

Quedé escarmentado desde

enton-

y me propuse tratar antes con diablos que con sordos. ces



Los hombres graves en

Hace pocos

el baile

me encontraba yo en uno de no son raros en los que hemos contraído el arduo compromiso de hilvanar artículos para un periódico. Repasaba en mi imaginación los diversos asuntos que podían servir de tema a un cuadro de costumbres, sin fijarme días

esos apuros que

en ninguno, como esos marchantes descontentadizos que entran en un almacén y después de haber obligado a los dependientes a instalar media tienda sobre el mostrador,

uno

los

chas, se

objetos,

y poniéndoles a todos mil

marchan

Cansado de mi tomar

examinan uno por

sin

ta-

comprar cosa alguna. empeño, me disponía a caña y echarme a la calle,

inútil

sombrero y la esperando que la casualidad me deparara el tipo que necesitaba, cuando entró en mi cuarto uno el

de mis mejores amigos, sujeto de excelente carácter, pero que tiene el ligero defecto de encontrar

siempre faltas en

todo lo que hacen los

Llámase este amigo mío don Pedro (el apellido no hace al caso); mas los zumbones de la ciudad han dado en decirle don Pero, por los que él pone a todo lo que está al alcance de demás.

85


José Milla (Salomé

86

más

su lengua calpelo de

afilada

Jil)

y más cortante que

el es-

un anatómico.

de gravedad que observé en don Pedro, juzgué que algún asunto importante para él lo llevaba a mi casa- aquel día y pronto me convencí de que mi sospecha era fundada.

Por

el

¿Ha del

baile

aire

me

leído usted del

club en

¿Qué le han parecido a Acabo de verlas

dijo

usted? le

ción de la fiesta que hace la el

Bien está

crónicas

las

dos números del diario?

Me

contesté

entretenido con la pintoresca

he reído con producida en

,

y galante

el

del día

zumba ingeniosa y

he

descrip-

10,

y me

picante re-

del 19. replicó

mi amigo

;

¿no

pero,

ha echado usted de menos algo en esas crónicas?

A

la

verdad

repuse yo

,

confieso a usted

que estoy siempre más dispuesto a aplaudir lo que me agrada que no a fijarme en los defectos.

— Pues yo no soy

don Pedro jalas faltas y creo que ese es el único medio de que las cosas vayan como deben. Vea dijo

así

;

más perdono

usted, en esas descripciones del baile los escri-

han dejado en

tores se

poco interesante de

el

tintero

la sociedad;

una parte no la

que consti-

tuimos los hombres graves, a quienes los estudiantes

y

las bisbirindas llaman

como por desprecio

con desacato y de que

los viejos, olvidándose


El Canasto del Sastre no fuera por nosotros

si

como

vertirían

Yo

ellos ni

ellas

se di-

se divierten.

continuó don

no acostumbro

perder

ni

87

mi tiempo en

escribir

para

el

Pedro

,

público;

adoptado ese oficio, quiere llenar en un articulejo el vacío que se advierte pero

en

si

usted, que ha

las descripciones del baile,

escuche los datos

que voy a suministrarle mi amigo tomo, sin ceremonia, uno de los mejorcitos de los puros que tenía yo en la mesa, se acomodó en la butaca y continuó Diciendo

así,

diciendo:

Como

justicia, comenzaré Usted sabe que mi familia se compone de mi mujer, una hermana suya que vive con nosotros, mis dos hijas casa-

por

la

es de toda razón

parte que

me

y

toca.

das y sus respectivos maridos, tres solteras y dos muchachos, uno de los cuales es dependiente

en una casa de comercio y el otro dice que estudia en la Universidad. Ainda mas, dos pimpo-

uno de catorce meses y otro de nueve, procedentes de los dos matrimonios y que me han llos,

constituido en la respetable clase de los abuelos.

Desde que comenzó a susurrarse que habría baile en el club, empezaron las indirectas de mis hijas casadas y solteras y de mi cuñada, muy envueltas y diplom.áticas al principio, más claras

después,

diciendo que

el

baile

iba

a estar

magnífico; que todas las amigas hacían prepara-


José Milla (Salomé

88

Jil)

(mi cuñada y mis hijas) hacía un siglo que no iban a una fiesta (no había tivos;

que

ellas

pasado un mes desde la última en que estuvimos); que los muchachos eran contribuyentes y por tanto teníamos muy gordo derecho a ir todos los de la familia aunque fuéramos veinticinco; que el gasto de trajes era insignificante, etcétera, etcétera. Hice como que no entendía

y entonces fueron mis

hijos los

que abrieron

el

fuego con otras indirectas de esas que llaman del padre Cobos.

A

ellos se

unieron mis yernos

y por último mi mujer, a quien se habían ganado las muchachas. Tuve que sostener un sitio formal, y como siempre, acabé por decir que sí, después de haber jurado y rejurado que no iríamos.

Una

vez obtenido

permiso, mi cuñada y mis

el

campaña y yo me preparé

hijas se pusieron en

a hacer frente a los llamamientos, que se sucedieron unos a otros con espantosa rapidez.

Vi

mi casa convertida en

taller

de modistas.

cuñada, más cinco hijas, dos amigas llamadas a

dar una

mano y dos

costureras invadieron las

habitaciones, mientras las criadas iban

y venían

con piezas de género y adornos de todas clases» Una máquina Singer, otra de Remington y el

manual de

que cosían, alcanzaban apenas a dar cumplimientos a la obra magna de confeccionar en dos días siete vestidos, pues hastrabajo

las


El Canasto del Sastre

89

alegando que el único regular que tenía contaba ya seis alzos. Fui llamado en consulta a dar mi voto sobre colores y formas de trajes y observé que la parte femenina de mi familia sabía perfectamente cómo irían vestidas las otras noventa y ocho damas que debían concurrir a la fiesta. Una de mis hijas (la más consentida), dio en que su vestido no había de ser igual a ninguno de los otros ta

mi mujer

ciento cuatro

lo

quiso

nuevo,

que debían figurar en

el

baile

y

y deshacer y desperdiciar tela para darle gusto. Al fin quedó satisfecha, pues fue preciso hacer

en efecto, creo que el suyo fue el más raro y que no había figurín de modas que pueda parecérsele.

deseada y esperada noche hora se resolvió que los dos nenes serían de la partida, pues las madres no se decidieron a dejarlos chillar de hambre toda la noche. Dijeron que los acomodarían como se pudiera en la pieza donde se guardan los abrigos. Llegó,

por

del sarao.

A

A

fin,

la

última

nueve estaba yo vestido; pero tuve que aguardar todavía dos horas a que mi colonia acabara de emperejilarse. Por fin, al sonar las las

once, se dieron mis hijas la última

mano de

pol-

vos de arroz y nos dispusimos a salir. El consejo de familia acordó que yo cargara con los dos

porque las madres dijeron que no querían exponerse a echar a perder sus trajes y angelitos,


José Milla (Salomé

90

Jil'

mis yernos tenían que llevar los frascos de leche, las mamaderas, un par de zaleas y otro ídem

de almohadítas. Me acomodé, pues, uno en cada brazo y cubriéndolos con la esclavina, echamos a andar»

A

me despojaron los criados de la sombrero y de la capa, y causó no poca sorpresa ver el par de alhajas que llevaba yo ocultas, como mazos de tabaco de contrabando. Conduje mis dos nietecitos (que por dicha dormían a pierna suelta), a un cuarto donde los coloqué revueltos con abrigos y pañolones y nos metimos en el maremagno de la fiesta. la

entrada

casa, del

No

describiré a usted los adornos de la casa,

pues los ha visto ya en

el

diario.

Me

limitaré

encomendando mis hijas a la procielo y a la de mi mujer, comencé a

a decirle que tección del

buscar algunos amigos de mi tiempo con quienes conversar un poco durante las dos o tres horas que habían de transcurrir hasta que gara la de la cena.

En un grupo de •en

una de

las

lle-

caballeros que se agolpaban

puertas

del salón

del

baile al-

cancé a ver a don Prudencio Calvo, mi compañero de colegio, con el mismo frac y los guantes que llevaba en un baile que se dio en la Sociedad Económica allá por el año 1861. Díjome que no bailaba porque no sufría los callos; y, sin embargo, se había estado de plantón en


El Canasto del Sastre aquella puerta desde las nueve. versación,

ventud con

comparando las del día,

91

Entablamos con-

fiestas de nuestra judando, por supuesto, la y las

preferencia a las primeras.

No

fue de esta opinión otro amigo nuestro que

tomar parte en la conversación, don Bonifacio Tentetieso, que aunque más viejo que el llegó a

cucuyo,

Viste a

conserva ciertas la

pretensiones

última moda, gasta corsé

y

juveniles.

se tiñe el

cabello y barba de un color que tira a magenta o bismarck. Echaba a diestra y siniestra miradas

y requiebros a cuantas jóvenes le pasaban por delante, y a fuerza de ruegos encontró compañera para una pieza de baile. A poco lo vimos danzando a brinquitos, como se usaba hace cuarenta años, lo que provocó la risa de la reunión y dio motivo a que la dama lo dejara planasesinas

excusándose con que le dolía la cabeza. Tentetieso me dijo al oído que muy buenas eran las fiestas del día; pero que nadie sabía bailar. tado,

En

eso vi pasar

licenciado Matraca, que con de asas de jarrón de flores,

al

los brazos a guisa

edad a un saloncito donde se servía vino. Matraca había estado hablando la noche entera con un escribano sobre reformas de los códigos, y entusiasmado con el asunto, no advirtió que una lluvia de estearina que caía de una araña, le había cubierto la peluca de pringas blancas. Esto hizo decir a un chusco conducía dos

señoras de


José Milla (Salomé

92

que aquel licenciado llevaba en las falsas de su mujer.

Jil)

la

cabeza las per-

Después de ver bailar un rato, fui a pasearme por los corredores. Saludé a otro amigo, don Pioquinto de Antaño, que estaba parado debajo de un plátano, empeñado en ponerse los guantes, lo que no pudo lograr, por la sencilla razón de que los dos eran de la misma mano. Junto a él estaba bostezando don Ramón Buendiente, que veía el reloj cada cinco minutos y preguntaba a qué horas servirían la cena.

medio acostado en una butaca a don Cornelio Cuajado, que dormía con el sueño del justo. Entretanto, su mujer, que es joven, no fea y muy tentada de la araña, se Continué! mi paseo

y

vi

y coqueteaba con cuantos podía. Procuré evitar el encuentro con don Julián Torcido, el hombre más desdichado de este mundo, divertía

que no pone mano en cosa que no eche a perder, ni emprende negocio que no le salga al revés de lo que esperaba. Debatió toda la noche con cuantos quisieron contestarle la cuestión de si deberá abandonar o no una gran plantación de café que acaba de formar. Torcido es padre de familia como yo, y llevaba un frac que me pareció muy extraño. ¿Y cómo no? si después oí decir que era una levita, cuyas faldas habían recogido las hijas de don Julián, con hilvanes, pues se negaba a concurrir al sarao por falta de casaca.


El Canasto del Sastre

Vi con sorpresa

93

don Juan Cimarrón, acaudalado propietario que reside en una de sus haciendas y hallándose casualmente en la ciudad en vísperas del baile, tuvo que ceder a las instancias de sus niñas y decidirse a llevar frac por la primera vez de su vida. Con lo que no quiso a

mascada, como él llamaba a la corbata; así que fue preciso conformarse con que fuera a cuello pelado. En un grupo de jóvenes oí contar (vea usted qué guasa), que cuando fue el sastre a ensayar el frac a Cimarrón, al sentirse con aquella apretada vestimenta, había salido barajustando y fue preciso ir a cogerlo transigir fue con la

cerca del castillo.

Al dar una vuelta tropecé con don Blas Percances, que sin saludarme, exclamó:

Hombre, ¿usted por acá?

Viera usted que

mal me ha ido esta noche. Una vieja (él no es de ayer, pero viejea a los demás con la mayor frescura), dio y tomó en que habíamos de bailar una mazurka. Me excusé, insistió; sahmos y a las dos vueltas, ¡cataplún!, resbalamos en la rusia y caímos de patas en el suelo. Después me pidió otra una copa de vino; por equivocación se la serví de coñac y en un tris estuve que no se ahogara. He desgarrado seis colas y arruinado dos abanicos, pues como soy miope, no vi que estaban en la silla en que me senté. Por último, me apoyé en uno de los plátanos y se vino abajo.


José Milla (Salomé

94

Jil)

que me lanzaron dos mil maldiciones, diciendo que les había echado a perder los trajes. No sé por qué ha de haber viejas que quieran bailar y otras que pidan vino: por qué han de traer a los bailes esas inmensas colas y esos abanicos que se rompen con sólo

cayendo sobre dos

verlos; ni a

señoritas

qué viene toda esa platanada.

cena y acudimos todos a las mesas. Yo estaba traspasado de hambre, y me propuse apoderarme de lo primero que encontrara. Abriéndose camino con los codos, pasó don Ramón Buendiente, que en su

Era

la

una.

afán de asaltar

Anunciaron

la plaza,

no

la

advirtió que aplas-

taba los callos a don Prudencio Calvo, que puso los gritos en el cielo raso. Tras él iba don Blas Percances, que logró atrapar una fuente con dos

magníficas mojarras en salsa de tomate, que

le

ocurrió levantar en alto para evitar algún con-

Pero estaba escrito que don Blas había de ser desdichado en toda aquella noche. Sucedió que don Bonifacio Tentetieso, sin ver que Percances enarbolaba la fuente de mojarras, le dio un codazo, con lo que se deslizaron los pescados y su salsa colorada, cayendo sobre la peluca del licenciado Matraca, que estaba sentado y acababa de ponerse en la boca un pedazo de pastel. Hubo dimes y diretes, injurias y amenazas de desafío; pero al fin, interviniendo algutratiempo.

nos amigos, se aplacó

el

licenciado,

contentan-


El Ca.namu del Sastre

95

José con anunciar a Percances que al siguiente día le pondría demanda por daños y perjuicios, en virtud del artículo 19,528 del Código Civil.

compusieran como les diera la gana, y sirviéndome un buen trozo Je carne fría, una pierna de pavo y un vaso de burdeos, me disponía a comenzar mi cena, cuando llegó mi mujer que apenas respiraba, tal era el trabajo que le había costado penetrar al través de la masa de los cenadores, me dijo ¿Dónde estás metido que hace una hora te busco y no te encuentro? Vente pronto, pues los niños han despertado y no se callan por nada. Es necesario pasearlos. dije ¿Y por qué no los pasean sus madres? yo, con mal humor, y me dispuse a meterme en la boca un pedazo de carne. Pero mi mujer, furiosa, me arrebató el trinchante y exclamó:

Dejé que

los peleadores se

,

Es cuando .

fuerte

cosa que

te

pongas a engullir

van a reventar como chichair a cogerlos, porque están comprometidas para las seis primeras piezas que se bailen, y no han de dejar plantados a los que las han invitado. rras.

tus nietos

Las niñas no pueden

La razón ¿y sus

para las

No que

los

es poderosa

repliqué

yo

;

pero,

maridos?, ¿están también comprometidos seis piezas?

no he podido dar con ellos, por más he buscado. Yo no voy, porque no he sé;


José Milla (Salomé

96

de dejar solas a

las niñas;

Jil)

conque, date prisa;

después cenarás, Sí,

mañana

le contesté,

arrojando

el

tene-

dor y el cuchillo y fui a pasear y procurar hacer dormir a los dos angelitos. Empeño inútil. Como hubieran pagado porque continuaran el si les dúo, siguieron chillando hasta que amaneció. Yo no podía ya de cansado, y juraba no volver a bailes así

A

me

estrangularan.

había retirado la mayor parte de concurrencia, cuando aparecieron al fin mi

la

las seis se

mujer, mi cuñada

y mis hijas en busca de sus Entregué los nenes a las madres para que cargaran con ellos, o los dejaran si les daba En el corredor encontré a la gana y salimos. mis amigos Calvo, Antaño, Buendiente, Matraca. Percances y Tentetieso que salían echando pestes y jurando no poner los pies en otro baile. Pero no faltó quien dijera a mi lado que lo mismo les había oído decir veinte veces, y que siempre eran los primeros que llegaban y los últimos que salían. Me olvidaba de decir que Percances había cambiado su sombrero viejo por otro flamante y oí que decían era casualidad que le sucedía como cada tres meses en los bailes. abrigos.

.

Vi que a Torcido

se le había desprendido

una

haciendo la más rara y que Cimarrón se había despojado del suyo, por el calor, y salía

de

las faldas del levi-frac,

figura con aquel traje anfibio

I

;


El Canasto del Sastre en mangas de camisa,

como

97

se mantenía en su

hacienda.

Cuajado más feliz que los otros, continuaba roncando en su butaca, y hubiera pasado allí todo el día, a no haber ido su mujer a tirarle las orejas para despertarlo.

Conque, amigo mío concluyó don Pedro ahí tiene usted lo que son esas fiestas para los que vamos ya cuesta abajo en el camino de la vida. Si usted cree que estos datos puedan servirle de algo, aprovéchelos; y si no, haga usted de cuenta que nada hemos hablado. Despidióse; tomé la pluma y sin levantarla, trasladé al papel aquella relación, que echo a ,

volar, sin añadirle ni quitarle

sabilidad del paterfamilias

y bajo

que

me

la

respon-

la suministró.

Diré únicamente, por vía de posdata, que bajo mucha reserva, he sabido después que en casa de don Pedro se hacen grandes preparativos para los bailes del carnaval y que las niñas arreglan un magnífico disfraz de chino para su papá.

7

—El

Canasto

—T.

I



Don Anselmilo

Este picaro nera

tan

Vidriera

mundo

está organizado de una maque frecuentemente debemos

extraña,

cargar no sólo con nuestras propias culpas, sino

también con

las

consecuencias de los errores, de

y aun de las desdichas ajenas. esto sucede no sólo en el orden moral, sino

las faltas

Y en

el

físico.

posición a la epilepsia,

¿No

es acaso hereditaria la predis-

tisis,

y hasta a

a la locura, la

al

cangro, a la

obriedad?

La legislación que ha reglamentado tan cuidadosamente la transmisión de las herencias, se declara impotente para evitar esas que son las más funestas de cuantas pueden dejar los ascendientes a sus descendientes. No sé que haya en algún país leyes que prohiban el matrimonio entre personas afectadas de enfermedades de esas que la ciencia y la experiencia han declarado hereditarias.

Pero ni aún se ha creído fijar un límite a la edad en que puede uno casarse. Se ha establecido el mínimum nada se ha dicho del máximum. 99


José Milla (Salomé

100

Jil)

Los códigos saben cuándo empieza la aptitud para contraer matrimonio; ignoran cuándo acaba. Las consecuencias de esa ignorancia ceden muchas veces en grave perjuicio de los hijos que proceden de enlaces entre personas poco aptas ya por su edad/ para contraerlos.

n Asaltáronme estas reflexiones hace algunos meses, con motivo de haberme hecho una visita don Anselmito Vidriera, joven-viejo a quien conozco desde que vino al mundo y a cuyos padres traté íntimamente antes de su matrimonio.

Don Próspero

cortejó a

y dos años. cuando acordó,

treinta

són,

doña Ramona durante

Indeciso, versátil, la vejez

maripo-

llamaba ya a sus

con su acostumbrado séquito de achaques, cansancio y debilidad. Entonces d-ecidió

puertas,

casarse.

La dama

se había defendido de los es-

tragos del tiempo, **como gato boca arriba*', se-

gún suele

que a pesar de los cosméticos, doña Ramona, cuando fue declarada oficialmente novia de don Próspero, estaba ya bastante descolgada. decirse; pero lo cierto es

'Xos hijos que nazcan de ese matrimonio, que me los cuelguen en la frente" dijeron, en voz baja, los amigos y las amigas de los recién


El Canasto del Sastre

101

casados, al salir de la visita de enhorabuena

y

cuando acababan de pronosticarles toda suerte de felicidades. Pero ved cuan falaces suelen ser los cálculos humanos. A los doce meses doña Ramona dio a luz un infante que sus padres declararon un prodigio de robustez y de hermosura; pero que no era en realidad sino un producto raquítico, enfermizo, endeble, que no murió al nacer, gracias a la habilidad de los facultativos.

De

dos Matusalenes, ¿qué había de resultar, dijeron los amigos y las sino un enclenque?

amigas el

al

salir

de

la visita

de enhorabuena por

recién nacido.

Desgraciadamente,

tiempo se encargó de hacer ver la exactitud de aquel juicio. Creció Anselmito rodeado de cuidados y de precauciones y sujeto desde sus tiernos años a las más severas reglas de la higiene.

el

Los padres temblaban por

la vida de aquel niño y creían que cuanto hicieran era poco para conservarlo. Ese sistema, uni-

do a

la

hizo de

debilidad orgánica del pobre Anselmito, él

un ente muy desventurado.

No

se le

exponía al sol, porque podía darle una fiebre. Se le defendía del aire, como si fuera una vela

que pudiera apagar el más ligero soplo. El agua le hacía un daño mortal, y llegó a los doce años sin haber recibido más que la del bautismo. Estaba vestido interior y exteriormente de lana. Sí


José Milla (Salomé

102

tosía, si

estornudaba, se

le

Jil)

metía en la cama,

y

una vez que tuvo una ligera calentura se conmovió la parentela, se alborotó el vecindario, se juntaron nueve médicos que dijeron cosas muy sabias, citaron multitud

de autores, diagnostica-

ron, pronosticaron, prescribieron métodos y después de haber hecho seis visitas al enfermito en

veinticuatro horas, declararon que en Dios conciencia,

y en

no tenía nada»

m Don

Próspero y doña

Ramona pagaron

el ine-

y dejaron a Anselmito solo en este mundo, dueño de una fortuna considerable y entregado a la protección de la Provitable tributo a la muerte

videncia

y a

la

de

la

Higiene.

El niño ha aprovechado la educación que recibió. Es un aprehensivo de marca y no sueña

más que muerte, accidentes y enfermedades. Tiene dos médicos a quienes paga anualmente y no se pasa un solo día de los trescientos sesenta y cinco del año, sin que llame a uno de ellos, cuando no son los dos. Sin perjuicio de esto, siempre que regresa algún joven doctor de los que van a Europa a perfeccionarse en la profesión, o cuando aparece algún facultativo extranjero con tal o cual renombre, los hace llamar don Anselmito para consultarles mil enfermedades imaginarias. Por-


El Canasto del Sastre que

verdad es que bueno y sano.

la

está

Es

el

el

103

mozo, aunque enclenque,

primero que ensaya toda clase de jarabes,

y vinos medicinales, y no hay nuevo que no compre y estrene. Su alcoba parece un establecimiento de farmacia» El frasco tal contiene un específico para el hígado; el del otro es excelente para el bazo. Esos pildoras, aceites

remedio

polvos blancos son indispensables para hacer la digestión;

negros evitan

los

verdes purifican la

irritabilidad

blecen

la

de

el equilibrio

opilaciones;

las

los

sangre; los amarillos calman los nervios;

de

los

los azules

humores;

resta-

los tornasoles

son diuréticos; los de color de rosa catárticos, los grises eméticos

Cuando Tiene

y

los

rojos narcóticos.

entró en mi casa

me

dio lástima verlo.

años y parece tener cuarenta. Podría servir su cuerpo para estudiar osteología, veintiséis

según está de magro y transparente, gracias al riguroso régimen dietético a que se sujeta. Lle-

vaba en la cabeza un gorro de seda negro. Vestía de paño burdo, buscando el abrigo. Los guantes eran de algodón. No se afeita y no estoy muy seguro de que se lave.

Con permiso de sentarse

,

usted

me

dijo,

entornaremos esta puerta.

cosa peor que los chiflones*

antes de

No

hay


José Milla (Salomé

104

Jil)

Preguntándole yo cómo estaba, me contestó: Siempre maL La jaqueca, la dispepsia, la tos, los dolores reumáticos, las palpitaciones de corazón y para ajuste de cuentas, una bronquitis que bastante me molesta. Dichoso usted que está vendiendo salud. Diciendo así, sacó una especie de botiquín portátil que lleva siempre en el bolsillo, tomó un frasquito de ipecacuana y goma y comenzó a apurarlo

el

muy despacio. ¿No cree usted

me

dijo en seguida

,

que

clima de Guatemala se está echando a perder

a toda prisa?

No podré asegurarlo unos pocos enfermos y a gente en buena salud.

_Eso

replicó

es

le

la

contesté

don Anselmito

no observa usted

los

estados del

publica

Yo

es

el

periódico.

diario.

lo

.

Yo

veo

generalidad de la

,

porque

hospital que

único que leo del

¡Vea usted qué multitud de enfermos

y cuántos muertos! Si es así

le dije

salir del país e ir

,

quizá harías bien en

a vivir a Europa.

exclamó ¿Está usted en su juicio? ¿Quién el enclenque se expone a pasar por ese moridero del istmo de Panamá? ¿Usted cree que a mí me hiede la vida y que quiero salir de ella a toda costa? ¡Salir del país!

¡Irme a Europa!


El Canasto del Sastre Compadecido de aquel monomaniaco,

105

creí

que

debía yo, por la amistad que tuve con sus padres,

hacer un esfuerzo para abrirle los ojos y convencerle de la conveniencia de cambiar de régimen.

Mira Anselmito

más grave que me

le

dije,

tomando

fue posible

;

el

aire

la higiene es

una cosa excelente; pero de ella como de todo lo bueno, puede abusarse y entonces se hace detestable. A tu organización, no muy robusta, habría convenido una vida activa, una alimentación abundante y sana, ejercicio a pie y a caballo, distracciones y nada de médico ni de boticas. ¿Quieres creerme y no acortarte la existencia? Limpia tu casa de frascos, botellas y cajas medicinales; despide a los doctores; haz ejercicios gimnásticos; báñate todos los días en el Administrador; come y bebe bien; abónate al teatro; compra un caballo de trote; camina a pie dos leguas diarias; quítate ese gorro; vístete como todo el mundo; frecuenta la sociedad; corteja y cásate.

don boca Anselmito, que abría desmesuradamente y parecían querer saltársele los ojos, al oír cada una de aquellas que debieron parecerle enormes Sin interrumpirme

estuvo escuchándome la

herejías.

Vea

usted

dice usted

será

me muy

loco en su casa que

contestó

,

todo eso que

bueno; pero más sabe el cuerdo en la ajena. Ya

el


José Milla (Salomé

106

Jil)

conozco y sé muy bien que si hiciera la mitad de las cosas que usted me aconseja, antes de dos meses era yo moro al agua» Sin embargo, hay en lo que usted ha dicho una idea que me parece oportuna y conveniente y que trataré de poner en práctica desde luego.

me

No

dijo más. Se puso en pie, se abotonó hasta garganta el grueso sobretodo que llevaba; se la enderezó el cuello, que le cubrió hasta las orejas, se arregló el gorro negro; se echó otro trago del frasquito y se marchó.

IV

A

pocos días tuve la explicación del enigma que encerraban las últimas palabras de don Anselmito Vidriera. Supe que de mi largo sermón los

no había retenido sino la última haciendo el menor caso de mis había decidido

adoptar

parte,

y que no

otros

consejos,

únicamente

el

de

fre-

cuentar la sociedad y casarse. Hizo que lo presentaran en varias casas, donde fue recibido de

manera que correspondía a sus circunstancias personales y a su propia posición social. Entre las familias que visitó don Anselmito se contaba la de cierto empleado que había muerto

la

algunos años antes, dejando a s,u viuda y tres hijas jóvenes, por todo haber, una larga hoja de :servicios y una corta pensión sobre las cajas del


El Canasto del Sastre

107

Esto quiere decir que de todos los tertulianos de la viuda, Don Dinero era el menos asiduo, el que hacia visitas más cortas y el que se presentaba más de tarde en tarde. Estado.

Puso don Anselmito los ojos del cuerpo y los del alma en las perfecciones de Hortensia, la menor de las niñas, y en cambio la joven puso los suyos en el saneado capital de don Anselmito. La declaración de amor escrita en papel sellado de a doscientos mil pesos es una letra que muy raras veces se respalda. Hortensia aceptó, pues, de muy buena gana el giro del enclenque.

Hubo

ojeadas, suspiros, flores naturales

radas, encuentros casuales de

manos en

y

figu-

los jue-

gos de prendas y de pies bajo las mesas, todo ello acompañado con las correspondientes palabritas

de confituría.

Pero he ahí que el diablo que todo lo enreda, viendo el camino que llevaban las cosas entre la hija de la viuda y su pretendiente, va, coge y dice al oído de las hermanas de Hortensia que era una caballada que ellas dos, siendo mayores, se quedaran para vestir santos, vivir miserablemente y llevar el peso de la casa, mientras la otra arrastraría coche, rompería sedas y terciopelos, tendría palco en la ópera, ostentaría brillantes, etcétera, etcétera. Las dos niñas aprobaron el discurso del enemigo y desde aquel día comenzaron a minar sordamente a don Ansel-


José Milla (Salomé

108

Jil)

ánimo de Hortensia. Quien no ha presenciar una campaña de tenido esas, no sabe lo que es la estrategia que despliegan los jóvenes de veinte a venticinco años en un caso semejante. El pobre mozo fue cubierto de ridículo* No hubo defecto que no le atribuyeran (como si no bastara con el muy grave que en realidad tenía), ni apodo con que no lo bautizaran; siendo algunos de ellos verdaderamente mito, en

el

ocasión de

ingeniosos.

Sin embargo, la fortaleza resistía aquel fuego

graneado de epigramas y no daba muestras de rendirse. Entonces las sitiadoras llamaron un cuerpo respetable de auxiliares: las amigas, a quienes se persuadió fácilmente de la necesidad de evitar a toda costa aquel matrimonio que era una barbaridad. Los proyectiles llovían sobre el pobre enclenque. Una de las amigas dijo a Hortensia que pues se decidía a cuidar un enfermo, era mejor que tomara desde luego la gorra de

hermana de la caridad. Otra la aconsejó que hiciera un curso de higiene y otro de farmacia.

Una

opinó que comprara todo

el

algodón que

hubiera en la ciudad, para tener como envolver

novio y otra le dijo que debía pedir a Europa un gran globo de cristal para llevarlo en él a al

la iglesia el día

las

doce de

la

de

la

boda, pues

mañana

si

era antes de

tenía riesgo de morirse.


El Canasto del Sastre Tanto

dijeron, tanto hicieron

y de

109

tal ridículo

quedó hecho cuartos y Hortensia se decidió, aunque algo tarde, a protestar la letra consabida. Para que no se tachara a la joven de inconstante, se acordó en aquel consejo de Estado... honesto, que la muchacha hiciera con el galán lo que hizo Bismarck con Napoleón III: obligarlo a declarar la cubrieron

al

desventurado, que

al

fin

Adoptado este sabio plan, la taimada doncella comenzó a dar traza y modo de ponerlo

guerra.

Al efecto, procuró suscitar dificultades para que el pretendiente la hablara, recibiéndolo siempre acompañada; con lo que se daba

en ejecución.

al

diablo

el

enclenque, maldiciendo de los

testi-

gos importunos que tanto los incomodaban.

Por último, un

cansado de aquella situación y queriendo ponerle término, aprovechó no sé qué pretexto para acercarse a Hortensia y le dijo a media voz: día,

Es urgente que hablemos a el sitio y la hora.

solas.

Dígame

usted

Esta noche

contestó la picarona

,

a las

doce; en mi ventana.

A

doce de la mañana dijo don Anselmito, haciéndose el sueco. No, de la noche, de la noche repitió Hortensia, con toda claridad. las


José Milla (Salomé

lio

Un

jarro de

agua

entre la camisa

menos

al

y

fría el

que

pellejo,

le

Jil)

hubieran echado

habría disgustado

enclenque.

exclamó ¡Yo ¡A las doce de la noche! que no conozco la luna, ni las estrellas, sino sólo de oídas, y que hasta ahora no sé cómo se visten Esta mujer quiere mi muerte, mi destrucción, mi aniquilamiento; y tomando el sombrero, se marchó jurando no volver. los

serenos!

¡Imposible!

El golpe fue atroz. El infeliz estaba enamorado

como

enamora uno la primera vez de su vida. Su débil máquina no pudo resistir la conmoción, y cayó enfermo. Inmediatamente hizo llamar a sus dos médicos de cabecera y a otros siete en consulta. El primero dijo que lo que el enfermo tenía era gastritis; el segundo calificó el mal de gastroenteritis; el tercero opinó que era se

cuarto

enterocolitis;

el

meningitis

los otros

y

dijo hepatitis;

el

quinto

cuatro discurrieron otros

males, pero siempre acabados en

itis*

Los médi-

cos de cabecera decían que los de consulta eran

unos badulaques y los de consulta replicaban que los de cabecera eran unos majaderos. Multiplicaron las visitas, vaciaron los estantes de las boticas y el hombre cada día peor, según decían y según él se sentía. Llegó el caso de que le


El Canasto del Sastre administraran

el

viático

y que

111

hiciera testamento.

Estaba desahuciado.

En aquellas circunstancias apareció un décimo doctor, hombre de mundo tanto como de que no faltan en Guatemala, y después de haber examinado detenidamente al enfermo, dijo que lo que tenía era un ataque agudo de amoritis, complicado con, el mieditis crónica que padecía. Tiró de las sábanas de la cama, dijo a don Anselmito que se vistiera, mandó arrojar las ciencia,

medicinas y el mismo día lo plantó en la calle. El enclenque salvó de aquel peligro; pero su verdadero mal no tiene cura. Sigue tomando jarabes,

aceites,

polvos y vinos medicinales, y si por casualidad cae en sus

estoy cierto de que

manos este artículo, dirá que, ¿quién me manda a mí meterme en lo que no me va ni me viene? Que él se conoce y sigue el sistema que la experiencia le aconseja.

Don Anselmito

Vidriera será,

pues, siempre, lo que un error de sus padres

y mismo han querido que sea: un enclenque, un aprehensivo, un joven viejo, un enfermo imaginario; un ente, en fin, en quien lo

otro error de

él

ridículo corre parejas

con

lo

desdichado.



Los egoístas Egoísmo. He ahí una palabra muy bonita, inventada para expresar una de las cosas más feas que existen en este mundo. Es una de esas expresiones que llamamos gráficas, por la fidelidad con que copian el objeto a que se aplican. El egoísmo, como otros muchos vicios, tiene origen en un sentimiento natural y laudable: el deseo de la propia conservación y la inclinación

que

el

hombre experimenta a procurar su

Exagérese ese sentimiento, hágase

dad.

fehci-

salir

esa

inclinación de los límites que deben encerrarla

uno de

se dará en

los excesos

más

perniciosos

y y

funestos.

El egoísmo ha venido a ser uno de los rasgos característicos de la sociedad tro

moderna.

En

nues-

afán de gozar, nos atropellamos los unos a

por llegar los primeros a poner la la urna que contiena los grandes premios que tientan nuestra ambición febril: gloria, los

otros,

mano sobre

poder, riquezas, consideración social.

El egoísta lo refiere todo a

que sus

intereses,

sus

ideas,

mismo. Pretende sus inclinaciones,

sus gustos se sobrepongan a los de los demás. 113

S— El

—T.

Canasto

I


José Milla (Salomé

114

Jil)

El considera su personalidad como un sistema planetario, en el cual

^

principal papel y deja a los otros

centro de

el

hace el de simples

ella el

satélites,

A

mi

hay dos especies de egoístas, claque tomo de la zoología: el egoísta-

juicio,

sificaciones

caimán y el egoísta-culebra. El primero desdeña la ficción; lo quiere y lo atrapa todo, si lo dejan, y sacrifica impávido a su propia conveniencia la conveniencia ajena.

Ved fecto

a don Blas Garrafuerte, tipo

y acabado

guida

del

cabeza,

la

su

hablar imponente.

el

Lleva

egoísta-caimán.

mirada

es

si

perer-

desdeñosa, su

Si os saluda, lo

quien dispensa un favor;

más

hace como

os alarga la punta

de los dedos, pues jamás da toda la mano, debéis consideraros muy honrados. No hay a quien no ocupe; su opinión es la más acertada; todo lo I

sabe, todo lo prevé,

decide sobre las cuestiones

más extrañas a su profesión y pelea

si

se le con-

tradice.

que da y quita las reputaciones liteque establece el mérito de los cantantes, el que pone en moda a los sastres y el que decide sin apelación acerca de la virtud de las El es

el

rarias, el

mujeres.

En

"^

apodera del sillón más cómodo; en el teatro ocupa dos lunetas, con perjuicio de los vecinos, no pagando más que una: en los la tertulia se


El Canasto del Sastre

115

convites se sirve de los mejores platos y se apodera del vino más exquisito. Caminando en dili-

duerme sobre el hombro de la persona que va a su lado. Es rico y no da un real a un mendigo, ni se ve jamás figurar su nombre en

gencia, se

de suscripciones para objetos de beneSiempre está estudiando el modo de

las listas

ficiencia.

que

de balde.

lo sirvan

Su conversación está salpicada de yoes. Yo aseguro, yo afirmo, yo sostengo, yo quiero: y los demás no pueden asegurar, afirmar, sostener y querer, sin chocar con don Blas. Si vais la

pared;

con si

él

por

la calle,

en coche,

la

se

toma

testera;

y

el

lado de

llega

a tal

extremo su yoísmo, que jamás dice, aun hablando Fulano y yo*'; de la persona más respetable: í*

sino

"Yo y

Fulano**.

Un

egoísmo tan colosal y tan contundente como el de Garrafuerte acaba por supeditarlo todo. "Así es don Blas**, dice la gente, y cubierto el expediente con esta fórmula, que nada explica en realidad, el egoísta-caimán, no siendo en la sociedad sino unos de tantos, hace cuanto le

da

la

gana,

Don Tomás Manso culebra.

es el prototipo del egoísta-

Dice que se sacrifica por todos, que

vive pensando en los demás.

Por

filantropía crio

dos sobrinitos huérfanos, a quienes bondadosamente ha dado carrera y hecho hombres, sin, la


José Milla (Salomé

116

Jil)

Eso

menor esperanza de recompensa.

dice él

y

todos lo creemos sobre su palabra, sin saber que apenas los dos chicos estuvieron en edad de servir,

fueron criados de don Tomás, que fregaban,

y limpiaban

barrían

el

caballo de su caritativo

que ha seguido después explotándolos de mil maneras. tío,

Don Tomás dos.

A

es humilde,, atento

y

cortés con to-

nadie contradice directamente; expone su

opinión, pero con arte tal

y tan tenazmente, que

acaba siempre por imponerla a cuantos

lo

es-

cuchan.

Va

a las tiendas, pide lo que necesita, se lo

muestran, pregunta

el precio,

dícenselo, ofrece la

mitad y a fuerza de argumentos, concluye por convencer al comerciante de que le hace un favor al comprarle el objeto. Si es una pieza de paño, le prueba hasta la evidencia que está ya picándose; si es un sombrero, que está pasado de

moda, y

si

es

otra cosa cualquiera,

demuestra,

que la compra por amistad, por desembarazar al almacén de una mercancía sin lugar a réplica,

inútil.

Don Tomás es Da dinero sobre

usurero por pura filantropía.

dos firmas

muy

seguras, des-

el interés, que jamás baja del veinticuapor ciento, y convence a la víctima de que le ha hecho un verdadero servicio. Dice muy seriamente que él es el sostén de muchos pequeños

cuenta tro


El Canasto del Sastre

117

en realidad; pero como la soga es sostén del ahorcado, como decía Mirabeau. agricultores;

y

lo es

Frecuenta la sociedad, porque le paguen las y vean sus vecinos que tiene muchas relaciones. Explota las calamidades púbhcas, pareciendo no hacer otra cosa que servir a los pobres. Si prevé una escasez de granos, compra maíz en visitas

abundancia y en lo mejor de la carestía, lo expende generosamente por cinco, seis o diez veces más de lo que le ha costado. ¡Oh, qué hombre! casos

;

sin él

dicen muchos en esos

nos moriríamos de hambre.

Su nombre figura siempre a

cabeza de las listas de suscripción para objetos de beneficiencía; pero si da veinte pesos, nunca le falta algún arbitrio ingenioso para que aquella misma desdicha que se trata de socorrer, fas o

por nefas, veinticinco o

Una

le

proporcione por

treinta.

vez promovió una suscripción para vestir

a los presos de las cárceles duros.

la

Su y

liberalidad

y

se apuntó con cien

tuvo imitadores; se llenó

bueno de don Tomás dio traza y modo para que la comisión tomara una factura de telas averiadas que tenía y ofreció por tercera mano, con lo que se indemnizó, con ganancia, de la suscripción que por lo demás le valió la

lista

el

grandes elogios.

don Tomás presta a usted, caro lector, el servicio más insignificante, puede estar seguro de Si


José Milla (Salomé

118

Jil)

que aquél no es sino un adelanto que para cobrarlo algún día con usura.

me ha

Varias, veces

le

hace

cabido en suerte sufrir las

egoísmo de mi amigo. Una noche del mes de diciembre, salimos de un baile; el frío era intenso; busqué mi sobretodo y había desaparecido. Tuve que volver a mi casa en cuerpo gentil, exponiéndome a atrapar una pulmonía. consecuencias

del

Al día siguiente recibí el abrigo con una esquela muy atenta de don Tomás, en que mé decía haberlo rescatado de las garras de un sujeto que tenía la pésima costumbre de cambiar sobretodos

y sombreros

viejos por nuevos

al

salir

Naturalmente, tuve que darle por aquel servicio.

bailes.

Un

día iba

yo por

la calle

de los

las gracias

cuando comenzó a

El paraguas bastaba apenas a defenderdel chubasco. Me alcanzó don Tomás, y di-

llover.

me

mismo camino que yo, se sans [agón, bajo un paraguas que, insupara uno, debía serlo más aún para dos.

ciendo que llevaba colocó, ficiente

el

Usted va molestándose con ese mueble dijo mi amigo déme usted acá; y tomando el paraguas, hizo como que me cubría y en realidad lo aprovechó él solo. Llegué a mi casa calado hasta los huesos, y al despedirme de don Tomás, tuve que darle las gracias por el favor que me había hecho, defendiéndome del aguacero con mi ;

paraguas.


El Canasto del Sastre

119

Mi amigo es gran fumador; pero como olvida siempre su cigarrera, pide un puro al primer conocido: ábrenle la petaca, escoge el mejor, y en seguida hace tales elogios del tabaco, que tiene

En

que agradecerle

el

plaza de toros, en

la

otro

el

habérselo fumado. el teatro,

en

el

café:

donde quiera que hay que pagar, don Tomás, que concurre siempre acompañado de algún amigo, en el momento de soltar la mosca, hace un cateo minucioso de sus bolsillos y declara, sorprendido, que por casualidad ha olvidado

el

por-

Mientras tanto, el otro paga, come y bebe gratis.

tamonedas.

el

egoísta se divierte,

Cuando alguna persona

está en

el

candelero,

don Tomás la felicita el día de su cumpleaños, la pone por las nubes con las personas que sabe han de transmitirle los elogios y asegura que está dispuesto a sacrificarse por

mo

está

sujeto

apenas a todo

Mas

si

en témpora nubila, don

conoce

lo el

ella.

cuando

lo

mundo que Fulano

tiene bien merecido lo

que

le

el

mis-

Tomás

encuentra

y dice un zopenco, que sucede por no ha-

es

ber seguido sus consejos.

año 1857, don Tomás dio en poeta, por desdicha mía. Vino un día a mi casa con un enorme legajo debajo del brazo, y después del saludo de costumbre, díjome que en sus ratos perdidos había escrito un poema épico en veinticinco cantos, que se proponía dedicarme; pero Allá por

el


José Milla (Salomé

120

Jil)

le hiciese yo algunas Agradecí, como era debido, aque-

que deseaba leérmelo y que correcciones. lla

doble prueba de amistad, puse sobre la mesa

una botella de excelente coñac y una caja de habanos que me habían regalado, y me dispuse a escuchar.

El poema era detestable, a lo que puede juzgar

por los tres primeros cantos. Mi amigo acompañó la lectura con sendos tragos de coñac y con unos cuantos puros que se fumó, y cuando la

noche estaba ya

muy

avanzada, tuvo que de-

jarlo para otra vez.

Me

y a sombra durante tres meses con el dichoso poema y yo estuve haciéndole quites como pude. Por último y cuando se me persiguió a sol

habían agotado ya las escapatorias, el cólera morbus, que invadió la ciudad, vino a sacarme de aquel apuro y por poco no me sacó también de todos los de este mundo, i

Estuve en peligro de muerte. Salvé, y cuando comenzaba a convalecer, me informaron de las personas que habían ido a visitarme, Don Tomás era uno de mis pocos amigos que no habían puesto un pie en mi casa, ni enviado siquiera un recado.

Dos

Temía

el

contagio*

días después de

haberme declarado fuera

de peligro, apareció en mi cuarto, envuelto en la capa y llorando casi de ternura, Díjome que no me había visitado en mi gravedad, poique no


i

El Canasto del Sastre

121

tenía corazón para ver sufrir a los amigos; pero

que no se había pasado una hora sin que se informara de mi salud. Añadió que sabiendo que había yo entrado en convalecencia, iba a propor-

cionarme una distracción agradable con

la lectura

de su poema. El cólera

el

muy

,

es

una

no sea que le repita ataque y se quede sin ver la conclu-

enfermedad a usted

mi buen amigo

dijo

traidora:

sión de mi obra.

Con toda la delicadeza posible, indiqué a don Tomás que los médicos me habían prescrito completo reposo y que no se me fatigara con largas conversaciones. Todo fue inútil; el egoísta replicó que aquella lectura me haría un gran bien y que su objeto no era otro que mi restablecimiento. por

el

favor y

me

Tuve que

dispuse a oir

pues don

Tomás

habérseme olvidado ya

los tres

el

principio,

Sufrí el primero.

A

la

de apresurar

el

darle las gracias el

poema desde

dijo

que debíaa

primeros cantos^

mitad del segundo, la

que contenía, comenzaron a dar vueltas en derredor, como en una danza fantástica. En las primeras octavas del tercero, oía yo como si soplara un viento impetuoso. Perdía las pocas fuerzas que la enfermedad me había dejado y sentía frío en las extremidades del cuerpo. Don Tomás advirtió mi sufrimiento habitación

y todos

los objetos


José Milla (Salomé Jil)

122

emoción que me causaban escenas patéticas del poema» Continuó. En el canto cuarto no pude más.

y

que era

dijo

Me

la

muero

le dije,

incansable^ lector

No seas.

le

y alarmado con

me preguntó qué contesté

;

frío,

las

esto el

sentía.

calambres, náu-

.

.

Pero eso es

poniéndose en pie eso y tomando precipitadamente el sombrero es una repetición del ataque; y nadie salva de replicó

él,

;

una recaída. Dicho esto,

salió sin

despedirse

y

que

re-

petía:

Pela rata^ de seguro; y sin acabar de oír mi poema; ¡qué desgracia!

Aquella vez debí haberme muerto; pero no me morí, créamelo usted, amigo lector; y créame también, pues es muy cierto, que apenas don Tomás me vio en la calle, corrió a abrazarme, y con lágrimas en los ojos, me dio la enhorabuena por mi restablecimiento. Esto pasaba frente a

la

Sociedad Económica.

¡Vea usted qué fortuna!

dijo

don To-

más por casualidad llevo aquí (y me señaló un gran bulto debajo de la capa), mi poema. ;

Entremos a

la Sociedad.

y nos proporcionará un rraremos a concluir

El secretario es amigo cuartito

la lectura.

donde nos ence-


El Canasto del Sastre

123

Quise excusarme; pero no hubo remedio; oí leer todo el poema, y gracias a que hacía ya dos meses que\la ciudad estaba declarada oficialmente libre del cólera, que si no, tal vez no habría yo escapado de un tercer ataque. Pero no sólo tuve que escuchar la lectura de la obra. Mi amigo me obligó a llevarme el legajo y a corregirlo, o sea escribirlo de nuevo.

Hágalo usted que

le

pertenece, pues

me le

dijo

repito

,

como en cosa

que voy a dedi-

cárselo.

Agradecíselo, aunque a la verdad, sin dar gran al obsequio. Dos o tres meses después salió a luz el poema, dedicado a un sujeto rico y vanidoso, que costeó la impresión y dejó que don Tomás vendiera los ejemplares por su

importancia

Es verdad que no vendió

propia cuenta.

que

tres.

Don Tomá^

y será mientras viegoísta-culebra. Digo poco: ha

sigue siendo

viere, el tipo del

dispuesto las cosas de

mo

n^ás

modo que

llevará su egoís-

mundo. Tiene comprado y cercado el terreno que debe ocupar un suntuoso mausoleo que ha de encerrar sus restos; y de vez en cuando, que el cementerio está desierto, retira el cerco y sin que se advierta, va invahasta

el

otro

diendo el terreno adyacente. Cuenta, además, con que sus exequias serán concurridísimas, pues con esta mira jamás ha faltado a ningún entie-


124

José Milla (Salomé Jil)

aun a aquellos a que no lo han convidado; y en cuanto a su caudal, está casi seguro de que no lo aprovechará ninguno de sus parientes, pues lo ha reducido todo a billetes de banco, y está resuelto a pegarles fuego cuando le llegue su rro,

hora,

¡Qué magnífico artículo necrológico de don Tomás han de publicar los periódicos! ¡Ya veréis cómo se hará justicia a su desinterés y a su generosidad, y cómo se deplorará su pérdida! Sobre su sepulcro se escribirán estas dos sencillas, pero significativas palabras: Cor ómnibus. Su corazón fue para todos*


El condescendiente Haceos miel y comeros han moscas.

—Refrán La condescendencia

antiguo.

una cualidad opuesta egoísmo. Asi como el que es

en cierto modo al padece de este ingrato vicio está dispuesto siempre a servirse de los demás, así el condescendiente emplea su persona y sus cosas en favor de sus amigos, de sus conocidos y hasta de los indiferentes.

La condescendencia no es la servicialidad. Hay en ésta algo de espontáneo, que se anticipa a los

deseos, que parece adivinar aquello en que

podemos

ser útiles

dencia es solicitada,

La condescenrogada aun, cuando lo que

a los otros.

puede hacerse

se pide es algo que no

veniente.

Un

sin incon-

sujeto servicial puede ser

bre de carácter inflexible:

el

un hom-

condescendiente es

casi siempre débil.

La condescendencia dentro de sus justos límies una apreciable cualidad social. Llevada

tes,

al exceso,

suele hacer la desgracia del que la

posee. 125


José Milla (Salomé

126

Jil)

Don

Marianito Corriente, antiguo compañero mío de colegio, puede ser propuesto como ejemplo vivo de los inconvenientes de una exagerada condescendencia; desde su edad temprana co-

menzó

a ser víctima de esa cualidad.

Nos reuníamos en la clase treinta cy. cuarenta muchachos, y mientras llegaba el catedrático, nos preparábamos para la lección jugando guerra, en la que hacían de proyectiles los diccionarios, el Arte explicado y las Selectas, Don Marianito (así lo llamábamos desde entonces), se prestaba a desempeñar el papel de atalaya, en la portería, encargado de anunciar la llegada del enemigo común: el profesor, que ponía término a nuestra divertida

guerra civiL

estro, todos

Cuando

aparecía

ma-

el

estábamos en nuestros puestos,

libro

en mano. No se oía en la clase el vuelo de una mosca. Pero sucedía muchas veces que el centinela era pillado, y en esos casos, el condescendiente llevaba azotes por todos.

Encargábanle los oficios más duros del colegio, las comisiones que nadie quería hacer. Se había vuelto dicho ble: '*que lo

común tratándose de haga don Marianito***

Celebrábamos un día to

lo desagrada-

la fiesta del establecimien-

y nos disponíamos a echar un globo. Para

in-


El Canasto del Sastre

127

debía suspenderse de un mástil de diez doce varas de alto, por medio de una cuerda. Quiso la desgracia que ésta se rompiera y fue nreciso colocar otra en la garrucha. Esto no poJia hacerse sin subir hasta la punta del mástil,

fiarlo, 1

que bamboleaba

más

al

ligero impulso.

"¿Quién

Un joven de los prefequeriendo lucirse con la nunerosa concurrencia masculina y femenina que

-ube?", gritaron todos. ridos

del

director,

dijo: "yo subo". el patio del colegio, Aquella heroica resolución fue recibida con aplau-

llenaba

El colegial se disponía a trepar, cuando lo

sos.

y alarmado

advirtió el director,

No

subas, Fulano.

Vas

gritó:

a matarte.

Que suba

don Marianito. __Sí, el

que suba don Marianito

si:

exclamó

colegio entero.

Se puso pálido. El instinto de la conservación luchaba en aquella pobre alma con la condescendencia. Aventuró algunas excusas: instáronle y acabó por ceder, como lo hacía siempre. Nadie aplaudió la resolución de don Marianito.

Comenzó hombre ya a

a subir. El madero oscilaba

Hubo momentos en que casi Ninguno parecía darse cuenta

ebrio.

caer.

pobre niño.

peligro de aquel

no cayó.

como un

Puso

la

y se perdió entre

cuerda en la

multitud.

iba del

Afortunadamente la

garrucha, bajó


José Milla (Salomé

128

Jil)

Lector: esta anecdotilla de colegio es sustan-

cialmente histórica.

Hace

cerca de cincuenta años

que sucedió, y en ese espacio de tiempo no me han faltado ocasiones de ver en el mundo lances parecidos. El director que pronunció aquella frase atroz: 'Vas a matarte; que suba don Marianito**, era un hombre excelente, amable, humano, cariPero, ¿qué quiere usted? Las mejores tativo. almas tienen allá en el fondo un grano de' perversidad. Inconsecuencias de nuestra ruin naturaleza.

Pasaron años. Don Marianito era ya un joven. Entre otras habilidades, había adquirido la de tocar el piano y la guitarra con tal cual destreza. Hasta esa gracia vino a convertirse en desgracia del condescendiente. Siempre que había bailecito en las casas que él frecuentaba, se ahorraba el Desde las ocho de la gasto del filarmónico. noche hasta las cinco de la mañana, tocaba el infeliz para que los demás danzaran. A nadie le ocurría que podía cansarse, que había de querer, él también, tomar parte en la fiesta. El banquillo del piano venía a ser para don Marianito casi casi

como ¡Es

eso todo

el

tan el

del ajusticiado.

condescendiente!

mundo

para abusar de

él.

decían;

y con

se consideraba con derecho


El Canasto del Sastre

Su habilidad en funesta.

No

la

guitarra no

le

129

menos

fue

había serenata en que no figurara.

Una noche uno de sus muchos amigotes quiso la dama de sus pensamientos, can-

obsequiar a

Pero como no sabía acompañarse y no había de cantar en seco, a las doce fue a sacar de la cama a don Marianito.

tándole no sé qué tonadas.

Quiso

éste excusarse, insistió el otro,

descendiente se prestó

y

con-

el

como de costumbre.

El diablo había dispuesto que

la

serenata aca-

Sucedió que siendo el padre cortejada hombre de muy malas pulgas,

bara a capotazos.

de

la

todo fue oír los gorjeos y salir furioso a la calle. Huyó el galán, y descargó su ira el irritado padre sobre don Marianito, rompiéndole la guitarra en las costillas.

Algún tiempo después, don Marianito compró un birlocho, y como era el primero de su clase que rodaba en la ciudad, salía la gente a verlo a las ventanas. No se hablaba de otra cosa que del quitrín de don Marianito.

No pasaron dos días sin que se lo pidiera prestado una familia para un día de campo. El vehículo acarreó gente desde las seis de la

mañana

hasta las diez de la noche, y fue devuelto cuy con la lanza rota.

bierto de lodo

Desde aquel día don Marianito tuvo nio directo del mueble y el vecindario el

el

domi-

útil.

No

había casamiento, bautizo, baile, monjío ni otra

9—El

Canasto— T.

I


José Milla (Salomé

130

fiesta

en que no figurara

raba

a

espina,

toda prisa, los el

quitrín

tuvo

el

Jil)

birlocho.

Se deterio-

caballos estaban

que

ir

en

la

diez veces a la

enfermería, pagando, por supuesto, reparaciones,

el dueño, las en año medio no se sirvió de él y y

más que dos

veces.

Por último se lo pidieron un día para conducir un muerto al cementerio; y lo dio como siempre. Estaba pintado de verde, y como este color pareció inadecuado al objeto a que por el momento se le destinaba, llamaron a un pintor de brocha gorda que lo embadurnó de negro, con franjas amarillas, convirtiéndolo en una especie de ataúd rodante. Dicen que al devolvérselo, le pasaron la cuenta del costo de si será cierto. Lo que sí que don Marianito me no quiso ya servirse del birlocho, que no volvió a salir sino en la procesión del Viernes Santo, convertido en carroza de la muerte, Al menos esta condescendencia no era enteramente gratuita, pues la cofradía obsequiaba al propietario del carro con una cajeta de alfajor.

la pintura;

consta

pero no sé es

III

Don

Marianito había tenido siempre aversión al matrimonio. Conociendo la debilidad de su propio carácter, sabía muy bien que la mujer a quien diera su mano, por mansa y humilde que fuera, había de plantarse los calzones y mandarlo


El Canasto del Sastre a zapatazos.

No

131

pasaba, pues, con las damas,

de algunas galanterías muy vagas, de esas de que no puede hacer caudal la mujer que tenga más vocación al Estado. Pero no le valió, y por arte del diablo, no siendo de los llamados, vino a ser de los escogidos.

que entre las familias que visitaba había una que más que familia podía llamarse tribu, por lo numerosa. La mayor de las niñas contaba ya treinta y dos abriles, según la partida de bautismo, ventiuno, según ella, sin que jamás haya podido desenredarse esa cuenta. Lo que sí es cierto es que contaba ya tantos pretendientes como años, pues jamás había estado el puesto vacante ocho días. El monarca reinante en la época en que sucedió el lance que voy a referir, se llamaba Martín Cabrión, cursante de leyes, más pobre que Job, más atrevido que el que se comió el primer chile, y que aunque estudiaba el Derecho, no conocía sino el de su nariz. Sucedió

Hubo cambio jas,

y

de epístolas,

sin saberse

cómo

ni

rizos,

cómo

flores, sorti-

no, la niña Ger-

(que así se llamaba la heroína), vino a encontrarse en una situación muy escabrosa. truditas

La

tribu

supo

el

milagro, pero no

el

santo, pues

no quiso cantar, y cuanto se logró fue atrapar el archivo, y examinadas las cartas (que por más señas estaban copiadas de las de Eloísa y Abelardo), se encontraron todas firmadas con ella


José Milla (Salomé

132

las

letras

M, y Q,

Jil)

nombre y ape-

iniciales del

llido del cortejo.

Se reunió un consejo de

familia,

al

que

fui

llamado como pariente en séptimo grado de la computación canónica. Propusiéronse en aquella

asamblea el

los

proyectos más sanguinarios contra

autor del agravio, y después de seis horas de

discusión,

quedamos todos de acuerdo en que

de nada servía proponer

en aceite

freírlo

hir-

no se sabía quién era. Acabamos, pues, por donde se debía haber comenzado. Llevóse el cuerpo del delito; es decir, las cartas y las examinamos muy despacio. A la lectura de la primera, dijo uno de los vocales, que tenía fama de gran literato: Que me emplumen si ese no es el estilo de don Pascual Perrera. Lo conozco a cien leguas. Pero el nombre y apellido de ese señor observó otro de los presentes comienza con P y las cartas están firmadas con una y una C. replicó el conocedor de estiEs verdad tal vez me habré equivocado; aunque lo los extraño, porque yo nunca me equivoco. La letra dijo otro pariente, que la llevaba es pintiparada la de de consumado calígrafo don Matías Cuchares. advirtió otro Se parece pero don Matías tiene sesenta y nueve años vamos, no puede ser. viendo,

si

,

M

;

,

;

.

.

. ,


El C\nv-i

M cándose

üEL Sastre

yC... MyC..., la

cabeza

;

133

decía otro vocal, ras-

¿no será Mónico Calamuco?

Pero ese ha vivicontestó no sé quién do fuera de la República y no hace más que dos meses que está aquí. ,

Por último se acordó tomar una lista de las que sirven para hacer convites para exequias y se fueron anotando todos los nombres y apellidos que comenzaban con

MyC.

A

y tantos se encontró el de Mariano Corriente, y todo fue oírlo para que el congreso levantase la voz, diciendo: "Ese es, los treinta

ese es".

Sin

duda

dijo

el

literato

;

acuérdense

ustedes de aquel aviso que puso don Marianito

en los periódicos anunciando la venta de una casa, y digan si no es el mismísimo estilo de esas cartas.

Yo

nunca me equivoco.

A

mí se me hizo algo difícil de tragar que el estilo de un anuncio pudiera ser igual al de cartas amatorias; pero lo aseguraba un gran conocedor y fue preciso respetar

El

gritó la tribu

es, él es

bíamos dado en

;

¡cómo no ha-

ello!

Ahora recuerdo qwe casi todas

el fallo.

las

dijo

un

tío

canónigo

tardes encuentro al

Marianito, entre oscuro y claro, en esta

tal

,

don

calle.


José Milla (Salomé

134

Jil)

Ahora caigo

añadió una tía solterona en lo que significaban ciertas miradas que le observé a ese monstruo una noche que andaba yo con las niñas viendo nacimientos. ,

¡Seductor infame!

gritó

un primo

capi-

no fuera porque el asunto es reservado y no debe pasar de los treinta o cuarenta que estamos presentes, hacía yo ahora mismo un 65trupicio con el tal don Marianito. Nada de eso dijo un cuñado, que tenía fama de codicioso Lo que hay que hacer es exigirle que la dote» Es rico, que afloje quince tán

;

si

mil duros.

Todos ustedes Gertruditas

.

deliran

madre de tiene es que

dijo la

El remedio que esto

se casen.

La idea fue aceptada por aclamación.

Que

desde mañana hablaremos a don Marianito, y juramos no desistir, hasta que repare el mal que ha hecho. se casen

gritaron todos

;

Como lo dijeron lo hicieron. De dos en dos, de tres en tres y hasta de cinco en cinco cayeron sobre don Marianito, afeándole su conducta y exigiéndole reparación. El tío canónigo le citó la escritura le

y

los santos padres; la tía solterona

chafó lo de las miradas;

el literato le

comparó

el anuncio y las cartas, y aunque el infeliz juraba que era inocente, de nada le servio. El público se pronunció contra él en vista de las pruebas, y


El Canasto del Sastre no hubo en toda

la

135

ciudad más que una voz: "debe

casarse".

Don Marianito no pudo más y acabó descender.

Apechugó con

Gertruditas,

cuántos meses después celebró

por con-

y no sé

tribu el naci-

la

miento del primer fruto de aquel dichoso matrimonio, un hermoso infante a quien su mamá, no se supo por qué. dio y tomó en que había de ponerle

el

nombre de Martín.

Don Marianito

es un

excelente

que no hace más que

marido,

tan

que quiere Gertruditas. La tribu entera reina y gobierna en casa del condescendiente. Comen, beben y hacen temporada allí, en vez de ir a Escuintla o a Chinautla. El caballo de don Marianito sirve al primo capitán; los libros de don Marianito se han trasladado uno por uno a casa del pariente literato, conocedor de estilos; el tío canónigo se ha instalado en la casa, porque es viejo, porque necesita que lo cuiden; en fin, porque es canónigo. La madre, los hermanos, los primos de Gertruditas aprovechan de todos modos las condescendencias de don Marianito. Muchas veces se ha fastidiado de esta situación y ha querido mandar al diablo a su mujer, a su hijo putativo y a toda su parentela; pero no puede. No sabe decir no; es miel y se lo han de comer moscas. excelente

lo



El Libro Verde

I

Ya

tengo apuntado a usted en

lo

el

Libro

Tendría yo diez y seis años cuando oí esta frase por primera vez, dirigida a mi humilde

Verde.

y entonces diminuta persona. El que me la dirigía era un caballero de edad, muy conocido de mi familia, don Marcial Guardón, sujeto de cuyo carácter no tenía yo en aquel tiempo ni tuve en muchos años después una idea

muy

Los elogios que solían hacer de él iban acompañados de tantos "peros**, *'sin embargos", **con todos", movimientos de cabeza sigexacta.

guiñadas de ojos y exclamaciones monosílabas, en que jugaban las cinco vocales, que nunca pude saber a punto fijo por entonces lo que era realmente don Marcial Guardón, nificativos,

que cuando me dirigió (arqueando las cejas, abriendo desmesuradamente los ojos y lanzándome miradas de fue-

Lo que

go) cuando

puedo asegurar

me

dirigió,

es

digo, aquella

puse a temblar de pies a cabeza, como oído mi sentencia de muerte. 137

frase, si

me

hubiera


José Milla (Salomé

138

¡Estoy apuntado en cía a

No

Jil)

Libro Verde!,

— ¿Qué

el

mí mismo sé bien

por qué,

me

me

de-

será estol

figuraba que aquel

que tuviera que ver con la Inquisición, y me crujían los huesos como si estuviera en el potro, y sentía una sofocación como si me encontrara encerrado dentro del famoso toro de bronce.

libro debía ser algo

¿Y qué

era lo que había dado motivo para que

aquel hombre grave imberbe, en

He

el

me

inscribiera a mí, escolar

Libro Verde?

pregunta que yo me hacía, la duda que me atormentaba y de la cual vine a salir al fin, pasados algunos días. Un sujeto que conocía a don Marcial íntimamente me refirió bajo mucha reserva, que el delito a que debía yo que se encontrara mi nombre en aquel funesto registro, era nada menos que el de no haber concurrido al entierro de un primo en cuarto grado del señor Guardón, ni dádole el pésame por aquella allí la

desgracia.

Procuré reparar la falta. Fui a visitar al rencoroso anotador; bajé libros para disculparme; pero todo fue inútil. Don Marcial me escuchó con mucha calma, y arqueando las cejas (era su costumbre en los casos graves), y lanzándome aquellas miradas que nunca olvidaré, me contestó:

Muy

bueno está todo eso, amiguito; pero ya usted está en el Libro Verde, y el que entra una


El Canasto del Sastre vez en gros.

él,

no vuelve a

salir

139

jamás, así haga mila-

Nulla est redentio.

Estudiaba yo

latín

en aquella época y pude

traducir la terrible sentencia.

Aquel condenado Libro Verde me dio muy malos días y peores noches. Tenía para mí el prestigio de lo desconocido. No sabía lo que era

y mi imaginación impresionable

discurría

y

me

presentaba lo peor. Despierto o durmiendo, creía ver a don Marcial con los espejuelos sobre

y en la mano un Libro Verde abierto, en que me señalaba mi nombre, que nada podía

la nariz el

borrar,

como

si

hubiera sido escrito por

el

dedo

inexorable del Destino.

n Pasaron quince años.

En

ese espacio de tiempo

tuve necesidad de ocurrir tres o cuatro veces al

señor Guardón para pedirle algu»os servicios insignificantes.

Con

diversos

pretextos

se

negó

siempre a complacerme, y por último, una vez que fui a suplicarle declarase sobre mi vida y cos-

tumbres en cierta información,

y me

me

soltó el trapo

que él no hacía jamás cosa alguna en favor de los que estaban apuntados en el Libro Verde. Desde entonces resolví no volver a solicitar de él servicio de ninguna especie. dijo


José Milla (Salomé

140

Jil)

Pero no bastó esto para excusarme las consecuencias de aquella condenada inscripción» Cuatro o cinco personas con quienes había conservado buena amistad^ se me torcieron de repente, sin que de pronto supiera yo por qué. Después vine a saber que debía aquellas enemistades a malos informes de Guardón»

Por mis pecados hube de dar en poeta. Circuló una ensalada compuesta por algún bellaco que vinagre y se olvidó de la sal» Don Mardijo a todo el mundo que yo hacía versos

cargó cial

el

y que debía ser el autor de la infame rapsodia. Algunos lo creyeron, porque siempre hay gentes dispuestas a creer lo peor,

y

se pusieron hechos

unos energúmenos contra mí. Propusiéronme para secretario de no sé qué corporación. La elección se empató y Guardón debía decidirla con su voto. Lo hizo por el otro candidato. El mismo sujeto que me había dicho lo del Libro Verde quince años antes, me dijo esta vez:

Don

Marcial no ha votado por usted, a causa de aquello del entierro de su primo.

Alabó le contesté la buena memoria del señor Guardón. No es su memoria replicó el sujeto lo que tiene usted que alabar. Si él no olvida nunca esas cosas, es porque las apunta en el Libro Verde. ,

,


El Canasto del Sastre ¡Siempre aquel condenado Libro Verde! sé qué hubiera

yo dado por

141

No

verlo.

La casualidad vino a encargarse de satisfacer aquel mi ardiente deseo, de un modo y por un camino que nunca había yo podido imaginar. Guardón murió repentinamente, a causa de la rotura de un aneurisma. Hombre adusto y concentrado, no dejaba un amigo, ni tenía herederos directos. No había hecho disposición testamen-

y dos sobrinos lejanos se presentaron reclamando la herencia. La mortual estaba muy embrollada y no había quién aceptara el albaceazgo. El juez tuvo la idea de nombrarme y no hallando razón plausible en qué fundar extaria

cusa, acepté.

Mi

de examinar los papeles de la testamentaria, que eran muchos. El hombre era minucioso, y llevaba una porción de libros. Encontré seis o siete de cuentas, y un día, en una cómoda que no había abierto antes, di con un grueso volumen en folio, de pasta verde^ con cantos del mismo color y encima un rótulo manuscrito, que decía: Libro Verde. primer cuidado fue

el

ni Los que leyendo la historia del descubrimiento de América habéis visto lo que se refiere a la sensación que experimentó el ilustre genovés al


José Milla (Salomé

142

ver

la luz

dable

que

Jil)

señalaba de una manera indu-

le

de

la existencia

podréis formaros

la tierra,

una idea de lo que yo sentí al leer aquel rótulo. Tenía en mis manos aquel libro que tanto había excitado mi curiosidad. Allí estaba, no era una mentira; podía abrirlo

y

leerlo.

sado ya no pocos males, en otras

cosas),

yo hablaba

me

lo

diferenciaba

que

dolores de cabeza,

lo

y

me él

Me

había cau-

cual

(como en

de Colón;

pues

había dado ya, muchos

halló lo que debía dárselos.

Abrí el temible infolio y vi la última página. Llevaba el número 875. Estaba todo escrito, de letra muy pequeña y con tinta verde. Comencé a leer. Era una especie de diccionario biográfico en el cual estaban inscritos con sus nombres y apellidos todos los sujetos notables del país. Encontré allí la historia secreta de las familias; pero

no sólo la historia contemporánea; pues había muchas cuyos antecedentes había ido a rastrear infernal cronista durante tres o cuatro gene-

el

raciones.

Sirvan de muestra de aquel diabólico registro, los

siguientes

fidelidad,

extractos,

que hago con entera

aunque alterando

ng debo estampar en

Abarca (don

letras

Julián),

los

apelhdos,

que

de molde:

Es cuarto

nieto de

don

Antonio Abarca, a quien ahorcaron en la Antigua, el año 1730, como complicado en el asesinato del Padre Orozco. Me encontré con él en


El Canasto del Sastre la

calle el día

presente

10 y

me

143

quitó la acera.

Tenerlo

y en primera ocasión chafarle

lo

del

abuelo ahorcado.

Acevedo (don Juan), Hay sospechas muy fundadas de que tuvo parte en el robo de los blandones (1818). No me contestó una carta. Asegurar que sé de buena tinta que contribuyó a aquel robo.

Alvarez (doña Rita), Me puso pleito por una pared divisoria. Tengo datos de que no se condujo bien durante su primer matrimonio. Dirigir un anónimo a un sujeto que la pretende ahora, contándole lo ocurrido, de pe a pa, y deshacerle el

casamiento.

Fernández (Anselmo), No me visitó cuando murió mi primo. Creo que hace trampas al juego. Asegurarlo y decir a todo el mundo que es un jaranero,

González (Mariquita), No quiso casarse conHe venido a descubrir que no son sus padres los que parecen serlo. Es expósita. La madre era una negra y el padre un sacristán.

migo.

Publicar luego este secreto.

Martínez (Procopio).

Escritor de

Cuadros de

costumbres. Creo firmemente que en uno de ellos quiso

retratarme,

pues habló

de

un vengativo

que usaba peluca; y aunque yo no la uso, pudiera usarla porque soy calvo. Es necesario que me la pague. Decir que todo lo que escribe es un


José Milla (Salomé

144

Jil)

puro plagio de Fígaro, del Curioso Parlante y de otros autores. A bien que nadie se ha de tomar la pena de ir a comparar lo que éstos han escrito, con los artículos de don Procopio.

un destino de administrador; él lo quería también y fue preferido. Este sujeto es hijo de un individuo que murió en un pueblo, atacado de lepra. Le he notado ciertas manchas sospechosas en la cara. Referir en reserva lo del padre y decir que el hijo ha heredado' el mal, para que todos huyan de él. Pérez (Raimundo).

Solicité

Estos extractos, o mejor dicho, reproducciones textuales del Libro Verde, pueden dar una idea

de lo que era aquel registro, espejo mezquina de su autor.

fiel

del

alma

Por supuesto me encontré anotado en el lugar correspondiente, por no haber asistido al entierro del primo, y apuntados también algunos de mis defectos, verdaderos o supuestos, que don Marcial decía iba a divulgar (como lo hizo) en venganza de aquel agravio. ¡Oh, y qué de cosas feas había en aquel libro satánico! ¡Cuántas reputaciones aparecían allí

manchadas con

los

más negros borrones!

Las notas de ese género ocupaban unas quinientas páginas del Libro Verde. Las trescientas

y

tantas

restantes contenían

otro registro,

también alfabético, de personas que ningún mal habían hecho a Guardón, pero a quienes averi-


El Canasto del Sastre

145

guaba la vida y milagros, para el evento, decía una nota puesta al principio, de que lo agravia-

No

ran algún día.

había circunstancia, por mi-

nuciosa que fuese, que no estuviera consignada

que bien hubiera podido llevar el título novelesco de Misterios de Guatemala, Mucho mal había hecho ya sin duda, y aún en aquel

libro,

podía seguir haciéndolo,

si

caía por casualidad

en manos de uno de tantos sujetos parecidos al difunto don Marcial, que no faltan por desgracia entre nosotros. Esta consideración me sugirió la idea de hacer un solemne auto de fe con aquel pernicioso volumen. A poco rato las llamas

devoraban aquellas letras verdes, desapareciendo para siempre la constancia de muchas debilidades de los prójimos, y no pocas calumnias también que el malévolo don Marcial había estampado en su registro. rojizas

Después de aquella extraña aventura, me he preguntado muchas veces a mí mismo; ¿sería aquél el único Libro Verde que existiera en la ciudad? ¿No habrá algunos otros en poder de personas de la calaña de Guardón?

10— El Canasto— T.

I



El indeciso

La duda

es la

madre de

la indecisión.

Cuando

teniendo que determinarnos a hacer o no hacer

una cosa, a adoptar o no adoptar un partido, se nos presentan razones igualmente poderosas que nos inchnan ya hacia un lado, ya hacia otro, el juicio vacila, duda, sin saber qué camino tomar. Si el

asunto es grave y la resolución urge, el esexperimenta una sensación moles-

píritu indeciso

que en ciertos casos viene a convertirse en un verdadero tormento. ta,

Saber dudar es una cosa excelente. Pero, ¡qué mundo los que atinan con esa duda metódica que sabe conservar el justo medio, entre la ciega creduhdad y el escepticismo antipocos son en este

filosófico

y a veces hasta

ridículo!

El que duda

de todo difícilmente se decide a nada. Teme dey su espíritu se constituye en la situación en que suponía al sepulcro de Mahoma una sacertar

creencia popular entre los árabes: suspendido en el

aire eternamente.

147


José Milla (Salomé

148

Jil)

II

Conocí yo y traté con intimidad, a un caballero que podía pasar por el prototipo del indeLlamábase don Calixto La Romana; era ciso. hombre de algún talento, de no poca instrucción

Su

y de un carácter amable y bondadoso.

de-

y defecto muy' grave, era la indecisión. A medida que avanzaba en años, su propensión a dudar de todo se iba exagerando, y había, venido a convertirse en una especie de monomanía. La experiencia y el conocimiento del mundo que fecto,

debía proporcionarle la edad,

producían

un efecto enteramente contrario

en

él

que habría podido esperarse. Hombre maduro, don Calixto se mostraba más indeciso todavía que cuando del

era joven.

Lo encontraba uno en con

la

la

calle

y

lo

saludaba

fórmula acostumbrada, preguntándole por

su salud. .

Así, así

ni mal.

Es

contestaba La

Tengo mis decir

Romana

días buenos

replicaba

el

y mis

,

días malos.

interlocutor

no goza usted de cabal salud.

ni bien

¿No ha

,

que

consul-

tado usted algún médico?

No

he estado dudando por cuál de los veinticinco o treinta que hay en la decía

él

;


El Canasto del Sastre ciudad

me

que

caso es grave y es

el

149

me asista; usted ve muy difícil resolverse.

decido, para que

Adiós.

¿Va taba

y

amigo.

el

Don

usted a tomar

la

Nos iremos

pregun-

calle real?

juntos.

Calixto no se movía del

sitio;

reflexionaba

decía:

Pensé, efectivamente, tomar esa creo que

calle;

pero

vez será mejor que vaya yo por

tal

del comercio;

aunque bien

visto,

quizá debo

la ir

pero no, sírvase usted aguardarme la otra un cuarto de hora, voy a pensar un poco más

por

por cuál

;

me

determino.

El amigo se fastidiaba y se iba, dejando al indeciso, plantado en medio de las cuatro esquinas.

m Don

Había heredado una

Calixto era rico.

fortuna, pero

no sabía qué hacer con

ella.

^preguntó un día a ¿Qué le parece a usted? un hombre de negocios ¿qué me aconseja? He ,

pensado alguna vez emplear mis fondos en

De

la

agricultura; pero eso es

muy

pente viene

y adiós plantaciones; o

el

chapulín,

hay depreciación de uno qué hacer con

frutos en

expuesto.

re-

Europa y no sabe

cosechas.

El comercio,

usted ve, ¡hay tantísimas tiendas!

Tiene uno que

las


José Milla (Salomé

150

Jil)

medio mundo y no le pagan. ¿Casas? Muy bueno fuera eso, si no estuvieran meses y aun años vacías, si no hubiera inquilinos que no fiar

a

pagan, las destruyen y

tal

vez se llevan hasta

Y

cuando nada de esto sucede, ¿quién me asegura que de repente no haya un temblor las llaves.

y me

eche abajo?

las

Tiene usted razón le dijo el consultado Dediqúese al descuento de letras. Las buenas firmas lo hacen todo.

Don

Calixto,

aunque no

sin

mucha duda, hubo

de resolverse a adoptar el consejo. Por medio de varios amigos hizo saber que descontaba letras. Lleváronle un pagaré por quinientos pesos, de un sujeto de toda responsabilidad. Lo pensaré dijo don Calixto ese señor es rico; pero... es comerciante... puede quebrar y ya usted ve, el negocio es arduo. Estuvo pensándolo muchos días. El otro se aburrió y no volvió más. Se presentó otro pagaré. El que lo firmaba era también acaudalado. ;

.

.

.

—Muy buena

firma

dijo

ro..., déjeme usted pensarlo.

don Calixto Ese señor

;

pe-

es ha-

cendado, y los negocios de agricultura no se presentan bien. Las últimas noticias de Europa son algo malas. El caso es grave. Contestaré. .

Y

.

no contestó. Llegó un tercero con un documento de un propietario de los primeros del país.


El Canasto del Sastre

151

exclamó Dentro de La persona que subscribe esa obligación tiene un hermano que está muy comprometido en la política, y eso es muy serio. ¿Quién sabe? Es menester pensarlo. ¡Excelente

ocho días

me

firma!

resolveré.

Lo que usted debe hacer le dijo al fin uno es prescindir de todo negocio y code tantos merse sus fondos. .

,

Y

don Calixto. caudal no y

Por fortuna suya,

así lo hizo

era arreglado

Don

el

Calixto fue diputado.

cia era clara

y su

corto.

Como

su inteligen-

instrucción extensa,

no hablaba

Sus discursos presentaban siempre con muel pro y el contra de todas las cuestiones; pero no concluían en nada, y cuando volvía a su asiento, preguntaba el auditorio qué opinaba don Calixto y nadie acertaba a resmal.

cha habilidad

ponderlo.

A

la

hora de votar hacía un movimiento como

de balanza, que dejaba perplejos a los secretano sabiendo si aquel señor representante

rios;

estaba en pie o sentado.

Si la votación era no-

minal y tenía que decir sí o no, evitaba el conflicto alegando que estaba impedido de votar, por interés personal, por parentesco,

o por cualquier

otra razón, aun cuando fuese traída por los cabellos.

El caso era no decidirse.


José Milla (Salomé

152

Jil^

IV

Don

Calixto tenía unos amores»

Cuando yo

y lo traté llevaba veinte años de cora una niña Prudencia, a quien no venía

lo conocí

tejar

mal el nombre, pues mostró poseer aquella virtud en grado heroico. Por supuesto era celoso como un moro. Estaba en su carácter. Un hombre que dudaba de todo, ¿cómo no había de dudar de su novia? De esas dudan hasta los que no suelen dudar de nada.

La Prudencia día

en

;

lo

excelente

me

dijo

un

añadió que es excelente pero como mujer que es, tiene

quiero decir general;

es

,

grandes defectos, y bien vista es insoportable. Yo estoy resuelto a casarme con ella; porque, usted ve, nuestras relaciones van siendo ya

muy

El día de finados de este año hará veinte que las comenzamos. Es muy buena moza; antiguas.

aunque la cara no es de lo mejor y el cuerpo un poco flaco y sin aire; pero eso no hace al caso. Al fin he de casarme con ella; pero no sé cuándo será. El negocio es arduo. No puedo asegurar que a ella y a mí nos convenga este matrimonio. Nuestros genios no convienen y no podríamos vivir

dos horas juntos sin arañarnos.

muy

formalmente el bueno de don Calixto, y sin embargo, hacía veinte años que Esto decía


El Canasto del Sastre

153

con doña Prudencia. La visitaba desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. Iba a su casa, comía a toda prisa y volvía a la de la novia, donde permanecía hasta las ocho de la noche. Salía a cenar y se instalaba donde doña Prudencia hasta las doce. A esa hora se constituía en el balcón en coloquio vivía

cosido

con la dama hasta las dos o tres de la mañana. Así vivió durante veinte años aquel par de tórtolas» iy sin embargo decía don Calixto que, en casándose, no podrian permanecer dos horas en paz!

Pasaron todavía otros cinco años en aquella hasta que un día la familia de doña Prudencia, cayendo en la cuenta de aquellos amorcillos y viendo que la muchacha había cumplido ya sus cuarenta abriles, acordó decir al amartelado que era preciso o herrar o quitar Don Calixto pidió plazos para penel banco. dichosa situación,

muy

y que él no podía decidirse así, de sopetón. Le concedieron tres días, por equidad. En ellos cambió sarlo; dijo

que

el

asunto era

serio,

veces de resolución, y por último, armándose de todo valor, tomó el sombrero y se tres mil

presentó a

la familia

con aire

muy

grave.

Estoy decidido dijo a casarme dentro de un mes quiero decir, si en este plazo no se atraviesa algún obstáculo insuperable. Voy a correr las diligencias, y creo, supongo, sospe,

.

.

.

,


José Milla (Salomé

154

Jil)

cho, que todo podrá arreglarse satisfactoriamente,

a menos que.

La

.

.

familia le cortó la palabra

y aceptó

com-

el

Salieron a dar parte a media ciudad

promiso»

para evitar que don Calixto se echara atrás y a los dos días la gran noticia era el tema de todas las conversaciones.

¿Con que Calixto

la

casa usted?

al fin se

primera vez

que

lo

dije a

encontré

don

en

la

calle.

me contestó voy a casarme. Al menos estoy muy inclinado a tomar ese Si,

mi amigo

;

Es probable que lo haga. ¿Quién sabe? El hombre propone y... ya usted me entiende. ¡Como la cosa es tan ardua! En fin, si no me caso, como muy bien puede suceder, no será por culpa mía. Hasta luego. ¿en ¡Pobre doña Prudencia! dije yo qué parará esto? pa;'tido.

;

Continuaron

para la boda. Don Calixt© envió las donas; ricas, pero adecuadas a su carácter. Los colores de los trajes eran los

preparativos

dudosos. Predominaba

el

tornasol

y

el gris.

Los

no rigurosamente a la moda; pero tampoco podía decirse que fuesen de hechura antigua. Las alhajas ni de muy buen gusto ni chocantes. cortes


.

.

El Canasto del Sastre Nadie pudo pronunciar un

155

exacto

juicio

sobre

aquellos regalos.

Don

Quiso casarse a tarde; entre oscuro y claro. Reu-

Calixto eligió la hora.

de

las seis

la

nidos parientes y amigos, cura» testigos y sacristán, se presentó el novio con un frac de faldas tan anchas, que muchos sostuvieron que era

pero otros se afirmaron en que era

vita,

El color no

negro,

estilo el resto

que

del

sino

el

momento en

el

pregunta de ordenanza.

la

contestó con un

Pasó a don Calixto y

noro.

frac.

Por

oscuro.

Llegó

traje.

párroco hizo

el

Dopa Prudencia

azul

le-

allí

fue

firme y soella.

¿Recibe usted por esposa y mujer a la señora doña Prudencia Mataseca, que está presente? El hombre comenzó a temblar y no contestaba. Repitió

cura la pregunta, don Calixto sudaba

el

de congoja y Pues

al fin

contestó en voz

muy

baja.

en efecto, yo estoy comprometipero el caso es arduo. Quiero casarme, pero por ahora. .

do ...

,

.

.

,

venía resuelto

.

.

.

,

.

formalmente a que dijera o no, y entonces, haciendo un gran esfuerzo,

El cura sí

lo requirió

dijo:

— Por que

.

La

ahora no.

.

infeliz

puesta de La

un

Después es muy probable

Prudencia, que desde la primera res-

Romana

difunto, al oír la

se había puesto pálida

como

segunda cayó con un pata-


José Milla (Salomé

156

Jil)

Los parientes estaban hechos unos demonios y hablaban de matar a don CaHxto. El cura se marchó, los convidados nos escurrimos en seguida y don Calixto salió bastante corrido y cubriéndose la cara con el sombrero. Es fácil calcular el escándalo que causó aquella aventura en la ciudad. Don Calixto tuvo qué esconderse durante un mes, pues todos afeaban su conducta y cada cual aseguraba que si con su hija o con su hermana hubiera pasado el lance, el tal hombre no habría contado el cuento. tus.

Pero a

los

cuarenta días,

el

suceso estaba olvi-

dado y cuándo en cuándo, no ya con indignación, sino con burla. Y lo más curioso del caso era que culpaban menos a don Calixto que a la novia y a su familia. ¿Quién les manda? decían todos, y con sólo se recordaba de

esta frase, de uso

muy

común,» aquellas pobres

gentes quedaron condenadas sin apelación.

Don cribió,

Calixto quiso volver a las andadas.

Es-

envió mensajes, echó empeños; pero doña

Prudencia tuvo hacerle caso, lo

la

suficiente

para no volver a

mandó noramala y no pensó más

en casarse.

VI El golpe fue rudo para aquel hombre extraño,

que no se decidía a casarse y que sin embargo no podía vivir sin aquellas relaciones. Cuando


El Canasto del Sastre perdió toda esperanza,

157

no comía, no dormía y

una enfermedad muy seria comenzó a minarlo. Llamó un médico que lo asistió tres días. No le pareció bien, y fue otro. Lo despidió a poco y así fue repasando toda la facultad. El mal se agravó y por último el enfermo entró en agonía. Estuvo una semana luchando entre la vida y la muerte y al séptimo expiró. Lo vistieron, lo tendieron y por la noche fuimos a conducir el cadáver a una iglesia. Trataron de ponerlo en el ¡Oh sorpresa! Los cabellos se ataúd; pero... nos erizaron; los asistentes estábamos más muertos que el difunto. Este se incorporó y se sentó en la mesa donde estaba tendido. Abrió los ojos, echó una mirada a la concurrencia, al aparato fúnebre y exclamó;

Me

^

han creído muerto. El caso es grave. No se resuelve uno a morir así como quiera. Es necesario pensarlo mucho y no dijo más. Había sido un síncope con las apariencias de ;

Lleváronlo a la cama, lo asistieron y mes estaba en la calle bueno y sano. Tal era mi amigo don Calixto La Romana. ¿Quién podría haberlo calificado de hombre ma-

la muerte. al

lo?

de

él

Y

embargo, su indecisión hizo un sujeto no sólo inútil, sino en muchos

Nadie.

sin

casos perjudicial a

él

mismo y a

la sociedad.



Los perezosos I

La iconología griega suponía a la Pereza hija del Sueño y de la Noche y agregaba que se había convertido en tortuga, por haber escuchado las adulaciones

de Vulcano.

Prefiero a esta fá-

grosera la pintura alegórica que

hace de un profundo moralista sueco, Oxenstiern. "Es una mujer, dice, de aspecto agradable, anda muy despacio, va vestida con un traje de telaraña, lleva por guía al Sueño, se apoya en el brazo del Hambre y la siguen las Miserias. Pasa la primavera de su vida descansando en la cama bula ella

y

el

otoño en

También el

el hospital**.

como

yo,

otro moderno,

me

aquellos antiguos y como tomo la libertad de personi-

esperando que me perdonará la llaneza en vista de que somos conocidos de muchos años

ficarla,

y que nuestras cierto

relaciones

no han dejado de tener

grado de intimidad.

¡La Pereza!

¡Vieja astuta

y maligna!

Vive

asechándonos continuamente; se insinúa de mil maneras; nos pinta como un ente odioso al Tra159


José Milla (Salomé

160

Jil)

enemiga capital, y ¡desdichados de nosotros si prestamos oídos a sus pérfidas insinuaciones! Va apoderándose poco a poco de todo nuestro ser, y atando nuestros miembros con lazos tejidos de adormideras inquebrantables a pesar de su debilidad aparente, llega a hacerse dueña y señora de nuestra voluntad* Entonces la Pereza, con sarcástica sonrisa, nos arroja en brazos de otra anciana dañina, íntima amiga suya, llamada Ociosidad., la que remacha las cadenas que nos aprisionan y devora nuestra sustancia, como la boa al mamífero incauto a quien ha enlazado y comprimido con las múltiples roscas de su cola. bajo, de quien es

II

La Pereza no aguarda la juventud ni la edad madura para apoderarse de nosotros. Niños todavía tiende sus redes bajo nuestros pies, sabiendo perfectamente que aquellos de quienes se apodera durante la infancia, difícilmente le resisten en la adolescencia y vienen a quedar completamente subyugados en la virihdad. Escuchad,

si

no, la triste

y verdadera

historia

de una

de sus víctimas. Adolfito es hijo único.

Sus padres son ricos, Ha cumplido doce

niño y son débiles.

adoran al años y apenas

lee,

y

escribe

muy

incorrectamente.


El Canasto del Sastre

161,

Ha

cambiado ya cuatro colegios porque. ., porque .... los profesores no valen nada y Adolfito no adelanta. El chico duerme en dos mullidos colchones y cubierto con tres o cuatro gruesas frazadas. La .

Pereza,

al

ver preparar aquel

lecho,

se

sonrió

maliciosamente.

Esos colchones y esas

frazadas

dijo

,

son mis auxiliares y han de ayudar a mi obra.

A

las siete

de

la

mañana

En

despierta a su hijo.

Deber y de

la

el

celoso paterfamilias

aquel mismo instante

el

Pereza se colocan a uno y otro lado

la

cabecera del imberbe escolar y se entabla

siguiente diálogo:

el

¡Arriba!

grita

el

Deber

;

el

colegio

te

aguarda. Adolfito quiere levantarse, hace un esfuerzo, débil a la verdad,

y entonces

puja suavemente, diciéndole

al

la

Pereza

lo

em-

oído:

¡Tonto!, ¿qué vas a hacer?; ¿a romperte la

cabeza con las matemáticas, con la geografía y con la gramática, cosas que no sirven para nada y que tú no necesitas? ¿No es mejor que disfrutes otras dos horas de la cama? ¡Esos colchones son tan suaves! ¡Esas frazadas tan agradables! ¡Es tan sabroso descansar, y aunque ya no se duerma, estar uno tendido a la bartola sin hacer nada!

11

—El

Canasto

—T.

I


José Milla (Salomé

162

Jil)

¡Niño! ^vuelve a exclamar el Deber, en voz más alta y poniéndose ya serio es la hora de ir al estudio. No tiene usted motivo para faltar. jArribal ;

¿Cómo no tienes motivo? ^replica la astuta Pereza. ¿No sientes un dolorcillo de estómago? ¿Han de obligarte a salir de la cama y a que vayas

al

Como

colegio estando enfermo?

ha llamado en su auxi-

se ve, la Pereza

a la Mentira;

prestando gustosa sus buenos oficios, asegura que Adolfito no puede levantarse; que está malo, muy malo. lio

y

ésta,

El padre duda, vacila, sospecha de aquel dolor improvisado; pero la madre interviene, dice que

no

tiene corazón para obligar a su hijo a levan-

tarse estando

no va

enfermo.

al colegio;

El papá

cede,,

el

niño

cuatro horas después juega por

todas

partes,

Deber

se cubre el rostro

libre

del

dolor

de

estómago;

compungido y

la

el

Pereza

y se sonríe satisfecha. Esta pequeña escena de familia se repite durante unos treinta días de los trescientos sesenta y cinco del año. Al fin del curso Adolfito sabe tanto casi como al principio. Sus padres, que se están viendo en él, dicen que su niño es vivísimo y le celebran la facilidad con que urde las mentirillas por no ir al colegio. En ellos encuentra' la mortal enemiga de su hijo los más activos triunfa

y

celosos colaboradores.


El Canasto del Sastre

163

ra ya veinte años. Dios sabe cómo hizo los cursos de Filosofía y de Derecho y está para recibirse de abogado. Los examinadores no ignoran que aquel joven sabe tanto de jurisprudencia, como ellos de lengua hebrea. El aspirante a la licenciatura tiene también la conciencia de su crasa ignorancia. Todos los que conocen a Adolfo se preguntan sonriendo, a qué horas ha podido ese holgazán adquirir los conocimienVa, pues, a tos necesarios para ser abogado. representarse una comedia en que actores y público están de acuerdo. Todos saben que se trata de una farsa inocente y sin consecuencia. Los que han de juzgar de las aptitudes del mozo, dicen que importa muy poco que haya un letrado más; que aquel joven es rico y no ha de ejercer la profesión. Y luego vayan ustedes a dar calabazas al hijo de un hombre amable, bien relacionado, que ha distribuido cien invitaciones para el suntuoso banquete y trescientas para el espléndido baile con que celebrará el recibimiento. Adolfo

tiene

Tranquila con esto la conciencia de los examinadores, le dejan caer las seis aes de plata y le dejarían caer otras doscientas, rio.

Obtenido

mente:

el

título,

dice

si

fuese necesa-

papá muy

seria-


José Milla (Salomé

164

Jil)

Ahora que mi Adolfo ha concluido su

ca-

rrera con tanto lucimiento, que se dedique a ocu-

paciones más serias y productivas» El licenciado ad honorem arrincona

el

título

un lugar distinguido en el esy critorio de su padre. La Pereza que lo crio a sus pechos, que lo acompañó en el colegio y en la universidad, no lo abandona en su nueva posición. De los trescientos sesenta y cinco días del año,i asiste al escritorio treinta o treinta y cinco, ¿y para qué más? ¿Pero creen ustedes que Adolfo es un ocioso? entra a ocupar

Nada de

eso.

el caballo, el

El club,

el café, el billar, el teatro,

carruaje, los bailes

y en

ratos per-

didos las novelas de Paul de Kock, ocupan su

muy

Nadie dirá que no es un joven de provecho. Papá puede cerrar tranquilamente los ojos, seguro de que los doscientos mil pesos hechos a fuerza de trabajo y de economía, van a pasar a muy buenas manos. tiempo

útilmente.

IV

Muerto

el

padre, todo

el

amor de

la

viuda se

concentra en Adolfo. La pobre señora, que abdicó su autoridad sobre el chico desde que éste

tuvo uso de razón, no ha de recobrarla ahora que es un hombre. Adolfo reina y gobierna en su casa.


El Canasto del Sastre Se levanta a

como son

las doce.

Tiene ya

165

vicios;

vicios elegantes, los ostenta

satisfacción.

pero

con cierta

¡La vanidad es tan extraSa!

Adol-

Adolfo hace rodar el dinero como aquel a quien no le ha costado. Pero como no hay cosa que no se acabe, concluye al fin el numerario que Adolfo encontró en caja. Quedan las fincas; pero ustedes pueden figurarse cómo andarían éstas en semejantes manos. Al poco tiempo tuvo que sacrificarlas para pagar fo juega,

Adolfo

corteja,

sus deudas.

Adolfo comienza entonces a sentir el duro aguijón de la necesidad. Quiere hacer un esfuerzo, desea trabajar; pero ya es tarde. Cuenta treinta y cinco años, y a esa edad no se cambia de hábitos fácilmente. ¿Si sohcitara

yo un empleo?

dice el des-

dichado. le grita la ¡Qué empleo ni qué calabazas! Pereza No hay más empleo que servirme.

Has de

ser

mío hasta

la

muerte.

Adolfo inútil, ocioso, no encontrando en sus músculos ni en su sangre elementos de energía, porque la desidia los ha extinguido para siempre, pasa de los vicios elegantes a los de mal tono, a los que degradan y ponen en ridículo. Acaba con cuanto tiene, petardea y muere en el hospital, en un ataque de delirium tremens.


José Milla (Salomé

166

'

Jil)

El telón vuelve a levantarse para descubrirnos un perezoso de otro género. Simón Dejado mos-

desde joven aptitudes excepcionalmente distinguidas. Comprendía con suma facilidad y esta circunstancia misma lo hacía poco laborioso. Lo que no aprendía con el estudio, lo suplía con su aventajado talento y su brillante imaginación. Desde su edad temprana comenzó Simón a hacer versos que asombraron a los inteligentes. Llegó a ser abogado, y como es pobre, necesitaba de su profesión para vivir. Tenía reputación y no le faltaron negocios. Pero la Pereza, que había sido su amiga y consejera mientras fue tró

estudiante,

no

abandonó siendo ya hombre Se sentó sobre el bufete del

lo

hecho y derecho. nuevo licenciado y le insinuó al oído que arrinconara los expedientes y que siguiera haciendo versos.

Al sordo se

lo

dijeron.

Las causas dormían,

las rebeldías se multiplicaban

y

los litigantes se

daban a Satanás, porque era imposible que el hombre diera una plumada, como no fuese para hilvanar consonantes.

Un tenía

un don Pedro Menéndez Cueto, a quien medio loco un pleito por una condenada día

pared divisoria que

le

habían construido, roban-


El Canasto del Sastre dolé, decía rrió a

167

más de dos varas de su

él,

Dejado para que

le hiciera

patio, ocu-

alegato en

el

apelación de la sentencia de primera instancia,

que

le

había sido contraria. Le ofreció quinientos

pesos por

ramente

el

los

Don Simón examinó

trabajo.

autos, ofreció escribir

no vaciló en asegurar que lograría del

el

la

alegato

pluma por consejo de

y

revocatoria

Seis veces se sentó a escribir

fallo.

tantas dejó la

lige-

y otras Pereza.

la

Por último, un día que se sintió con algunos bríos y que ainda más había amanecido **con su cocina'* que podía servir de almacén de pólvora,

como

decía

el

pobre Goyena en circunstancias

análogas, tomó un pliego de papel y extendió

el

alegato en estos términos:

"José Antonio Tinterón, vengo en representa-

ción de Pedro

Menéndez Cueto y con profundo

respeto expresando agravios digo: que a manifestar

me

obligo con claridad

justo de la sentencia que, por cia,

y

evidencia lo in-

maldad o ignoran-

pronunció en primera instancia

el

juez del

departamento, cuyo proceder violento mis derechos atropella y

"De

la ley

nuestro foro

la

signado más injusto

conculca y huella. severa historia no ha con-

fallo;

patentes son sus vi-

Tribunal la honra y la gloria de descubrir aquel móvil oculto que inspiró esa estrambótica sentencia, del simple buen cios,

yo

los callo

y dejo

al


José Milla (Salomé

168

Jil)

sentido con insulto, con burla del derecho

y de

la ciencia.

"La pared divisoria (está probado a fojas treinta y una y treinta y dos) algo más de dos varas ha usurpado del patio de mi parte, y sabe Dios qué sudor y fatigas me ha costado. *'E1

Juez hizo vista de ojos con escribano

y

y siendo buenos amigos todos de la contraparte, no les faltó maña y arte para cumplir sus

testigos,

antojos.

Cuchara

Midiendo con una vara,

el

perito Juan

(fojas ciento cuatro, vuelta), entró en

la cuestión de lleno y dejándola resuelta, demostró que era ilusoria la propiedad que alegaba el vecino, y que usurpaba con su pared divisoria tres varas de fundo ajeno. "En virtud, pues, de lo expuesto y en la justicia confiado de la Corte, a quien protesto mi respeto, revocado sea el fallo y a más de esto

mi contrario condenado en las costas. Es justicia, etcétera. Entre renglón: malicia: vale. Tachado: el juez ha sido comprado. José Antonio Tinterón\

Cuando sentó el

muy

llegó el litigante, el serio su alegato.

interesado

y no podía

Lo

abogado leyó

y

le

pre-

lo releyó

creer lo que veía.

exclamó con mal ¿Cómo humor don Pedro Menéndez Cueto quiere usted que lo presente así? ¡Pero esto está en verso

.


El Canasto del Sastre ¿En verso?

me

Y

usted.

dijo

169

A

don Simón

ver; dé-

leyó:

"José Antonio Tinterón, vengo en representación de Pedro Menéndez Cueto y con profundo respeto, etc."

Y

luego en

"De

el

párrafo siguiente:

nuestro foro

la

severa historia

no ha consignado más injusto patentes son sus vicios, yo los y dejo

Y

más

al

Tribunal

la

honra y

fallo

callo

la gloria, etc.

abajo:

"El Juez hizo vista de ojos con escribano y testigos, y siendo buenos amigos todos de la contraparte,

no

les faltó

maña y

arte

para cumplir sus antojos. Midiendo con una vara, el perito

Pues

Juan Cuchara, etc."

que usted ha observado dijo don Simón El condenado aleha gato salido en verso contra mi voluntad. ¿Qué .

.

. ,

parece cierto

lo


José Milla (Salomé

170

quiere usted, mi amigo?

Me

Jil)

sucede

lo

que acon-

Ovidio Nason, que Quod tentabat diciere versus erat; esto es, que todo cuanto quería decir, le salía en verso.

tecía a

Pues, yo, señor licenciado te,

replicó el litigan-

poniéndose en pie y arrebatando su expe-

diente

,

si

versos hubiera querido, se los habría

encargado a ese señor Nason que usted dice: pero como quería un alegato de buena prueba, busqué en usted al abogado y no al poeta. Parece que me equivoqué; usted quede con Dios y guarde sus versos para quien los necesite.

Dicho

esto,

se

largó

y no volvió más.

La

anécdota del alegato que salió en verso se divulgó y todos los que habían confiado sus negocios a don Simón, fueron a recoger sus expedientes. El pobre Dejado continuó desde entonces vi-

viendo en brazos de esa Pereza filosófica, que como observa el fisiólogo Birey, ^'encuentra su encanto en la indolencia del cuerpo, unida a la

vaga

libertad del espíritu**.

Muchos años después se enamoró de una joven bonita y rica, que no recibió mal sus obsequios. Las cosas iban a las mil maravillas; pero la condenada Pereza dio al traste con aquellos amores y con las esperanzas de nuestro don Simón. Una noche, en un baile, estaba sentado junto a la dama, y en un momento de distracción, dejó ésta caer su abanico. El cortejo comprendió que debía


El Canasto del Sastre recoger

la

prenda y presentarla a

pero no tuvo aliento para alargar

el

171

la

pudo hacer fue un movimiento de vulgar como grosero, para señalarle caído, y le dijo bostezando: to

Vea

señorita;

brazo.

Cuan-

labios tan el

objeto

su abanico.

Indignada

la joven, recogió el

mueble, se puso

en pie y sin decir palabra, volvió la espalda para siempre a aquel hombre a quien la Pereza hacía

insoportablemente descortés. El no hacer nada se ha vuelto en don Simón un hábito imposible de desarraigar. En la tertulia se apodera de la butaca más mullida, cuando no puede atrapar la cabecera de un sofá y colocarse en una posición casi horizontal. Bosteza cada dos minutos, anda muy despacio, con los ojos entreabiertos y cargados de sueño. Casi no habla por pereza. No contesta las cartas, ni paga las visitas por desidia. Es tal el aire de indolencia que reina en toda su persona, que el sólo verlo comunica el desaliento, y aun cuando uno no lo vea, el recordarlo y hablar de él contagia de tal modo, que ahora mismo voy sintiéndome sin fuerzas para concluir este artículo; y no sería extraño que si lo alargara un poco más, la pluma se me escapara de las manos y no pudiera terminarlo, por lo mismo que no pudo concluir Bretón de los Herreros un soneto: por pura pereza.



Los temperamentos

La

moderna ha alterado

ciencia

de

sificación

los

la

que antes se reconocían:

el

antigua cla-

De

temperamentos.

sanguíneo,

los cuatro el

nervio-

so, el bilioso y el linfático, no admite ya sino los dos primeros, por ser los únicos en los cuales encuentra caracteres anatómicos propios.

Yo, con perdón de lado por

momento

el

atengo a

propongo principales

la ciencia lo

que

ella

y dejando a un nos enseña, me

opinión antigua; y si bien no me retroceder hasta los cuatro humores

la

de Galeno:

sangre,

pituita,

bihs

y atrabilis, sí creo oportuno dar por sentado que todos los humanos pertenecemos a una de aquellas cuatro divisiones, o que nuestro temperamento es de los que llaman mixtos, que son los que participan de unos y otros. ¿Se podrá negar que hay personas en quienes el elemento de la sangre es tan exagerado que parece

por

les

brota por todos los poros?

el contrario,

cree

uno ver rebalsar

blancos; en algunas se advierte desarrollo del aparato bilioso

el

En

otras,

los fluidos

extraordinario

y en no pocas

la

acción de los nervios es tan poderosa, que se ve 173


José Milla (Salomé

174

Jil)

a este elemento sobreponerse a los otros

y supe-

ditarlos.

Los caracteres de las personas dependen en sus temperamentos; y de consiguiente, el estudio de estos cae de pleno derecho bajo la jurisdicción del escritor de costumbres. Ensayemos, pues, el de los cuatro tipos principales.

mucho de

El sanguíneo

Don

Benito Rosado es un joven de veintiocho

años, juicioso, instruido, de buena conducta, po-

bre y que tiene deseos de trabajar. ¿Quién habría de decir que su temperamento es causa de que hasta hoy no haya podido encontrar colocación?

Fue un

día a solicitar empleo en la casa de co-

mercio de don Juan Penetrante y Compañía; y como iba provisto de buenas recomendaciones,

contaba con ser recibido.

que no lo conocía, leyó las cartas y después se puso a observar muy atentamente la cara rubicunda de don Benito. El resultado de aquel examen fue que el señor Penetrante movió la cabeza de un lado a otro con misterio y dijo al pobre Rosado que las recomendaciones eran muy buenas; pero que por el mornento no necesitaba dependiente. El principal de

la casa,


El Canasto del Sastre

175

Despidióse don Benito más encendido que de ordinario y luego que se hubo marchado dijo el negociante a sus socios, que estaban presentes:

— Pues

.

no

era mala

un borrachín. ¿No

—¿Como gaces

no?,

como

idea la

de acomodar a

observaron ustedes

le

la cara?

contestaron los socios, tan sa-

su principal; se está viendo a una

legua que ese pobre hombre bebe. Sin desalentarse con aquel percance, don Benito

Rosado procuró que y

oficina de contabilidad

emplearan en una

lo

fin

al

pudo

lograrlo a

fuerza de empeños.

Por desgracia esos

caracteres

el

jefe

de

la

que tienen

renta era

uno de

arte de hacerse Los empleados esy un día (tres o cuatro el

odiosos a cuantos los rodean.

taban trinando con

él

después de haber sido colocado don Benito), uno de tantos escribientes,, aprovechando el momento en que no había nadie en la oficina, deslizó en la cartera del jefe un pasquín lo más injurioso que pueda imaginarse. Llegó el hombre, vio el bouquet con que lo obsequiaban y llamó a em-

pleados y porteros para averiguar el autor del Ninguno había sido. Fue observando

agravio.

una por una

las fisonomías.

ron inalterables.

Todas permanecie-

Llegó por último

el

tumo

del

pobre Rosado, y apenas el jefe se fijó en él, se puso más encendido de lo que estaba siempre, y conforme se prolongaba el examen, iba subien-


José Milla (Salomé

176

do

Jil)

pasando sucesivamente del achiote a la grana, de la grana a la pitahaya, de la pitahaya al sol de cuaresma y de éste a un rojo que no sé con qué pudiera el

color del rostro del desventurado^

compararse»

La cara fe

,

en

el

y

lo

ha vendido a usted

sin querer oir la

menor

dijo el je-

disculpa, despidió

acto a don Benito.

infeliz no puede guardar ciertos secretos, embargo de ser uno de los hombres más reservados que conozco. Le sobrevino la desgracia de enamorarse de cierta joven y tenía el mayor empeño en conservar oculta aquella inclinación. Nadie la supo de su boca; pero toda la

El

sin

ciudad se puso en saba en la calle o gos y acertaba a del rostro de don

autos por su cara^ Si conver-

en

el

pasar

paseo con algunos amila

pretendida,

el

color

Benito que exhibía instantá-

neamente todos los matices del rojo, denunciaba el estado de su alma. Al sólo oírla nombrar, se le agolpaba la sangre de la cara, y hasta las orejas se le ponían como dos rebanadas de tomate. Todo esto a fuerza de repetirse, fue llamando la atención de los curiosos, que acabaron por imponerse de que don Benito Rosado estaba perdido por doña Fulanita.

Cuando

tiene necesidad de echar

que suele hacer precisas el para disculparse de no haber contes-

mentirillas inocentes trato social,

una de esas


El Canasto del Sastre

177

tado una carta, pagado una visita o desempeñado un encargo, se pone de tal manera encarnado

que todo el mundo comprende que no hay una palabra de verdad en lo que está diciendo. En conclusión, convengamos, en vista de lo que pasa a don Benito Rosado; que los hombres de temperamento sanguíneo no deben solicitar empleos en las casas de comercio, ni en las ofisoltar la mentirota,

al

cinas públicas, ni enamorarse, ni disculparse por las

faltas

que cometan,

ni

hacer nada, porque

están siempre expuestos a que la sangre los venda.

n El bilioso

Don Simón cho,

anl^rillo,

Torbellino es pálido, o mejor di-

Tiene un verdadero

espíritu

de

contradicción.

¡Qué hombre!, jamás discute; disputa siempre y aun por lo más insignificante. Fue en otro tiempo individuo del Consulado de Comercio, de Sociedad Económica, de la Municipalidad, de Asamblea y en todas aquellas corporaciones dejó fama por la virulencia de sus discursos. Si le replicaban, estaba siempre pronto a echar mano al revólver.

la

la

La

familia de este bihoso es víctima de su tem-

peramento. Su mujer es una santa, sus hijas son

P—

T^l

—T.

Canasto

I


José Milla (Salomé

178

Jil)

muchachas y tienen qué andar toda la vida ayudándole las vigilias a don Simón. Por una nonada arma camorra y es capaz de pegar

excelentes

fuego a

la casa.

Mantiene en su cuarto una pistola de grueso calibre que carga sin bala y lá dispara siempre que quiere llamar, en vez de emplear una campanilla

como

lo

hace cualquiera.

en la comida dio en la gracia de agarrar el mantel por las cuatro esquinas y arrojarlo al patio, haciendo astillas fuentes, platos y vasos. La señora, cansada de renovar el servicio, ha comprado uno de metal barnizado. De propósito le ponen en su habitación jarros, jofainas y otros trastos de loza muy ordinarios para que los rompa, y tienen guardados los de

Por

ligeras faltas

porcelana fina.

Ha

disparado ya tres o cuatro veces el revólver sobre los perros de algunas casas donde visita, porque le han enseñado los dientes y gruñido cuando

él

entraba.

Por cualquier bagatela promueve un pleito en los tribunales y sus escritos merecen justamente el nombre de libelos. Cada palabra es una saeta envenenada.

Dispara sobre

la contraparte,

sobre

el juez, sobre el escribano, sobre los testigos, so-

bre todo

el

Tal es

el

ralmente

se

mundo. bilioso don Simón Torbellino. Genedice

que tiene algunas excelentes


El Canasto del Sastre prendas.

Es generoso,

caritativo,

179

consecuente con

mal que hace, luego que le pasan los arranques de cólera, llamaradas de paja que tan pronto se encienden como se extinguen. Sería un sujeto muy estimable, con un temperamento menos pronunciado que el que le dio la naturaleza, que parece complacerse a veces en deslucir con un solo defecto, sus amigos y procura reparar

las

más

el

apreciables cualidades.

ni El nervioso

Una

víctima de su propio temperamento es don

Dotado de un sistema nervioso exageradísimo, no está un momento quieto. Mueve la cabeza a un lado y otro, tuerce la boca, guiña los ojos, rompe cuanto toma en las manos y camina dando brinquitos, como los increíbles Luisito

Nometoques.

en Francia en tiempo de

Si por

la revolución.

casualidad comen un membrillo, una naranja o

una pina

del país delante de

don

Luisito,

ya

para hacer mil gestos y contorsiones, y

tiene

si

por

desgracia raspan en su presencia dos varitas de barrilete

Un

una contra

ruido

otra, cae

inesperado,

con un patatús.

una detonación súbita

hacen saltar como una pelota de goma elásticfa. Una noche, en un baile, estaba sentado lo


José Milla (Salomé

180

Jil)

frente a tres o cuatro señoras, con quienes con-

versaba.

Un

criado dejó caer a su espalda una

bandeja con copas y garrafas. Al ruido saltó el nervioso y fue a caer sobre una de las damas. Por desgracia, estaba ésta vestida de terciopelo, y al tocar la tela, retrocedió don Luis por un impulso irresistible de sus nervios y cayó patas arriba sobre los fragmentos de la cristalería.

Su carácter

quisquilloso hasta

discurriendo

Es

se resiente de su temperamento.

si

no poder más. si no

lo miraron,

Siempre está lo

miraron,

si

que Fulano dijo o escribió fue por él, y es de los que expulgan minuciosamente los Cuadros de costumbres y el Canasto del sastre, para ver si se encuentra retratado en alguno de aquellos, o si hay en éste algún retazo de vestido que le venga. lo atendieron, si lo desairaron,

si

lo

El temperamento ha hecho a este pobre mozo,

simplemente "insoportable**.

IV El linfático

Un

tipo enteramente opuesto a los últimos

quedan descritos es don Ángel Bonazo,

que

la cria-

más mansa, más benigna y más apática que puede imaginarse. Es muy alto V ^^V gordo; sus músculos y sus nervios están como embotura


El Canasto del Sastre

181

tados y parece que le corriera por las venas en lugar de sangre, horchata. No se altera por

nada, habla y anda muy despacio; come mucho, bebe agua en abundancia y su máxima favorita es "que cuando uno no quiere, dos no pelean". Así, las provocaciones más rudas se estrellan contra la flema imperturbable de aquel linfático.

Don Ángel

se las apuesta

con don Marianito

Corriente en punto a condescendencias.

Su

fa-

compuesta de la mujer, cuatro hijas, tres hijos y- dos cuñadas que se han instalado en su casa, es una monarquía constitucional en la que Bonazo reina y no gobierna. En realidad, allí todos mandan, menos él. A pesar de su natural milia,

pereza y flojedad, lo traen y lo llevan como les da la gana. Si la familia quiere ir a un baile, o

un día de campo, don Ángel se queda cuidando a las criaturas. Si hay un teral

teatro o a

tuliano fastidioso, 5e lo consignan a

él,

y toda

comisión molesta que se tiene que evacuar,

le

toca de derecho.

Cuando hay toda

su

mole,

viene, sube

cando

telas

fiesta

en su casa,

aguijado por

la

el

con va y

infeliz,

familia,

y baja por almacenes y tiendas, busy baratijas, cuidando del adorno de

salas, corredores, etcétera.

una vez en una de esas campañas y le tuve lástima. Trabajó sin descanso durante quince días, y ni su mujer ni sus hijos, ni sus cuña-

Lo

vi


José Milla (Salomé

182

Jil)

Ponían a todo mil defectos, y la señora, que no escasea las figuras retóricas hablando de su marido, dijo delante de varias gentes, que "con semejante animal por director, no podía haber dos cosas buenas*'. das estaban satisfechos.

Sin embargo, aquella ingrata gente se divertió

hasta no poder más, mientras don Ángel su-

daba

la

gota gorda para que nada faltara.

No

logró sentarse un minuto en toda la noche, ni

tuvo tiempo para tragar un bocado, a pesar de

que estaba medio muerto de hambre y de

Quiso

la

fatiga.

desgracia que estuviera entre los con-

vidados el bilioso don Simón Torbellino, quien, sobre haberle faltado una de las señoritas de la casa a la promesa de bailar una danza con él, armó una gran zinguizarra, y salió jurando vengar el agravio.

En

efecto,

al

siguiente

día,

muy temprano y

cuando apenas acababa Bonazo de acostarse, se presentó en la casa Torbellino y exigió que despertaran al amo, pues el asunto que lo llevaba era urgentísimo. Salió don Ángel estregándose los

ojos

exigió

y bostezando, y

al

verlo Torbellino le

en términos perentorios una satisfacción

inmediata del insulto público que la

noche anterior una de

milia.

Don Simón

las

le

había hecho

personas de

la fa-

dejaba, según dijo, a su ad-

versario la elección de las armas.


El Canasto del Sastre

Don Ángel

se recostó en

un

183

bostezando

sofá,

a cada momento y santiguándose la boca. Cuando concluyó Torbellino, le contestó muy despacio:

Vea

usted,

señor don Simón; usted no ha

reflexionado bien en lo que viene a proponerme.

me obligara a salir al campo ¿qué suceQue como no sé manejar arma de fuego blanca, usted me mataría. La justicia tomaría

Si usted

dería? ni

cartas en

negocio.

el

Lo prenderían

a usted (aquí

bostezó otra vez don Ángel), lo llevarían a cárcel^ lo juzgarían

y es muy pro.

.

.

la

(volvió a

más ganas) ...bable que lo sencomo reo de asesinato, preme-

bostezar con

tencien a muerte,

ditado, seguro y alevoso, conforme al artículo. el artículo.

lo

y

.,

no me acuerdo cuántos del Código apelaría; pero la Corte confirmasi

suplicaba,

Le notificarían

capilla, ..

y

fallo,

nada.

en

.

Usted

Penal. ría el

.

.

la

lo confesarían,

tampoco adelantaría

sentencia,

lo

pondrían

lo sacarían al patíbu-

.

¡Por vida del diablo!

gritó

don Simón

,

que esto ya es mucho. ¡Qué flema de hombre! Si usted no se bate, pubhcaré a son de tron^petas que es un grandísimo gallina y se acabó. Pues, no, mi amigo

mucha calma

replicó

don Ángel con

no hay necesidad de que usted me desacredite; si usted quiere a toda costa que uno de los dos muera, que sea a^í. Pero ya he dicho que yo no sé manejar espada ni pistola, y ,


José Milla (Salomé

184

así eligiré el

mos

arma en que soy

campo dos cántaros

al

Jil)

fuerte.

llenos de

Llevare-

agua y dos

vasos.

¿Dos cántaros de agua?

món

,

Es

exclamó don

¿y para qué diablos? muy sencillo replicó

remos vaso

tras

Bonazo vaso hasta que uno de

Si-

Bebelos

dos

reviente.

Al

oir aquella

como por encanto

salida,

a don

cajadas, se marchó.

en

el

se

le

disipó la cólera,

Simón y riéndose a carse quedó dormido

Don Ángel

sofá.

de aquella aventura. Si en muchas circunstancias de su vida el temperamento ha sido funesto a aquel buen hombre, al menos

Tal fue

le

el

fin

fue útil en aquel apurado lance, pues lo hizo

salir

de

él

con

el

pellejo

y

el

honor

intactos.


La herencia

Veintidós

del tío

años hace y lo recuerdo como

hubiera sido ayer.

y no anduve una cuadra sin encontrar tres amigos y medio (es decir, un medio amigo), que me atajaron al paso para darme la desagradable noticia de que la noche anterior habí'a sido atacado de un accidente desconocido y grave don Severíno Sólito, y que se hallaba, Salí a la calle

como

se dice figuradamente, a las puertas de la

muerte.

Hay mucha, muchísima gente que experimenta una secreta complacencia en propagar malas noEs una de tantas propensiones ruines de ticias. nuestra dañada naturaleza. _¿Iba

usted a ver a don Severíno?

me

pre-

Dése prisa, pues gunta el amigo N° 1 un poco no lo encuentra vivo. ¿Sabe usted quién sera el heredero? si

tarda

¡Un ¡Qué lástima! exclama el N° 2 hombre tan bueno! Es verdad que no servía a nadie; ha sido siempre como el azadói\, sólo para 185


José Milla (Salomé

186

Jil)

pero todo lo olvida uno cuando sobreviene

él;

una desgracia de

esas.

¿A quién

le

caerá

la

herencia?

La cosa es gorda dijo el N° 3 Dicen que no daba la cabeza por doscientos mil pesos. Tienda, mesón y seis casas, usted dirá. Los sobrinos son catorce. Unos aseguran que hay testamento; otros que no hay; y si esto último es cierto, habrá una de San Quintín.

Ya

debe usted saber la noticia me dijo amigo, don Severino se muere. ¡Qué for•el tuna para el sobrinal! Van a ser ricos de la noche a la mañana.

%

Afligido

al

saber la situación de un hombre

con quien me unían los lazos de la amistad, y temiendo no alcanzarlo vivo si no me apresuraba a

ir

me

a verlo, di de dirigí a

mano

a otras ocupaciones

y

casa del enfermo.

La puerta estaba abierta. Entré y en el zaguán me atropello un joven que salía corriendo con una botella en una mano y un papel en la otra.

Dispense usted dijo el atolondrado pero urge que despachen esta receta. Mi tío está en ;

las últimas.

Los corredores estaban llenos de gente. Todos corrían y se atropellaban unos a otros. Una criada que atravesaba los grupos con un perol de agua hirviendo, tropezó con uno de tantos y


.

El Canasto del Sastre derramó

La

el

una señora. a la mitad

líquido sobre los pies de

infeliz vio

del día.

187

las

estrellas

del cielo

Rodeáronla, auxiliáronla; pero sea igno-

rancia o aturdimiento, los remedios que

acabaron de desollarle Entré a

la

sala

le

hicieron

los pies.

donde

se

recibía las visitas.

Habían tomado a su cargo este deber tres jóvenes caballeros hijos de una hermana de don Severino; y otras tres señoritas, hijas de un hermano

I

del

mismo.

¿Cómo ha

no hace tres amigo bueno y sano. Cierto contestó una de las sobrinas pero, ¿qué quiere usted? El tío era sumamente cargado y cenó ensalada de pepinos Te equivocas, prima interrumpió uno de los sobrinos fue una cólera que le dieron. La ensalada, la ensalada gritó otra sobrina. sido esto?

dije

:

días estaba mi pobre

;

.

— — —La

;

cólera, la cólera

aulló otro sobrino;

uno o fue lo disputa que duró media hora. sobre

si

.

fue lo

otro, se

y armó una

Los contrincantes

acabaron por decirse improperios y por acusarse mutuamente de no ir allí más que por amargar al tío los últimos instantes de su vida. Me costó no poco trabajo hacer entender a aquellos energúmenos que con sus gritos acabarían de despachar al pobre don Severíno, que agonizaba en la pieza contigua.


José Milla (Salomé

188

Jil)

¿Se podrá ver al enfermo? pregunté, luego que se hubo serenado la borrasca.

¿Como

no?

Pase usted adelante.

sobrinos

Y

contestaron en coro los seis

diciendo

varones y

me

así,

se

me

acercó

mayor de

el

los

dijo al oído derecho:

Usted que siempre ha tenido influencia en el tío, dígale que haga sus disposiciones y recuérdele lo que ha sido siempre para él la famiha de su hermana.

La segunda de

las tres

chicas aproximó

labios de rosa a mi oreja izquierda

sus

y murmuró

en voz baja: Si

hay

lugar, será

bueno

le

advierta usted

que un escribano está aquí desde esta mañana y aguarda que lo llame. Usted es testigo de lo que hemos hecho por el tío y no dejará de recordárselo.

¡Hay aquí gente tan

codiciosa

y tan

in-

trigante!

Diciendo

así, la

desinteresada doncella miró de

reojo a sus primos, que casi a empellones cieron entrar en la alcoba de

Estaba

me

hi-

don Severino.

pieza invadida por

de la parentela. Al entrar oí un rumor como el que escucharía uno al acercarse a un colmenar. Todos hablaban a la vez y en voz baja, por consideración al enfermo, a quien me pareció, sin embargo, que debía molestar más aquel susurro, que una conversación en voz alta. Por ciertas la

el

resto


El Canasto del Sastre

189

me

frases sueltas que oí al atravesar los grupos,

convencí de que a aquellos dolientes lo que les dolía en realidad era que don Severino muriera

y que

sin testar

la

herencia hubiese de distribuirse

entre todos ellos.

Preocupadas con el negocio del testamento, incurrían a cada paso en equivocaciones fatales al enfermo. Una de ellas le hizo tragar un poco de cloruro que Las niñas hacían de enfermeras.

estaba en una taza

como

desinfectante; otra le

administró una pócima por vía de lavativa y no faltó alguna que le colocara en las plantas de los pies

un conforte que estaba destinado a

la

boca del estómago.

A

pesar de todo no

me

pareció la situación de

mi amigo tan desesperada como me habían dicho. Conservaba el uso de su inteligencia y por algunas palabras que me dirigió, comprendí que

más

mataban sus sobrinos que

la

enfermedad.

Aproveché un momento en que

la

parentela se

lo

retiró

algún tanto de la cama, para hacer a don

Severino una insinuación delicada sobre

la

con-

veniencia de que arreglara sus negocios temporales;

me

pero no obtuve respuesta alguna, lo que

hizo comprender que

y guardé

el

asunto lo molestaba

silencio.

enfermo amaneció vivo y siguió tirando por seis u ocho días más. Contra

toda previsión,

el


José Milla (Salomé

190

Jil)

Volví a visitarlo. Los sobrinos de uno y otro sexo continuaban instalados en la casa; pero se había entibiado un poco el celo en la asistencia *

del

Comenzaban a

paciente.

No

cansarse.

se

atropellaban ya para administrarle las medicinas

y

no hacían pucheros al preguntaban cómo resistirían

los alimentos; las niñas

hablar del ellas

tío,

ni

aquel golpe, etcétera.

Dejé pasar otros cuatro días y volví a visitar a mi amigo. La escena había cambiado por completo.

En

brinos

de don Severino

el

cuarto inmediato a la sala los so-

(menos uno), jugaban

a la veintiuna con tres o cuatro amigos.

En

la

(menos una), con algunas amigas, se entretenían en un juego de prendas en que tomaban parte sus respectivos cortejos. sala las sobrinas

En

cuarto del enfermo,

el

sobrino y

el

la so-

brina que no jugaban, montaban la guardia, no

una de las ramas de la familia aprovechara algún momento para hacer testar a don Severino, con perpor cuidado del

juicio

Mi noche.

de

tío,

sino por evitar que

la otra.

pobre amigo

Me

me

despedí de

nando además sobre diable por soltero rico.

cierto,

la

pareció gravísimo aquella él

con

tristeza,

manera,

reflexio-

muy poco

en que concluía

envi-

su vida un


El Canasto del Sastre

191

n Al día siguiente, don Severino Sólito había muerto. La parentela resolvió pasar en la casa los nueve días del duelo, declarando que no sería decente marcharse

I

al

cerrar los ojos

Dícese

el tío.

que don Severino Sólito era el que tenía la despensa mejor surtida de comestibles y caldos ultramarinos en la ciudad; pero no me atreveré a insinuar que esta circunstancia haya influido en lo más pequeño en la piadosa resolución que tomó la familia de no abandonar la casa en nueve días.

De

lo

que puedo dar

fe,

porque

lo

vi,

es

de

que las sobrinas lo lloraban a lágrima viva y que los sobrinos tuvi^eron la abnegación de abandonar sus quehaceres, ocupándose únicamente en recibir pésames y lamentar la pérdida de tan buen tío. Creí de mi deber hacerles una

visita.

La

sala

estaba en completo duelo.

Espejos y láminas cubiertos de crespón, y tan obscura, que apenas nos veíamos los unos a los otros. Había mucha gente. Todos se hacían lenguas del finado. Quién alababa su talento, quién su instrucción; uno la

apacibilidad de su carácter, otro su disposición a servir a los amigos: éste su

su valentía.

Don

mansedumbre, aquél

Severino reunía todas las

vir-


José Milla (Salomé Jil)

192

En

que pude observar estuvieron todos de acuerdo, fue en preguntar qué edad tenía, punto que, por lo visto, debe ser esencialísimo en un caso de esos. tudes cardinales

Además cada

y

teologales.

visitante preguntó

lo

en voz baja

o sobrina que tenía más inmediato, si fin había hecho testamento don Severino, ma-

al sobriríb al

teria

no menos importante que

la

de

la

edad.

Al salir de la casa tuve el sentimiento de a muchos de los que acababan de poner por

oir

las

nubes a mi pobre amigo, negarle las cualidades conque lo habían adornado un momento antes, y no faltó alguno que dijera que *'el diablo no se había llevado

En

nada

ajeno'*.

ciudad preocupaba generalmente los ánimos en aquellos días el asunto de la herencia de ¿A cuánto ascendía? No habiendo tesSólito. la

tamento, ¿qué cantidad alcanzaría cada sobrino?

Muchas personas que no

tenían parentesco con

difunto y a quienes la cuestión de la herencia les importaba, o debiera importarles un comino, el

no

ocuparon en otra cosa durante los nueve días. Quince o veinte sujetos me detuvieron en la calle para tomarme declaración sobre el particular, y como expuse que nada sabía, no dejaron de amostazarse y de insinuar que mi reserva debía proceder de alguna mira interesada. se

Las sobrinas del difunto, vestidas de merino negro de

Pasaron

los

días del riguroso duelo.


El Canasto del Sastre

hubieran perdido a su padre, y los sobrinos enlutados hasta los botones de la camisa, se disponían a salir de la casa y ocurrir al Juez pidiendo el nombramiento de pies

!

como

193

a cabeza,

si

un albacea, que se procediera a

los inventarios,

etcétera.

Ya que ninguna de las dos ramas había logrado la herencia con exclusión de la otra, se conformaban con distribuirse a prorrata los despojos del adorado pariente, calculando que por mal que fuera, no dejarían de corresponderás unos quince mil duros por cabeza. Mas, ¡oh desgracia inesperada! En el momento en que se disponía la fúnebre comparsa a dejar la casa, se presentó un viejecillo, de quien nadie se acordaba y que no había hecho más que dos visitas a don Severino durante su enfermedad. Era el abogado que lo dirigía en todos sus negocios.

Haciendo muchas cortesías a todos y a cada uno de los sobrinos, el licenciado les pidió un momento de atención. Reunidos todos en la sala, se caló las gafas y leyó un testamento en toda regla, otorgado como tres meses antes por don Severino. En él instituía por heredera universal a su alma, nombraba albacea y tenedor de bienes

al

mismo

licenciado,

relevándolo

la obligación de hacer inventarios y de dar cuenta a nadie del manejo de sus bienes, y dejaba

de

1

—El Canasto—T.

I


José Milla (Salomé

194

varios legados, entre ellos,

Jil)

uno de cien pesos a

cada uno de sus sobrinos.

Al pronto hubo profundo

El asom-

silencio.

bro y el despecho encadenaron las lenguas; pero tardaron poco en desatarse, comenzando por las

de

¡Qué

Dios! al

parte

la

abogado,

femenina de furia! al

la

¡Santo

parentela.

¡Qué improperios

al

escribano que extendió

difunto, el

testa-

mento, a los testigos que lo autorizaron, a todo

mundo! Uno de los sobrinos, estudiante de segundo año de leyes, se levantó de repente y

el

que aquel testamento era nulo, y que él probaría que su tío estaba loco cuando lo otorgó. Recordaba perfectamente haberlo visto en misa dijo

con la peluca al revés, en los mismos días en que se había hecho la tal disposición; ''y eso, añadió muy serio el legista, es cosa que no puede hacer un hombre cuerdo**.

Los demás sobrinos adoptaron por aclamación la idea de la locura y cada cual refirió alguna anécdota que confirmaba el aserto. El licenciado se encogió de hombros, guardó sus papeles, recogió las llaves de los armarios

y

dejó a los sobrinos que dijeran cuanto les diera la

gana.

Estos se marcharon después de haber decla-

rado

la

de su

guerra en toda forma a

tío,

la

a quien no llamaban ya

testamentaría

más que

''el


El Canasto del Sastre guardaron

loco";

los

vestidos

rrieron a todas las fiestas

de

195

luto,

y entablaron

concu-

pleito.

Además, comenzaron a aparecer deudas que nadie sospechaba y que parecían extrañas, pues don Severino pasaba por la exactitud misma»

Pero los

lo

más extraordinario y que alarmó hasta a

sobrinos mismos, fue

tierra diez

y

el

que brotaran de

siete pretendidos

la

y hasta entonces

ignorados vastagos del viejo tronco, que exigían el

alimento que éste debió haberles suministrado.

Nadie hubiera imaginado que don Severino, tan morigerado y austero en apariencia, fuese un solapado y astuto libertino. Veintidós años hace que aquel solterón acau* dalado bajó a la tumba y aún duran los pleitos sobre su herencia. ¡Dichosos los que nada tienen y nada dejan, porque al menos a esos los dejan morir tranquilos, y no caen las aves de rapiña sobre sus despojos!



índice PÁGINA.

Introducción es el público y dónde no se le encuentra? Variaciones sobre una paradoja ....

¿Quién no

5

Las Aventuras de Tío Climas I.

IL IIL

La La

feria

de Jocotenango (1) de Jocotenango (2) El chaquetón verde

13

feria

25 35

La La

barbería barbería

45 55

( 1 )

(

2

)

Astronómicas y Meteorológicas El siglo. El año viejo. El año nuevo. El almanaque Los sordos Los hombres graves en el baile Don Anselmito Vidriera Los egoístas

El condescendiente El libro verde El indeciso Los perezosos

Los temperamentos El sanguíneo El bilioso El nervioso IV. El linfático La herencia del tío I.

IL in.

,

67 75 85 99 113 125 137 147

159 173 174 177 1 79 180 185



Terminóse la impresión de El Canasto DEL Sastre, tomo I de José Milla (Salomé Jil) (2,500 ejemplares en papel periódico y 100 en bond 80 gr.), el día 7 de junio de 1963, en los talleres del Centro Editorial **José de Pineda Ibarra" del Ministerio de Educación Pública en la ciudad de Guatemala Centro América.




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IBAPPA


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