Hazle al Cuento: Alan y la casa extraña

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HAZLE al

CUENTO categoría 2

PRI

MER

ALAN Y LA CASA EXTRAÑA

LUGAR

David Rey Lozano Garay / 10 años

E

n la fiesta de año nuevo de 2019 la familia Papov fue a casa de la abuela Tacha, la mamá de la mamá de Alan. Alan tiene 10 años y nunca le había gustado ir con ella, porque la señora era muy enojona, les gritaba y no quería que tocaran nada, por lo que siempre se aburría y terminaba muy triste. De hecho, todos le decían “abuela” y nadie “abuelita”, como se acostumbra a hacerlo de cariño con las viejitas. En esta ocasión, aunque era una fiesta que debería ser muy alegre, la abuela Tacha siguió con su carácter agrio. No permitió que pusieran música y regañaba a los niños cuando prendían la televisión, hacían mucho ruido, o ensuciaban cualquier cosa. Los papás de Alan trataron de no hacer tanto caso al carácter de la abuela,

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esperando que el tiempo pasara rápido para ir a su casa y no regresar hasta el siguiente año a la clásica visita obligada. Por fin el 2 de enero, sin mucha despedida, salieron corriendo de la casa pues el tren partía muy temprano. Ya en el vagón, todos platicaban aliviados de que hubiera terminado el viaje. – Ya no hay que ir nunca con la abuela. – se quejaba Maya, la hija pequeña. – Miren, yo tampoco quisiera volver a ir – contestó el papá – pero tenemos que hacerlo al menos una vez más. – ¿Por qué una vez más? – pregunto la mamá. – Porque se nos olvidó algo… más bien, alguien. – ¡Mamá!, ¡papá!, ¡se olvidaron de mí y me dejaron en casa de la abuela! – gritó Alan, despertándose de un largo sueño. – ¿Que qué? ¡Nooo!, ¡me dejaron a mi nieto! – gritó la abuela desde la cocina, sorprendida por el grito del niño – Yo no quiero niños, ¡no me gustan los niños! Hablando por teléfono, la mamá de Alan le dijo a la abuela que tardarían dos días –es decir, 48 horas– en regresar, porque no había trenes, ni autobuses, ni nada de eso.

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46 HORAS PARA EL REGRESO Alan se metió a bañar a un baño que nunca se usaba. Pero el agua no salió y, mientras más abría la llave, lo único que aparecía era un polvo blanco que le hizo toser mucho y le provocó algunas alucinaciones. De repente se veía en un escenario como estrella de rock, cantando a todo pulmón con el micrófono. La abuela Tacha entró asustada, le quitó la regadera extensible y le dio un antídoto para que dejara de alucinar. – ¡Muchacho de porra! ¿Quién te dejó entrar a este baño?

44 HORAS PARA EL REGRESO Al llegar al mercado, se hizo un gran tumulto porque había varios hombres asaltando a las personas. Alan se asustó y quiso abrazar a su abuelita, pero ella no estaba. ¡Se había subido a un puesto de ropa! Los maleantes vieron a la viejita a lo lejos, dejaron de robar y de inmediato se acercaron con ella y le pidieron perdón, prometiéndole que nunca lo volverían a hacer. Mientras la señora los miraba con ojos de furia por lo que hicieron, el puesto de ropa se cayó y la abuela Tacha salió rodando por el pavimento. Se levantó

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ágilmente, y en un instante apareció junto a Alan vestida con ropa negra de cuero, lo jaló con fuerza y lo subió a una motocicleta. – Agárrate con todo lo que tengas – le dijo al niño – ¡tenemos que escapar de inmediato! 41 HORAS PARA EL REGRESO Alan no entendía nada de lo que pasaba, y menos cuando la abuela salió de la cocina con la comida, vestida nuevamente con ropa de abuelita. – Come y no preguntes. Saldré de la casa toda la tarde, no le abras a nadie. Te dejo ver la televisión. Alan sacó un plato que parecía de oro, el cual estaba en una vitrina como si fuera un trofeo. Lo puso en la mesa y se reflejaron sus ojos, idénticos a los de su abuela. Apareció una pantalla que decía “Bienvenida, agente Anastacha, escuche su siguiente misión”. Alan se espantó nuevamente y aventó el plato por los aires. Terminó de comer y se fue a su cuarto, prendió la tele y se quedó profundamente dormido.


30 HORAS PARA EL REGRESO La televisión se quedó encendida y el ruido de haber perdido la señal despertó a Alan en plena madrugada. Tomó el control remoto y, al cambiar de canal, lo único que veía eran imágenes de la tierra desde el cielo. Siguió cambiando los canales. Era un país distinto el que se veía desde el espacio. Apretó distintos botones y la imagen del satélite mostraba el interior de las casas de los grupos terroristas.

– ¡No abras la puerta! – gritó Tacha, justo cuando Alan lo hacía y entraba un ejército de mini personas robot. –

Búsquenla

por

todos

lados

– ordenaba quien parecía ser la capitana – tiene que seguir aquí. – No está. Parece que escapó, pero tenemos a su nieto – dijo una adorable niñita de vestido rosa – amárrenlo y ya verán que no tardará en aparecer.

– ¡Pero qué estás viendo! – entró gritando Tacha. Casi le da un infarto al pobre niño. – Abuela, ¿qué haces?, ¡me asustas! ¿Por qué sale esto en la televisión? – No pasa nada pequeño, es un nuevo canal que abrieron, vuelve a dormir. ¿Y quién te dejó usar la televisión? – gritó la señora. – Vieja loca – murmuró Alan, y se metió debajo de las cobijas.

16 HORAS PARA EL REGRESO Alan no vio a su abuela en todo el día y, cuando terminaba de comer solo, sonó el timbre de la puerta y oyó: – Somos niños exploradores. ¿Nos compra una caja de galletas? – dijeron con su voz tierna.

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10 HORAS PARA EL REGRESO Habían pasado seis horas y Tacha no se presentaba. Ya era de noche y Alan estaba muy cansado, pues lo habían dejado parado junto a una pared. De repente, todas las luces de la casa se apagaron. Alan se asustó y se aventó de espaldas contra el muro; éste giró rápidamente y el niño cayó escaleras abajo a un sótano que se iluminó al instante. 6 HORAS PARA EL REGRESO El pequeño de 10 años permaneció varias horas dormido a causa del golpe y, cuando despertó, vio un departamento completamente iluminado, con instrumentos tecnológicos y pantallas por todos lados. En la más grande de éstas, había un cronómetro que tenía una cuenta regresiva, junto a un mapa que señalaba muchos países del mundo. – “360 minutos” dice allí – comentó Alan –, parece mucho tiempo. A ver, veamos. ¡No! ¡Solo son 6 horas para que arrojen las bombas! ¡Abuela, ¿dónde estás?! – gritó, más asustado que nunca. – ¿Alan?, ¿estás allí dentro? – se acercó la señora a la pared – ¡Sal de allí pronto! Ya terminé con esos niños terroristas.

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– Pero, ¿cómo salgo, si esta puerta no tiene cerrojo? – No te preocupes, mi niño, ahorita lo arreglo, ya verás. 5 HORAS PARA EL REGRESO La señora intentó de todo para abrir la puerta: quemó con gasolina, usó un taladro, dio patadas, hizo explotar un horno de microondas, cortó con una sierra, chocó su auto, agarro un árbol y lo estrelló de frente, conectó un teclado y escribió miles de claves, regó con agua para que se reblandeciera y hasta puso al perro Firulais a que hiciera de la pis. Nada dio resultado. Por último, se puso gritar groserías y ni así. Al final, anciana y niño, cada uno de un lado de la pared, platicaban con resignación. La abuela, al ver que era inminente la explosión de las bombas, se sinceró y le contó a su nieto la historia de cómo se convirtió en la agente Anastacha para proteger al mundo de todos los ataques terroristas y cómo, para cuidar a su familia, había fingido ser odiosa para que no estuvieran cerca de ella. – Pero he fracasado – dijo casi llorando la viejita –, la guarida principal de los terroristas estaba en mi propia casa, ¡y nunca me di cuenta! Perdóname, hijito,


por ser tan bruta, ¡no olvides que yo te quiero mucho!

Alan la quiso abrazar otra vez y la anciana lo volvió a quitar.

En cuanto gritó esto, el muro se abrió faltando 2 minutos para la detonación, y

– ¡Que te esperes, niño pegoste! ¡Que no tardan en llegar tus papás!

la abuela entró corriendo como atleta de olimpiadas. Alan corrió a abrazarla y ella lo apartó de un manotazo. – Espérese chiquillo, los cariños pa’ luego. Primero a desconectar las bombas. Después de quitar el cable de energía de la computadora, la agente Anastacha se dio cuenta que era la guarida del terrorista conocido como “rAMsOR”, el cual en realidad buscaba que la gente se amara, por eso la clave de la puerta era una declaración de amor a su nieto.

Salieron de inmediato del escondite y llegaron a la entrada de la casa justo cuando la familia de Alan llegó. – Pero, ¿qué pasó aquí? – gritó espantada la mamá – parece como zona de guerra. – No es nada, mamá – dijo el niño cuando la abuela estaba a punto de confesar – es solo que… ¡así nos divertimos mi mamá Tacha y yo! – ¡Mi niño hermoso!– dijo la anciana mientras casi lo ahogaba con el tremendo abrazo que le dio. Y así, una vez más, un niño y su abuela salvaron al mundo.

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