Premios de Literatura 2018

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PRIMERA EDICIÓN, 2018 ©INSTITUTO CULTURAL DE LEÓN Edificio Juan Nepomuceno Herrera Plaza Benedicto XVI s/n Centro, C.P. 37000 León, Gto. Teléfonos: (477) 716 4001 y 716 4192

INSTITUTOCULTURALDELEON.ORG.MX FENAL.MX

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Reynaldo Flores Muñoz Ganador Poesía Libre Francisco Emmanuel Grimaldi Jasso Ganador Cuento Corto Raúl Esteban Cisneros González Mención Honorífica Cuento Corto

© PATRONATO DE LA FERIA ESTATAL DE LEÓN Y PARQUE ECOLÓGICO Blvd. Adolfo López Mateos 1820 La Martinica, C.P. 37500 León, Gto. Teléfono: (477) 771 1717

COORDINACIÓN EDITORIAL FERIA NACIONAL DEL LIBRO DE LEÓN, FENAL CORRECCIÓN DE ESTILO DAVID EUDAVE DISEÑO EDITORIAL ANA PATRICIA VERA PACHECO

IMPRESO EN MÉXICO De acuerdo a la Ley de Derechos de Autor queda prohibida la reproducción de las obras artísticas y científicas, total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento, si no se cuenta con la autorización por escrito de los titulares del copyright o derecho de explotación de la obra.


G ANAD O R X I

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CRÁTERES BÚFALO REYNALDO FLORES MUÑOZ

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LA SENDA DEL RÍO FRANCISCO EMMANUEL GRIMALDI JASSO

M E NC I Ó N H O NO RÍ FI C A X I V

C O N C U R S O C U E N T O

D E C O R T O

EN ESTA CIUDAD NO PASA NADA RAÚL ESTEBAN CISNEROS GONZÁLEZ



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CRÁTERES BÚFALO RE Y NAL D O FL O RE S M U ÑO Z

P O E S Í A L I B R E G A N A D O R

LA SENDA DEL RÍO FR ANC I S C O E M M AN U E L G RI M AL D I JA S S O

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EN ESTA CIUDAD NO PASA NADA R AÚ L E ST E BAN C I SN E RO S G O N Z ÁL E Z

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H O N O R Í F I C A



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PRE SENTA CIÓN En busca de dar a conocer el talento de creadores guanajuatenses y con motivo de preservar y acrecentar el patrimonio cultural de nuestro entorno, el H. Ayuntamiento de León, a través del Instituto Cultural de León y el Patronato de la Feria Estatal y Parque Ecológico, presentan a los ganadores y a la mención honorífica de los Premios de Literatura León 2018 en las categorías de cuento y poesía. En esta ocasión, el certamen recibió 233 trabajos de distintos puntos del estado de Guanajuato, de los cuales el jurado eligió como ganador del XIV Concurso de Cuento Corto La senda del río, de Francisco Emmanuel Grimaldi Jasso y concedió una mención honorífica al texto En esta ciudad no pasa nada, de Raúl Esteban Cisneros González, mientras que Cráteres Búfalo de Reynaldo Flores Muñoz, resultó ganador del XI Concurso de Poesía Libre.

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Los tres textos que aquí se reúnen, deparan al lector una prosa poderosa y elaborada que construye historias humanas y misteriosas en compañía de la fuerza y el vigor expresivos de la lírica. La ardua tarea de revisión de textos recayó en tres miembros del programa de Creadores en los Estados de la Dirección General de Vinculación Cultural, al que pertenecen Jorge Arturo Ortega Acevedo, Javier Acosta Escareño y Álvaro Luquín Navarro, así como Eloy Urroz, Juan Pablo Villalobos y David Toscana, quienes participaron como parte del programa Creadores en los Estados de la Dirección General de Vinculación Cultural, ambos adscritos a la Secretaría de Cultura. No queda más que dar la bienvenida al lector a estos mundos imaginarios que se revelan a través de la palabra. Este contenedor de talentos guanajuatenses, se suma a la celebración por los 442 años de la fundación de la ciudad de León y anticipa la llegada de la Feria Nacional del Libro de León.

Comité Organizador Premios de Literatura León 2018


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Estudia la licenciatura en Letras

Españolas en la Universidad de Guanajuato. Reside entre Guanajuato Capital y León. Interesado en el IDM, David Lynch y las artes marciales. Asiste al taller literario “Gymkata”, coordinado por Eduardo Padilla.

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Cráteres Búfalo

CISNE LED

Con el estómago cosido y el rostro blanco Sé de una aldea

situada en un barco al borde de una verruga del mundo donde los muertos mismos conducen a sus familiares y amigos hacia su propio entierro

Flotan con un velo oscuro Los cubre desde el rostro hasta los pies aunque ya no tienen pies ni rostro o amigos

Van delante de la peregrinación una máscara que encubre una tribu de espíritus malditos


Cuando ya es hora los cantos cesan se ahorcan las guitarras y el llanto de los cipreses es sumergido en un estanque invisible sobre el aire Las lágrimas se lanzan desde la cúspide de un molino de dolor El recuerdo cae desde un risco de plegarias inútiles y las aspas del molino

Al final se despiden de todos con un beso tieso en las mejillas Luego se recuestan sobre su tumba Sin decir nada Sin gesto alguno Y nadie los entierra nadie les tira un edredón de paja encima

C O N C U R S O

De hecho ellos se entierran a sí mismos

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trituran sus huesos

ajena a nuestro entendimiento y a toda noción de lenguaje

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Morirse es como ir a dormir o viceversa Un pulpo blanco despierta en alguna zona indescriptible

rodeado de cables viscosos sin saber lo que ha ocurrido y eso es todo. F e N a L

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Discusión a partir de notas encontradas en una traducción de poetas de la dinastía Tang

Desde lejos contemplo

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la cascada que cuelga del río.

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En un vertiginoso vuelo,

Á

rueda mil metros hacia abajo.

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Me parece que la Vía Láctea

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ha caído del firmamento.

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Li Po

E S

Que mis ancestros hubieran sido cinco picos sagrados.

Según el taoísmo cuando una persona se vuelve inmortal su cuerpo es cubierto de plumas y los ojos se le tornan cuadrados como dos cubos rubik.

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Quisiera tener el nombre de una montaña rocosa.

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situada en el último piso.

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a la Vía Láctea

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es el nombre que daban los antiguos chinos

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Río plateado

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El cielo tiene nueve pisos.


Sobre el promontorio de rocas soporto las flechas envenenadas del arco iris.

Contemplo al cielo

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ahogarse en un charco de agua estancada.

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Los balseros bajan los cadáveres con cuidado.

GANADOR

Un gusano blanco sale de una cuenca vacía y me mira.

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La hora de las fresas mutantes

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y a su propia escala, Dios es un gran bicho omnipresente.

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aunque todo el cuerpo de un gusano es una verruga gigantesca

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oculta entre verrugas rosadas,

Á

imagino que Dios mantiene la vista como la de ese gusano,

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Mientras nos observa en su esfera de cristal,

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Detrás de mis pupilas,

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Creo que todos estamos muertos.

A

los granos del sol escupen pus rojiza.

O

La vista es una lámpara que desempolva algo que no existe.

Extiendo el océano hasta el piélago en mi catalejo y el atardecer se queda pegado en la ventresca de un atún que atraviesa una ola de diez metros.

Escribo en mi diario: Somos ejemplares marinos que aumentan su valor en el despiece. Contraigo el océano de vuelta y mientras encoge en el catalejo, el canto de una ballena se empaña en el lente. Un frío blanco acaricia mis huesos y tiemblo como violín constipado.


Mis hijos juegan a las escondidas en un agujero azul y a romperle la espalda a las olas con patadas deformes.

Otra frase a la lista: Soy un surfista que no sabe nadar. Cada día sumamos más derrotas a una lucha sin contienda.

Observo los marcos en el caballete montañoso que coloca mi esposa sobre el filo del muelle,

y se mueve por todo sitio, es su propio curso, es como un rascacielos incendiado al interior de una caja de fotos. Parece que toda la playa está sujeta en su pincel y que en cualquier momento va a desplomarse.

C O N C U R S O

Escribo una nueva frase en mi diario:

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el paisaje se interna en ellos

Gota a gota, se rompe cualquier cabeza.

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Ojalá que el mar decida marcharse y dejarnos solos. Vivimos en el estómago de una ballena congelada por milenios detrás de nuestros párpados.

El hombre es eterno balón de piedra pateado por prótesis a las que ya les salieron gusanos. F e N a L

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le van a salir caballos de las manos o le caerá una cascada de barniz, pero no se hará de verdad.

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La próxima vez que Pinocho quiera ser de verdad,

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El sol huele muy mal

Mogwai

Voy por la carretera. Bajando su montaña, el paisaje se amputa en la ventana y las aves compiten para impregnarse en el cuadro.

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Sin demasiado éxito.

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Apenas un puño de alas alcanza a licuarse en las rocas que apedrean los ojos azules del crepúsculo. El vuelo reúne sus cartílagos en un grumo viscoso y el carmesí se atora en el interior del lienzo, de peces cuajados.

Mientras tanto, los cuervos aún no maduros cuelgan de las vainas en los tabachines. Tal vez nunca un perro las tumbe de un ladrido. Tal vez los insectos que viven en sus gajos no lluevan su jugo blanco algún día. Su espuma rabiosa sigue esperando el negro calibre de mis notas rojas. Algún día serán grumo.

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cuando muerto.

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No las encuentro por ningún sitio

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Sigo cantando hacia dentro del pozo. Busco las huellas de mis dedos que un día impregné,

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cuando descubro el rojo de los muros.

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y un halo de luz podrida amputa mis manos

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Camino despacio y una muela picada se incrusta en mi bota.

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El piso carnoso es una alfombra de arena movediza.

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y caigo al fondo de mí mismo.

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con mis uñas crecidas

F

Los muros de los paladares se rasgan


La muerte de un poeta

a la consabida muerte de Li Po

Pasó gran parte de su vida viajando y bebiendo, como cualquier vida digna de ser contada. Un día en que cruzaba el río Yangzi

al ras de una noche tranquila sin estrellas, estaba tan ebrio que intentó abrazar el reflejo de la luna llena y se tropezó con un remo.

Los pescadores de la zona encontraron sus sandalias atrapadas en una red como pequeños bagres feos e inmóviles, después de unos días.

Los diarios locales solo mencionaban su nombre en pequeñas negritas.

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en su bote de pino,

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Breve monólogo del Coronel Bill Kilgore

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Me encanta el olor del napalm por la mañana

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reventará lo rojo de sus granos faciales.

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y nuestro destello balístico,

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Saldremos detrás del sol

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Es posible surfear en cualquier sitio,

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entre detonaciones sin ruido

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que peinan las olas

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despegando el vientre de velcro del cielo,

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para que cuando se acerquen las valquirias, caigan las nubes, con todo y tripas.

El canto del albatros se oxida y envejece a las colinas. Los cuerpos tiemblan igual que palmeras hasta desaparecer en una danza incandescente de polvaredas naranjas. No nos arrulla.

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y humaredas rojizas


Un cuerpo verde derretido en รกcido es un cuerpo verde derretido en รกcido. Siempre que se abre una puerta sin mi permiso,

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yo disparo.

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El cielo comenzó a formar árboles.

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Tuve que pensarme en los prados

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Cantos arponeados con agujas de hueso.

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Ramas rojas encima de los edificios.

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El atardecer es una ballena rocosa abierta sobre un plato de cereal

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Entonces empezó a llover dentro del cuarto.

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para poder salir.

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Comprendí que aún seguía mirando la ventana

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—Nunca un paisaje mutante libre de trazos caricaturescos—.

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colgando sobre un atardecer en una esquina del MoMA

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y que mi corazón nunca sería un cuadro importante

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Aunque mi cabeza rodaba por el puente movedizo, procurando licuarse en el campo de sapos cristalizados. Una anguila de acero flotante, que electrizaba al pueblo con su mera contemplación. Eso era. Un puente de piel sin tejido ni hueso.

He notado que cuando Dios se enfada, sus dientes se afilan y brillan. Brotan algunos relámpagos y oscurece. Su vientre inflamado se expande.


Se inventan colores nuevos, un loco desgarra su piel con una motosierra y así es como nace el crepúsculo, con un resfriado cromático específico, para estornudarnos en un pañuelo de luces magentas,

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dispuesto para cada día.

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Cierto día entró un vagabundo en una taberna

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a pedir comida y sake.

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Las moscas de Musashi

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en busca de un sensei de colmillos grandes.

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Parecían rémoras rōnin

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que tres moscas verdes absorbían con detalle.

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y un olor a ciénaga fértil

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Llevaba consigo dos sables de gran calidad

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Los clientes y vecinos del pueblo se preguntaron

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quién era aquel personaje y lo tomaron por ladrón.

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De pronto y sin mediar katanas, el pordiosero alzó sus palillos y en tres finos y ágiles movimientos, hizo caer las tres moscas una a una sobre la mesa.

Fue breve, pero aquello hubiera sido suficiente para sumergir el Monte Fuji en el plato de arroz. Tres cometas estrangulados con un telescopio al aumentar el zoom del lente. Un fuerte aroma de tensión inundó el entorno, como si un ojo rojo


traspasara su magma a través de las puertas corredizas, mirando hacia dentro desde la calle.

Si el mundo fuera un ropero feo y viejo que de pronto se vuelve un acantilado o un acantilado que de pronto se mete en tu cuarto, ¿quién de ustedes querría ser una lluvia de carne?

Todos huyeron despavoridos de la taberna, pues,

Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre.

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ese era Musashi.

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De las estrellas lejanas

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cayó una gran roca.

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Imitación de Li Po

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Un home run golpeando a un anciano en las gradas.

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esparcida sobre el lago.

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formando una plasta esférica

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Una peregrinación de mariposas

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Me acerqué a ver

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Interrumpí la pesca y pospuse el almuerzo.

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a medio sumergir en la orilla.

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y resultó ser una cápsula metálica

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Enterré mi cabeza ligeramente en los cereales. Levanté la puerta con un palo que usaba para trinchar las carpas. Había flúor o plasma azul casi verdoso impreso en el único asiento de cuero negro detrás de los cristales empañados de rojo. Atardecía. Los ojos púrpura del crepúsculo me enceguecieron.


Evisceré las truchas y me marché tranquilo, acostumbrado a esas cosas.

A la medianoche mientras meditaba parado en una pierna una sombra se alargó en la entrada de la cueva. Caí al piso ante la impresión de una presencia que te invade y casi me rompo una muñeca. Parecía el flúor o plasma

pero solidificado.

Le dije anda ven pasa siéntate donde te sientas cómodo toma un trago voy por unas vendas

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estás en tu cueva y pronto hicimos migas.

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de la cápsula que había visto en la mañana

que recolecta sobras de alcohol en la basura.

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Nos embriagamos con mezcolanzas como cualquier vagabundo

Dos libélulas perdidas en los arrozales.

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tatuados en la espalda.

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Mi vocación por el baijiu

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Charlamos sobre tantas cosas. Dimensiones paralelas y agujeros negros

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esa cascada que divide ciertos peñascos entre las ruinas.

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y cuando desperté

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Me quedé dormido

ya se había marchado.

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No intercambiamos nuestros nombres.

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Tendré que empeñar su pistola láser.

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y los restos de mi efectivo.

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Se llevó todo mi baijiu

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Sueño americano Hay un hombre que quiere matarme. Nos conocemos bien o algo. Compartimos el picnic con nuestras esposas en la hora del té, al borde de los riscos.

Flotamos sobre alfombra de hoja seca.

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Hay pan tostado con mermelada

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y tarros de cerveza esparcidos por el pasto. Los niños se lanzan al vacío y reaparecen sobre la hierba fresca, como hechizos de brujas.

Él me estima y creo que también le estimo. Practicamos artes marciales entre semana juntos. Compartimos cancha sin excepción los domingos.

Hace tiempo siento que me devora cuando tengo hambre, o en el momento que un recuerdo trepana mi cabeza de manzana, su presencia me absorbe lentamente como un gusano luminoso. F e N a L

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o bebiendo mi jugo de soya.

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Prepara el desayuno mucho mejor que yo

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Amanece y él ya está ahí, charlando en la cocina con los cuchillos

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de hace dos meses.

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aunque leemos el mismo periódico

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Busco sus botas por debajo de la mesa. Son las mismas que compré

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aquel invierno del 86,

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Así es como lo hace. Soy un bicho que gusta desintegrarse al rozar su secreción verdosa en el jardín.

Me cubre un espejo donde me acerco pero mi silueta se esconde.

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y absorbe con la menor fruición.

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Después introduce un popote en mi trepanación

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y me preparo un licuado de frutos del bosque.

F

Intento olvidarlo todo sacudiendo la cabeza

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en Alaska.


Desaparece como un retrato que se marcha o un narrador omnisciente

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muerto a mitad de novela por inhalar un frasco de cianuro.

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La mujer que pudo ser amante de Musashi

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que no fue filmada)

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(Escenas de un filme intervenidas por una voz poética

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Interior. Atardecer nevado en Tokio. Japón feudal.

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marcial. El Monte Fuji casi oculto, con la cabeza entre los hombros,

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Un templo budista. Grullas embarradas sobre la duela en actitud

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cubiertos por las tinieblas. Masumi recibe al fin una noticia de su amado después de tres años de vientos afilados y neblina espesa. La nieve es lenta como la muerte y parpadea en la ventana como fantasmas en el quiosco.

Monje Kasuki:

Tienes una carta de Musashi.


Exterior. Afuera del templo budista. Cerca de la media noche.

Masumi mira fijamente los carámbanos de hielo, desde hace horas. Sostiene el mensaje con tibieza, sentada sobre el piso de madera, como deseando que esos bloques de hielo se desplomen sobre su cabeza. No dice nada. Solo mira. Sus ojos parecen dos estanques de

Exterior. En la intimidad del bosque. Plenilunio erguido en el cenit, dando la espalda al Monte Fuji. Primera intervención poética.

En alguna parte yendo hacia el corazón del bosque. La espesura es como un manojo de arterias que estallan en un cráter. La luna lame con su lengua blanca las copas de los pinos. Una voz fría que palpita, no en off, sino impregnada en el aire, oculta detrás de las ramas y troncos caídos, pisada por un oso con malformaciones, mordida por una serpiente alada y roja de dos cabezas.

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fuego, son pequeños, pero podría ahogarse un cometa en ellos.

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Se quedó mirando.

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Sus ojos son pequeños,

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Intervención poética:

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Solo recibió unos ideogramas ilegibles,

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perdería su órbita al querer perpetrar su insomnio.

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Un platillo volador

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pero podría ahogarse un cometa en ellos.

escritos sobre un ladrillo

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envuelto con papel de arroz

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y listones rojos, como el intestino grueso de Dios.

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hasta que ya no fue posible ver su cabeza. Quizá su cabello fue absorbido por las algas, quizá se mutó con la superficie plastosa o formó un nuevo ecosistema de plancton, para que florecieran las nuevas generaciones de plancton y de su descendencia, respectivamente, que nunca comenzó. Aunque si estuviera en mis manos escoger, diría que en la actualidad se trata de un cementerio de libélulas que murieron en parálisis cerebral.

O

fue a sumergirse en el estanque,

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Se quedó muy triste y después de tocar un rato,


Ella no necesitaba tocar como tal, solo ponía sus blancos dedos en los orificios y acercaba su boca a la flauta. La música se escurría por sí sola, sin tener que soplar. Una ballena blanca ahorcada con su canto filoso al cruzar con la boca abierta el banco de crin más gigantesco y rosáceo, nunca antes esnifado con las branquias no visibles de su nuca. Era una mujer tal.

Un simple gesto era un buque de risas enlatadas. Aun después de la muerte, su cabeza te brincaría encima.

Exterior. Casi el amanecer. El Monte Fuji sin cabeza.

Al fondo el muñón del cuello del Fuji, cercenado por el sable de Musashi. El hueco es blanco como el alba sin parásitos. Dos aldeanos conversan en voz baja.

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Su sonrisa, un poco chueca y todo, no tenía índice de caducidad.

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Pobre Masumi, esperó mucho tiempo. No pudo aguantar más.

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Aunque un minuto a veces tarda lo mismo que cien crepúsculos en

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Aldeano 1:

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marchitarse.

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Aldeano 2:

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Si Musashi volviese mañana, no la encontraría ni en el estanque.

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carbonizado sobre el hielo. Segunda intervención poética.

El viento huele a cabellos incendiados. El humo es oscuro y cae hacia el cielo. Segunda intervención poética. Una voz que emana de entre las ramas, de entre el muñón del Fuji sin cabeza, no en off, sino impregnada en el aire.

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Exterior. Día nublado. El bosque oscuro y denso. Un cuerpo


Intervención poética:

El espíritu de los pinos asciende al cielo por las noches y es por eso que al despertar, nos enceguece la blancura de la nieve. La patria es un espectro que nos contiene a todos. En otra vida, esta historia sería mejor si no tuviera nombre o también sería posible llamarla algo como: “Canciones donde se entromete el paisaje, el viento eyacula y los audífonos del espectador estallan

De cualquier modo, los ríos no se derraman porque tienen cabellos internos que los sostienen. Un bosque no puede cruzar la carretera de pronto y convertirse en piedra.

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antes del clímax sonoro”.

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LA SENDA DEL RÍO

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Es comunicólogo, docente y escritor. Se ha

desempeñado como periodista independiente en el Grupo Kurós, escribiendo artículos sobre el arte local de la ciudad.

Ha participado en los certámenes de “Pluma Joven”

de San Miguel de Allende, en donde resultó ganador del primer lugar en la categoría de cuento en 2010. Participó en el concurso internacional “New Voices Award” 2016 con su cuento “El tiempo y la memoria”. Actualmente escribe en su blog Apuntes de San Miguel.

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SAN MIGUEL DE ALLENDE,

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La senda del río C LAUDIO DELMAR

Las trampas fueron sembradas esa tarde a lo largo del río de

Los Barcos y Benjamín no escatimó en derramar sangre y vísceras de pollos sobre las agudas dentaduras de hierro. Puso además todo su odio, como si de otro cebo se tratase, en cada una de ellas y se fue ocultándolas por la vereda hasta llegar a la casa, donde aguardó con franca tristeza a que el día fuera menguando. Después de apurar la botella, se echó sobre la mecedora envuelto en un gabán y pensó en buscar la escopeta, pero estaba cansado y ese pensamiento se quedó en su cabeza, como un eco que advierte con fuerza y luego se atenúa en la hondura del valle.

Con el ocaso del sol, dejó que muriera también la hoguera y

esperó a que aparecieran las primeras estrellas. No logró ver ninguna porque el sueño lo invadió. Antes de sucumbir, notó que dos ojos cetrinos lo miraban fijos desde la hierba.

Hizo la casa sobre la senda del río para escuchar su cauce en

los días más secos de abril, cuando sueltan el agua allá en la presa y sacian los campos la sed guardada. Pintó de blanco los muros para añadir luz y sembró limones y naranjos. Le hizo un patio con jardines escalonados llenos de flores y levantó un porche descubierto para tener buena vista al final de la jornada, cuando descansara junto a su perra y miraran a la gente que cruza a prisa rumbo a Los Barcos y a las parvadas alejándose del valle como salvando la vida antes de la puesta.


Tantos años había esperado para volver y ahora que estaba

ahí, rodeado de sonidos, olores y recuerdos, supo que nada habían valido los esfuerzos, recordó que nada es perene en el valle y que las plantas y los animales, aun las pocas personas y el agua del río, solo podían ser memorias, anidadas como vencejos en los acantilados.

Con la noche se fue sintiendo solo y, como si una enfermedad

repentina lo invadiera, le vino también el miedo. Lo familiar se volvió sombrío de golpe, el valle parecía más un cementerio que un hogar y las peñas, que antes fueron guardianes de su infancia, aparecían entre la niebla como testigos macabros de la noche. Tal vez fue a manera

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de remedio que evocó las voces y las formas de la gente que lo había

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criado. Así fue como vio venir a su abuela desde la penumbra, la vio levantarse al pie de una organera que estaba al otro lado de la barda y caminar encorvada hasta la entrada, por donde cruzó con pasos lentos y mudos al tiempo que recogía madera y la llevaba hasta el cobertizo. Cuando pasó junto a la mecedora, le tocó el hombro a Benjamín y la huella de su mano vieja y fría le quedó marcada, causándole escalofrío.

—Qué bueno que viniste, muchacho, ya te habías tardado en

regresar.

Luego se acomodó junto a la hoguera y agregó leños a los

carbones todavía encendidos para que pronto hubiera luz nueva y pudieran mirarse las caras.

—¿Cómo viste la casa, abuela?

—Te quedó bien, Benjamín, lástima que no sea cierta, aunque

más lástima me da tu perra. Mejor te hubieras casado, es mejor la compañía de una mujer; al menos ella te entiende, los chuchitos nomás se quedan viendo y esperan que la mano les arroje la comida.

“Ahora que no estuviste, yo guardaba esperanzas de que

hubieras encontrado señora; le pedí tanto a dios que te la concediera F e N a L

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47 agua de tu pensamiento. Pero ya ves que no, tú siempre fuiste distinto, no estabas buscando como los otros, te bastaba con ver en el cielo a las golondrinas y con hacer tu parte en la labranza sin decir nada.

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casando de puro coraje, enfadadas de que no llegaras nunca a tocar a

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estabas grandote y ellas te miraban mucho. Pobres viejas, se fueron

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Y hubieras tenido a cualquiera de Los Barcos, muchacho, porque

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para que no estuvieras triste y caviloso todo el día, sumergido en el

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“Tu papá te rogó tanto que tuvieras familia y cómo te juzgó

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cuando te vio partir. Pero yo no te juzgo, Benjamín, ¿quién soy yo

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para juzgar? Solo dios tiene esa labor y ha de ser la única que por aquí

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tendrá.

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sus puertas.

—A ti te viene a buscar de noche. Por eso vine, a advertirte

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—¿Y a qué hora viene dios, abuela?

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porque ellas creen que nunca les va a amanecer, se quedan con ese

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miedo a que nunca salga el sol y no se dan cuenta ya de que los días pasan, y se vuelven viejas, porque el alma también se pone vieja. Mejor harías si te pones a rezar por tu alma.

—Cuéntame la historia de los coyotes, abuela, quiero saber a

qué me estoy enfrentando.

Una chispa le saltó en la cara y lo trajo de vuelta al valle.

Cuando abrió los ojos recordó a su perra despedazada, así la encontró esa mañana a la orilla del río. La noche anterior la oyó ladrar a lo lejos y oyó también los aullidos de las otras fieras. Pensó en ir a buscarla, pero estaba borracho y en lugar de ir soñó que había ido por ella. Al alba sufrió la angustia en su pecho cuando ya no la sintió echada al pie de la cama y se levantó a prisa para ir a buscarla por el sendero.

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que es malo morirse cuando no hay luz. Andan las ánimas penando


Ya reincorporado, buscó de reojo a su abuela, pero no estaba.

Miró hacia el huerto y de soslayo al cobertizo. Pensó que, luego de echar los leños en la lumbre, se había marchado cuesta arriba hasta desaparecer en las encinas, pero no quiso voltear por miedo. El sueño lo invadía de nuevo, pensó en los ojos que antes había mirado, pero allá en el fondo, hacia la vaguada del río, solo había luciérnagas y oscuridad.

—¡Benjas, Benjas! Me mataron los coyotes. Anoche fui al

maizal cuando los sentí, les ladré con toda mi casta. Me sentía valiente y segura de que tú ibas a llegar por mí empuñando la escopeta. Con

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uno que tus balas hubieran alcanzado, para que me dejaras darme

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gusto con sus despojos y llenarme de su sangre el hocico. Me engreí pensando en ti echándoles toda la carga encima, carcajeándote de gusto como un diablo que castiga a los pecadores. Pero cuando la luz me abandonó, ahí en medio de la milpa, y supe que no vendrías, me llené de miedo. Los sentí rodeándome, buscándome la garganta, y entre la hierba les vi la sonrisa y los ojos encendidos. Te grité, Benjas, pero no me oíste. Luego me alcanzaron y ya solo sentí la muerte cayéndome encima. Y mira, cómo me dejaron, la pura cabeza dejaron, viendo a la casa por si venías.

“¡Abuela, no dejes que me muera aquí!” Sudaba febril ante

las llamas avivadas de la hoguera y convulsionaba a causa de sus pesadillas. Pero al recuperar la calma se avergonzó de haber gemido ante los espantos de la noche y se fue acordando de su padre. Él siempre lo había alentado a no temer en el valle. “Esta es tu casa, Benjamín”, le decía; pero ahora que se mostraba infame como unas fauces que lo engullían, le costaba tanto mantener su compromiso.

Cuando recobró la postura, oyó que alguien afilaba un machete

y vio la limadura quemándose en las llamas. Tardó en reconocerlo F e N a L

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49 herramienta las adivinó enseguida, duras y encallecidas como las de su papá, asomándose de entre la oscuridad hasta los codos, donde ya no se miraba el cuerpo ni nada, salvo la noche. —Yo me acuerdo de esa historia, la de los coyotes. Tu abuela

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era también la cocina, y se oía aullar a esos animales por el vado. A

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la contaba en las noches negras, cuando cenábamos en la troje, que

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porque el sombrero le tapaba la cara, pero las manos dando filo a la

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quesadillas en el comal, el vapor de los frijolitos, la canela cociéndose

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en el pocillo.

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“No me gustaba la historia, pero sabía que era cierta y por su

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mí nunca me gustó escucharla, me gustaban en cambio el olor de las

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Yo me acuerdo… ¿Te acuerdas tú, mijo?

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—De la historia ya no tanto, papá, ni de nada, por eso harías

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causa yo siempre odié a los coyotes, así como tú los estás odiando…

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—No, Benjamín, de los coyotes no es bueno hablar, no en

vísperas de la muerte. Escúchala rondando ya del otro lado del muro.

—¿Y entonces, a qué has venido?

No lo dijo, pero ambos recordaron en silencio que los

coyotes y la noche son una misma sustancia. Si andan cerca, la piel se engarruña como queriendo huir del cuerpo, y con los ojos indagan en el pensamiento, escarbando bien profundo hasta encontrar un pecado que duela, para luego repetirlo una y otra vez, hasta que uno queda inmerso en él, perdido como una garza en la oscuridad.

—Harías bien en entender a qué venimos. Y si aún no lo

averiguas, no te apures, ya pronto lo sabrás. Mira que hiciste tu casa sobre la senda del río. Nada esperes, no esperes gran cosa de nosotros, rotos ya y desventurados. ¿Qué podrían hacer por ti estas manos, si están quebradas y llenas de espinas, igual que la tarde que me caí del

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bien en contarla.


caballo? ¿Qué esperabas, niño, de estos baldíos embrujados, dime, a qué te regresabas?

“Y no llores, muchacho, que morir dura lo que dura la noche.

Ya mañana volverán las aves a cantar y tus animales serán libres del trabajo que les diste. La maleza cubrirá de nuevo el suelo del camino y el maíz que sembraste lo disfrutarán las ratas. Mira el cielo, ya están por fin brillando las estrellas. Camina por la senda, pero no esperes que alguien te salve, no esperes que el sol venga todavía, ¿y tu perro, dónde está tu perro? A Carma, la perra muerta de Benjamín, algo le habían hallado

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la noche anterior, cuando le miraron los ojos grandes y le calcularon el

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tamaño que no cuadraba con la valentía. Lo cierto es que vieron duda, el recuerdo de haber visto botellas vacías en el suelo de la habitación, el olor dulzón de la respiración del hombre, la torpeza de sus manos mientras se desvestía. Y ahí, en medio de la noche, la perra supo que su amo no lograría llegar. Y Benjamín la halló esa mañana, o lo que quedó de ella, sobre una mácula de sangre en la vereda, con los ojos entreabiertos, lagrimeando todavía como alguien que tardó mucho en morir.

La noche estaba menguando y todo, voces, recuerdos y carne

se volvían arena y silencio.

Esta mañana, las piedras del valle crujen al toque del sol.

Allá en la alta peña, una cruz que prometió cuidarlo se desvencija y cae. Más tarde, cuando el aire se aligera, se oye el río cruzando por el valle como un niño inocente que todo ignora y que a nada teme. Ahí, bajo el intenso ruido de la naturaleza, el valle carece del resuello de los hombres, y no hace eco su labor de herir la tierra con el arado. Ni un alma, ni una gota de sudor rompiéndose contra la tierra. F e N a L

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51 Pero en la ladera que el sol aún no toca, una ruina estira el

cuello para hacerse notar entre los matorrales. Sus muros infestados de abejorros, los travesaños de mezquite pandos de tanto esperar y la puerta de hierro colgando, aguardan el regreso de su amo que no llega Antes hubo una mecedora en el porche, como si alguien

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viviera, pero los arrieros dicen que la ruina es añosa y no hay

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por el camino ya cerrado por el ocotillo.

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conocido”. Luego cierran la charla de golpe, intranquilos. Bien saben

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que en el monte se miran cosas de poca lógica y a esa hora, con la luz

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aún dudosa, vienen los recuerdos de los miedos advertidos y no hay

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recuerdos de sus moradores. “Ahí nunca vivió nadie, al menos nadie

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figurando palabras tristes en la soledad del campo.

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manera de saber si alguien preguntó de veras o si las aves trinaron,

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Panza verde, músico, lector, escritor, dandi entre basura. Estudió Comunicación. Toca y canta en ¡Los Padrinos! Escribe sobre música y cine y ha colaborado con varias revistas y periódicos (entre ellos, LaPopLife, Círculo Mixup, El Heraldo de León). Es profesor, coleccionista de discos y acumulador de libros y películas. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú. Cree que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners y procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

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En esta ciudad no pasa nada SALOMÓN BERDEJA

“¿Cómo va a ser? Si en esta ciudad no pasa nada”.

Me temblaban las manos. Ahogué un grito. Vino el váguido.

Y caí al suelo como un árbol al que le arrancaron las raíces, me rompí la boca contra el pavimento… *

No recuerdo bien dónde la conocí. En el ambiente, eso sí. Yo

no andaba en moto, pero mis cuates sí. A mí lo que me gustaba era la música. Siempre me gustó. Mi abuelo ponía danzones en casa; mi abuela, arias de ópera. En la cuadra, éramos los únicos que teníamos un fonógrafo. Todo mundo iba a escuchar.

Pero luego crecí y llegaron esos discos pequeños, de cuarenta-

y-cinco. Los que giran rápido, como las llantas de un coche gringo, de un Super Speeder brillante. Justo la medida, menda, el reventón hecho plato de plástico. Ya no se rompían, como los discos de setentay-ocho del abuelo y de la abuela. ¡Y la música que sonaba de ellos, acelerada y peligrosa!

No recuerdo bien dónde la conocí, pero siempre hablamos

de música y de coches y de salir de este agujero a una ciudad más cosmo, como decía ella. Este rancho mocho, decía Mary, nos queda muy chiquito. Y me acariciaba la cabeza.


Fuimos al Cine Ideal a ver Rebelde sin causa un jueves.

Esperamos a que Mary saliera del trabajo, recargados en la pared junto a la puerta del edificio Montes de Oca. “El Señor Sánchez me sermoneó”, dijo consternada cuando salió por fin, cara larga y falda corta. “Pero qué me importa, que yo soy rebelde”, remató, mientras retomaba la compostura. Y soltó la carcajada. Así era ella.

Entramos al cine y los acomodadores nos veían mal. Íbamos

en bola. Estábamos, además de Mary –y su servilleta, claro–, el Paco, el Joe, el Lucio, el Chundo (que era el más llevado de todos), el Macoy y el Barry, además de la Nena, la Ajijí y, por supuesto, la Rita, que era

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la más clavada y regañona. Se sentía la líder. No: era la líder. Con esos

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puños y esa personalidad, cómo no iba a serlo.

Al salir, Mary no podía dejar de hablar de James Dean.

Y yo, aunque me parezco más al personaje de Sal Mineo, tampoco podía dejar de hablar de James Dean. Que se hubiera muerto a toda velocidad y dejado un cadáver limpio, joven y bonito era algo que nos obsesionaba. Esa noche, como retando al destino, nos salimos todos en las motos. Esa noche no fuimos al Trocadero porque ahí solo íbamos cuando estábamos muy aburridos, y tampoco pasamos por el Caleta en el Pasaje Catedral, donde seguro nos esperaban los demás. Andábamos con un subidón de adrenalina y nos fuimos a rolar, yo en el asiento trasero de la moto del Macoy, Mary con el Chundo. “Rebelde”, qué palabra. ¿Se necesita una causa para eso? Para mí sonaba a revolución, a andar en el polvo y pelear por la vida que uno quiere; me sonaba a peligro, a misterio inalcanzable. Pero Mary estaba en su mero mole, en su elemento. Para ella no era una palabra lejana. Ella era rebelde desde hacía mucho tiempo, desde que había agarrado conciencia de las cosas. Desde que, algunos años atrás, decidió que le aburría tanto aburrimiento y que la vida podía y tenía que ser distinta. F e N a L

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Llegué tarde al trabajo al día siguiente. Mi tío, Celso, me pegó

la regañiza de mi vida. Me la gané. Temblando, me fui a hacer los mandados del día, como pinche perro con la cola entre las patas. Y luego recordé la noche anterior. A James Dean. Ir en la parte trasera de la moto del Macoy, aullando como lobos orates a un reflector de alfombra roja de Hollywood creyendo que era la luna, con el viento en la cara, el miedo por completo ausente. Sin miedo, ¿sabes lo que

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son, puro simulacro, que todos representaban en este mustio pueblo?

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mejor quedarse a formar parte de la tediosa obra de teatro sin ton ni

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si eso era lo que tocaba, para morir a lo James Dean. ¿O a poco era

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es eso? A nada. Viniera lo que viniera, estábamos listos. Preparados,

MENCIÓN HONORÍFICA

*

Nomás salir me fui a la Copa de Leche, ahí en el centro. Se C

gargantas mojadas de Pepsi, de agua mineral, ¡alguien ya le echó

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carreras que alguien organizó en San Pancho a lo puro ilegal, de Elvis esquina. Pensaba en mi abuelo, el ferrocarrilero que bailaba danzón;

¿qué diablos se sentirá morir? ¿Dolerá mucho? ¿Qué imágenes verá

Pensaba en Mary, ausente. En su nariz que hacía un ángulo

muy extraño, en sus ojos que eran como una música. En sus dientes muy blancos que mostraba al reír, como un lobo que vi una vez en una ilustración en un libro, como diciendo “aquí estoy y nadie me va a quitar de aquí”. En cómo Mary era un James Dean en la película de mi vida y en cómo yo era un Sal Mineo en la película de la suya.

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uno en su cabeza al saber que todo se acabó, kaput, nunca más?

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pero que sabía todo de ella. Pensaba en el cadáver de James Dean:

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en mi abuela, la hija de buena familia que jamás había ido a la ópera,

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(¡cómo las vuelve locas ese compadre!), yo me quedé como lelo en una

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licor de fayuca!, ¿qué pasó?) acerca de la película de anoche, de unas

I

respiraba pura camaradería. Y aunque todo mundo parloteaba (las


*

Mary se fue de casa. Se escapó por unos días. Se peleó con

sus viejos mochos, como les decía. La veían mal. La regañaban todo el tiempo. No la dejaban salir vestida como ella quería. ¡Pero en qué pensaban! Es el siglo veinte, menda, casi el veintiuno. Sesenta y casi dos años de esto y sus viejos querían que fuera una señorita de rancho. ¡Mary no iba a dejarse! Uno ya no quiere ser así, uno ve al futuro con otros ojos. Si ya hasta nos van a poner un eje que cruce el pinche pueblo para andar con el coche. ¡La de arrancones que nos vamos a poner en las motos!

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Se quedó conmigo un par de días. Yo dormía en el sillón, qué

tiene. Ella se iba a trabajar, eso sí, puntual, cada mañana. Suerte que vivo con mi tío, lo bueno de trabajar con él, y que andaba de viaje en Querétaro o San Luis. De todos modos él no habría dicho nada. Mi tío dice que los jóvenes no están mal, que ya es hora de sacudir la moral del pueblo. Que nomás tengamos mucho cuidado, que no todo riesgo vale la pena. Y que no lleguemos tarde a la chamba. Mary se quedó muy pensativa la última noche que estuvo aquí, con sus ojos fijos en la pared. Le pregunté qué tenía. “Nada”, me dijo. “Es solo que a veces no sé si todo esto va bien. No sé si voy a lograr salir de aquí y vivir como quiero”. Y suspiró, muy raro, porque Mary nunca se ponía sentimental. “Pero qué más da, lo que queda es disfrutar esto”, me dijo, y sonrió con todos los dientes, con los ojos hechos platos y las arruguitas en su nariz chueca. Me acarició la cabeza. Y se fue a dormir. Al día siguiente, temprano, se había ido y recogido sus cosas. Ya no la vi más. *

Aturdido, me aflojé la corbata. Quería devolver el estómago.

Quería gritar, aullar como un lobo orate de dolor, salir del mundo F e N a L

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59 el Margo’s, desaparecer para siempre de este pueblo atroz, de este mundo bárbaro.

Habían encontrado a Mary. Después de días de no saber sobre

ella, dieron con sus huesitos. No, no es un decir. Pienso en ello y se me cierra la garganta y se me salen las lágrimas como a una regadera descompuesta.

Mary yacía muerta bajo las escaleras de una casa en obra

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pesadilla. Jardines del Moral, dijo el policía.

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Nubes, escucha nomás, nombre tan de ensueño cuando todo es una

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que dejó de ir a trabajar, hace como dos semanas. Tirada. En la calle

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negra, allá por el cerro, en las colonias nuevas. Llevaba días ahí, desde

MENCIÓN HONORÍFICA

con la levedad del humo de los cigarros de los que beben y comen en

“Moral”. Imagínense ustedes. Mary se habría reído del asunto. C

menda; mira nomás. Ella era moderna antes de que la modernidad

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cuando los años pasen. Al menos no la recordarán como nosotros. todos les gusta recordar porque no tienen vidas propias, carajo. ¿Por

Dicen que mataron a Mary. ¿Quién la iba a matar? No le

cuerpo, su cuello roto. Dicen –¡claro que lo iban a decir!– que andaba en malos pasos, que eso le pasaba por andar de coscolina, que era una indecente. Que los rebecos, nosotros, siempre acabábamos mal. Que la juventud esto y aquello. ¿No te digo? Pueblo mustio, abigarrado, imbécil. Enfermo.

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faltaba nada cuando la encontraron. Tenía muchos raspones en su

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come las entrañas…

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qué ella? No puedo con este dolor, con esta méndiga ansiedad que me

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Quedará como un nombre de nota roja, una tragedia de esas que a

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llegara aquí. Pero eso qué. Está muerta. Nadie se acordará de ella

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Inmoral es un adjetivo que usaban para tildarnos. Y ahora, mira,


* Nos mandaron a todos a la jaula. Prisión preventiva, dijo un agente. Sí, nos maltrataron. Pero eso qué. De jaloneos no pasó. Seguimos aquí, sentimos dolor, respiramos. Nos hicieron muchas preguntas. Querían inculpar a alguien a la fuerza. “Alguien de ustedes la mató, cabrones”, nos gritaban. Pero estábamos tan desconcertados como ellos. Salimos después de algunos días, a cuentagotas, uno por uno, cuando encontraron que de verdad no sabíamos nada. Yo me moría de miedo. Y ahora me muero de pura confusión.

La verdad se supo tiempo después, cuando ya estábamos

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todos chatos, oxidados sin haber llegado a los veinte, con

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permanentes huecos en la panza y la cabeza hecha un jirón de cables descompuestos; íbamos por ahí como si nos hubieran arrebatado la juventud, ancianos prematuros que arrastran los pies de tan cansados de vivir. Mary empezó a salir con un fulano, a escondidas. Aventada como era, se le echó a los brazos sin pensarlo dos veces. Se iban a rolar en moto, claro. Se arrancaban a toda velocidad en las calles allá por el cerro, donde las casas nuevas, porque todavía hay poca gente. No iban a las fuentes de sodas como nosotros, sino al Barrio de Santiago, por eso nunca los vimos juntos.

Y una tarde muy tarde, allá por donde la encontraron, iban

en la moto, veloces como un disparo. Aullando como lobos orates. Y la moto derrapó en la glorieta de las Américas. El aparato dio vueltas, rugió como cañón desquiciado y sin puntería, y azotó contra el pavimento como res en el matadero. Mary salió disparada.

¿Qué diablos se sentirá morir? ¿Dolerá mucho? ¿Qué

imágenes viste en tu cabeza al saber que todo se acababa, Mary? ¿Por qué tú? ¿Y ahora qué? F e N a L

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61 La zona estaba desolada, vacía. El fulano, presa del pánico, fue

a tirar el cuerpo a una casa en construcción. A nuestra Mary, como si fuera un bulto de cal. Fue fácil. Nadie se daría cuenta y pocos indicios apuntarían hacia él. Además, estaba echando una cana al aire, tenía familia, creyó que se saldría con la suya. Lo hizo por algunas semanas. Pero todo cae por su propio peso.

Todo. Hasta nosotros, supongo. Hasta esta juventud que se

nos acabó de golpe.

Me temblaban las manos. Ahogué un grito. Vino el váguido.

Se nos fue la juventud, se nos fue la vida. No hay una lección en

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“¿Cómo va a ser? Si en esta ciudad no pasa nada”.

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esto. Ni sentido. Estamos tan confundidos como la ciudad. Como los C

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En esta ciudad no pasa nada. Ni cuando pasa.

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tiempos.

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PREMIOS DE LITERATURA LEÓN 2018_ POESÍA LIBRE | CUENTO CORTO

Se terminó de imprimir el mes de enero del 2018 en la ciudad de León, Guanajuato, México con un tiraje de 1 000 ejemplares.

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Ya han pasado 16 años desde que la Feria de León convocó por primera ocasión a los Juegos Florales del Tercer Milenio, que durante sus primeras tres ediciones estuvieron volcados a la poesía, premiando las categorías de Canto a León y Elogio a la Reina de la Ciudad. En 2008 estos Juegos Florales dieron un giro y se transformaron en los Premios de Literatura León bajo el resguardo del Patronato de la Feria y el Instituto Cultural de León. De esta forma nació un nuevo proyecto que reúne una muestra de la actualidad en la literatura guanajuatense en las categorías de cuento corto y poesía libre. Con este nuevo formato surgió una fructífera tradición: publicar una antología anual con los trabajos ganadores, tradición que continúa con los textos de Francisco Emmanuel Grimaldi Jasso y Reynaldo Flores Muñoz, primeros lugares en los certámenes de cuento corto y poesía libre respectivamente. Se suma un relato más de Raúl Esteban Cisneros González, quien recibió una mención honorífica. Deseamos que esta publicación sea del agrado del lector, quien encontrará entre sus páginas una muestra ineludible de la inventiva y el talento de tintas guanajuatenses.


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