Apunte para el Campamento de Verano 2016

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LA CUESTIÓN NACIONAL FUNDAMENTOS DEL LENINISMO - JOSÉ STALIN 1924 Conferencias pronunciadas a cuadros jóvenes del PCUS en la Universidad Sverdloc Analizaré dos cuestiones fundamentales de este tema: a) planteamiento de la cuestión, b) el movimiento de liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. 1) Planteamiento de la cuestión. Durante los dos últimos decenios, la cuestión nacional ha sufrido una serie de cambios muy importantes. La cuestión nacional del período de la II Internacional y la cuestión nacional del período del leninismo distan mucho de ser lo mismo. No sólo se diferencian profundamente por su extensión, sino por su carácter interno. Antes, la cuestión nacional no se salía, por lo común, de un estrecho círculo de problemas, relacionados principalmente con las nacionalidades "cultas". Irlandeses, húngaros, polacos, finlandeses, servios y algunas otras nacionalidades europeas: tal era el conjunto de pueblos sin plenitud de derechos por cuya suerte se interesaban los personajes de la II Internacional. Los pueblos asiáticos y africanos, decenas y centenares de millones de personas-, que sufren la opresión nacional en su forma más brutal y más cruel, quedaban generalmente fuera de su horizonte visual. No se decidían a poner en un mismo plano a los blancos y a los negros, a los pueblos "cultos" y a los "incultos". De dos o tres resoluciones vacuas y agridulces, en las que se eludía cuidadosamente el problema de la liberación de las colonias, era todo de lo que podían vanagloriarse los personajes de la II Internacional. Hoy, esa doblez y esas medias tintas en la cuestión nacional deben considerarse suprimidas. El leninismo ha puesto al desnudo esta incongruencia escandalosa, ha demolido la muralla entre los blancos y los negros, entre los europeos y los asiáticos, entre los esclavos "cultos" e "incultos" del imperialismo, y con ello ha vinculado la cuestión nacional al problema de las colonias. Con ello, la cuestión nacional ha dejado de ser una cuestión particular e interna de los Estados para convertirse en una cuestión general e internacional, en la cuestión mundial de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos de los países dependientes y de las colonias. Antes, el principio de la autodeterminación de las naciones solía interpretarse desacertadamente, reduciéndolo, con frecuencia, al derecho de las naciones a la autonomía. Algunos líderes de la II Internacional llegaron incluso a convertir el derecho a la autodeterminación en el derecho a la autonomía cultural, es decir, en el derecho de las naciones oprimidas a tener sus propias instituciones culturales., dejando todo el Poder político en manos de la nación dominante. Esta circunstancia hacía que la idea de la autodeterminación corriese el riesgo de transformarse, de un arma para luchar contra las anexiones, en un instrumento para justificarlas. Hoy, esta confusión debe considerarse suprimida. El leninismo ha ampliado el concepto de la autodeterminación, interpretándolo como el derecho de los pueblos oprimidos de los países dependientes y de las colonias a la completa separación como el derecho de las naciones a existir como Estados independientes. Con ello, se eliminó la posibilidad de justificar las anexiones mediante la interpretación del derecho a la autodeterminación como derecho a la autonomía. El principio mismo de autodeterminación, que en manos de los socialchovinistas sirvió, indudablemente, durante la guerra imperialista, de instrumento para engañar a las masas, convirtióse, de este modo, en instrumento para desenmascarar todos y cada uno de los apetitos


imperialistas y maquinaciones chovinistas, en instrumento de educación política de las masas en el espíritu del internacionalismo. Antes, la cuestión de las naciones oprimidas solía considerarse como una cuestión puramente jurídica. Los partidos de la II Internacional se contentaban con la proclamación solemne de "la igualdad de derechos de las naciones" y con innumerables declaraciones sobre la "igualdad de las naciones", encubriendo el hecho de que, en el imperialismo, en el que un grupo de naciones (la minoría) vive a expensas de la explotación de otro grupo de naciones, la "igualdad de las naciones" es un escarnio para los pueblos oprimidos. Ahora, esta concepción jurídica burguesa de la cuestión nacional debe considerarse desenmascarada. El leninismo ha hecho descender la cuestión nacional, desde las cumbres de las declaraciones altisonantes, a la tierra, afirmando que las declaraciones sobre la "igualdad de las naciones", si no son respaldadas por el apoyo directo de los partidos proletarios a la lucha de liberación de los pueblos oprimidos, no son más que declaraciones hueras e hipócritas. Con ello, la cuestión de las naciones oprimidas se ha convertido en la cuestión de apoyar, de ayudar, y de ayudar de un modo real y constante, a las naciones oprimidas en su lucha contra el imperialismo, por la verdadera igualdad de las naciones, por su existencia como Estados independientes. Antes, la cuestión nacional se enfocaba de un modo reformista, como una cuestión aislada, independiente, sin relación alguna con la cuestión general del Poder del capital, del derrocamiento del imperialismo, de la revolución proletaria. Dábase tácitamente por supuesto que la victoria del proletariado de Europa era posible sin una alianza directa con el movimiento de liberación de las colonias, que la cuestión nacional y colonial podía resolverse a la chita callando, "de por sí", al margen de la vía magna de la revolución proletaria, sin una lucha revolucionaria contra el imperialismo. Ahora, este punto de vista antirrevolucionario debe considerarse desenmascarado. El leninismo demostró, y la guerra imperialista y la revolución en Rusia lo han corroborado, que el problema nacional sólo puede resolverse en relación con la revolución proletaria y sobre la base de ella; que el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa a través de la alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo. La cuestión nacional es una parte de la cuestión general de la revolución proletaria, una parte de la cuestión de la dictadura del proletariado. La cuestión se plantea así: ¿se han agotado ya las posibilidades revolucionarias que ofrece el movimiento revolucionario de liberación de los países oprimidos o no se han agotado? Y si no se han agotado, ¿hay la esperanza de aprovechar estas posibilidades para la revolución proletaria, de convertir a los países dependientes y a las colonias, de reserva de la burguesía imperialista, en reserva del proletariado revolucionario, en aliado suyo?, ¿hay fundamento para ello? El leninismo da a esta pregunta una respuesta afirmativa, es decir, reconoce que en el seno del movimiento de liberación nacional de los países oprimidos hay fuerzas revolucionarias y que es posible utilizar esas fuerzas para el derrocamiento del enemigo común, para el derrocamiento del imperialismo. La mecánica del desarrollo del imperialismo, la guerra imperialista y la revolución en Rusia confirman plenamente las conclusiones del leninismo a este respecto. De ahí la necesidad de que el proletariado de las naciones "imperiales" apoye decidida y enérgicamente el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos y dependientes. Esto no significa, por supuesto, que el proletariado deba apoyar todo movimiento nacional, siempre y en todas partes, en todos y en cada uno de los casos concretos. De lo que se trata es de apoyar los movimientos nacionales encaminados a debilitar el imperialismo, a derrocarlo, y no a reforzarlo y mantenerlo. Hay casos en que los movimientos nacionales de determinados países oprimidos chocan con los intereses del desarrollo del movimiento proletario. Cae de su peso que en esos casos ni siquiera puede hablarse de apoyo. La cuestión de los derechos de las naciones no es una cuestión aislada, independiente, sino una parte de la cuestión general de la revolución proletaria, una parte supeditada al todo y que debe ser enfocada desde el punto de vista del todo.


En los años 40 del siglo pasado, Marx defendía el movimiento nacional de los polacos y de los húngaros contra el movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos. ¿Por qué? Porque los checos y los sudeslavos eran por aquel entonces "pueblos reaccionarios", "puestos avanzados de Rusia" en Europa, puestos avanzados del absolutismo, mientras que los polacos y los húngaros eran "pueblos revolucionarios", que luchaban contra el absolutismo. Porque apoyar el movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos significaba entonces apoyar indirectamente al zarismo, el enemigo más peligroso del movimiento revolucionario de Europa. Las distintas reivindicaciones de la democracia -dice Lenin-, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo absoluto, sino una partícula de todo el movimiento democrático (hoy, socialista) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se halle en contradicción con el todo; entonces, hay que desecharla (v. t. XIX, págs. 257258). Así se plantea la cuestión de los distintos movimientos nacionales, y del carácter, posiblemente reaccionario, de estos movimientos, siempre y cuando, naturalmente, que no se los enfoque desde un punto de vista formal, desde el punto de vista de los derechos abstractos, sino en un plano concreto, desde el punto de vista de los intereses del movimiento revolucionario. Otro tanto hay que decir del carácter revolucionario de los movimientos nacionales en general. El carácter indudablemente revolucionario de la inmensa mayoría de los movimientos nacionales es algo tan relativo y peculiar, como lo es el carácter posiblemente reaccionario de algunos movimientos nacionales concretos. El carácter revolucionario del movimiento nacional, en las condiciones de la opresión imperialista, no presupone forzosamente, ni mucho menos, la existencia de elementos proletarios en el movimiento, la existencia de un programa revolucionario o republicano del movimiento, la existencia en éste de una base democrática. La lucha del emir de Afganistán por la independencia de su país es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas monárquicas del emir y de sus partidarios, porque esa lucha debilita al imperialismo, lo descompone, lo socava. En cambio, la lucha de demócratas y "socialistas", de "revolucionarios" y republicanos tan "radicales" como Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann, Chernov y Dan, Henderson y Clynes durante la guerra imperialista era una lucha reaccionaria, porque el resultado que se obtuvo con ello fue pintar de color de rosa, fortalecer y dar la victoria al imperialismo. La lucha de los comerciantes y de los intelectuales burgueses egipcios por la independencia de Egipto es, por las mismas causas, una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar del origen burgués y de la condición burguesa de los líderes del movimiento nacional egipcio, a pesar de que estén en contra del socialismo. En cambio, la lucha del gobierno "obrero" inglés por mantener a Egipto en una situación de dependencia es, por las mismas causas, una lucha reaccionaria, a pesar del origen proletario y del título proletario de los miembros de ese gobierno, a pesar de que son "partidarios" del socialismo. Y no hablo ya del movimiento nacional de otras colonias y países dependientes más grandes, como la India y China, cada uno de cuyos pasos por la senda de la liberación, aun cuando no se ajuste a los requisitos de la democracia formal, es un terrible mazazo asestado al imperialismo, es decir, un paso indiscutiblemente revolucionario. Lenin tiene razón cuando dice que el movimiento nacional de los países oprimidos no debe valorarse desde el punto de vista de la democracia formal, sino desde el punto de vista de los resultados prácticos dentro del balance general de la lucha contra el imperialismo, es decir, que debe enfocarse "no aisladamente, sino en escala mundial" (v. t. XIX, pág. 257). 2) El movimiento de liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Al resolver la cuestión nacional, el leninismo parte de los principios siguientes: a) el mundo está dividido en dos campos: el que integran un puñado de naciones civilizadas, que poseen el capital financiero y explotan a la inmensa mayoría de la población del planeta, y el campo de los pueblos oprimidos y explotados de las colonias y de los países dependientes, que forman esta mayoría;


b) las colonias y los países dependientes, oprimidos y explotados por el capital financiero, constituyen una formidable reserva y es el más importante manantial de fuerzas para el imperialismo; c) la lucha revolucionaria de los pueblos oprimidos de las colonias y de los países dependientes contra el imperialismo es el único camino por el que dichos pueblos pueden emanciparse de la opresión y de la explotación; d) las colonias y los países dependientes más importantes han iniciado ya el movimiento de liberación nacional, que tiene que conducir por fuerza a la crisis del capitalismo mundial; e) los intereses del movimiento proletario en los países desarrollados y del movimiento de liberación nacional en las colonias exigen la unión de estas dos formas del movimiento revolucionario en un frente común contra el enemigo común, contra el imperialismo; f) la clase obrera en los países desarrollados no puede triunfar, ni los pueblos oprimidos liberarse del yugo del imperialismo, sin la formación y consolidación de un frente revolucionario común; g) este frente revolucionario común no puede formarse si el proletariado de las naciones opresoras no presta un apoyo directo y resuelto al movimiento de liberación de los pueblos oprimidos contra el imperialismo "de su propia patria", pues "el pueblo que oprime a otros pueblos no puede ser libre" (Engels); h) este apoyo significa: sostener, defender y llevar a la práctica la consigna del derecho de las naciones a la separación y a la existencia como Estados independientes; i) sin poner en práctica esta consigna es imposible lograr la unificación y la colaboración de las naciones en una sola economía mundial, que constituye la base material para el triunfo del socialismo en el mundo entero; j) esta unificación sólo puede ser una unificación voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y de relaciones fraternales entre los pueblos De aquí se derivan dos aspectos, dos tendencias en la cuestión nacional: la tendencia a liberarse políticamente de las cadenas del imperialismo y a formar Estados nacionales independientes, que ha surgido sobre la base de la opresión imperialista y de la explotación colonial, y la tendencia al acercamiento económico de las naciones, que ha surgido a consecuencia de la formación de un mercado y una economía mundiales. El capitalismo en desarrollo -dice Lenin- conoce dos tendencias históricas en la cuestión nacional. Primera: el despertar de la vida nacional y de los movimientos nacionales, la lucha contra toda opresión nacional, la creación de Estados nacionales. Segunda: el desarrollo y la multiplicación de vínculos de todo género entre las naciones, la destrucción de las barreras nacionales, la creación de la unidad internacional del capital, de la vida económica en general, de la política, de la ciencia, etc. Ambas tendencias son una ley mundial del capitalismo. La primera predomina en los comienzos de su desarrollo, la segunda caracteriza al capitalismo maduro, que marcha hacia su transformación en sociedad socialista (v. t. XVII, págs. 139-140). Para el imperialismo, estas dos tendencias son contradicciones inconciliables, porque el imperialismo no puede vivir sin explotar a las colonias y sin mantenerlas por la fuerza en el marco


de "un todo único"; porque el imperialismo no puede aproximar a las naciones más que mediante anexiones y conquistas coloniales, sin las que, hablando en términos generales, es inconcebible. Para el comunismo, por el contrario, estas tendencias no son más que dos aspectos de un mismo problema, del problema de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos, porque el comunismo sabe que la unificación de los pueblos en una sola economía mundial sólo es posible sobre la base de la confianza mutua y del libre consentimiento y que para llegar a la unión voluntaria de los pueblos hay que pasar por la separación de las colonias del "todo único" imperialista y por su transformación en Estados independientes. De aquí la necesidad de una lucha tenaz, incesante, resuelta, contra el chovinismo imperialista de los "socialistas" de las naciones dominantes (Inglaterra, Francia Estados Unidos de América, Italia, Japón, etc.), que no quieren combatir a sus gobiernos imperialistas ni apoyar la lucha de los pueblos oprimidos de "sus" colonias por liberarse de la opresión, separarse y formar Estados independientes. Sin esta lucha es inconcebible la educación de la clase obrera de las naciones dominantes en un espíritu de verdadero internacionalismo, en un espíritu de acercamiento a las masas trabajadoras de los países dependientes y de las colonias, en un espíritu de verdadera preparación de la revolución proletaria. La revolución no habría vencido en Rusia, y Kolchak y Denikin no hubieran sido derrotados, si el proletariado ruso no hubiese tenido de su parte la simpatía y el apoyo de los pueblos oprimidos del antiguo Imperio Ruso. Ahora bien, para ganarse la simpatía y el apoyo de estos pueblos, el proletariado ruso tuvo, ante todo, que romper las cadenas del imperialismo ruso y librarlos de la opresión nacional. De otra manera, hubiera sido imposible consolidar el Poder Soviético, implantar el verdadero internacionalismo y crear esa magnífica organización de colaboración de los pueblos que lleva el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que es el prototipo viviente de la futura unificación de los pueblos en una sola economía mundial. De aquí la necesidad de luchar contra el aislamiento nacional, contra la estrechez nacional, contra el particularismo de los socialistas de los países oprimidos, que no quieren subir más arriba de su campanario nacional y no comprenden la relación existente entre el movimiento de liberación de su país y el movimiento proletario de los países dominantes. Sin esa lucha es inconcebible defender la política independiente del proletariado de las naciones oprimidas y su solidaridad de clase con el proletariado de los países dominantes en la lucha por derrocar al enemigo común, en la lucha por derrocar al imperialismo. Sin esa lucha, el internacionalismo sería imposible. Tal es el camino para educar a las masas trabajadoras de las naciones dominantes y de las oprimidas en el espíritu del internacionalismo revolucionario. He aquí lo que dice Lenin de esta doble labor del comunismo para educar a los obreros en el espíritu del internacionalismo: Esta educación... ¿puede ser concretamente igual en las grandes naciones, en las naciones opresoras, que en las pequeñas naciones oprimidas, en las naciones anexionistas que en las naciones anexionadas? Evidentemente, no. El camino hacia el objetivo común -la completa igualdad de derechos, el más estrecho acercamiento y la ulterior usión de todas las naciones- sigue aquí, evidentemente, distintas rutas concretas, lo mismo que, por ejemplo, el camino conducente a un punto situado en el centro de esta página parte hacia la izquierda de una de sus márgenes y hacia la derecha de la margen opuesta. Si el


socialdemócrata de una gran nación opresora, anexionista, profesando, en general, la teoría de la fusión de las naciones, se olvida, aunque sólo sea por un instante, de que "su" Nicolás II, "su" Guillermo, "su" Jorge, "su" Poincaré, etc., etc abogan también por la fusión con las naciones pequeñas (por medio de anexiones) -Nicolás II aboga por la "fusión" con Galitzia, Guillermo II por la "fusión" con Bélgica, etc.-, ese socialdemócrata resultará ser, en teoría, un doctrinario ridículo, y, en la práctica, un cómplice del imperialismo. El centro de gravedad de la educación internacionalista de los obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra manera, no hay internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de canalla a todo social-demócrata de una nación opresora que no realice tal propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea posible ni "realizable" antes del socialismo más que en el uno por mil de los casos. Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula general: "unión voluntaria" de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede pronunciarse tanto a favor de la independencia política de su nacióncomo a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar en todos los casos contra la mezquina estrechez nacional, contra el aislamiento nacional, contra el particularismo, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general. A gentes que no han penetrado en el problema, les parece "contradictorio" que los socialdemócratas de las naciones opresoras exijan la "libertad de separación" y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la "libertad de unión". Pero, a poco que se reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin (v. t. XIX, págs. 261-262).


SOBRE LA PRÁCTICA* SOBRE LA RELACIÓN ENTRE EL CONOCIMIENTO Y LA PRÁCTICA, EL SABER Y EL HACER - MAO TSE TUNG Julio de 1937 (*) En nuestro Partido había cierto número de camaradas dogmáticos, que, durante largo tiempo, rechazaron la experiencia de la revolución china, negaron la verdad de que "el marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción", y trataron de intimidar a la gente con palabras y frases de las obras marxistas, sacadas mecánicamente fuera del contexto. Había también cierto número de camaradas empíricos, que, durante largo tiempo, se limitaron a su Fragmentaria experiencia personal, ignoraron la importancia de la teoría para la práctica revolucionaria y no vieron la revolución en su conjunto; aunque trabajaron con diligencia, lo hicieron a ciegas. Las ideas erróneas de unos y otros, y en particular las de los dogmáticos, causaron [cont. en pág. 318. -- DJR] entre 1931 y 1934 enormes daños a la revolución china; además, los dogmáticos, disfrazados de marxistas, desorientaron a gran número de camaradas. El camarada Mao Tse-tung escribió "Sobre la práctica" con el fin de denunciar, desde el punto de vista de la teoría marxista del conocimiento, los errores subjetivistas de dogmatismo y de empirismo en el Partido, especialmente el de dogmatismo. Este trabajo se titula "Sobre la práctica" porque pone énfasis en la denuncia del dogmatismo, variedad del subjetivismo que menosprecia la práctica. Las concepciones contenidas en este trabajo las expuso el camarada Mao Tse-tung en una serie de conferencias dadas en el Instituto Político y Militar Antijaponés de Yenán.

El materialismo premarxista examinaba el problema del conocimiento al margen de la naturaleza social del hombre y de su desarrollo histórico, y por eso era incapaz de comprender la dependencia del conocimiento respecto a la práctica social, es decir, la dependencia del conocimiento respecto a la producción y a la lucha de clases. Ante todo, los marxistas consideran que la actividad del hombre en la producción es su actividad práctica más fundamental, la que determina todas sus demás actividades. El conocimiento del hombre depende principalmente de su actividad en la producción material; en el curso de ésta, el hombre va comprendiendo gradualmente los fenómenos, las propiedades y las leyes de la naturaleza, así como las relaciones entre él mismo y la naturaleza, y, también a través de su actividad en la producción, va conociendo paulatinamente y en diverso grado determinadas relaciones existentes entre los hombres. No es posible adquirir ninguno de estos conocimientos fuera de la actividad en la producción. En una sociedad sin clases, cada individuo, como miembro de la sociedad, uniendo sus esfuerzos a los de los demás miembros y entrando con ellos en determinadas relaciones de producción, se dedica a la producción para satisfacer las necesidades materiales del hombre. En todas las sociedades de clases, los miembros de las diferentes clases sociales, entrando también, de una u otra manera, en determinadas relaciones de producción, se dedican a la producción, destinada a satisfacer las necesidades materiales del hombre. Esto constituye la fuente fundamental desde la cual se desarrolla el conocimiento humano. La práctica social del hombre no se reduce a su actividad en la producción, sino que tiene muchas otras formas: la lucha de clases, la vida política, las actividades científicas y artísticas; en resumen, el hombre, como ser social, participa en todos los dominios de la vida práctica de la sociedad. Por lo tanto, va conociendo en diverso grado las diferentes relaciones entre los hombres no sólo a través de la vida material, sino también a través de la vida política y la vida cultural (ambas estrechamente ligadas a la vida material). De estas otras formas de la práctica social, la lucha de clases en sus diversas manifestaciones ejerce, en particular, una influencia profunda sobre el


desarrollo del conocimiento humano. En la sociedad de clases, cada persona existe como miembro de una determinada clase, y todas las ideas, sin excepción, llevan su sello de clase. Los marxistas sostienen que la producción en la sociedad humana se desarrolla paso a paso, de lo inferior a lo superior, y que, en consecuencia, el conocimiento que el hombre tiene tanto de la naturaleza como de la sociedad se desarrolla también paso a paso, de lo inferior a lo superior, es decir, de lo superficial a lo profundo, de lo unilateral a lo multilateral. Durante un período muy largo en la historia, el hombre se vio circunscrito a una comprensión unilateral de la historia de la sociedad, ya que, por una parte, las clases explotadoras la deformaban constantemente debido a sus prejuicios, y, por la otra, la pequeña escala de la producción limitaba la visión del hombre. Sólo cuando surgió el proletariado moderno junto con gigantescas fuerzas productivas (la gran industria), pudo el hombre alcanzar una comprensión global e histórica del desarrollo de la sociedad y transformar este conocimiento en una ciencia, la ciencia del marxismo. Los marxistas sostienen que la práctica social del hombre es el único criterio de la verdad de su conocimiento del mundo exterior. Efectivamente, el conocimiento del hombre queda confirmado sólo cuando éste logra los resultados esperados en el proceso de la práctica social (producción material, lucha de clases o experimentación científica). Si el hombre quiere obtener éxito en su trabajo, es decir, lograr los resultados esperados, tiene que hacer concordar sus ideas con las leyes del mundo exterior objetivo; si no consigue esto, fracasa en la práctica. Después de sufrir un fracaso, extrae lecciones de él, modifica sus ideas haciéndolas concordar con las leyes del mundo exterior y, de esta manera, puede transformar el fracaso en éxito: he aquí lo que se quiere decir con "el fracaso es madre del éxito" y "cada fracaso nos hace más listos". La teoría materialista dialéctica del conocimiento coloca la práctica en primer plano; considera que el conocimiento del hombre no puede separarse ni en lo más mínimo de la práctica, y repudia todas las teorías erróneas que niegan su importancia o separan de ella el conocimiento. Lenin dijo: "La práctica es superior al conocimiento (teórico), porque posee no sólo la dignidad de la universalidad, sino también la de la realidad inmediata."[1] La filosofía marxista -- el materialismo dialéctico -- tiene dos características sobresalientes. Una es su carácter de clase: afirma explícitamente que el materialismo dialéctico sirve al proletariado. La otra es su carácter práctico: subraya la dependencia de la teoría respecto a la práctica, subraya que la práctica es la base de la teoría y que ésta, a su vez, sirve a la práctica. El que sea verdad o no un conocimiento o teoría no se determina mediante una apreciación subjetiva, sino mediante los resultados objetivos de la práctica social. El criterio de la verdad no puede ser otro que la práctica social. El punto de vista de la práctica es el punto de vista primero y fundamental de la teoría materialista dialéctica del conocimiento [2]. Pero, ¿cómo el conocimiento humano surge de la práctica y sirve a su vez a la práctica? Para comprenderlo basta con mirar el proceso de desarrollo del conocimiento. En el proceso de la práctica, el hombre no ve al comienzo más que las apariencias, los aspectos aislados y las conexiones externas de las cosas. Por ejemplo, algunas personas de fuera vienen a Yenán en giras de investigación. En los primeros uno o dos días, ven su topografía, calles y casas, entran en contacto con muchas personas, asisten a recepciones, veladas y mítines, oyen todo tipo de conversaciones y leen diferentes documentos: todo esto son las apariencias de las cosas, sus aspectos aislados y sus conexiones externas. Esta etapa del conocimiento se denomina etapa sensorial, y es la etapa de las sensaciones y las impresiones. Esto es, las cosas de Yenán, aisladas, actuando sobre los órganos de los sentidos de los miembros del grupo de investigación, han provocado sensaciones en ellos y hecho surgir en su cerebro multitud de impresiones junto con una noción aproximativa de las conexiones externas entre dichas impresiones: ésta es la primera etapa del conocimiento. En esta etapa, el hombre no puede aún formar conceptos, que corresponden a un nivel más profundo, ni sacar conclusiones lógicas. A medida que continúa la práctica social, las cosas que en el curso de la práctica suscitan en el hombre sensaciones e impresiones, se presentan una y otra vez; entonces se produce en su


cerebro un cambio repentino (un salto) en el proceso del conocimiento y surgen los conceptos. Los conceptos ya no constituyen reflejos de las apariencias de las cosas, de sus aspectos aislados y de sus conexiones externas, sino que captan las cosas en su esencia, en su conjunto y en sus conexiones internas. Entre el concepto y la sensación existe una diferencia no sólo cuantitativa sino también cualitativa. Continuando adelante, mediante el juicio y el razonamiento, se pueden sacar conclusiones lógicas. La expresión de la Crónica de los tres reinos [3]: "Frunció el entrecejo y le vino a la mente una estratagema", o la del lenguaje corriente: "Déjeme reflexionar", significan que el hombre, empleando conceptos en el cerebro, procede al juicio y al razonamiento. Esta es la segunda etapa del conocimiento. Los miembros del grupo de investigación, después de haber reunido diversos datos y, lo que es más, después de "haber reflexionado", pueden llegar al juicio de que "la política de frente único nacional antijaponés, aplicada por el Partido Comunista, es consecuente, sincera y genuina". Habiendo formulado este juicio, ellos pueden, si son también genuinos partidarios de la unidad para salvar a la nación, dar otro paso adelante y sacar la siguiente conclusión: "El frente único nacional antijaponés puede tener éxito." Esta etapa, la de los conceptos, los juicios y los razonamientos, es aún más importante en el proceso completo del conocimiento de una cosa por el hombre; es la etapa del conocimiento racional. La verdadera tarea del conocimiento consiste en llegar, pasando por las sensaciones, al pensamiento, en llegar paso a paso a la comprensión de las contradicciones internas de las cosas objetivas, de sus leyes y de las conexiones internas entre un proceso y otro, es decir, en llegar al conocimiento lógico. Repetimos: el conocimiento lógico difiere del conocimiento sensorial en que éste concierne a los aspectos aislados, las apariencias y las conexiones externas de las cosas, mientras que aquél, dando un gran paso adelante, alcanza al conjunto, a la esencia y a las conexiones internas de las cosas, pone al descubierto las contradicciones internas del mundo circundante y puede, por consiguiente, llegar a dominar el desarrollo del mundo circundante en su conjunto, en las conexiones internas de todos sus aspectos. Nadie antes del marxismo elaboró una teoría como ésta, la materialista dialéctica, sobre el proceso de desarrollo del conocimiento, el que se basa en la práctica y va de lo superficial a lo profundo. Es el materialismo marxista el primero en resolver correctamente este problema, poniendo en evidencia de manera materialista y dialéctica el movimiento de profundización del conocimiento, movimiento por el cual el hombre, como ser social, pasa del conocimiento sensorial al conocimiento lógico en su compleja y constantemente repetida práctica de la producción y de la lucha de clases. Lenin dijo: "La abstracción de la materia, de una ley de la naturaleza, la abstracción del valor, etc., en una palabra, todas las abstracciones científicas (correctas, serias, no absurdas) reflejan la naturaleza en forma más profunda, veraz y completa."[4] El marxismoleninismo sostiene que cada una de las dos etapas del proceso cognoscitivo tiene sus propias características: en la etapa inferior, el conocimiento se manifiesta como conocimiento sensorial y, en la etapa superior, como conocimiento lógico, pero ambas son etapas de un proceso cognoscitivo único. Lo sensorial y lo racional son cualitativamente diferentes; sin embargo, uno y otro no están desligados, sino unidos sobre la base de la práctica. Nuestra práctica testimonia que no podemos comprender inmediatamente lo que percibimos, y que podemos percibir con mayor profundidad sólo aquello que ya comprendemos. La sensación sólo resuelve el problema de las apariencias; únicamente la teoría puede resolver el problema de la esencia. La solución de ninguno de estos problemas puede separarse ni en lo más mínimo de la práctica. Quien quiera conocer una cosa, no podrá conseguirlo sin entrar en contacto con ella, es decir, sin vivir (practicar) en el mismo medio de esa cosa. En la sociedad feudal era imposible conocer de antemano las leyes de la sociedad capitalista, pues no había aparecido aún el capitalismo y faltaba la práctica correspondiente. El marxismo sólo podía ser producto de la sociedad capitalista. Marx, en la época del capitalismo liberal, no podía conocer concretamente, de antemano, ciertas leyes peculiares de la época del imperialismo, ya que no había aparecido aún el imperialismo, fase final del capitalismo, y faltaba la práctica correspondiente; sólo Lenin y Stalin pudieron asumir esta tarea. Aparte de su genio, la razón principal por la cual Marx, Engels, Lenin y Stalin pudieron crear sus teorías fue su participación personal en la práctica de la lucha de clases y de la experimentación científica de su tiempo; sin este requisito, ningún genio podría haber logrado éxito. La expresión: "Sin salir de su casa, el letrado sabe todo cuanto sucede en el mundo" no era más que una frase hueca en los tiempos antiguos, cuando la técnica estaba poco desarrollada; y en nuestra época de


técnica desarrollada, aunque tal cosa es realizable, los únicos que tienen auténticos conocimientos de primera mano son las personas que en el mundo se dedican a la práctica. Y sólo cuando, gracias a la escritura y a la técnica, llegan al "letrado" los conocimientos que estas personas han adquirido en su práctica, puede éste, indirectamente, "saber todo cuanto sucede en el mundo". Para conocer directamente tal o cual cosa o cosas, es preciso participar personalmente en la lucha práctica por transformar la realidad, por transformar dicha cosa o cosas, pues es éste el único medio de entrar en contacto con sus apariencias; asimismo, es éste el único medio de poner al descubierto la esencia de dicha cosa o cosas y comprenderlas. Tal es el proceso cognoscitivo que en realidad siguen todos los hombres, si bien alguna gente, deformando deliberadamente los hechos, afirma lo contrario. La gente más ridícula del mundo son los "sabelotodo" que, recogiendo de oídas conocimientos fragmentarios y superficiales, se las dan de "máxima autoridad en el mundo", lo que testimonia simplemente su fatuidad. El conocimiento es problema de la ciencia y ésta no admite ni la menor deshonestidad ni la menor presunción; lo que exige es ciertamente lo contrario: honestidad y modestia. Si quieres conocer, tienes que participar en la práctica transformadora de la realidad. Si quieres conocer el sabor de una pera, tienes tú mismo que transformarla comiéndola. Si quieres conocer la estructura y las propiedades del átomo, tienes que hacer experimentos físicos y químicos, cambiar el estado del átomo. Si quieres conocer la teoría y los métodos de la revolución, tienes que participar en la revolución. Todo conocimiento auténtico nace de la experiencia directa. Sin embargo, el hombre no puede tener experiencia directa de todas las cosas y, de hecho, la mayor parte de nuestros conocimientos proviene de la experiencia indirecta, por ejemplo, todos los conocimientos de los siglos pasados y de otros países. Estos conocimientos fueron o son, para nuestros antecesores y los extranjeros, producto de la experiencia directa, y merecen confianza si en el curso de esa experiencia directa se ha cumplido la condición de "abstracción científica" de que hablaba Lenin y si reflejan de un modo científico la realidad objetiva; en caso contrario, no la merecen. Por eso, los conocimientos de una persona los constituyen sólo dos sectores: uno proviene de la experiencia directa y el otro, de la experiencia indirecta. Además, lo que para mí es experiencia indirecta, constituye experiencia directa para otros. Por lo tanto, considerados en su conjunto, los conocimientos, sean del tipo que fueren, no pueden separarse de la experiencia directa. Todo conocimiento se origina en las sensaciones que el hombre obtiene del mundo exterior objetivo a través de los órganos de los sentidos; no es materialista quien niegue la sensación, niegue la experiencia directa, o niegue la participación personal en la práctica transformadora de la realidad. Es por esto que los "sabelotodo" son ridículos. Un antiguo proverbio chino dice: "Si uno no entra en la guarida del tigre, ¿cómo podrá apoderarse de sus cachorros?" Este proverbio es verdad tanto para la práctica del hombre como para la teoría del conocimiento. No puede haber conocimiento al margen de la práctica. Para poner en claro el movimiento materialista dialéctico del conocimiento, movimiento de profundización gradual del conocimiento, surgido sobre la base de la práctica transformadora de la realidad, daremos a continuación otros ejemplos concretos. En el período inicial de su práctica, período de destrucción de las máquinas y de lucha espontánea, el proletariado se encontraba, en cuanto a su conocimiento de la sociedad capitalista, sólo en la etapa del conocimiento sensorial; conocía sólo los aspectos aislados y las conexiones externas de los diversos fenómenos del capitalismo. En esa época, el proletariado era todavía una "clase en sí". Sin embargo, el proletariado se convirtió en una "clase para sí" cuando, entrando en el segundo período de su práctica, período de lucha económica y política consciente y organizada, llegó a comprender la esencia de la sociedad capitalista, las relaciones de explotación entre las clases sociales y sus propias tareas históricas, gracias a su práctica, a su variada experiencia de largos años de lucha y a su educación en la teoría marxista, resumen científico hecho por Marx y Engels de dicha experiencia. Lo mismo pasó con el conocimiento del pueblo chino respecto al imperialismo. La primera etapa fue la del conocimiento sensorial, superficial, tal como se manifestó en las indiscriminadas luchas contra los extranjeros, ocurridas durante los movimientos del Reino Celestial Taiping, del Yijetuan y


otros. Sólo en la segunda etapa, la del conocimiento racional, el pueblo chino discernió las diferentes contradicciones internas y externas del imperialismo y comprendió la verdad esencial de que el imperialismo, en alianza con la burguesía compradora y la clase feudal, oprimía y explotaba a las amplias masas populares de China; tal conocimiento no comenzó sino por la época del Movimiento del 4 de Mayo de 1919. Veamos ahora la guerra. Si los dirigentes militares carecen de experiencia militar, no podrán comprender en la etapa inicial las leyes profundas que rigen la dirección de una guerra específica (por ejemplo, nuestra Guerra Revolucionaria Agraria de los últimos diez años). En la etapa inicial, sólo vivirán la experiencia de numerosos combates y, lo que es más, sufrirán muchas derrotas. Sin embargo, esta experiencia (la experiencia de los combates ganados y, sobre todo, la de los perdidos) les permitirá comprender lo que por dentro articula toda la guerra, es decir, las leyes de esa guerra específica, comprender su estrategia y sus tácticas, y de este modo, dirigirla con seguridad. Si en ese momento se confía el mando de la guerra a una persona inexperta, ella también tendrá que sufrir una serie de derrotas (es decir, adquirir experiencia) antes de poder comprender las verdaderas leyes de la guerra. Con frecuencia, de algún camarada que no tiene coraje para aceptar una tarea, oímos decir: "No estoy seguro de poder cumplirla." ¿Por qué no está seguro de sí mismo? Porque no comprende el contenido y las circunstancias de ese trabajo según las leyes que lo rigen, porque no ha tenido o ha tenido muy poco contacto con semejante trabajo, de modo que no se puede ni hablar de que conozca tales leyes. Pero, después de un análisis detallado de la naturaleza y las circunstancias de ese trabajo, se sentirá relativamente seguro de sí mismo y lo aceptará de buen grado. Si se dedica a él por algún tiempo y adquiere experiencia, y si está dispuesto a examinar la situación con prudencia, en vez de abordarla de una manera subjetiva, unilateral y superficial, será capaz de llegar por sí mismo a conclusiones sobre cómo debe hacer el trabajo y lo hará con mucho mayor coraje. Sólo quienes abordan los problemas de manera subjetiva, unilateral y superficial, dictan órdenes presuntuosamente apenas llegan a un nuevo lugar, sin considerar las circunstancias, sin examinar las cosas en su totalidad (su historia y su situación actual en conjunto) ni penetrar en su esencia (su naturaleza y las conexiones internas entre una cosa y otras). Semejantes personas tropiezan y caen inevitablemente. Así se ve que el primer paso en el proceso del conocimiento es el contacto con las cosas del mundo exterior; esto corresponde a la etapa de las sensaciones. El segundo es sintetizar los datos proporcionados por las sensaciones, ordenándolos y elaborándolos; esto corresponde a la etapa de los conceptos, los juicios y los razonamientos. Sólo cuando los datos proporcionados por las sensaciones son muy ricos (no fragmentarios e incompletos) y acordes con la realidad (no ilusorios), pueden servir de base para formar conceptos correctos y una lógica correcta. Aquí hay que subrayar dos puntos importantes. El primero, que se ha señalado más arriba pero que conviene reiterar, es la dependencia del conocimiento racional respecto al conocimiento sensorial. Es idealista quien considere posible que el conocimiento racional no provenga del conocimiento sensorial. En la historia de la filosofía existe la escuela "racionalista", que sólo reconoce la realidad de la razón y niega la realidad de la experiencia, considerando que sólo es digna de crédito la razón y no la experiencia sensorial; su error consiste en trastrocar los hechos. Lo racional merece crédito precisamente porque dimana de lo sensorial; de otro modo, lo racional sería arroyo sin fuente, árbol sin raíces, algo subjetivo, autogenerado e indigno de confianza. En el orden que sigue el proceso del conocimiento, la experiencia sensorial viene primero; si subrayamos la importancia de la práctica social en el proceso del conocimiento, es porque sólo ella puede dar origen al conocimiento humano y permitir al hombre comenzar a adquirir experiencia sensorial del mundo exterior objetivo. Para una persona que cierra los ojos y se tapa los oídos y se aísla totalmente del mundo exterior objetivo, no hay conocimiento posible. El conocimiento comienza con la experiencia: éste es el materialismo de la teoría del conocimiento.


El segundo punto es que el conocimiento necesita profundizarse, necesita desarrollarse de la etapa sensorial a la racional: ésta es la dialéctica de la teoría del conocimiento [5]. Pensar que el conocimiento puede quedarse en la etapa inferior, sensorial, y que sólo es digno de crédito el conocimiento sensorial y no el racional, significa caer en el "empirismo", error ya conocido en la historia. El error de esta teoría consiste en ignorar que los datos proporcionados por las sensaciones, aunque constituyen reflejos de determinadas realidades del mundo exterior objetivo (aquí no me refiero al empirismo idealista, que reduce la experiencia a la llamada introspección), no pasan de ser unilaterales y superficiales, reflejos incompletos de las cosas, que no traducen su esencia. Para reflejar plenamente una cosa en su totalidad, para reflejar su esencia y sus leyes internas, hay que proceder a una operación mental, someter los ricos datos suministrados por las sensaciones a una elaboración que consiste en desechar la cáscara para quedarse con el grano, descartar lo falso para conservar lo verdadero, pasar de un aspecto a otro y de lo externo a lo interno, formando así un sistema de conceptos y teorías; es necesario dar un salto del conocimiento sensorial al racional. Los conocimientos así elaborados no son menos substanciosos ni menos dignos de confianza. Por el contrario, todo aquello que en el proceso del conocimiento ha sido científicamente elaborado sobre la base de la práctica, refleja la realidad objetiva, como dice Lenin, en forma más profunda, veraz y completa. Los "prácticos" vulgares no proceden así; respetan la experiencia pero desprecian la teoría, y en consecuencia no pueden tener una visión que abarque un proceso objetivo en su totalidad, carecen de una orientación clara y de una perspectiva de largo alcance, y se contentan con sus éxitos ocasionales y con fragmentos de la verdad. Si esas personas dirigen una revolución, la conducirán a un callejón sin salida. El conocimiento racional depende del conocimiento sensorial, y éste necesita desarrollarse hasta convertirse en conocimiento racional: tal es la teoría materialista dialéctica del conocimiento. En la filosofía, ni el "racionalismo" ni el "empirismo" entienden el carácter histórico o dialéctico, del conocimiento, y aunque cada una de estas escuelas contiene un aspecto de la verdad (me refiero al racionalismo y al empirismo materialistas, y no idealistas), ambas son erróneas en cuanto a la teoría del conocimiento en su conjunto. El movimiento materialista dialéctico del conocimiento desde lo sensorial a lo racional ocurre tanto en un pequeño proceso cognoscitivo (por ejemplo, conocer una sola cosa, un solo trabajo) como en uno grande (por ejemplo, conocer una sociedad o una revolución). Sin embargo, el movimiento del conocimiento no acaba ahí. Detener el movimiento materialista dialéctico del conocimiento en el conocimiento racional, sería tocar sólo la mitad del problema y, más aún, según la filosofía marxista, la mitad menos importante. La filosofía marxista considera que el problema más importante no consiste en comprender las leyes del mundo objetivo para estar en condiciones de interpretar el mundo, sino en aplicar el conocimiento de esas leyes para transformarlo activamente. Para el marxismo, la teoría es importante, y su importancia está plenamente expresada en la siguiente frase de Lenin: "Sin teoría revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario."[6] Pero el marxismo subraya la importancia de la teoría precisa y únicamente porque ella puede servir de guía para la acción. Si tenemos una teoría justa, pero nos contentamos con hacer de ella un tema de conversación y la dejamos archivada en lugar de ponerla en práctica, semejante teoría, por buena que sea, carecerá de significación. El conocimiento comienza por la práctica, y todo conocimiento teórico, adquirido a través de la práctica, debe volver a ella. La función activa del conocimiento no solamente se manifiesta en el salto activo del conocimiento sensorial al racional, sino que también, lo que es más importante, debe manifestarse en el salto del conocimiento racional a la práctica revolucionaria. El conocimiento que alcanza las leyes del mundo hay que dirigirlo de nuevo a la práctica transformadora del mundo, hay que aplicarlo nuevamente a la práctica de la producción, a la práctica de la lucha de clases revolucionaria y de la lucha nacional revolucionaria, así como a la práctica de la experimentación científica. Este es el proceso de comprobación y desarrollo de la teoría, la continuación del proceso global del conocimiento. El problema de saber si una teoría corresponde a la verdad objetiva no se resuelve ni puede resolverse completamente en el arriba descrito movimiento del conocimiento desde lo sensorial a lo racional. El único medio para resolver completamente este problema es dirigir de nuevo el conocimiento racional a la práctica social, aplicar la teoría a la práctica y ver si conduce a los objetivos planteados. Muchas teorías de las


ciencias naturales son reconocidas como verdades no sólo porque fueron creadas por los científicos, sino porque han sido comprobadas en la práctica científica ulterior. Igualmente, el marxismo-leninismo es reconocido como verdad no sólo porque esta doctrina fue elaborada científicamente por Marx, Engels, Lenin y Stalin, sino porque ha sido comprobada en la ulterior práctica de la lucha de clases revolucionaria y de la lucha nacional revolucionaria. El materialismo dialéctico es una verdad universal porque nadie, en su práctica, puede escapar a su dominio. La historia del conocimiento humano nos enseña que la verdad de muchas teorías era incompleta y que la comprobación en la práctica ha permitido completarla. Numerosas teorías eran erróneas, y la comprobación en la práctica ha permitido corregirlas. Es por esto que la práctica es el criterio de la verdad y que "el punto de vista de la vida, de la práctica, debe ser el punto de vista primero y fundamental de la teoría del conocimiento"[7]. Stalin tenía razón al decir: "[. . .] la teoría deja de tener objeto cuando no se halla vinculada a la práctica revolucionaria, exactamente del mismo modo que la práctica es ciega si la teoría revolucionaria no alumbra su camino."[8] ¿Se consuma aquí el movimiento del conocimiento? Nuestra respuesta es sí y no. Cuando los hombres, como seres sociales, se dedican a la práctica transformadora de un determinado proceso objetivo (sea natural o social) en una etapa determinada de su desarrollo, pueden, a consecuencia del reflejo del proceso objetivo en su cerebro y de su propia actividad consciente, hacer avanzar su conocimiento desde lo sensorial a lo racional, y crear ideas, teorías, planes o proyectos que correspondan, en términos generales, a las leyes que rigen el proceso objetivo en cuestión. Luego, aplican estas ideas, teorías, planes o proyectos a la práctica del mismo proceso objetivo. Si alcanzan los objetivos planteados, es decir, si en la práctica de este mismo proceso logran hacer realidad las ideas, teorías, planes o proyectos previamente formulados, o hacerlos realidad en líneas generales, entonces puede considerarse consumado el movimiento del conocimiento de este proceso específico. Pueden darse por logrados los objetivos previstos cuando, por ejemplo, en el proceso de transformar la naturaleza, se realiza un proyecto de ingeniería, se verifica una hipótesis científica, se fabrica un utensilio o se cosecha un cultivo, o, en el proceso de transformar la sociedad, se gana una huelga, se vence en una guerra, o se cumple un plan educacional. Sin embargo, por lo general, tanto en la práctica que transforma la naturaleza como en la que transforma la sociedad, muy rara vez se realizan sin ninguna alteración las ideas, teorías, planes o proyectos previamente elaborados por el hombre. Esto se debe a que la gente que se dedica a la transformación de la realidad está siempre sujeta a numerosas limitaciones; no sólo se encuentra limitada por las condiciones científicas y técnicas existentes, sino también por el desarrollo del propio proceso objetivo y el grado en que éste se manifiesta (aún no se han revelado plenamente los diferentes aspectos y la esencia del proceso objetivo). En esta situación, debido a que en el curso de la práctica se descubren circunstancias imprevistas, con frecuencia se modifican parcialmente y a veces incluso completamente las ideas, teorías, planes o proyectos. Dicho de otra manera, se dan casos en que las ideas, teorías, planes o proyectos originales no corresponden, en parte o en todo, a la realidad, son parcial o totalmente erróneos. A menudo, sólo después de repetidos fracasos se logra corregir los errores en el conocimiento y hacer concordar a éste con las leyes del proceso objetivo y, por consiguiente, transformar lo subjetivo en objetivo, es decir, obtener en la práctica los resultados esperados. En todo caso, cuando se llega a este punto, puede considerarse consumado el movimiento del conocimiento humano respecto a un proceso objetivo dado en una etapa determinada de su desarrollo. Sin embargo, considerado el proceso en su avance, el movimiento del conocimiento humano no está consumado. En virtud de sus contradicciones y luchas internas, todo proceso, sea natural o social, avanza y se desarrolla, y, en consonancia con ello, también tiene que avanzar y desarrollarse el movimiento del conocimiento humano. En cuanto a los movimientos sociales, los auténticos dirigentes revolucionarios no sólo deben saber corregir los errores que se descubran en sus ideas, teorías, planes o proyectos, corno ya se ha dicho anteriormente, sino que, además, cuando un determinado proceso objetivo avanza y cambia pasando de una etapa de desarrollo a otra, ellos deben saber avanzar y cambiar, a la par, en su conocimiento subjetivo, y conseguir que todos los que participan en la revolución hagan lo mismo, es decir, deben saber plantear, de acuerdo con los nuevos cambios producidos en la situación, nuevas tareas revolucionarias y nuevos proyectos de trabajo. En un período revolucionario, la situación cambia con mucha rapidez,


y si el conocimiento de los revolucionarios no cambia también rápidamente en conformidad con la situación, ellos no serán capaces de conducir la revolución a la victoria. No obstante, sucede a menudo que el pensamiento se rezaga respecto a la realidad; esto se debe a que el conocimiento del hombre está limitado por numerosas condiciones sociales. Nos oponemos a los testarudos en las filas revolucionarias, cuyo pensamiento no progresa en concordancia con las circunstancias objetivas cambiantes y se ha manifestado en la historia como oportunismo de derecha. Estas personas no ven que la lucha de los contrarios ha hecho avanzar el proceso objetivo, mientras que su conocimiento se halla atascado aún en la vieja etapa. Esto es característico del pensamiento de todos los testarudos. Su pensamiento está apartado de la práctica social, y ellos no son capaces de ir delante guiando el carro de la sociedad; se limitan a ir a la rastra, refunfuñando que el carro marcha demasiado rápido y tratando de hacerlo retroceder o dar media vuelta y regresar. Nos oponemos también a la huera palabrería "izquierdista". El pensamiento de los "izquierdistas" pasa por encima de una determinada etapa de desarrollo del proceso objetivo; algunos toman sus fantasías por verdades, otros pretenden realizar a la fuerza en el presente ideales sólo realizables en el futuro. Alejado de la práctica presente de la mayoría de las personas y de la realidad del momento, su pensamiento se traduce en la acción como aventurerismo. El idealismo y el materialismo mecanicista, el oportunismo y el aventurerismo, se caracterizan por la ruptura entre lo subjetivo y lo objetivo, por la separación entre el conocimiento y la práctica. La teoría marxista-leninista del conocimiento, caracterizada por la práctica social científica, no puede dejar de oponerse categóricamente a estas concepciones erróneas. Los marxistas reconocen que, en el proceso general absoluto del desarrollo del universo, el desarrollo de cada proceso determinado es relativo y que, por eso, en el torrente infinito de la verdad absoluta, el conocimiento humano de cada proceso determinado en una etapa dada de desarrollo es sólo una verdad relativa. La suma total de las incontables verdades relativas constituye la verdad absoluta[9]. El desarrollo de todo proceso objetivo está lleno de contradicciones y luchas, y también lo está el desarrollo del movimiento del conocimiento humano. Todo movimiento dialéctico del mundo objetivo se refleja, tarde o temprano, en el conocimiento humano. En la práctica social, el proceso de nacimiento, desarrollo y extinción es infinito. Y así lo es el proceso de nacimiento, desarrollo y extinción en el conocimiento humano. A medida que avanza cada vez más lejos la práctica del hombre que transforma la realidad objetiva de acuerdo con determinadas ideas, teorías, planes o proyectos, más y más profundo se va haciendo el conocimiento que de la realidad objetiva tiene el hombre. Nunca terminará el movimiento de cambio en el mundo de la realidad objetiva, y tampoco tendrá fin la cognición de la verdad por el hombre a través de la práctica. El marxismo-leninismo no ha agotado en modo alguno la verdad, sino que en el curso de la práctica abre sin cesar el camino hacia su conocimiento. Nuestra conclusión es la unidad concreta e histórica de lo subjetivo y lo objetivo, de la teoría y la práctica, del saber y el hacer, y nos oponemos a todas las ideas erróneas, de "izquierda" o de derecha, ideas que se separan de la historia concreta. En la presente época del desarrollo de la sociedad, la historia ha hecho recaer sobre los hombros del proletariado y su partido la responsabilidad de conocer correctamente el mundo y transformarlo. Este proceso, el de la práctica transformadora del mundo, que está determinado con arreglo al conocimiento científico, ha llegado ya a un momento histórico en China y en toda la Tierra, a un gran momento sin precedentes en la historia, esto es, el momento de acabar completamente con las tinieblas en China y en el resto de la Tierra, y transformar nuestro mundo en un mundo luminoso, nunca visto antes. La lucha del proletariado y de los pueblos revolucionarios por la transformación del mundo implica el cumplimiento de las siguientes tareas: transformar el mundo objetivo y, al mismo tiempo, transformar su propio mundo subjetivo, esto es, su propia capacidad cognoscitiva y las relaciones entre su mundo subjetivo y el objetivo. Estas transformaciones ya están en marcha en una parte del globo terrestre, la Unión Soviética. Allí se sigue promoviendo este proceso de transformaciones. Los pueblos de China y del resto del orbe


también están pasando o pasarán por semejante proceso. Y el mundo objetivo a transformar incluye también a todas las personas opuestas a estas transformaciones, personas que tienen que pasar por una etapa de coacción antes de poder entrar en la etapa de transformación consciente. La época en que la humanidad entera proceda de manera consciente a su propia transformación y a la del mundo, será la época del comunismo mundial. Descubrir la verdad a través de la práctica y, nuevamente a través de la práctica, comprobarla y desarrollarla. Partir del conocimiento sensorial y desarrollarlo activamente convirtiéndolo en conocimiento racional; luego, partir del conocimiento racional y guiar activamente la práctica revolucionaria para transformar el mundo subjetivo y el mundo objetivo. Practicar, conocer, practicar otra vez y conocer de nuevo. Esta forma se repite en infinitos ciclos, y, con cada ciclo, el contenido de la práctica y del conocimiento se eleva a un nivel más alto. Esta es en su conjunto la teoría materialista dialéctica del conocimiento, y ésta es la teoría materialista dialéctica de la unidad entre el saber y el hacer. NOTAS [1] V. I. Lenin: Resumen del libro de Hegel " Ciencia de la lógica ". [2] Véanse C. Marx, Tesis sobre Feuerbach y V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, II, 6. [3] Célebre novela histórica china escrita por Luo Kuan-chung (¿1330-1400?). [4] V. I. Lenin: Resumen del libro de Hegel " Ciencia de la lógica ". [5] V. I. Lenin dice: "Para comprender, hay que comenzar a comprender y a estudiar de una manera empírica, y elevares de lo empírico a lo general." Ibíd. [6] V. I. Lenin: ¿Qué Hacer?, I, d. [7] V. I. Lenin: Materialismo y empiriocriticismo, II, 6. [8] J. V. Stalin: "Los fundamentos del leninismo", III. [9] Véase V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, II, 5.


SOBRE LA INDEPENDENCIA EN EL FRENTE ÚNICO* EL PROBLEMA DE LA INDEPENDENCIA Y LA AUTODECISIÓN DENTRE DEL FRENTE ÚNICO - MAO TSE TUNG 5 de Noviembre de 1938 (*) Parte de las conclusiones presentadas por el camarada Mao Tse-tung en la VI Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VI Congreso Nacional del Partido. La independencia y autodecisión dentro del frente único era uno de los destacados problemas relativos al frente único antijaponés sobre los cuales existían divergencias entre el camarada Mao Tse-tung y Chen Shaoyu. Se trataba, en esencia, del problema de la hegemonía del proletariado en el frente único. En su informe de diciembre de 1947 ("La situación actual y nuestras tareas"), el camarada Mao Tse-tung hizo un breve resumen de estas discrepancias: "Durante la Guerra de Resistencia, nuestro Partido combatió ideas semejantes a las de los capitulacionistas [se refiere a las de Chen Tu-siu en el período de la Primera Guerra Civil Revolucionaria], a saber, hacer concesiones a la [cont. en pág. 220. -- Ed.] política antipopular del Kuomintang, tener más confianza en éste que en las masas populares, no atreverse a movilizar audazmente a las masas para la lucha, a ampliar las regiones liberadas ni a engrosar las fuerzas armadas populares en las zonas ocupadas por los invasores japoneses, entregando así al Kuomintang 1a dirección de la Guerra de Resistencia. Nuestro Partido luchó resueltamente contra estas ideas pusilánimes. decadentes y contrarias a los principios del marxismo-leninismo, aplicó decididamente su línea política de 'desarrollar las fuerzas progresistas, ganarse a las intermedias y aislar a las recalcitrantes', y amplió en forma resuelta las regiones liberadas y el Ejército Popular de liberación. Esto aseguró que nuestro Partido no sólo pudiera vencer al imperialismo japonés en el período de su agresión, sino que, en el período posterior a la rendición del Japón, durante la guerra contrarrevolucionaria desencadenada por Chiang Kai-shek, pudiera pasar, con éxito y sin pérdidas, a oponer la guerra revolucionaria popular a la guerra contrarrevolucionaria de Chiang Kai-shek y lograr grandes victorias en corto tiempo. Todos los miembros del Partido deben grabar muy bien en su memoria estas experiencias de la historia." LA AYUDA Y LAS CONCESIONES DEBEN SER POSITIVAS, NO NEGATIVAS Para una cooperación a largo plazo es necesario que haya ayuda y concesiones mutuas entre todos los partidos y grupos políticos que forman el frente único; pero éstas deben ser positivas, no negativas. Debemos consolidar y ampliar nuestro Partido y nuestro ejército, y al mismo tiempo apoyar la consolidación y ampliación de los partidos y ejércitos amigos; el pueblo reclama del gobierno la satisfacción de sus reivindicaciones políticas y económicas, y a la vez le presta toda ayuda posible que vaya en beneficio de la Guerra de Resistencia; los obreros exigen a los dueños de fábricas que mejoren su situación, y al mismo tiempo trabajan con ahínco en interés de la resistencia al Japón; los terratenientes deben reducir los arriendos y los intereses, y por su parte, los campesinos deben pagarlos, con el fin de unirse contra la agresión extranjera. Todos estos principios y orientaciones de ayuda mutua son positivos, no negativos ni unilaterales. Lo mismo se puede decir acerca de las concesiones mutuas. Cada una de las partes debe abstenerse de socavar la base de la otra y de formar células secretas dentro de su partido, gobierno o ejército. Por nuestra parte, esto quiere decir que no organizaremos células secretas en el seno del Kuomintang, de su gobierno o de su ejército, a fin de que este partido esté tranquilo, lo cual va en interés de la resistencia al Japón. Viene precisamente al caso la frase: "Abstenerse de hacer una cosa para poder hacer otra."[1] Si no hubiéramos reorganizado el Ejército Rojo, cambiado el régimen administrativo de las zonas rojas, ni abandonado la política de insurrección, no se habría podido emprender una guerra de amplitud nacional contra los invasores japoneses. Haciendo concesiones en una cosa, hemos logrado otra; con medidas negativas hemos obtenido resultados positivos. "Retroceder para saltar mejor"[2]; esto es leninismo. Considerar las concesiones como


algo puramente negativo es contrario al marxismo-leninismo. Es cierto que se han dado casos de concesiones puramente negativas, como la teoría de la colaboración entre el trabajo y el capital preconizada por la II Internacional [3], por la que toda una clase y una revolución fueron traicionadas. En China, Chen Tu-siu y, después de él, Chang Kuo-tao, fueron capitulacionistas; debemos oponernos enérgicamente al capitulacionismo. Por nuestra parte, cuando hacemos concesiones, retrocedemos, pasamos a la defensiva o nos detenemos, ya sea con relación a los aliados o a los enemigos, debemos considerarlo como parte del conjunto de nuestra política revolucionaria, como un eslabón indispensable de la línea revolucionaria general, como un recodo en un camino sinuoso. En una palabra, todo esto es positivo. IDENTIDAD ENTRE LA LUCHA NACIONAL Y LA LUCHA DE CLASES Sostener una larga guerra por medio de una cooperación a largo plazo, en otras palabras, subordinar la lucha de clases a la actual lucha nacional de resistencia al Japón, es el principio fundamental del frente único. Ateniéndose a este principio, hay que mantener el carácter independiente de los partidos y de las clases y mantener su independencia y autodecisión dentro del frente único; no se deben sacrificar los derechos esenciales de los partidos y de las clases en aras de la cooperación y la unidad, sino por el contrario, defenderlos resueltamente dentro de ciertos límites; sólo así puede promoverse la cooperación, sólo así ésta puede existir en realidad. De otro modo, la cooperación se convertiría en una amalgama, y el frente único inevitablemente sería sacrificado. En una lucha de carácter nacional, la lucha de clases toma la forma de lucha nacional, lo que manifiesta la identidad de las dos luchas. Por un lado, las exigencias políticas y económicas de las diversas clases, durante un determinado período histórico, son admisibles en la medida en que no rompan la cooperación; por el otro toda exigencia de la lucha de clases debe partir de la necesidad de la lucha nacional (de la resistencia al Japón). Así se establece la identidad entre la unidad y la independencia en el frente único, y la identidad entre la lucha nacional y la lucha de clases. "TODO A TRAVES DEL FRENTE UNICO" ES UNA CONSIGNA ERRONEA El Kuomintang, partido en el Poder, no ha permitido hasta la fecha que el frente único tome una forma orgánica. En la retaguardia enemiga, es imposible hacer "todo a través del frente único"; allí tenemos que actuar con independencia y autodecisión conforme a lo ya aprobado por el Kuomintang (por ejemplo, el Programa de Resistencia Armada y Reconstrucción Nacional). 0, dando por descontado que el Kuomintang estará de acuerdo, podemos actuar primero e informar después. Así, por ejemplo, la creación del cargo de comisarios administrativos y el envío de tropas a la provincia de Shantung no se habrían realizado si hubiésemos tratado de conseguirlo "a través del frente único". Se dice que el Partido Comunista Francés lanzó en el pasado la misma consigna, pero esto se debió tal vez a que en Francia, a pesar de existir ya un comité conjunto de todos loa partidos, el Partido Socialista seguía actuando por su lado sin tener en cuenta el programa acordado en común, por lo cual el Partido Comunista creyó necesario plantear esa consigna para limitar las actividades del Partido Socialista, pero en ningún caso para maniatarse a sí mismo. Ahora bien, en el caso de China, el Kuomintang ha privado a los demás partidos políticos de los derechos de que él goza y trata de someterlos a sus órdenes. Si lanzamos esta consigna para exigir del Kuomintang que haga "todo" con nuestra aprobación, esto es imposible y ridículo. Si lo que deseamos es obtener la aprobación previa del Kuomintang para "todo" lo que vayamos a realizar, ¿qué haremos cuando el Kuomintang no esté de acuerdo? Como la política del Kuomintang consiste en restringir nuestro crecimiento, no tenemos el menor motivo para lanzar semejante consigna, que sólo puede servir para atarnos de pies y manos. En la actualidad, hay cosas para cuya ejecución debemos conseguir la previa aprobación del Kuomintang, como es el engrosamiento de nuestras tres divisiones para convertirlas en tres cuerpos de ejército con sus respectivas denominaciones; aquí se trata de "informar primero y actuar después". En otros casos, como el reclutamiento de más de doscientos mil hombres para aumentar nuestras fuerzas, debemos colocar al Kuomintang ante el hecho consumado antes de informarle; esto es "actuar primero e informar después". Hay también cosas, como la convocación de la Asamblea de la


Región Fronteriza, que debemos hacer sin informar por el momento, a sabiendas de que el Kuomintang no va a aprobarlas actualmente. Pero hay otras que de momento no vamos a hacer ni a plantear, cosas que, si se hicieran, comprometerían la situación general. En resumen, no debemos ni romper el frente único ni atarnos de pies y manos; por eso, no debe lanzarse la consigna de "Todo a través del frente único". En cuanto a la consigna de "Someter todo al frente único", si se interpreta como "someter todo" a Chiang Kai-shek y a Yen Si-shan, es también un error. Nuestra política es la de independencia y autodecisión dentro del frente único, de unidad e independencia a la vez. NOTAS

[1]Cita

del Mencio. I. Lenin: Resumen del libro de Hegel "Lecciones de historia de la filosofía”. [3]Teoría reaccionaria de la II Internacional, que aboga por la colaboración entre el proletariado y la burguesía en los países capitalistas, y se opone al derrocamiento de la dominación burguesa por medio de la revolución y al establecimiento de la dictadura del proletariado. 2]V.


EL PARTIDO FUNDAMENTOS DEL LENINISMO - JOSÉ STALIN 1924 Conferencias pronunciadas a cuadros jóvenes del PCUS en la Universidad Sverdloc

En el período prerrevolucionario, en el período de desarrollo más o menos pacífico, cuando los partidos de la II Internacional eran la fuerza predominante en el movimiento obrero y las formas parlamentarias de lucha se consideraban las fundamentales, en esas condiciones, el Partido no tenía ni podía tener una importancia tan grande y tan decisiva como la que adquirió más tarde, en las condiciones de choques revolucionarios abiertos. Kautsky, defendiendo a la II Internacional contra los que la atacan, dice que los partidos de la II Internacional son instrumentos de paz, y no de guerra, y que precisamente por eso se mostraron impotentes para hacer nada serio durante la guerra, en el período de las acciones revolucionarias del proletariado. Y así es, en efecto. Pero ¿qué significa esto? Significa que los partidos de la II Internacional son inservibles para la lucha revolucionaria del proletariado, que no son partidos combativos del proletariado y que conduzcan a los obreros al Poder, sino máquinas electorales, apropiadas para las elecciones al parlamento y para la lucha parlamentaria. Ello, precisamente, explica que, durante el período de predominio de los oportunistas de la II Internacional, la organización política fundamental del proletariado no fuese el Partido, sino la minoría parlamentaria. Es sabido que en ese período el Partido era, en realidad, un apéndice de la minoría parlamentaria y un elemento puesto a su servicio. No creo que sea necesario demostrar que, en tales condiciones y con semejante partido al frente, no se podía ni hablar de preparar al proletariado para la revolución. Pero las cosas cambiaron radicalmente al llegar el nuevo período. El nuevo período es el de los choques abiertos entre las clases, el período de las acciones revolucionarias del proletariado, el período de la revolución proletaria, el período de la preparación directa de las fuerzas para el derrocamiento del imperialismo y la conquista del Poder por el proletariado. Este período plantea ante el proletariado nuevas tareas: la reorganización de toda la labor del Partido en un sentido nuevo, revolucionario, la educación de los obreros en el espíritu de la lucha revolucionaria por el Poder, la preparación y la concentración de reservas, la alianza con los proletarios de los países vecinos, el establecimiento de sólidos vínculos con el movimiento de liberación de las colonias y de los países dependientes, etc., etc. Creer que estas tareas nuevas pueden resolverse con las fuerzas de los viejos partidos socialdemócratas, educados bajo las condiciones pacíficas del parlamentarismo, equivale a condenarse a una desesperación sin remedio, a una derrota inevitable. Hacer frente a estas tareas con los viejos partidos a la cabeza, significa verse completamente desarmado. Huelga demostrar que el proletariado no podía resignarse a semejante situación. He aquí la necesidad de un nuevo partido, de un partido revolucionario, lo bastante intrépido para conducir a los proletarios bastante experto para orientarse en las condiciones complejas de la bastante flexible para sortear todos y cada uno de los escollos, que hacia sus fines.

combativo, de un partido a la lucha por el Poder, lo situación revolucionaria y lo se interponen en el camino

Sin un partido así, no se puede ni pensar en el derrocamiento del imperialismo, en la conquista de la dictadura del proletariado.


Este nuevo partido es el Partido del leninismo. ¿Cuáles son las particularidades de este nuevo partido? 1) El Partido como destacamento de vanguardia de la clase obrera. El Partido tiene que ser, ante todo, el destacamento de vanguardia de la clase obrera. El Partido tiene que incorporar a sus filas a todos los mejores elementos de la clase obrera, asimilar su experiencia, su espíritu revolucionario, su devoción infinita a la causa del proletariado. Ahora bien, para ser un verdadero destacamento de vanguardia, el Partido tiene que estar pertrechado con una teoría revolucionaria, con el conocimiento de las leyes del movimiento, con el conocimiento de las leyes de la revolución. De otra manera, no puede dirigir la lucha del proletariado, no puede llevar al proletariado tras de sí. El Partido no puede ser un verdadero partido si se limita simplemente a registrar lo que siente y piensa la masa de la clase obrera, si se arrastra a la zaga del movimiento espontáneo de ésta, si no sabe vencer la inercia y la indiferencia política del movimiento espontáneo, si no sabe situarse por encima de los intereses momentáneos del proletariado, si no sabe elevar a las masas hasta la comprensión de los intereses de clase del proletariado. El Partido tiene que marchar al frente de la clase obrera, tiene que ver más lejos que la clase obrera, tiene que conducir tras de sí al proletariado y no arrastrarse a la zaga del movimiento espontáneo. Esos partidos de la II Internacional, que predican el "seguidismo", son vehículos de la política burguesa, que condena al proletariado al papel de instrumento de la burguesía. Sólo un partido que se sitúe en el punto de vista del destacamento de vanguardia del proletariado y sea capaz de elevar a las masas hasta la comprensión de los intereses de clase del proletariado, sólo un partido así es capaz de apartar a la clase obrera de la senda del tradeunionismo y hacer de ella una fuerza política independiente. El Partido es el jefe político de la clase obrera. He hablado más arriba de las dificultades de la lucha de la complejidad de las condiciones de la lucha, de la estrategia y de la táctica, de las reservas y de las maniobras, de la ofensiva y de la retirada. Estas condiciones son tan complejas, si no más, que las de la guerra. ¿Quién puede orientarse en estas condiciones?, ¿quién puede dar una orientación acertada a las masas de millones y millones de proletarios? Ningún ejército en guerra puede prescindir de un Estado Mayor experto, si no quiere verse condenado a la derrota. ¿Acaso no está claro que el proletariado tampoco puede, con mayor razón, prescindir de este Estado Mayor, si no quiere entregarse a merced de sus enemigos jurados? Pero ¿dónde encontrar ese Estado Mayor? Sólo el Partido revolucionario del proletariado puede ser ese Estado Mayor. Sin un partido revolucionario, la clase obrera es como un ejército sin Estado Mayor. El Partido es el Estado Mayor de combate del proletariado. Pero el Partido no puede ser tan sólo un destacamento de vanguardia, sino que tiene que ser, al mismo tiempo, un destacamento de la clase, una parte de la clase, íntimamente vinculada a ésta con todas las raíces de su existencia. La diferencia entre el destacamento de vanguardia y el resto de la masa de la clase obrera, entre los afiliados al Partido y los sin-partido, no puede desaparecer mientras no desaparezcan las clases, mientras el proletariado vea engrosar sus filas con elementos procedentes de otras clases, mientras la clase obrera, en su conjunto, no pueda elevarse hasta el nivel del destacamento de vanguardia. Pero el Partido dejaría de ser el Partido si esta diferencia se convirtiera en divorcio, si el Partido se encerrara en sí mismo y se apartase de las masas sin-partido. El Partido no puede dirigir a la clase si no está ligado a las masas sinpartido, si no hay vínculos entre el Partido y las masas sin-partido, si estas masas no aceptan su dirección, si el Partido no goza de crédito moral y político entre las masas. Hace poco se dio ingreso en nuestro Partido a doscientos mil obreros. Lo notable aquí es la circunstancia de que estos obreros, más bien que venir ellos mismos al Partido, han sido enviados a él por toda la masa de los sin-partido, que ha intervenido activamente en la admisión de los nuevos afiliados, que no eran admitidos sin su aprobación. Este hecho demuestra que las grandes


masas de obreros sin-partido ven en nuestro Partido su partido, un partido entrañable y querido, en cuyo desarrollo y fortalecimiento se hallan profundamente interesados y a cuya dirección confían de buen grado su suerte. No creo que sea necesario demostrar que sin estos hilos morales imperceptibles que lo unen con las masas sin-partido, el Partido no habría podido llegar a ser la fuerza decisiva de su clase. El Partido es parte inseparable de la clase obrera. Nosotros -dice Lenin- somos el Partido de la clase, y, por ello, casi toda la clase (y en tiempo de guerra, en época de guerra civil, la clase entera) debe actuar bajo la dirección de nuestro Partido, debe tener con nuestro Partido la ligazón más estrecha posible; pero sería manilovismo y "seguidismo" creer que casi toda la clase o la clase entera pueda algún día, bajo el capitalismo, elevarse hasta el punto de alcanzar el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia, de su partido socialdemócrata. Ningún socialdemócrata juicioso ha puesto nunca en duda que, bajo el capitalismo, ni aun la organización sindical (más rudimentaria, más asequible al grado de conciencia de las capas menos desarrolladas) esté en condiciones de englobar a toda o a casi toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a capas cada vez más amplias a su avanzado nivel, sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas (v. t. VI, págs. 205-206). 2) El Partido como destacamento organizado de la clase obrera. El Partido no es sólo el destacamento de vanguardia de la clase obrera. Si quiere dirigir realmente la lucha de su clase, tiene que ser, al mismo tiempo, un destacamento organizado de la misma. Las tareas del Partido en el capitalismo son extraordinariamente grandes y diversas. El Partido debe dirigir la lucha del proletariado en condiciones extraordinariamente difíciles de desarrollo interior y exterior; debe llevar al proletariado a la ofensiva cuando la situación exija la ofensiva; debe sustraer al proletariado de los golpes de un enemigo fuerte cuando la situación exija la retirada; debe inculcar en las masas de millones y millones de obreros sin-partido e inorganizados el espíritu de disciplina y el método en la lucha, el espíritu de organización y la firmeza. Pero el Partido no puede cumplir estas tareas si él mismo no es la personificación de la disciplina y de la organización, si él mismo no es un destacamento organizado del proletariado. Sin estas condiciones, ni hablar se puede de que el Partido dirija verdaderamente a masas de millones y millones de proletarios. El Partido es el destacamento organizado de la clase obrera. La idea del Partido como un todo organizado está expresada en la conocida fórmula, expuesta por Lenin en el artículo primero de los Estatutos de nuestro Partido, donde se considera al Partido suma de sus organizaciones, y a sus miembros, afiliados a una de las organizaciones del Partido. Los mencheviques, que ya en 1903 rechazaban esta fórmula, proponían, en su lugar, el "sistema", de autoadhesión al Partido, el "sistema" de extender el "título" de afiliado al Partido a cualquier "profesor" y a cualquier "estudiante", a cualquier "simpatizante" y a cualquier "huelguista" que apoyara al Partido de un modo u otro, aunque no formara ni desease formar parte de ninguna de sus organizaciones. No creo que sea necesario demostrar que este original "sistema", de haber arraigado en nuestro Partido, habría llevado inevitablemente a inundarlo de profesores y estudiantes y a su degeneración en una "entidad" vaga, amorfa, desorganizada, que se hubiera perdido en el mar de los "simpatizantes", habría borrado los límites entre el Partido y la clase y malogrado la tarea del Partido de elevar a las masas inorganizadas al nivel del destacamento de vanguardia. Huelga decir que, con un "sistema" oportunista como ése, nuestro Partido no habría podido desempeñar el papel de núcleo organizador de la clase obrera en el curso de nuestra revolución.


Desde el punto de vista del camarada Mártov -dice Lenin- las fronteras del Partido quedan absolutamente indeterminadas, porque "cualquier huelguista" puede "declararse miembro del Partido". ¿Cuál es el provecho de semejante vaguedad? La gran difusión del "título". Lo que tiene de nocivo consiste en que origina la idea desorganizadora de la confusión de la clase con el Partido (v. t. VI, pág. 211). Pero el Partido no es sólo la suma de sus organizaciones. El Partido es, al mismo tiempo, el sistema único de estas organizaciones, su fusión formal en un todo único, con organismos superiores e inferiores de dirección, con la subordinación de la minoría a la mayoría, con resoluciones prácticas, obligatorias para todos los miembros del Partido. Sin estas condiciones, el Partido no podría formar un todo único y organizado, capaz de ejercer la dirección sistemática y organizada de la lucha de la clase obrera. Antes -dice Lenin-, nuestro Partido no era un todo formalmente organizado, sino, simplemente, una suma de diversos grupos, razón por la cual no podía de ningún modo existir entre ellos más relación que la de la influencia ideológica. Ahora somos ya un partido organizado, y esto entraña la creación de una autoridad, la transformación del prestigio de las ideas en el prestigio de la autoridad, la sumisión de las instancias inferiores a las instancias superiores del Partido (v. t. VI. pág. 291) El principio de la subordinación de la minoría a la mayoría, el principio de la dirección de la labor del Partido por un organismo central suscita con frecuencia ataques de los elementos inestables, acusaciones de "burocratismo", de "formalismo", etc. No creo que sea necesario demostrar que la labor sistemática del Partido como un todo y la dirección de la lucha de la clase obrera no serían posibles sin la aplicación de estos principio. El leninismo en materia de organización es la aplicación indefectible de estos principios. Lenin califica la lucha contra estos principios de "nihilismo ruso" y de "anarquismo señorial", digno de ser puesto en ridículo y repudiado. He aquí lo que dice Lenin, en su libro "Un paso adelante" a propósito de estos elementos inestables: Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del Partido se le antoja una "fábrica" monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un "avasallamiento"... la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central le hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en "ruedas y tornillos"... la sola mención de los estatutos de organización del Partido suscita en él un gesto de desprecio y la desdeñosa... observación de que se podría vivir sin estatutos. Está claro, me parece, que los clamores contra el famoso burocratismo no son más que un medio de encubrir el descontento por la composición de los organismos centrales, no son más que una hoja de parra... ¡Eres un burócrata, porque has sido designado por el Congreso sin mi voluntad y contra ella! Eres un formalista, porque te apoyas los acuerdos formales del Congreso, y no en mi consentimiento. Obras de un modo brutalmente mecánico, porque te remites a la mayoría "mecánica" del Congreso del Partido y no prestas atención a mi deseo de ser cooptado. Eres un autócrata, porque no quieres poner el poder en manos de la vieja tertulia de buenos compadres! (v. t. VI. págs. 310 y 2). 3) El Partido como forma superior de organización de clase del proletariado. El Partido es el destacamento organizado la clase obrera. Pero el Partido no es la única organización de la clase obrera. El proletariado cuenta con muchas otras organizaciones, sin las cuales no podría luchar con éxito contra el capital: sindicatos, cooperativas, organizaciones fabriles, minorías parlamentarias, organizaciones femeninas sin-partido, prensa, organizaciones culturales y educativas, uniones de la juventud, organizaciones revolucionarias de combate (durante las acciones revolucionarias abiertas), Soviets de Diputados como forma de organización del Estado


(si el proletariado se halla en el Poder), etc. La inmensa mayoría de estas organizaciones son organizaciones sin-partido, y sólo unas cuantas están directamente vinculadas al Partido o son ramificaciones suyas. En determinadas circunstancias, todas estas organizaciones son absolutamente necesarias para la clase obrera. pues sin ellas no sería posible consolidar las posiciones de clase del proletariado en los diversos terrenos de la lucha, ni sería posible templar al proletariado como la fuerza llamada a sustituir el orden de cosas burgués por el orden de cosas socialista. Pero ¿cómo llevar a cabo la dirección única, con tal abundancia de organizaciones? ¿Qué garantía hay de que esta multiplicidad de organizaciones no lleve a incoherencias en la dirección? Cada una de estas organizaciones, pueden decirnos, actúa en su propia órbita y por ello no pueden entorpecerse las unas a las otras. Esto, naturalmente es cierto. Pero también lo es que todas estas organizaciones tienen que desplegar su actividad en una misma dirección, pues sirven a una sola clase, a la clase de los proletarios. ¿Quién -cabe preguntarse- determina la línea, la orientación general que todas estas organizaciones deben seguir en su trabajo? ¿Dónde está la organización central que no sólo sea capaz, por tener la experiencia necesaria, de trazar dicha línea general, sino que, además, pueda, por tener el prestigio necesario para ello, mover a todas estas organizaciones a aplicar esa línea, con el fin de lograr la unidad en la dirección y excluir toda posibilidad de intermitencias? Esta organización es el Partido del proletariado. El Partido posee todas las condiciones necesarias para lo primero, porque el Partido es el punto de concentración de los mejores elementos de la clase obrera, directamente vinculados a las organizaciones sin-partido del proletariado y que con frecuencia las dirigen; segundo, porque el Partido, como punto de concentración de los mejores elementos de la clase obrera, es la mejor escuela de formación de jefes de la clase obrera, capaces de dirigir todas las formas de organización de su clase; tercero, porque el Partido, como la mejor escuela para la formación de jefes de la clase obrera, es, por su experiencia y su prestigio, la única organización capaz de centralizar la dirección de la lucha del proletariado, haciendo así de todas y cada una de las organizaciones sin-partido de la clase obrera organismos auxiliares y correas de transmisión que unen al Partido con la clase. El Partido es la forma superior de organización de clase del proletariado. Esto no quiere decir, naturalmente, que las organizaciones sin-partido, los sindicatos, las cooperativas, etc., deban estar formalmente subordinadas a la dirección del Partido. Lo que hace falta es simplemente, que los miembros del Partido que integran estas organizaciones, en las que gozan de indudable influencia, empleen todos los medios de persuasión para que las organizaciones sin-partido se acerquen en el curso de su trabajo al Partido del proletariado y acepten voluntariamente la dirección política de éste. Por eso, Lenin dice que el Partido es "la forma superior de unión de clase de los proletarios", cuya dirección política debe extenderse a todas las demás formas de organización del proletariado (v. t. XXV. pág. 194). Por eso, la teoría oportunista de la "independencia" y de la "neutralidad" de las organizaciones sin-partido, que produce parlamentarios independientes y publicistas desligados del Partido, funcionarios sindicales de mentalidad estrecha y cooperativistas imbuidos de espíritu pequeñoburgués, es completamente incompatible con la teoría y la práctica del leninismo. 4) El Partido como instrumento de la dictadura del proletariado. El Partido es la forma superior de organización del proletariado. El Partido es el factor esencial de dirección en el seno de la clase de los proletarios y entre las organizaciones de esta clase. Pero de aquí no se desprende, ni mucho menos, que el Partido pueda ser considerado como un fin en sí, como una fuerza que se baste a sí misma. El Partido no sólo es la forma superior de unión de clase de los proletarios, sino que es, al mismo tiempo, un instrumento del proletariado para la conquista de su dictadura, cuando


ésta no ha sido todavía conquistada, y para la consolidación y ampliación de la dictadura, cuando ya está conquistada. El Partido no podría elevar a tal altura su importancia, ni ser la fuerza rectora de todas las demás formas de organización del proletariado, si éste no tuviera planteado el problema del Poder, si las condiciones creadas por el imperialismo, la inevitabilidad de las guerras y la existencia de las crisis no exigieran la concentración de todas las fuerzas del proletariado en un solo lugar, la convergencia de todos los hilos del movimiento revolucionario en un solo punto, a fin de derrocar a la burguesía y conquistar la dictadura del proletariado. El proletariado necesita del Partido, ante todo, como Estado Mayor de combate, indispensable para la conquista victoriosa del Poder. No creo que sea necesario demostrar que, sin un partido capaz de reunir en torno suyo a las organizaciones de masas del proletariado y de centralizar, en el curso de la lucha, la dirección de todo el movimiento, el proletariado de Rusia no hubiera podido implantar su dictadura revolucionaria. Pero el proletariado no necesita del Partido solamente para conquistar la dictadura; aún le es más necesario para mantenerla, consolidarla y extenderla, para asegurar la victoria completa del socialismo. Seguramente -dice Lenin-, hoy casi todo el mundo ve ya que los bolcheviques no se hubieran mantenido en el Poder, no digo dos años y medio, sino ni siquiera dos meses y medio, sin la disciplina rigurosísima, verdaderamente férrea, de nuestro Partido, sin el apoyo total e indefectible prestado a él por toda la masa de la clase obrera, es decir, por todo lo que ella tiene de consciente, honrado, abnegado, influyente y capaz de conducir tras de sí o de arrastrar a las capas atrasadas (v. t. xxv, pág. 173). Pero ¿qué significa "mantener" y "extender" la dictadura? Significa inculcar a las masas de millones y millones de proletarios el espíritu de disciplina y de organización; significa dar a las masas proletarias cohesión y proporcionarles un baluarte contra la influencia corrosiva del elemento pequeñoburgués y de los hábitos pequeñoburgueses; reforzar la labor de organización de los proletarios para reeducar y transformar a las capas pequeñoburguesas; ayudar a las masas proletarias a forjarse como fuerza capaz de destruir las clases y de preparar las condiciones para organizar la producción socialista. Pero todo esto sería imposible hacerlo sin un partido fuerte por su cohesión y su disciplina. La dictadura del proletariado -dice Lenin- es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el estado de espíritu de las masas e influir sobre él, es imposible llevar a cabo con éxito esta lucha (v. t. XXV, pág. 190). El proletariado necesita del Partido para conquistar y mantener la dictadura. El Partido es un instrumento de la dictadura del proletariado. Pero de esto se deduce que, con la desaparición de las clases, con la extinción de la dictadura del proletariado, deberá desaparecer también el Partido. 5) El Partido como unidad de voluntad incompatible con la existencia de fracciones. La conquista y el mantenimiento de la dictadura del proletariado son imposibles sin un partido fuerte por su cohesión y su disciplina férrea. Pero la disciplina férrea del Partido es inconcebible sin la unidad de voluntad, sin la unidad de acción, completa y absoluta, de todos los miembros del Partido. Esto no significa, naturalmente, que por ello quede excluida la posibilidad de una lucha de opiniones dentro del Partido. Al revés: la disciplina férrea no excluye, sino que presupone la crítica y la lucha de opiniones dentro del Partido. Tampoco significa esto, con mayor razón, que la disciplina debe ser "ciega". Al contrario, la disciplina férrea no excluye, sino que presupone la


subordinación consciente y voluntaria, pues sólo una disciplina consciente puede ser una disciplina verdaderamente férrea. Pero, una vez terminada la lucha de opiniones, agotada la critica y adoptado un acuerdo, la unidad de voluntad y la unidad de acción de todos los miembros del Partido es condición indispensable sin la cual no se concibe ni un Partido unido ni una disciplina férrea dentro del Partido. En la actual Época de cruenta guerra civil -dice Lenin-. el Partido Comunista sólo podrá cumplir con su deber si se halla organizado del modo más centralizado, si reina dentro de él una disciplina férrea, rayana en la disciplina militar; y si su organismo central es un organismo que goza de gran prestigio y autoridad, está investido de amplios poderes y cuenta con la confianza general de los afiliados al Partido (v. t. XXV, págs. 282-283). Así está planteada la cuestión de la disciplina del Partido en las condiciones de la lucha precedente a la conquista de la dictadura. Otro tanto hay que decir, pero en grado todavía mayor, respecto a la disciplina del Partido después de la conquista de la dictadura: El que debilita, por poco que sea -dice Lenin-, la disciplina férrea del Partido del proletariado (sobre todo en la época de su dictadura), ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado (v. t. XXV, pág. 190). Pero de aquí se desprende que la existencia de fracciones es incompatible con la unidad del Partido y con su férrea disciplina. No creo que sea necesario demostrar que la existencia de fracciones lleva a la existencia de diversos organismos centrales y que la existencia de diversas organismos centrales significa la ausencia de un organismo central común en el Partido, el quebrantamiento de la unidad de voluntad, el debilitamiento y la descomposición de la disciplina, el debilitamiento y la descomposición de la dictadura. Naturalmente, los partidos de la II Internacional, que combaten la dictadura del proletariado y no quieren llevar a los proletarios a la conquista del Poder, pueden permitirse un liberalismo como la libertad de fracciones, porque no necesitan, en absoluto, una disciplina de hierro. Pero los partidos de la Internacional Comunista, que organizan su labor partiendo de las tareas de conquistar y fortalecer la dictadura del proletariado, no pueden admitir ni el "liberalismo" ni la libertad de fracciones. El Partido es la unidad de voluntad, que excluye todo fraccionalismo y toda división del poder dentro del Partido. De aquí, que Lenin hablara del "peligro del fraccionalismo para la unidad del Partido y para la realización de la unidad de voluntad de la vanguardia del proletariado, condición fundamental del éxito de la dictadura del proletariado". Esta idea fue fijada en la resolución especial del X Congreso de nuestro Partido "Sobre la unidad del Partido". De aquí, que Lenin exigiera "la supresión completa de todo fraccionalismo" y "la disolución inmediata de todos los grupos, sin excepción, formados sobre tal o cual plataforma", so pena de "expulsión incondicional e inmediata del Partido" (v. la resolución "Sobre la unidad del Partido"). 6) El Partido se fortalece depurándose de los elementos oportunistas. El fraccionalismo dentro del Partido nace de sus elementos oportunistas. El proletariado no es una clase cerrada. A él afluyen continuamente elementos de origen campesino, pequeñoburgués e intelectual, proletarizados por el desarrollo del capitalismo. Al mismo tiempo, en la cúspide del proletariado compuesta principalmente de funcionarios sindicales y parlamentarios cebados por la burguesía a expensas de los superbeneficios coloniales, se opera un proceso de descomposición. "Esa capa dice Lenin- de obreros aburguesados o de "aristocracia obrera", enteramente pequeñoburgueses por su género de vida, por sus emolumentos y por toda su concepción del mundo, es el principal


apoyo de la II Internacional, y, hoy día, el principal apoyo social (no militar) de la burguesía. Porque son verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, lugartenientes obreros de la clase de los capitalistas 1/4, verdaderos vehículos del reformismo y del chovinismo" (v. t. XIX, pág. 77). Todos estos grupos pequeñoburgueses penetran de un modo o de otro en el Partido, llevando a éste el espíritu de vacilación y de oportunismo, el espíritu de desmoralización y de incertidumbre. Son ellos, principalmente, quienes constituyen la fuente del fraccionalismo y de la disgregación, la fuente de la desorganización y de la labor de destrucción del Partido desde dentro. Hacer la guerra al imperialismo teniendo en la retaguardia tales "aliados", es verse en la situación de gente que se halla entre dos fuegos, tiroteada por el frente y por la retaguardia. Por eso, la lucha implacable contra estos elementos, su expulsión del Partido es la condición previa para luchar con éxito contra el imperialismo. La teoría de "vencer" a los elementos oportunistas mediante la lucha ideológica dentro del Partido, la teoría de "acabar" con estos elementos dentro del marco de un partido único es una teoría podrida y peligrosa, que amenaza con condenar al Partido a la parálisis y a una dolencia crónica, que amenaza con entregar el Partido a merced del oportunismo, que amenaza con dejar al proletariado sin Partido revolucionario, que amenaza con despojar al proletariado de su arma principal en la lucha contra el imperialismo. Nuestro Partido no hubiera podido salir a su anchuroso camino, no hubiera podido tomar el Poder y organizar la dictadura del proletariado, no hubiera podido salir victorioso de la guerra civil, si hubiese tenido en sus filas a los Mártov y a los Dan, a los Potrésov y a los Axelrod. Si nuestro Partido ha conseguido forjar dentro de sus filas una unidad interior y una cohesión nunca vistas, se debe, ante todo, a que supo librarse a tiempo de la escoria del oportunismo y arrojar del Partido a los liquidadores y a los mencheviques. Para desarrollar y fortalecer los partidos proletarios, hay que depurar sus filas de oportunistas y reformistas, de socialimperialistas y social-chovinistas, de social-patriotas y social-pacifistas. El Partido se fortalece depurándose de los elementos oportunistas. Teniendo en las propias filas a los reformistas, a los mencheviques -dice Lenin-, no es posible triunfar en la revolución proletaria, no es posible defenderla. Esto es evidente desde el punto de vista de los principios. Esto lo confirman con toda claridad la experiencia de Rusia y la de Hungría... En Rusia, hemos atravesado muchas veces por situaciones difíciles, en que el régimen soviético habría sido irremediablemente derrotado si hubiesen quedado mencheviques, reformistas, demócratas pequeñoburgueses dentro de nuestro Partido... En Italia, donde, según la opinión general, las cosas marchan hacia batallas decisivas entre el proletariado y la burguesía por la conquista del Poder del Estado. En tales momentos, no sólo es absolutamente necesario expulsar del Partido a los mencheviques, a los reformistas, a los turatistas, sino que puede incluso resultar útil apartar de todos los puestos de responsabilidad a quienes, siendo excelentes comunistas, sean susceptibles de vacilaciones y manifiesten inclinación hacia la "unidad" con los reformistas... En vísperas de la revolución y en los momentos de la lucha más encarnizada por su triunfo, la más leve vacilación dentro del Partido puede echarlo todo a perder, hacer fracasar la revolución, arrancar el Poder de manos del proletariado, porque este Poder no está todavía consolidado, porque las arremetidas contra él son todavía demasiado fuertes. Si en tal momento, los dirigentes vacilantes se apartan, eso no debilita al Partido, sino que fortalece al Partido, al movimiento obrero, a la revolución (v. t. XXV, págs. 462, 463 y 464).


LA VÍA DEMOCRÁTICA AL SOCIALISMO ESTADO, DEMOCRACIA Y SOCIALISMO* - ÁLVARO GARCÍA LINERA 16 de Enero de 2015 (*) Conferencia dictada por el Vicepresidente Álvaro García Linera, en la Universidad de la Sorbona de París, en el marco del “Coloquio Internacional dedicado a la obra de Nicos Poulantzas: un marxismo para el siglo XXI”, realizado el 16 de enero de 2015.

Finalmente, quisiera revisar rápidamente un segundo concepto clave en el último libro de Nicos Poulantzas; más específicamente en el último capítulo de ese libro, al que titula: “Hacia un socialismo democrático”. Si el Estado capitalista moderno es una relación social que atraviesa a toda la sociedad y a todos sus componentes: las clases sociales, las identidades colectivas, sus ideas, su historia y sus esperanzas; entonces, el socialismo, entendido como la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado, que por otra parte no es más que la institucionalización material e ideal, económica y cultural, de esa correlación de fuerzas sociales. Y lo atraviesa justamente como la democratización sustancial de las decisiones colectivas, de la gestión de lo común, como desmonopolización creciente de la producción de los universales cohesionadores; es decir, como irrupción de la democracia en las condiciones materiales y simbólicas de la existencia social. De acuerdo a Poulantzas, siete son las características de esta vía democrática al socialismo: 1) Es un largo proceso, en el que (…) 2) Las luchas populares despliegan su intensidad en las propias contradicciones del Estado, modificando las relaciones de fuerza en su seno mismo (…) 3) Las luchas transforman la materialidad del Estado (…) 4) Las luchas reivindican y profundizan el pluralismo político ideológico (…) 5) Las luchas profundizan las libertades políticas, el sufragio universal de la democracia representativa. 6) Se desarrollan nuevas formas de democracia directa y de focos autogestionarios. 7) Todo eso acontece en la perspectiva de la extinción del Estado [xiv] . Cuando Poulantzas menciona que la vía democrática al socialismo es un “largo proceso”, se refiere a que no se trata de un golpe de mano, un asalto al Estado, una victoria electoral o armada, ni mucho menos un decreto. Desde la lógica relacional, el socialismo consiste en la transformación radical de la correlación de fuerzas entre las clases anteriormente subalternas, que ha de materializarse en distintos nodos institucionales del Estado que condensan precisamente esa correlación de fuerzas. Pero también −añadiríamos nosotros− significa, en esta misma lógica, continuas transformaciones en las formas organizativas de las clases laboriosas, en su capacidad


asociativa y de participación directa, y, por sobre todo, en lo que denominamos como la dimensión ideal del Estado, es decir, en las ideas-fuerza de la sociedad, en el conjunto de esquemas morales y lógicos con los que la gente organiza su vida cotidiana. De hecho, esta dimensión ideal del Estado −a veces soslayada por Poulantzas− quizás es la más importante a transformar, pues, incluso lo más material del Estado (los aparatos de coerción) son eficaces solamente si preservan la legitimidad de su monopolio; es decir, si existe una creencia socialmente compartida acerca de su pertinencia y necesidad práctica. Entonces, la idea de proceso hace referencia a un despliegue de muchas transformaciones en las correlaciones de fuerzas, en la totalidad de los espacios dentro de la estructura estatal y también por fuera de ella; aunque sus resultados difieran en el tiempo. Pero, ciertamente, no se trata de una acumulación de cambios graduales al interior del Estado, tal como propugnaba el viejo reformismo. Interpretando esto desde la experiencia boliviana, ese proceso significa un despliegue simultáneo de intensas luchas sociales en cada uno de los espacios de las estructuras estatales, donde se dan profundas transformaciones en las correlaciones de fuerza entre los sectores sociales con capacidad de decisión y en la propia composición material de esas estructuras estatales; esto es válido tanto para los sistemas de representación electoral (victorias electorales), para la administración de los bienes comunes (políticas económicas), y para la hegemonía política (orden simbólico del mundo). La hegemonía es la creciente irradiación de una esperanza movilizadora en torno a una manera social de administrar los bienes comunes de todos los connacionales, pero también es la modificación de los esquemas morales y lógicos con los que las personas organizan su presencia en el mundo. Gramsci tiene razón cuando dice que las clases trabajadoras deben dirigir y convencer a la mayor parte de las clases sociales en torno a un proyecto revolucionario de Estado, economía y sociedad. Aunque Lenin también tiene razón, cuando afirma que el proyecto dominante debe ser derrotado. Se dice que existen dos versiones respecto a la hegemonía política: la de convencer, gramsciana; y la de derrotar, leninista. Nuestra experiencia en Bolivia nos enseña que la hegemonía es en realidad la combinación de ambas. Primero está el irradiar y convencer en torno a un principio de esperanza movilizadora (tal como lo demandaba Gramsci). Hablamos de un largo trabajo cultural, discursivo, organizativo y simbólico, que va estableciendo nodos de irradiación territorial en el espacio social, y cuya eficacia se pone a prueba al momento del vaciamiento y resquebrajamiento de las tolerancias morales entre los gobernantes y los gobernados, o momentos de disponibilidad social para revocar los esquemas morales y lógicos del orden social dominante. Uno nunca puede saber con precisión cuándo emergerá ese momento de revocación de las antiguas fidelidades políticas y, de hecho, hay generaciones sociales, revolucionarios, académicos y líderes sociales, que trabajan décadas y mueren antes de ver algún resultado. Sin embargo, esos momentos de la sociedad en las que ella se abre a una revocatoria de creencias sustanciales sí existen; y entonces es ahí cuando la larga y paciente labor de construcción cultural, simbólica y organizativa pone a prueba su capacidad irradiadora para articular esperanzas movilizadoras, a partir de las potencias latentes dentro del propio tramado de las clases subalternas. La constitución de un “empate catastrófico” [xv] , de dos proyectos sociales confrontados con capacidad de movilización, convencimiento moral e irradiación territorial propia de los procesos revolucionarios, surgirá de esta estrategia de “guerra de posiciones” [xvi] .


Sin embargo, después llega un momento, que podemos llamar el “momento robesperiano”, en el que se debe derrotar la estructura discursiva y organizativa de los sectores dominantes −y ahí quien tiene razón es Lenin. Ningún poder se retira del campo de fuerzas por mera constatación o deterioro; no, al contrario, hace todo lo posible, incluso busca recurrir a la violencia para preservar su mando estatal. Entonces, en medio de una insurgencia social por fuera del Estado, y por dentro de las propias estructuras institucionales del Estado, se tiene que derrotar el viejo poder decadente, atravesando lo que se podría llamar un “punto de bifurcación” [xvii] , en el que las fuerzas, acumuladas en todos los terrenos de la vida social a lo largo de décadas, se confrontan de manera desnuda, dando lugar a una nueva correlación y una nueva condensación de ellas. Y es que una correlación de fuerzas no deviene en otra sin una modificación de la fuerza en sentido estricto; por eso el cambio de dirección y de posición de la correlación de fuerzas requiere un “punto de bifurcación” o un cambio en las propias fuerzas que se confrontan. Por eso, la inclinación leninista por una “guerra de movimientos” (como la definía Gramsci), no es una particularidad de las revoluciones en “oriente” con una débil sociedad civil, sino una necesidad común frente a cualquier Estado del mundo, que en el fondo no es más que una condensación de correlación de fuerzas entre las clases sociales. La estrategia revolucionaria radica en saber en qué momento del proceso se aplica la “guerra de movimientos” y en qué otro la “guerra de posiciones”; el punto es que una no puede existir sin la otra. Una vez atravesado el punto de bifurcación que reestructura radicalmente la correlación de fuerzas entre las clases sociales, dando lugar a un nuevo bloque de poder dirigente de la sociedad, nuevamente se tiene que volver a articular y convencer al resto de la sociedad, incluso a los opositores (que no desaparecen), aunque su articulación ya no será como clases dominantes, sino como clases derrotadas, es decir, desorganizadas y sin proyecto propio. Y aquí entonces entra nuevamente en escena Gramsci, con la lógica del convencimiento y la reforma moral e intelectual. En este caso, la fórmula es: convencer e instaurar, en palabras de Bloch, el “principio esperanza” [xviii] ; en otros términos, derrotar el proyecto dominante e integrar en torno a los nuevos esquemas morales y lógicos dominantes al resto de la sociedad. He ahí la fórmula de la hegemonía política, del proceso de construcción de la nueva forma estatal. A riesgo de esquematizar la idea del socialismo como proceso, podríamos distinguir entre los nudos principales, los nudos decisivos y los nudos estructurales que requiere una revolucionarización de forma y contenido social para un tránsito democrático hacia el socialismo. Los nudos principales de revolucionarización de la correlación de fuerzas serían: a) El gobierno b) El parlamento c) Y los medios de comunicación Los nudos decisivos: d) La experiencia organizativa autónoma de los sectores subalternos e) La participación social en la gestión de los bienes comunes f) El uso y función redistributiva de los recursos públicos g) Y las ideas fuerza u horizontes de época con las que las personas se movilizan. Y los nudos estructurales:


h) Las formas de propiedad y gestión sobre las principales fuentes de generación de riqueza, en la perspectiva de su socialización o comunitarizacion; i) Los esquemas morales y lógicos con los que las personas conocen y actúan en el mundo, capaces de ir desmontando procesualmente los monopolios de la gestión de los bienes comunes de la sociedad. Tenemos, entonces, nudos principales, decisivos y estructurales; pero no se trata de condensaciones de fuerzas graduales y en ascenso, sino de componentes concéntricos de las luchas de clases que revelan la composición social, económica, política y simbólica del campo social, de la trama social y del proceso estatal en marcha. Cuando solo se dan cambios en los nudos principales, estamos ante renovaciones regulares en los sistemas políticos dentro del mismo orden estatal. Si los cambios se presentan en los nudos principales y en los nudos decisivos, estamos ante revoluciones democráticas y políticas que renuevan el orden estatal capitalista dominante bajo formas de ampliación democratizada de sus instituciones y derechos. Y cuando se dan cambios simultáneamente en los tres nudos (principales, decisivos y estructurales), nos encontramos ante revoluciones sociales que inician un largo proceso de transformación estatal, un nuevo bloque de clases dirigente, una democratización creciente de la política y de la economía, y −lo que es decisivo− un proceso de desmonopolización de la gestión de los bienes comunes de la sociedad (impuestos, derechos colectivos, servicios básicos, recursos naturales, sistema financiero, identidades colectivas, cultura, símbolos cohesionadores, redes económicas, etc.). Retomando la propuesta de la vía democrática al socialismo poulantziana, ésta supone dos cosas más. En primer lugar, la defensa y ampliación del pluralismo político, de la democracia representativa. En la actualidad esto es una obviedad; sin embargo, hace 30 años, en la izquierda y en el marxismo, esa afirmación era una completa herejía porque la democracia representativa estaba asociada a la democracia burguesa. Y seguramente el mismo Poulantzas debió haber recibido, por esa afirmación, innumerables críticas de la izquierda radical “oficial” y las consiguientes excomuniones políticas. En segundo lugar, Poulantzas también plantea la ampliación de los espacios de democracia directa. Derrumbadas las fidelidades oscurantistas que obligaban al pensamiento marxista a mutilarse y silenciarse en el altar de la obsecuente defensa de unos regímenes que a la larga se mostraron como formas anómalas de capitalismo de Estado, ahora comprendemos que las libertades políticas y la democracia representativa son, en gran medida, resultado de las propias luchas populares; son su derecho de ciudadanía y forman parte de su acervo, de la memoria colectiva y de su experiencia política. Es cierto que la democracia representativa ayuda a reproducir el régimen estatal capitalista, pero también consagra los derechos sociales, unifica colectividades de clase y, lo que es más importante, es un terreno fértil para despertar posibilidades democráticas que van más allá de ella. Si bien la democracia representativa puede devenir en una democracia fósil que expropia la voluntad social en rituales individualizados que reproducen pasivamente la dominación, también expresa parte de la fuerza organizativa alcanzada de las clases subalternas, de sus límites temporales, y, ante todo, es el escenario natural en el que pueden desplegarse y despertarse formas democráticas y capacidades asociativas que van más allá de ella y del propio Estado. Ciertamente, lo popular se constituye como sujeto político en las elecciones y en las libertades políticas, pero también está claro que lo popular rebasa lo meramente representativo; la irradiación democrática de la sociedad crea o hereda espacios de participación directa, de democracia comunitaria, de experiencia sindical y asambleística territorial, que también forman parte del pluralismo democrático de la sociedad. Esta dualidad democrática representativa y participativadirecta-comunitaria es la clave para el entendimiento de la vía democrática al socialismo.


De hecho, desde esta perspectiva, el socialismo no está asociado a la estatización de los medios de producción −que ayuda a redistribuir riqueza, pero que no es un tipo de propiedad social ni el inicio de un nuevo modo de producción− o a un partido único (que en el caso de Lenin, fue una excepcionalidad temporal ante la guerra y la invasión de siete potencias mundiales). El socialismo no puede ser nada menos que la ampliación irrestricta de los espacios deliberativos y ejecutivos de la sociedad en la gestión de los asuntos públicos y, a la larga, en la producción y gestión de la riqueza social. Al interior de la audaz reflexión poulantziana, la cuestión de las formas de propiedad de los recursos económicos en el socialismo, y de la complejidad y dificultad en la construcción de experiencias organizativas para implementar formas de propiedad social, de producción social de riqueza y de gestión social de la producción que vayan más allá de la propiedad estatal y privada capitalista, constituyen un tema central pendiente en sus escritos [xix] . Volviendo a la trágica paradoja con la que caracterizamos el tiempo en que se desarrolla la obra de Poulantzas, quizás también en ella radique la virtud de su pensamiento. Él supo mirar más allá de la derrota temporal que se avecinaba para proponer los puntos nodales del resurgimiento de un pensamiento socialista; solo que para eso tuvieron que pasar más de 30 años. Es así que los socialistas y marxistas de hoy, tenemos mucho aún que aprender de este intelectual para entender el presente y para poder transformarlo.


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