Desgrabación de audición del Presidente por M24 del 14 de marzo de 2013

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AUDICIÓN DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, JOSÉ MUJICA, EN M24 DEL 14 DE MARZO DE 2013 Es un gusto poder saludarlos amigos, a través de este espacio en el cual procuramos arrimar alguna reflexión a una audiencia que hace mucho tiempo nos acompaña. Ayer, en el día de ayer, tuvimos el placer de recibir una muy nutrida delegación compuesta por gobernantes y empresarios que representaban en su conjunto a la ciudad de San Petersburgo, la antigua Leningrado, ese puerto notable de entrada de nuestra economía y del grueso de la economía de América Latina cuando accede a ese que puede llamarse “continente ruso”. Y entre esa gente había empresarios navieros, de la construcción naval, empresarios que se dedican a hacer turbinas eléctricas para los distintos caudales de agua y conocen las posibilidades que tiene el Uruguay y ofrecen sus oficios; en esa delegación además venía quien representa la universidad principal del conjunto de investigadores que tienen asiento en esa ciudad y quienes representan lo que puede ser el parlamento de la ciudad y el gobierno de la ciudad, con definiciones muy claras. Este viaje y esta delegación no vino improvisadamente, no es una tournée por América Latina, placentera; es un esfuerzo deliberado —según se nos manifestó— porque tomaron una decisión estratégica. Ven que el Uruguay es un punto ideal para que ese gravitante país establezca alianzas, negocios, puntos de salida para con toda América Latina. Y como gran ciudad puerto, representa, en el marco de una especie de sistema federal, con mucha independencia, a su país entero y de ahí la importancia que tiene este reconocimiento. Hace pocos días un conjunto de senadores estuvieron allá, nos enviaron un informe, estuvo algún ministro. Rusia es crecientemente un cliente importantísimo y puede serlo mucho más. Pero en lo que me quiero detener es que este es un aspecto casi cotidiano de gente que viene desde el exterior, a veces de diversos organismos, a veces de diversos intereses, a veces de diversas latitudes. Y lo que quiero resaltar es cómo nos ven desde afuera. Cómo nos ven las agencias calificadoras, que merecen ser siempre miradas con desconfianza, porque se dan el lujo de calificar al mundo, pero cómo le erraron en la calificación de Europa y en la calificación de Estados Unidos. Pero interesa cómo nos ve la CEPAL. Allí están los informes disponibles de CEPAL, esa ya antigua organización que nos escudriña, sociológica y económicamente a todos los países de nuestra América Latina. Y allí están sus veredictos, sus números. Cómo nos ven distintos conjuntos de compañías que se presentan al país, cómo nos ve el mundo, cómo nos ven los medios de prensa internacionales. Se dice por ahí que el Presidente actual tiene una imagen internacional, positiva, muy positiva; no hay que confundirse. Lo que tiene una visión positiva, enormemente positiva, es el país. Y el país le está regalando imagen a su Presidente: es exactamente al revés. Sin embargo, este hecho incontrovertible,


este hecho que hacía que hace diez años el Uruguay estaba empatado con Haití en materia de inversión, estaba en el fondo de la tabla, hoy es un país que ha dado un salto en esa materia, y ese es el documento más objetivo de cómo nos ven. Si desde afuera vienen a colocar su platita en el afán de reproducirla es porque sencillamente tenemos una imagen positiva y hay confianza para con el país. Los que manejan la plata son la cosa más desconfiada que hay arriba del planeta, y si vienen y vienen en tal cantidad que nos están haciendo mal —porque entran dólares por todos lados y el dólar tiende a bajar—, vienen porque hay confianza, entre otras cosas. No vienen de buenos, vienen buscando la lana de ellos, pero vienen sencillamente porque este es un país altamente confiable. Sin embargo, si desde afuera, mirando con objetividad, nos ven así, los uruguayos estamos lejos de darnos cuenta de la imagen que el país ha generado y ha cultivado hacia el exterior. Somos los uruguayos, los que vivimos aquí dentro, tal vez, los que no nos damos cuenta de lo que tenemos. No nos damos cuenta de las garantías laborales que los trabajadores del Uruguay tienen por todas partes, no nos damos cuenta del conjunto de 30 y pico de leyes que en estos años se han ido aprobando por aquí y por allá para darle garantías y seguridades al trabajador, al que invierte, al que se la juega por este país. No le damos valor a la estabilidad política y jurídica. No le damos valor a que es un país altamente previsible. ¿Quiere decir esto que estamos en el mejor de los mundos y que nos falta muy poco para atar los perros con chorizo? No, no. ¡Vaya que tenemos problemas y problemas en nuestro continente! Pero los problemas que tenemos en este país son bagatelas ante los que hay en otras partes. Y sobre todo, tenemos las posibilidades francas y abiertas de ir superándolos uno a uno, y elevando continuamente en una tarea de trabajo que nadie nos va a regalar. Todavía un conjunto de rémoras vienen desde mucho tiempo atrás y en definitiva deberían ser el cometido paciente y causa de lucha de todos los uruguayos. Sin embargo, hay que reconocer que la democracia —y vaya que este es un país democrático y republicano—, nunca es perfecta. Y no es perfecta porque, entre otras cosas, no somos perfectos los hombres y no podemos serlo. Arrastramos nuestra humanidad, nuestras contradicciones, nuestras bagatelas, nuestras grandezas y nuestras miserias. La democracia tiene obviamente patologías, tiene enfermedades; siendo el mejor sistema que ha podido inventar el hombre, tiene incuestionablemente, en el seno de sus virtudes, sus propias enfermedades. Tiene por ahí el inevitable egoísmo humano que llevamos dentro, porque tendemos a ver la realidad a través del ojo de nuestra conveniencia y naturalmente, con esa perspectiva individual, permanentemente nos estamos olvidando del interés general. Esta es una limitante que tenemos los humanos, porque tendemos a ver lo general a través de lo particular, de nosotros mismos. Tenemos la enorme limitante, que en el caso de Uruguay es muy seria, desde los sistemas de información pública, de nuestra tan defectuosa y enferma libertad de prensa. No porque no exista libertad, sino porque se cae en el


libertinaje, que es la deformación de la libertad. Pululan verdades a medias, por lo tanto, no son verdades; pulula la constante eliminación de los contextos que rodean las noticias. Falta por todas partes el esfuerzo por ratificar la veracidad de las noticias. Hay una enorme irresponsabilidad. Se le da crédito al Twitter, a cualquier medio extranjero, a cualquier bolazo que anda en la vuelta. Y en esta época donde han proliferado los medios de comunicación, y las formas de comunicación que permiten el más absoluto anonimato, y con ello la insidia y la siembra permanente de desinformación y de maldad, el trabajo de ratificar la información debiera ser el esfuerzo principal en los medios de comunicación. Pero además se suma la especulación directa, que a veces se vuelca como si fueran noticias. Hay derecho a especular, pero no hay derecho a transformar la especulación en noticia. A veces, de vez en cuando, la mentira infame directamente también suele aparecer. Estas cosas son casi cotidianas, son cosas a que nos ha acostumbrado nuestra libertad de prensa, nos ha acostumbrado el supuesto periodismo independiente. Pero tenemos que reconocer también que estamos en una sociedad donde mucho se compra y mucho se vende. A veces nos preguntamos si pasa lo mismo, al final, con la independencia. Dentro de esa malla, la gente se tiene que formar —su globalidad, sus sensaciones generales, su conducta—, por eso, pasar por el medio de esa red sin recibir un baño muy fuerte de visión negativa, a los uruguayos les resulta cada vez más difícil y más difícil. De ahí la enorme dicotomía de cómo nos vemos desde adentro y de cómo nos ven desde afuera. Desde afuera nos ven con números, con objetividad nos miden; desde adentro, con sensaciones de carácter informativo que van construyendo un modo general de pensar y de ver. Los uruguayos de hoy no se dan cuenta de lo que tienen, y los grandes dilemas. Incluso no pueden ver los problemas más graves que nos amenazan en el futuro, por ejemplo, el narcotráfico. Ven el problema de la droga y se asustan de la droga y no se asustan de lo que hay, mucho peor, atrás de la droga, que es la infamia del comercio que está prostituyendo las costumbres de nuestra sociedad. Más, hay un bajón ético en el campo del delito y esto es paradojal, porque en el mundo hay culturas carcelarias y el mundo del delito tiene o tenía sus códigos también. Los está perdiendo crecientemente. Está perdiendo las barreras y los frenos que tenía y los está perdiendo por la influencia que tiene en las costumbres el narcotráfico, que en última instancia, siempre termina ofreciendo o dinero o plomo. Entonces, claro que nuestra sociedad no puede ver eso. No puede ver cosas más elementales porque nadie se ocupa de insistir, no hay campañas machaconas. 500 y pico de muertos por el tráfico, por año; 500 y pico de muertos por el tráfico. La inmensa mayoría, por humanos errores que eran evitables, errores de nuestra conducta, de nuestra manera de manejar, de nuestra pericia, de nuestras prevenciones, a veces por el alcohol, a veces por exceso de velocidad. Y allí están. Y miles de personas lastimadas, heridas, muchas de las cuales quedan con consecuencias definitivas que van a significar una carga para el resto de su vida y la de sus familiares.


El costo que tiene el tráfico es superior al costo de cualquier guerra y, sin embargo, ni por asomo existen campañas periodísticas, ni por asomo hay grandes titulares que procuren educar, sacudir, formar la conciencia pública, porque esto no da spot. Todavía peor. Vino un jerarca internacional de mucha importancia a este país, preocupado por las cifras, por la cantidad de muertos que supone el tráfico, y la cantidad de heridos, y nos habla de las campañas internacionales, de los logros que han tenido algunos países y de cómo se puede mejorar. Nos reconoce que en los últimos años hemos mejorado algo, pero nos falta mucho. Nos habla de que va a haber autos de primera, de primer mundo, con garantías de que será muy difícil que alguien tenga un accidente, pero seguramente van a costar muy caro y seguirá habiendo autos de tercera para el pelotón. Y que si no cambiábamos en nuestra costumbre y en nuestra conducta de movernos por las calles entre motos y autos, las pérdidas serán cuantiosas, y ya lo son. Y cuando tímidamente le preguntamos: “¿No podrá haber algún acuerdo mundial para que los autos no caminen tan ligero?” El buen señor nos dice: “Es imposible, porque las industrias de los automóviles mueven a millones de personas que viven de ellas, que están atrás”. Entonces uno se queda con dolor pensando que en este mundo, muy frecuentemente, el conjunto de intereses vale más que la vida humana. Pero este es el mundo donde nos toca vivir. Y curiosamente, cuando existen titulares y campañas de cosas para cualquier cosa, siempre tratando de sembrar una visión negativa, es inútil soñar con campañas que traten de educar a nuestra gente en cosas fundamentales, en levantarle el ánimo, en ser más objetivo con la realidad, en tenerle amor a este país, en quererlo, a darnos cuenta de que los defectos del país en parte son consecuencia de nuestros propios defectos, son parte de las patologías que tiene que soportar la democracia. Todavía hay un capítulo negro en esas patologías, en esas enfermedades. Un estado de derecho, y el Uruguay es un estado de derecho, significa el escalón más alto que por ahora ha podido lograr la humanidad para garantizar los derechos del individuo y de la gente. Por eso, frente a lo que fueron las monarquías divinas y todos los abusos nobiliarios de las aristocracias, un estado de derecho en el seno de una república democrática, con todos sus bemoles, es un paso superior en materia de civilización. Pero aquí también se generan brutales patologías. Inevitablemente, en el correr de nuestro tiempo histórico, se han ido generando formas parásitas de picapleitos que viven escudriñándoles los intestinos al Estado y terminan, en muchos casos, robándole suculentas sumas al Estado, en este camino de picapleitos. A veces he pensado que los malos procedimientos jurídicos del Estado implican que en el país existe una facultad de abogados tontos, adonde van los que trabajan en el Estado, y otra facultad de los abogados vivos, que son los que le ganan los pleitos al Estado. La cosa no es así, porque por todas partes hay buenísima gente, pero están los que han generado el gran oficio de picapleitos y que viven parasitando a costillas del Estado y terminan a veces robándole fortunas.


La opinión pública debe saber que en este pequeño país hay reclamaciones de carácter jurídico contra el Estado que pueden tener la estatura de todo el capital que tiene el Banco de la República. No se les cae el rostro. Porque acá hay una cosa de sentido común: las dimensiones del país, con sentido común, no permitirían ciertas cosas; pero en materia de reclamar existe cualquier cosa y ha pasado también cualquier cosa. Esta es una de las peores patologías, porque picando pleitos se tienden a llevar millones y millones de garrón. El caso al que me estoy refiriendo significó que hace muchos años alguien invirtió 250 mil dólares, más o menos, en un negocio que no caminó, y donde el Estado seguramente cometió errores, y pasó el tiempo, y por demandas de esto y de lo otro, y con tal y cual papelito, termina desembocando en pedir un pedazo del país. Estas cosas pasan y han pasado, y ha habido tentativas de esto porque hay un oficio. Y lo peor es que después uno siente a estos picapleitos opinar sobre la democracia, del estado de derecho, de las garantías constitucionales. Engolan la voz y hablan en programas, en sesudos programas a diestra y siniestra, y no son otra cosa que parásitos del sistema jurídico que tratan de medrar con los recursos, no del Estado, porque esta es una forma eufemística de hablar: lo que termina pagando el Estado, en el fondo, lo paga el pueblo que trabaja. Esta es la cuestión de carácter esencial. Queda bien claro que la democracia con todos sus defectos es nuestra, porque es republicana. Queda bien claro que estamos en un país hermoso, que a veces no nos damos cuenta, que quienes lo miden y lo ven desde afuera quedan impresionados, pero estamos en un país en el que tenemos multitud de cosas que superar, y esa superación no viene por un acto de magia, ni va a venir como regalo de los cielos. Es posible si se trabaja con el tiempo, se compromete con el cambio de las realidades cueste lo que cueste, se entiende que nada se logra de la noche a la mañana, pero que en definitiva es posible ir superando escalón a escalón la suerte de una nación, y que hemos tenido el regalo de la naturaleza o de los dioses, o de dios, según lo piense cada cual, de haber nacido en un rincón hermoso del planeta.


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