Desgrabación de audición del Presidente Mujica por M24 del 12 de abril de 2012

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Audición del Presidente de la República, José Mujica. 12-04-2012 Es un gusto, amigos, saludarlos por este espacio. Hoy, un poco -como siempre- apurados, diríamos; casi con el pie en el estribo. Pero como reflexión en estos días tenemos que reconocer el enorme papel que cumple la imaginación en la vida humana. La imaginación ha sido capaz de crearnos algunos poemas portentosos que se mantienen vigentes a lo largo de los siglos. Es la imaginación un refugio personal, a veces, a nuestra peripecia, y es una de las cualidades características del hombre, que nos ayudan a sortear la vida y también, en cierta medida, a engrandecerla. Pero toda cosa que está buena también tiene sus papeles negativos, no por ella, sino cuando se la utiliza muy mal. Fuimos en estos días a la Argentina, en un viaje que estaba programado; relámpago: ida y venida. Con una única intención: hacer en circunstancias difíciles todo lo posible para poder, siquiera en parte, mejorar el perfil de ventas del trabajo de los uruguayos. Pensamos que era un deber, que era una necesidad evidente, y lo teníamos planeado para ejecutarlo inmediatamente de nuestro viaje postergado a Brasil; pero fuimos y vinimos en dos horas y poco, y evitamos directamente cualquier conversación con cualquier medio de prensa. Sí delegamos en alguien que nos acompañó, que diera alguna sucinta información, lo menos precisa posible; porque teníamos que esperar. A cambio de ese tácito silencio que era una necesidad, una necesidad de lo que estábamos planteando, porque no había ningún anuncio, estábamos apostando a un proceso, salieron todo tipo de comentarios. A falta de información, la imaginación construyó un conjunto de hipótesis que andan rodando por ahí. No las voy a contestar, no lo voy a aclarar, es inútil. Tienen la fuerza del machaque, de la superioridad de lo que se escribe todos los días enfáticamente; pero quiero señalar el pésimo camino: la imaginación no debe sustituir la información, y cuando no existe la información, la imaginación debe separarse nítidamente clara. Hay derecho a imaginar, pero no hay ningún derecho a sustituir información por el invento de nuestra cabeza, de nuestras hipótesis. Son planos absolutamente distintos. En esto se incurre permanentemente y, naturalmente, no va a cambiar por el hecho de que lo señalemos; pero ésta es después una de las peores limitaciones para la formación del juicio de la gente. Así son, pues, entonces, las cosas. En otro orden de asuntos, hace un tiempo, cuando se discutió el presupuesto, queridos oyentes, una de las tantas conclusiones que dejaba el análisis de ese presupuesto era una fenomenal asignación de recursos que apuntaban al intento de refaccionar los locales de enseñanza y que al tomar esa decisión, aparentemente fría en la consideración presupuestal, en los hechos a este asunto se le estaba dando una prioridad que partía de una evidencia: de reconocer tácitamente que durante mucho tiempo se habían postergado los trabajos de mantenimiento y de remodelación de los edificios públicos que son soporte de una parte de nuestra enseñanza. Más sencillo: se puso mucha plata a disposición de poder cumplir con esto.


Es obvio que quienes, desde la dirección de la enseñanza, tienen por su profesión, la peculiaridad de estar inmersos en el mundo de la construcción, más claro, no son precisamente quienes dirigen en el máximo escalón de la enseñanza pública, quienes tenían que darse cuenta de la magnitud de los recursos, y como consecuencia, la magnitud del esfuerzo que había que hacer; pero eran sí los que, conociendo el mundo de la construcción, tenían que darse cuenta que semejante volumen presupuestal, que intentaba, con buen criterio, revertir un deterioro de años, las propias dimensiones que los recursos anotados en el presupuesto diseñaban, obligaba a tomar medidas muy especiales para poder acentuar la ejecutividad imprescindible y necesaria. Sin embargo, pasó casi un año para que se desembocara, un poco casi desesperadamente en que la Corporación Nacional para el Desarrollo hiciera un esfuerzo de colaboración importante. En primera instancia se resistieron los planteos a nivel parlamentario que recomendaban la participación de la Corporación. ¿Por qué? Porque todos reconocemos, todos hemos padecido y todos somos concientes que las trabas inevitables que el Estado tiene para ser ejecutivo, imposiciones del derecho público, obligan a una parsimonia que va contra la ejecutividad. Sí, este es un hecho, esta es una de las cosas que obliga a cambios trascendentes en el derecho público al Uruguay. Yo diría: el Uruguay no tiene que privatizar nada del Estado, lo que tiene es arrimar mucho más el derecho privado al derecho público; pero este es un tema, en todo caso, de otro costal. El hecho sustantivo es que no se estuvo a tono del punto de vista de la dirección ejecutiva, a la altura del gigantesco desafío que desataban los números, sólo para contemplarlos; y por ello hemos tenido una cantidad de inconvenientes, y por ello ha quedado sepultado un conjunto muy grande de realizaciones. Ni por asomo todos los edificios públicos de enseñanza son un desastre, ni por asomo hay retrasos en todos, pero hay que reconocer que hay una cuota importante de retraso en esta atención, y que no se estuvo a la altura del desafío, teniendo los medios. Porque lo peor de todo es que habiendo plata no se pudo gastar la plata en lo que había que hacer; y cuando se sale a gastar de apuro se gasta mal. Se gasta mal en el sentido de que, en un país donde funciona un sistema empresarial que está trabajando a tope, obviamente, los precios se disparan hacia arriba y terminan elevando innecesariamente el gasto, en el fondo por falta de previsión. Este es un error que hemos cometido; y hay que hacerse cargo, sencillamente, y hay que aprender del error. Obviamente, es un error consecuencia de otras cosas. No pueden existir 2.812 edificios, dependiendo de una estructura en su mantenimiento, centralizada como el CODICEN; pero esta es otra historia. El Presidente se considera en minoría, en este país prima desde hace muchos años, por más de cuatro décadas, la idea de que la enseñanza debe estar manejada por un sistema, y se confunde, que un sistema lo tiene que construir un aparato único, y nosotros creemos que un sistema lo construya una comunión de ideas, no un aparato. La brutal centralización de todas las decisiones multiplica los escalones y multiplica las dificultades. Es inconcebible que para tomar decisiones mínimas haya que subir escalones y escalones y


escalones. Sumado a esa etapa hay que informar y tendrá que venir algún arquitecto que certifica la denuncia del gasto. No vendrá un señor veterano en materia de destapar caños, habrá que certificar y cumplir todo un funcionamiento, y así todo se hace lento, penoso y difícil. Esto no es una consecuencia y una responsabilidad de quienes están al frente de la enseñanza. Es un diseño de un aparato monstruosamente centralizado; pero esto es mi opinión. Sé que con lujo de detalles otros sostienen que la construcción de un sistema obliga a la construcción de un aparato, y nosotros estamos convencidos que un aparato centralizado puede ser un antisistema, porque desata un conjunto de lógicas perversas que conducen a la dificultad de poder accionar. Es por este motivo central, es por esta razón central, sumada a otra razón central, que un país productivo necesita incrementar masivamente la enseñanza técnica en el país. Un país productivo con ocupación importante como tiene el Uruguay, para seguir creciendo tiene que calificar el valor de sus manos; y al decir el valor de sus manos, el valor de la cabeza. Porque vuelvo a repetir lo que he dicho hasta el cansancio: las manos piensan. Las manos ayudaron, las destrezas manuales ayudaron a recrear las destrezas mentales. Precisamente, el ejercicio de las manos no está en contra del poder de la persona; por el contrario: multiplica la capacidad de las personas, pero tiene una peculiaridad: tiende a bajar las cosas a lo concreto. Es parte el ejercicio de las manos de cualquier formación integral, pero lo es mucho más para un país que, por un lado tiene la necesidad de la equidad social y debe entender que el primer gesto de equidad social importante, más valioso, es darle oportunidad de trabajo a quienes están en el mundo trabajando mal, trabajando fuera de la formalidad, o trabajando en oficios varios para ganarse la vida un poco semiclandestinamente. Es el mundo de los oficios el que ayuda a integrar la marcha de la sociedad y por eso nuestra UTU tiene que cumplir un papel de carácter gigantesco a lo largo y a lo ancho del país; pero para ello necesita autonomía, entre otras cosas. Autonomía, creatividad y recursos; y debe ser esta UTU el semen de futuros politécnicos públicos, adscriptos a cada una de las regiones del país, un tanto especializado. No se trata de reproducir una cosa gigantesca. Se trata de que esta cosa grande crezca, pero vaya creándose elementos que se especialicen y que se independicen con autonomía en el futuro para seguir formando las manos y la cabeza de los uruguayos por todas partes. Por eso va a ir, en el marco de esta lucha de ideas, va a ir a fines de esta semana el proyecto que intenta que UTU pase a ser de vuelta un ente autónomo; como una forma concreta de enfrentar esta brutal centralización paralizante que tiene el sistema de enseñanza. Es nuestra forma concreta de expresar una opinión. El Parlamento sabrá lo que tiene que hacer. Es parte del Gobierno. No sabemos si tendremos el respaldo necesario. Semejante decisión precisa una mayoría especial; pero nosotros vemos esta UTU con crecimiento e independencia como un elemento movilizador de capacidades de docencia laterales que el Uruguay tiene por


todas partes. Léase LATU, léase otros institutos que existen por ahí; léanse los talleres de las Fuerzas Armadas, que pueden servir para ejercer cierto grado de docencia; léanse las organizaciones que por todas partes se pueden sumar en esto, pero no para que se queden en la construcción de un nuevo monstruo de cientos, y de cientos de miles de estudiantes, sino para que se multipliquen cuatro, cinco, seis -algún día- escuelas politécnicas en cada una de las regiones que el país ha empezado a dibujar por esfuerzo, por contenido y por vocación de los equipos de las intendencias actuales, particularmente en el interior. Todo esto va a estar en estos días y será parte del debate educativo, naturalmente. Uno no pretende solucionarlo todo. Vamos a tratar de dar una ayuda hasta donde podamos, paralelamente, para mejorar los edificios públicos que apoyan a la enseñanza; pero queremos recordar, finalmente, algo que decía Figari. Algo tan importante que en su tiempo señalaba: las organizaciones académicas, anticuadas, siempre complicadas, lentas y formalistas en exceso, dan más importancia a la escuela y a las instalaciones que al alumno, desconociendo así su propio fundamento: los fines de la institución. Serían palabras docentes de un viejo y brillante luchador por la enseñanza. Es hora de recordar y de entender: sí, tenemos que arreglar los edificios públicos, pero antes que nada, por favor, atender de buena fe y de corazón las necesidades evidentes que tienen los muchachos.


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