Audición radial del Presidente Mujica de 14 de junio de 2012 Lo cierto, como dice cierta tradición, es que el peor tipo de ciego que puede existir es el que no quiere ver. El que tiene la voluntad de no ver, es inútil: es una ceguera no física, sino de carácter intelectual. Y sé que por un conjunto de razones, en nuestra sociedad nos cuesta enormemente ver las consecuencias que tiene el burocratismo y la deformación burocrática a la cual todos, absolutamente todos, estamos expuestos por razones que he dado: el hombre, parece, que cuando puede, busca la línea del menor esfuerzo: “para qué me voy a matar si la tengo segura”. Todos o la mayoría, si esas condiciones se dan, tienden a adoptar una actitud burocrática que significa “hacer como si se cumple”, “no hacer olas”, etc., etc. Pero las consecuencias sociales que tiene esta enfermedad en el costo país y en la vida de la gente son incalculables y estamos expuestos a eso. Voy a poner un ejemplo, pero hay muchísimos: hace unos años, un grupo de trabajadores del Departamento de San José me visitaron donde vivimos hoy, por razones particulares. Ellos estaban trabajando en el trazado de la segunda vía de la ruta 1, que se estaba haciendo en ese entonces para dos manos y recuerdo perfectamente que me decían: “estamos haciendo una chanchada”. Esos trabajadores eran absolutamente conscientes que estaban trabajando con una gran empresa de caminería, que había licitado a favor ese trabajo público tan importante y reconocían que estaban haciendo un trabajo de porquería. ¿Por qué? Porque sencillamente, toda carretera –mucho más si es de hormigón, pero también si es de bitumen- una de las bases sustantivas es que su suelo quede bien firme, bien afirmado. Y esto significa muchas horas de máquinas que van y vienen, maquinaria pesada, cara, que a veces vale miles de pesos la hora de trabajo, para afirmar esa base sobre la cual se va a construir la carretera. Si ese afirmado no se hace a conciencia, como las normas técnicas y la experiencia lo requieren, todo lo que se pueda hacer arriba está en tela de juicio y durará poco. Pero ese trabajo de maquinado tan caro, de reafirmado, es la parte de la carretera que no se ve, porque es lo que está abajo. Para que ello se cumpla hay que controlar y hay que estar al pié del cañón en el momento que hay que hacer ese trabajo, no cuando me informan con un papel. Quiere decir que el Estado no tiene otra alternativa que custodiar a fondo esa etapa tan fundamental del trazado de una carretera nueva. ¿Qué pasó en esa carretera? Sencillamente, cuando usted torna del interior esa segunda mano, cuando usted viene desde Colonia, le va a sorprender por San José, que viene “galopeando”, que es una carretera de hormigón, bastante nueva, ya con ondas, con pozos incluidos desde el primer momento. Y cuando se va arrimando a la ciudad va a encontrar tramos que permanentemente se están
reconstruyendo a lo largo de los años. ¿Por qué? Porque sencillamente, esto no tiene más arreglo, se hizo mal desde el primer momento. Y ¿por qué pasó esto? Esto pasó, sencillamente, porque la dirección del Ministerio de la época, hubo una figura importante, que de caminería sabía más que todos nosotros, pero estuvo 10 años, tranquilamente. Y allí entró a funcionar con una barra tranquila, de técnicos tranquilos, burocratizados, cumpliendo con los papeles estaba lindo y ya está y entonces, el Estado, que tenía que controlar, no controló o controló burocráticamente. Y las consecuencias se pagan hoy. Pero esto no aconteció solo en esta carreta. Esto aconteció en muchísimos lugares. ¿Y qué pasó? En el fondo, se procesó, en los hechos, mecanismos de estafa en materia de calidad en las obras, al Estado. Y no estoy hablando de corrupción ni nada por el estilo. Estoy hablando de control burocrático, de control no efectivo. No puedo acusar de lo que no sé. Lo que es muy sencillo es que las normas elementales no se respetaron y no se respetaron porque el Estado falló en los controles. Y ¿por qué falló el Estado en los controles? Precisamente por desidia burocrática. Y esta es la enfermedad. La enfermedad que uno la puede ver reflejada en un montón de lugares. Y acá no hay que echarle la culpa a los trabajadores, ni al personal de base. Esto es responsabilidad de los cuadros técnicos o medios que tenían la función de controlar. Y muy frecuentemente, por desgracia, este tipo de cosas nos tiende a pasar porque al parecer, la riqueza pública, la riqueza de todos, no necesariamente encuentra a quien con presteza y calor la defienda. Por suerte, a lo largo y ancho del Estado, existe un conjunto de funcionarios de cualquier color político, que tiene un sentido de lealtad hacia los intereses públicos. Pero muy frecuentemente, muy frecuentemente, la mansedumbre y la chatura burocrática abren las condiciones no para que la gente trabaje con mala fe, sino para que trabaje con “rutinarismo”, haga como que cumple, que no precisamente ponga calor en las tareas de control. Entonces, estas son consecuencias que a lo largo de los años paga, termina pagando, el pueblo uruguayo. No es el único caso. Ni por asomo. Hay cosas que son inexplicables. ¿Cómo explicarnos que una empresa pública, tan importante, tan eficiente, tenga 700 gerentes? ¿Podrá ser posible eso? ¿Dónde está el mecanismo que disparó semejante riqueza gerencial? ¿Cuáles fueron las razones que fueron impulsando a ese larguísimo proceso? Porque es un proceso que viene de muchas décadas atrás, y que no es un proceso hijo de la mala fe. Es otra cosa. Es el burocratismo en puerta. Es precisamente esa desviación a la que los hombres estamos permanentemente expuestos. No solo en la cosa pública. También en la cosa privada. Lo único que pasa es que en la cosa privada, si no se corrige a tiempo, se funde y eso ha pasado. En la empresa pública se nota
mucho más porque de todas maneras el Estado no se funde y sigue rodando y sigue rodando. Lo cierto es que los uruguayos tenemos condiciones permanentemente para desviarnos a esto y los uruguayos no queremos ver esto, porque es como una cara fea del uruguayismo. En nuestras costumbres, como sociedad, como pueblo, cuando se convoca para cubrir algunas plazas en la administración pública, aparecen colas interminables de gente que quiere anotarse, quiere concursar, competir, conseguir un lugarcito en la administración pública. ¿Por qué tiene esa tendencia el uruguayo? ¿Por qué, permanentemente, esto se manifiesta por todas partes? Porque los uruguayos, ni tontos ni perezosos respecto a percibir la realidad, como cualquier hijo de vecino buscan seguridad hacia el futuro, estabilidad hacia el futuro y saben que pase lo que pase, el empleo público tiende a brindar esa seguridad y esa estabilidad que no suele ofrecerle la actividad privada. Cuando la economía se sacude negativamente, cuando entra en una crisis (como ha pasado) mal que bien, todos los empleados públicos siguen recibiendo el sueldo que tiene acordado. No acontece lo mismo con muchísimos trabajadores privados. Como contrapartida, y también hay que reconocerlo, que ciertos lugares muy calificados de trabajo de la actividad privada suelen ganar más. Sí. Pero requieren buena calificación, oficios y nunca se goza de la estabilidad que se tiene en la cosa pública. Ahora bien, si recibimos, quienes trabajamos en la cosa pública, semejante beneficio, debemos de pensar que debemos retribuir, en todo lo posible, a la nación que nos da esa oportunidad. Porque no todos los ciudadanos uruguayos que quisieran ser empleados públicos lo pueden ser. No hay lugar para todos. Nos fundiríamos. Nos caeríamos a pedazos. No habría con qué pagarle. Y por lo tanto, aquellos que tienen la peculiaridad de conseguir un empleo público, deben darse cuenta que logran un escalón que muchísimos uruguayos apetecen y no lo logran. La primera gran contrapartida debería ser poner de nuestra parte, el todo. A favor no del Gobierno, sino a favor del Estado. Defender los intereses del Estado, que es defender los intereses de la nación toda. Supongamos, de la carretera estropeada de la cual estamos hablando, hoy hay decenas de trabajadores que están trabajando permanentemente en reparar esa carretera que se destroza, desde Capurro a la barra de Santa Lucía, que creo que se van a jubilar yendo de un tramo para otro, trabajando años. ¿Por qué? Porque sencillamente ese trabajo se hizo mal de entrada, no se corrigió de entrada, no hubo controles de entrada. Y durante muchos años, a lo largo de mucho tiempo, el pueblo uruguayo estará pagando impuestos para remendar un trabajo que se hizo mal de entrada. Quiere decir que en última instancia, cuando decimos eufemísticamente “Estado”, el que se está perjudicando es el pueblo uruguayo que paga
impuestos inútiles, que se podrían gastar en otras cosas útiles porque tuvimos en su origen una actitud francamente burocrática. Este mal está en todas partes y desgraciadamente está instalado entre nosotros. Combatirlo no es para nada redituable. Por el contrario. Combatir esta deformación es ganarse enemigos poderosos, por su ubicación, y nadie quiere tener la más mínima responsabilidad directa aunque estas cosas sean evidentes, rompen los ojos. Pero naturalmente, el peor ciego es el que no quiere ver. Y desgraciadamente, la vida nos ha enseñado que la permanencia en los lugares de decisión muy importantes durante muchísimo tiempo, favorece este hecho de no querer ver. Porque el “no querer ver” de quienes deciden es una manera de evadir la culpabilidad parcial que podemos tener en la instauración de estos fenómenos. Para evadirnos de esa responsabilidad en quienes podemos decidir, lo mejor es no ver y mucho mejor, enojarnos con quienes quieren hacernos ver. Esto es una actitud muy humana, muy comprensible. Se podrá hablar de sentido autocrítico hasta el fin del mundo, pero este es precisamente el tipo de autocrítica que nos incumbe y que humanamente tratamos de evadir. Es obvio que no por señalarlo, lo vamos a corregir. Es muy obvio que no lo vamos a corregir y es muy obvio que no existen vacunas para este tipo de humanas formaciones. Es obvio. Pero no podemos hacer como el avestruz, esconder la cabeza y no darnos cuenta que esto está con nosotros y ha estado siempre, y que la mejor forma de favorecerlo es, precisamente, el no querer ver.