Desgrabación de audición del Presidente por M24 del 3 de mayo de 2013

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Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición radial por M24 correspondiente al 3 de mayo de 2013. Es un gusto, amigos, retomar esta conversación con la que tratamos de cultivar una relación con una audiencia que hace bastante tiempo nos acompaña. Quisiera comunicar una emoción, de esas cosas chicas para el mundo, pero muy grandes para uno. Hace pocos días en Punta de Carreteras, que es un pago de Tacuarembó, por allá a unos 100 kilómetros de la ciudad capital del departamento, hubo un encuentro importante porque arrancaba formalmente la vida de un sindicato de peones de estancia. Fue algo muy conmovedor, había bastante gente, tuvo también el carácter de una fiesta. Pero entre las cosas hermosas que pasaron, se me acercó un paisano —un hombre de 60 y pico de años, tal vez, con aspecto de gaucho, ese tipo de cuero curtido típico del paisaje ganadero profundo del Uruguay—, me saludó con mucho afecto y me trajo un regalo. El hombre había tenido un dilema: ¿qué puede regalarle un paisano pobre a un Presidente? Y me trajo un sentimiento, una espuela que era de su abuelo, una espuela que debe tener mucho más de 100 años, con una rodaja imponente, de las que se usaban en la época. Seguramente este objeto, una especie de fetiche de valor afectivo para este paisano, que le recordaba a su familia, su pasado, probablemente sus imágenes de niño tras algún abuelo que quedó en la distancia y en el tiempo. Uno encuentra en los rincones más apartados del campo uruguayo un conjunto de valores, de modos de ser que reconfortan con el género humano. Por eso, cuando puedo me gusta caminar por el paisaje humano de los trabajadores del interior lejano de este país. Lo cierto, indiscutible: allí están los trabajos estadísticos del INE que nadie cuestiona en este país —porque las cifras de nuestras instituciones de medición nadie las cuestiona, ni dentro ni fuera del país, reflejan honradez intelectual y esfuerzo intelectual comprometido con la búsqueda de la verdad— y el último documento que ha aparecido con una serie de datos —convendría que fuera desmenuzado, analizado—, pero de él surgen inequívocamente las razones más profundas por las cuales llegamos al Gobierno, comprometidos con un programa y con un deseo de ayudar a la justicia social a acortar las diferencias. En estos ocho años de lucha casi 900 mil personas superaron la línea de pobreza en nuestro país y esto no es para nada secundario, esto resume los ejes de una política y de un momento peculiar de nuestra historia. Lo cierto está en que, cuando llegamos en el 2004, casi un 39.5 % de personas estaban en esa condición. Cuando este último Gobierno subió era 21 y pico, había habido una baja sustantiva, y nos proponíamos reducir a un 10 % en estos cinco años el índice de pobreza de este país, y apenas nos faltan dos puntos y medio para lograr esa cifra. De 21.9, apenas, para llegar al 10 %, nos falta 2.5.


Las cifras dicen poco, pero el hecho sustantivo es que en estos ocho años había casi 34 mil hogares en estado de indigencia, abajo de la pobreza. Hoy podemos decir sin fantasías que 29 mil hogares superaron francamente esa situación y nos quedan, sí, 4 mil hogares con más de 20 mil personas probablemente todavía en estado de indigencia. Pero esto es todo lo que se caminó. Fue posible que creciera la economía y fue posible repartir, pero claro, estas cosas parecen absolutamente baladíes o secundarias, porque en definitiva, muchísima gente que razona, que escribe, que dice, que construye opinión pública, nunca en la vida se acostó sin comer, ni sabe ni vivió en su propio ser la mordedura de la pobreza extrema y de la indigencia. Naturalmente las cifras no dicen nada cuando no se conoce esta situación. Pero quiero señalar sin ambages, ni dobleces que esta es la mayor obra que se pudo lograr, porque además avanzamos muy fuertemente contra la desigualdad. Nadie nos va a reconocer, nadie, nadie nos va a reconocer, por ejemplo, algo que este paisano que me regala una espuela ha percibido y se da cuenta; nadie va a reconocer que en estos ocho años, allí, en el escenario rural más profundo es donde más cayó la pobreza; porque todo indica —según los análisis de INE— que la pobreza cayó un 82 % en las áreas rurales de nuestro país y un 70 % en las ciudades del interior. Y en Montevideo cayó también, pero cayó solo un 50 %. Hay gente en el interior profundo que no lee diarios, con poca información, pero que sin embargo se da cuenta, porque ha vivido y tiene hechos que son manifiestos vivos. Ha bajado enormemente la pobreza en este país y ha bajado enormemente la indigencia, pero nos queda obviamente mucho que luchar, porque ahora nos estamos topando, sobre todo en el Área Metropolitana, con algo que no se arregla con cifras y que tampoco se arregla con transferencias monetarias, es la existencia de núcleos de pobreza dura, donde a veces tres o cuatro generaciones quedaron fuera del mundo del trabajo y se ha generado una especie de cultura de exclusión, que está allí, con sus propias raíces. Acá hay una lucha a brazo partido tratando de rescatar a los olvidados, y esto necesita no solo recursos, sino muchísimo compromiso. Es fácil reclamar, pero es muy difícil construir. Y esta es la parte —si se quiere— dura de la manifestación de la pobreza. Porque buena parte de eso que se superó es la historia de antiguos trabajadores, que habían descendido y habían perdido el trabajo, y consiguiendo un trabajo retoman la senda de vivir precisamente en la rutina firme del trabajo y de la autosolución de los problemas básicos. La caída de la pobreza en el interior profundo mucho tiene que ver incuestionablemente con el avance productivo del país, que en definitiva termina siendo la palanca más importante, no la única, pero sí la más importante para que sea posible superar la pobreza. Pero no esperemos tampoco que el mercado por sí solo nos vaya a regalar la igualdad y la democracia. Acá se necesita construir mucha voluntad para enfrentar estos problemas. No solo son problemas de reparto, son problemas de generación de energía para enfrentar la cultura de la exclusión, y es mucho más fácil cambiar una realidad material que cambiar una cultura cuando esta echó raíces.


Esta es la tarea que queda por delante. En la pobreza dura es muy difícil educar e insertar en el campo del trabajo. Además el Uruguay tiene una característica demográfica, los sectores de clase media para arriba y aun buena parte de los sectores proletarios de este país tienen una bajísima natalidad. Donde la natalidad es fuerte es precisamente en la cintura entre pobreza e indigencia y allí donde están las raíces de la cultura de exclusión. Decenas de hogares monoparentales, muchísimas mujeres con hijos y atadas por la dependencia que imponen los hijos con dificultades en el campo del trabajo. Estos son problemas a remontar la sociedad. No se puede construir ninguna sociedad mejor si no se suturan estas heridas sociales que trae nuestra historia en la maleta, que se multiplicaron aceleradamente en la desgracia de 2001 y de 2002 pero que estaban larvadas ahí. Si el progreso económico no sirve para desterrar eso, el progreso económico es inútil para una parte importante de la gente. ¿Por qué? Porque esa demografía caprichosa que tiene el Uruguay nos impone hoy esta realidad: Cada tres niños menores de seis años, en términos promedio en el Uruguay, uno es pobre. Quiere decir que, de los que van a ser hombres en el futuro, y mujeres, hay un tercio, casi, mamando en la exclusión, en la frontera muchas veces de la exclusión. Defender y promover la vida de este capital que se está formando no es ningún logro para el gobierno que se fue o para este gobierno, pero es imprescindible para el Uruguay del futuro, porque en realidad se superan en la niñez la base de estos problemas o en gran medida no se superarán nunca. Hay un viejo dicho un poco conservador que dice “el árbol se endereza desde chico”. El hecho central es que, si la niñez está abandonada, no esperes —en términos generales, seguramente habrá excepciones— un fruto maduro, noble y útil para la sociedad. Pero a veces cuesta mucho que los sectores más poderosos de la sociedad, económicamente, se den cuenta de que la convivencia del futuro, en gran medida se lauda si tenemos capacidad de incluir a este mundo de un tercio de niños del Uruguay en un camino que ayude a la superación humana. Esta es la parte programática más dura que nos queda por delante. Han sido años en que se pudo lograr que 900 mil personas casi superen largamente la línea de pobreza. Y este es un esfuerzo formidable que hizo el Uruguay entero. Que la coyuntura pudo ayudar, que hubo mucho viento de atrás, que las materias primas valían, que esto, que lo otro… sí, sí, sí. Pero esa pobreza no se superó porque el mercado derramó. En todo caso la economía generó medios, pero gobernar es elegir soluciones —como decía Quijano— que favorecen a unos. Y acá se eligieron, se eligió la política de favorecer la equidad, de ser más generosos con los más débiles. ¿Por qué? Porque el mejor capital de convivencia del Uruguay es acortar la distancia, porque se estaban dibujando dos Uruguay, peligrosamente, que inequívocamente iban a confrontar. La base de la gran exclusión la logramos superar, pero así como donde hubo una fogata quedan brasas prendidas, nos quedan fuegos prendidos en ese núcleo duro que es una consecuencia del acontecer histórico de nuestro país. Pero claro, si no hay reconocimiento para nada de lo que se ha hecho,


tampoco tendremos mucho más que soledad para enfrentar este problema de la pobreza dura, sobre todo del Área Metropolitana, porque… qué fácil es reclamar, qué fácil, pero cómo cuesta construir, cómo cuesta internarse en las soluciones y cómo hay que soportar a veces que el egoísmo, algo tan humano, se denigre a sí mismo y ese egoísmo se transforme en reproche de incomprensión, sin entender que ayudar a que los más débiles no queden al costado del camino es, en el largo plazo, el camino más útil para sostener esa característica notable de la historia del Uruguay y es la capacidad de convivir; la construcción, en el fondo, de ciudadanía, y a partir de identidades distintas se construyen el capital real de vida de nuestra sociedad. Ojalá que mucha gente de buena voluntad de este país, que la hay por todas partes, se dé cuenta del valor estratégico que tienen estas cuestiones y ayude en el esfuerzo sordo, con poco premio, sin resultado renombrado que tiene el enfrentar esta realidad que es ayudar a los excluidos que quedan en nuestro país, sobre todo a los niños, a que queden incluidos en la marcha global de nuestra sociedad.


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