Desgrabación de audición del Presidente por M24 del 11 de abril de 2013

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Palabras del Presidente de la República, José Mujica, correspondientes al 11 de abril de 2013 Es un gusto, amigos, saludarlos, hoy corriendo el riesgo de no poder ser comprendido por aquellos a quienes no les tocó vivir alguna de las cuestiones de nuestra peripecia ya lejana. Hace muchos años, como 50, medio siglo, fui clandestino, cuando queríamos cambiar el mundo. Uno de los problemas de aquel tiempo era ir presos, torturados y que nos quitaran información. Estaba entre los que fuimos desarrollando una disciplina de apartar de la memoria, deliberadamente, los números telefónicos, cuanto dato identificatorio pudiera ser útil. Y la verdad es que a esfuerzo y disciplina lo logré, en gran medida, a tal punto que hoy mi sistema mental quedó reprogramado —por ejemplo- para no poder retener números telefónicos, al punto que ni me acuerdo de mi teléfono y lo tengo que tener apuntado, o el de mi compañera. Apenas con mucho esfuerzo retengo el teléfono de mi secretaría. Quedé como bloqueado por el efecto de aquella disciplina enorme del compromiso de aquellos años. Quienes hayan leído “”La vida del Buscón” o “Papillón” tal vez puedan entender algo de esto. ¿Por qué decimos esto? Porque nos quedaron de aquellos años muchas cosas, el trillo, ese caminar, de pronto, kilómetros en los tres metros de una pieza, la “gruña” interior, el darle vuelta a las cosas. Por efecto de aquellos años y de aquella dura peripecia de andar en la cárcel de Punta Carreras, de rebotar por los cuarteles, conozco más de 80 calabozos. A lo que hay que sumar el origen. Vengo de los barrios pobres, mis amigos de gurises andaban en zapatillas, casi no tenían juguetes, nuestras veredas eran de tierra, etcétera. Estoy hablando de hace casi 60, 70 años, otro Uruguay, pero que es determinante en muchas cosas. A resultas de todo esto no podemos evitar que en nuestro hablar corriente, íntimo, entre pocos, nuestro lenguaje por momentos sea reo, áspero, diría francamente “canero”. Por muchos años tuvimos que cultivar un decir, un hablar para gambuzas y para cuarteles. Había que comunicarse adoptando las formas en esa lucha por sobrevivir. Ese lenguaje, que está a leguas del discurso público, que poco tiene que ver con el discurso público con la prensa, que tiene que ver con las relaciones íntimas entre muy pocos, inevitablemente arrastra, en sus modismos, nuestra propia historieta. Para que resulte más nítido, más claro, hubo que hablar, por años, con presos comunes y soldados. Esto importaba, ¿por qué? Porque acechábamos la oportunidad de ser libres. Dos veces nos fugamos y hubo otros tantos intentos. Pero ese lenguaje en la intimidad quedó grabado para siempre, porque hubo que ser mordaz, burlesco con nosotros mismos, para poder hacer, desde el dolor, una sonrisa cáustica que ayudaba a sobrevivir.


Desde entonces reinan entre nosotros los sobrenombres: mono, camello, lagarto, tuerto, rengo, etcétera. Y también la tendencia, en ese chamullo de dos o tres, a la exageración como contracara del vacío existencial que nos tocaba vivir. Vuelvo a repetir. Más que lenguaje, chamullo; un decir entre pocos, casi susurrando, donde lo que importa es la finalidad, finalidad un tanto conspirativa. No importa la verdad absoluta. Es un lenguaje “canero” de resistencia, que siempre está acechando la fuga, porque sueña con la libertad. Es un lenguaje “herramienta” y no “causa”, lenguaje “herramienta” que juega para los íntimos y que no puede encajar ni encajará jamás con el lenguaje de la libertad de prensa, con el discurso público que cultiva naturalmente otros fines. Pero naturalmente me atrevo a afirmar que, si no existiera Gardel, el lenguaje del Río de la Plata probablemente tendría notorias diferencias. Él y su tiempo trajeron mucha cosa del bajo que quedó incrustada en nuestro decir corriente. El hecho real es que una vez que ha sido violentada la intimidad por el juego del mercado, no tengo otro camino, porque todo esto que estoy relatando lo pueden entender muy pocos, los que vivieron este tipo de peripecia. Debo pedir sentidas disculpas a quienes pude lastimar en estos días por mis dichos y sobre todo que son, como nosotros, integrantes del sueño de Patria Grande y Federal. Esta es la realidad, nos han acusado de todo en estos años, de ser genuflexos. Nadie nos ha pedido disculpas. Yo sé, naturalmente, que al parecer estas son las leyes del juego, hemos tratado de hacer todo lo posible por sostener una relación que tenga en cuenta los intereses económicos de la gente que trabaja. Pero la historia, acá en este país, es que hace años que existe una campaña cuasi permanente: que la República Argentina se cae, que va camino de ser una república paupérrima; se acusa a este gobierno —al mío— de que se subordina; me han acusado —repito— de genuflexo. En realidad, mentira sobre mentira, la Argentina ha crecido enormemente, y por mi memoria, desde el año 52 creo que nunca tuvo gobiernos que hicieran tanto por los postergados, por las deudas sociales. ¿Que tiene problemas? ¿Quién no los tiene? Habría que ir en este momento a los puentes de Paysandú. ¿Quién no los tiene? Que a veces sus medidas defensivas nos afectan, claro que sí. ¿Alguien puede negar que la masa del pueblo argentino nos quiere y nos respeta? Quienes conozcan un poco de historia sabrán con nitidez que, cuando a la Argentina le va bien, nosotros nos beneficiamos, y al revés, cuando anda mal, nosotros padecemos. ¿Alguien puede ignorar que cuando la relación es mala terminan ganando los que están lejos? Pero, si todo esto fuera poco —y esto lo hemos repetido hasta el cansancio— miles de compatriotas, de uruguayos, viven allá; no son discriminados, por el contrario, están absolutamente integrados. Sin embargo, se insiste con esas campañas que, cuando uno hace memoria, por momentos parecen aquellas del antiargentinismo de la década del 50, y eso es veneno, no justificamos. Sabemos que puede haber deseos de que el Gobierno se


perjudique —la relación económica sobre todo— y con ello crezcan las chances de la oposición. Tenemos que recordar esta historia. Decía Martín Fierro que “los hermanos sean unidos”, por encima de todas las cosas, recordemos. Y en estos días en que estábamos hablando del artiguismo, de su planteo histórico, recordemos las consecuencias de la falta de unidad que tuvo el respaldo del artiguismo. Sé que está lloviendo y el agua a la larga se lleva todo. Lo he vivido muchas veces y parece que es nuestro derrotero. Hace ya casi cuatro años, en plena campaña electoral, cuando estaba en juego nada más ni nada menos que la Presidencia de la República, parte de la libertad de prensa nos desató, aprovechando una coyuntura, nos desató una campaña que nos pintaba poco menos que como propietarios del arsenal de Feldman. Gran publicidad. Después las cosas llevaron su curso y su desenlace patético. Nada teníamos que ver, sin embargo nadie en aquel entonces nos pidió disculpas. Son cosas que uno sencillamente tiene que decir, como decíamos antiguamente en los barrios, “calavera no chilla”.


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