Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición en M24, correspondiente al 25 de abril de 2013 Es un gusto poder saludarlos por este espacio y volcar alguna reflexión rodeada de las situaciones actuales, aportando algo que sirva para pensar en una audiencia que hace tiempo, por lo menos en parte, nos acompaña. Queridos amigos, si existe algo que en estas dos últimas décadas queda claro, contemplando el acontecer y la economía en el mundo, es el hecho bien tangible, constatable, de que el mercado en su juego natural, la actividad económica expresada en los mercados, por sí solo, ni por asomo arregla los problemas de igualdad, de equidad, de reparto relativamente equilibrado en las sociedades. Esto ha acontecido por todas partes en el área industrial del mundo, en Europa, en Estados Unidos. La teoría de que el vaso se tiene que llenar y después rebosar y se derrama hacia el resto de la sociedad, desde el punto de vista práctico, ha demostrado que es posible que la riqueza se multiplique varias veces y sin embargo en el fondo de la sociedad queda gente postergada y postergada, que va creciendo, y se va tendiendo a formar como dos sociedades que terminan en parte antagonizando o expresándose en mil enfermedades en la propia sociedad. El Estado debe contribuir en todas sus formas a violentar esa especie de orden natural del mercado —de ser injusto, de repartir mal— y tener políticas que ayuden al equilibrio. Existen finísimos matices y se crean contradicciones, porque es cierto que no se puede repartir lo que no existe y, naturalmente, si el interés de mercado es un agente movilizador del esfuerzo y del riesgo económico hay que respetarle su parte, porque si no tiene la tangible sensación de poder realizarse, no se esfuerza y ello significa traer estancamiento a la economía. Ese fino nivel de dejar correr el mercado, pero a su vez de retocarlo permanentemente atrás de la función de redistribuir, crea naturalmente contradicciones, crea enfrentamientos de alguna forma en la propia sociedad. Pero a su vez, y este es un tema que queremos tocar hoy, el mundo laboral, el mundo del trabajo, va dejando bien en claro, por todas partes y por todos los medios, que el grueso de los puestos de trabajo en una sociedad lo terminan generando las pequeñas y medianas empresas. No son precisamente las grandes empresas las que terminan ocupando al grueso de la gente. Por el contrario, las grandes empresas, proporcionalmente, ocupan poquísima gente, no solucionan el problema del trabajo. Y acá está alguno de los motores de la falta de equidad que tiene la propia economía: generan cuantioso valor, movilizan cuantioso capital, significan un esfuerzo tecnológico de carácter colosal, sin embargo, ocupan a muy poca gente. Y esto se ha ido acentuando en la medida en que la tecnología avanza y en que, en gran medida, la tecnología sustituye mano de obra. Sin embargo, tienen la característica, esas grandes empresas, que vuelvo a repetir, no son las que solucionan el problema del trabajo, el problema del trabajo lo solucionan en general las pequeñas y medianas empresas de todo tipo de comercio, de todo tipo de servicios, de pequeñas industrias, de mantenimiento, etcétera. Sin embargo, es imposible la marcha de una economía si no se tiene en cuenta que por problemas de
escala, de capital, de acumulación tecnológica, algunas actividades que, repito, por su naturaleza requieren juntar un conjunto de recursos muy grandes y sobre todo de tipo industrial, son empresas en general muy grandes, muy grandes, por el capital que mueven, por el tamaño de la producción, por el valor y por las tareas que acometen. Tomemos ejemplos para tener claro. La metalurgia básica, la que hace perfiles de acero, caños de acero, chapas de todo tipo, a veces en rollo, a veces chapas aceradas, etcétera, necesita una escala de alto horno, de fundición, etcétera, que, podemos catalogar, son empresas, en general, gigantescas. Lo mismo pasa por ejemplo con la industria del aluminio y muchos de sus materiales derivados. Y así podríamos descomponer en la economía contemporánea un conjunto de actividades que en el fondo no ocupan el trabajo grueso de la gente, pero producen partes del trabajo que se consume en la sociedad, que se utiliza y se distribuye en mil y una actividades más pequeñas que se realizan por todas partes. Este es un hecho tangible de las economías contemporáneas. Por ejemplo, volviendo al ejemplo que teníamos. Si un país es pequeño como el nuestro, lo más probable que no tenga escala como para producir esos materiales de acero, por lo menos en gran cantidad. Y siendo un mercado pequeño va a depender de importar desde algunos lugares esos materiales básicos, encima con los cuales después se construyen infinita cantidad de cosas. Esos materiales básicos, metalúrgicos por ejemplo, vendrán de Europa, o de los Estados Unidos o de Asia, no sé. Seguramente que a los importadores les va a interesar la relación calidad-precio y van a tomar sus decisiones en función de eso. Pero un país, además de la relación calidad-precio —de eso que inevitablemente hay que importar, porque por razones de escala, de recursos, no se puede pensar en hacerlo dentro del país—, le puede interesar, perfectamente —además de la preocupación de los agentes privados, la relación calidad-precio— que se pueda vender allí donde se compra parte del trabajo que hacemos quienes importamos. Esta es una cuestión muy elemental, muy clave, pero la búsqueda de esa reciprocidad es natural en un mundo donde vender es difícil. Es esto lo que precisamente decimos cuando estamos hablando de integración y hablamos de la responsabilidad de la burguesía brasileña. Vamos a entendernos. Pongamos ejemplos para que las ideas se clarifiquen. Existe un gremio en este país que está agremiado de productores de partes de la industria automotor, hacen algunos repuestos, algunas cosas y las venden en plaza, acá y allá y a veces con esos materiales se complementan algunos de los vehículos que se arman en nuestro país. Es muy difícil pensar que en el Uruguay podamos tener fábricas globales, como puede ser Volkswagen de Brasil, una fábrica gigantesca que hace varios modelos, y podríamos hablar de la Chevrolet y otros. Es difícil por ese problema de proporciones; pero no es difícil, no es imposible, siempre y cuando los dueños de esas fábricas entiendan que la inserción y el desarrollo complementario deben abrir sus puertas para comprar buena parte de las partes que se pueden hacer en el Uruguay. A esto le llamamos “integración”, pero hay una responsabilidad de iniciativa.
La Volkswagen va a abrir si el gobierno brasileño quiere y si la patronal de la Volkswagen quiere. Eso sería un salto industrializador para una multitud de actividades pequeñas y potenciales calificadas de oficio que se pueden hacer en el Uruguay. La contrapartida es que probablemente nosotros consumiríamos muchos más vehículos brasileños que de otra parte. A esto hay que llamarle lucha por la integración. Pero hay una gestualidad básica que es hacerle entender al Volkswagen Brasil, a Mercedes Brasil, a Chevrolet Brasil, etcétera que hay que abrir una cuota importante de participación en su construcción. Ahora, si esa burguesía quiere tragarlo todo, no hay posibilidad de integración. Es esto lo que quiero señalar cuando digo la responsabilidad de un país importante, grande, que por sus dimensiones tiene algunos sectores básicos que son determinantes, de precisamente abrir puertas a una política de integración, colaborando. Este ejemplo se podría repetir en maquinaria agrícola, en una multitud de cosas. A la vez, industrias de laboratorio, como los buenos laboratorios que tiene Uruguay, en un país ganadero, debieran tener la posibilidad de hacer acuerdos con distribuidores, con empresas en el mercado brasileño sin que le pongan el fantasma de esto, de lo otro y de lo otro. Eso es parte de la construcción de la integración. Porque si queremos vender valor agregado tenemos que entender que en la venta de valor agregado es fundamental tener mercado y después calificar con buenos oficios a nuestra gente. Naturalmente que los salarios van a tender a ser mucho más altos. Cuanto más calificado el trabajo que vendamos, y no necesariamente hay que tener fábricas imponentes, si estamos, si encajamos como cuota-parte de sistemas productivos grandes y complejos. Pongamos otro ejemplo. Hay condiciones en el Uruguay, por su ubicación, por su lugar, por la boca del río, para construir barcazas, para construir barcos de tamaños fluviales, desarrollar una industria que alguna vez tuvimos y después abandonamos. Es totalmente posible, pero si tenemos dos cosas: sin tenemos el libre acceso al mercado brasileño, que naturalmente por su escala va a demandar centenares y centenares, de las más diversas embarcaciones, basta mirar lo que son los ríos de Brasil, y segundo, si estamos dispuestos a consumir los materiales básicos de que la industria brasilera dispone, porque va a ser muy difícil que si importamos materiales básicos de China o de Estados Unidos, después Brasil nos vaya a comprar esos barquitos, ojo. Acá hay un problema de reciprocidad que lo tenemos que ir construyendo uno a uno. Es a esto a lo que le llamamos “la lucha de los acuerdos por la integración con Brasil”. No se entienda esto como una medida donde nosotros desaparecemos o algo por el estilo. Es exactamente al revés. Es terminar con esa lucha que, por ejemplo, tiene Conaprole como empresa, que cuando vende mucho en Brasil se arma lío y salen a decir que es competencia desleal, o que están subsidiando… no, es asegurar que va a estar presente en ese mercado, pero también la recíproca, entender que pueden venir de allá a vendernos, también. Naturalmente esta política hay que ir construyéndola y tiene enormes dificultades. Por ejemplo, tenemos una industria del pollo, que en las condiciones que está seguramente no puede competir con la industria
brasilera, pero entre otras cosas no puede competir porque compra algunos insumos a precios mucho más altos a los que se compran en Brasil. Si esa industria del pollo puede acceder al precio de las raciones, que las raciones tienen en Brasil, la cosa empieza a cambiar. Porque no hay que creer que en materia de competitividad uno es un abombado y otros la tienen todas consigo. Tampoco hay tanta maravilla o tanta distancia. Está pasando en el mundo algo que los uruguayos tenemos delante de los ojos, y que no podemos observar. Durante toda la vida ganadera, y el principal producto del Uruguay ha sido la venta de carne, siempre tuvimos que vender en el mercado internacional a precios inferiores a los que vendía Estados Unidos y Australia. Hace tres o cuatro años que viene pasando exactamente lo contrario: estamos arriba de los precios que cobra Australia y por momentos hemos superado, en varios momentos, los precios a que vende Estados Unidos. ¿Por qué? Porque hicimos trazabilidad, porque tenemos un bagaje de cuestiones técnicas que nos dan garantías, que están prestigiando a la carne uruguaya en el mundo entero y ello nos permite no solo vender, sino además vender un poco más caro, y esto es clave, porque hay un problema de calidad de carácter internacional. Creo que esto es demostrativo, es absolutamente demostrativo de que estas políticas se pueden llevar desde el seno de un pequeño país, y existen ejemplos. La formidable industria del armamento de Bélgica está descompuesta en una multitud de pequeños talleres especializados, donde unos hacen una cosa y otros hacen otra, y después alguien junta ese esfuerzo colectivo. Es decir, hay maneras distintas y creo que el Uruguay en su lucha por la integración debe tener en cuenta cuáles pueden ser sus puntos fuertes y cuáles son sus puntos débiles, hijos de la escala, hijos de las dimensiones, y cuál es su valor más fuerte, que probablemente sea su ubicación, esa característica de “país esquina” que nos dio la naturaleza y el vía crucis de nuestro acontecer político. Estas cosas son parte de un esfuerzo de un país que hace muchos años firmó, como los otros países, con buena intención, el poder caminar para crear un mercado común. Ese mercado en parte está creado y menos mal que existe, pero tiene muchos defectos, está estancado y hoy procuramos empezar a establecer una política que permita ir avanzando, acumulando experiencia y avanzando para seguir creciendo, fundamentalmente crecer en valor que es lo que va a determinar a la larga el aumento del poder adquisitivo de la sociedad uruguaya.