Palabras del Presidente José Mujica en su audición radial correspondiente al 28 de marzo de 2014 Es un gusto, queridos oyentes, volver a comunicarnos a través de la onda amiga, hoy, tal vez, con una realidad un poco inusitada, porque los hechos a veces nos imponen decisiones que no estaban en nuestra cabeza. Pero los hechos de los últimos tiempos son tercos, son porfiados, golpean, golpean y golpean. No soy partidario, ni lo seré nunca, de que los poderes del Estado se inmiscuyan en el deporte, mucho menos en el fútbol. Este debe gozar de su libre albedrío, tiene su política, su gente, su especialidad. Hay camadas de militantes por sostener el deporte, pero, muy particularmente, el fútbol, que es para los uruguayos algo así como una tarjeta de identidad. Pero todo tiene límites y en definitiva, a veces, la realidad nos impone sacudones fuertes. Somos absolutamente conscientes de que definitivamente tenemos que empezar a reaccionar, como sociedad, como país. La fiesta deportiva del fútbol, lo vuelvo a machacar, constituye uno de nuestros centros de identidad más importante. Este es un arte, un arte popular que ha ido evolucionando y hoy es cultivado esencialmente por grupos profesionales o semiprofesionales en derredor de cuya fiesta vive un montón de otras pequeñas, medianas y grandes actividades paralelas. Porque esto, más allá de cualquier valoración, está enraizado en el sentimiento de la gente, muchísima gente no solo que trabaja en el fútbol, trabaja mucho más en derredor del fútbol. Este, nuestro fútbol, es realmente milagroso, como otras cosas de este pequeño Uruguay, pequeño en gente, no tan pequeño en recursos, pequeño en gente por lo que son las sociedades de masas contemporáneas. Y digo milagroso porque cuando uno se entera de que un cuadro como el Real de Madrid o el Barcelona tienen 400 o 500 millones de euros de presupuesto por año, uno se da cuenta, en este mundo tan profesional, del valor milagroso de existencia que tiene el fútbol uruguayo. Porque, casi no tiene vuelta, en los hechos, para la opinión del mundo, nuestros mejores “embajadores”, quienes hacen que de vez en cuando se nombre al Uruguay por ahí, son nuestros grandes jugadores de fútbol que andan por el mundo, llevan sus insignias, hacen su profesionalismo, pero llevan la identidad del país por todas partes. Tenemos que darnos cuenta, más allá de nuestras inclinaciones, de que este fenómeno cultural tiene una importancia enorme y que como tal no podemos seguir deslizándonos en un tobogán de barbarie que nos va debilitando, que nos está ensuciando, que nos está crecientemente carcomiendo y afectando.