Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición por Radio Uruguay correspondiente al 10 de setiembre de 2013. Amigos, un gusto saludarlos. Hemos venido en los últimos espacios comentando el enorme peso subliminal que en nuestro interior psicológico tiende a generar esa cultura de carácter consumista que nos rodea por todas partes, que en realidad no está ajena para nadie. Es un signo de nuestro tiempo. Nuestro tiempo tiene en este asunto una enorme característica que lo singulariza y es la enorme masificación de esta cultura consumista, y tómese la palabra consumista como la transpolación, el incremento masivo de esa función natural que [es] para mantener la vida. Los hombres, la naturaleza, nos obligan [a] tener ciertas cuestiones básicas, como la comida, como el techo, como otras cosas fundamentales que nos rodean, a las que singularizamos con la palabra consumo y habría que identificarlas como consumos nobles, absolutamente necesarios, imprescindibles y que deberían tener la característica de ser generalizables a todos por el hecho de estar vivos. Lo que queremos señalar como cultura consumista es esa atmósfera que nos rodea por todas partes y que nos empuja constantemente a que buena parte de nuestra vida gire, a veces dejando por el camino otras partes fundamentales de nuestra vida, atrás de la idea de comprar y de comprar infinitas cosas nuevas, donde la aventura de una nueva cosa se supera con otra. Y muchas veces sin reflexionar, y muchas veces creyendo que por ese lado terminamos realizando nuestra felicidad. Y señalábamos que esta característica de esta cultura en el fondo es imprescindible para que pueda existir vertiginosamente una realidad de acumulación de ganancia, acumular ganancia, verdadero motor contemporáneo en todas las economías, que por un lado empuja hacia adelante y suele ser formidablemente creador, pero como tantas cosas, también tiene sus desgracias. No vienen aisladas estas cuestiones. Y nadie plantea que la gente no tiene que consumir o no tiene que gastar o no tiene que emplear recursos económicos para mejorar su vida. El problema es cuando, sin darnos cuenta, nos pasamos y terminamos no viviendo la vida, sino esclavizándola. Y entramos a perder de vista en lo personal que existen un conjunto de bienes muy viejos que no cuestan, pero vaya que son fundamentales. El valor que tiene el amor, que necesita dedicación y tiempo; el valor que tiene la amistad; el valor que tiene el compañerismo; el cultivo de un puñado de amigos que significa relación, relación humana, que no tiene valor contable. Los seres humanos somos gregarios, no podemos vivir aislados. No podemos compaginar la soledad interior en el medio de la multitud. No es posible vivir con felicidad sin cultivar las relaciones humanas. Todo esto requiere tiempo para vivir. Si la vida se nos escapa en esa escalera interminable de cultivar medios económicos pagar cuentas, contraer cuentas y tratar de inventar cosas para tener más plata, y más plata, pero más plata para gastarla en consumo, entramos frecuentemente en una vorágine donde terminamos sacrificando esos bienes que son fundamentales.
Existen en nuestra ciudad un conjunto de patologías, porque esa cultura consumista no viene por maldad, no, no. Hay cosas mucho más fuertes que en los hechos nos van educando, nos van formando, van trabajando nuestro interior de carácter psicológico. Pongo en cuenta cosas como esta: viene el Día de la Madre… quién no va a respetar a la madre, que sería como no respetar a la vida… Nos tocan los sentimientos más hondos y tenemos que expresarlo de una forma que es… si no conformamos regalos o algo por el estilo es como una frustración, como una deuda moral, como un algo increíble. Y así toda nuestra vida está rodeada. Hay cosas que son francamente… yo las considero en el terreno delictivo, moralmente delictivo. Agencias de viajes —y esto me lo relata un amigo que tiene una hija de 13 años— la esperan a ella y a las compañeras de su barra en la puerta del colegio, le entregan una serie de pegotines, unos símbolos, unas pulseritas, y le hacen la pregunta: “¿Dónde vas a festejar tus 15 años, en Miami o en Europa? Mira, le ofrecemos a tu familia tales y tales y tales condiciones”. Qué pasa en el alma de una gurisa que empieza a hacerse ilusiones por algo y que ve que tiene amigas que van a concretar esa aventura de alguna forma. Y ella, por la naturaleza, las dificultades, no puede. Deja una herida, una frustración. Si miramos en conductas que son disparatadas… el botija de un barrio pobre, muy pobre, que está luchando por la comida y un día, por esas cosas, una changa, o mucho peor, consigue unos pesos y aparece con unos championes esos de altísima categoría, no es que no tenga derecho, es que en el fondo tiene otras necesidades mucho más urgentes y más fundamentales. Pero la cabecita de ese gurí está condicionada por el efecto demostrativo de toda nuestra sociedad que empuja a más y más. Está claro que los sectores más pospuestos tienden a admirar la forma de vida de los sectores que pueden gastar más, y hasta admiran a los que viven derrochando. Las mujeres más bonitas, los autos más bonitos, los medioambientes más aparentemente bonitos. No alcanzar eso es cultivar como una frustración. Y naturalmente esto tiende a generar conductas a veces ferozmente individualistas, que piensan en la suya y nada más que en la suya, en el egoísmo más estrictamente personal de subir escalones, y pierden de perspectiva lo gregario. Que no podemos vivir sin comunidad, que no podemos vivir sin los otros. Hay un conjunto de derivados, algunos, algunos increíbles. Hay una tendencia por ejemplo, otra de las patologías, en nuestra sociedad a lo que se llama la ludopatía, la transformación de la afición al juego en una verdadera adicción. El juego es en el fondo una evasión, una momentánea evasión de la realidad. Siempre los hombres han cultivado esta afición a evadirse, y no debe tomarse eso en el estricto sentido económico. El jugar a algo está en nosotros permanentemente desde niños. A veces es una forma de adiestramiento. La afición natural al juego que está como desparramada y es evidente en casi todos los animales superiores, jugar a algo, en general ese algo hay que verlo como actos preparativos para necesidades que habrá en el futuro.
Lo cierto es que la especie humana siempre ha jugado a alguna cosa, ahí está el deporte, las carreras, etcétera. No hay que entender esto al pie de la letra, en el sentido de que la afición al juego solo es una cuestión por economía. Es sí una relativa evasión parcial de la realidad. Pero se transforma en ludópata cuando no se quiere más salir de esa evasión y se termina rehuyendo prácticamente la realidad y, entonces, el sujeto en cuestión se ubica casi pura y exclusivamente en la adicción que en este caso genera el juego. Naturalmente, esa evasión nos rodea, la vemos, está evidente en nuestra sociedad. Existen tendencias de mercado, de todo tipo. Llama la atención una que tiende a diseminarse en nuestra sociedad y es el transformar el vestíbulo de cualquier casa en un casino, vía internet, donde se puede jugar con una computadora permanentemente. Y sacando una tarjeta, una tarjeta especial que en realidad tiene origen en una empresa que está asentada en algunas islas lejanas de esos paraísos fiscales y que opera desde por ahí, y consigue empresas que le hacen el servicio, y tú, sacando la tarjetas, puedes pagar y puedes cobrar si ganas en ese juego. Y te remeda como si estuvieras en un casino central, pero ese casino lo tienes instalado en tu casa. Buen ejemplo y buena tendencia de eventual ganancia fácil y de distracción para la educación de nuestros jóvenes. Esto es una de las patologías que nos mete por todas partes esta sociedad consumista y no tenemos otra arma efectiva que el cultivo de nuestra cabeza para generar la libertad de saber elegir lo que nos conviene y lo que no nos conviene. Pero estos no son temas que traigan preocupación a los espacios publicitarios, a la educación en masa de nuestra gente, y entonces la criatura humana va saliendo del cascarón y se encuentra inerme frente a estas fuerzas que no se ven pero que en el fondo tienden a modelar nuestros hábitos, nuestras costumbres, nuestras formas de vivir. He aquí las patologías graves de la sociedad consumista.