Palabras del Presidente de la República, José Mujica, en su audición del 24 de enero de 2014
Es un gusto, amigos, saludarlos en este día peculiar, donde todo indicaría que ha terminado un periodo de sequía, corto, pero muy fuerte, que se cernía sobre el país, y esto es, aunque mucha gente urbana no se dé cuenta, una especie de pequeña bendición para el acontecer económico del campo uruguayo; en casi todos sus frentes. Y creo que esto es bueno y es positivo. Porque, naturalmente, las noticias que siempre abundan, son aquellas negativas. Y es bueno que, a las visiones un poco tormentosas que se vuelcan, podamos arrimar algún signo sonriente de la realidad. Porque la realidad es naturalmente compleja y a veces contradictoria. Amigos, por ahí algún pensador define a los seres humanos como animales capaces de fabricar herramientas; en estas pequeñas palabras hay toda una definición y esta es una característica de nuestra especie, y es una característica que ha cambiado las bases de la tierra, pero no solo ha cambiado y tiende a cambiar la realidad del mundo en que vivimos insensatamente, sino que también, inequívocamente, nos cambia a nosotros mismos. Este hecho tan simple —de ser un animal dotado para construir sucesivamente herramientas por el camino más eterno, más simple, el camino de las cosas útiles, y esto puede ser la tendencia a ahorrar trabajo, a multiplicar la capacidad de trabajar— inevitablemente le fue dando a los hombres —por ese camino de probar y errar, y afirmar, y probar, y volver a errar y rectificar, en esa evolución de las herramientas, primero por la vía de la tecnología y más adelante— el desarrollo de las ciencias. No hubiera habido ciencias si previamente no hubiera habido mucha tecnología, y no se habría desarrollado la cabeza si previamente las manos no generaban destreza. Esto es bastante resumido, no tiene ningún sentido, pero estos fundamentos son frecuentemente olvidados. El hecho es que el hombre es una especie que, hasta cierto punto, se construye a sí mismo, va evolucionando, y es capaz de incidir de alguna forma en sí mismo. Porque al ir modificando las herramientas, va modificando toda la sociedad en la que le toca
vivir. No es lo mismo una sociedad de cazadores y recolectores, que una sociedad de agricultores, y no es lo mismo, la una y la otra, a una sociedad que utiliza vías de navegación y etcétera, etcétera. Inevitablemente, el uso de distintas herramientas que van apareciendo, y tecnologías, va cambiando la estructura de la sociedad. Ahora bien, somos, hasta cierto punto, constructores de nuestra propia realidad, y esto vale para el individuo, pero vale mucho más para el conjunto de la sociedad. Siempre tenemos que preguntarnos si hacemos lo suficiente por nosotros mismos; siempre, cuando juzgamos a otros, buena cosa fuera que nos preguntáramos, a nosotros mismos, si hacemos lo suficiente. Pero no cabe duda de que los hombres pueden influir enormemente en la construcción de la realidad que los rodea. Y que lo podemos hacer mucho más cuando, colectivamente, emprendemos caminos, caminos que nos resultan comunes; siquiera, en parte, comunes a la propia sociedad. En materia de capacidad, todos sabemos la importancia que tiene la enseñanza como una de las formas más lúcidas y más evidentes de capital que tenemos que contribuir a entregar a las generaciones que nos suceden. Es una responsabilidad porque las generaciones que nos precedieron mucho nos han dejado, a pesar de todos los pesares. Y naturalmente, estas cuentas no se pagan hacia atrás, sino, en alguna medida, se saldan o no hacia adelante, hacia los que van a venir. Si el Uruguay necesita desarrollarse —y hoy tiene una oportunidad histórica porque ha llegado a un nivel de ingreso, en que esto, que parecía quimera, hace quince años, esto es totalmente posible—, y ese desarrollo significa acumular fuerza y recursos, significa tonificar la inversión, es entender que para multiplicar los panes, al no estar el dedo de dios, están los dedos humanos, y para que estos sean eficientes, para que puedan producir más, tenemos que entender que la inversión debe ser una de las tablas centrales de por qué el Uruguay tiene que luchar. Y unas de las formas de inversión, pública y social, más fuerte es la enseñanza. Pero no cualquier enseñanza. Es la enseñanza dirigida, esencialmente, a la multiplicación del mundo material que nos rodea. Y no se vea esto como una afirmación peyorativa hacia la forma que tiene la cultura. Es, también, el conocimiento técnico concreto, una armazón central para el
desarrollo de la cultura. La verdadera cultura es polifacética, y no tiene por qué renegar del conocimiento de las manos, de lo concreto, y no tiene por qué renegar de lo abstracto. Pero hay que tener claro que, por formación sociológica, por razones históricas, cuando hablamos de desarrollo, en primer término, tenemos que entender que la prioridad la tiene que tener el interior del país. Y cuando decimos el interior, significa que la enseñanza tecnológica debe penetrar hasta los tuétanos en la sociedad del interior. No es que no tenga importancia la enseñanza de la capital, es que la masificación del conocimiento técnico en el interior es condición ineludible, junto a la inversión, para que el Uruguay tenga capacidad de dar el salto y llegar nivel de país desarrollado. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que para la formación tecnológica del interior, y esto se junta con lo que hemos planteado, es necesario de que las distintas regiones del país se empoderen, sean gestadoras, acicateadoras y se sientan corresponsables de la formación técnica de la gente en sus distintos pagos. No se puede digitar solo con una visión capitalina los fenómenos de formación tecnológica de la gente que vive en las distintas coordenadas de lo que es el Uruguay. Porque no hay un Uruguay solo, hay distintos Uruguay, hay distintas regiones del país, con dilemas que son distintos, con motivaciones particulares que obligan, en un lugar, a acentuar una cosa, y en otros, otra. No es lo mismo el este, no es la cara atlántica del país lo mismo que pueden ser las serranías de Rivera o de Artigas, tenemos que darnos cuenta. Por eso la enseñanza tecnológica tiene que tener hondas raíces de carácter local. Y tienen que tener programación muy influida por lo local; y naturalmente, esos dilemas de lo local deben obligar a que tengan un sentido de empoderamiento de la sociedad local. Pero con una estructura terriblemente centralizada, donde digitamos toda la enseñanza tecnológica desde la capital y con una visión capitalina. Y le seguimos temiendo la libertad, y con la palabra sistema lo único que hacemos es montar un infernal engranaje burocrático, lo más alejado posible de la realidad concreta que vive la gente; por eso, no puede haber desarrollo sin masificación del conocimiento tecnológico.
Sería inútil la masificación del conocimiento tecnológico, o sería poco útil —nunca es inútil, la palabra sería poco útil— si, a su vez, no contamos con los recursos, con el nivel de inversión necesario para que esa formación tecnológica se exprese en el campo creador del trabajo, y multiplicador. Y esto requiere oportunidad e inversión. Pero es imposible la oportunidad y la inversión si no existen grupos humanos de gente capaz de llevarla adelante. Estas cosas mutuamente se retroactivan, incluyen; por eso el problema del Uruguay no es solo un problema de enseñanza, es un problema de enseñanza útil para situaciones concretas; y naturalmente, tiene que estar muy embebida de sentido local y de sentido regional. Ahora bien; no hay que temerle a la libertad, no hay que temerle a las diferencias. Además el hecho contemporáneo más sustantivo, más sustantivo es que las cosas son complejas. Y al decir complejas es que en cualquier nudo de problemas no hay un elemento, sino que hay muchos elementos que interactúan. Y a veces, apenas intelectualmente, podemos llegar a algunos, y otros, no lo vemos. Por eso, nuestras conclusiones pueden ser parciales y necesitan, naturalmente, la discusión contradictoria, no como elemento destructivo, si no como elemento que ayude a acercarnos lo más posible a la visión más justa de la realidad. Y tenemos que estar en guardia, en guardia con nuestros propios prejuicios. Todos tenemos definiciones de carácter ideológico y esto es bueno. La ideología es buena como armazón conceptual que nos puede servir para organizar las visiones que nos puede arrimar a al realidad. Pero cuidado, la ideología no puede ser un lente que modifique sustantivamente la visión de la realidad. La realidad no cambia por visión ideológica. Entonces, percibir la realidad es siempre la lucha por visiones que son colectivas, son de varios, y que llevan, en su maleta, contradicciones. Por eso no hay que temerle a la libertad, no hay que temerle al debate; hay que temerle al debate destructivo y paralizador y meramente negativo. Ese no es debate, eso es un fanatismo crónico, eso es actitud conservadora frente a la necesidad de cambios que siempre existe. Si hay una ley en la naturaleza y en la historia humana y en el acontecer humano, es que lo
único permanente es el cambio. Si hay una ley inexorable es que, al agua que viste pasar, no la volverás a ver. Y por mucha que sea la nostalgia que la picana de los recuerdos nos puede provocar adentro, hay que atender y entender que caminar es siempre caminar en un rumbo de cambios. Y por esto, por ese cambio, significa adivinar cuáles son los rumbos más necesarios. ¿Cómo se bajan estas reflexiones a tierra? Si somos constructores de nuestra propia realidad, y nuestra realidad es que todo el mundo quiere vivir mejor; todo el mundo quiere tener más medios para gastar, etc., y eso no lo queremos discutir, si lo discutimos en profundidad, es todo un tema… pero no podemos pretender cambiar el signo de la época en la cual nos toca vivir, esa es, sencillamente, la realidad sociológica del conjunto mayoritario de nuestro pueblo, y si es así, hay que entender que hay que multiplicar nuestra capacidad de hacer. Y para multiplicar nuestra capacidad de hacer, hay que tener, por un lado, con qué, y eso se llama inversión; pero por otro lado, hay que tener capacidad de usar la inversión para que esta nos permita sacar frutos. Yo no puedo manejar una cosechadora moderna digital porque no entiendo su lenguaje, si no me capacito a como está constituida; no es un ser que tiene más caballos que las antiguas, es que ya no es un ser mecánico, sino que siéndolo, además, es un ser relativamente pensante por sí mismo, y tengo que entender las claves de ese pensamiento por sí mismo. Esto implica, que debo autocapacitarme, o encontrar la forma de resolver esta ecuación. En esta anécdota tan simple y tan elemental, se escribe todo el campo del trabajo del Uruguay. El progreso determina más capacidad. Pero, a su vez, para poder utilizar más esa capacidad, se necesita creciente inversión, resultados, mayores logros del trabajo. ¿Alcanza? No, después viene la lucha por el reparto, ah, esa es otra historia. Pero convengamos en que uno de los componentes centrales es, en nuestra humilde manera de pensar, la masificación del conocimiento técnico y variado, muy variado, adaptado a las distintas regiones que tiene este país. Y ello se llama gran libertad; gran libertad y gran involucramiento de las regiones en la marcha de ese acontecer de enseñanza tecnológica. Paralelamente, seguimos insistiendo —no debemos detenernos jamás— en el campo de favorecer la inversión; pero esto, en todo caso, es otra parte de carácter sustantivo.