Desgrabación de audición del Presidente por M24 del 15 de octubre de 2012

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AUDICIÓN RADIAL DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, JOSÉ MUJICA, POR M24, DEL 25 DE OCTUBRE DE 2012 Amigos, es un gusto poder saludarlos y retomar esta siembra, humilde, de palabras que procuran llevar algún concepto, alguna información y por qué no, algún punto de vista que trate de enriquecer no el acuerdo, sino la perspectiva, la visión de una audiencia, parte de la cual hace mucho tiempo nos acompaña y a la cual mucho le tenemos que reconocer. Por estos días sobran los indicios —y no me voy a detener en ellos— que hablan de un reconocimiento, desde el exterior, que tiene nuestro país, que obviamente está muy por encima de sus dimensiones de país colosal, grande, sino que ese reconocimiento es una imagen que se ha ido acumulando, que es el fruto de un conjunto de aportes y de actitudes que a lo largo de varios años, y por obra esencialmente del pueblo, de la nación, pero también del esfuerzo mancomunado y sistemático de los gobiernos, que le dan un prestigio que a uno lo hace sentirse francamente orgulloso de ser uruguayo. Esas actitudes constituyen, en su sumatoria, un capital colectivo, un intangible que debiéramos cuidar porque es una formidable fuerza de atracción que ayuda al Uruguay. Cuando uno cuenta por ahí algunas cosas que ha hecho el Uruguay, como la trazabilidad ganadera, tener registrado el grueso de su rebaño en un país pecuario, la forma cómo lo ha logrado el Uruguay por el esfuerzo de su gente, por decisiones colectivas que se llevaron adelante entre todos, aprendiendo y descubriendo y sumando conocimiento entre todos, o cuando se relata lo que es la historia del Ceibal, lo que está haciendo, lo que está proyectando, lo que está forjando como futuro capital humano en el marco de esta civilización digital que se nos viene encima. Quienes miran del exterior estas cosas y otras, se sienten francamente impresionados y reconocen en el Uruguay y estudian. Yo he relatado en esta audición el hecho que de una formidable nación, por sus dimensiones, vinieron a ver qué hacían los arroceros del Uruguay. Y señalo estos detalles —podría señalar muchos otros— porque existe una contradicción en cómo nos ven desde el exterior y, muchas veces, cómo nos vemos nosotros. Conviene recordar que una nación antes que nada, por encima de todo, es un “nosotros” en común. Ese nosotros que viene del pasado y se proyecta hacia el futuro nos identifica. Es en parte las relaciones que han establecido los logros, la marcha de la comunidad, pero también los dolores comunes que hemos padecido. Todo ello compone ese nosotros y nos da un sentido de pertenencia que nos identifica. Es claro que todo ello compone algo así como un patrimonio común que en el fondo no es de nadie, porque en realidad es de todos y por ello nos identifica. Esta existencia debería encuadrar, debería colocarle los límites que naturalmente tienen y deben de tener nuestras inevitables discrepancias, porque pertenecer a un nosotros común no significa la no existencia de diferencias que resultan inevitables. ¿Por qué? Porque existen intereses encontrados en el marco de nuestra sociedad, porque existen clases sociales


distintas que tienen intereses y visiones distintas, porque existen filosofías, existen corrientes de pensamiento distintas, existen visiones religiosas y todo ello confluye en la existencia de fuerzas políticas que nos agrupan, que construyen herramientas para la mutua expresión, para llevar adelante nuestros pensamientos en común. Pero del hecho que las diferencias existan y sean inevitables no se deriva que automáticamente esas diferencias tengan que paralizarnos y mucho menos hipotecar esa cosa en común que compone el nosotros, el patrimonio. Estamos obviamente obligados por la gente, por nuestra gente, por la gente de nuestro pueblo, más allá de sus colores y diferencias, a lograr siempre, o a luchar por lo menos, por tener algunos entendimientos básicos. ¿Qué nos reclama, de hecho, no la totalidad pero sí la inmensa mayoría del pueblo uruguayo? Tener un trabajo más o menos estable; un ingreso relativamente digno; un techo seguro, relativamente confortable, yo diría con el lujo de poder tener una parrillita algún fin de semana; dar alguna vuelta en las vacaciones por ahí. La inmensa mayoría de nuestro pueblo es eso lo que nos está reclamando y necesitamos, pequeña nación, en este rincón del mundo, luchar por acuerdos básicos para que esas metas sean posibles para nuestra gente. Naturalmente hay que reconocer, no solo que las diferencias existen, que hasta cierto punto son saludables porque nos ayudan a ver partes de la realidad que sino de otra forma no las veríamos. Pero todo en la vida tiene un límite. El hecho más sustantivo, más hondo, es que el país tiene un dibujo político que ha traído la historia, el devenir, que creemos que expresa una época, un tiempo. Ese dibujo político hace que un cuarenta y pico de gente se agrupa en lo que podemos llamar “las fuerzas políticas de oposición” en este momento. Y otro tanto, poco más, poco menos, se agrupa en eso que constituye “el Frente”, que está en el gobierno. Pero este no es un dibujo antojadizo ni es un simple resultado de carácter electoral, probablemente, un poco más hacia un lado o hacia el otro, en términos gruesos ese dibujo político marca un tiempo histórico y todo indica que se va a mantener. Es precisamente ese dibujo que nos obliga a mirar y proyectar nuestro hoy hacia el mañana. Es muy posible que el país en el futuro tenga gobiernos sin mayoría parlamentaria o en el mejor de los casos, enormemente condicionada, negociada y frágil esa mayoría. ¿Por qué? Porque va a persistir en términos generales ese dibujo de grandes corrientes políticas en nuestro país. No es que nos guste, no es que lo estemos defendiendo, ni que lo estemos criticando. Este es un dato para nosotros objetivo que nos ha deparado el devenir de nuestra historia. En esas condiciones políticas, si a algún gobierno del futuro le toca gobernar sin mayoría, como ha pasado, estaremos expuestos, por un lado, a gobiernos que abusen en el uso del decreto y tiendan a violentar institucionalmente y a tensionar las instituciones del país. De lo contrario, serán gobiernos inoperantes y, de una forma u otra, el no entendimiento de


cuestiones básicas del sistema político corre el peligro de determinar enormes dificultades para la nación. Hay que mirar atrás y aprender de nuestra propia historia, las consecuencias que tienen la cadena de hechos y respuestas que en esa circunstancia después se generan en una sociedad. Para nosotros este dibujo de fuerzas, un poco más hacia un lado o hacia el otro, está expresando una situación de época y la globalidad del sistema político debería de entender —y fundamentalmente los liderazgos— que hay que procurar, como método general, el diálogo y la negociación, y la lucha por los acuerdos. Por lo menos en cuestiones básicas, procurando que el país mantenga, sostenga y multiplique su estabilidad, su trabajo sistemático. El país no precisa tensiones, precisa trabajo sistemático, inversión con poco ruido, estabilidad y el logro sumatorio de la lucha del trabajo, todos los días. Esta manera de ver el futuro fue la razón que en su momento, al iniciar el gobierno nos llevó a tratar de lograr la mayor participación posible a lo largo y a lo ancho de los lugares de decisión del gobierno, e hicimos lo que nunca se había hecho en este país y lo logramos entre todos. Sin embargo, por lo que fuera, en los hechos nos fuimos quedando muy cortos. No se vio por parte de gente importante de la esfera política de este país que el Uruguay estaba en una etapa que probablemente dure bastante tiempo, en una etapa que nos obligaba a unos y a otros, por la estabilidad, a ir al diálogo, a la negociación, a la lucha por el acuerdo a pesar de las dificultades y a pesar de las diferencias. Algunos procuraron, casi de inmediato, señalaron que cuanto más lejos, mejor. En los hechos, casi de entrada, se pintaron la cara como para la guerra. Cuanto más lejos mejor. Se expresaba una especie de rencor, una especie de no saber perder y por ese no saber perder, no darse cuenta lo que está y lo que estaba precisando el país y su gente. Es lógica la lucha por el poder y es lógico el afán de llegar a la Presidencia. Eso puede y debe entenderse y es ley de juego, pero no puede esclavizarse a todo que es la única cosa importante que tiene el país, puede ser importante para alguien pero lo decisivo para el país es la marcha, la estabilidad, el enfrentar los problemas con el mayor margen de acuerdo posible, la construcción común, el fortalecer el nosotros. No podemos compartir la actitud de cortar todos los puentes, de endurecer el lenguaje. Pero no por nosotros, no por el hoy. Así nadie gobernará si le toca ser minoría. La cizaña que se siembra hoy, desgraciadamente está sembrada y se cosechará mañana. El sistema político uruguayo no puede cometer el error de establecer un abismo, porque eso es preocuparse por el poder y no preocuparse por la gente. Creemos que la preocupación por el poder obnubila el compromiso para con la gente, para los problemas permanentes que la gente tiene.


Esta es una falla gravísima, mucho más grave por el mañana que por el hoy. Me ha tocado soportar el reproche de gente muy bien intencionada de mi propia fuerza que me ha dicho “¿por qué fuiste tan generoso?” Yo no fui para nada generoso. Pensé que el país necesita un sistema político que tenga por encima de cualquier diferencia, la capacidad de encontrar términos comunes para que la gente sustantivamente pueda ir viviendo mejor. El vivir mejor es una acumulación, no es la llegada de un gobierno, es la marcha de un largo proceso de acumulación, de inversión, de confianza, de desarrollo del conocimiento, de elevación del promedio de la capacidad de la población, es un esfuerzo tensionado a lo largo de mucho tiempo. Pero nos vemos con problemas que resultan lamentables. Mal que bien, logramos un acuerdo de impulsar una Universidad Tecnológica y hacerla en el interior del país. Para la historia universitaria del Uruguay es un salto de carácter descomunal, pero es también un reclamo del desarrollo del interior. Es casi una deuda social de carácter histórico que tenemos con el interior. No puede ser que quedemos paralizados de llevar semejante proyecto adelante que dará frutos prácticos dentro de 20 años, porque esta es una fruta que demora mucho pero hay que hacerlo, es de las cosas más importante por el futuro del país. No puede ser que por la composición de la dirección no nos pongamos de acuerdo. Hace muchos años yo hubiera pensado lo mismo. Hace muchos años cuando yo era joven, muy probablemente hubiera tenido una actitud parecida. Una vez —y lo he dicho más de una vez— milité contra la posibilidad de la creación de la Universidad del Norte. Creíamos —torpe de nosotros— que era el intento de una universidad para formar a los hijos de los estancieros, nada más. Hoy, a tantas décadas de aquello, pienso que una universidad, cualquiera sea ella, donde esté, es un foco de luz para el conjunto de la sociedad. Sin embargo, estamos trancados en una decisión de esa magnitud y hemos estado trancados en otras cosas que son importantes. Hemos tratado superficialmente temas que son complejos y achatamos la mentalidad del mensaje, la educación y la formación de nuestro propio pueblo. Se ha llegado a insinuar problemas de corrupción en los asuntos de Pluna y luego de hecho, inmediatamente se viaja y no se puede hacer una interpelación porque hay que ir al exterior. No, no puede ser que seamos tan livianos y que llevemos la confrontación a estos extremos como si fuéramos de naciones distintas o fuéramos enemigos jurados o cuestiones por el estilo. No es eso lo que está precisando nuestra nación. Por ese camino vamos mal, no le hacemos mal al hoy, mal que bien la economía marcha y hay para repartir y no hay ningún drama en el horizonte. Pero todo sería mucho más llevadero si en algunos nudos esenciales pudiéramos andar juntos. No quiere decir esto que las diferencias sean venenosas, las cosas sustantivas no son venenosas. Lo venenoso son los epítetos, lo venenoso son los insultos inútiles, lo venenoso son las mentiras, o mejor dicho, las verdades no encuadradas en el contexto de la realidad.


Necesitamos relaciones de mayor altura entre nosotros mismos porque el país va a tener que seguir andando y el país va a continuar en etapas sucesivas. Pero tal vez no hemos aprendido de la historia, tal vez no sabemos lo que significó en el país tener un gobierno con minorías, jaqueado y que tuvo que ir internándose en un venenoso autoritarismo que terminó —entre otras cosas— envenenando a la nación y abriendo puertas a sucesos amargos que vinieron después. No quiero ni pensar en esto, pero inevitablemente las cosas que se acumulan de estos días, van cargando las baterías subjetivas de todas las fuerzas políticas. Con la antagonización in extremis, sin límites, basta escuchar algunos discursos que se tiran por ahí, algunas cosas que se dicen por ahí, estamos pateando lo mejor, ese capital en común del nosotros que tenemos. Creemos que es ocasión y tiempo de señalarlo, porque, en definitiva, hay mucha cosa por hacer. Hay dificultades objetivas que nos impone el mundo y que nos impone la realidad. Ahora bien, si nosotros nos encargamos de multiplicar esas dificultades por falta de básicos entendimientos nacionales, los que más se perjudican son los que no hablan, los que no salen a los medios, los que no están en la prensa, la gigantesca mayoría silenciosa que naturalmente necesita que sus problemas se entiendan y se atiendan. Debiera ser un compromiso de todos, debiera serlo.


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