Audición del Presidente José Mujica del 4 de abril de 2014

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Palabras del Presidente José Mujica correspondiente al 3 de abril de 2014

en

su

audición

radial

En estos días no se conforma quien no quiere, porque han surgido abruptamente títulos como este: “Sorpresa, la economía creció mucho más de lo esperado, la inversión ha sido un récord, etc.”. “Sorpresa”. Resulta muy curioso las galimatías en que tienen que incurrir lo que se llaman los analistas más o menos profesionales y los analistas aficionados, para poder retacear de alguna manera ciertos indicadores económicos y sociales que están colocando al Uruguay de hoy, sin ninguna duda, a la cabeza de nuestra América Latina, lo que, seguramente, comparativamente no parece mucho, para algunos, pero ahí está el ingreso promedio por habitante, el más alto de este continente; ahí está el grado de igualdad, el más alto de nuestra sociedad; la mejor distribución del ingreso; ahí está una vertical caída de la pobreza, proceso que se ha dado en estos nueve años. Es decir, a pesar de todos los pesares, contra viento y marea, contra el permanente bombardeo intencionado negativista, pálido, que trata de convencer subliminalmente a la inmensa mayoría del país de que estamos mal, donde solo se resaltan las dificultades y las carencias, que ¡vaya que las tenemos!, siempre las hemos tenido, nunca las negamos, además. Pero resulta curioso que cuando inevitablemente surgen los datos que golpean como una bofetada a esos pronósticos de que cuidado que el Uruguay camina a un ajuste, que estamos en crisis, que la economía se postra, etc., de toda esa seguidilla y seguidilla, surge que sorpresivamente dicen, sorpresivamente la economía creció, etc. Pasa que en el fondo hay gente que cree en aquella afirmación de Goebbels, de que una mentira machacada mil veces termina siendo verdad, y por más que esto se niegue, en realidad, las conductas frecuentemente proceden como si fanáticamente pensaran esto. Lo peor de la cosa es que de tanto vaticinar desgracias, terminan convencidos de que la desgracia es inevitable y, entonces, cuando surgen estos datos dicen: “sorpresa”. Sorpresa porque te autoconvenciste, de tanto dar manija en contra, de que no pasaba nada, de que el Uruguay estaba estancado, etc. Te creíste la pastilla de que había que ir de cabeza a un ajuste fiscal y tantas otras cosas. Que al final terminamos con una actitud como aquel “pastor mentiroso” que va a tener la desgracia de ser castigado por su propio invento negativo. Es que, en el fondo, terminan viendo lo que desean y se les termina escapando la realidad evidente. Y esta realidad es muy sencilla. Claro que tenemos problemas, y siempre tendremos problemas, y vamos caminando, pero son nueve años de crecimiento y de mejor distribución y no tiene vuelta. Son nueve años mejorando constantemente los salarios y el ingreso de las familias, aumentando la formalidad del trabajo, multiplicando el trabajo, afianzando las políticas de inversión que son récord en la historia del país; nueve años procurando remontar las enormes vergüenzas que heredamos tras muchos años de estancamiento y de mala distribución.


Claro que nos han surgido problemas, porque crecer también significa tener problemas: que la logística no alcanza, que las carreteras no alcanzan, que los puertos no alcanzan, que consumimos más energía eléctrica, que importamos más, que gastamos demasiado, que consumimos mucho, que hay un crecimiento del consumo de energía, que nos faltan técnicos calificados, que tenemos déficit de vivienda, que la enseñanza no da respuesta al crecimiento tecnológico que necesita nuestra gente. Claro que sí, esto y mucho más. Pero solo ven la pálida, las dificultades, no ven que muchísimos de estos fenómenos críticos son una consecuencia directa de que hemos salido de la postración histórica y los caminos se rompen porque pasa mucho camión y mucha gente, y la logística no alcanza por eso, y así sucesivamente, un montón de hechos que son consecuencia de que crecemos y que vamos dejando atrás el estancamiento. Claro está. Como me decía hace un tiempo un embajador chino, hablaba de la pobreza que tenían hace 40 años, pero me dijo en una noche: sí, teníamos una enorme pobreza pero dormíamos con la puerta abierta, ahora ya no podemos dormir con la puerta abierta. Sí, esto parecería ser una contradicción. Hay un aumento de la violencia en nuestra sociedad y sin vuelta. Montevideo es la capital más segura de América Latina y lo dicen todos los viajeros que nos visitan y gente que viene a vivir, pero claro, esto si nos comparamos con los otros, pero si nos comparamos con nosotros mismos tenemos que decir: hay más violencia en las calles. Y estos problemas los vemos y los hemos visto en estos días. La gente asidua al fútbol lo comenta por todas partes. ¿Es que acaso la gente no ha visto, en masa, que bajo las grandes banderas en el estadio Centenario se ejerce la prostitución? ¿Es que acaso, masivamente, la gente que va al fútbol sabe que menudea el tráfico de marihuana y que a veces apesta el olor en la tribuna Olímpica? Y la gente que va al fútbol, ¿no ve las mafias disputando cuestiones de poder, de aparcamiento, etc.? Y si todo el mundo lo ve, si todo el mundo lo sabe, por lo menos los asiduos al fútbol, ¿no hacemos nada? Le echamos la culpa a Juan, a Diego, a Pedro. Pero ¿no habrá algo que hacer?, ¿hasta cuándo con el silencio se otorga?, ¿hasta cuándo triunfa el no te metas?, ¿hasta cuándo el que calla, pero murmura, en el fondo está otorgando?, ¿hasta cuándo el chamullo solapado sin denuncia?, ¿hasta cuándo cansamos a la policía de llevar violentos a los juzgados, que pasan de largo y entran por una puerta y se van por la otra?, ¿y hasta cuándo retiramos el cuerpo policial de labores de prevención y vigilancia en Montevideo y concentramos en nuestro gran templo deportivo, el estadio particularmente, y eventualmente el Parque Central? Y cansados los policías piden relevo por razones de enfermedad y no quieren ir, porque están aburridos de recibir insultos, a veces, cobardemente. No es que los policías sean perfectos, es que son hijos contradictorios de nuestra propia humanidad, y alguien tiene que dar seguridad y poner orden. ¿Y hasta cuándo entendemos que necesitamos, por sentido común, defender la convivencia en


nuestros templos deportivos? Siempre la culpa la tienen otros, y otros, y los dirigentes, y las empresas, y la policía, y lo que quieras. Pero si este fútbol —una especie de identidad nacional, milagroso por las dimensiones que tiene este país, y carta de presentación en el mundo—, si esto constituye la primera pasión de los uruguayos, ¿no será tiempo de cuidarlo un poco?, ¿no será tiempo de plantarnos y empezar por respetar al cuerpo policial que tiene que cumplir la inalienable función, desde que hay Estado, de contribuir a la seguridad de la gente? Y si no respetamos el sentido común, de respetar a los clubes, a sus direcciones, direcciones de un fútbol milagroso, administradores de la miseria… La inmensa mayoría de los dirigentes del fútbol uruguayo ponen “de la suya” frecuentemente y si como en cualquier orden de la vida de vez en cuando hay un avivado, esa no es precisamente la actitud de la inmensa mayoría de los dirigentes del fútbol que son militantes de una pasión deportiva. Está bien tener críticas y libertad de opinión, pero no se puede correr el riesgo de tirar el niño con el agua de la bañera. La crítica no puede ser derrotismo y, sobre todo, escapismo para el no compromiso. Lo que está pasando en nuestro estadio y en las grandes concentraciones deportivas pasa porque lo toleramos, pasa porque nos ponemos a un costado, pasa porque no queremos ver la evidencia, pasa porque no nos comprometemos. Y tenemos que darnos cuenta de que necesitamos una policía que tenga pruebas para no aburrirse de llevar inútilmente gente a los juzgados; tenemos que comprender que hay una minoría de gente descarriada, pero que ese no es el sentir de la mayoría del pueblo uruguayo y por lo tanto tenemos que controlar a esa minoría. ¿Por qué? Porque el fútbol debe procurar ser una fiesta de la familia uruguaya. El Estado nada tiene que hacer con lo que pasa dentro de las canchas de fútbol o lo que pasa en la dirección del fútbol, esos son los problemas políticos de una actividad privada grandiosa, con todos sus defectos. Que si defectos tiene, son defectos de nuestra identidad nacional. Pero tiene virtudes, y ¡vaya que tiene virtudes! Pero el Estado tiene que cumplir la función de dar seguridad en las tribunas, y a la salida, y en los desórdenes, y no tiene vuelta, alguien tiene que tocar pito y hay que respetar al que toca pito. Que se puede equivocar, sí, seguramente. Pero ¡ay de nosotros si cada cual quiere armar lo que le parece! Por eso le debemos y respetemos un sentir de la autoridad que nos puede dar, precisamente, claves para una mejor convivencia, y tal vez a la larga, mayor apoyo económico al fútbol, porque si logramos que la tribuna vaya quedando saneada, podemos lograr que sea el eje de una fiesta deportiva, y de una fiesta de convivencia de la sociedad uruguaya. También en estas cosas tenemos que retomar el camino de nuestro pasado y de nuestra historia. Hubo épocas en que no se separaban las hinchadas. Era posible gritar goles de Nacional al lado de los de Peñarol y al revés. Era posible.


¡Cómo no va a ser posible? Es casi un deber que la alegría de unos no tiene por qué golpear precisamente a otros. Recordar aquello tan sencillo: la alegría va por los barrios, es rotativa. Pero estas cosas tan elementales, tan simples, tan olvidadas, y tan de la mano de la convivencia de una república y de un país, campeón en América, en materia de convivir, de tolerancia. Campeón no porque estemos nosotros en el Gobierno, sino por historia. Así ha sido el Uruguay y hay que defenderlo. Por favor, no nos saquemos el lazo de la responsabilidad. Asumamos la que tenemos y esa responsabilidad significa que si no todos, muchos algo podemos hacer. Y el primer hacer es respetar las decisiones de los cuerpos encargados de establecer la seguridad. Yo les recordaría a los incrédulos, desgraciadamente, que la experiencia de las sociedades obliga a tener policías y organismos de seguridad, porque si fuéramos mejores y más puros y más sanos tal vez no precisaríamos. Pero necesitamos, precisamente, para asegurar la convivencia en paz, la existencia de estos organismos que tienen que cumplir la función de llamarnos al orden cuando por tal o cual razón fallamos. Y la necesidad de esto surge de nuestras propias debilidades. Qué hermoso sería no precisar policía ni ejército ni nada por el estilo. Pero por lo visto, así como tiene que haber un juez que toque pito en la cancha porque si no sería inviable un partido, algo parecido pasa en todo el entorno. Y estas cosas son de sentido común. Cuidemos este milagro que tenemos, que ha establecido los signos de nuestra principal identidad.


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