Discurso Toma de Posesión como Alcalde de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Auditorio Alfredo Kraus 16 de junio de 2007 Excelentísimas e ilustrísimas autoridades, ciudadanas y ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria: Hace poco más de cinco meses establecí, en este mismo lugar, las líneas principales de un pacto con los ciudadanos para hacer llegar los nuevos tiempos. Me comprometí en aquella ocasión, a trabajar, junto a los que deseaban apoyar mi candidatura a Alcalde, aportando mi mayor dedicación y entusiasmo para hacer posible el cambio en Las Palmas de Gran Canaria. Hoy siento una emoción muy especial. Pocas veces en mi vida he percibido con tanta claridad que mis ideas, mis ilusiones o lo que puedo aportar desde mi experiencia, están tan cerca de las aspiraciones de los habitantes de mi ciudad. Entre uds se encuentran amigos de siempre, compañeros de ideas y proyecto político, personas que han colaborado conmigo en esta y otras ocasiones, ciudadanos que he tenido la suerte de conocer en estos meses y que me han mostrado la realidad de una ciudad vista desde dentro, desde la cercanía esclarecedora de los problemas de la gente. También se encuentran aquí los compañeros de la futura corporación con los que he competido en las elecciones, tratando de rivalizar de la mejor forma que conozco, en el terreno de las ideas y de las soluciones, pero colocando siempre el respeto al otro por encima de las expectativas propias. A todos uds quiero dirigirme en esta ocasión para compartir mis reflexiones sobre lo que pretendo sea un periodo trascendental en la vida de esta gran ciudad. No voy desarrollar hoy las líneas de mi programa de gobierno. Quiero situarme, más bien, en los fundamentos éticos de la acción política a desarrollar desde el gobierno municipal.
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Dije en enero y reitero ahora, que estoy convencido que la ilusión es la energía más dinamizadora de cuantas puede disponer una comunidad. Esa energía surge del ámbito de lo personal y, si es adecuadamente compartida, se trasforma en un impulso de naturaleza tal que cualquier meta es asumible, cualquier proyecto es abordable, cualquier esperanza es alcanzable. La ilusión se vive en la vigilia y su poder trasformador nos convierte en protagonistas de nuestros propios sueños. Pero la ilusión no debe estar orientada a metas abstractas, demasiado generales o lejanas, porque éstas tienden a diluirse en el tiempo o pueden conducir a la frustración. Cuando les hablo de compartir la ilusión, quiero trasmitirles que las tareas a emprender deben estar siempre guiadas por un propósito colectivo y una impronta solidaria, y estar destinadas a mejorar las condiciones y la calidad de vida de los ciudadanos. En este punto, quiero ofrecerles una revelación simple pero determinante, el lema que impulsará toda nuestra acción de gobierno será: primero las personas después los proyectos. Desde aquí quiero enlazar con la cercanía, otra de las ideas que he venido interiorizando y redefiniendo en estos últimos meses. Sinceramente, nunca había tenido la oportunidad de escuchar tanto. Han sido muchos encuentros, muchas caras, muchas sugerencias y aportaciones, y en ese proceso me han llegado, además de peticiones, sensaciones. Sensaciones que han ido trasformando mis ideas sobre la ciudad y reforzando mis convicciones sobre el valor extraordinario de la relación cercana, de la fuerza incontenible de la participación. Estas ideas han cambiado notablemente mi manera de entender la gestión pública, y quiero agradecer a cada una de las personas con las que he tenido la ocasión de hablar que, además de sus ideas, me haya regalado una nueva ética de lo inmediato. Creo con firmeza en el valor irremplazable de la democracia representativa. He desarrollado gran parte de mi carrera gobernando o haciendo oposición. En ambas situaciones he tratado de ser coherente con mi función de representante del mandato ciudadano. Puedo, por tanto, permitirme una reflexión sobre las características de un sistema que, demasiadas veces, nos lleva a que nuestro vínculo más intenso con los ciudadanos se produzca, cada cuatro años, en el periodo electoral. Porque lo cierto es que existe un creciente malestar entre los quieren hacer valer su voz de forma permanente, y esa es una demanda que demuestra la madurez de una colectividad. Por ello estoy cada vez más convencido de que la participación de verdad puede dotar al sistema de gobierno municipal de una nueva dimensión, un nuevo vínculo que supere la limitación de encuentros electorales, situándonos en una dialéctica ciertamente más compleja y enriquecedora en la que se establezcan flujos permanentes de ideas, propuestas y soluciones.
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Para acabar con esta reflexión sobre la participación quiero apartarme cuanto pueda de cualquier forma de demagogia, señalando que las obligaciones en este pacto para hacer cuidad son mutuas. Por nuestra parte facilitaremos el acceso a los ciudadanos a los organismos de decisión, a los plenos de la corporación y a las juntas de distrito, y dedicaremos todo nuestro empeño en escuchar y gestionar las demandas planteadas. Pero estos cauces no bastan por si solos. Los ciudadanos deben tomar conciencia de la necesidad de aportar su energía creativa a las soluciones, implicándose y superando los viejos modelos centrados exclusivamente en la reivindicación y la exigencia o pensando en su necesidad concreta sin mirar más allá, sin percibir la cuidad como un todo, donde hay muchas y complejas necesidades que resolver. Estoy convencido que participación y solidaridad son procesos paralelos, mejor dicho, complementarios, y vamos a esforzarnos para que esa noción de participación verdadera, de incremento de la cultura democrática y solidaria sea asumida como tarea de todos. Por un momento quiero seguir hablando de personas. Ahora quiero situarme dentro de la corporación municipal. Creo firmemente que el valor principal a promover con el personal del ayuntamiento es el valor del compromiso. Y que me disculpen por utilizar esta palabra quienes la tienen en sus siglas. Pero no hay una mejor para definir mis propósitos en esta área. Entiendo el compromiso como el resultado de la confianza; por lo tanto, éste ha de ser mutuo, voluntario y recíproco. Compromiso que también ha de ser colectivo, porque los funcionarios y empleados deben conocer, para ser capaces de asumirlas, las metas del ayuntamiento en su conjunto, no solo las de su desempeño concreto o su departamento. Por eso es necesario promover un cambio en la cultura de la organización que se base en la motivación, el aprendizaje permanente, la innovación en los procesos, el trabajo en equipo y el respeto a la profesionalidad, con independencia de adscripciones políticas. El compromiso tiene dos orillas, y en la de acá les aseguro que sé cumplir y hacer cumplir aquello en lo que me obligo. Hemos dicho también que en Las Palmas de G C. queremos dar ejemplo. Y no hay mejor satisfacción que la de sentirse orgulloso de la propia casa. Abriendo sus puertas a los ciudadanos para que se sientan bien recibidos, acercando la gestión a los barrios y a las viviendas a través de la administración electrónica. Convirtiendo nuestra ciudad en un modelo de buen gobierno que defienda el interés público con transparencia en sus decisiones y competencias, y donde el clientelismo esté desterrado. Por último, quiero hablarles de futuro. El futuro de Gran Canaria, y de todo el Archipiélago Canario, depende en buena medida de la capacidad de liderazgo de una ciudad como Las Palmas de Gran Canaria. No puede ser de otra manera, porque es en una capital como la nuestra donde se concentran los mejores recursos materiales y humanos, medios técnicos y conocimientos, con que cuenta la Comunidad Autónoma Canaria.
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Nuestra ciudad es hoy en día un espacio de carácter metropolitano que irradia flujos de intercambios de personas, mercancías, servicios, información, capitales financieros y propuestas de carácter cultural hacia el resto del Archipiélago, la España peninsular y el entorno internacional próximo al que está vinculado. Sin embargo, debo ser sincero al decir que la ciudad aparece sin norte, los gobernantes y los ciudadanos carecemos de un proyecto compartido sobre qué hacer ante los grandes retos que se nos plantean. Si pensamos por un momento en términos estratégicos y con realismo, aparecen ante nosotros riesgos y oportunidades, debilidades y fortalezas. Sabemos que haciendo un análisis detallado de los mismos podemos advertir, sin falsos optimismos, que la ciudad tiene un futuro pleno de complejidad pero rico en posibilidades. Es posible potenciar nuestra identidad como ciudad atlántica y cosmopolita donde se acceda a la mejor oferta cultural y al disfrute de excepcionales espacios naturales, desarrollar un tipo diferente de oferta turística urbana adaptada a los nuevas tendencias, lograr constituirnos en una plataforma avanzada de servicios logísticos con proyección atlántica, ser sede de empresas e instituciones que enlacen y promuevan el crecimiento económico de los países africanos próximos, consolidarnos como un nodo de referencia y tecnológico dentro de nuestro entorno cercano en los ámbitos de las energías alternativas, de las telecomunicaciones o la biotecnología. Sabemos que la ciudad tiene retos como la ordenación de su litoral, la apuesta decidida por un modelo de desarrollo sostenible, la creación de infraestructuras de comunicaciones y transportes, la dotación de servicios en los barrios que la convierta en una ciudad policéntrica donde se reduzcan la diferencias entre la cuidad baja y la ciudad alta. También sabemos que todos esos retos abren nuevas oportunidades para el crecimiento económico, el empleo y la innovación. En todo ello podemos coincidir las diferentes opciones políticas y los sectores empresariales y sociales. Sin embargo, quiero llamarles la atención sobre algo que no es tan obvio. Se han preguntado como ciudadanos cuál es el modelo de ciudad que queremos. Cuáles son las prioridades que definan los vectores de crecimiento, cuáles son los motores para la reactivación económica, cuáles son los estímulos para la innovación sostenible en el tiempo. De dónde han de salir los recursos necesarios para financiar las pequeñas obras y las grandes infraestructuras, sin caer en un permanente e inviable endeudamiento. No solo hay que imaginar, además hay que conseguir hacer viables nuestros sueños.
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Creo sinceramente que un nuevo modelo está por definirse. Hemos sido concientes de ello cuando elaboramos el programa socialista porque sabíamos que nosotros solos no podemos aportar todas las soluciones, aunque pensemos que las que tenemos son las correctas. No, el modelo de la ciudad del siglo XXI ha de ser un modelo construido desde el consenso por varias razones. La primera, es que la nueva ciudad que queremos tiene que evolucionar, necesariamente, a lo largo de varias legislaturas. Decía Richard Rogers en una entrevista reciente que si un edificio de una cierta complejidad tarda cinco años en construirse, cómo se puede pretender que una ciudad cambie su modelo en menos de quince años. La segunda, es que el papel del ayuntamiento es de impulsor de los cambios, pero son los agentes económicos y sociales los que han de participar de manera decisiva en ese proceso. Por ultimo, estamos situados en una isla de una región fronteriza, donde los cambios del entorno económico y ambiental se han de notar con más intensidad y muchos de ellos son simplemente no predecibles. Por tanto, les propongo que dediquemos parte de nuestros esfuerzos como políticos, como profesionales, como ciudadanos, a vivir el presente sin dejar de imaginar el futuro. Y que nos pongamos a ello con un empeño que vaya más allá de siglas y banderas. Más allá de nuestras ideas e intereses hasta conformarse como la gran tarea de una comunidad entusiasta, la de los ciudadanos de Las Palmas de Gran Canaria en esta luminosa primavera de 2007. Muchas Gracias.
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