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Centro Cultural de la UNGS, Págs

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Isa Gómez, Pág

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EPHiCo se había leído previamente la historia que la institución cuenta en su blog y en sus redes sociales. Sin embargo, se buscaba darle a esa historia la voz de una de las militantes con más años de trayectoria en la institución. Se realizaron reuniones con ella en diferentes oportunidades: en la oficina del centro cultural de la UNGS, en la sociedad de fomento, en marchas feministas y en las ferias de economía popular del barrio. En uno de esos encuentros, en los que lo central no era la entrevista ni tampoco el relevamiento de archivos, esta militante presentó una foto que había encontrado entre sus cosas: la imagen correspondía al Club de Amas de Casa. Se trataba de un grupo de mujeres que, en la década del 60, al no poder formar parte de la comisión directiva de la Sociedad de Fomento (que estaba compuesta solamente por varones), decidieron organizarse para, entre otras cosas, crear un jardín de infantes. Lo consiguieron con éxito y en poco tiempo, a partir de la venta de fresnos para las veredas de las casas de los nuevos vecinos que iban asentándose en el barrio. Esto les permitió juntar el dinero suficiente para comprar un terreno y donarlo al Ministerio de Educación, en donde actualmente funciona el primer jardín de infantes que tuvo el barrio. Poco tiempo después de la donación, el Club de Amas de Casa se disolvió.

ENCUENTRO DE HISTORIA ORAL, LOS POLVORINES, 2018

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Otro caso ejemplificador del modo de trabajo de EPHiCo, es el de una experiencia llevada a cabo en un barrio de Los Polvorines que se constituyó entre fines de la década del 60 y principios de la siguiente, principalmente habitado por migrantes internos o de países limítrofes. Realizamos algunos encuentros de memoria oral con un grupo de mu-

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jeres que se reúne regularmente en una organización social. Previo a los encuentros, se le solicitó a las integrantes del grupo que asistieran con alguna foto que consideraran importante para contar su historia de vida y la del barrio. Ninguna de las más de veinticinco mujeres llevó la foto al primer encuentro. Esto sorprendió al equipo de EPHiCo, porque lo que hasta ese momento había funcionado para catalizar la memoria individual y documentar la historia, no tenía resonancia en este grupo. Ante la reticencia de las mujeres a hablar de sus vidas, se decidió simplemente conocerlas (y que ellas también conocieran a esas personas que les estaban haciendo tantas preguntas): la propuesta giró y se comenzaron a compartir meriendas y charlas, mientras se les proponían otras actividades. Luego de algunos encuentros, en una de las jornadas se planteó realizar un mapeo sobre cómo era el barrio en sus primeros años, y comenzó así a surgir el relato de una experiencia que todas las mujeres del grupo habían compartido. Se trataba del camino que debían realizar para buscar agua potable, ya que la bomba de agua más cercana al barrio se encontraba a más de un kilómetro de sus viviendas. Este relato permitió entender que no era posible pensar la historia del barrio sin contemplar el modo en el que sus habitantes piensan esa historia. Porque la dinámica que se había sugerido desde el espacio como vía para relacionarse con el pasado (el trabajo con fotografías, documentos u objetos) no fue funcional para este grupo. Para estas mujeres, la valorización del pasado estaba mediada por los vínculos sociales, por lo que sucedía en las rutinas que establecían, en las charlas que compartían mientras caminaban y se ayudaban para cargar los baldes con agua.

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Estos ejemplos permiten exponer, por un lado, las problemáticas específicas del trabajo con la memoria en las comunidades y grupos con los que se relaciona EPHiCo; por otro, ilustran los modos de trabajo de este espacio. En relación con el primer caso expuesto, no puede dejar de mencionarse que la esencialización de la historia de una sociedad de fomento basada en los varones refleja no solo la invisibilización del rol que las mujeres tuvieron en la construcción de los barrios, sino también la falta de conciencia de ellas mismas sobre el valor de su función y de su propia historia. Hace ya varios años, Hélène Cixous (1976) sostuvo que las mujeres debían escribir sobre ellas mismas, ya que el entrecruzamiento de sus historias con las de otras mujeres, sujetos e incluso con la historia nacional y mundial, marcaría el principio de una nueva historia alejada de la unificación

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y de la homogeneización. Considero que, en muchos casos, esta afirmación tiene vigencia tanto para aquellas mujeres que aún continúan al margen de la historia normativa, como para las personas comunes. Es más, esto se logró poco tiempo después, cuando desde EPHiCo se propuso la construcción (de manera colaborativa con la Sociedad de Fomento) de una exhibición de la fotografía y su historia. Para esto se trabajó con las mujeres que actualmente forman parte de la organización. Y, tal como sostiene Cixous, fue en el proceso de pensar la historia de las mujeres de la foto que las integrantes del grupo actual pudieron reflexionar sobre sí mismas, sobre los roles que desempeñan en el barrio y en la institución, y animarse así a contar y a darle importancia a sus propias historias. El caso del Club de Amas de Casa deja también en evidencia la ineficacia de los mecanismos tradicionales de indagación cultural y/o académica para posibilitar el surgimiento de versiones alternativas del pasado y nuevos significados. Y esto me obliga a referirme a una de las características más importantes de EPHiCo: lo que posibilitó el surgimiento de esta historia fue la construcción de un vínculo afectivo con la militante barrial. Si no se hubiesen compartido los tiempos y espacios diversos y cotidianos que dieron lugar a la subjetividad, esa foto y esa historia nunca habrían aparecido. La construcción de lazos interpersonales también resultó fundamental en la segunda experiencia. Pero, en este caso, también lo colectivo desempeñó un papel esencial en dos aspectos. Uno de ellos refiere a la relación de EPHiCo con esas mujeres, a la confianza generada: fue crucial sostener la intención firme de conocer al grupo con el que se estaba compartiendo la reconstrucción del patrimonio. El otro aspecto se vincula a la relación dialógica entre los procesos de rememoración colectivos y personales, que se encuentran

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en intercambio constante con los relatos de los territorios en los que están insertos, e influidos y permeados por sus sistemas de valores y significados sociales, políticos y culturales. Sobre el primero, es importante mencionar que, como cualquier equipo de trabajo, no existió la neutralidad: sin dudas, había previamente determinadas intenciones para abordar las historias del grupo. Sin embargo, no funcionaron ni la propuesta inicial de trabajo ni las preguntas que se consideraba pertinente realizar. Sin embargo, la insistencia en compartir varias reuniones (incluso clases de yoga que las mujeres tomaban en la organización social) y en mantener una escucha atenta y alerta, permitió el desapego del plan inicial para “reconfigurar la historia (…) y abrir nuevas maneras de pensar” (Scott 1992: 73). De ese modo, fue posible darle lugar a las preguntas y a las categorías que sí resultaban significativas para el grupo. Sobre el segundo aspecto, fue necesario que existiera un trabajo colectivo, una complicidad y un reconocimiento entre la intimidad de las vidas de las mujeres, y darles un espacio de seguridad y contención para contar aquello que en un primer momento no se animaron a compartir. Ya que no solamente pudieron reconstruir una historia que les resultaba valiosa, sino que, a partir de la identificación colectiva, se produjo una reinterpretación de la realidad propia e individual. En este sentido, algunos autores sostienen que la historia oral amplía las percepciones identitarias y genera procesos de reparación (Rabêlo de Almeida, 2016, Barela, Míguez & García Conde, 2009). EPHiCo parte de la premisa de entender al patrimonio como memoria e identidad. Eduardo Kingman se pregunta “¿quién define la identidad de una ciudad y desde dónde?” y sostiene que “aunque la problemática del patrimonio pertenece a todos, la definición de sus políticas se ha convertido cada vez más en una cuestión privativa de los expertos”

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(Kingman, 2004: 28), porque la relación con el patrimonio y su apropiación está basada en una desigual participación de los grupos sociales en su formación. Desde este espacio se acuerda en que, para evitar que se convierta en un tema concerniente solo a “especialistas en el pasado”, el patrimonio debe ser considerado “un proyecto histórico solidario a los grupos sociales preocupados por la forma en la que habitan su espacio y conquistan su calidad de vida” (García Canclini 1993: 33). En este sentido, el Club de Amas de Casa o el ‘camino del agua’ son algunas de las tantas memorias que no están legitimadas, pero que constituyen la identidad de un grupo. Joan Scott (1992) sostiene que la identidad está atada a la experiencia y que tanto “identidad” como “experiencia” son categorías esencializadas , que se dan por sentadas. Considero que a este grupo de categorías podría sumarse también la de “patrimonio”, que suele ser usada como denominador común para múltiples cosas sin importar su contexto, temporalidad o la significatividad para los grupos. ¿Cómo hacer para que el Club de Amas de Casa no quede diluido en la historia sesgada de una Sociedad de Fomento liderada por varones? ¿Quién dice que los fresnos de las calles no son parte del patrimonio identitario del barrio? ¿Cómo recuperar la historia de una comunidad sin conocer la interpretación que cada grupo hace de su propia historia? ¿Quién determina que una fotografía es algo más significativo que el recuerdo sin soporte material de rutinas vinculadas a los quehaceres domésticos? Para desnaturalizar el patrimonio, la memoria y la identidad, y no caer en normativizaciones e invisibilizaciones, creo que es necesario volver a lo particular, a lo individual, a lo común y a lo cotidiano. Abordar la experiencia como un acontecimiento histórico que debe ser explicado (Scott 1992: 64), como un proceso y una construcción. Desde EPHiCo se propone volver personal

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