La vida cuando era nuestra

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Marian Izaguirre nació en Bilbao y en la actualidad reside entre Madrid y Barcelona. En 1991 vio la luz su primera novela, La vida elíptica, con la que obtuvo el Premio Sésamo. Desde entonces ha publicado Para toda la vida (1991), El ópalo y la serpiente (1996), el volumen de cuentos Nadie es la patria, ni siquiera el tiempo (1999), La Bolivia (2003) y La parte de los ángeles (2011). Lumen publicó en 2013 La vida cuando era nuestra, una novela que fue traducida a siete idiomas y tuvo una espléndida acogida por parte del público español y de toda Europa, y en 2014 Los pasos que nos separan, su obra más reciente. Ahora se recupera en una nueva versión El león dormido, una novela que Izaguirre publicó en 2005 y mereció el IX Premio de Novela Ciudad de Salamanca.

ENTREVISTA A MARIAN IZAGUIRRE. Bruno Montano, Trabalibros (B.M.): Para escribir "La vida cuando era nuestra" has elegido una estructura compleja: un libro dentro de otro libro, dos narraciones en paralelo, una alimentando a la otra, una inspirando a la otra... ¿Qué te ha resultado más difícil, encontrar la voz, encontrar los tiempos? Marian Izaguirre (M.I.): Encontrar las voces no, eso lo tenía claro. Tenemos la voz de Rose, tenemos la voz de Alice, tenemos la voz de tercera persona que implica Matías y Lola y tenemos una tercera persona, que al mismo tiempo es punto de vista de Lola sólo. Es decir, todos los personajes tienen su vida propia, que se mezcla con la de los demás, su propio pensamiento, sus propias actitudes. Podrías poner a cualquier personaje de protagonista de la novela y a todos los demás de secundarios sin ningún problema. Acerca de lo que me preguntas, tengo que decir que lo más complejo de todo ha sido manejar los tiempos. Combinar el tiempo de Alice con el de Rose era muy complicado porque se te iban los datos (ocurría, por ejemplo, que Henry se podría haber muerto un día de Agosto lo mismo que un día de Abril, pero si dices que ha muerto recién acabada la guerra tiene que ser en Abril y no en Agosto). Son cosas muy sutiles que hay que manejar. B.M.: Hay que hilar muy bien un capítulo con el siguiente porque cambias de registro estilístico, cambias de época, cambias de voz; es complejo.


M.I.: Esto es un aliciente creativo para mí, el hecho de que puedas jugar con diferentes estructuras. Eso me gusta mucho, la complejidad en la estructura debe ser algo parecido al desafío cuando te pones a pintar un cuadro o a componer música. El libro dentro de un libro es un recurso que yo he usado casi siempre, desde la primera novela. Si no es un libro es un diario, si no es un diario es una colección de cartas; normalmente suelen ser diarios o libros de otras personas. Hay varias de mis novelas en las que utilizo esa fórmula. El fenómeno de cajas chinas o muñecas rusas es muy utilizado en la literatura y además creo que es un buen sistema porque una historia se enriquece con otra historia. B.M.: Los protagonistas de esta novela son seres derrotados pero no humillados, son perdedores que mantienen su dignidad. ¿Por qué resulta tan atractiva literariamente la figura del perdedor y la estética de la derrota? M.I.: Son grandes héroes de la creatividad, los perdedores. Quizá sean tan atractivos porque destacan, tienen ese componente ético. En la novela hay una frase, hablando de los chicos de las brigadas internacionales, que viene a decir algo así como "la épica necesita jóvenes idealistas, la épica necesita muertos". Y es verdad; los perdedores, los que pierden una guerra, los que pierden su libertad, son como héroes a rescatar. Por ejemplo, hay héroes perdedores en géneros como la novela negra; en este género abunda el tipo de héroe alcoholizado, en horas bajas, que tiene un despacho mugriento, que su mujer le ha dejado, ese tipo de personaje. B.M.: A mí me resultan más interesantes los perdedores sobre todo porque son más complejos psicológicamente. Soportar la derrota y seguir viviendo con dignidad implica una capacidad psicológica y una heroicidad ética superior a la del ganador. M.I.: Sí, y también está el papel del escritor como perdedor en la vida social. La figura del escritor de éxito gusta poco, da un poco de envidia pero gusta más otro tipo de escritor. El modelo machadiano como yo le llamo, el escritor de vida humilde, o el escritor bohemio, o el escritor que tiene trabajos miserables para


poder seguir escribiendo en su cuartito por las noches. El ganador no despierta las mismas simpatías. En el fondo, escribir es un acto heroico. Yo tengo una trayectoria larga, llevo más de veinte años escribiendo y durante estos años he tenido que aguantar muchos consejos, del tipo ¿por qué no sales en la tele? ¿Por qué no vas a una tertulia? ¿Por qué no escribes en un periódico? Porque lo que me gusta es escribir novelas. ¿Tengo que comer? Pues ya trabajaré en otra cosa, no pasa nada. B.M.: Sí, lo demás es puro marketing. M.I.: No desdeño el marketing, pero tiene que estar apoyando un buen producto, algo que sea de verdad. El marketing tiene que estar hecho con el mismo cariño con el que está hecho el libro y, si no, no es marketing. B.M.: El marketing tiene que vender un buen libro, no un autor. M.I.: Sí, y tiene que estar hecho de manera que hasta el propio marketing sea creíble. Por lo tanto, la gente que está haciendo el marketing de tu novela tiene que haberla leído, tiene que haberla querido y eso es lo que muchas veces falta. La faja de este libro, que dice "un día sin leer es un día perdido" la ha hecho el departamento de marketing, pero después de haberse enamorado de la novela. Esa frase no sale si no has leído la novela y si no te ha gustado. B.M.: Cambiando de tema, sé que te has informado bastante sobre los brigadistas internacionales que participaron en la Guerra Civil. Quería hacerte una pregunta al respecto. Entiendo que los derrotados en la guerra para los que no peligraba su vida no se exiliaran, pero me cuesta entender que algunos brigadistas internacionales, habiendo perdido la guerra, estando en un país destrozado por una dictadura prefirieran quedarse en lugar de volver a sus países. ¿Qué les impulsaba a quedarse, después de encontrarse con su sueño roto? M.I.: Se quedan cuando la guerra todavía no ha terminado. Owen Lawson, un personaje de esta novela inspirado en una persona real, dice en un momento determinado: "Soy demasiado viejo para


salir huyendo". Y en esa frase irónica envuelve otra frase de la novela que dice "No éramos muchos, no éramos los mejores, pero fuimos los que nos quedamos". Hay algo heroico en eso. Pensaban: "Hemos venido aquí a luchar por algo, ¿por qué ahora nos hacen irnos si nosotros no lo hemos decidido? Nos quedamos". Y algunos se quedaron, dejaron de ser brigadistas y pasaron a formar parte del ejército republicano. B.M.: Es evidente que la novela es un homenaje a los lectores, a los libros, a la literatura, a los libreros, a los traductores, a los escritores. Por mi parte, como lector y como librero me he sentido homenajeado. ¿Crees realmente en la religión del libro, en la salvación a través de la lectura, en la redención a través de las palabras? M.I.: Para mí un libro es una tabla de salvación. No en el sentido de salvarme de lo malo, en el sentido de llevarme hacia lo bueno. No es la tabla de salvación de alguien que está hundido y necesita salvarse, no es eso. Es decir, me da sueños, me enseña cosas, me lleva a otras vidas, a otros mundos. Y ahora que, después de ser lectora toda mi vida, además escribo yo mis libros es como algo que se alimenta: lo que leo con lo que escribo y lo que escribo con lo que leo. Forman parte de mi vida, yo creo que son mi vida. B.M.: Otro tema que me ha suscitado la lectura de "La vida cuando era nuestra" es el tema del exilio. Recuerdo un libro estupendo de María Zambrano, una de nuestras grandes exiliadas, que se llama "Los bienaventurados" en el que habla del exilio. De alguna manera dice que todos somos exiliados de nuestra verdadera patria, que es la infancia, la inocencia. M.I.: Eso une con la frase de Erik Satie que abre el libro: "Nunca llueve en Honfleur; pero a veces llueve sobre la infancia". B.M.: Exacto. El verdadero exilio que produce la guerra creo que es un exilio interior, los protagonistas son exiliados interiores; han perdido la esperanza, han perdido la inocencia. M.I.: Han perdido la vida, por dónde iban, su proyecto de vida. No el proyecto como algo concreto, sino el proyecto como algo abstracto.


Es decir, estábamos viendo un camino por el que íbamos a empezar a andar, o por el que íbamos andando, y en lugar de camino sólo hay un abismo. De repente se ha perdido. Pierdes la orientación, pierdes el proyecto. B.M.: Los protagonistas de tu novela añoran el tiempo en que eran dueños de sus vidas antes de que la guerra y la dictadura se las robara. M.I.: Sobre todo Lola. El personaje de Lola tiene luces y sombras, porque muestra esa parte un poco más mezquina que Matías no muestra en la novela. En su caso, el bienestar perdido también le produce, no voy a decir nostalgia, pero sí un poco de resquemor. La gente quiere el nivel de bienestar al que estaba acostumbrada. Creo que Lola sobre todo echa en falta la sensación de libertad, de poderse ir a hacer un curso a París, de poder traducir a tal autor. La sensación de que nadie te pueda decir lo que tienes que hacer y poder elegirlo tú. B.M.: Al respecto me surge una pregunta. ¿La vida ha sido nuestra alguna vez? ¿No somos siempre seres tutelados y controlados por instancias de poder externas de tipo económico, político, religioso...? M.I.: Posiblemente en un estado último sea así. A mí me gusta mucho en esta novela el personaje de Alice, porque cuando parece que la quieren llevar hacia un lado, ella lleva la historia hacia otro. Cuando parece que todo tiene que ser de una manera, ella se empeña y consigue hacerlo de otra. De alguna manera, te resarces de esa situación de marioneta a la que maneja los hilos gente que no ve con este tipo de actuaciones. A lo mejor son pasitos pequeños, pequeñas cosas, pero son importantes. La sensación de libertad individual es muy importante. Si tú tienes esa actitud, el tutelaje es menor. Alice, a sus 51 años, se llama todo el tiempo a sí misma vieja y esto le da una sensación de libertad y le permite pensar: "Soy vieja, puedo hacer lo que me dé la gana". Esto es algo que tengo que confesar que también hago yo. B.M.: Esa es una de las grandes ventajas de cumplir años, te permite acaparar cada vez más cotas de libertad e independencia.


M.I.: Sí, estás menos sujeto a un montón de convencionalismos, te dejas tú más libre y los demás también te dejan más libre. Puedes llegar a la conclusión de que, para lo que te queda, puedes hacer y decir lo que te dé la gana, sobre todo en mi caso. B.M.: Otra cosa que hace Alice y estoy seguro que también la haces tú, así como también muchos lectores entre los que me incluyo, es uno de los rituales de lectura que aparecen a lo largo de la novela. Se trata de tocar el libro, calentarlo con las manos, iniciar una relación física con él, conocerse a través de ir toqueteándolo, incluso oliéndolo. M.I.: Sí, es que los libros tienen manifestación física. Tocas el lomo, mides el grosor tocando con las manos... lo estás haciendo instintivamente. Luego lo abres. A veces, aunque no vayas a leer, lo abres para ver por dónde ibas, como no queriendo perder la relación con él. B.M.: Son pequeños rituales que estableces con el objeto mismo, es una relación que con el libro electrónico jamás puedes establecer. M.I.: Te cuento una anécdota: las pocas veces que me echo una siesta, yo me echo la siesta con un libro. De algún modo es como si te echaras una siesta con alguien. B.M.: Es que los libros son alguien. Y eso lo saben muy bien los niños, antes de que los cánones literarios del colegio afecten a su instinto lector. Te piden a todas horas que les leas un cuento. En el fondo, estamos creados para recibir y disfrutar de las historias desde que somos pequeños. M.I.: Sí. "Cuéntame un cuento". Mi hijo le contaba a mi nieta los "cuentos de la luz apagada". Son cuentos inventados totalmente, cuentos de cadena inacabables en los que van entrando personajes de todo tipo. Es una delicia. Desde Trabalibros agradecemos a Marian Izaguirre el tiempo que nos ha dedicado y al Hotel Astoria de Valencia el haber cedido un espacio para hacer posible esta conversación.


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