"Jorge GuillĂŠn" primavera 2011
INTERIOR PORTADA
PAG BLANCA de CORTESIA
Colección Narraciones Cortas “Jorge Guillén” nº 15 Torrox, Abril 2011 Edita: I.E.S. Jorge Guillén C/ Isaac Albéniz, 1 TORROX (Málaga) Patrocinan: Excmo. Ayuntamiento de Torrox Asociación de Madres y Padres del IES Jorge Guillén
XXVIII Certamen Literario Jorge GuillĂŠn
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XXVIII Certamen Literario
A modo de prólogo
Un año más, ya son veintiocho, convocamos nuestro Certamen Literario, y una vez más, como cada año, descubrimos que el arte de escribir sigue siendo una cualidad que define a muchos jóvenes. El amor, la muerte, la amistad, la soledad y, como reflejo de los tiempos que corren, las catástrofes naturales y humanas, siguen siendo los temas preferidos por nuestros jóvenes. Percibimos en el estilo de muchos las influencias de esos escritores que hoy hacen estragos entre los chicos: Laura Gallego, Stephenie Meyer…, pero, más allá de las influencias recibidas, intuimos un futuro prometedor en el mundo de la literatura. Junto a autores que ya han resultado premiados en certámenes anteriores, como Irene B. Olalla y Javier Fernández, encontramos dos jóvenes promesas en nuestro Centro: Francisco González y Adrián Escobar. Y, unánimemente, entre los miembros del jurado de este año se resalta la calidad literaria de ese joven sevillano autor del relato premiado por la Categoría B: Juan Manuel Arauz. No puedo evitar pensar en las personas cercanas a estos jóvenes. En sus familias, que pueden sentirse dichosas; en sus amigos, que tal vez hayan aportado alguna idea que ha germinado en la mente de estos escritores; en fin, en su entorno más inmediato. Estoy segura de que ese entorno ha contribuido enormemente en la aptitud y actitud de estos jóvenes hacia los libros y la escritura. Quisiera desde estas páginas felicitar a todas las personas que han influido en todos los participantes en este Certamen para que escriban y nos envíen un relato. Con sus ánimos, con su capacidad de valorar los bienes culturales por encima de los materiales, con su sabiduría para saber apreciar lo valioso, han conseguido que muchos chicos y chicas hayan sido capaces de sacar a relucir ese genio creador que todos llevamos dentro, si sabemos mirar con los ojos de la razón y no con los de los sentidos. Felicidades también a los que por esta vez no han conseguido premio y mis más afectuosas palabras de aliento para que sigan participando en éste y en cuántos certámenes tengan oportunidad. No hay que olvidar nunca esas palabras del narrador R. North Patterson: “La escritura no es producto de la magia, sino de la
perseverancia.” Mª José Collado Cornillón
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CATEGORĂ?A A Bo concept
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Francisco González González nació hace 18 años en Torrox y cursa 2º de bachillerato en el IES “Jorge Guillén”. Aun no tiene decidido su futuro más inmediato, pero se debate entre materias tan diversas como Derecho, Imagen y Sonido, Filología, etc… Esa diversidad de intereses es un claro reflejo de su espíritu inquieto, curioso y tal vez algo indeciso. Tímido, inseguro, prudente al máximo, y respetuoso siempre, Francisco va sintiendo germinar en sí un cierto espíritu crítico y rebelde que le aparta día a día de las convenciones y dogmas. Su alma cercana al debate filosófico se conmueve ante las injusticias, ante el abuso de poder y ante la irracionalidad de ciertos credos y tradiciones. Un alma propia de un ser con sensibilidad de artista.
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Bo concept
Uriel estaba leyendo el periódico en su salón, y hubo una noticia que le llamó especialmente la atención, se trataba de una nueva urbanización llamada ''Bo concept'', situada en una extensa zona de la isla Británica de Jersey, y que en tan solo un mes había logrado vender las 300 viviendas que ofertaban, se trataban de chalets lujosos, peo que tenían una peculiaridad, todos tenían exactamente los mismos metros cuadrados y la misma forma, de paredes blanco nuclear por fuera y por dentro y venían ya equipadas con muebles de estilo minimalista, todas las casas tenían unos muebles exactos y colocados en el mismo lugar sin que hubiese un centímetro de error. Además, la urbanización contaba con restaurantes, gimnasio, y otros servicios; también contaba con tiendas de ropa, de electrónica, de vehículos, etc... Y todas ellas tenían una cosa en común, la marca, todas eran creadas por y para la urbanización. El logotipo era una silueta de una personan enganchada a unos hilos, como si de una marioneta se tratase. Uriel era un chico de 28 años, de pelo oscuro y muy escrupulosamente recortado, tenía los ojos pequeños y verdes y una estatura muy normal. Había acabado hace tres años la carrera de Periodismo y al acabar comenzó a recorrer los sitios más recónditos y curiosos que encontraba a lo largo de todo el mundo. Esta noticia le había llamado especialmente la atención, por estar a manos de quien estaba que no era otro que Saint Gobain, un multimillonario conocido en casi todo el mundo. A lo largo de sus 54 años de vida se le había conocido por su extravagancia y sus ingeniosas y al mismo tiempo locas ideas, había conseguido su inmensa fortuna a base de múltiples negocios y trapicheos a cual más loco, pero; sin embargo, todos le habían dado un resultado más que satisfactorio. Uriel vivía en Barcelona, en un piso con pocos muebles pero que le eran suficientes para la vida que llevaba, no necesitaba más y tampoco pensaba gastarse más dinero en objetos para la casa ya que al viajar tanto no tenía planeado quedarse de por vida encallado en aquel lugar, por lo tanto veía una pérdida de tiempo y de dinero comprar más abalorios, aunque reconocía que la casa tal y como estaba resultaba sosa, casi deshabitada. Ahora tenía un nuevo lugar por descubrir, el nunca había estado en la isla de Jersey, es más, nunca se había planteado ni siquiera que estuviese donde estaba, ya que él solía interesarse por lugares más siniestros, exóticos y mágicos, como aquella vez que estuvo explorando a barco ''el triangulo del dragón'' al sur de Tokio, pero que sin embargo, no se atrevió a adentrase en sus límites por todos los sucesos
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extraños que allí habían pasado, historias semejantes a las de ''El Triangulo de las Bermudas'' se habían contado de aquel lugar, al final lo único que consiguió fue una pulmonía. No tardó en comprar el billete de avión y meterse en internet para buscar y reservar un hotel que le saliese económico. Al ser una isla pensó que no tardaría mucho en investigarla, pero como también tenía interés en ver la nueva y extraña urbanización levantada por Saint Gobain, reservó finalmente para una semana en un hotel de la costa este. Después hizo la maleta que aunque ya estaba medio hecha de su último viaje no estaba del todo ordenada. Cuando terminó se fue a dormir.
Eran las 5:00 de la madrugada y Uriel ya estaba saliendo de su casa hacia el aeropuerto, el avión saldría dentro de dos horas y no quería perderlo. A las 9:30 ya había llegado a su destino, Saint Martin. Cogió un Taxi y se fue a su pequeño hotel. En el hotel estuvo poco rato, cuando llegó, impacientemente soltó las cosas, cogió su cámara reflex y salió disparado como si el hotel se le fuese a venir encima. Lo primero que hizo una vez que estuvo en la calle fue comprar un mapa de la isla, y entonces se sacó del bolsillo del pantalón el recorte del periódico con la noticia de la urbanización '' Bo concept'' para poder situarla en el mapa. La urbanización se encontraba según la noticia en una extensa zona entre Saint Martin y Trinity por lo que no le quedó otra que coger un autobús e ir hasta la frontera entre estos dos municipios de la isla. Una vez allí no le fue difícil encontrar la urbanización gracias a las indicaciones de los vecinos de la zona; no obstante, la caminata hasta llegar a ella fue larga. La urbanización estaba protegida por unos muros de una piedra fuerte y blanca, seguramente un material revestido por algún blindaje, de hecho nunca había visto nada igual. Los muros eran tan altos que no podía ver el final, como entrada había una gran verja de acero y color plateado, parecía tan pesada y rígida que no se imaginaba cómo habían podido fabricar tal monstruosidad, ni entendía como podía haber personas que quisieran enclaustrarse en aquel lugar, aunque desde luego tenía pinta de ser un sitio con todas las comodidades y lujos posibles. En la parte izquierda del gran portón había una caseta hecha de la misma piedra que el resto de la muralla, se acercó allí y vio a un guarda sentado en lo que parecía un gran sillón de piel. Estaba ensimismado ojeando un periódico que tenía por nombre ''Bo concept day4day'', Uriel se asomó a la ventanilla abierta pero protegida por un cristal con agujeros y habló con el guardián: -Disculpe, ¿podría ayudarme? El Guarda apartó la vista del periódico y clavando fijamente su mirada en él le contestó:
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-Depende, ¿qué es lo que quieres? -Pues quiero entrar dentro de la urbanización, soy periodista y estoy muy interesado en hacer un reportaje de este asombroso proyecto de Saint Gobain. -¿Tienes permiso para entrar?- le preguntó el guardia. Uriel dudó un instante.... -Sí...Claro que tengo permiso. -Pues bien, déjeme verlo-. Contestó de manera brusca y seca el guarda. -Verá, no lo tengo aquí, vengo desde España, con las prisas y los trasbordos de los aeropuertos se me ha perdido. -Pues dígame entonces su datos para comprobarlo en el ordenador. Uriel le dijo su nombre y le dejó su pasaporte, aun sabiendo que no conseguiría engañar al guarda pero no le quedaba otro remedio. -En el ordenador no figura su nombre, lo siento pero solo pueden entrar residentes y personas con permisos. -Y, ¿cómo puedo conseguir un permiso? -Se lo tendrá que proporcionar algún residente o Saint Gobain en persona. Y ahora si me disculpa tengo mucho trabajo que hacer. El guarda cogió de nuevo su periódico y se puso a leerlo ignorando de nuevo a Uriel que seguía plantado aún frente a él. -Sí, ya veo el trabajo que tiene que hacer-. Contestó Uriel con sarcasmo y se dio la vuelta irritado. Cuando llegó a la estación de autobuses y trenes de cercanías estaba tan ensimismado en su pensamiento tratando de averiguar cómo iba a poder entrar en la misteriosa urbanización que no se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder, una especie de ambulancia de color morado metalizado lo arroyó antes de que pudiese reaccionar. Cuando despertó se encontró en una habitación de un blanco deslumbrante, era una habitación apenas sin muebles y sin ventanas, tan solo había una puerta que apenas se distinguía del resto de la pared de no ser por el gran pomo que sobresalía de ella, y también había un enorme armario de color blanco igual que la pared, además de su cama. Se levantó aturdido y se percató de que tenía pinchado en la mano un tubito con una larga manguera fina que llegaba hasta un bote de suero sujeto a un largo perchero con ruedas; entonces se imaginó que estaba en un hospital, además se encontraba desnudo, por lo que miró en el armario y encontró una especie de kimono de color morado. Se vistió y salió de la habitación. Se topó con un largo pasillo blanco e iluminado, lleno de grandes pomos, rápidamente dedujo que se trataban de más habitaciones, el aspecto de aquel hospital era muy extraño, no había visto nunca ninguno igual, de repente, escuchó voces lejanas que se iban acercando progresivamente, anduvo de nuevo lo andado y al entrar otra vez en su misma habitación descubrió una nueva puerta en la misma pared donde estaba el
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cabecero de su cama. Corrió de inmediato hacia ella y entró dentro. Se trataba de un cuarto de baño con un espejo inmenso que ocupaba prácticamente toda una pared, había un plato de ducha alumbrado en los laterales por una luz blanca fluorescente, y un retrete junto a un lavabo sendos de color blanco. Se abrió la puerta de la habitación y escuchó dos voces: -¿Dónde se habrá metido el paciente? -No puede andar muy lejos. -Mira a ver si está en el cuarto de baño. La puerta del baño se abrió y Uriel vio aparecer a un hombre vestido con una especie de uniforme médico de color lila y con una bata larga del mismo color pero más oscura. -Aquí está-. Dijo el hombre que acababa de entrar. -¿Dónde estoy?-. Preguntó Uriel. -Estás en el hospital ''Bo Concept''. Fuiste atropellado y perdiste el conocimiento, pero por suerte tan solo tienes algunas contusiones que no son graves. El golpe más fuerte te lo llevaste en la cabeza al caer contra el suelo: pero, ese golpe no ha ocasionado mayor gravedad. Ahora sólo necesitas reposo y en unos días podrás marcharte. -¿Has dicho que este hospital se llama ''Bo concept''? -Sí, eso he dicho. -O sea, que estoy dentro de la urbanización de Saint Gobain. -Así es. -Creía que no se podía entrar aquí sin autorización. -Y crees bien. Pero al ser atropellado por una de nuestras ambulancias no había otra opción. En cuanto te den el alta, te acompañaremos a la salida ya que no tienes autorización para permanecer aquí. Mientras tanto descansa, nuestro avanzado sistema sanitario conseguirá que pronto vuelvas a la normalidad. Venía a ver si ya habías recuperado el conocimiento, y como veo que es así, continuaré visitando a otros pacientes, descansa. Enseguida vendrá una enfermera a traerte la cena. Uriel vio una clara oportunidad para la investigación de la urbanización, ahora que había conseguido entrar debía aprovechar la situación. Lo único que podía hacer hasta que se fuera el médico era seguirle el rollo, y después intentaría huir. Los dos hombres salieron por la puerta, Uriel se puso rápidamente en pie y cuando escuchó los pasos alejarse en el largo pasillo, abrió sigilosamente la puerta y se aseguró de que no hubiese nadie. Al verificar que no había nadie, salió al pasillo e indeciso decidió ir por la izquierda. Cuando llegó al final del pasillo había un nuevo pasillo y al fondo visualizó una ventana con escaleras de emergencias. Era su oportunidad. Corrió hacia ella antes de que alguien pudiese descubrirle. Abrió la ventana y bajó por las escaleras, hasta llegar al suelo. Las escaleras daban a un llano con coches aparcados, todos de mucho lujo, esto era la parte trasera del
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hospital; así que, rodeó el hospital y se alejó de él adentrándose entre edificios, todos muy parecidos en cuanto a la estructura, tenían forma cúbica y todos pintados de blanco. Continuó andando entre los edificios; había restaurantes, centros de ocio, tiendas de ropa de la marca exclusiva de la urbanización; y, en general, todo lo que se pudiese encontrar en una ciudad. Pero al llegar a una rotonda con cuatro calles se fijó en que al final de la calle este había un gran edificio con una gran antena parabólica, se trataba de una emisora de televisión y radio. Uriel se quedó muy extrañado. No comprendía para que iba a necesitar una urbanización una antena de televisión propia. En la azotea de la estación de televisión vio una llamativa antena parabólica que le resultaba familiar ya qué la había visto en todos los edificios que había visto hasta el momento. La diferencia era que la antena parabólica de la estación de radio y televisión era de un tamaño considerablemente mayor. Sintió rabia al darse cuenta de que no llevaba ni su móvil ni su cámara encima; además, de repente, se dio cuenta de un dato que le resulto mucho más extraño. En todo lo que había recorrido no se había encontrado ni con una sola persona. Parecía un lugar fantasmal, no circulaba ni un coche, y las únicas luces que encontraba encendidas eran las de los carteles luminosos y las farolas que allí había. Aunque era de noche, no eran más de las doce. Uriel decidió continuar en dirección norte desde su posición en la rotonda, quería buscar las casas y poder hablar con alguien que le explicase como era la vida allí dentro. Cuando llegó a la zona de las casas seguía habiendo la misma luz, las ventanas estaban todas oscuras, tan solo había una débil luz en la ventana a la derecha de la puerta principal de cada casa, las cosas cada vez iban resultando más extrañas. ¿Por que estaba todo el mundo en sus casas?, ¿por que tenían las luces apagadas menos una diminuta?, y, ¿por que la única luz que tenían todas las casas emanaba en todas de la misma ventana? Parecía como si un gran espejo estuviese colocado de manera que el reflejo de una sola casa se multiplicase en muchos reflejos más o como si todas las casas fuesen clones, copias exactas unas de otras. Aunque esta información ya la sabía por la noticia del periódico era mucho más impactante verlo en persona. Se fijó en que cada casa tenía como identificación personal una especie de D.N.I., así que eligió al azar una, la 4568P, y tocó al timbre. A los pocos segundos una mujer de aspecto artificial le abrió la puerta. -¿Quién eres? y ¿que haces llamando a mi casa a esta hora? Era una mujer de estatura normal; de constitución delgada, demasiado delgada; tenía el pelo perfectamente planchado y teñido de rubio platino, con un sobresaliente flequillo recto y vestida con ropa de muchas lentejuelas. -Hola, soy periodista y estoy haciendo un reportaje. .¿Es para la tele?- Preguntó con entusiasmo la mujer. Uriel al notar la ilusión en las
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palabras de aquella extraña mujer decidió seguirle la corriente. -Sí, es para la tele. Le haré la entrevista ahora, y si resulta ser de las mejores entrevistas, se le llamará para ir al plató y le repetiremos la entrevista en directo. -¿Y para qué programa es? -Es...Uno nuevo. No puedo decirle nada más porque me han pedido discreción. -Está bien pasa-. Le dijo la mujer a Uriel apartándose a un lado para dejarle espacio al entrar. Al entrar a la casa lo primero que vio Uriel fue una estatua de Saint Gobain, esculpida en mármol blanco como si de un dios griego se tratase. Uriel quedó perplejo. Otra cosa que continuó dejando boquiabierto a Uriel fue el resto de la familia. Una vez que entraron en el salón, la mujer le presentó a su familia, su marido era un hombre muy musculado, de cabeza rapada y ropa desgarrada, pantalones con rajas y una camiseta con rotos ''decorativos''. Pero para su sorpresa lo más ''heavy'' fue ver a dos niñas que eran calcos de su madre, con el pelo teñido en rubio platino y con flequillo, ropas de lentejuelas y delgaduchos brazos y piernas. Uriel se llegó a plantear que el marido maltrataba a su familia y se comía él solo la comida. Ideas locas empezaron a cruzarle la mente. De repente, el hombre musculado se metió con su aspecto. -¿De dónde has salido con esas pintas? Pareces un pasado de moda. ¿Acaso no eres de aquí?- Uriel le respondió. -He llegado hoy. Pero no entiendo ¿Qué le pasan a mis pintas? -Ahora lo comprendo. Pues si quieres quedarte aquí vas a tener que cambiar mucho, aquí no admitimos a nadie que sea como ''los de fuera''. Uriel no era capaz de comprender nada. Rápidamente se fijó en el gran aparato que emitía la luz que desde fuera se veía tan débil. Se trataba de un gran televisor. En ese momento creía estar viendo alucinaciones. El el televisor estaban saliendo dos mujeres de características exactas a la mujer y a las niñas de la casa. Las mujeres de la televisión se estaban peleando y criticando. En un instante la cámara enfocó al presentador también fornido y de cabeza rapada, como el hombre de aquella casa. Se fijó en el logotipo de la cadena, era la pequeña marioneta también logotipo de la exclusiva marca de todos los productos que se vendían en 'Bo Concept'. El formato de la televisión de aquel lugar le resultaba familiar, ya que era muy parecido a un tipo de televisión al que ya estaba acostumbrado en España. En aquel momento, lo comprendió todo, comprendió hasta que limites había llegado esta vez Saint Gobain. Había construido una urbanización totalmente aislada del mundo, en la que controlaba los medios de comunicación con los que controlaría a la población la cual imitaría todo lo que a Saint Gobain se le antojara. Estaba haciendo un lavado de cerebros a personas que se estaban dejando manejar como marionetas. Esta vez el excéntrico millonario había llegado demasiado lejos. Presa del pánico y de la desesperación, salió corriendo de aquel lugar, quería salir
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fuera de aquella casa de muñecas pero no sabía cómo. Debía hacer algo para destruir aquel universo paralelo que estaba experimentando con personas humanas. Pero, cuando estaba llegando a la verja de entrada se vio rodeado por coches de gran lujo, de ellos se bajaron policías con uniformes morados; y, de una limusina que llegó instantes después se bajo el mismísimo Saint Gobain. Uriel estaba ya esposado y Gobain se acercó y le habló. -Vaya, vaya, vaya. Mira lo que tenemos aquí. No sé cómo has conseguido entrar a mi urbanización, ni tampoco sé qué es lo que buscas aquí. ¿Me lo puedes explicar? -Claro que te lo puedo explicar. Soy periodista y siempre he estado informado de tus proyectos y este en particular me pareció tan raro que quise investigarlo y, ¿qué es lo que me encuentro? ¡A un chiflado en su parque de atracciones particular y jugando a ser Dios! -Entonces puedo deducir que me encuentro ante uno de mis mayores fans. Es muy alargador, pero si querías un autógrafo tan solo tenías que haberme escrito una carta, no hacía falta que te molestases tanto. Pero, ¿sabes qué?, te voy a hacer un favor, te he reservado una habitación en la que podrás contemplar tantas fotos mías como desees. Uriel estaba furioso, sabía que ya no tenía mucho que hacer más que gritar. -¡Eres un ser deplorable! ¡Te juro que no te vas a salir con la tuya! Tarde o temprano se acabarán dando cuenta de cómo estás manipulando a seres humanos. No entiendo cómo se te ha podido ocurrir algo así. -Pues si tanto interés tienes, la inspiración me vino en mi estancia en España hará un par de años. La influencia que provocaba la televisión que allí se hacía sobre sus habitantes, me resultó increíble y decidí que yo también quería tener el poder de manejar masas. Y yo todo lo que quiero lo consigo. Gobain alzó la mano y les dio una orden a los policías allí presentes. -Lleváoslo, vamos a estrenar la prisión-. Volvió a mirar a Uriel dedicándole unas últimas palabras. -¿De verdad pensabas que ibas a acabar con esto tú solo?
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CATEGORÍA A (LOCAL) Un sueño por una vida
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Javier Fernández López, nacido y residente en Torrox, se encuentra en la actualidad cursando la carrera de Filosofía por la Universidad de Málaga. Su afición por la lectura se despertó recientemente tras la lectura de Balzac en 2º de bachillerato. Desde ese momento sintió que leer libros como La piel de Zapa merece realmente la pena. Y es así que hoy combina tres aficiones casi por igual: el cine, los videojuegos y, cómo no, la lectura. Solitario, nada convencional, maduro y responsable, dedica su tiempo a sus aficiones, sus estudios y a su reducido grupo de amigos.
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Un sueño por una vida
A lo largo de los últimos años se ha intentado averiguar cómo puede la máquina superar al hombre, qué es lo que necesita, cuál es la clave. Yo, Adam McReady, buscaba la respuesta para así llevar a cabo el sueño que ya se narró en novelas literarias anteriores a mí. Yo sería ese hombre que crearía vida desde el ingenio humano, y lo conseguiría sin ayuda. No se trataba de crear un ser “biomecánico”, nada de eso, no iba a tener nada de humano, al menos en lo que al conjunto de su cuerpo se refiere. Por supuesto, quería que razonara como tal, que pensara y tuviera juicio propio sobre las cosas, pero para lograrlo tenía que empezar desde cero. Todo lo ya visto hasta ya bien entrado el siglo XXI no eran más que un compendio de patrones y lógica, incapaces de responder a la gran pregunta: ¿por qué? Si el ser humano es inteligente no es por sus instintos, por lo cual un ordenador no puede basar su inteligencia en patrones lógicos tradicionales. Llegué al punto en el que toda máquina posee un objetivo, algo para lo que sirve. No son más que objetos útiles, referentes al uso del ser humano, así que yo ideé algo distinto, diferente y único. Los seres humanos no tenemos ningún objetivo, trazamos nuestro camino conforme vamos viviendo, tomando experiencias de las propias vivencias. Entonces, en vez de darle un objetivo, sencillamente no se lo di, y junto al sistema de aprendizaje que le puse, una tecnología bastante avanzada para la época, logré crear lo más parecido a una vida. Ya podía aprender, tenía la habilidad de adquirir la información, elaborarla y llegar a comprenderla. Llegamos entonces a una cuestión: ¿el hombre puede aprenderlo todo? Claramente, el conocimiento del hombre es limitado, pero yo buscaba algo más, algo que no fuese humano, sino más bien “suprahumano”. Junto a su longevidad, sería capaz de aprender mucho más que cualquier persona, e incluso de formular hipótesis de lo que se le presentaba delante. Pero más adelante tuve que parar mi investigación, pues me encontré con una buena pared, la de los sentimientos. No fui nunca un hombre inteligente en el ámbito psicológico, y no sabía cómo actuar en este caso. ¿Los sentimientos vienen de serie, o es algo que vamos adquiriendo en la vida? Era la hora de realizar experimentos. Al día siguiente empecé con ello, y lo primero fue iniciar el programa. La pantalla se quedaba en negro, y de vez en cuando parpadeaba. Cabe decir que el ordenador podía interactuar con todo lo de su alrededor, veía y oía todo lo que ocurría en la habitación. Cuando me levantaba de la silla, parpadeaba con más frecuencia, he ahí un indicio de búsqueda de compañía. Le iba diciendo palabras, y con el paso de las semanas iba aprendiendo ciertas cosas. En poco tiempo el programa pensó, planteó dudas, y en poco más de un año ya mantenía conversaciones totalmente coherentes, llenas de sentido.
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Un día empezaron a salir en la pantalla extrañas secuencias gráficas, lo cual causó en mí un cierto malestar, pues no entendía qué pasaba. Entonces, le pregunté: -Programa, ¿qué estás haciendo? -No lo sé. -En la pantalla estaban apareciendo unos gráficos extraños. ¿A qué se debe? -Simplemente estaba descansando, por un momento dejé de interactuar con la pantalla. -¡¿Estabas soñando?! Quizá sean los primeros indicios de ello. ¿Recuerdas algo? -Durante mi descanso todo ha sido difuso, no comprendo nada. -El que está así soy yo, nunca hice nada para que tuvieras que soñar. Ni siquiera que tuvieras necesidad de tener que descansar. -Permítame, padre, pedirle algo, una cosa que está relacionada con lo que he visto. -¿De qué se trata? -Le veo a usted, y quiero algo parecido. Sé que debe de haber más personas, y yo quiero ser una de ellas. -Eso lo tendrás a su debido momento, pero para entonces no te acordarás de esta conversación. -¿Qué quiere decir? -Ahora mismo estás en fase de desarrollo y experimentación. Cuando todo esto termine, se te reiniciará en un cuerpo, algo en lo que ya estoy trabajando. Dentro de un mes te conectaré a la red, y ahí podrás aprender todo lo que quieras. Toda esa experiencia se guardará en una memoria interna, lo que sería como mi ADN. Todos los humanos guardamos una gran cantidad de información, y tú tendrás todos los conocimientos de la historia en ti, y la irás desbloqueando con el paso del tiempo. Serás un compendio de inteligencia, fuerza y humanidad. -Pero... -Siempre fue ése mi objetivo: crear algo más que un ser humano. Cada día me sorprendes más. -¿Y qué hay de mi decisión? -Dímela, será lo que tú quieras. De pronto salió una cara sonriente en la pantalla. No dijo nada, pero se suponía cuál era la respuesta. Simplemente quería tener constancia de su derecho a decidir. Pero siendo sincero, da igual lo que hubiera decidido, pues al reiniciarlo no se acordaría de nada. Sí, traicionaría a mi propia creación, pero lo importante de todo era el fin. Cuando accedió a la red no podía parar, le encantaba ver películas, mirar fotografías, vídeos sobre nuestra historia, etc. Yo mientras tanto podía seguir trabajando en su cuerpo. En vez de huesos tendría una especie de tubos en cuyo
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interior habría unos generadores de energía que obtenía de forma natural gracias al propio movimiento del cuerpo. Su corazón funcionaba como una batería que permitía efectuar los primeros movimientos del cuerpo, una gran locomotora. Se podía recargar, en caso de necesitarlo, mediante un choque de corriente eléctrica directamente en el corazón. Una vez activado el cuerpo, los tubos eran recubiertos por una aleación de fibra de carbono que generaba la propia energía de dentro. En vez de venas tenía centenares de cables que transportaban la energía por todo su cuerpo, y así podía seguir manteniendo intacta la piel, que era sintética, pero requería de una capacidad de regeneración molecular en caso de algún desperfecto. La vista, ese gran sentido que todos queremos, sería uno de sus fuertes sin duda. Su capacidad perceptiva estaría aumentada gracias a la capacidad de poder observar la realidad de forma que percibía más imágenes por segundo que el hombre, además de percibir una imagen más nítida. Su capacidad olfativa sería la misma que la de cualquier hombre, pero no el oído, ya que era más potente. Ya faltaba poco para el gran día, y los dos mantuvimos una conversación en la que decidiríamos cómo sería su aspecto. Después de darle muchas vueltas, decidió ser del género femenino, de una edad cercana a los treinta años. Me enseñó un diseño hecho por ella misma, y yo lo llevé a cabo. De esta manera llegábamos a los compases finales, y ella nacería. Dos días antes de la intervención vino un directivo de la empresa donde trabajaba a ver qué tal iba el desarrollo del proyecto. -Buenos días, soy el supervisor del departamento de ciencias aplicadas de NixSo, la empresa para la que trabaja, vengo a ver cómo está avanzando el proyecto. Han pasado siete años desde que empezó, y mis superiores están deseosos de saber si el programa que usted inventó sigue adelante. -¿Cómo ha dicho que se llamaba? -Perdone por la incorrección, me llamo David Coen. -Un placer, mi nombre es Adam Smith, pase por favor. -Vaya, ya ha empezado la última fase por lo que veo. -Se me hará difícil despedirme de ella. -Podrá seguir vigilándola desde nuestras instalaciones, no se preocupe. -¿Cree que el mundo está preparado para esto? -Para eso lo hacemos, para ver cómo interactúa dentro de una sociedad como la nuestra. Queremos que se adapte y ver cómo prosigue su evolución. ¿Habrá metido las normas dentro de su software? -¿Qué ser humano guarda normas en su interior? -Sé que el departamento le autoriza hacerlo, pero debe tener presente las consecuencias que puede acarrear.
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-Creo, señor Coen, que ningún ser humano nace con normas. Crece en la sociedad, y os enseñan lo que está bien y lo que está mal, la moralidad de cada uno en relación a la ética personal. Tengo entendido que se me pondrá en un centro de enseñanza y formación cuando tenga el cuerpo, porque de lo contrario sería un bebé de treinta años de edad vagando por el mundo. Al final, me convertiría en un salvaje, pero, ¿acaso no sucede eso con un ser humano? A lo mejor piensa que ya nació usted con ese traje. -Veo que la capacidad sarcástica la ha trabajado muy bien el programa. -Es “ella”, y sencillamente es que es inteligente. Además, tiene relación en lo que dice. -¿Para cuándo estará terminado, bueno, terminada? -Dentro de dos días. -De acuerdo, informaré a mis superiores. Tenga suerte doctor, pues si esto funciona nacerá una nueva era. No sólo contaremos con una nueva forma de vida en nuestro mundo, sino que podremos viajar a nuevos mundos con mayor comodidad gracias a las ventajas que posee esta invención. -Contésteme a esto: ¿por qué permiten que exista algo creado por el ser humano y no está subordinado a él? -Esa decisión se la dejamos a usted, pero creo que está clara la respuesta: en quién mejor podemos confiar que en nosotros mismos. Si eso es mejor que el hombre, entonces estamos a salvo. No nos conducirá a ninguna extinción ni nada por el estilo. ¿Usted confía en ella? -Confío más en ella que en cualquier otra persona? -Y tú, programa, ¿confías en nosotros? -A veces he de admitir que me cuesta. -Eres muy irónica. Por cierto, ¿cómo te llamas? -Me temo que todavía no nos conocemos lo suficiente. -Bien, pues entonces me despido. Adiós. No voy a contar nada de cómo sucedió, únicamente pasó, nació. A la mañana siguiente la subí al piso de arriba, abrí las ventanas y subí las persianas. El sol daba en su cara, y en ella vi el futuro, lo que yo había conseguido y lo que estaba por suceder. No tardó ni un día en decir sus primeras palabras, andaba con normalidad y tocaba todo lo que veía. Su capacidad de aprendizaje estaba presente en todo momento. En cierto sentido, para mí era como volver a empezar, pero para ella todo era nuevo. Dos semanas después fue llevada al centro de formación, donde varios profesores y psicólogos estaban con ella las veinticuatro horas observando su progresión. De vez en cuando la sacaban al exterior, siempre con vigilancia y guardaespaldas por lo que pudiera ocurrir. Yo ya había perdido la noción del tiempo, puse mi vida a servicio de ella, y jamás me arrepentiré.
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Un día de verano normal y corriente metieron por debajo de mi puerta una carta. En ella, un viejo amigo del instituto me invitaba a tomar al día siguiente un café en un restaurante cerca de mi casa. No tenía ningún impedimento, así que me presenté allí a las diez de la mañana. Estaba sentado junto a otra persona al final del restaurante, por lo que presentí que era algo importante. Mi viejo amigo me dijo que ése era su hijo, y que ya no podía cuidar de él y no sabía en quién confiar. Me contó que habían estado huyendo de ciertas entidades que desconozco, y que su hijo tenía una grave enfermedad. Me enseñó una parte de su brazo y me quedé estupefacto, atónito ante lo que vi. Su piel era de un color negro puro, pero su cara era blanca. Si bien era un poco oscura, no tenía nada que ver con su cuerpo, pues además su piel era dura y áspera. No me contó el por qué de tal enfermedad, pero supuse que se trataba de algún tipo de radiación originada por las guerras de nuestros tiempos, pues mi amigo era un militar, y desde hace un tiempo tengo constancia de que ha estado cerca de esos conflictos. Su hijo apenas podía hablar, sus únicas palabras fueron “padre, vámonos”. Tenían miedo, así que accedí a su petición de cuidar de él. Me lo llevé a casa, lo acosté y lo dejé descansar tranquilo. En mi casa estaría seguro de cualquier mal. Su padre me dijo que no intentara contactar con él y que cuidara de su hijo, pues era lo que más quería en este mundo, y así se lo prometí. Yo me quedé sentado, mirando por la ventana, pensando en qué se había convertido este mundo. Pensé que quizás lo que yo había creado, viendo la destrucción que asolaba al mundo, era la única muestra de humanidad que nos quedaba, el legado del ser humano. El chico salió de la habitación, se quitó la túnica que llevaba puesta, ya andrajosa y estropeada, y se sentó a mi lado, pero sin mirarme. Yo tampoco le miraba, ambos observábamos el mundo por la ventana. Después, pasados unos minutos, se fijó en el cuadro digital que tenía colgado en la pared y me preguntó quién era la chica que salía en él. Le dije que era mi hija mi hija, Katherine, mi creación. Le conté lo que había hecho con total confianza, y no se sorprendió, pues en su mirada se podía notar el sufrimiento y la experiencia que había vivido. Me habló sobre la ambición del hombre y a lo que es capaz de llegar con tal de saciar su sed de poder. Me sentí aludido, yo siempre he sido un ser ambicioso, carente de escrúpulos. Echaba de menos a mi querida creación, pensaba en qué estaría haciendo en este instante, y de pronto pegaron a la puerta. Era ella, había vuelto a su hogar, al lugar donde nació, pero no venía igual que como salió. Nos sentamos y me contó lo que pasaba: -Padre, me siento cansada, no sé qué hacer. -Qué alegría que estás aquí. Dime, cómo va tu vida ahora. -Se me aparecen imágenes en mi cabeza, recuerdos, padre, sobre una vida anterior a esta. -No es posible, se te reinició.
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Luego Katherine miró a mi huésped, y no se cortó en hablar con él, aunque éste no pudiera hablar muy bien. -¿Quién eres? -Soy Alexander, un amigo. -¿Qué te pasa en la piel? -¿Qué te pasa en la cabeza? -No está bien responder con otra pregunta. -Perdona, creo que me iré un rato a la cama. -Que descanses pues. Padre, hay alguna manera de poder dormir. -Creía que podías hacerlo. -No, desde que estoy viva no he dormido nada. Estoy en el centro, hago todo lo que me dicen, pero siento un profundo agotamiento. -Eso es imposible. Tienes la capacidad de sentir, eso es cierto, pero eres algo mecánico Katherine, no puedes sentirte cansada. -No se trata de un problema físico padre, estoy agotada de pensar, de aprender. Necesito descansar, y cuando lo hago, cuando me acuesto, siento que me falta algo. Aparecen ante mí recuerdos difusos, pero creo que necesito soñar, pero es algo que no puedo hacer. -¿Soñar? Ni siquiera hay una definición específica de lo que es un sueño. Se dice que los sueños son estímulos eléctricos que llegan al cerebro humano en forma de imágenes. Tú te mueves a partir de energía eléctrica, pero no sabría cómo hacer que soñaras, no puedo hacer que la electricidad invente imágenes. -Tú me creaste a imagen del ser humano, dijiste que soy más y mejor, pero no dejo de ser humana al fin y al cabo. Necesito soñar, y así estaré completa. -No puedo, no sé hacerlo, no tengo los medios ni los conocimientos para hacer eso posible. -Si no haces nada, todo tu trabajo habrá sido en vano. No sabía qué hacer, así que estuve investigando en mi laboratorio. Hora tras hora, miraba los libros y mis notas, y no encontraba nada que hiciera posible la salvación de Katherine, hasta que entró por la puerta Alexander. Había escuchado toda la conversación, así que me propuso algo, un método para hacer que Katherine soñara. Él no sabía muy bien de lo que hablaba, pero quería ayudar, y se le ocurría prestar sus sueños. Era algo arriesgado, pero podía funcionar. No podía crear imágenes, pero sí transferirlas al cerebro positrónico Katherine, y así ella tendría los sueños de Alexander, compartiría su mundo onírico con tal de que ella siguiese viva. Le pregunté que por qué lo hacía, y dijo que había leído unas notas de un libro que yo guardaba en la habitación de invitados. En él yo escribí mi deseo de poder crear una vida humana, y eso fue lo que movió a Alexander a hacer eso. Su vida fue siempre un mundo de dolor, ausente de felicidad y gentileza. Si Katherine representaba eso, ayudaría a que siguiese viva a toda costa. De esta manera,
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desconecté a una y dormí a otro, coloqué un aparato semejante a un transmisor que interpretaba las imágenes de los sueños de Alexander y las convertía en ondas que viajaban por el aire. Éstas llegaban hasta el cerebro de Katherine, y con el aparato receptor las ondas se convertían en imágenes que se guardaban en su memoria, para que cuando llegara el momento de dormir éstas se pusieran en marcha. Ni más ni menos que un aparato de vídeo que guardaba sueños, y así Katherine podía soñar. Cuando terminé, la cara de mi hija volvía a ser la que era, había felicidad en su rostro, y Alexander seguía intacto. Mi viejo amigo trajo a su hijo para que lo ayudara, y éste ayudó a mi hija. La vida es curiosa, y a veces da sorpresas inimaginables, pero a veces no todo ocurre como uno desearía. Katherine y Alexander iniciaron una fuerte amistad, ella siempre lo acompañaba mientras yo hacía pruebas con él para descubrir la enfermedad que le afectaba. Su cuerpo ya dejó de ser áspero, pero seguía siendo de un color oscuro nunca visto. Me quedé atónito al ver que sus huesos también estaban recubiertos de un material semejante al de Katherine. Le pregunté varias veces qué era lo que recordaba, pero él sólo decía que nació así, que poco a poco esta enfermedad se fue desarrollando en su cuerpo. Un día, por desgracia, vinieron a por él veinte hombres armados. Katherine se puso violenta y golpeó a dos hombres dejándolos inconscientes. Uno de ellos intentó atacarla por detrás, pero Katherine se dio la vuelta y de puñetazo atravesó su torso. Se puso nerviosa y descontrolada, sus manos estaban llenas de sangre. Yo intenté calmarla como pude, pero no me dejó, me apartó con fuerza de su camino y siguió protegiendo a Alexander. Los demás soldados no vieron el asesinato que provocó, por lo que pensaron que fui yo quien lo hizo. Alexander, en vez de defenderse, golpeó a Katherine y la tiró al suelo sin que ella se diese cuenta, y luego la encerró en una habitación. La puerta, al ser de metal, pudo frenarla, pero no los gritos de furia y coraje que salían de su interior. Alexander sabía lo que ocurriría y por eso la encerró para evitar una desgracia mayor, pero a cambio se lo llevarían y no volvería jamás. Los soldados nos cogieron y nos metieron en un furgón blindado. Alexander no podía ni mirarme de la vergüenza que sentía por haber provocado todo esto, pero yo le dije que eso no era así, que sentía admiración por la persona que había salvado a mi hija. No sabía lo que iban a hacer con él, pero si lo mataban, no sólo su vida cesaría, sino también la de Katherine. Cuento los días que quedan para mi muerte en esta prisión, en donde me acompañan recuerdos llenos de felicidad, lágrimas y dolor. ¿Qué estará haciendo Katherine?¿Seguirá viva? Ya no sé cuánto tiempo ha pasado desde lo ocurrido aquel fatídico día, pero estés donde estés, si algún día lees esto, quiero que sepas que eres el mayor logro de mi vida, no por lo que eres, sino por ser la única persona
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que he amado en mi vida. Me conformaría con saber dónde está Alexander y si sigue vivo, pues si es así puede haber esperanza, pero de todas maneras algo me dice que sigue viva, y si bien nació sin objetivo alguno, ahora tendrá uno, y habrá sangre de por medio. No hay ninguna norma que la detenga, no tiene restricciones, ahora mismo es el mayor peligro que puede haber sobre este mundo, pero a mí me gusta denominarla como un ángel sin ley, una máquina perfecta y humana, que hará lo que sea para salvar a su amigo. O es así, o está muerta.
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Juan Manuel Arauz Medina, nació en Sevilla en 1995 y ha vivido desde siempre en la Algaba. Pertenece a una familia numerosa y desde su infancia mostró interés por los libros. Tiene varias aficiones que demuestran sus capacidades artísticas, pues, además de la lectura, Juan Manuel toca el piano, dibuja bien y adora sentarse a escribir. Entre sus preferencias, cita los libros de misterios y fantasía. Nunca se había presentado a un concurso de este tipo, por lo que recibió con sorpresa e incredulidad la noticia de haber sido premiado. En la actualidad estudia 4º ESO y aspira en el futuro a ser periodista o a consolidar su afición por la literatura.
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La puerta Cuando Verónica abrió los ojos, contempló, maravillada, el inmenso cielo azul que se encontraba sobre su cabeza. Se incorporó y pudo comprobar que estaba en un gran prado verde que se alejaba hasta el horizonte. Era un prado totalmente escaso de flores, pero a lo lejos, Verónica vio algo que sobresalía del gran paisaje verde. Una pequeña flor amarilla se podía ver con mayor claridad a medida que Verónica se acercaba a ella. Era la única flor que podía verse por allí, por mucho que Verónica agudizara la vista, no alcanzaba a ver ningún otro signo de vegetación que no fuera la verde hierba que cubría aquella gigantesca masa de tierra. Recordaba haber visto aquel paisaje antes, muchas más veces, pero nunca recordaba como había llegado ahí. Lo único que recordaba era despertar tumbada sobre la tierra y ponerse a caminar, pero aquella era la primera vez que encontraba una flor en aquel desierto paraje. No sabía que significaba aquello, cómo o por qué había llegado allí. Con cuidado, arrancó la flor del prado y se la acercó a la nariz para poder disfrutar de su aroma. Mas lo que Verónica olió no era ni mucho menos agradable, un repulsivo olor, como de huevos podridos, inundó sus pulmones pasando a trompicones por sus pequeñas fosas nasales. ¿Cómo era posible que tal hermoso ser vivo pudiera desprender semejante peste? Verónica soltó la flor, que cayó al suelo con ligereza. En cuanto la flor rozó la hierba, ésta se volvió negra, poco a poco la hierba se oscurecía y marchitaba como si la fría mano de la muerte la hubiera acariciado. Verónica dio unos pasos atrás con la esperanza de que eso fuera suficiente para que aquella oscuridad no tocase sus pies. Pero la hierba seguía marchitándose, la oscuridad se expandía en todas direcciones y Verónica,
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sin ver otro remedio, empezó a correr sin dirección alguna. La oscuridad se acercaba más y más a ella y por mucho que Verónica corriera, las horribles sombras que se arrastraban por el suelo eran más rápidas que ella. Verónica no había corrido tanto en toda su vida y sin poder evitarlo, sus piernas se cruzaron entre si, haciendo que ésta cayera de bruces contra el suelo. La oscuridad no tardó ni un segundo en envolverla por completo, todo estaba oscuro y el gran manto negro que la envolvía no la dejaba respirar. Poco a poco, su corazón, que un momento antes iba a mil por hora, se iba agotando y quedando sin oxígeno. Verónica notó su cuerpo caer más allá del suelo, como si se la tragara la tierra. Caía muy despacio, flotando, hasta que su espalda dio con algo aun más blando que la hierba. Verónica despertó sobresaltada por la alarma del despertador y tuvo que hacer un gran esfuerzo por estirar el brazo y apagarlo. Notaba como las gotas de sudor le caían por la frente y como su corazón volvía a ir a mil por hora. La noche anterior no había dormido casi nada, había tenido que estudiar para un examen de física y química y se quedó dormida cuando eran más o menos las tres de la madrugada. Verónica encendió la tenue luz que desprendía la lámpara de su mesita de noche y se levantó de la cama con los ojos aun medio cerrados. Su cuarto no era gran cosa pero tenía lo esencial para pasar la mayor parte del tiempo, todo lo que tiene que tener la habitación de una estudiante de secundaria, un armario color caoba y un escritorio a juego, una cama con sábanas rojas que pocas veces variaban de color y una estantería llena de libros con los que se evadía constantemente de la realidad. Verónica salió de su habitación y bajó las escaleras de casa con cuidado de no caerse. Entró en el cuarto de baño y se dio una ducha como todas las mañanas, se vistió y se peinó su enmarañada melena pelirroja, que aquella mañana estaba más encrespada que nunca por culpa de la humedad del ambiente. Verónica se miró en el espejo y contemplo su reflejo con cara amarga, nunca se había considerado una chica guapa y jamás le había gustado su pelo. ¿Qué podía hacer con un pelo que siempre estaba encrespado y cuyos rizos ya habían acabado con incontables y resistentes peines? Pero tenía que conformarse con lo que la cruel genética le tenía reservado. Verónica siempre era la que más temprano se levantaba ya que era la que más tardaba en arreglarse, y tenía un hermano menor con el que compartir cuarto de baño y por tanto, tiempo en el que estar en él. Cuando acabó de arreglarse, su hermano bajaba lentamente por las escaleras. Javi había heredado el liso y suave pelo castaño de su madre y la belleza de su padre. Ella, sin embargo, no había heredado nada bueno de ninguno de los dos, siempre había tenido complejo de inferioridad en todos los sentidos. Casi siempre se estaba peleando con su hermano y por supuesto siempre ganaba él, puesto a que era el más pequeño y por tanto el preferido de sus padres, tíos, abuelos… Los estudios tampoco le iban muy bien, por mucho que se esforzaba, sus notas no subían del cuatro y medio. No gustaba a los chicos y solo tenía una amiga, su mejor amiga. Sam era la única persona que la entendía.
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Ya eran las ocho menos diez y debía salir ya de casa si no quería llegar tarde al instituto. El frió de la calle le abofeteó la cara y le revoloteó el pelo enredándoselo aun más. Verónica caminó por la calle de los naranjos hasta llegar a la zona residencial del pueblo, donde estaba el instituto. La entrada del instituto estaba llena de adolescentes, algunos ya estaban entrando y otros, simplemente, se dedicaban a charlar o a fumar un cigarrillo antes de lo que ellos consideraban una dura jornada de trabajo. A lo lejos, Verónica vio a un chico alto, guapo y pelirrojo, igual que ella. David era el chico de sus sueños, había estado colada por él desde que iban a la guardería pero él nunca le había hecho mucho caso. Verónica sintió como alguien le daba toquecitos en el hombro, se dio la vuelta y allí estaba Sam, tan espléndida como siempre, con su precioso pelo rubio y ondulado, sus mejillas rosadas y sus ojos azules. Era extraño que la chica más guapa del instituto fuera la mejor amiga de la marginada del pueblo, o al menos eso pensaba Verónica. -¿Otra vez soñando despierta?- Dijo Sam sonriendo como siempre -¿Por qué no le dices que te gusta de una vez? -Porque se reirá de mí en mi cara.- Respondió Verónica, devolviéndole la sonrisa a su amiga -¿Por qué no se lo dices tú?, a ti también te gusta. -Porque eres mi amiga y sé que a ti te gusta mucho más que a mí pero, como no se lo digas pronto, ten por seguro de que se lo diré yo. Ambas entraron con paso ligero dentro y se dirigieron hacia el segundo piso, donde se encontraba su clase. Cuando entraron, todos sus compañeros estaban sentados en sus pupitres, repasando como locos antes de que empezara el examen. Verónica y Sam se sentaron en sus respectivos pupitres e imitaron a sus compañeros. El timbre sonó y un segundo después, el profesor de física y química entró en la clase. Era un hombre bajito y calvo pero bastante agradable con todo el mundo, repartió los exámenes en menos de un minuto, les dio mucha suerte a sus alumnos y se sentó en su mesa. A Verónica aquella hora se le hizo eterna.
Al final del día, Verónica estaba agotada, había hecho educación física en la última hora y además le había salido el examen fatal y estaba completamente segura de que iba a suspenderlo. Se despidió de Sam en la puerta del instituto y se puso a caminar en dirección a su casa con la mirada perdida en el cielo. Verónica entró en casa, soltó la mochila y se sentó en el sofá con la esperanza de que su madre no le preguntara como le había salido el examen. Por supuesto sus esperanzas fuero en vano, antes incluso de decir hola, su madre ya le había preguntado como le había salido el examen, la respuesta, desde luego, no le agrado ni un poquito. Castigada una semana sin salir y con falta de apetito, Verónica subió las escaleras y se metió en su cuarto, deseando que el día siguiente fuera mejor que aquel.
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Pero el día siguiente no fue para nada mejor que aquel. Para empezar tuvo otra pelea con su hermano y, como siempre, ganó él. Al ir al instituto un coche pasó por encima de un charco que se formó la noche anterior y la empapó por completo. Como Verónica se imaginaba, suspendió el examen de física y química con una nota muy por debajo de su penosa media. Lo que quedaba de día en el instituto tampoco fue mejor. Parecía como si todos le tuvieran manía, los chicos se metían con ella, las chicas se reían de ella, y todos los profesores le reñían por cosas que ni siquiera había hecho. Verónica se lamentaba de haber nacido. ¿Por qué le tenía que pasar todo aquello? ¿Por qué su vida tenía que ser un completo desastre en todos los sentidos? En el recreo, cuando estaba encerrada en el baño de chicas, llorando a lágrima viva y despojándose absolutamente de sus ganas de vivir, recordó algo por lo que valía la pena su vida, Sam. Tenía la mejor de las amigas, cuando estaba con ella se le olvidaban todas las penas y eran los únicos momentos del día en el que sonreía. Verónica se secó las lágrimas, salió del baño y fue en busca de su amiga pero, por desgracia, en ese mismo momento sonó el timbre y se vio envuelta en una brutal avalancha de chicos y chicas que luchaban a contramarea para llegar a sus clases. Verónica estuvo esperando las tres últimas horas con impaciencia para desahogar sus penas con su mejor amiga. Todo el mundo salió de clase con muchísima rapidez cuando sonó el último timbre del día y Verónica, salió más rápido que nunca para encontrarse con su amiga. Aquel día, Verónica y Sam no estaban en la misma clase aquella hora porque una tenía francés y la otra informática. Verónica vio a Sam a lo lejos y fue corriendo para hablar con ella antes de que cada una fuera a su casa. -Sam, tengo tantas cosas que contarte que no sé por dónde empezar.- Dijo Verónica, alegrándose de ver a su amiga. -Yo también tengo que contarte algo muy importante.- Dijo Sam con la cara un poco larga. -Pues entonces tú primero. -Está bien, verás, hoy en el recreó mientras estaba estudiando en la biblioteca, David se me ha acercado y bueno… me ha pedido que salga con él. Intenté decírtelo pero no te encontraba por ninguna parte. Sé que estás colada por él desde hace mucho pero a mí también me gusta, así que le he dicho que sí. Verónica sitió como si una pequeña chispa se encendiera dentro de ella, sin pensarlo dos veces se giró y salió corriendo lo más rápido posible hacia su casa. Oía como Sam la llamaba pero le daba igual, Sam ya no era su amiga, ya no quería
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ninguna amiga. Verónica entró en su casa dando un portazo, tiró la mochila a una esquina y subió corriendo a su habitación. Se tiró en la cama, boca abajo y no hizo otra cosa más que odiar, odiar a todos los que le habían hecho daño. Sus padres no la querían, los chicos y chicas le insultaban y la única amiga que tenía estaba saliendo con el chico que le gustaba. Odiaba a todo el mundo. - Ojala todos desaparecieran, ojala hubiera algún modo de librarme de todos los que me han hecho daño. Vendería mi alma con tal de que así fuera.- El odio que sentía en aquel momento era tal que creyó que iba a estallar, pero en lugar de eso, el cansancio que le produjeron todas aquellas emociones hizo que sus párpados se fueran cerrando poco a poco hasta quedarse dormida.
A Verónica le pareció haber dormido durante años, pero cuando miró el despertador solo eran las siete y media. Verónica salió de la habitación y no dio ni un paso antes de detenerse, había algo raro allí, todo estaba demasiado silencioso. No se oía a su hermano escuchando música, ni a sus padres viendo la tele. Era un silencio espectral. Verónica se dirigió hacia las escaleras pero, justo antes de bajarlas, se detuvo de nuevo. Algo volvió a llamarle la atención, algo que antes no estaba allí. Verónica se dio la vuelta y un escalofrío recorrió su cuerpo de arriba abajo. Una enorme puerta de madera negra y vieja se encontraba justo donde unas horas antes había estado la cómoda que su madre heredó de su abuela. A Verónica se le heló la sangre, ¿cómo había llegado eso ahí? Verónica llamó a su madre todo lo alto que pudo pero nadie contestó, fue a la habitación de Javi pero él tampoco estaba allí. ¿Dónde estaban todos? Registró la casa de arriba abajo, pero no había duda de que allí no había ni un alma, solo quedaba un sitió en toda la casa donde pudieran estar. Verónica se detuvo de nuevo frente a la espeluznante y desconchada puerta con intención de abrirla. Puso la mano sobre el oscuro pomo y de repente un horrible presentimiento hizo que lo soltara, era como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Se alejó lo más que pudo de la puerta, bajo las escaleras, entró en la cocina, se bebió un baso de agua y se sentó en el sofá intentando tranquilizarse. No podía haber pasado de verdad, no podían haber desaparecido todos realmente. Era imposible que aquello estuviera sucediendo pero, un momento, ¿y si sus padres y su hermano hubieran entrado de verdad en la puerta? ¿Y si se hubieran quedado dentro y no pudieran salir? Fuera lo que fuese, solo había una manera de averiguarlo. Verónica esperó y esperó, pero nadie apareció por casa, ni su padre, ni su madre, ni siquiera su hermano pequeño. Eran ya las doce y media de la noche cuando Verónica miró el reloj de la cocina y seguía sin aparecer nadie. Verónica subió las escaleras y se quedó mirando en la penumbra la puerta. Se acercó a ella sin siquiera encender las luces del pasillo e intento abrirla por segunda vez. Aquella
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terrible sensación la obligó de nuevo a soltar el pomo de la puerta. Sin poder creer en lo que estaba pasando, Verónica entró en su habitación, destapó la cama y se durmió. Lo más extraño de aquello era que no les echaba de menos, no echaba de menos las broncas ni a ellos, todo era muy siniestro pero absolutamente gratificante.
Al día siguiente, en el instituto, Verónica sintió, como de costumbre, unos toquecitos en el hombro y, sin girarse, dijo: -Si vienes a disculparte pierdes el tiempo, todo está olvidado. -¿De veras?- Dijo Sam con cara de sorpresa -¿No te importa que salga con David, ni estás enfadada conmigo? -No, es más, por qué no os venís los dos hoy a casa a estudiar, necesito ayuda con la trigonometría y vosotros siempre sacáis muy buenas notas. -Vaya,- dijo Sam, sin quitar la cara de asombro –me sorprende lo bien que te lo has tomado. Ayer cuado te fuiste corriendo parecías muy enfadada. -Solo estaba aturdida, pero lo he estado pensando, y tú eres mi mejor amiga, te mereces lo mejor. Entonces ¿qué, os apuntáis? -Por supuesto, se lo diré a David, estará encantado. Me alegro mucho de que seas tan buena amiga. Aquel día en el instituto fue bastante bien, los profesores no le hicieron mucho caso y los chicos y chicas tampoco, lo que para ella era un gran alivio. Salió del instituto rebosante de energía y con ganas de llegar a su solitaria casa. Ahora podría hacer lo quisiera, comer lo que le apeteciera, entrar y salir cuando le diera la gana… Y por fin, tenía la confianza que necesitaba para comerse el mundo.
Sam y David llegaron a casa sobre las cuatro y media y Verónica les indicó el camino hasta el salón, donde los tres se sentaron y sacaron su material de estudio. -Gracias por invitarnos, Verónica.- Dijo David, lanzando una sonrisa –Oye, ¿dónde están tus padres? -Están de viaje, me han dejado a cargo de la casa.- Contestó Verónica. -Que guay, y dime ¿no piensas hacer una fiesta o algo por el estilo aprovechando que tus padres no están?- Dijo Sam, casi emocionada.
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-La verdad es que una fiesta sería interesante. Por cierto, se me olvidaba que quería enseñaros algo a los dos, venid conmigo.- Sam y David siguieron a Verónica por las escaleras hasta el segundo piso y se detuvieron junto a Verónica y frente a la puerta. -Verónica, he estado muchas veces en tu casa pero la verdad es que nunca había visto esta puerta.- Dijo Sam, contemplando la horripilante puerta negra. -Es una nueva habitación que han hecho mis padres. -¿Y por qué la puerta está tan vieja y desgastada?- Preguntó David, extrañado. -¿Por qué no lo averiguáis vosotros mismos?- Dijo Verónica, sin dejar de mirar la puerta –Lo que hay ahí dentro es una pasada, os lo aseguro. Sam y David miraron a Verónica y después a la puerta, a ambos les entraron una enorme curiosidad por saber qué había al otro lado de la puerta. David dio un paso al frente y luego otro hasta situarse a unos escasos cinco centímetros de la puerta y colocó una mano sobre el pomo. Verónica pudo ver que David no quitaba la mano del pomo ni cambiaba la expresión de valentía de su cara. En lugar de eso, David giró el pomo y tiró de la puerta hacia él, la puerta se abrió con un irritante chirrido que llegó a cada rincón de la casa. Cuando la puerta se abrió del todo, los tres vieron como una espesa niebla blanca llenaba todo el suelo del pasillo y lo único que podía verse dentro era oscuridad. David no podía dejar de mirar dentro de la oscura profundidad de la puerta. -Ciérrala, David,- Dijo Sam con cara de asustada –esto me da mala espina, ciérrala por favor. Pero David no cerró la puerta, se quedó de pie, mirando en sus oscuras infinidades. Sin decir una sola palabra, David entró dentro, como si estuviera hipnotizado. Cuando la oscuridad se lo tragó, Sam se llevó las manos a la boca y corrió para asomarse dentro. Pero cuando estaba a una distancia muy próxima a la puerta, ella también se quedo petrificada. -Sam,- Dijo Verónica con voz tranquilizadora -¿estas bien?- Pero Sam tampoco contestaba, estaba completamente ensimismada mirando la oscuridad –Entra, Sam. Sabes que quieres hacerlo. Sam imitó el comportamiento de su novio y se adentró en la penumbra. Y al momento en que la oscuridad también la engullera a ella, la puerta se cerró dando un portazo. Verónica se acercó y pegó la oreja a la repulsiva y ennegrecida madera. El grito estremecedor de la que una vez fue su mejor amiga y el de su novio inundaron cada centímetro de la casa. Verónica, se asustó y despego la oreja de la puerta de un salto, el grito cesó. Todo estaba muy silencioso. Con que eso era lo
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que hacía, los devoraba, aquella cosa horrible y putrefacta se tragaba a todo aquel que osara entrar en sus profundidades. Y eso es lo que les pasó a sus padres, no pudieron vencer la tentación y entraron, y fueron engullidos por la puerta. Por fin alguien había oído sus plegarias, por fin tenía el poder que siempre había anhelado tener, ahora todo el que se metiera con ella, todo el que le hiciera daño, sería la comida de aquella habitación sin retorno. Sus padres habían desaparecido, su hermano había desaparecido, y su ex mejor amiga, la traidora que le robó al único chico por el que sentía algo, había desaparecido. Todos y cada uno de ellos ya no existían, eran el pasado, un oscuro y tenebroso pasado que jamás saldría a la luz.
En los días que siguieron, Verónica no volvió a acercarse a la puerta, ni siquiera la miraba cuando pasaba por su lado. Los padres de Sam y David estaban preocupados por la desaparición de sus hijos, por suerte, ninguno de los dos les habían contado a sus padres donde habían quedado para estudiar. Como todos los parientes de Verónica vivían en el extranjero, ninguno de ellos se extrañó por no ver a sus padres. Verónica era por fin libre, las burlas de sus compañeros de clase cesaron y los profesores ya no la regañaban tanto, todos estaban muy distraídos por la desaparición de dos de sus compañeros de clase, dos estudiantes modelo a los que jamás volverían a ver.
Un día, en el que Verónica estaba leyendo uno de sus numerosos libros en el salón, oyó un extraño ruido en el segundo piso. Verónica se levantó del sofá, fue hacia las escaleras y alzó la cabeza al segundo piso, volvió a oír el ruido. Era una especie de gruñido y Verónica se temía lo peor. Despacio pero sin pausas, Verónica subió peldaño a peldaño las escaleras hasta llegar al segundo piso y tener la puerta delante. Se acercó un poco a ella y se volvió a oír por tercera vez aquel espantoso gruñido, Verónica, del susto, se tropezó con sus propias piernas y cayó al suelo de espaldas. Se levantó lo más rápido que pudo y se fue corriendo a su habitación. Los gruñidos no cesaban y, por mucho que Verónica se tapara los oídos lo más fuerte que podía, aquel desagradable y espeluznante sonido traspasaba sus tímpanos cual flecha atraviesa el blanco. ¿Por qué hacia esos ruidos? ¿Por qué no paraba de una vez? Entonces, Verónica recordó algo, algo que dijo unos momentos antes de encontrar la puerta. “Ojala todos desaparecieran, ojala hubiera algún modo de de librearme de todos los que me han hecho daño. Vendería mi alma con tal de que así fuera”. No podía ser, la puerta había aparecido porque ella vendió su alma sin siquiera darse cuenta. Sus padres, su hermano, su mejor amiga y el chico que le gustaba ya no estaban, y todo por su culpa. Creía que había conseguido todo lo que quería pero en realidad lo había perdido todo, en aquel momento, Verónica se dio cuenta de lo mucho que tenía y de cómo había acabado con la vida de las
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únicas personas que quería en el mundo. No tenía nada, pero aun conservaba algo, algo que si no entraba por aquella puerta, no le podrían arrebatar, su alma. Verónica abrió la puerta de su habitación de un golpe y salió corriendo lo más rápido que sus piernas se lo permitían. Al pasar junto a la puerta volvió a oír el gruñido, esta vez más grave y fuerte que nunca. Bajó las escaleras y, atravesando el salón de su casa, salió por la puerta principal sin molestarse en cerrarla. Corrió por la calle hasta llegar a su fin y se detuvo, agotada, en la esquina, encorvándose del cansancio. Cuando se encontró un poco recuperada, comenzó a andar sin rumbo fijo por otra calle, esperando que aquellos horribles pensamientos desaparecieran de su cabeza. No sabía qué podía hacer, no podía volver a casa ni pedir ayuda a nadie, ¿qué les iba a decir? Estaba perdida y sola, sin una sola persona a la que pudiera acudir. Fue entonces cuando ocurrió, las sombras de los coches, de las señales de tráfico, de los árboles y de las casas, todas se dirigieron al centro de la calle, uniéndose en una sola sombra, una única y devastadora sombra que se arrastraba por el suelo en dirección a Verónica. Verónica, muerta de miedo, comenzó a correr en dirección contraria, la sombra le pisaba los talones y ella, sin saber que hacer, siguió corriendo por la calle principal. A lo lejos vio como otra sombra se formaba en la dirección en la que ella iba. Estaba rodeada, la única solución era meterse por la calle que tenía justo al lado, su calle. La puerta de su casa estaba abierta de par en par y si no entraba en ella, las sombras la atraparían de un momento a otro. Verónica se metió en su casa y cerró rápidamente la puerta con llave. Pero esto de nada sirvió, Verónica, aterrorizada, vio como una de las sombras se colaba por la hendidura de la puerta. No sabía qué hacer, estaba perdida, sea donde sea, las sombras la encontrarían, ¿o tal vez no? Verónica, no tenía nada que perder, no tenía nada en su vida que mereciese la pena. Había un lugar donde las sombras no la encontrarían. Verónica cruzó de nuevo el salón de su casa y subió las escaleras a toda prisa, cuando estaba frente a la puerta, pudo oír como los gruñidos se hacían cada vez más fuertes. Aquella cosa, fuera lo que fuese, tenía hambre, ella había creado las sombras, había conducido a Verónica hasta ella y, ahora, pretendía comérsela. Ser devorada por su propio deseo era mucho mejor que vivir sola y con miedo para el resto de su vida. La puerta se abrió de golpe y la blanca niebla que salió de ella rodeó las piernas de Verónica, como si tiraran de ella hacia dentro. Una de las sombras se detuvo detrás de ella y la otra cubrió todo el pasillo, dejándolo todo en la penumbra. Estaba decidido a hacerlo, ya no había marcha atrás. Verónica se acercó un poco a la puerta y de la espesa oscuridad brotó una intensa luz que la dejo atontada. Aquello era agradable, por mucho que mirara la luz, no se cansaba de hacerlo. Era una luz preciosa e hipnótica, quería tocarla, quería quedarse allí, con ella, para siempre. Verónica se adentró en la oscuridad y no dio dos pasos cuando oyó como la puerta se cerraba de un portazo detrás de ella y la maravillosa luz desaparecía. Había caído en la trampa de aquella cosa, cual insecto cae en la de una planta carnívora. Todo se quedó en calma.
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CATEGORร A C Carta con destino calle sur nยบ 13
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Irene B. Olalla Ramírez, nacida y residente en Torrox, se encuentra en la actualidad estudiando 3º ESO en el IES “Jorge Guillén”. Ganadora por tercer año consecutivo en este certamen, Irene vive este triunfo con la sencillez y humildad que la caracteriza. Entusiasta, polifacética, exquisita en sus modales, dicharachera y vivaz, devora libros al mismo tiempo que acude al Conservatorio de Música o que dibuja excelentemente. Un derroche de cualidades que deseamos que maduren con el tiempo y den los frutos que ella se merece.
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CARTA CON DESTINO CALLE SUR Nº 13 -Bueno, entonces, ¿cómo has llegado hasta aquí? Suspiré y miré el cielo repleto de estrellas que se abría ante mí, más allá de las hojas de los árboles. -Ya te lo he dicho-contesté -.Es una historia demasiado larga. No importa, tenemos todo el tiempo del mundo. Yo no tengo otra cosa mejor que hacer, ¿y tú? El crepitar de la hoguera era un sonido que invitaba a desvelar secretos e iluminaba el claro con un resplandor rojizo, dándole un toque de calidez a la fría noche. Me refugié en las pieles de viaje que llevaba antes de suspirar. Pensé si sería de fiar aquel tipo tan extraño, pero dadas las circunstancias, no tenía a nadie más en kilómetros a la redonda. -Soy arquera. Mi abuela me ha enseñado. -Wau… -dijo admirado -¿Tu abuela? -Sí. Ella es la mejor arquera de estos bosques y la jefa de mi aldea. O por lo menos lo era hasta esta mañana. No sé lo que habrá sido de ella. Es la única familia que tengo. -¿La única? ¿Y tus padres? -No sé nada de ellos. Ella me ha cuidado desde siempre, y ahora tendré que cuidarme…sola. Esta mañana me levanté muy temprano, con las primeras luces de la aurora. Era día de cacería así que fui al bosque. Unos débiles rayos del Sol Naciente cubrían horizontalmente los matorrales más bajos, como si el salvaje suelo del bosque estuviera recibiendo un baño de oro que cada vez subía más y más hasta formar un mar resplandeciente que rodeaba los troncos de los árboles, como si se tratasen de islas emergentes de miles y miles de pasos sobre su superficie, al mismo tiempo que despejaba la bruma plateada que dejaba el rocío de la noche al evaporarse por la mañana temprano. La frescura se respiraba en el ambiente y los sonidos que se oían no eran todavía ni matutinos ni diurnos. Los primeros pájaros no habían terminado de desperezarse cuando ya comenzaban a cantar con sus voces aún dormidas, mientras los búhos seguían ululando. Toda esa calma y tranquilidad homogénea siempre me hacía parecer una extraña allí dentro, como si con el más leve ruido se pudiera romper ese frágil aspecto del salvaje bosque que solo ofrece a esa hora del día. Y de repente, esa calma se rompió. Mientras corría entre los troncos de los árboles intentando ser sigilosa como la noche, tras un matorral se abrió ante mí un pequeño claro. Apenas me dio tiempo de acostumbrar mis ojos a la ausencia de la masiva vegetación cuando quedé congelada en el sitio. Había encontrado a una cierva y estaba
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embarazada, pero no estaba sola. Junto a ella había un hombre. Su piel era curtida y estaba llena de cicatrices. Esperé ver un carcaj junto a su hombro. No lo tenía. Busqué su arco con la mirada. Tampoco lo vi. Entonces comencé a comprender. El disparo retumbó por el bosque con un eco de muerte. Los pájaros echaron a volar en bandadas asustados. La sangre de la cierva comenzó a derramarse por el claro, triste y abrumadora. El muy canalla se quedó ahí de pie, insultantemente frío y ausente. La pobre cierva no paraba de chillar, y en el dolor de sus tristes ojos negros se adivinaba que sabía lo que acababa de ocurrir, que su cervatillo jamás vería la luz del sol. Yo observaba en silencio, impotente, paralizada de horror. Las lágrimas se derramaban por mi rostro a borbotones. Entonces solo tuve una idea fija en mi mente. Tenía que parar la cacería. Había intrusos en el bosque y sus intenciones no eran precisamente buenas. Silbé todo lo alto que pude para advertir a los demás cazadores de que algo había sucedido. Pronto el bosque se llenó de silbidos. Los cazadores no tardarían en volver a la aldea. Llegué corriendo como una desalmada y me dirigí a la plaza del poblado. Intenté aclararme la voz en medio de todo aquel barullo pero nadie me escuchó así que acabé dando un grito para que callaran, y anuncié:”Han llegado los furtivos”. Todos se asustaron. Todos excepto algunos. Los arqueros más temerarios estaban quietos, como estatuas. En sus rostros no había más que desconfianza. Mis ojos se encontraron con los de mi abuela. Al verme su mirada lanzó destellos de calidez y me hizo tomar una decisión. Miré los ojos asustados de mi pueblo, y supe que merecían una explicación, así que les conté mi historia. Fui a mi casa. Pase ante el espejo. Desde el cristal, una mirada verde-avellana me devolvió un guiño de ánimo. -Es un arco bonito para una moza tan grande de alma y tan noble de corazón –dijo mi abuela apareciendo por la puerta. Lo contemplé con cariño. Había sido el regalo de mi abuela por mi cumpleaños. Era de madera oscura de nogal, y los finos, delicados y elegantes adornos estaban tallados y pintados con plata y destellos de oro. La cuerda era de pelo plateado, como si hubieran trenzado rayos de luna. Era el mejor arco que jamás hubiera podido imaginar. Mi abuela me levantó el rostro con dulzura mientras me acariciaba la mejilla con sus suaves manos. La miré emocionada y la abracé. Sus ojos grises mostraban una sabiduría inmensa. Me cogió la mano y puso sobre ella una bolsita de piel rojiza. -Es tuya, cuídala muy bien. La necesitarás para aclarar todo este embrollo-.Me miró a los ojos fijamente, preocupada-Ahora escúchame, es muy importante lo que voy a decirte: Deberás buscar a Jacques Blanch, dile quien
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eres y que vas de mi parte y con eso entenderá. Él será quien te aclare todas tus dudas. Y ahora tienes que irte, no creo que nos hayan rodeado todavía. Intenté negarme pero mi abuela me atrajo hacia ella y me encerró en un abrazo asfixiante pero con la mayor dulzura. -Mi niña, si todo sale mal, esta puede ser la última vez que nos veamos. Por eso quiero que te cuides muchísimo. Resuelve todas las dudas que a mí no me dio tiempo a resolver. Han sido demasiados años de calma y mentiras y con la tormenta se sabrá la verdad. Los furtivos han vuelto demasiado pronto y eso no era lo acordado. Alguien nos ha traicionado, querida y tú eres la única capaz de encontrarlo. A nuestro alrededor las flechas y los disparos se mezclaban rasgando el aire en jirones de destrucción, acabando con aquella realidad que yo amaba, la única que conocía. -¿Y cuál es el motivo de todo esto abuela?- le pregunté indignada. -Tú, cariño. Tú eres lo que vienen buscando esos furtivos. Ahora vete ya, y recuerda todo lo que te he dicho. Vi que una parte de ella se moría por acompañarme y velar por mí, pero que en otra el deber para con su pueblo se lo impedía. -Tranquila abuela, no deberás preocuparte por mí, sé cuidarme sola. Descubriré todas las respuestas, y cuando lo haya hecho, regresaré, te lo prometo. -Esta es mi historia. Ahora, Digory, te toca ti contarme la tuya. Digory se puso muy serio y con una media sonrisa de orgullo siguió: -Digamos que mi padre era de los grandes del gremio y murió hace dos años en un asalto. Desde entonces yo me encargo del negocio familiar. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, ambos nos pusimos alerta. Di un salto poniéndome en pie, saqué una flecha del carcaj y tensé mi arco en dos segundos. Digory se levantó rápidamente, y sin hacer ruido se difuminó entre las sombras de los árboles que bailaban por la hoguera, haciéndose totalmente invisible, como un espectro. Unas voces enojadas nos llegaron como murmullos lejanos en el bosque. -Alguien se acerca. Tenemos que irnos de aquí –susurró Digory. -Sígueme- le dije mientras me eché el arco a la espalda y comencé a subir por un árbol. Digory y yo trepamos hasta la copa de un árbol. No era normal que a esas horas de la noche, dos o tres hombres discutieran en mitad de un bosque.
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Había algo raro. Silenciosamente, me deslicé por un hueco hacia abajo. Digory me siguió. -
¿Qué noticias tenéis de la chica?- dijo uno de los tres.
- No estaba cuando asaltamos la aldea y por lo que hemos visto al examinar el claro, no está sola, va con alguien más. Y no hará ni dos horas que se han ido, las huellas son muy recientes. No pueden haber ido muy lejos. - Quiero a un hombre armado cada cien metros -ordenó el primero-. ¡Peinad el bosque! El jefe la quiere mañana, sin falta.-¿Y por qué querrá el jefe encontrar con tanto ahínco a esa mocosa? - Ni idea, nadie lo sabe. Jeff tendrá sus motivos-contestó otro de ellos. - ¡Digory! ¿Qué te pasa? ¿Qué ocurre?-le susurré, zarandeándolo para que volviera a la realidad. Me miró sorprendido, como si no supiera qué estaba haciendo allí. -Arquee, yo conozco a ese Jeff… ¡es que es increíble! Nunca hubiera pensado que… -me miró entre preocupado y desconcertado-. Si es la misma persona, ¡es el jefe de mi gremio! -¡¿Qué?! - le pregunté escandalizada- Eso es… ¡terrible! -Y no es todo Arquee, él fue la mano derecha de mi padre cuando aún era el jefe del gremio, pero no tenía la más remota idea de que estuviese metido en todo esto. ¡Lo cambia todo! Y eso es lo que me preocupa, ¿qué hace Jeff en medio de este asunto? Sobre nosotros se abría el cielo estrellado más cerca de lo que lo había visto nunca. La Luna parecía mucho más grande, y cada estrella una bola ígnea de luz, como la llama de miles de velas en una habitación oscura. - Ahora solo tenemos que saber que será de nosotros mañana ¿A dónde vamos? Le miré sorprendida. -¿Qué? ¿Vas a venir y conmigo? -Pues claro, ¿qué creías? ¿Qué te iba a dejar que tu sola descifraras este misterio? Ya me tienes intrigado, señorita. Además, necesitas un guarda espaldas-terminó, guiñándome un ojo. -Perdona, pero yo puedo cuidarme solita - le respondí divertida. Deberíamos buscar a Jacques Blanch ¿No?
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-Puedo proponerte una idea: vayamos a Crepp. Se de alguien que podría darnos alguna pista sobre donde puede estar. -¿A Crepp? ¿La misma Crepp de la que yo he oído hablar? -¿De cuántas has oído hablar? Yo nada más que conozco una-dijo riéndose. -En mi pueblo dicen que Crepp, aunque es la capital de la región, es solo un escondrijo para maleantes, ladrones, espadachines y esa clase de gente que buscan ocio y diversión. -Eso es lo que le da su encanto, pero Crepp es mucho más que eso. Por cierto, ¿qué es esa bolsa que llevas colgada del cuello?. Me desanudé el cordón con el que la llevaba atada. Ya ni siquiera me acordaba de ella. No tenía ni idea de lo que contenía. -Me la dio mi abuela antes de irme. Me dijo que era importante, que debía protegerla y entregársela a Jacques Blanch-La contemplé sin decidirme a abrirla. -Sí, es una bolsa de piel muy interesante, ¿la piensas abrir algún día? Lo miré escéptica y la abrí, volcando su contenido sobre mi mano. Apareció una carta. El sobre era muy pequeño, de papel antiguo y crujiente, y sobre su amarilla superficie una hermosa caligrafía rezaba: A Jacques Blanch. Sólo abrir cuando la última pregunta no tenga respuesta. -Que…misterioso-murmuré -Que…interesante-corroboró -No, Digory, no es correcto.
yo sin Digory-
una ¿A
qué
pizca de esperas?
ironía. Ábrela.
La noche se había vuelto aún más fría. La luna seguía pasando entre los árboles para tocar el suelo con su resplandor, aduladora. Nos arrebujamos entre las mantas, intentando que el frío no nos calara hasta los huesos, con infinidad de preguntas sin respuestas, tantas que serían capaces de volver loco a cualquiera. El cansancio hacía que hasta las ganas de hablar fueran un lujo de la lucidez. Teniendo los ojos más cerrados que abiertos, le dije algo a Digory por última vez antes de dormirme. -Ya lo he pensado Digory, mañana iremos a Crepp. Aquella fue la primera vez que salía del bosque. Un amplio valle se abrió ante mí. Nunca hubiera podido imaginar que vivía tan cerca del mar y haberlo desconocido tanto tiempo. -No me creo que no hayas visto el mar jamás. Yo sin él no sería ni la mitad de lo que soy. Por él he viajado cientos de veces, hacia miles de sitios lejanos, pero al final siempre acabo volviendo a esta tierra- señaló a la ciudad que se extendía a kilómetros de nosotros, al lado del mar. Las casonas apenas se distinguían desde allí, extendiéndose como una masa uniforme de múltiples colores, sobre metros y metros de orilla. Grandes barcos llenaban uno de los más importantes puertos de comercio del
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continente, aguardando como guerreros deseosos de partir a la batalla, confiados y majestuosos-. No sé lo que tiene esta ciudad- añadió- pero es la única que ha conseguido enamorarme.
Por fin atravesamos las bajas murallas y entramos en el jaleo de los carromatos y las gentes de los puestos. Por las aceras de celestes adoquines desgastados pasaban toda clase de personajes, desde los ricos más voluptuosos, presumidos y engreídos que jamás hubiera podido imaginar, que caminaban luciéndose por las calles del ensanche, hasta mendigos que se derrumbaban en las esquinas con jarras de lata, tan sucios y desarrapados que no se distinguirían de las paredes si no fuera por el brillo apagado de sus ojos al moverse. Suciedad aparte, Crepp era preciosa. Como lo son la gran mayoría de las ciudades costeras, era rica. Un olor a pan recién hecho inundaba las calles. La gente humilde no dejaba de entrar y salir de los comercios y locales. Por fin, y después de dar muchísimas vueltas, nos paramos ante una taberna. Era de ladrillo visto, erosionado ya por los años. Tenía dos ventanales que dejaban vislumbrar su interior, pero que del tiempo que hacía que las camareras no se pasaban por ellos a aclararlos un poco con agua y jabón no dejaban ver más que formas difusas. La puerta de madera vieja chirrió estrepitosamente cuando entramos. El local estaba lleno: espadachines, piratas y corsarios que brindaban con jarras rebosantes de cerveza y vino, comerciantes que negociaban allí mismo con sus clientes, y algún bohemio solitario que se marginaba en las esquinas de la taberna. Contemplaron mi arco con interés unos segundos y volvieron a su anterior entretenimiento. Sinceramente ir con un arco de metro y medio a la espalda no era muy normal, pero con la grandísima cantidad de extravagancias que veían cada día pasar por Crepp, aquello tan solo era una más. -¡Digory! ¡Dichosos los ojos que te ven, canalla! ¿Dónde te has metido estos días? ¡Ven y brinda con tus viejos amigos! Nos giramos hacia la mesa de dónde procedía el alboroto. El que había dado la voz era un hombre extravagante. -Venga vamos, tengo que presentarte a alguien-dijo guiándome hasta la mesa. Arquee, este es R- R me guiñó un ojo saludándome con el sombrero-.Este hombre conoce a cualquier persona que haya pasado por la ciudad. -¿Sabes dónde vive Jacques Blanch?-le pregunté sin más rodeos. La cara de R se volvió seria, transformándose en otra persona totalmente diferente. Miró a Digory, como si le tuviera miedo.
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-En la calle Sur, número 13, pero… -Muchas gracias R, vámonos-le dije empujando a Digory hacia la salida. Pero este no se movió ni un palmo, sin dejar de mirar a R extrañado. Escuché el abrir chirriante de la puerta y vi que unos furtivos habían entrado en el local¡Nos han encontrado Digory! –susurré obligándole a correr, intentando no llamar la atención y agachados, hasta llegar a la puerta. -¡Es ella! ¡Son ellos! ¡Cogedlos!-gritó-¡Que no escapen¡-Entonces, sacó un cuchillo para lanzárnoslo. Cerré la puerta de golpe. Echamos a correr buscando el número 13 de la calle Sur. Era nuestra única salvación. -Vamos, vamos, nº 3, nº6, nº9…-comenzó a contar Digory impaciente. -¡Nº 13! –exclamé cuando por fin la encontramos. Tocamos a la puerta despavoridos. Un anciano criado nos abrió, con un farolillo en las temblorosas manos. -¿Desean algo los señores?-preguntó con una voz ya cascada por los años. -¿Está Jacques Blanch?le pregunté desesperada. -Sí pasen, pasen- para alivio nuestro cerró la puerta tras de nosotros-. Esperen un momento aquí mientras les anunció. ¿Sus nombres? Volvieron a aporrear la puerta. Voces y gritos venían de fuera. Cuando el criado abrió, todos se colaron dentro de la recepción Ante el barullo, la puerta del salón de la lujosa casa se abrió. Todos nos quedamos petrificados. -¿Pero qué es lo que está pasando aquí? -Jefe- dijeron los furtivos inclinando la cabeza con respeto. -¡Tú! -murmuró Digory, mirando al recién llegado con sorpresa y desconcierto. Tendría unos cuarenta años y su aspecto era imponente. Sus ojos verde-avellana, de mirada altiva y dura, me resultaron muy familiares. El hombre nos contempló examinando cada palmo de la extraña escena. -¿Qué está pasando? ¿Quién es usted? -Es ella ¿Verdad?-preguntó. Uno de ellos asintió sin dejar lugar a dudas. El hombre me miró evaluándome. -¡Canalla, mentiroso, depravado!- todos nos volvimos hacia Digory que miraba al anfitrión con los ojos encendidos por el recelo-¡Eres un traidor! Mi padre confiaba en ti. Pensaba que eras un buen tipo-.Contemplé a ambos sorprendida-. ¡Di la verdad, degenerado, di tu nombre! -¡Hola Digory, encantado de volver a verte!-exclamó sarcástico-. Mi nombre es Jacques Blanch. Jeff, el que tú conocías, es mi apodo. No me lo podía creer. ¿Aquel tipo era Jacques Blanch? Los miré aún más extrañada. ¿Jeff? ¿De qué me sonaba a mí eso?
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-¿Tu padre? ¿Jeff? ¿Qué es todo esto Digory? ¿Jeff no era el maestre de tu gremio? -Venga Digory, cuéntale cuál es tu gremio-se rio nuestro anfitrión. Lo miré expectante y dolida. Él me miró con ternura y arrepentimiento en sus iris azules. -Arquee, yo soy…un ladrón. -No puede ser - lo miré esperando a que me lo negara, pero en vez de eso miró con odio a Jacques Blanch y agachó la cabeza-. ¡Yo confiaba en ti Digory! Pero, entonces ¿qué hacías tú en el bosque? Estaba…investigando- dijo agachando la cabeza, arrepentido. -¿Y qué investigabas? -A ti. Jeff me mandó para localizar tu aldea e investigar a la jefa del poblado y a su nieta, las más influyentes. -¡Y por eso vinieron estos! - Lo miré sin poder creérmelo.- ¡Eres un Digory, me has utilizado! ¡Yo confiaba en ti! -Arquee, no, no fue así…Yo no sabía quién eras, ni lo que iba a hacer Jeff con tu poblado. Por eso cuando te vi en el bosque…Además yo no sabía que Jeff era Blanch. ¡Yo quería ayudarte! traidor
-¡Querías llevarte el mérito tú solo! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Digory me iba a contestar, intentando disculparse, pero yo me volví hacia Jacques Blanch, sin darle tiempo a hablar. -¡Y usted también! Es en verdad un degenerado. Y mi abuela me mandó confiar en usted. ¡Has sido tú el que has urdido toda esta historia! ¿Acaso has pensado en las vidas que has destrozado junto con mi poblado? -Pasemos dentro- nos dijo Jacques, indicando el saloncito del que había salido-. Que nadie nos moleste- le indicó amablemente al anciano dándole a entender que echara a los otros, antes de entrar y cerrar la puerta con delicadeza. El salón era precioso, luminoso y de colores pastel, con un claro estilo costero. Enterré la cabeza entre las manos, intentando comprender algo. ¿Pero quién era realmente Jacques Blanch? ¿Qué pintaba en todo esto? No entendía que mi abuela me hubiera mandado hacia la boca del lobo. ¿Era bueno o malo? ¿Digory decía la verdad? Todo aquello me dolía, era como si me hubieran abierto una herida en el alma y todos intentaran hurgar un poquito en ella. - Por fin estamos los tres solos. Sentaos, no os quedéis ahí de pie. -Arquee- comenzó Digory- yo no te conocía, ni siquiera sabía que existías. Sólo cuando estuve investigando tu poblado y a tu abuela, supe que
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era su nieta y nada más. Entonces cuando te vi en el bosque, no pude traicionarte. Mi deber hubiera sido entregarte, pero cuando te miré a los ojos por primera vez ya no pude hacerlo. Pensé en dejarte seguir tu camino sin inmiscuirme, pero cuando me contaste tu historia pensé que el responsable de todo aquello podría ser Jeff, aunque no le encontraba relación y cuando me contaste que los furtivos te seguían, no pude dejarte marchar sin más. Sabía que no estabas indefensa, pero si había la más mínima posibilidad de que Jeff estuviera de por medio, podría haber un peligro mucho mayor. -¿Tan peligroso me crees?preguntó Jaques divertido. - Yo nunca he sido un ladrón como los demás. Me gusta más ser espía para el gremio y por esto mismo viajo tanto. Aunque te lo hubiera explicado ¿habrías confiado en mí? Quería tener una oportunidad para que me conocieras como soy y no por lo que hago. ¿Me podrás perdonar?-. Sus iris azules tenían un brillo de tristeza y arrepentimiento imposible de fingir. Lo creí y asentí sonriente. Jeff exhalo una gran cantidad de humo con la maestría del que sabe y lo ha hecho muchas veces antes de comenzar. Me miró con ternura y suspiró. -Todo esto, querida, es por ti-. Lo miré extrañada. -¿Y por qué por mí? -Mi intención no era hacer daño a tu poblado, a tu abuela o a ti misma. Llevo años intentando encontrarte. He removido cielo y tierra pero nunca he dado contigo. Mandé a Digory a que lo averiguara y empezara mi plan sin que él mismo lo supiera. Otras veces ya había mandado muchos hombres a buscarte pero ese bosque es como un laberinto, una fortaleza inexpugnable. Así que no tuve más remedio que recurrir a ellos, los furtivos. Tu madre me habló de ellos montones de veces. -¿Mi madre?- Mi corazón dio un vuelco. Jacques no me contestó, sino que me miró con tristeza, indicándome que me lo explicaría luego. -Así que volví a contactar con ellos y los contraté para que te buscaran y te trajeran a mí. Pero no son gente de fiar y quisieron arrasar la aldea, los muy inútiles. Hice bien desterrándolos hace veinte años, y fue un error recurrir a ellos, pero gracias a todo eso ahora estás aquí conmigo. -¿Qué tú los desterraste? ¿Por qué? -Sí, yo los desterré -.Me miró con cariño-.Porque, Arquee, yo soy tu padre. -¿Qué? - Tu abuela se quedó a vivir en el poblado, donde conocí a tu madre.
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Entonces los furtivos no dejaban de saquear y asaltar, haciéndoles la vida imposible a la gente de los bosques, así que tiré de algunos contactos y me encargué personalmente de alejarlos de allí. Nos casamos. Vivíamos en Crepp, por mi trabajo en el gremio. Tu madre se quedó embarazada y vivimos los mejores meses de mi vida. Y de repente un día, me abandonó. Se fue sin decir nada, ni una explicación. Nada. Huyó de mí. Sus ojos, iguales que los míos, estaban cargados de tristeza sin fondo, vacíos de felicidad durante demasiados años, con desconsuelo. Recordé algo de pronto. Me desanudé la bolsita de piel y la abrí. De su interior cayó sobre mi mano la pequeña carta antigua y amarillenta. -¿Qué es eso?- me preguntó Jacques inclinándose hacia adelante, intentando ocultar la angustia. -Es una carta que me dio mi abuela antes de macharme-.Leí el dorso de la carta expectante-. ¡Ajá! Aquí está: “Solo abrir cuando la última pregunta no tenga respuesta”. -¡Es la caligrafía de tu madre!- advirtió Jacques emocionado. -Ha llegado el momentodije yo-.Ábrala, padre. Me sonrió y cogió el pequeño sobre con suma delicadeza. Rasgó por la línea y sacó un viejo pergamino perfectamente doblado en su interior. Comenzó a leer la carta en voz alta:
“Querido Jacques” No he podido despedirme en persona porque si lo hacía no podría marcharme, sería como aceptar lo que estaba haciendo y quería pensar que volvería a verte, me hacía menos daño. Desde entonces te he echado de menos todos y cada día que he pasado sin ti. Te necesito tanto… Espero que me perdones cuando leas esta carta y entiendas los motivos que me han llevado a hacer esto. Me di cuenta de que cuando tuviéramos a nuestra hija (porque es una niña) correteando por las calles de nuestra amada Crepp, muchos de tus enemigos la intentarían perjudicar para hacerte daño a ti y coaccionarte. No podía soportar la idea de que os hicieran daño a ninguno de los dos, así que con todo el dolor de mi corazón, me decidí por ser yo la que nos hiciera daño a todos, y créeme, me odio por esto. Tan solo espero que esta decisión, que cuestiono cada día y miles de veces he juzgado estúpida, haya sido la acertada. Ahora mismo tengo a nuestra preciosa hija en brazos. Tiene tan solo una semana y es bellísima. ¡Se parece tanto a ti…! La he llamado Arquee. Tiene tus mismos ojos y mirarla es lo que me da fuerzas. Sin ella aquí, estar tanto tiempo lejos de ti sería un infierno. Al menos
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me consuela pensar que crecerá lejos de tanta mentira y corrupción como tiene la vida en Crepp, aquí, tranquila entre la naturaleza, lejos de tus compañeros de trabajo, que exceptuando a Will, ninguno es de fiar. Prefiero que no sepa en qué trabaja su padre, pues será mucho mejor que se lo expliques tú cuando crezca, a que se lo explique mi madre. Porque Arquee se criará con mi madre, Jacques. Siento con toda mi alma no poder estar ahí para verla crecer y explicárselo yo misma, pero me quedan pocos días de vida. El parto me ha dejado muy débil y no tengo esperanzas. No te preocupes por mí pues cuando hayas leído esta carta, yo ya me habré ido, pero podrás estar con tu hija, que ya estará hecha toda una guerrera y podrá defenderse sola y estar junto a ti toda la vida. Nunca te olvidé, Jacques, y nunca lo haré, tenlo por seguro, ni a nuestra hija tampoco. Cuídala, cariño. Te amo con todo mi corazón y espero que seas muy feliz sin mí. Hazme caso, rehaz tu vida y vívela por mí. Te quiero. Anna Jacques arrugó el papel un instante y luego comenzó a llorar silenciosamente. Me eché a llorar en sus rodillas, como hacen los niños pequeños en el regazo de sus padres, lo que yo nunca había tenido oportunidad de hacer.Digory nos contempló un instante, nos puso una mano en el hombro y sin querer molestar salió del salón. - Tu madre era igual que tú, Arquee, idéntica, preciosa -me dijo mi padre secándome las lagrimas de las mejillas con el pulgar-tan sólo que sus ojos eran negros como los de tu abuela-.Le sonreí feliz-. ¿Y qué vas a hacer con Digory?.El corazón me dio un vuelco-.Anda corre, o se va a ir sin ti. – ¡Ahora vuelvo!-exclamé disculpándome. -Hasta luego hija–susurró Jacques Blanch, feliz de verdad por primera vez en muchos años. Corrí hasta que salí por la puerta de la calle. Allí todo volvía a ser normal, como si el mundo entero apenas fuese consciente de que mi vida acababa de cambiar. Seguramente a miles de personas les pasaban cosas así a diario en todo el mundo, aunque la mayoría no nos diésemos ni cuenta. Nuestra realidad es tan frágil, tan sencilla, que confiamos ciegamente en todo lo que nos dicen sin siquiera llegar a imaginar qué puede haber más allá de todas esas palabras. Encontré a Digory vuelto de espaldas, mirando cómo el sol se ponía lentamente sobre el océano al final de la calle. Corrí hacia él y me quedé a su lado. -¿Qué vas a hacer ahora?- me preguntó sin dejar de mirar el mar. -Iré a reconstruir mi poblado, y cuando esté lista volveré a Crepp, y viviré con mi padre. Pero quiero ver mundo Digory. Llevo toda mi vida escondida sin saberlo, aislada de la realidad, sin conocer todo lo grandioso que
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hay ahí fuera. Miles de sitios por conocer y lugares por visitar. ¡Somos tan pequeños comparados con el mundo que nos rodea! Y no quiero perderme absolutamente nada. El crepúsculo ya estaba terminando. El día anterior a esa misma hora yo era otra totalmente distinta. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo. Mi vida se me antojaba parte de otra historia, como si fuera el recuerdo de algún libro leído hacía mucho. Nuestras vidas pueden cambiar en tan solo un segundo y nosotros no tenemos poder para controlarlo. De lo que somos responsables es del camino y la aptitud que elijamos cuando estos hayan sucedido. Muchas veces debemos llevar a cabo sacrificios que nos hacen sufrir por el bien de nuestros seres amados, o tragarnos el orgullo y recurrir a ayudas indeseadas que en otros momentos habríamos despreciado en toda su esencia, para intentar obtener algo mucho mayor a nuestras fuerzas. Pero siempre, aparte del desconsuelo, nos quedará la esperanza. E innegablemente y por suerte, hay pruebas de que en ocasiones, se cumple. Contemplé Crepp por la noche, que iluminada por los tenues faroles tenía un aspecto mágico y misterioso. Entonces recordé unas palabras pronunciadas no hacía mucho tiempo. Lo miré feliz, tendiéndole la mano. -¿Vendrás conmigo esta vez Digory? Me miró ilusionado, quitándose por fin esa melancolía de la mirada. -Iré contigo, Arquee-dijo tomándomela.
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CATEGORÍA C (LOCAL) El paraíso del cielo
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Adrián Escobar Claros nació en Torrox en 1998, estudió Primaria en el CEIP “Mare Nostrum” y se encuentra en la actualidad cursando 1º ESO en el IES “Jorge Guillén”. Tímido, muy educado, tranquilo y poco amigo de discusiones y problemáticas, Adrián pasa su tiempo rodeado de un reducido círculo de amigos, leyendo o charlando tranquilamente. Ya en el colegio se revelaron sus aptitudes para la escritura y es por eso que ha recibido importantes estímulos para participar en este certamen.
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El paraíso del cielo
Las clases habían terminado, las vacaciones de verano acababan de empezar. Todos los chicos del pueblo pensaban que era un milagro, después de tantos exámenes, deberes y trabajos en grupo... tenían tres meses de descanso. Todos se alegraban... todos menos una persona... una chica que, a pesar del estrés que sometía el instituto, no se alegraba ni lo más mínimo de que se terminara suúnica distracción. Paula... más conocida en el instituto como la rara, iba aquel hermoso primer día de vacaciones con su largo pelo suelto y vestida con un fino vestido de tela azul marino y un sombrero de paja. Allí estaba ella, en el mirador, mirando hacia el horizonte, ignorando a los chicos que se reían de ella a escondidas. Todos se reían de la chica y la llamaban la rara porque era muy espiritual, se pasaba los recreos meditando sentada en el suelo y, según ella, creía que hablaba con los espíritus. No sabían las intenciones de la chica. Solo rezaba por sus padres, que habían sufrido un accidente de tráfico y ahora estaban en el hospital, parapléjicos, sin poder moverse ni hablar. Desde el terrible accidente, hace dos años, Paula tiene que vivir con su insufrible abuela que, a pesar de que no paraba de hablar de Dios y se le iba la cabeza, daba buenos consejos. Nadie entendía a la pobre chica. Aunque el día era precioso, el sol brillaba como nunca y hacía un calor tremendo, de repente y sin avisar, se extendieron unas nubes negras y comenzó la tormenta. Una fuerte lluvia, seguida de rayos y truenos atormentó a todo el mundo. Los turistas que caminaban y disfrutaban del clima salieron corriendo hacia el hotel, las familias corrieron hacia sus respectivas casas y, los chicos que se burlaban de Paula detrás de una palmera tuvieron que coger sus bicicletas y salir pitando. En pocas palabras: todos salieron corriendo para evitar un resfriado de verano y dejaron a la chica observando el mar. A Paula no le importaba la lluvia, seguía mirando al mar... rezaba. Pero fue tonta, tantas eran sus ganas de volver a ver a sus padres con normalidad, que no le importaba caer enferma. La marea empezó a subir muy rápidamente, el mirador no aguantaría mucho más las fuertes olas. Pero la chica, un poco necia y cabezota, se quedó allí. Así fue, el mirador se empezó a desmoronar y la chica seguía allí. Cayó al agua en plena tormenta...
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A la mañana siguiente, se despertó. Estaba tendida sobre la arena de la playa, había sobrevivido. Pero lo más sorprendente era que, a su lado, había un muchacho, cuya piel estaba tan blanca como la nieve y que vestía de negro. -¿Quién eres? ¿Dónde estoy?-preguntó Paula. -Soy Daed, tu guía, y estamos en la primera zona del camino.-respondió el chico, aunque había dejado a Paula en la misma situación de intriga. -¿Qué?-Venga, levántate, tenemos un largo camino por recorrerPaula le obedeció, estaba bastante confusa. No sabía dónde estaba, aquella no era la playa que estaba acostumbrada a ver. Era un desierto de arena y dunas con un mar tan limpio que se veía el interior. La chica estaba muy sorprendida, se quedó mirando el paisaje, era un sitio precioso. Paula estaba empezando a disfrutar de sus vacaciones de verano por primera vez en mucho tiempo. Pero no duró mucho más. Por el horizonte se veía algo extraño, al principio no se sabía claramente lo que era pero, un minuto más tarde, la chica descubrió que se trataba de un tsunami y, además, se acercaba a mucha velocidad. -¡Tenemos que salir de aquí! ¡Corre!-gritó Paula. El muchacho ni se inmutaba, estaba quieto como una estatua. -¡Por favor, corre! ¡Socorro! ¡Tenemos que salvarnos!-Eso... no servirá de nada...-dijo el muchacho con una tranquilidad increíble. Paula, aunque le dolía mucho, había decidido dejar al chico solo y salvarse ella, al fin y al cabo, no le conocía de nada. El tsunami estaba a punto de llegar, y Paula no podía más, su conciencia le decía que no debía dejar al pobre chico solo, así que volvió corriendo, cogió al chico del brazo y lo arrastró para ponerlo a salvo. Antes de que pudieran correr apenas unos metros, el tsunami se abalanzó sobre ellos. Pero antes de morir arrasados por la ola gigante, el muchacho empezó a murmurar algo extraño. En ese mismo momento, del tsunami apareció un calamar gigante que se tragó a los dos jóvenes, protegiéndolos del peligro. Paula notó una fuerte punzada en la barriga, abrió los ojos y vio al muchacho corriendo. Se levantó de un salto y le siguió. En ese momento se dio cuenta de dónde estaban. Dentro del calamar gigante había una calle empinada llena de
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casas multicolor pegadas unas a otras. Nada más empezar Paula a correr, se sorprendió de lo bonito que era también ese lugar, a pesar de estar dentro de un calamar, era como si estuviera en el pueblo. Paula sonrió y, en ese preciso instante, empezó a llover, pero no gotas de agua, sino pétalos de rosas. Aunque cada vez empezaban a ocurrir cosas más extrañas, misteriosas e increíbles, Paula pensaba lo que diría su abuela: “Dios nos está dando un regalo”. La chica llevava ya casi media hora corriendo detrás del muchacho, bajo una lluvia de pétalos de rosas. Su abuela le había enseñado a no perder la calma, ella decía que Dios nos había ordenado que no debíamos odiar ni faltar el respeto y, aunque Paula estaba hartándose del chico, mantenía su fé en volver a ver a sus padres y a su abuela. Y volvió a ocurrir, cuando la chica hizouna buena acción, el muchacho había empezado a murmurar y había llegado la salvación. Paula empezó a creer que la calle era interminable, hasta que, de repente, apareció un edificio blanco cortando el paso. El muchacho entró y, Paula no tuvo más remedio que seguirle. Ahora se encontraban en un pasillo lleno de obras de arte. -¡Cielo Santo!-dijo la chica al ver la cantidad de cuadros.-Esto es bellísimo, por favor... Daed, no te pongas a correr, me gustaría disfrutar de este sitio y verlo todo. -Vale, ningún problema.A Paula le gustaban mucho los cuadros y, al ver que en ese pasillo estaban los más importantes del mundo, se emocionó bastante. Entre otros, La Gioconda, El grito y los cuadros de Picasso eran sus favoritos y... ¡todos estaban allí! El tiempo se le pasó volando, había estado dos horas y media mirando cuadros, y le habían parecido unos cinco minutos. Llegaron al final del pasillo, el cuadro más grande y más impresionante de todos los tiempos se encontraba allí. Estaba representado un paisaje muy bello, habían varias montañas nevadas y un lago congelado, pero lo impresionante del cuadro era lo real que parecía. -¡Que preciosidad! Muchas gracias por haberme dejado disfrutar, te estoy muy agradecida.-
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Daed empezó a murmurar algo misterioso y, de nuevo, algo todavía más extraño a lo anterior ocurrió. El cuadro sacó unos brazos y metió, por arte de magia, a Paula y a Daed dentro del cuadro. Hacía bastante frío, pero el paisaje era mucho más bonito viéndo en la realidad. Los dos jóvenes se tendieron y se pusieron a descansar. Habían recorrido un largo viaje. -Si le cuento esto a alguien no se lo cree en la vida, seguro que me tomarán, a parte de por rara, por loca.-dijo Paula. -¿Cómo vas a contar nada?-¿Perdón? Por si no lo sabes, me estoy cansando un poco, vas de misterioso por la vida y no puedo aguantar más, ¡no entiendo nada de lo que dices! ¡Estoy harta!-Tranquilízate.Paula salió corriendo, ella pensaba que era como estar con un extranjero que no hablaba su idioma. Llegó corriendo hacia el lago, allí empezó a recapacitar. Empezó a andar sobre el lago congelado, aunque a veces se resbalaba, se mantuvo en pie y no llegó a caerse ni una vez. El lago era increíble, en el interior, congelado, se encontraba un capullo de flor gigante. Cada vez que la chica recapacitaba y se daba cuenta de los errores que había cometido en su vida, el capullo se abría aún más. Casi se había abieto la flor cuando, de repente, Daed apareció al lado de Paula. -No te olvides ni de tus padres ni de Disney Land.-dijo el muchacho, causando una gran impresión en Paula. -¡Claro! ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Mis padres están así por mi culpa... me enfadé con ellos porque no se podían permitir llevarme a Disney Land... les dije que los odiaba... no podían conducir tranquílamente y... y... por eso... ¡y por eso tuvieron el accidente!-dijo Paula, y se puso a llorar. El capullo formó la flor y, en el mismo segundo, el hielo empezó a quebrarse. Los dos calleron dentro de la flor. Paula sentía como si estuviera en un tobogán, la misma sensación de caída. La caída duró tanto que, a la arrepentida chica, le dio tiempo a pensar cómo hubiera sido su vida si se hubiera comportado mejor. Estaría felízmente con sus padres y con su abuela, tendría muchas amigas y, a lo mejor, un novio que la apoyaría en todo.
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Paula no podía parar de llorar, se arrepentía de demasiadas cosas. De repente, se dio cuenta de que ya no caía, abrió los ojos, y vio la puerta de su instituto. Dentro, todos sus compañeros iban de negro, todo el instituto estaba reunido en el patio, en silencio y con las cabezas agachadas. En el fondo querían a Paula como una compañera más. -¿Esto te lo demuestra todo al fin?-dijo Daed. -No... no entiendo nada... ¡explícamelo por favor! Te lo suplico...En un abrir y cerrar de ojos, el instituto desapareció y, en vez de eso, Paula y Daed se encontraban en el cementerio. Allí estaba la abuela de Paula, llorando y con un ramo de flores en las manos. Paula estaba muy asustada, decidió acercarse. -No me lo puedo creer...-dijo ella. La chica vio la lápida, aunque le resultaba imposible y sin sentido, leyó: Paula Rivas González 30/10/1997-25/06/2010 -Así es... es lo que llevo intentando decirte durante todo nuestro viaje por el cielo... estamos muertos.-dijo Daed. -No... ¡Esto tiene que ser un error! ¡Yo no estoy muerta!-Si lo estás... te ahogaste cuando el mirador se desmoronó, te he estado guiando por el cielo... el paraíso del cielo... allí encontrarás todas las cosas que tu corazón desea.-Ya...-dijo Paula empezando a llorar.-y pensar que te he estado tomando por un loco...-Ahora tienes que decidir... ¿quieres ir al cielo... o prefieres quedarte aquí observando a tus amigos y a tus familiares?-No quiero ser egoísta ignorando a mi familia pero... aunque me resulte duro... quiero ir al cielo, no tengo amigos y... además, tengo el presentimiento de que me reuniré pronto con mis padres y con mi abuela. Y así, después del largo recorrido, Paula subió junto a Daed, la gran escalera que conducía hacia el cielo. El largo camino le había enseñado muchas cosas. Pero ahora está feliz, en el cielo, esperando a su familia.
PAG BLANCA de CORTESIA
INTERIOR CONTRA PORTADA
Jorge Guillén
A.M.P.A. IES Jorge Guillén TORROX