Edición 181 1° de Septiembre

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La Soledad En Compañía

El otro día desayunando con mi familia, observé en la mesa del al lado, a una familia de tres integrantes. El padre -un hombre de mirada fría y distanteajeno a los otros dos; la madre –con expresión de hastío, intentando platicar cosas intrascendentes para llenar el vacío; y el pequeño hijo –calculo de 8 años- en quien se notaba una apatía y decaimiento. Los tres, exceptuando la madre, intentando parecer que estaban juntos. Y me pregunté: ¿Qué podría haber pasado en el interior de esta familia, que les hizo volverse indiferentes a la convivencia y el intercambio no solo de palabras, sino de miradas y expresiones afectivas? ¿En qué momento la familia perdió el sentido? En un momento, la mujer se puso de pie para ir quizás al sanitario, e imaginé que quizás entonces el padre se dirigiría a su hijo para comentarle algo. Pero me equivoqué. Ninguno hizo gesto alguno de haberse percatado de que la madre se había ido. Tampoco se miraron o hicieron intento alguno de comunicarse verbalmente. Eran como dos extraños, sentados en la misma mesa…

Cuando no se le da prioridad a esos momentos y por estar preocupado y/o ocupado intentando resolver los problemas sin comunicarlos, esos seres van perdiendo la confianza en nosotros, ya que hemos decidido salir de la vida de los nuestros…

¿Cuándo una persona pierde el interés por otra? Esto no es un proceso que se da de la noche a la mañana. Se necesitan años de poca o nula convivencia, o de una convivencia llena de situaciones difíciles, donde poco a poco se van cerrando las oportunidades para abrir el corazón. ¿Cómo se va destruyendo ese sentimiento de estar uno en la vida del otro? Pues como se oye: “No

¿Y qué decir de la primera vez que la madre de tus hijos hizo una reunión sorpresa para festejarte y llegaste demasiado tarde a casa por estar muy ocupado en la oficina? ¿Del aniversario que olvidaste? ¿De la vez que tu esposo llegó a casa muy estresado porque habían corrido a uno de sus mejores amigos de la empresa, y tú no estabas allí para aliviar su sentimiento?

estando en la Vida del Otro”.

Veamos el origen, cuando una pareja se enamora, ese sentimiento se va fortaleciendo cada vez que se encuentran juntos, compartiendo lo que sienten, lo que les preocupa, dedicándole a la relación un tiempo para que ambos se vayan conociendo y reconociendo. Cuando la pareja decide tener un hijo, lo imagina, se prepara para recibirlo y le dedica atenciones y tiempo. Conforme las relaciones familiares se enfrentan a cambios ya sea por factores económicos, familiares o sociales, cada miembro de la familia puede tomar alguno de estos dos caminos: o se encierra en su mundo tratando de resolver lo que le pasa, sin comunicarlo a los demás, o decide compartir lo que le inquieta con los suyos. ¿Pero de donde surge la dificultad para abrirnos a los demás? Pues de la falta de PRESENCIA en los momentos más importantes de los que amamos o decimos amar.

Con el tiempo, el corazón de quienes nos necesitaron se va cerrando, el desinterés y desamor se hacen presentes. Y lo peor de todo, es que quizás creamos que no nos quieren, que no nos comprenden, cuando que sin darnos cuenta hemos sido copartícipes de este distanciamiento y vacío. La primera vez que nuestro hijo(a) perdió un diente y no pareció ser importante, las primeras juntas con los maestros para definir el traje de su primer festival, el cual quizás nos pareció una tontería, las primeras lágrimas de su primera decepción amorosa, que ni siquiera nos enteramos, podrían ser el principio del fin en la relación con los hijos.

¿Cómo podrías tener presencia si no tienes tiempo? Quizás tengas tiempo el día que tu esposa decida abandonarte, el día que tu esposo tenga un infarto, o el día terrible en que tu hijo se intoxique y muera por una sobredosis.. Entonces quizás te detengas y digas: ¡¡“yo

quise darle lo mejor a mi familia”.!!

Voltea a mirar a quien vive contigo. ¿Qué piensas hacer hoy para llenar ese vacío?







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