Mujeres

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Esta serie de libros digitales es el resultado del proyecto

La poesía de Caracas: Rescate historiográfico de Jesús Sanoja Hernández



Índice Homenaje a la obrera 6 A una artista 8 Amanecer de la ciudad moderna 11 Caracas en 1780 14 En la agonía de una virgen caraqueña 18 Las manos 23 La Vampiresa 26 Desconocida 28 Poema de la aurora 30 Un poema a Blanca (fragmento) 32 Miss Sport 35 “La polla”, belleza criolla de Caracas 38 Ana Pavlova 45 El romance de la abeja 47 Caracas épico, Caracas lírico 50 Elogio de la mecanógrafa 53 Flor del Guaire 55 Mimosa 57 Canto a las mujeres de Caracas 62 Comentario a “Canto a las mujeres de Caracas” 66 Poema a la mujer que vive sobre el cemento 69 Las obreritas 79 Mis dos cárceles 83 Oh, Sultana! 86



[s/n]

Homenaje a la obrera Cuando en tu labor honesta, de muchacha activa y รกgil, que hace del taller un templo, donde bendice el trabajo, la maldad de un pensamiento, cruce tu mente en asalto: el capricho de ser rica, para tener quinta y auto, criados vestidos de negro y depรณsito en el banco, perro de lana extranjera y novio alegre y simpรกtico

N. del ed.: autor y fuente desconocidos 6



[s/n]

A una artista Nunca más bella iluminó la aurora de los montes el ápice eminente, ni el aura suspiró más blandamente, ni más rica esmaltó los campos Flora. Cuanta riqueza y galas atesora, hoy la Naturaleza hace patente, tributando homenaje reverente a la deidad que el corazón adora. ¿Quién no escucha la célica armonía que con alegre estrépito resuena del abrasador sur al frío norte?

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Oh Juana! gritan todos a profía; jamás la Parca triste, de ira llena, de tu preciosa vida el hilo corte.

1. Lo publicó Arístides Rojas (Rojas Hermanos, 1881). De ahí derivan las ­ediciones posteriores. 2. La fecha atribuida es la de 1806-1808. 3. Arístides Rojas lo comenta en esta forma: “Este soneto fue una improvisación de Bello en teatro de Caracas, delante de la ­artista señora Juana Pacompré, cantatriz de la primera compañía de ópera que visitó Caracas por los años de 1806 a 1808”. (­Comisión Editora Ca racas. 9



Pío Tamayo

Amanecer de la ciudad moderna Protocolariamente – seis genuflexiones sonoras – el Reloj entrega al Sol la Ciudad. Fuga sorprendida del camión de la basura, ruidos y olor de podredumbres que ensucian la mañana. Opacas, con mordazas de sábanas, las voces callejeras rezan la oración del “buen día”. Un klaxon pastoso despide a sus compañeros juerguistas. Las bombillas simultánean la clausura de sus cráteres. “Plátanos, coles, frijoles.” Olor de carne y mariscos: regüeldos del Mercado. 11


Con el estropajo electrocutor de arañas deslegañan sus puertas los ventorrilleros. Espectáculo gratis del jardín que pasea: calle arriba, calle abajo, traje verde, traje blanco, rosa de francia, las señoritas, a cambio de saludos, regalan su fragancia.

N. del ed.: no se registra la fuente, pero está recogido en una antología de Pío Tamayo de fecha posterior al documento archivado por Jesús Sanoja Hernández: Conciencia de poeta y combatiente.­ Barquisime to : Centro de cultura popular Guachirongo, 2001 12



El Conde Segur

Caracas en 1780 Este delicioso valle, a cubierto de los vientos ardientes del mediodía por elevadas montañas, está abierto al del Este que lo refresca con dulzura. El termómetro llega rara vez a más de 24 grados y con frecuencia está a menos de 20. Las flores y los frutos se suceden sin cesar en este lugar encantador, y recógense en él todas las producciones de la zona tórrida, pudiendo gozarse las de la zona templada. A orillas de los campos se nace el algodón, la caña, el naranjo y el limón, y hállanse en algunos jardines trigo y manzanos. Está regado el valle por un río cristalino que conserva los prados siempre frescos, los árboles siempre verdes; y están embebidos estos árboles por multitud de colibrís que ­reflejan sobre sus lindos plumajes los colores del arco iris; diríase que son mil flores brillantes que giran a su alrededor. Gran número de casas elegantes están esparcidas o ­agrupadas en medio de estas praderas, cercados de ­árboles odoríferos. Respírase aquí un aire puro, embalsamado; ­parece 14


que la existencia toma nueva actividad para h­ acernos g­ ozar las más dulces sensaciones de la vida… Podría ­pensarse que el valle de Caracas era una parte pequeña del paraíso ­terrenal, y que solo por obsequiosa distracción nos había permitido la entrada el ángel que defiende la puerta con fulminante ­acero. La ciudad de Caracas se ofreció a nuestros ojos con la ­necesaria majestad para terminar noblemente aquel cuadro: nos pareció grande, aseada, elegante y bien construida. Se calculaba entonces su población en veinte mil habitantes, pero se nos ha asegurado que un desastroso temblor y los furores de las guerras civiles han hecho desaparecer aquella prosperidad, que una libertad prudente y una administración ilustrada podrán hacer renacer únicamente. Désoteux nos había precedido con numerosos ­oficiales. Se nos esperaba, y la cortesía española nos hizo una ­galante ­recepción: a competencia nos ofrecían sus casas los ­caballeros; las damas abriendo sus celosías, nos saludaban desde sus balcones; fuimos acogidos, en fin, como cuentan los novelistas se acogían en otro tiempo los paladines en los castillos donde iban a reposar de sus empresas y aventuras. El Gobernador de la provincia Don Manuel G ­ onzález, como hubiese sabido que yo era hijo del Ministro de la ­Guerra del Rey de Francia, me alojó en su palacio, ­recibiendo ­mañana y tarde a todos mis compañeros de armas con ­urbanidad y 15


con una magnificencia verdaderamente castellana. El que me presentó en las sociedades más distinguidas de la ciudad, donde vimos hombres harto graves y t­ aciturnos; pero en desquite, gran número de señoras tan notables por la belleza de sus rasgos, por la riqueza de su adorno, por la elegancia de sus maneras y por sus talentos para la danza y la música, como por la vivacidad de una coquetería inocente que sabía hermanar la alegría con la decencia. Mis compañeros de viaje han recordado largo tiempo los encantos de Belén Arestiguieta y de sus hermanas Panchita, Rosa, Teresa. En cuanto a mí, hirióme singularmente la extrema semejanza de una de aquellas mujeres, Rafaelita Ermenegilda, con la condesa Julia de Polignac.

[s/f] Élite. 16



Ismael Enrique Arciniegas

En la agonía de una virgen caraqueña El alto poeta colombiano y antiguo huésped de Caracas, Ismael Enrique Arciniegas, acaba de publicar en Quito, donde ejerce con brillo la representación diplomática de su país, un hermoso tomo de versos, titulado “Antología Poética”, en cuyas páginas campean gallardamente los diversos matices líricos de Arciniegas. Hay, en este libro magnífico, dos composiciones del gran bardo colombiano, ligadas a un idilio caraqueño que tronchó la muerte en el año 1899, último del siglo XIX, verdadera centuria del romanticismo. Ellas son: el bellísimo poema alejandrino “Elegía”, que nos privamos de insertar por su extensión, y el hondo, el muy sentido poema de endecasílabos, “En la agonía”, que a seguidas publicamos con nuestro aplauso para el maestro en literatura y en diplomacia fraterna, verdaderamente bolivariana. – V.H.E. Desde media noche, aquel día 18


No terminaba de llover. Qué gris y honda melancolía La de ese triste amanecer! Dos lámparas agonizantes Daban luz vaga al corredor. Leves sombras, y en los semblantes Huellas de insomnio y dolor. Desde el patio se columbraba Oscura cerrazón sin fin. Bajo la lluvia se doblaba El jazminero del jardín. Sobre su lecho de caoba Se agitaba, y un fuerte olor De ácido fénico en la alcoba Aumentaba nuestro dolor. Su cabello en las almohadas, Inmóvil en su reposar, Fingía dos alas plegadas En blancas espumas del mar. Cual quietos remos en la ola Sus brazos dejaba caer, 19


Y un fulgor como de aureola Parecía en su frente arder. Entre la sombre y la tormenta, Del agua no cesaba el son… Cómo el dolor la lluvia aumenta Cuando está triste el corazón! De un crucifijo se veía A su lado la triste faz, Y ante él un cirio se extinguía Con chisporroteo tenaz. En torno de ella, flor ya mustia, Última luz de una ilusión, Las almas eran honda angustia, Los labios eran oración. Veintiún años!... Rosal florido Iba la muerte a deshojar… Y cayendo en aguas de olvido Ya su corona de azahar! Cuando el alba entre el aguacero En el alto cerro brilló, 20


Un gemido largo, el postrero, Sus labios por siempre cerró. En redor, sollozos ahogados… Vino a ella la eterna paz! Sus ojos estaban cerrados, Pero ellos veían ya más.

Ibídem, [s/f] 21



[s/n]

Las manos Automóviles gigantes que dejan un olor a prostíbulo, y no hay amor. Casas con quince ojos de mujer en las ventanas, y no hay amor. Las manos de los padres sobre los bastones, y no hay amor. Silencios absolutos sobre los mediodías, y no hay amor. Monedas jugando juegos de niños en las aceras, y no hay amor. Mujeres gordas sudando sus deseos en las camas, y no hay amor. Hombres jóvenes ahorcados en los postes, y no hay amor. Secretarias marchitas dobladas sobre los escritorios, y no hay amor. Italianos llorando su suerte en los retretes, y no hay amor. Seiscientos mil dioses en las puertas de las casas, y no hay amor. agujero de la ciudad yo he visto con mis ojos, y no hay Cada 23


amor. ยกCiudad construida con cemento y acero! ยกNo hay amor!

N. del ed.: fuente desconocida 24



Zoila del Fuego

La Vampiresa (Sinopsis dramática en floralia verbal)

El Azahar Apresúrate! Háblame! Contémplame! Admírame! Detállame! Acércateme! Codéame! Huéleme! Aspírame! Rózame! Tócame! Pálpame! Bésame! Quiéreme!

El clavel Adórame!

Acaríciame!

Arrúllame!

Despéiname! Cosquilléame!

Abrázame! Muérdeme! Chúpame! Manoséame! Estrújame! Húndeteme! Desespérame! Cánsame! Mujerízame!

La rosa Despliégame! Ensánchame! Perfúmame! Glorifícame! Absórbeme! Ájame! Deshójame! Marchítame! Deslúceme! Saboréame! Acábame! Mátame! Transfúndeme! Maternízame!

Fantoches. 2 de septiembre de 1928 26

La adelfa Despiértate! Desperézate! Anímate! Reintégrate! Hermoséame! Esplendízame! Aliméntame! Hártame! Desbarátame! Pulverízame! Quémame! (Neurótico! Inhábil! Pralítico!)

La margarita Espléndida! Magnífica! Mórbida! Balsámica! Romántica! Hiperestésica! Morfinómana! Alcohólica! Anhélanla! Búscanla! Hállanla! Gózanla! Prostíbulo! Hospitalízanla!



[s/n]

Desconocida Timbre. Me trajiste la música de sus palabras. Me trajiste una cita, - cita para resumir nuestras palabras - . Las palabras que salieron de ella redondas, como notas de guarura. Palabras que hicieron estación en mis manos, antes de arribar a mí, - puerto para sus anhelos - . Timbre. Trajiste las palabras escondidas en dulzura. Las que me traes todos los días, por la anticipación de otra palabra. Timbre. ¿Cuándo me traerás la palabras que yo ansío?

Voces desnudas: [s/n], 1932. 91 28



[s/n]

Poema de la aurora A una muchacha venezolana que viaja en ferrocarril

Ojeras que perfuman, a una aurora de marzo. Crespos que desgajan, telara単a de seda. Lunar que se desflora, en un labio de rosa.

Poemas cortos: [s/n], 1929. 11 30



Leoncio Martínez

Un poema a Blanca (fragmento) Ni aromas de la mística, azucena, -provocadores de oración extáticani fulgor de martirio, ni candidez de lirio, tenía tu carne, - plena, olorosa, simpática, fabricada ex profeso para el mordisco, la caricia y el beso. Como la pulpa de los pomagaces, a los dientes golosos incitaban tus pechos audaces; mas, no como en los flancos de montes majestuosos ese albor imponíase con líneas de escultura en tu infantil estatura: sin humos de señora parecías una gatita de Angora 32


acurrucada en su propia blancura. En horas de románticos empeños, mi cabeza sus febriles ensueños calmó, reclinándose en tan muelle felpudo;

Poesías: [s/n] , 1944. 45 33



[s/n]

Miss Sport Salud, muchacha nueva! Esbelta sobre tu esbelta sombra. Casquete blanco incendiado de rizos, brasa azul de ojos claros, brasa roja de labios, brasa oculta de senos, y el corazón‌ hecho cenizas. Tu paso es una hoguera de medias color carne. Tu saludo es un trÊmolo de llama. Y tu risa una espina que abre surcos al aire. 35


En el guante fogoso de tu cuerpo se escalofría tu alma.

Vísperas. Caracas: Litografía y tipografía del Comercio, 1933 36



Julián Padrón

“La polla”, belleza criolla de Caracas Por un momento me he quedado asomado a la ­galanura clásica de Oviedo y Baños:… “las mujeres son hermosas en recato y afables con señorío”… En el mismo párrafo unas cuantas frases que con la música de los periódicos se ­apoderan del oído. Pero entre todas, ninguna tan citada como la de las caraqueñas. Fue la Caracas de 1723 quien regaló al historiador esta flor llevada por sus mujeres. Y después que Oviedo sembró la historia de su elogio, las caraqueñas pimpollan perennemente en sus cuerpos la siempreviva del piropo. Hoy – 1932 – en el segundo centenario de la ­frase ­galante de Oviedo y desde el ángulo deportista que no tuvo el ­historiador, mi admiración por la mujer ­caraqueña – d­oscientas veces más hermosas de naturales encantos que los adivinados bajo los amplísimos trajes por los ojos ­discretos de pudor colonial - me arranca una locución ­inglesa ­sex-appeal, que quizás para el hispanoamericano su traduc38


ción castellana no exprese tan honestamente. La mujer americana realiza para el hombre del ­trópico, generalmente, el verdadero tipo de la hembra. De su c­ uerpo se desprende ese vaho ecuatorial que atiza en las venas ­varonas, ímpetus salvajes de bravíos connubios. La ­misma ­naturaleza, impregnada de polen, va fundiendo sus formas de hembra en la fragua de la temperatura, y los vientos y emanaciones portadores de la fecundación, suavizan la ­animalidad en el cálido maridaje del cuerpo y del espíritu femeninos. La caraqueña – variedad de la mujer tropical ­americana – es también expresión total de la hembra del continente: del sol desamparado tomó el grafito de los negros cabellos; de la cruda intemperie, el pecho firme, duro y piafante; las ­caderas poderosas y undívagas; y las piernas fuertes y ágiles; de la exuberancia, siempre lleva en la boca la ­contracción de chupar dulces mamones. De la estación sensual, la trémula morbidez de sus formas bajo corteza de canela. La civilización le ha echado encima, pieles de ­animales ­siberianos, sedas japonesas, medias transparentes ­color ­carne, calzados de piel de culebra o caimán sobre altos t­acones, más propios que de raso, guantes de cabritilla, ­sombreros de fieltro, cremas yodadas color de tango rouge y lápices ­artificiales. El cine la ha enseñado a posar de “estrella” de todas las magnitudes, desde la actitud de helado vampiro, a lo Greta 39


Garbo, o de esfinge apasionada que echa a andar a través del desierto en pos de su hombre, vampiro a lo Marlene Dietrich, hasta la actitud desenvuelta, y loca de la flapper efébica con corazón femenino, a lo Joan Crawford. Pero debajo de todos estos refinamientos el cuerpo de la caraqueña va libre y suelto. Y mantiene esta independencia y soltura tanto entre los atavíos más efímeros y exquisitos, inconsútiles déshabillés – como entre el hilo de esos ­vestidos blancos para el tennis, de donde se desborda su rigidez morena de hembra deportiva. Ninguno de estos refinamientos le ha parado ese galope que los senos y las caderas apuestan en la pista de las sedas. El líquido ensanchador de las pupilas y el lápiz al ­estilizar las pestañas y las cejas, agrandan también la llama del ­cuerpo quemándose en los ojos. Las ondulaciones mantienen en el pelo las sortijas que las caricias pondrán en los dedos de los hombres. Por eso todos los ciudadanos llevan en los labios ­encendidos piropos, que extienden como senda de flores ­rojas al paso de las caraqueñas. Estos piropos de los hombres de hoy revientan su ­candencia en las aceras de “Las Gradillas” pisoteados por el decoro de las féminas, como cundiamores rajados por el sol sobre la enredadera. Nadie en la ciudad trabajaría con tanto ardor si las caraqueñas no incendiaran la virilidad de los hombres. ­ 40


­ aracas sería una ciudad donde el cable siempre ­localizaría C una huelga general. Pero afortunadamente estas mujeres maravillosas, con encantadora feminidad y distinción van quemando el instinto con sus formas y apaciguándolo con su decorosa prestancia, como un cuerpo de bomberos que por práctica incendiaran y apagaran las pasiones. Los policías no trabajarán tan duro dirigiendo el ­tráfico en las esquinas. Esto no se debe al número de automóviles norteamericanos. Sino a esos deliciosos vehículos ­femeninos caraqueños que lo congestionan haciendo girar todas las ­flechas ciudadanas hacia el norte de sus brújulas. Y los ­conductores se van detrás de mujerío tocando las c­ ornetas y comiéndose las flechas. El aire que las envuelve se va volviendo bronce o m ­ ármol alrededor de sus cuerpos. Y a menudo la ciudad se llena de sirenas como brotadas de las fábricas, pero que nacen de sus cuerpos trémulos, al hacer vibrar el aire con las o­ ndulaciones carnales. Nadie va a seguir envolviendo el paquete, ni m ­ idiendo los metros de tela, ni echando las bebidas en los vasos, c­ uando pasan las mujeres criollas. Suceden por esto una cantidad de accidentes de trabajo que no registran nunca los diarios ni las agencias cablegráficas: el sastre que clavó el alfiler en el corazón de su cliente, 41


el correcto ciudadano que se para de manos en las aceras, el transeúnte que se tira detrás de un piropo a las ruedas de la choferesa, en la esquina de “La Torre”, Por todas estas interrupciones del tráfico caraqueño, Francisco Depons airado se venga de las mujeres de ­Caracas, en 1803. Y los europeos que traen sus relojes por el meridiano de Greenwich se sublevan cuando nos balanceamos, con ­nuestras hembras, en la hamaca de los trópicos, de Cáncer a Capricornio. Y nos critican la precisión de estos meridianos para cronometrizar nuestra hora característica: mañana. Que todo lo dejamos para mañana y que siempre llegamos a las citas media hora después. Claro, como que nuestro reloj de sol está puesto por el momento en que el meridiano hembra pasa por debajo del meridiano macho. Equinoccio. Sin embargo, el argot caraqueño no ha inventado ­todavía la palabra criolla para designar el tipo de la ­hembra ­caraqueña. En Cuba llaman a esa nativa muchacha “carne”; en ­México, “chamaca”; en Argentina, “china”; en ­Ecuador ­“huambra”, y “chulla”; en Chile, “cabra”. Pero el caraqueño no ha ­encontrado todavía el término criollo para ­universalizar el tipo de su hembra. Corresponden a la admiración ­numerosas ­denominaciones que no han logrado llegar al criollismo de la belleza criolla. Más se oye salir de los pechos y las b­ ocas de 42


los hombres la palabra “polla”, que bautiza con este nombre de ave, la trémula vibración de sus senos pájaros. Pero es que la mujer caraqueña no tiene un tipo fijo de belleza criolla. La hembra nuestra se presenta en ejemplares tan variados y con tantas maravillas femeninas, que parece cosa de encantamiento. La formidable mulata, la ­armoniosa india, la exquisita blanca, tipos corrientes de la hembra ­criolla, son rebeldes a un criterio único porque en ­presencia de las innumerables especies se pierden los términos de comparación y se agota el grado superlativo. Sobre estos cantos a la hembra caraqueña, compondré mis cantos enamorados a la mujer caraqueña, con versos a su feminidad, a su distinción y elegancia, a su ­temperamento ­exquisito, a su voz medulosa y sus ojos asombrados. ­Edificado en una de estas maravillosas estructuras humanas. Carne y espíritu. Compañera. Irremediablemente.

Élite. Septiembre de 1932 43



Eliseo López

Ana Pavlova Rompe la orquesta en vibración sonora cuando aparece su gentil figura. … Vaga cual libélula en la flora, vuela como la brisa en la espesura.

1. Es soneto 2. Eliseo murió en la Rotunda, pero le escribió un poema al ­gomecismo. 3. En el mismo número fotos y leyendas “La Pavlova en el ­Calvario”… “soñé diariamente ella sube a respirar las brisas del Ávila” 4. Otra foto: en traje de libélula. 5. También una foto del Guaire, donde se le ve estrecho, pero r­ odeado de matas: “en uno de sus aspectos llenos de poesía” Actualidades. Año I, N° 11. 18 de noviembre de 1917 45



Gonzalo Carnevali

El romance de la abeja Flor de mi barrio, obrerita que para vivir trabajas; abeja de una colmena donde se agestan tus alas, y donde la miel que forjas en otros labios se escancia y la cera que fabricas nunca te dará su llama --Sustituyes un monótono rumor de telas que pasan, y un ir y venir de aguja y un lento girar de máquina… --Los bolívares que ganas por mucho que los estimes, convéncete, no te alcanzan. 47


Hay que trabajar de noche y prolongar las veladas bordando para las otras los trajes que a ti te faltan.

(Menciona el cine, la tela de zaraza, la honradez, etc.) 1. En 1927 el tema obrero recae mayormente sobre la obreras, ­sector en que puede disimularse con caritativismo y conmiseración el planteamiento – difícil para entonces y demasiado novedoso para la poesía – proletario. Aludir a los obreros, en 1927, habría ­significado en un poeta progresista rebeldía. Ni la censura lo permitía, ni los daríos lo habrían publicado. 2. Incluso, parece preferible hablar de “obrerita” antes que de ­obrera. Esto le da al tema un carácter más terlicniano, de comunidad ­animal, en que las simpatías van hacia la abejita explotada frente a la ­abeja madre – sin duda la clase social poderosa – estereotipada en las “otras” que se ponen los trajes confeccionados por la “obrerita” en el proceso de creación de bienes de la sociedad mercantil. 3. Un elemento de rudeza expresiva, prosaico en su mensaje, los ­b olívares, dan noción del trabajo asalariado. El Heraldo. Año V, Mes VII, N° 1441. 26 de enero de 1927 48



Ruy De Lugo Viña

I Caracas épico Caracas: de tu escudo la nobleza un león simboliza los leones de que en las intrépidas legiones superaron del Cid toda proeza. Caracas: de tu cumbre en la grandeza flotan en apoteosis los pendones, que al desplegarse son cual corazones que adunan en Valor a la Belleza. Y así Caracas, grande por tu historia, cubierto por los lauros de la gloria tu escudo es cumbre, corazón, bandera, donde se irisa, en tricolor divino, el gualda regio, el rojo que libera 50


y el azul del ensueño mirandino.

II Caracas lírico Pero hay en ti, Caracas, el encanto de la urbe colonial; del señorío de las mansiones próceres; del río que cruza el valle murmurando un canto; y luego el dulce, el celestial arrobo de tertulias caseras do tranquilas las nietas sueñan que tejieron hilas y los bravos de Araure y Carabobo ¡Mujeres de Caracas! Las que fueron madres y hermanas, de los que murieron en la gesta estupenda de Bolívar, los que oraron de pie, de cara al cielo, y que, en las copas del más cruento acíbar, la miel lograron del mas gustado anhelo.

El Universal. N° 6661. 27 de noviembre de 1927 51



[s/n]

Elogio de la mecanógrafa Virgen moderna que el escritorio lo has transformado en un altar y es como un trono tu giratorio sillón de roble donde te pones a trabajar… ¿Dime qué escribes, dime qué expones frente al teclado de la Underwood?

Ibídem. 29 de diciembre de 1926. 53



Ismael Enrique Arciniegas

Flor del Guaire Morena cual las núbiles huríes del Profeta; hermosa como ensueño que vaga en los palmares, en tanto que la guzla solloza en los aduares y el ferso surge alado del alma del poeta; La noche en los cabellos; en la pupila inquieta la luz de donde hierven los soles a millares, así te miro, y eres cadencia en los cantares del bardo, y del artista color en la paleta. Sueños azules, plácidos, te halagan seductores; la Juventud destella sobre tu sien fulgores; te da el Amor sus rosas y la Virtud sus palmas. Brilla en tu cumbre. Encanta con tu gentil donaire, y sé en la vida siempre, radiosa flor del Guaire, Delicia de los ojos y encanto de las almas.

Poesías. Caracas: Tipografía El Cojo, 1987 55



Alfredo Arvelo Larriva

Mimosa ¡Capillita del Calvario! En calvario y en capilla estuve ayer en el atrio. Susurraban los bambúes cual si en ellos me fisgaran sutiles duendes gandules. En un anheloso atisbo, viendo el reló cada instante, así pasé medio siglo. Medio siglo en media hora. Desesperando, esperando. ¿Por qué tardabas, mimosa? Por mimosa, justamente. 57


Porque sabes que te aguardo con fervor, aunque no llegues. Llegas al fin, sonreída. Que la quietud de mi espera se traduce en tu sonrisa. Tus claros ojos oscuros, tus labios que están al rojo, en mi mal se dan su gusto. Y a mi dolido reproche subrayadas de sonrisa leves excusas le opones. Que si “Me encontré con Carmen…” Que si “Fui por San Francisco…” Resultas irreprochable. Y al cabo también resulta que del afán de mis nervios yo solo tengo la culpa. Me riñes: “¡Tan impaciente! Tu reló siempre adelanta, tu corazón lo precede”. 58


Luego me besas, mimosa‌ Acaso por travesura, para pintarme la boca.

Julio de 1925

Alas de murciĂŠlago. Caracas: Editorial Arte, 1966. 56-57 59




Ramón Carrera Obando

Canto a las mujeres de Caracas No canto por ti mujer hermosa que por los cuatro puntos cardinales perfumas a Caracas. Canto para la otra, la humilde, la sufrida, la de la esquina, de la mano estirada mientras pasan los ricos con la conciencia llena de negocios judíos, bajo este polvo gris que nos deja el progreso, y a este olor a papas petrolíferas y a pollos cebados con semillas de pino Canto a Dolores y a Epifanía, las que bajan las cuestas de Cotiza, con la cántara de agua sobre el moño torcido, enfermas de desvelo y de descuido Por la de la Veguita –poliomielítica— que soporta en sus carnes enfermas 62


este dolor del tráfico, sin que haya un caballero de autobús que le brinde el asiento, y transcurre tranquila bajo el sol africano de la ciudad coqueta, que se aliña y canta su poema de cabilla y cemento para el futuro abierto que da espera Para la flaca Petera, que todo el año espera su aumento de “a cuartillo” en la Textil, y por la joven madre que, corriendo tres cuadras, lleva del brazo al niño hasta la Escuela, con los ojos virados y el corazón sombrío, robándole a las ruedas del bus o la gandola la vida de su fruto de ternura. Por la “pobre” Teresa, frutera por herencia, a quien quitóle el puesto en el mercado la boca roja de una portuguesa. Canto por esa gente a quien no quiso Dios endulzar el pan de la existencia; en tanto llegue el día en que por las alturas la humildad también sueñe, 63


donde ahora la panza de la gula se ahíta. Ya he visto cómo el beso de Berta –cocinera— seca sobre los ojos del hijo el lagrimeo, por no llegar a tiempo a la cocina “chic” y perder el derecho al valdo cotidiano para el virgen estómago del chico del cortijo…. La setentona Juana, de las Brisas de Catia, que trabaja en el Valle, y se come la aurora a tragos largos, regresando en la noche a calentar la plancha para seguir la lucha. Por ella va mi canto manso como una oruga…

Tiesto aborigen. Caracas: Goya, 1958. 19 64



Jesús Sanoja Hernández

Comentario a “Canto a las mujeres de Caracas”, de Ramón Carrera Obando La mujer, de la concepción romántica de amor ­idealizado y pasiones tremendas, paso al libelo modernista, ­muñecas japonesas, elemento decorativo en jardines con lagos y ­ ­cisnes, misteriosas doncellas del piano. La vanguardia, que en Venezuela va a coincidir con el ­surgimiento del proletariado y con la coexistencia del artesano, tomará en préstamo atributos novedosos para ­ la mujer. Puede ser la mujer sport, vigorosa o ágil en las ­canchas de tennis, o la mujer pauperizada en los cerros y debajo de los puentes, en los barrios populares, o la mujer trabajadora. Generalmente la mujer gimástica, la flapper, la vamp, encarnará el ideal de la vanguardia, mientras la mujer pobre o la trabajadora derivarán hacia un desprendimiento de la vanguardia, la poesía social. Carrera Obando, ya traspuesta la era de la ­vanguardia, ­dedica en su “Canto a las Mujeres de Caracas” e­strofas prosadas, ­ sin brillo alguno, donde se mezcla el aliento 66


p­ edagógico con el afán de socorro, como si la poesía de golpe hubiese tomado conciencia de su spropósitos de ­beneficencia social. Carrera Obando, a quien debe ­anotársele el intento de escribir la novela del petróleo, se muestra ­sensiblemente ­inferior a sus “prosas poéticas” del año 29, publicadas en ­Élite. Este canto feminista, no femenino, y ­pretendidamente social, aparte de hacer un recuento de las barriadas ­caraqueñas – El Valle, Catia, Cotiza – pretende fijar figuras populares al estilo del costumbrismo de la ­época guzmancista: la c­ ocinera que trabaja en una cocina Wchiz (?), la sesentona que ha de trabajar en un sitio alejado de su hogar, la flaca Petra que trabaja en una textilera, y Dolores y Epifanía que deben bajar a buscar el agua, o aquella otra*

*N. del ed.: incompleto 67



Juan Liscano

Poema a la mujer que vive sobre el cemento Ni los gritos arañados de miedos civilizados, vestidos de catedrático o de lira arzobispal, ni los anteojos de rímel disimulando tu limpieza, ni los dedos inexorables señalando los patíbulos, ni el ritmo embrutecedor de los cines y de los automóviles pueden hacerte olvidar el hondo e inmemorial rumor de tu río de sangre, ¡nostálgica y solitaria mujer de las calles de cemento! Yo sé que poetas cobardes de brazos de serpentina desvaída y de palabras de cobre chillón cantan la blancura de sudario de tu cuerpo enyesado y la elegante mueca de cansancio que enarca tus cejas. que hombres invertidos Y sé 69


-zamuros de frac compartiendo el banquete de tu sexo­ condimentadote enseñan la manera de caber dentro de un teléfono y de amar con palabras hiperestésicas y gestos desfallecidos, sobre las lápidas de linóleum en los cementerios de los pisos altos. Y sé también que aves de mal agüero, desde su centro de tinieblas graznan y aúllan sobre ti lluvias de gritos amenazadores que azotan la mansa techumbre asustada de tu cuerpo pobre. Por eso en nombre de tu amor yo irrumpo en la quietud atormentada de tu olvido para decirte que te están asesinando el alma con cuchillos de principios y de fórmula, y que te están llenando el tierno vientre elástico con coronas de lirio que lloran angelitos muertos antes de nacer. II Has perdido el recuerdo de tu cuerpo. ¿Dónde está la claridad húmeda de tus deseos y la siempre viva llama de tu recóndita divinidad de labios gruesos y sensitivos y pechos inflamados? Yo te hablo con todas las fibras heridas por tu suplicio. Te robaron la dignidad de tu cuerpo 70


y ahora lo hacen girar, con musiquita de reloj sobre una mesa de copas finas llenas de cocteles naranjos. Sirve para tapar las fugas indignas y explicar las angustias turbias y engalanar las solapas de los que suelen exhibirse. Más allá de tus agonías husmean las yeguas las grupas de los caballos temblorosos las piernas y el sexo. Y tú, sobre las mesitas llenas de falsa intimidad deshojas tu flor entre vahos de humo azul y de alcohol. Gritos oscuros de caras desgarradas y dientes desnudos muerden tus sábanas de encaje y de hilo; tus ramos de azahares destilan perfumes rojos y bajo tu falda de novia arden y agonizan preguntas solitarias. ¿Dónde está tu cuerpo escondido a la luz? Hubo pasos penetrantes y conquistadores que al vibrar en el umbral de tu herida te hicieron buscarla con manos ávidas; pero de un cielo olvidado bajaron dos palomos negros y sentimentales que con palabras dulces te cosieron lentamente la herida de vida 71


y te amarraron las manos con trenzas de sortijas de platino. Yo estoy aquí, de pie, en tu soledad, preguntándote por el ritmo milenario de tu cintura abierta. Mil caminos quebrados sembrados de interrogaciones conducen al hijo hasta el umbral de la calle ruidosa. Y es toda una historia de pájaro preso en un grito muerto la llegada – inesperada- del que ocupará una cuna antiséptica pedida a los Estados Unidos y el cuarto sin significado entre todos los cuartos desolados de no estar metidos en el calor de dos cuerpos. III Sobre los cuerpos domesticados, cilicados, rebeldes, cobardes, nuevos, mordidos, enarcados, suplicantes, se desploman los rascacielos tiesos y duros, y las cruces de cemento, y los ángulos puntiagudos, y los tubos, las astas, los postes, los rieles verticalizados de los trenes y de los tranvías, y las chimeneas cilíndricas de los transatlánticos y de las fábricas, y las calles trepando imposiblemente hacia el sol, y las avenidas con paraguas y gentes sin rostro, y los hombres, los hombres, los hombres, sin tamaño, ciegos, mudos, mancos, paralíticos. Mujeres, boca arriba, reciben el tumulto gritando sus recuerdos oscuros de ríos fecundos 72


y sus anhelos frustrados de amor y de maternidad, y los tiernos cuerpos ausentes, desgarrando los vientres, y el dolor de las caricias completas, que no han sido. El cuerpo arrastrado por caminos empedrados, sube, a borbotones, hasta el alma para aullar su infinita tristeza y su suplicio civilizado. ¿Dónde está el umbrío rincón cálido de carne aplacadora? ¿Y el fuerte tórax cernido sobre la conciencia, como una sombra ancha dulce donde naufragar? ¿Y las piernas poderosas del cazador que atraviesa los barrancos de un salto? ¿Y la voz viril que cubre la angustia de las grandes perspectivas desoladas? Mujeres solas, limadas por las intemperies, pulidas por el cepillo de fibras metálicas de las lunas radiadas están sobre las calles de cemento, errando, con los senos arrancados y el cuerpo desnudo, cortado por los cuchillos helados del viento, gimiendo un miedo de cavernas antiguas por un marido de sangre que fuera su hombre.

¡Ah, si no hubiera un inagotable recuerdo de plenitudes 73


rebotando sobre los muros de tu cárcel de intelecto! ¡Si no estuviera de pie el viejo Dios verde de los ríos profundos, golpeando tu vientre gastado de tanto esperar! Quizá pudieras vagar con quietud por las avenidas de cemento, nostálgica mujer…

8 Poemas. Caracas: Impresores Unidos, 1939. 17-20 74






Ildemaro Urdaneta

Las obreritas ¿Quiénes son aquéllas de lánguidos talles, grupos de doncellas humildes y bellas que animan las calles al amanecer? ...Son las obreritas que van al taller… ¡Las pobres obreras! Tras las modistillas y las costureras, grupos de chiquillas pasan en cuadrillas a las cigarreras del país; casas 79


Rubias sin herencia, morenas formales, van – bajo los chales limpia su conciencia – tristes o joviales al telar fabril; Niñas de ojos tiernos y senos tempranos, así en los inviernos como en los veranos miden con sus manos la honrada labor, en los nacionales 1. Comparar con los argentinos, Portogalo. 2. Con Ruiz Pineda, Gonzalo Carnevali, ectétera 3. Con Emiliano Hernández 1918 -- El feminismo nacional avanza a paso lento. La obrera caraqueña es tan sobria como la inglesa. Virginia Pereira Álvarez triunfa en el Norte y Elena Piñera en Bellas Artes. -- “A la hora del alba, nerviosas por la sensación del frío matutino ­pasan, al taller de kodas, a la fábrica, al almacén, a la librería; p­ asan... ...menudas, ágiles, con la inquietud de la puntualidad…” retorno, que un cronista estilo Pérez Escrich llamaría “dulces -- El abejas que regresan a la colmena de los afectos íntimos”. 80


bancos comerciales o tras los cristales de algún mostrador

-- Es movimiento que no obedece a la moda. Pero nuestras mujeres no son cowboys como las yanquis. Ni aviadoras, ni apóstoles de teosofía, ni aspiran a un puesto en la Municipalidad o el Congreso. -- Ver artículo 1934. Campanas que vibran. Caracas: Litografía y Tipografía Vargas, 1925. 35-39 81



Elías Calixto Pompa

Mis dos cárceles I En esta cárcel sombría Sin dichas halagadoras, Ay, cómo pasan las horas! Ay, cómo el tiempo se va! A cada instante una injuria, A cada paso un abrojo, En cada puerta un cerrojo Negro, como mi pesar, Rudo y fiero Carcelero, Vuélveme la libertad! II En la cárcel de tu alma 83


Por mí solo conocida, Qué dulce corre la vida, Celia, sin dolor ni afán: A cada paso un ensueño, Un placer a cada instante, En cada puerta un diamante, En cada sitio un altar. Lisonjera Carcelera, No me libertes jamás!

Cárcel pública,1876

Versos de K. Listo. Guatire: Editora Gema, 1965. 15 84



J.M. Hurtado Machado

Oh, Sultana! Esta mañana, oh Sultana! Te miré en San Bernardino. Eras un ángel divino, Oh Sultana, esta mañana. Y desde entonces, de hinojos, tengo ante ti el pensamiento, que no se aparta un momento de tus bellísimos ojos. ¡Si esos ojos, por ventura, Benévolos, ay! me vieran, Cuán dichosos no me hicieran esos ojos de luz pura. Yo soy tu esclavo, Sultana, mi alma por ti suspira, 86


deja que cante mi lira tu belleza soberana.

1. Alusión a San Bernardino. Team béisbol. 2. Tono de pasodoble La lira. Año V, Mes II, N° 173. 12 de diciembre de 1908 87



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