I CERTAMEN DE POESÍA Y RELATO. Asociación Amigos de Almenar.

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RELATO Pedro Sanz Remiro (1er premio)

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Carmen Carramiñana

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Gerardo Navarro Sanz

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Clara Cucalón

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Basi Hernández Mugarza

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Juan Almuzara Cucalón

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Ezequiel Hernández Lallana

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HABÍA UNA VEZ UN RÍO

¿Pero dónde está el río que pasaba por tu pueblo?, me preguntaba hace un tiempo un primo que, de paso por Almenar, se detuvo a rememorar sus vivencias conmigo cuando, en la década de los cincuenta del pasado siglo, venía a verme. - Pues que ya no pasa, le dije con pena y añoranza. En los días que estuvimos juntos, el río y la bicicleta nos ocupaban todo el tiempo. En aquél pescábamos cangrejos, peces y ranas, nos bañábamos “encoritates”, le tirábamos al “bislai” piedras planas para ver quien lograba el mayor número de botes por su superficie antes de hundirse o piedras gordas para romper el hielo en invierno o patinando por su cauce helado “esbarizándonos” y dándonos costaladas. No tenía nombre. En un mapa militar antiguo figura como el Arroyo de las Albercas, pero nunca, que yo oyera, se le llamaba así en Almenar; se le referenciaba siempre, en general, como “el río”, o por el nombre de sitios concretos: “ Abrevadero”, “ Cogedero”, “Rioviejo”, “Carragomara”, “el Vadillo”, “la Balsa” … En Las Fuentes, al lado del Campo Agropecuario, con el concurso de varios manantiales nace el que fue río de nuestras aventuras. Las aguas que allí manan se decía venían del Moncayo. Al poco, el curso del recién nacido quedaba detenido en La Balsa, un lugar de escalofrío para los niños: “Si te metes puedes caer en un pozo sin fondo del que no podrás salir nunca” decían nuestros padres. Más efectiva que la prohibición, que siempre incita a transgredir más que a acatar, era la frialdad del agua la que frustraba el más intrépido de los intentos. La Balsa era una pequeña presa que regulaba el caudal del río y acumulaba agua que permitía, abriendo compuertas, mover el molino de grano que había a continuación. Superado el molino, el cauce discurría por El Vadillo, donde su principal protagonismo era el riego de los huertos. Entraba en el pueblo tras dejar a su 2


derecha El Terrero, un humedal lleno de aneas y ranas con unas aguas extrañamente marrones y un pegajoso “cenaco”. En El Terrero se elaboraban los adobes, mezcla de barro y paja, que se empleaban en la construcción de las casas, chozos y pajares. Allí se iniciaba el tramo urbano del río. A la altura de las Escuelas y previo al cruce de la carretera de Soria-Calatayud, estaba el “Cogedero” donde los almenarenses, antes de tener la fuente, cogían el agua para su consumo y limpieza. Tras el puente, el cauce se ensanchaba y era fácilmente accesible. Una buena parte de la orilla con losas de cemento para facilitar el lavado de la ropa. A continuación el “Abrevadero” donde, también antes de la fuente y sus pilones, bebían las caballerías y el ganado. En este lugar, en los tiempos que nos ocupan, se llevaban las manadas de patos a que se remojaran. Era el área de servicios de Almenar. A partir de aquí el río se estrechaba de nuevo, “Rioviejo” llamaban a este tramo. Allí un puente, La Portilla, daba acceso a las fincas de la otra orilla y también había una zona de losas de piedra, para lavar. Al poco de pasar el Matadero daba un giro de noventa grados a su izquierda y tras dejar las ruinas de un segundo molino se unía al arroyo de La Lonce, para todo recto, dirigirse por “Carragomara”, a rendir sus aguas al Río Rituerto en La Dehesa. Así era el río que yo conocí y disfrute. Por tanto las aguas de este río, en sus buenos tiempos, movían molinos, regaban los huertos, en él abrevaban las caballerías, las mujeres lavaban la ropa y la lana de los colchones y limpiaban los “menudos” en las matanzas. El río daba un importante servicio a Almenar, por eso, el Ayuntamiento periódicamente convocaba azofra para la limpieza y saneamiento de su cauce. Era un río lleno de vida. Sus aguas eran limpias y cristalinas, repleto de berrazas, lentejas de agua y aneas y en sus orillas juncos y lirios en primavera. En sus aguas vivían barbos y bermejuelas, cangrejos, culebras de agua que cuando mudaban su piel dejaban la “camisa” entre las hierbas del ribazo, también ranas, sapos y salamandras y entre las aneas anidaban las asustadizas pollas de agua. En los ribazos, madrigueras de topos y erizos. Su ribera flanqueada de chopos, álamos, mimbreras, rosales silvestres de los que comíamos sus tiernos pámpanos y sus frutos: los “escarambujos”, que también llamábamos “pica o tapaculos”. Algunos saucos con sus racimos de flores blancas, y endrinos con sus frutos agridulces de color azul violeta y muchas, muchas zarzas, que se cobraban su tributo en pinchazos y arañazos y más de un siete en los pantalones cuando, en otoño, recolectabas sus sabrosas moras. Pero los manantiales han menguando, se edificó un lavadero público, desaparecieron las caballerías, emigramos muchos, se puso el agua corriente en las casas, se abandonó el cultivo de los huertos y se obvió el mantenimiento y limpieza del cauce, ahora lleno de maleza y árboles caídos. El río se desagua por 3


filtraciones, resquicios y antiguas tajaderas. Han desparecido las ranas, cangrejos y peces y en consecuencia sus depredadores. Ahora es un río sin vida y buena parte sin agua. Por salubridad se decidió entubarlo en su paso por el pueblo. El río de mi pueblo está desapareciendo víctima del progreso… ¿Progreso? Lo recuerdo con nostalgia y me apena verlo así. Pedro Sanz Remiro Primer Premio

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RECUERDOS DE ALMENAR Este relato en realidad no es mío, es prestado. Lo he cogido de la mente y de los recuerdos de mi abuelo, yo solo le cedo mis manos y mis letras para traer del maldito olvido a la persona que un día fue. La edad juega a veces malas pasadas, otras veces te permite rejuvenecer, este es su caso muchos días. Incapaz de recordar lo que ha comido hoy o quien somos algunos de sus nietos, le regala la posibilidad de revivir su juventud y madurez en Almenar. En cuanto nos despistamos intenta escaparse para ir al juego pelota a ver a los hombres jugar, para irse a la sociedad a echar la partida con su buen amigo Paco Garcés o la Plaza los toros a ver a las mujeres a jugar a los bolos delante de la casa del Jesús y la Crescencia. Sus manos no están cansadas aunque su mente sí, por eso insiste e insiste, a pesar de sus 92 años, en bajar a su huerto, que como él dice "parece que no tiene dueño" y por el camino pararse a charlar con el Santiago y saludar al Carmelo y de vuelta sentarse a la sombra de un árbol, en el banco de las escuelas, con el Moreno y el Maján a ver los coches pasar. Difícil hacerle entender que muchos de ellos ya no están entre nosotros, porque su mente anclada en el pasado, le hace creer que estuvo con ellos ayer. Siempre nos pregunta de quién son esos chicos, porque en Almenar, como en todos los pueblos, todos somos de alguien, somos del Adolfo o de la Blanquita o del Barbero, o Cucalón, o de los vascos... Algunas tardes de verano, cuando el sol se pone por la Ermita, nos hace acompañarle por la calle Real a ver las casas que están abiertas y con su lento caminar el trayecto se convierte en un peregrinaje en el que una descubre que todos los escudos de las casas son muy parecidos, casi iguales. En el paseo hasta el castillo le repito una y otra vez que ya no hay hombres jugando a la pelota, que casi todos los de su generación ya no están entre nosotros, que no queda mucha gente echando la partida... que hace más de 40 años que ya no ayuda a matar cochinos a mi bisabuelo Doroteo ni pasa un riachuelo por delante del matadero al lado de las piscinas. Eso sí, cada vez que bajamos al lavadero las mujeres, sentadas al fresco en un banco, le saludan como si no le hubieran visto ayer, y nos acercamos a la vieja noguera que hay en la esquina del campo de futbol a cuyos pies mi bisabuelo preparaba patatas asadas a mi madre cuando volvían de la remolacha. Con sus relatos ha grabado en mi mente sus recuerdos de Almenar para que no olvidemos a sus gentes, sus calles, sus sitios, su esencia. Carmen Carramiñana

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CHOCOLATERO I Para comenzar este Relato ficticio y ambientado en la Localidad de Almenar, nos tenemos que trasladar a una tarde Otoñal, concretamente al 18 de Octubre de 1953. Ese día Manuel Martínez con tan sólo ocho años de edad (nuestro personaje) esperaba en la calle Real, junto a sus hermanas mayores el nacimiento de un nuevo miembro dentro de su seno familiar, pero el semblante desencajado de Ramiro (Padre), los nubarrones negros y las carreras de las vecinas no hacían presagiar un parto normal. A Pilar (Parturienta), se le había adelantado la fecha rompiendo aguas un mes antes de lo reglamentario, y el niño, aunque venia en posición correcta, llevaba el cordón umbilical rodeándole el cuello y esto dificultaba el trabajo de la inexperta comadrona, haciendo un parto complicado y traumático. El resultado fue nefasto, murió la madre, y el niño estuvo a punto de fallecer, a Roberto (bebé) el parto le dejó secuelas sufriendo una acusada discapacidad intelectual, el padre acabo sumido en una profunda depresión y murió a los 3 años de la muerte de su mujer. Las hermanas se casaron jóvenes y se marcharon una a Soria, y, la otra a Zaragoza. Esta triste situación hizo que Manuel con apenas 12 años de edad madurara a marchas forzadas, haciéndose cargo de su hermano. Trabajaba en el campo, y el poco tiempo que le quedaba consumía su frustración golpeando una pelota en una vieja pared que se encontraba en la parte trasera de su casa. Roberto era rubio de ojos azules, como hemos dicho era un niño más lento que los demás niños de su edad, pero, emanaba gran dulzura y todo el pueblo se volcó con Manuel en las tareas propias de la educación del pequeño Roberto. Al contrario, Manuel, era moreno de pelo rizado, nariz aguileña, complexión media y bien musculado. Los dos eran bien plantados y ya en la adolescencia Manuel levantaba gran expectación en las chicas del lugar, mantuvo relaciones con varias mozas pero su grado de compromiso con ellas era limitado, quizá fuera por su situación familiar o porque no le gustaban lo suficiente, la cuestión es que pasaba la vida de una manera sencilla, perfectamente adaptado a su coyuntura social y al pueblo. Almenar en los años 50 y 60, tenía mucha tradición de pelota mano y los domingos se organizaban partidos en el viejo frontón de la plaza. Pero Manuel contaba con 16 años y los mozos del pueblo lo consideraban joven, y no jugaba mucho con ellos, solo cuando a alguien le faltaba pareja y esto ocurría muy poco. Era por ello de la ignorancia del pueblo sobre sus dotes manomanistas. 6


22 de Mayo de 1961, Fiestas del Cautivo, día grande en Almenar, tras la comida popular se preparaba un gran partido de Pelota Mano, la pareja más fuerte de la localidad había retado a la pareja de moda en la provincia de Soria, eran de Covaleda y respetados dentro de su ambiente. La expectación era máxima y las apuestas cuantiosas, los de Covaleda lucían la cinta roja, mientras que los locales llevaban la azul, partido a 21, y la chapa se decantó para los azules. Comienza el partido y la superioridad de la pareja visitante se marcó desde el principio, las apuestas estaban bastante equilibradas. Primer punto para los locales y los cinco siguientes a los rojos, siguió el partido, cuando el marcador informaba 3 a 9 para los de Covaleda la mala suerte se cebó con los de Almenar, uno de ellos se torció el tobillo, produciéndole un esguince, y se paró el partido. Revuelo y confusión en el graderío, Jacinto (Jugador lesionado) sintió un dolor muy agudo en el tobillo y al quitarse la zapatilla todos pudieron ver el fuerte hinchazón con derrame incluido que sufría. Estaba claro, no podía continuar. Elías (jugador local) tenía un fuerte carácter y no le gustaba perder, aunque este incidente le favorecía, ya que la superioridad de la pareja visitante era abismal y bueno, era una manera de acabar con la tortura a la que los de Covaleda les estaban sometiendo dentro de su Feudo. Pero el público mayoritariamente local fruto del pacharán, coñac, anís, etc. se empeñó en conseguir un sustituto para Jacinto, pero casi todos los mozos estaban bajo los efectos alcohol y a los pocos que quedaban serenos no hubo forma de convencerles para que jugaran, las razones que ponían eran más que comprensibles, no se atrevían con los de Pinares y menos aun teniendo que asumir ese mal resultado. El partido estaba a punto de suspenderse llevándose el triunfo los de la cinta Roja, cuando el boticario del lugar propuso a nuestro protagonista, para sustituir al maltrecho Jacinto. -¡Creedme!, lo he visto jugar detrás de su casa y alguna vez con vosotros. Está claro que el partido está perdido, he apostado 200 pesetas para los de Covaleda y no tengo ninguna gana de perder lo que ya he ganado, pero estamos en fiestas y si Manuel quiere, podremos acabar el partido. Hacedme caso, que el chaval sustituya a Jacinto, y ya está. (Dijo de una manera sería y sentando catedra). La solemnidad de esas palabras junto al ambiente festivo del pueblo, hizo que todo el mundo estuviera de acuerdo, incluso nuestro protagonista, que despojándose de su timidez, saltó a calentar al frontón sin perder un segundo. La expectación en los hombres disminuyó, pero, la voz se corrió a la plaza de toros donde las mujeres jugaban a los bolos. Como Manuel y su hermano eran 7


muy queridos dentro del pueblo, las mujeres no dudaron en posponer su tradicional Campeonato, y, se fueron sumando a los hombres en el graderío del viejo Frontón. A medida que las mujeres subían al Juego de Pelota, obsequiaban a nuestro nuevo Pelotari vitoreando cariñosas palabras de ánimo, y, algunas chicas de su edad aprovechaban la coyuntura para cucarle el ojo, nuestro protagonista ya vestido de blanco y luciendo la cinta azul les devolvía una sonrisa cómplice y agradecida. 35 minutos más tarde del percance, se retoma el partido con el marcador de 3 a 9 para la pareja visitante, Manuel ocupa la delantera con un Elías resignado y con ganas de acabar el partido. Sacan los de Covaleda y se suman un punto, 3 a 10. A partir de este momento es cuando nuestro adolescente de pelo rizado viendo la disposición de su compañero toma las riendas del partido asumiendo toda la responsabilidad, y arriesgando en cada punto, sin duda, es su día, trata de tú a tú a los de Pinares y les hace moverse más de lo que estaban acostumbrados, haciendo dejadas, obligando al Zaguero a subir hacia la pared para socorrer a su compañero, mandando la pelota atrás cuando los rivales se encontraban totalmente descolocados, y así, la proporción en el marcador fue de cada punto que hacían los visitantes los locales sumaban tres. 6 – 11, 9 – 12, 12 – 13. El graderío vibraba, el farmacéutico se arrepentía de su propuesta viendo peligrar sus 200 pesetas, las mujeres del pueblo se emocionaban viendo a ese chaval al que muchas lo consideraban como su propio hijo, los hombres se quedaron boquiabiertos y no daban crédito de lo que el joven Manuel les estaba regalando, las muchachas suspiraban y solo tenían ojos para nuestro protagonista que sudaba y se crecía dentro de la cancha haciéndose dueño y señor del partido. Los de la cinta roja se desesperaban jurando y maldiciendo cada vez que perdían un punto, Manuel había logrado sacarles de quicio. Y de esta manera los marcadores se igualaron a 20, increíble pero cierto. Empate a 20, el marcador obliga a una diferencia de dos puntos para el vencedor. Saca Manuel, silencio en la grada, los puros y cigarrillos se consumían a doble velocidad, el público mantenía la respiración, tensión mucha tensión en el ambiente. Comienza el punto, prudencia por ambas parejas a la hora de tomar la iniciativa, pero Manuel está en racha y se anima a matar la bola, y… Chapa, punto para los visitantes. 20 -21, Sacan los de Pinares, el ambiente permanece igual, todo el público está concentrado, y, hasta los que habían apostado por los visitantes estaban de lado de nuestro protagonista, daba igual quien ganara. Inician el punto los Rojos y Elías devuelve mal la pelota, 20 -22 punto y partido para los de Covaleda. 8


Justo en ese momento Todo el mundo se abalanzó sobre Manuel, felicitándolo, abrazándolo y subiéndolo a corderetas, fue un partido Épico, una gran Gesta, ¡Fue Fantástico! A la semana siguiente cuando Manuel volvía del trabajo, un hombre le aguardaba en la puerta de su casa, éste se presentó y mantuvieron esta breve conversación; -Hola ¿eres Manuel Martínez? - Sí, ¿y usted? (respondió con tono de sorpresa) -Me presento, soy José Luis, y presido la asociación de Pelotaris de Duruelo, también formo parte de la Junta de la Federación Nacional de Pelota Mano. - Ah, pues, usted dirá - Me he enterado del partido de pelota de la semana pasada, y, vengo a ficharte para hacer de ti un jugador profesional. -Aaaaah, vale, vale. (musitaba Manuel, cauto y con cara de incredulidad, la misma que ponemos cuando detectamos que nos están gastando una broma) -¡Jejeje!, (reía aquel hombre viendo la reacción de nuestro personaje) ya veo que no entiendes nada de lo que te estoy diciendo. -La verdad es que no mucho (respondió manteniendo el mismo rictus) -Bueno pues poco a poco (expiro de forma ruidosa intentando que Manuel se relajara y así conseguir un dialogo más distendido y amistoso), lo primero que vamos a hacer es buscarte un nombre con gancho, un apodo con el que te darás a conocer dentro de este mundo. No sé, estaría bien utilizar algo que tenga relación con esta parte de la provincia. Manuel, ¿cómo se os conoce por aquí a los de Almenar? - No sé (Dijo manteniendo una expresión de fuera de juego) por aquí en el Campo de Gómara nos llaman Chocolateros. - Chocolateros (repitió sonriendo mientras lo miraba de soslayo) no suena mal, es bastante original. Ya lo tengo (exclamó) te llamaras “Chocolatero Primero”. Y así, fue como Chocolatero I, entro dentro de los circuitos profesionales de Pelota Mano, recorriendo numerosos frontones de las provincias de Soria, La Rioja, Navarra, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa. Se forjó un nombre dentro de los mejores manomanistas de la década de los 60 y principios de los 70, dio numerosas tardes de gloria en el Labrit (Frontón Pamplonica considerado La Meca de este deporte) batiéndose el cobre con los jugadores más punteros de la época. Si se visita el Bar Labrit (junto al Frontón) se puede contemplar en una de las múltiples instantáneas que decoran el bar a Chocolatero I en acción.

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Los habitantes de Almenar que disfrutaron de ese partido nunca olvidarán aquella tarde del Cautivo, en que el joven Manuel Martínez se convirtió en “CHOCOLATERO I”. Gerardo Navarro Sanz

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ALMENAR A todos nos han roto el corazón en Almenar. Venga va, que sí, no me miréis así. Reunidos en el pequeño cuarto de estar en una tarde de tormenta, de esas que hacen desprenderse el olor a madera de las escaleras viejas por toda la casa y que obligan a recolectar candelabros y velas porque ha habido apagón –por si Almenar en un día soleado no fuera suficientemente de película-, les explicaba a mis seis primos, de veintitantos como yo, mi teoría sobre este pueblo forjada a base de años de concienzuda reflexión en el coche el día de vuelta a la ciudad tras las vacaciones de verano –extraoficialmente establecido el 17 de agosto-. La casa de tres plantas en cuyo comedor un día había funcionado la consulta médica de nuestro bisabuelo era, cincuenta años después, nuestra casa de Almenar, en la que religiosamente –y no lo digo por la estatuilla luminosa de la Virgen que preside la escalera- hemos coincidido todos los veranos desde que podemos recordar. La casa de Almenar ha sido el punto de encuentro por excelencia de tíos y primos y sobrinos y perros a lo largo de nuestros veintitantos agostos, el mes de las fiestas de la Virgen de Lallana, que ninguno nos queríamos perder. Cualquier veraneante de pro está convencido de que su pueblo de veraneo es el mejor y se frustra cuando trata de convencer a sus amigos de la ciudad de lo especial, único y hasta mágico que es su pueblo –“envidiadme todos”-. A nosotros, por supuesto, también nos pasaba, y por eso el hecho de juntarnos todos en el salón a hablar de las maravillas de Almenar en un ritual de autocomplacencia compartida era cuanto menos catártico. Nos entendíamos. Y aquella tarde de fondo llovía con fuerza, relampagueaba al otro lado de las desvencijadas ventanas de madera, las velas proyectaban tétricas sombras de candelabro antiguo en las paredes y los seis primos nos hinchábamos de orgullo al constatar que sí, que el nuestro es un pueblo de película y nadie nunca será tan guay como nosotros. Enid Blyton hubiera tenido un filón de haber conocido nuestra historia. Además El Castillo daba mucho juego. El Castillo, así con mayúsculas iniciales porque claramente el castillo donde nació Leonor, la primera esposa de Machado, no es un castillo cualquiera, era el símbolo almenariense por excelencia. Hay localidades cuyo símbolo es una cosa pequeña e irrisoria (el torico en Teruel, la estatua de San Fermín en Pamplona), pero aquí éramos más como en Zaragoza y su basílica del Pilar: los símbolos, a lo grande. El Castillo es lo primero que se ve desde la carretera nacional. Sus almenas a lo lejos son el primer indicador de que ya, ponte nervioso ya porque estás llegando a Almenar. Luego ves las escuelas, la fuente -El Pilón para los paisanos-, la iglesia y nuestra casa de fachada blanca y persianas rojas. Ya está. Hemos llegado. Esos nervios pre-llegada los conocemos tan bien que cuando uno de nosotros empieza a contar la reiterada historieta de “y cuando vas en el coche y ves el castillo a lo lejos…”, un rápido intercambio de miradas cómplices nos hace 11


constatar que es una cosa bien sabida y compartida los nervios en el estómago y el ¿cómo será este año?, ¿habrá cambiado la gente?, ¿puedo presentarme en la plaza con estas pintas de coche o mejor me ducho y me cambio para dar buena impresión? Porque Almenar también es la heterogénea cuadrilla de amigos que hemos ido formando veraneantes y autóctonos a lo largo de los años; gente de un amplio espectro de edades, procedencias y formas de ser con quienes sin embargo tienes una conexión inexplicable… a la que no tardas en encontrar explicación. Campos castellanos repletos de girasoles, excursiones en bici a los pueblos vecinos, atardeceres rosas subidos a las alpacas, secretos compartidos en la báscula, descifrar constelaciones tirados en un cruce de caminos, charlas de chicas en el césped de la ermita, botellones en el parque, guitarreo en los terrizos, historias de miedo en las escuelas, asaltos a las piscinas de madrugada, besos furtivos en los lavaderos, cabañas de palos en la dehesa, barbacoas en El Castillo, chapuzones a traición en El Pilón, pasodobles inexpertos al son de orquestas de pueblo… Todo esto está en la memoria colectiva de cada uno de nosotros. Seas soriano, vasco, catalán, navarro o aragonés. Todos hemos visto la misma luna llena gigante bajo las perseidas la noche de San Lorenzo. Todo esto es experiencia compartida y sentirse parte de algo de una forma tan fuerte que la cuadrilla más dispar es a la vez la más unida. A todos nos han roto el corazón en Almenar. Se nos ha roto en cada amor de verano interrumpido, en cada discusión que ha separado a la cuadrilla, en cada ranchera mexicana que hemos bailado con cada amigo lejano la última noche. Se nos rompe cada año en cada despedida. Todos hemos crecido y madurado en Almenar, con cada experiencia allí nos hemos hecho un poco más nosotros. Porque yo soy un poco de la gente que quiero y un poco de los lugares que me han atrapado para siempre. Y por eso todos nosotros somos un poco Almenar. Clara Cucalón

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MARCHARSE YA… Frente a ella quedaba su casa. Su casa… la que guardaba entre sus viejas paredes los recuerdos de toda su vida. Aquella mañana lo había mirado todo como si fuese la última vez. Las huellas oscuras en la pared… las fotografías de las bodas de sus hijos, su vieja cama que había ACOGIDO su felicidad y su tristeza durante tantos años… ¡Cuántas noches mirando el techo de la habitación! Preocupada por tantos problemas y a la vez ensoñando con el día siguiente con la esperanza de un nuevo amanecer. Marcharse ya… Todavía sentía en su mano el contacto de la vieja llave. La que durante años había estado en los bolsillos de toda su ropa. La que abría la puerta de tantas caricias, de tantos cuidados dados y recibidos, de tanto eco de palabras dichas. Marcharse ya… Le decían que tenía que irse ya. Que no podía vivir sola, que cualquier día pasaría cualquier cosa, que estaba demasiado torpe para encender el fuego, demasiado torpe para subir y bajar las escaleras, que la soledad pesaba mucho… ¡Dios mío, sola!, pero si cada pared le hablaba, si cada mueble le contaba cien historias, si cada baldosa que pisaba le recordaba algo… Marcharse ya… ¡Ya! ¿A quién podría explicar su dolor? En qué hombro podría apoyarse para no sentirse tan angustiada, para recorrer los pocos metros que había hasta el autobús con dignidad y no desfallecer. No ponerse a gritar que la dejaran allí, en cualquier lado, con cualquier persona, pero allí… Era demasiado vieja para percibir nuevos olores, para contar viejas confidencias a gentes nuevas, para pisar nuevos caminos. Demasiado vieja para casi todo menos para marcharse de allí… ¡Su pueblo! Las campanas de la iglesia empezaron a tocar y por un momento Adela paró sus pensamientos. ¿Por qué sonaban? De pronto, el repique del campanillo le sobresaltó. Estaba acostumbrada a ese sonido. El campanillo se deja oír muchas veces; avisa si la misa toca en la iglesia o en la ermita ese día, también a media tarde, los viernes, para que la gente vaya a confesar. El campanillo es un sonido suave, que puede llegar a ser estridente según la fuerza de su repique. El que sobresaltó a Adela fue el bravo, el fuerte, el de aviso. Adela sabía que solo tocaba así por dos cosas: si hay fuego y si alguien ha desaparecido y hay que salir a buscarlo. Adela empezó a entender por qué nadie había salido a despedirle, por qué nadie le había dado un beso e intentado darle ánimos y decirle que aceptase “como nos viene la vida”. Era todo el pueblo el que la estaba despidiendo al mismo tiempo, con ese repique del campanillo. Le estaban diciendo que cada vez que sonase, alguien le mandaría en la distancia un beso, que la distancia no existe para el pensamiento ni el corazón.

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Aquella mañana Adela miró a cielo, sonrió y se marchó. Y hasta los geranios en flor de sus ventanas sintieron tristeza… Basi Hernández Mugarza

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CUANDO EL RELOJ DÉ LAS DOCE. -“¡Puñetero frío!” Exclamó Manuel mientras trataba de acomodarse dentro de aquél seiscientos que le habían prestado en el periódico. Aquel día se disponía a viajar desde Zaragoza a Soria a cubrir un reportaje, o esa era la razón que le había dado a su jefe. En realidad, su visita estaba motivada por una nota anónima que había encontrado en su buzón aquella mañana. “Reúnete conmigo esta noche en la Villa de Almenar. Ven solo” J.L. Manuel no estaba preparado para el frío de la meseta castellana, de origen humilde, había logrado hacerse un hueco como redactor en aquel periódico local. Tras muchas entrevistas y lo que él creyó algo de suerte, había conseguido un trabajo que le permitía pagar las facturas y le proporcionaba cierta libertad de horarios. Su primer artículo de investigación había tratado sobre una serie de secuestros que se habían dado en la provincia de Soria y que gracias a las pruebas que él recabó, habían podido ayudar a la policía a detener a un vecino de la localidad de Almenar. Después de pasar la manga de su chaqueta por la ventana para quitar el vaho acumulado, Manuel observó los campos nevados a uno y otro lado de la carretera Sagunto-Burgos, allí donde tiempo atrás habían crecido los campos de trigo más altos de toda la comarca, de los que ahora no quedaba más que el recuerdo, segados ya por aquel frío glacial. Eran las 19:37 cuando Manuel llegó a Almenar. Había leído sobre el encanto de aquel pueblo soriano, con su Iglesia a la entrada, su juego de pelota, su ermita y sobre todo su fabuloso castillo que perfectamente podía haber salido de una leyenda de Chretien de Troyes. Manuel se dispuso a salir del coche y siguió el ruido. A esas horas con todo en calma era fácil seguir las voces que salían del casino del pueblo. Probablemente los hombres se encontrarían tomando unos vinos y hablando de cómo venía el invierno este año tras la primera nevada. Tenía la intención de obtener algo de información acerca de las iniciales que aparecían en aquella nota ajada encontrada en su buzón aquella mañana. Una vez dentro, pidió un café solo, y tras media hora de indecisión, se acercó al hombre que se encontraba a su derecha y que estaba mirando como otros cuatro jugaban al guiñote de una manera apasionada. -“Disculpe caballero, ¿podría decirme si las iniciales J.L. le resultan conocidas?”. Preguntó Manuel algo cohibido. -“Eso que buscas no te conviene” Le contestó el hombre sin dejar de mirar la partida. - “¿Cómo dice?” pregunto Manuel extrañado “¿Que se supone que significa eso?, ¿conoce este nombre sí o no?”. El hombre se giró y sin cambiar la expresión de su rostro, acercó su taburete al de Manuel de forma disimulada, susurrándole al oído. 15


- “Si es usted tan listo como parece, se marchará por donde ha venido y hará caso a este viejo que le advierte”. Salió del casino cabizbajo y se metió en el coche a dormir un rato. Al despertar observó que había una segunda nota en el limpiaparabrisas. “Le espero en el cementerio detrás de la ermita cuando el reloj dé las doce” Eran las 23:40. Debía darse prisa. Dejó el coche aparcado y se encaminó hacia la ermita por la calle del castillo. Una vez allí, entró en el camposanto y esperó. “Hola Manuel” la voz le resultaba familiar y procedía de detrás de alguna lápida pero no era capaz de adivinar cuál. “Hola” Contestó Manuel esperando que aquel personaje se mostrara. “¿Sabe qué hacía el secuestrador con los cuerpos de sus víctimas?” Preguntó el personaje con un deje gutural en la voz. “Sí. El día que lo apresaron en el matadero, estaba cortando en trozos a la última víctima, como si despiezara una oveja” Contestó Manuel en tono serio. “Así es” Escuchó. “¿Y qué sentido crees que tenía un acto así?” “Parecía un hombre perturbado, cuando lo apresaron no dejaba de gritar y patalear. Recuerdo que dijo algo así como: - No son míos ni vuestros, él tiene hambre- creo, pero no pude entenderlo”. “Muy pronto lo entenderás” contestó la voz, después se hizo el silencio. Tras un breve lapso, escuchó voces que se dirigían hacia la entrada del cementerio. Entre las personas que ahora le cerraban el paso se encontraban muchos de aquellos que había visto en el bar aquella tarde. Llevaban un saco que en un tiempo anterior habría portado trigo, pero que ahora transportaba el cuerpo inerte y frío de aquel hombre que le había advertido en el casino. De nuevo escuchó la voz gutural, que esta vez sintió en la nuca. “Te advirtió, pero no hiciste caso. Como a todos los de tu profesión te pudo la curiosidad y eso te ha condenado”. De repente notó un dolor punzante en la cabeza y todo se volvió difuso y oscuro. Juan Almuzara Cucalón

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RECUERDOS Nací en 1930, en una familia humilde de Almenar. Uno de mis primeros recuerdos es el de la Guerra Civil, en el año 36. En Almenar no hubo batallas pero la recuerdo. En Almenar hubo mil italianos en la retaguardia, fueron tres años de miedo. Como anécdota, yo no lo viví, pero me contó mi hermano que un día él y mi padre estaban junto a la carretera de Soria haciendo calle con la hoz. Hacer calle era segar con la hoz para que la máquina segadora no pisara la cebada. Estamos hablando de 1937, pasó una caravana de camiones con soldados. Los soldados eran jóvenes y saludaron con alegría cuando pasaron. Mi padre que estaba con la hoz en la mano, levantó el brazo para devolver el saludo. Paró una de las camionetas y el jefe se fue hacia mi padre con intención de… yo no sé, a lo mejor de fusilarlo. Gracias a que otro jefe que iba detrás también paró e hizo entrar en razón al primero. “Es solo un pobre hombre que está trabajando y te ha devuelto el saludo”. Recuerdo el tres de abril de 1939, el día en que acabó la Guerra. Recuerdo la felicidad que sentimos todos… aunque luego vino la posguerra, que fue mucho peor. Recuerdo lo que tenía que cavilar mi madre para que comiéramos todos. Por la mañana se daba de comer a los cerdos las coles y las patatas más pequeñas. A mediodía, para comer, garbanzos o judías secas producidas por nosotros, un trozo de chorizo y un poco de tocino para untarnos el pan. El pan no faltaba. Por la noche, farinetas, que se hacían con harina de guijas una parte, y dos de trigo. Recuerdo lo grande que era la cazuela y cómo olía… Ahora Almenar está más limpio y más bonito pero yo echo a faltar muchas cosas que había antes. Las gallinas estaban por la calle. Eso sí, a poner el huevo acudían a casa. No teníamos calefacción ni en casa ni en la escuela, pero teníamos muchos juegos. Jugábamos al frontón, al marro, a la piola, a los caballitos, a los tres novios, a la pita, al inque, a los platillos, al churro mangotero… Luego, ya de mocetes, la pelota mano y el Baile. Recuerdo con nostalgia el manantial del agua, siempre limpio. El agua nacía y bajaba por el vadillo, cruzaba la carretera por el lavadero, el matadero, el campo de fútbol, la plaza de Toros y por debajo del castillo llegaba hasta el prado de Solanillo que estaba debajo de la Ermita. Allí cogíamos cangrejos y peces. Recuerdo el castillo en aquellos años, dos paredes. Una daba al camino de la dehesa y la otra mirando al pueblo, estaban caídas y los chavales subíamos por la rampa y cogíamos nidos de pájaros. Había también dos torres caídas y en una estaba el nido de la cigüeña. También había dos cuevas. Recuerdo las eras donde se trillaba. En cada era había un mundo: estaba la cina con la mies, la parva trillándose con las caballerías, las parvas trilladas amontonadas, cada persona haciendo un trabajo, un trabajo muy duro, pero la gente cantaba. 17


Nos faltaban cosas pero éramos muy felices. Trabajé mucho. A los 17 años ya me hice cargo del campo, pero mi primer trabajo pagado fue en correos, en noviembre de 1953, recién venido de la mili, que era obligatoria. Hacía de enlace, cogía la correspondencia en Almenar y la llevaba a Jaray y a Noviercas en bicicleta. Hacía este recorrido todos los días del año. Sábados, domingos, festivos, verano, invierno…todos. El correo era entonces el único medio de comunicación. Entonces no había móviles ni Internet. Ganaba entonces 25 pesetas al día, 750 al mes. En aquellos tiempos nevaba mucho. Fui dos años y medio al correo y pasé muchas peripecias. Un día de los que más frío hacía me llamó un señor del pueblo y me pidió que le trajese de Noviercas dos cabritos, había mucha nieve y él no podía ir a buscarlos con el coche. Cuando llegué a Noviercas ya estaba el dueño con los dos cabritos en una banasta que pesaría unos doce kilos, la puse en el portamaletas y fui hacia Almenar. Cuando cruzaba un ventisquero me bajaba, me echaba la bicicleta al hombro y la banasta en las manos… así una y otra vez. Al subir el monte estaba la Guardia Civil “¿Dónde va usted con este tiempo?” “A cumplir mi obligación”, conteste yo. “Usted es un héroe”, me dijeron. Aunque había cuatro bares más en Almenar, nosotros íbamos a la Sociedad, que por ser socios y pagar cuota, podías entrar y no consumir nada. El domingo, eso sí, café y copa. Cuando había poco trabajo nos gustaba tomar el sol al abrigo de la Iglesia, a ver bajar a las chicas a la fuente, con su cántaro debajo del brazo y el botijo en la otra mano. Luego me fui a la ciudad con mi mujer y mis hijas… pero eso es otra historia. Vuelvo a mi pueblo todos los años y con mis quintos juego a las cartas y recordamos nuestra niñez y juventud. Cuando llueve cojo caracoles, y cuando hay, setas. No nos falta verdura y disfruto del clima de Castilla en verano. Ezequiel Hernández Lallana

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I CERTAMEN DE POESÍA Y RELATO

Organizado y patrocinado por la Asociación Amigos de Almenar.

La

Asociación

todos

los

agradece

la

participación

de

concursantes.

7 de diciembre de 2014

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