Capítulo tomado del libro: Fundamentos de la Dignidad Humana Juan Louvier Calderón, 2014, Edit. UPAEP
CAPÍTULO PRIMERO DIGNIDAD Y CONDICIÓN DE PERSONA
El concepto de dignidad. Si buscamos la palabra «dignidad» en dos de los diccionarios más reconocidos -el Diccionario Enciclopédico Espasa y en el de la Enciclopedia Británica- nos encontramos que ambos dicen prácticamente lo mismo: “Dignidad//Calidad de digno// Excelencia, realce// Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse// Cargo o empeño honorífico y de autoridad”. Lo anterior casi nada nos dice sobre la importancia del concepto. Más breve pero más útil a nuestro propósito, es lo que esos diccionarios refieren sobre la palabra «digno»: “que merece algo”. Este “merecer algo”, aunque sea sumamente vago e insuficiente, apunta ya hacia aquella noción de calidad superior que Kant señalaba: “Lo que tiene un precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio y, que por tanto, no permite equivalencia alguna, tiene una dignidad.”1 Ciertamente por dignidad debemos entender un valor superior que no tiene precio. Ahora bien en el caso del ser humano ¿tiene él una calidad, un valor que lo haga superior? y ¿superior a qué? Y si es así ¿en qué consiste esa superioridad? Vamos a tratar de responder a estos interrogantes iniciales. Por el simple hecho de haber recibido el ser como humano, cada persona tiene «de por sí» y no dependiente de factores externos, cualidades esenciales que no poseen las piedras, las plantas o los animales; es decir, tiene el valor de ser persona. “Con la palabra «valor» deseamos indicar una realidad positiva e intrínsecamente importante, capaz de proveer el fundamento para una motivación significativa. Los valores (...) son datos cualitativos encontrables en la experiencia.”2 ¿Ese «valor de ser persona» es superior a todo precio y no permite alguna equivalencia? Si es así, por el simple hecho de «ser», cada persona será valiosa (digna) por sí misma y “merecerá algo”: el respeto a lo que «es». La dignidad humana no dependerá entonces de algo extrínseco a la persona, como serían las costumbres, las leyes, los gobernantes o las opiniones. Para confirmar el valor de la persona humana y la dignidad intrínseca correspondiente, vamos a realizar un breve análisis sobre la experiencia que todos tenemos de nuestras cualidades específicas; es decir, de lo que nos distingue. ¿Por qué el ser humano es superior a los demás entes? Los seres humanos tenemos muchas cosas en común con los demás «entes» que existen en el mundo visible. Al igual que las piedras, nuestro cuerpo también está compuesto por innumerables elementos tales como hierro, calcio, fósforo, agua, etc; no en balde el mismo origen semántico de la palabra «hombre» es «humus», «tierra». Pero el hombre es superior a las piedras pues no sólo existe, sino que además tiene vida; al igual que las plantas, nace, crece, se reproduce y muere. Sin embargo el hombre es superior a las plantas en cuanto que la vida biológica humana además de vegetativa es sensitiva; al igual que los animales tenemos instintos (de conservación y sexual) y «sentimos», pues poseemos sentidos (vista, olfato, tacto, oído y gusto) de los cuales carecen los vegetales. Y sin bien muchos animales nos superan en la capacidad de alguno de los sentidos (por ejemplo, los perros nos superan en mucho en oído y olfato, y las águilas en vista) la característica del hombre es tener los sentidos equilibrados (la vista en los perros es muy deficiente, y las águilas lo son en el olfato y tacto). Algunos animales también nos superan en muchas capacidades físicas: las aves pueden volar, y el hombre no; generalmente los cuadrúpedos corren mucho más rápido y mayores distancias que los atletas más destacados; la resistencia de los animales a las inclemencias del tiempo es notoriamente superior a la de los hombres. En el orden físico-material pareciera pues que el ser humano no tiene ninguna superioridad con respecto a los animales.
Nicola Abbagnano. Diccionario de Filosofía. Ed. Fondo de Cultura Económica, México. Segunda edición en español, 1989, p. 324. (Cfr. I. Kant. Fundamentación para una metafísica de las costumbres. A. 77) 2 Rodrigo Guerra López. Afirmar a la persona por sí misma. Ed. Comisión Nacional de los Derechos Humanos. México, 2003, p.100. 1
Capítulo tomado del libro: Fundamentos de la Dignidad Humana Juan Louvier Calderón, 2014, Edit. UPAEP
Sin embargo, cualquier ser humano es muy superior a cualquier animal; es más, existe un abismo infranqueable para el animal. Ese abismo es el espíritu, elemento substancial «no-material» del ser humano y del cual el animal carece totalmente. ¿Y cómo podemos saber que el hombre es también espíritu? Por sus manifestaciones: si el ser humano es capaz de «manifestar» realidades que no son materiales, es porque él debe tener un principio igualmente inmaterial. Los seres carentes de espíritu no pueden manifestar realidades «no materiales», como son la inteligencia, la libertad y el amor, pues “nadie puede dar lo que no tiene”.
El espíritu se manifiesta primero y antes que nada por la conciencia. El hombre tiene conciencia de sí mismo, existe y sabe que existe, el animal no. “Al menos yo sé que soy y solamente el hombre es capaz de este acto de conocimiento del acto de existir. Decir que el hombre es capaz de un acto por el cual conoce su propio acto de existir, equivale a afirmar que el hombre tiene, ante todo, conciencia del ser; es decir, cierto conocimiento del propio acto de ser.”3 Además de la conciencia, el espíritu se hace plenamente manifiesto por la inteligencia, es decir, la facultad de descubrir la realidad, facultad que a su vez “ilumina a la facultad argumentativa (la razón) que discurre bajo su luz”4 Si la inteligencia fuera una realidad material, no sería posible poner una «distancia» entre ella y los objetos que conoce “de donde se sigue que, o la naturaleza del acto que pone al ser como objeto es espiritual o semejante acto originario jamás podría acontecer; en cuyo caso, el hombre jamás podría haber pensado (...)“Sin embargo, la conciencia de ser...no es una suerte de conciencia angélica, sino que conlleva la evidencia (inmediata) de la propia corporalidad (...) El hombre no es ni cuerpo, ni espíritu puros, sino la unidad plena de ambos.”5 Son también espirituales la libertad y el amor, cualidades íntimamente humanas las cuales abordaremos más adelante. Así, lo propio del hombre, lo que hace hombre al hombre, no es su realidad material y sus capacidades físicas, sino su realidad espiritual y sus capacidades no materiales. Por ello negar el espíritu es negar al hombre...y a su dignidad. “No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad terrena. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero.”6 Desde luego que tal «interioridad» no se refiere a lo “interior” de nuestro cuerpo, como es el caso de nuestro estómago o la médula de nuestros huesos, sino a esa realidad íntimamente interna que nos permite decir «yo soy»; realidad del todo evidente porque todos la experimentamos. “La persona, en cuanto sujeto, se distingue de los animales, aun de los más perfectos, por su interioridad, en la que se concentra una vida que le es propia, su vida interior. No cabe decir lo mismo de los animales, aunque sus organismos estén sometidos a procesos bio-fisiológicos parecidos, y ligados a una constitución más o menos aproximada a la de los hombres (...) En el hombre, el conocimiento y el deseo adquieren un carácter espiritual y contribuyen de este modo a la formación de una verdadera vida interior, fenómeno inexistente en los animales. La vida interior es la vida espiritual.”7 “Aún al hablar propiamente de «mi cuerpo» del que «yo estoy consciente» que «me pertenece» es pertinente siempre hablar de un centro desde el cual esto se experimenta y se dice. Este centro es interior y no puede explicarse cabalmente sin reconocer su dimensión incorpórea. En efecto, la naturaleza de este «dentro» incluye lo corpóreo aunque no lo agota. Definitivamente la existencia de fenómenos como el pensamiento, la libertad, el amor, la alegría y otros muchos, no están contenidos en el espacio como lo están la extensión de un cuerpo, su peso, su color, etc. El pensamiento, por ejemplo, no puede ser medido como los cuerpos (...) Más aún, mientras que los cuerpos al moverse cambian en el lugar y en el tiempo, el elemento incorpóreo de la interioridad puede cambiar en el tiempo –hay un antes y un después al «recordar», por ejemplo-, pero su movimiento no implica cambio de posición en el espacio. De esta manera podemos constatar que existe una dimensión de la interioridad que posee características que no cumplen las leyes propias de los cuerpos.”8 3
Alberto Caturelli. Reflexiones para una filosofía cristiana de la educación. Ed. Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba, Argentina, 1982, p. 14. 4 Ibídem, p.156. 5 Ibídem, p. 16 6 Concilio Vaticano II. Gaudium et Spes. 14,2. 7 Karol Wojtyla. Amor y responsabilidad. Ed. Razón y Fe S.A. Madrid, 1969, p.15 8 Rodrigo Guerra López. Op. Cit, p. 86
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Esta «interioridad» la formula Ortega y Gasset preguntándose “¿qué es nuestra vida, mi vida?” y contestando “sería inocente y una incongruencia responder a ésta pregunta con definiciones de la biología y hablar de células, de funciones somáticas, de digestión, de sistema nervioso, etc (...) La vida no es lo que pasa en mis células, como no lo es lo que pasa en mis astros.”9 Estructura del Ser Humano «Cuerpo y alma» o «espíritu y materia», son las formas del lenguaje común para referirse a la estructura del ser humano; sin embargo no son pocos los que niegan la existencia del alma o espíritu, y no aceptan más realidad que la materia. “Por supuesto, la existencia del alma humana escapa al conocimiento de nuestros sentidos. A ella llegamos por el razonamiento, de modo que su presencia en la actividad humana es innegable y su manifestación en el mundo no la pueden hacer callar sino los prejuicios y la superstición. Más aún, lo que constituye al hombre, -en su ser hombre-, «es principalmente el alma», que «pertenece a una categoría de ser esencialmente distinta de la materia y superior a ella».” 10
En efecto, es poco inteligente negar la existencia del alma porque no la podamos pesar o medir, como sí lo podemos hacer con las realidades materiales. Aún más, si el espíritu pudiera ser captado por los sentidos externos y lo pudiéramos pesar y medir, entonces no sería espíritu. Sin embargo su existencia real es tan evidente que aún para negar su existencia es necesario tener esa realidad «no material» propia del ser humano, porque tal negación no la puede hacer la piedra, la planta o el animal. Sólo un ser inteligente –aunque use incorrectamente esa facultad- está en condiciones de afirmar “el espíritu no existe”; nos encontramos pues con la enorme paradoja de que es el espíritu quien niega la existencia del espíritu. Nuestra realidad física la captamos por los sentidos, y podemos saber cuanto pesamos, cuanto medimos, cuál es el color de nuestra piel, cabello y ojos; podemos también conocer nuestra realidad interna mediante análisis de sangre, radiografías, etc. Pero la realidad de nuestro espíritu no es posible captarla por los sentidos. No podemos medir ni pesar nuestra conciencia, ni tomar una radiografía a nuestra libertad, ni determinar el porcentaje de nuestros afectos. Y conciencia, libertad y afectos, son mucho más importantes que la estatura, el color de piel o el porcentaje de colesterol. “Indagando qué es la persona, qué es el hombre, lo primero que autopercibimos en el «yo» es una totalidad; la persona es un todo. Por eso ni las partes, ni las distintas cualidades ni sus pertenencias son persona, aunque pertenezcan a la persona (...) La persona no es el alma ni es el cuerpo, ni es la mente, ni es la libertad, ni es la conciencia, ni es la dignidad, ni es la existencia, ni es la sociedad, ni es la circunstancia, ni es la alteridad, aunque todo eso pertenece o puede pertenecer a la persona: yo existo, yo pienso, yo obro, yo padezco, yo nací, yo moriré (...) También dan pie a que a la persona humana se la pueda calificar por cada uno de esos elementos integrantes (...) y decir que el hombre es corporal, que es espiritual, que es libre, que es responsable, que es social, que es político, que es religioso (...) Pero lo que no es correcto es reducir la metafísica a biología.” 11 Como en el ser humano se dan cita desde los elementos más humildes de la materia hasta el espíritu que puede conocer y amar, no es sencillo ni fácil percibir y comprender su estructura substancial, pues es obvio que la persona no es un mero amontonamiento de partes. Vamos a señalar -cuando menos en sus rasgos más generales- la unidad substancial que constituye al ser humano. “La substancia individual, en su definición más estricta, se predica de una íntima totalidad...y se hace extensiva a todos los modos y grados de vida, sean modos espirituales o materiales, sean niveles de vida vegetativa, sensitiva, racional o puramente espiritual.”12 Los variados y diferentes elementos, capacidades y niveles de vida están en íntima relación, y aunque puedan –y en ciertos casos incluso deban- ser analizados separadamente (como es el caso de las ciencias biológicas y médicas), en el ser humano forman un todo indivisible, una unidad substancial. Por ejemplo, el hombre no siente el hambre como la 9
José Ortega y Gasset. Obras Completas. Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1989, VII 413. Eduardo Rubianes. La Persona Humana. Revista de la P. Universidad Católica del Ecuador, N° 61. Agosto de 1997, p. 24. 11 Victorino Rodríguez. Estructura metafísica de la persona humana. Revista Verbo, Madrid, N° 287, septiembre 1990, p. 980-981 12 Miguel Ángel Mirabella. El mundo natural y el mundo humano. Ed. EDUCA, Buenos Aires. 1997, p. 40-41 10
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siente un caballo, porque el hombre es consciente de tener hambre. “Lo que se entiende por vida sensorial merece ser distinguida de la actividad sensorial puramente animal que el hombre jamás podrá tener, inserta como está en la racionalidad. Por tanto la primera reflexión acerca de los sentidos externos consiste en decir que se trata de funciones naturales, instaladas en los sistemas sensoriales, pero ordenados y preordenados a la intimidad consciente por la presencia condicionante de la racionalidad. Tales potencias corporales tienen necesariamente objetos externos a si mismas y por ello puede decirse, por ejemplo, que el hombre no ve sino con el ojo y por el ojo, pero el ojo no ve, el que ve es el sujeto que se instala en la intimidad de la visión.”13
Por la armonía de sus partes y por la finura de sus capacidades, el cuerpo humano, además de estético, es un prodigio admirable de eficiencia en su acción; la mano del hombre puede lo mismo tomar una piedra o una estaca, que un pincel o un bisturí. Pero el cuerpo humano es mucho más que eso, pues es el único medio que permite a la persona manifestar su interioridad. Los pensamientos, decisiones, sentimientos de la persona, sólo pueden ser manifestados por medio de las palabras, los gestos o las lágrimas; es decir, por medio de la corporeidad. Ni puramente biológico –como las bestias- ni puramente espiritual –como los ángeles-, “el hombre se instala a horcajadas entre el mundo natural, en el que se instala y del que participa y el mundo humano, al que pertenece y al que se ordena.”14 Capacidades del espíritu humano: la inteligencia Siendo el hombre un espíritu encarnado, en todo lo que es propiamente humano participan tanto el cuerpo como el espíritu. Tal es el caso de la capacidad que tiene el hombre de conocer la realidad, en la cual primeramente intervienen los sentidos externos formados por un sin número de músculos y nervios, así como el cerebro, centro receptor, sensorial y motor. Pero todos esos elementos materiales-corporales no son quienes conocen; quien conoce es la persona en su potencia espiritual a través de ellos. El Dr. John C. Eccles, Premio Nóbel en Medicina por sus investigaciones sobre el cerebro humano, dice al respecto lo siguiente: “Para nuestra vida personal como individuos conscientes, el cerebro es necesario, pero no suficiente. En relación con los procesos cerebrales del mundo «uno» (los músculos, nervios, etc, de la corporeidad, ) está el mundo «dos» de la percepción consciente, el cual incluye un yo personal en la intimidad de mi ser (...) El componente de nuestra existencia en el mundo «dos» (el yo consciente) es de naturaleza inmaterial...”15 Esa «no materialidad» o interioridad espiritual, es corroborada por otros científicos connotados. El mismo Dr. Eccles cita: “Wilder Penfield, el gran neurólogo y neorocirujano, escribió en un libro publicado poco antes de su muerte: «la base física de la mente es la actividad del cerebro que en cada individuo acompaña a la actividad de su espíritu (...) El espíritu es el hombre que conocemos, y debe tener continuidad a través de períodos de sueño y de coma».”16 Otro gran científico, el Dr. Jordi Cervós, quien fue catedrático y Director del Instituto de Neuropatología de la Universidad Libre de Berlín, dice: “No basta la biología y la bioquímica cerebral, y mucho menos su fisiología, para explicar la inteligencia (...) Para los biólogos y bioquímicos (la fuerza intelectual) nos llega de algo inaprensible y ajeno al propio cerebro (...) La explicación biológica y bioquímica de la cerebrización del cerebro es que no hay ninguna ley física, ni biológica, ni bioquímica, que explique la inteligencia humana.”17 “La inteligencia se manifiesta, ante todo, como un hecho (el hecho de ser inteligente), luego por actos intelectuales y ambos dos suponen la existencia de la inteligencia como potencia de abstraer, es decir, de leer dentro de la realidad (intus legere). Y abstracción ( de ab-trahere, separar) no es otra cosa que la capacidad de considerar en un objeto un aspecto prescindiendo de otros. De ahí que digo que algo que me pongo en la cabeza para protegerme del sol se llame «sombrero», prescindiendo del color, tamaño, figura, etc., de cada sombrero particular.”18
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Ibídem, p. 41 Ibídem, p. 30 John C. Eccles. El cerebro y la mente. Ed. Herder, Barcelona. 1984, p.171- 173 (las cursivas son mías) 16 Ibídem, p. 175 17 Entrevista al Dr. Jordi Cervós, publicada en el periódico ABC de Madrid, el 16 de abril de 1982. 18 Alberto Caturelli. Op. Cit, p. 218. 14 15
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Confundir el cerebro con la inteligencia es semejante a confundir el violín con la música; ambos se implican mutuamente, pero no son lo mismo. El materialismo cree que el violín es la música. “Toda forma de concepción materialista de la inteligencia, desconoce en primer lugar, la inmaterialidad del objeto conocido por el entendimiento y en segundo lugar, tropieza con la dificultad de explicar cómo, desde esa intimidad consciente, el sujeto se conoce a sí mismo en una total introspección reflexiva”19
La inteligencia es pues una realidad espiritual, y no material. Para referirnos a ella, en el lenguaje cotidiano empleamos como sinónimos las palabras «entendimiento» y «razón», porque ambas se refieren a la capacidad de conocimiento que tiene el espíritu humano; sin embargo en sentido estricto, tales palabras no son sinónimas. “Debe distinguirse el entendimiento de la razón (intellectus y ratio). El entendimiento es intuitivo (conciencia de ser y del ser); la razón, en cambio, es «discursiva».”20 Entendimiento y razón hacen posible que el hombre pueda conocer los fenómenos e ir más allá de ellos, y alcanzar la realidad inteligible con auténtica certeza. Por la inteligencia el hombre no es sólo el ser que se pregunta por el ser, sino que es capaz de buscar –y encontrar- respuestas. La ciencia, la técnica y el arte, son resultado del conocimiento humano logrado por la razón. Y esto no lo puede hacer ni el más majestuoso de los planetas. Por medio de su capacidad intelectual, el ser humano puede conocer y comprender tanto al mundo que le rodea, como a sí mismo; por ello también es común definir al ser humano como “animal racional”, lo cual es correcto. Sin embargo es muy importante destacar que “La racionalidad no se predica del hombre como un simple adjetivo, adjunto a su animalidad, sino como definición esencial del acto de naturaleza que la persona asume y conduce. Por tanto la racionalidad es una forma de inteligencia, no la más perfecta, gracias a la cual podemos establecer una relación intencional con el mundo (...) La racionalidad ha demostrado ser un modo eficiente de conocimiento, tanto en el seno de los datos de la experiencia sensible, como en los datos de la experiencia metafísica que, como primera experiencia, se ubica antes, durante y después de toda otra forma de experiencia material o espiritual (...) la racionalidad dignifica al hombre y jerarquiza su presencia ante el mundo natural, cuando logra superar el acontecer sensible que lo manifiesta y llega a lo inteligible que lo define, quebrando el oscuro materialismo que pretendía enclaustrarlo.”21 Capacidades del espíritu humano: la libertad Otra de las evidentísimas manifestaciones del espíritu humano y de su extraordinaria dignidad es la libertad, la cual permite al hombre ser el artífice de su propio perfeccionamiento. A diferencia de los animales, cuyo actuar se guía exclusivamente por los instintos, el actuar del ser humano no es meramente instintivo sino «intencional»; El acto humano es primero una operación de la inteligencia (que razona y juzga las opciones que se presentan) y después una operación de la voluntad que mueve hacia el bien presentado por la razón. “El movimiento de la voluntad es imposible si el conocimiento intelectual no la precede (...) El juicio es, sin duda alguna, acto de la razón, no de la voluntad. Si la libertad, por tanto, reside en la voluntad, que es por su misma naturaleza un apetito obediente a la razón, síguese que la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene por objeto un bien conforme a la razón”.22 Esa relación intrínseca entre inteligencia y voluntad –ambas capacidades del espíritu- hace que “verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente”.23 En efecto, cuando la razón “presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad (...) aún siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad”.24 El mal siempre se presenta a la voluntad como un «bien aparente» para el sujeto que elige, y nunca como mal; por ejemplo, si un ladrón elige robar no es porque no vea la maldad de robar, sino porque piensa que robar le producirá a él 19
Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 73 Alberto Caturelli. La Filosofía. Ed. Gredos, Madrid, Segunda edición, 1977, p.102. Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 62. 22 León XIII. Libertas. 5. 23 Juan Pablo II. Fides et Ratio. 90 24 León XIII. Libertas. 5 20 21
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un bien, aunque obviamente no a su víctima. “Un hurto ordinario no se funda en el acto de preferir el valor del dinero al carácter sagrado de los derechos de propiedad, sino que se basa, más bien, en una indiferencia hacia el punto de vista del valor como tal, que condiciona una indiferencia hacia el valor de la propiedad y, a la vez, una búsqueda desenfrenada de lo subjetivamente satisfactorio.”25
Es así obvio que la elección del mal no corresponde a la esencia de la libertad, sino a un mal uso de la facultad de elegir; y a eso se le llama libertinaje, el cual aniquila la libertad. “Hay dos concepciones de la libertad humana: libertad para elegir los medios conducentes a los fines establecidos por la propia naturaleza humana; o libertad para determinar los fines del hombre, eliminando el fundamento de la naturaleza. La libertad de los medios es el ámbito adecuado para el desarrollo de la convivencia humana. La libertad para determinar por sí los fines de la existencia es la anarquía universal, en que cada uno querrá ser superior a sus semejantes hasta culminar en la victoria del más fuerte, instaurando la tiranía, natural desembocadura de toda anarquía.”26 No debemos olvidar que la naturaleza humana no es obra del hombre; la naturaleza humana ha sido dada al hombre. Por eso puede «elegir los medios», pero no «determinar los fines» de su propia naturaleza. La naturaleza que ha sido dada al hombre no es «perfecta» sino «perfectible», y requiere que sea el mismo hombre quien la perfeccione y complemente. “Esta unidad substancial de materia y espíritu, de cuerpo y alma, que es el hombre, no está acabada, perfeccionada, terminada (...) Porque hay naturalezas perfectas, como Dios y como la piedra, que han agotado en el acto que les es propio, su condición divina y de piedra. En cambio, hay naturalezas como la de la planta y la del hombre, que son perfectibles, pues su acto inicial no agota todas sus potencias (...) Pero cada esencia, cada naturaleza, actualiza sus potencias según sea su modo de ser. El hombre es libre; su perfeccionamiento será, pues, libre.” 27 Y esta es precisamente una de las mayores razones que podemos señalar para explicar la grandeza de la dignidad humana: el que cada ser humano ha recibido -junto con el ser- la formidable responsabilidad de tener en sus propias manos la tarea de su realización en plenitud. El ser humano se sabe libre y también se siente libre, pero solo será verdaderamente libre cuando actúe ordenado a esa responsabilidad, y no cuando se comporte como animal. La libertad es pues un «medio» y no un «fin». El hombre «no es» libertad, «tiene» libertad, y la tiene para algo, para perfeccionarse; no para todo, porque entonces se autodestruye. Para comprender más plenamente la libertad humana, es sumamente importante recordar que el actuar del hombre se lleva a cabo en distintos niveles interrelacionados (físico, psíquico, metafísico), y que por tanto es válido distinguir la libertad según sea el nivel donde se realiza la acción. De éste modo podemos distinguir la libertad «física» de la «psíquica» y de la «metafísica», sin olvidar la interrelación existente entre todas ellas; interrelación que nos permite hablar de la libertad humana como una sola. La libertad «física» en el ser humano es ya algo totalmente distinto al mero movimiento de los animales. Sobre este último, en el lenguaje común hablamos impropiamente de un animal “en libertad” para referirnos a un animal en su estado natural y diferenciarlo de un animal que está “en cautiverio”. Pero esa “libertad” no es tal, puesto que el animal se encuentra siempre fatalmente sometido a las leyes del instinto y no tiene posibilidad de elegir. Por ejemplo, los patos “en libertad” no eligen emigrar en invierno un año al este, y otro al oeste. Llevados exclusivamente por su instinto, cada año vuelan únicamente al sur y siempre exactamente a los mismos “santuarios naturales” donde pueden sobrevivir. El hombre, en cambio, es el único ser que teniendo en forma simultánea sed y agua, puede elegir no beber. La libertad física “es la primera y más elemental forma de libertad, la del poder hacer tal cosa, de estarme en un lugar, de andar de un lado a otro. Puede ser que el hombre no tenga plena libertad física o la haya perdido por múltiples razones: carencias específicas, limitaciones biogenéticas, accidentes físicos, enfermedades, encarcelamiento (...) la libertad física es limitada y limitable físicamente. Luego no es absoluta sino limitada, relativa y subordinada a muchos 25
Dietrich Von Hildebrand. Ética. Ediciones Encuentro, 1997,p.51 (las cursivas son mías) Pedro Enrique Baquero Lazcano. La Globalización y el Derecho Natural de las Naciones. En La mundialización en la realidad argentina. Ediciones del Copista. Córdoba 2001, p. 11. (las cursivas son mías) 27 Ibídem, p. 12 26
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factores ajenos a la voluntad del sujeto. Conocer nuestra situación de vivientes sensibles, aceptar el hecho de no tener alas para volar, sufrir la pérdida de una capacidad motriz, padecer una enfermedad neurológica o ser encarcelado por una falta jurídica, representan distintos momentos en lo que nos consta lo limitada y limitable que es nuestra libertad física.”28 Luego y por encima de la esfera biológica, el ser humano tiene una dimensión psíquica que permite a la persona saberse distinta y objetivar lo externo a ella. También es en ésta dimensión donde se realiza la vida afectiva de la persona. Esa intimidad reflexiva conduce a la persona a una actividad intencional, por la cual se pregunta y conoce el bien moral. Y la posibilidad de actuar o no en consecuencia (intención que hace al acto humano moral o inmoral ) hace evidente la libertad psíquica.
“Llamamos libertad psíquica a la capacidad de querer o no querer algo, de adherir o no adherir, de querer esto o aquello. Esta segunda forma de libertad también es limitada y limitable en su orden (está limitada por el bien del mismo modo como la inteligencia lo está por la verdad). En la vida afectiva, los sentimientos, emociones y pasiones pueden ser gobernados, ordenados, soportados, reprimidos pero no suprimidos. Se hace evidente, entonces, que la libertad psíquica está preordenada y limitada psíquicamente. Pero sucede también que es limitable por padecimientos psicopáticos, por hábitos viciosos adquiridos o por condicionamientos socio-culturales negativos (...) la persona humana se sabe libre por su capacidad de autodeterminarse, pero como se ve, dentro de ciertos límites”.29 Como la libertad no es un fin en sí misma (si lo fuera sería solo una palabra vacía, demagógica, y carecería de sentido), donde alcanza su razón de ser es precisamente en la consecución de su finalidad, que no es otro sino la plena realización de la persona humana. Y como el ser humano no se agota en su corporeidad, es en el nivel metafísico donde la libertad se manifiesta en toda su grandeza. “Podemos definir la libertad metafísica como «la posibilidad que tiene y postula para sí todo hombre, de poder hacer aquello que debe, según su naturaleza, en vistas a un ideal trascendente y perfectivo». Así entendida, la libertad metafísica pasa a ser un título de perfección ontológica, exigencia de un sujeto inteligente que pretende alcanzar, en la justicia de sus actos, la mayor perfección operativa que le otorgue un estado de permanente felicidad.”30 Capacidades del espíritu humano: el amor El espíritu no tiene «partes» sino «potencias» o «facultades». “Entre las facultades hay una cohesión e interdependencia en virtud del alma de la cual emanan las potencias. Ante todo e inmediatamente, la inteligencia y la voluntad, luego la cogitativa, la memoria, la imaginación...”31 De las potencias del espíritu humano hemos visto ya aunque sea someramente- la inteligencia y la libertad. Sin pretender restar un ápice a la importancia que ellas tienen, debemos destacar que la potencia más excelsa del espíritu, la potencia que más lo dignifica y califica, es la capacidad de amar. De hecho, el sentido último de la inteligencia y de la libertad es hacer posible el Amor, ya que sólo se ama lo que se conoce y se valora, y sólo un ser libre puede dar y aceptar amor. Pero ni la inteligencia ni la libertad solas llevan al ser humano a realización en plenitud; se puede tener muchos conocimientos y pocas limitaciones, pero sin amor son más fuente de degradación que de realización. La plenitud humana sólo se alcanza en el Amor (con mayúscula), es decir, en la fuerza del espíritu que lleva a la persona a salir de sí misma para buscar el bien de otra persona. La persona es un ser en relación, y por esa razón la persona se despliega y se realiza en comunión (común-unión) con otras. Los vínculos de una verdadera comunión no pueden reducirse a las meras relaciones externas y funcionales, las cuales encontramos también en las abejas, las hormigas y otros animales. Los vínculos auténticos de comunión son relaciones que surgen de un reconocimiento mutuo de la dignidad de cada quien, y que se construyen lo mismo en el plano afectivo, que en el intelectual y en el práctico. El Amor no es pues sólo un concepto abstracto, sino la realidad más profundamente humana; el Amor establece la relación más grande y noble de las personas entre sí. 28
Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p 135. Ibídem. 30 Ibídem, p. 139. 31 Alberto Caturelli. Op. Cit, Reflexiones para...p.197 29
Capítulo tomado del libro: Fundamentos de la Dignidad Humana Juan Louvier Calderón, 2014, Edit. UPAEP
El ser humano es capaz de amar porque es persona, es decir, una substancia individual, singular, que tiene conciencia de que es ella misma y no otra, por lo cual puede percibir a otra semejante y relacionarse con ella. El Amor sólo es posible entre personas y no entre piedras, plantas o animales. Es en el Amor donde el valor y dignidad de la persona humana aparece con más fuerza, por lo que también es aquí donde la misma palabra «persona» adquiere su mayor relevancia frente a la palabra «individuo». “El término «persona» se ha escogido para subrayar que el hombre no se deja encerrar en la noción «individuo de la especie», que hay en él algo más, una plenitud y una perfección de ser particulares, que no se pueden expresar más que empleando la palabra «persona».”32 Superando su etimología (la máscara que usaban los actores en el teatro griego y que amplificaba su voz), la palabra “«persona» ha pasado a significar «dignidad» e incluye dos cosas: autonomía en el ser, y espiritualidad. Y ambas se realizan en un sujeto singular, único, existente (...) La persona significa el sujeto singular en su profunda y total realidad, la misma que designa el pronombre personal «yo», «tu».”33 Si el «yo» surge de la conciencia de ser uno mismo, el «tu» surge del percibir a quien es «semejante» a mi, pero que no es «yo», y cuyo bien debo procurar. El refrán popular que dice “el amor es ciego” no es correcto, pues por lo general obedece a una visión miope que reduce la relación entre un hombre y una mujer solo a la dimensión de lo sensible (romanticismo). Pero el Amor no es exclusivo de la relación hombre-mujer, pues es extensivo a cualquier relación interpersonal (padres e hijos, hermanos, amigos, etc.) y superando el aspecto físico, permite descubrir lo que realmente hay de valioso en la persona amada. Más allá del aspecto físico y de los sentimientos que, siendo importantes, nunca dejarán de ser secundarios pues siempre serán como la cáscara de la cebolla, mirar al prójimo con amor es descubrir su verdadero valor y dignidad. Con toda razón Romano Guardini decía que sólo el amor nos permite ver a otro tal como es. Desgraciadamente con demasiada frecuencia también reducimos el Amor (ágape) a un mero «querer» (eros), y de esa reducción surgen las confusiones. El Amor (ágape) busca el bien para otro; el querer (eros) busca el bien para uno mismo. Por eso es legítimo querer las «cosas» que me pueden proporcionar algún bien; pero una persona no es una cosa, y por lo mismo nunca será correcto tratar a una persona como cosa. Por tanto, el «querer» a una persona sólo será correcto si tal «querer» es previamente gobernado por el Amor, pues él evitará que se trate a la otra persona como objeto, como cosa. “Manuel Kant formuló este principio elemental del orden moral en el imperativo: «Obra de tal suerte que tú no trates nunca a la persona de otro simplemente como un medio, sino siempre, al mismo tiempo, como el fin de tu acción». A la luz de estas consideraciones, el principio personalista ordena: Cada vez que en tu conducta una persona es el objeto de tu acción, no olvides que no has de tratarla solamente como un medio, como un instrumento, sino ten en cuenta del hecho que ella misma tiene, o por lo menos debería tener, su propio fin. Así formulado, este principio se encuentra a la base de toda libertad bien entendida, y sobre todo de la libertad de conciencia.”34 Valor absoluto de cada ser humano “Tienen razón los pájaros cuando atacan a picotazos, hasta la sangre, al pájaro que no es como los otros, porque aquí la especie es superior a los individuos singulares. Los pájaros son todos pájaros, ni más ni menos. En cambio, el destino de los hombres no es ser «como los otros», sino tener cada uno su propia particularidad.”35 En efecto, Napoleón, Vivaldi y Newton tuvieron en común la naturaleza humana que los hizo ser hombres; pero lo que hizo que Napoleón fuera Napoleón, Vivaldi fuera Vivaldi, y Newton fuera Newton, sólo pudieron tenerlo cada uno de ellos. Lo mismo ocurre con cada uno de nosotros: mi «yo» no es intercambiable con nadie. “Aún cuando existan muchas personas, cada persona existe como si ella fuera la única. Veamos esto con más cuidado: cuando considero a un individuo –digamos una mosca-, éste individuo se muestra como una realidad menor que la totalidad de los miembros de su especie. Aquí es donde aparecen las relaciones cuantitativas fundamentales referentes 32
Karol Wojtyla. Op. Cit, p.14 Abelardo Lobato. Persona Humana. Artículo publicado en la revista Vertebración. N°. 27, p. 26-27 34 Karol Wojtyla. Op.Cit, p. 22 35 S. Kierkegaard. Diario, IX A 80. Citado por Rodrigo Guerra, Op. Cit, p. 147. 33
Capítulo tomado del libro: Fundamentos de la Dignidad Humana Juan Louvier Calderón, 2014, Edit. UPAEP
a lo más grande o a lo más pequeño y que pueden ser relevantes en los entes que son «parte» de un «todo» mayor. Ahora bien, las personas en cuanto personas no están proprie sujetas a este tipo de leyes cuantitativas. Evidentemente el cuerpo puede ser «medido» y los individuos humanos pueden ser «sumados» o «restados». Sin embargo, para realizar esto la consideración de la persona se realiza en función de una formalidad particular –la cantidad- y no en función de la persona como tal. La persona es irreductible a su dimensión cuantificable. Ningún agregado de personas vale más, es más, «cuenta más» que una sola.”36 En efecto; personas son los hombres reales que existen, uno por uno, y no el hombre tomado en abstracto; y cada persona, una por una, posee por el simple hecho de que ya «es», una dignidad tan excelsa que debe ser afirmada por sí misma y no por otra cosa. “Así es como a partir del descubrimiento de la dignidad como principio es posible formular una norma primaria para la acción, la norma personalista de la acción: persona est affirmanda proper seipsam!, ¡hay que afirmar a la persona por sí misma¡, nunca hay que usarla como medio.”37 Lo que constituye la singularidad absoluta de cada persona no es únicamente la individualidad que hace que nadie pueda vivir por otro, ni alimentarse o dormir por otro (lo que también ocurre en la individualidad animal), sino el hecho de que el alma espiritual de cada persona subsiste en sí misma y por sí misma. “La persona incluye una totalidad en el ser, una realidad completa, a la que nada le falta, y por ello queda terminada en sí misma y constituye un individuo, distinto de los demás y clausurado en sí mismo (...) Por ello la persona resulta un ser singular, bien distinto de los demás, incomunicable en el ser real que le pertenece.”38
En este sentido es muy importante hacer notar que, por paradójico que parezca, el punto de partida de toda comunicación es precisamente la incomunicabilidad ontológica de la persona, pues, como explica el Dr. Caturelli, “reconocemos que el problema de la comunicación supone, por un lado, alguien que es capaz de comunicar-se y, por otro, alguien a quien comunico (...) Se dice incomunicabilidad ontológica porque, en ese plano, la persona no es la otra ni lo otro, tiene sus propios límites metafísicos; como si dijéramos que Pedro, como tal, no es Pablo (...) Pedro y Pablo son incomunicables. De ahí que haya adelantado que, si existe alguna comunicación, será a partir de aquella incomunicación ontológica que es su fundamento. En efecto, la persona, en cuanto individualidad intransferible, expresa su propia unidad interna que evidencia su distinción de los demás. Más aún: mientras la persona sea más una, será más distinta, más sí misma y no-otra.”39 Tal realidad nos hace ver porqué en algunas circunstancias, como en la realización de un trabajo, de una función, se puede sustituir a una persona por otra, pero no es posible reemplazarla; reemplazables son las cosas, no las personas. “Cualquiera sea la disposición natural que posea, la persona no es un haber psico-físico, ni tampoco sus facultades superiores en funciones intencionales, sino una existencia novedosa, única e irrepetible, asomada desde su propia conciencia de ser, al mundo acontecido. Es precisamente en ese estarse intencional ante el mundo, que la persona humana recupera la constancia de su propia dignidad como sujeto subsistente ante, con y sobre toda otra existencia temporal.”40 La singularidad absoluta de cada persona, su carácter irrepetible, incomunicable y subsistente del ser personal, confiere una mayor dimensión a la dignidad personal. Dignidad ontológica y Dignidad moral Podemos ahora responder a los interrogantes que nos planteamos inicialmente. ¿Tiene el ser humano una calidad que lo haga superior? La respuesta es contundente; si, realmente el ser humano tiene intrínsecamente una calidad superior. Y, ¿superior a qué? A los demás seres de los reinos mineral, vegetal y animal. ¿En qué consiste esa superioridad? En que la persona humana, además de existir y vivir, sabe que existe y busca saber para qué vive; en que es libre para auto-realizarse y auto-determinarse; en que cada uno es único e irrepetible; y sobre todo, en que es capaz de amar. La dignidad humana es realmente sostén de lo humano, y por ello debe ser respetada a toda costa, so pena de deshumanizar al mundo. 36
Rodrigo Guerra, Op. Cit, p. 91-93 Ibídem, p. 145. 38 Abelardo Lobato, Op. Cit, p. 34. 39 Alberto Caturelli. Op. Cit. Reflexiones para.... p. 67-68. 40 Miguel Ángel Mirabella. Op. Cit, p. 54 37
Capítulo tomado del libro: Fundamentos de la Dignidad Humana Juan Louvier Calderón, 2014, Edit. UPAEP
Por tanto podemos afirmar con absoluta certeza que la dignidad humana es inconmensurable; que el ser humano es invaluable y no tiene precio. Esta dignidad es «ontológica», lo cual quiere decir que la posee cada ser humano por el simple hecho de serlo, independientemente de cualquiera de sus propias características siempre accidentales, como pueden ser la raza, la estatura, el color de piel, las habilidades y capacidades físicas o mentales, o el uso que haga de ellas. Donde hay un ser humano hay dignidad «ontológica» excelsa, la cual tiene las siguientes características: Es gratuita, pues nadie hizo nada para merecerla; nos fue dada con el ser. Es inmutable, no cambia; no la podemos acrecentar ni disminuir, siempre será la misma. Es igual en cada persona; la dignidad ontológica la posee en el mismo grado lo mismo el ser humano recién concebido que el joven o el anciano, el hombre más virtuoso que el criminal más despiadado. Sin embargo, como ya lo hemos visto, por naturaleza la persona humana es «perfectible» y está ordenada a desarrollarse y perfeccionarse a sí misma por medio de su inteligencia y libertad. Hacíamos notar que esta responsabilidad constituye una de las grandes notas de la dignidad «ontológica». Precisamente porque el ser humano es libre, necesariamente cada persona cumplirá en distinto grado con su responsabilidad de auto-perfección, por lo que a su dignidad «ontológica» (gratuita, igual e inmutable) podrá agregar una dignidad de otras características: una «dignidad moral». A diferencia de la ontológica, la «dignidad moral» no es gratuita, no está dada, inicia “de cero” en cada uno y deberá ser conquistada poco a poco y no sin esfuerzo; cambia, pues lo mismo puede crecer que disminuir e incluso desaparecer; es diferente en cada persona, pues depende del uso que cada quien haga de su libertad. Es en el orden moral donde podemos hablar de diferencias en la dignidad de la persona, porque sólo moralmente es diferente el valor que existe entre un hombre de bien y un criminal, entre una persona trabajadora y un vago consuetudinario, entre un ser auténticamente libre y un esclavo de sí mismo. “El hombre está llamado al desarrollo de su ser mediante el uso de la libertad. Y para ello se le ha dotado de una estructura congruente a su destino, es un ser racional, inteligente y volente, capaz del bien y del mal. Una de las dimensiones constitutivas del ser humano es la dimensión moral, la condición ética. Debido a ello se habla en el hombre de un «sentido moral» (...) El hombre es un ser moral por su condición de ser libre, porque es capaz de dirigirse por si solo al fin.”41 Y es precisamente por su condición de ser libre, que el hombre es capaz de promover y respetar la dignidad de «los otros» y la suya propia, o bien es capaz de atentar contra ella, sin olvidar que nadie puede atropellar la dignidad de otro sin lastimar a su vez su propia dignidad. Podemos concluir el presente capítulo afirmando categóricamente que el ser humano no es un objeto, una cosa igual a otras cosas; que cada persona, en cualquier tiempo, lugar y circunstancia, tiene un valor intrínseco, digno por el simple hecho de ser, y que esa dignidad (ontológica) debe ser reconocida y respetada por todos desde el inicio de la vida de la persona en el seno materno hasta su natural extinción. Este respeto al estatuto ontológico de la persona humana obliga a todos, independientemente de las convicciones políticas, ideológicas o religiosas que se profesen. Tal es el mínimo que debe respetarse -y exigirse-, si queremos que la convivencia entre los hombres y los pueblos sea realmente HUMANA.
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Abelardo Lobato. El «sentido moral» en situación de peligro en la cultura contemporánea. Revista Vertebración. N°. 30, p.4