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El futuro parecía prometedor para los discípulos de Jesús. Pedro acababa de proclamar que Jesús era el Hijo de Dios y había recibido las llaves de su Reino. ¡Jesús acababa de prometer que incluso las puertas del infierno no podrían vencerlos (Mateo 16, 13-20)! Todo auguraba un porvenir muy atractivo. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús comenzó a hablar sobre su próxima pasión y muerte. Ciertamente ese no era el futuro que ellos esperaban.

¿Te imaginas cómo se sintieron los discípulos cuando Jesús les anunció el destino que le aguardaba? Probablemente, confundidos, impactados y muy enojados. ¿Cómo era posible que el Mesías fuera rechazado y crucificado? La sola idea horrorizó a Pedro. “¡Dios no lo quiera, Señor!”, dijo. “¡Esto no te puede pasar!” Pero Jesús lo reprendió diciendo: “Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres” (Mateo 16, 22. 23).

Nuestro futuro le pertenece al Señor

Jesús sabía muy bien qué era lo que le esperaba. También sabía que para cumplir con la misión que le encomendó su Padre, tendría que sufrir, como lo habían escrito los profetas, y morir en la cruz. Pero al mismo tiempo confiaba en que su Padre lo resucitaría de entre los muertos. Jesús les estaba mostrando a sus discípulos algo de su futuro, algo que probablemente los dejó desconcertados y apesadumbrados. Así que los discípulos tuvieron que dejar de lado las ideas de cómo debían ser la vida y el ministerio de Jesús y qué les depararía el futuro junto a él. Creían que el éxito aguardaba al Mesías y a ellos mismos como sus primeros seguidores; pero ahora tenían que tratar de aceptar el plan de Dios y confiar en Jesús mientras ese plan se llevaba a cabo. A veces el futuro también nos pesa a nosotros, pues no sabemos lo que nos espera; lo único de lo que tenemos certeza es de que algún día moriremos, pero no sabemos cómo ni cuándo. Deseamos que el futuro

nos traiga éxito a nosotros y a nuestra familia, pero ¿quién sabe cómo resultará todo? ¡Qué fácil es a veces sentirse inseguro al pensar en el futuro! Nos preocupamos por la salud o las finanzas y por nuestros seres queridos, especialmente nuestros hijos y nietos. A veces vivimos cada día a la espera de malas noticias, especialmente si estamos pasando por una situación difícil. Incluso podríamos temer por el futuro de la sociedad o de la Iglesia.

Toda esta preocupación puede llevarnos a un constante estado de temor; a reaccionar en forma precipitada o a tomar decisiones importantes sin considerar primero cuál sería la voluntad de Dios en cada caso. ¡Dios no quiere que vivamos llenos de temor! Al principio de su ministerio, Jesús mismo nos dijo: “No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse” (Mateo 6, 34). Entonces, ¿cómo podemos poner nuestro futuro en manos del Padre, tal como lo hizo Jesús?

Abraham confiaba en Dios. Veamos el ejemplo de Abraham, nuestro padre en la fe, para que nos sirva de guía. Cuando Dios lo llamó, él vivía en su tierra ancestral de Ur, lo que hoy en día es Irak. Dios le dijo: “Deja tu tierra. . . para ir a la tierra que yo te voy a mostrar” (Génesis 12, 1). Era una orden importante, pero seguidamente Dios hizo una promesa aún más grande: “Por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo” (12, 3).

Así que Abraham dejó su hogar y su familia. Él no conocía el futuro, ¡ni siquiera sabía a dónde iba! Sin embargo, confió en las promesas de Dios y permitió que Dios llevara adelante sus planes día tras día, en todo el camino hasta la tierra de Canaán.

Más adelante, Dios prometió darle a Abraham tantos descendientes como las estrellas del cielo (Génesis 15, 5). Esta promesa debe haberle parecido imposible a Abraham y a su esposa Sara. Los dos ya eran muy mayores y nunca habían podido concebir un hijo. Pero la Escritura dice que “Abram creyó al Señor, y por eso el Señor lo aceptó como justo” (15, 6).

Esa era otra promesa que les hacía a Abraham y Sara, para que confiaran en el Señor para su futuro. De hecho, pasaron muchos años antes de que Sara quedara embarazada de su hijo Isaac. En todo el tiempo que transcurrió antes, ellos tuvieron que poner su fe en las promesas de Dios con todas sus fuerzas.

Aferrarse a las promesas de Dios. Cuando el futuro nos causa temor, es porque seguramente hemos dejado de confiar en las promesas de Dios. Desde luego, él no nos promete una vida libre de problemas; tampoco promete darnos todo lo que le pidamos.

Ya sea que las sorpresas que nos llevamos sean agradables o dolorosas, la respuesta de Dios sigue siendo la misma: “Mi amor es todo lo que necesitas.”

Pero el Señor ha hecho algunas promesas que nos hacen ver lo profundo que fluye su amor por nosotros, y podemos aferrarnos a esas promesas.

Dios promete estar siempre con nosotros. El mismo Dios que caminó junto a nosotros en el pasado promete seguir haciéndolo “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Incluso cuando el futuro se vislumbra temible o incierto, sabemos que Dios estará con nosotros porque él nos ha dado su Espíritu Santo para que sea nuestro consolador y guía (Juan 14, 19). El Señor nos promete: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” (Hebreos 13, 5).

Dios nos promete la gracia que necesitamos para enfrentar cada situación. A veces el futuro se ve distinto a lo que esperábamos. Podríamos haber estado planeando una apacible vida de jubilación, y en su lugar estamos enfrentando una grave enfermedad. Justo cuando pensábamos que nuestra familia estaba completa, viene otro niño en camino. Podríamos ser sorprendidos por un traslado laboral a una ciudad nueva. Ya sea que las sorpresas que nos llevamos sean agradables o dolorosas, la respuesta de Dios sigue siendo la misma: “Mi amor es todo lo que necesitas” (2 Corintios 12, 9). Podemos contar con que Dios nos concederá la ayuda que necesitamos para enfrentar cada nuevo día, sin importar lo que venga.

Dios nos promete la vida eterna en el cielo. Las promesas que Dios nos ha hecho no son solamente para esta vida, porque nuestro futuro no se limita al tiempo que pasemos en la tierra. Dios nos ama tanto que desea que estemos con él para siempre. El Señor promete que todos los que crean en Jesús pueden tener vida eterna (Juan 3, 16). Nuestro Salvador nos está preparando un lugar en el cielo (Juan 14, 2). La vida eterna junto al Señor y los ángeles y los santos es nuestro futuro final; es la meta de nuestra vida.

Hacer planes junto con Dios. Sabemos que los planes de Dios son “para su bienestar y no para su mal” (Jeremías 29, 11). Pero cuando se trata del futuro, a veces seguimos adelante sin tratar primero de entender cuáles son sus planes para nosotros. Eso fue lo que Sara y Abraham hicieron. Conforme los años pasaron y ellos no podían tener un hijo, deben haberse preguntado por qué Dios no les estaba dando los descendientes que les había prometido. Al igual que sucede con muchos de nosotros, deben haberse preocupado por el futuro de su familia. Así que decidieron hacerse cargo del asunto por sí mismos. En vez de esperar a que el Señor cumpliera su promesa, Sara le dio a Abraham su esclava Agar para que él pudiera tener un hijo con ella.

¿Cuál fue el resultado de no confiarle su familia al Señor? Rivalidad y discordia. Después de que Agar quedó embarazada comenzó a mirar a Sara con desprecio, y a su vez, Sara la maltrató hasta el punto en que Agar huyó (Génesis 16). Pasaron muchos años para que Dios desatara los nudos que la duda y la desconfianza fueron atando. Imagina lo pacífica que habría sido su vida si ellos se hubieran mantenido firmes en las promesas de Dios.

La carta de Santiago habla directamente sobre nuestra tendencia a hacer planes sin buscar primero la guía de Dios. En vista de que realmente no tenemos idea de lo que nos deparará el futuro, deberíamos estar dispuestos a dejar de pensar en que nuestra manera es la única válida y decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello” (4, 15). Y cuando es difícil discernir la voluntad de Dios, deberíamos tomar las mejores decisiones que podamos y confiar nuestros planes al Señor. Con seguridad él nos bendecirá.

No tengan miedo a la muerte. Además de confiar en que Dios tiene nuestro futuro terrenal en sus manos, también podemos confiarle nuestro futuro celestial. Pensar en la muerte puede hacernos sentir incómodos o temerosos.

La vida eterna junto al Señor y los ángeles y los santos es nuestro futuro final; es la meta de nuestra vida.

“Yo no estoy preparado para encontrarme con el Señor”, podríamos pensar. Pero, realmente, ninguno de nosotros lo está. Entonces, ¿cuál es la perspectiva que deberíamos tener sobre la muerte? Gracias a Jesús, podemos tener confianza en lugar de temor. Recuerda la promesa de Jesús a sus discípulos: “No se angustien ustedes… En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar” (Juan 14, 1-2). Si estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por vivir para el Señor, y creemos en lo que Jesús mismo hizo por nosotros en el Calvario, estaremos preparados para encontrarnos con él cuando llegue el momento.

Al meditar en el futuro en este mundo y en el próximo, podemos estar seguros de que Dios está cuidando de nosotros todo el tiempo. Como dice el salmista: “Yo, Señor, confío en ti… Mi vida está en tus manos” (31 (30), 15-16). Dios es nuestro Padre fiel, y siempre lo es. Así que ve y entrégale tu propia persona y tu futuro en sus manos amorosas y dignas de confianza. ¢

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