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Somos basijas de barro

Ciertamente debe haber habido muchos momentos en los cuales Jesús, en oración, reflexionaba en sus experiencias y en las Escrituras hebreas, y era evidente que él era aquel que debía ser “traspasado a causa de nuestra rebeldía”, y que “liberará a muchos… porque se entregó a la muerte” (Isaías 53, 5. 11. 12).

Un siervo que confiaba en Dios. Es claro que Jesús estaba convencido de que había venido como el Siervo sufriente por la salvación de Israel y de todo el mundo. Mientras colgaba de la cruz, mientras rezaba en el huerto de Getsemaní e incluso cuando partió el pan y repartió el vino en la Última Cena, Jesús llegó a comprender plenamente que el plan de su Padre lo llamaba a él a entregar su vida en una cruz para redimir a Israel y convertirse en luz para los gentiles.

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Mira, por ejemplo, su plegaria en la cruz al morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 46). Si bien estas palabras demostraban angustia, Jesús estaba rezando el Salmo 22, una oración de confianza en medio del profundo sufrimiento:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿por qué no vienes a salvarme? Dios mío, día y noche te llamo, y no respondes; ¡no hay descanso para mí! Pero tú eres santo; tú reinas, alabado por Israel. Nuestros padres confiaron en ti; confiaron, y tú los libertaste; te pidieron ayuda, y les diste libertad; confiaron en ti, y no los defraudaste. (Salmo 22 (21), 2-6)

Al igual que el salmista, Jesús sabía, incluso en ese momento cuando todo parecía oscuro y sin esperanza, que él podía confiar en su Padre para que lo rescatara. Entendía que su Padre lo había llamado a sufrir esta cruz, así que confió en que el Padre no lo abandonaría.

Luchar en oración. A menudo creemos que la vida de oración de Jesús era de completa paz y entrega a Dios. Hasta cierto punto esto es cierto. Después de todo, él seguía siendo el Hijo de Dios mientras estuvo en esta tierra. Y sin embargo la Escritura nos habla de momentos en los que Jesús luchó en oración. Imagínalo sollozando mientras rezaba por la curación de un hombre sordo (Marcos 7, 31-35). O recuerda cómo, en Getsemaní, rogó a su Padre: “Si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Mateo 26, 39).

De forma similar, podemos imaginar que Jesús luchó en una forma u otra conforme leía las Escrituras

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